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Una de las grandes paradojas de nuestro pueblo es que, a pesar del ancestral anti-
haitianismo de sus élites, siempre éstas han estado orgullosas del principal legado de
la dominación haitiana: los códigos napoleónicos. Y no es para menos: aquellos
códigos representaban la concreción de la más acabada tecnología jurídica destinada
a garantizar con una nueva lengua y un nuevo entramado normativo las libertades del
naciente orden liberal.
Sin contradecir al maestro, pensamos que los códigos franceses, por constituir la
expresión más acabada por más de dos siglos de la ciencia jurídica liberal euro-
atlántica, han sido brújula orientadora de los operadores jurídicos dominicanos y le
han dado estabilidad al ordenamiento a pesar de las conmociones de nuestra agitada
vida republicana. Se podría decir que han sido nuestra verdadera Constitución.
Francia no se duerme: sólo hay que ver como el magistrado Denis Salas clama por
una reforma del sistema judicial mientras que algunos aquí quieren importar lo que
los franceses quieren cambiar. Y es que el secreto de la renovación del Derecho
francés reside en una doctrina crítica que trata de construir nuevas soluciones con lo
mejor de los materiales viejos y nuevos. La tradición jurídica francesa es, pues, la
renovación del ordenamiento a través de una dogmática que se niega ser simple
reciclaje de ideas viejas o importadas. Otro motivo más para seguir a los franceses.
La marca del pensamiento revolucionario francés, los ecos de las teorías del contrato
social de Rousseau, las teorías del poder constituyente, del carácter indivisible,
inalienable e imprescriptible de la soberanía, la consagración de los derechos
"naturales e imprescriptibles del hombre", son enunciados y principios que, entre
otros, se encuentran presentes tanto en los documentos principales de ese especial
momento de la historia constitucional dominicana, como en los propios textos de la
ley fundamental.
Para entender las razones de tan fuerte presencia en las concepciones políticas de
los protagonistas del proceso constituyente dominicano, hay que partir de un hecho
incontestado: Europa, el viejo continente, la tierra donde las luces de la razón ilustrada
habían prendido de mano de los más preclaros espíritus de la modernidad en
occidente, constituía el gran paradigma civilizatorio a cuya imagen habían de
constituirse las repúblicas en cierne de este lado del Atlántico. Y, claro está, a la
cabeza de ese paradigma, se encontraba la Francia de la Revolución cuyo núcleo
universalista lo constituyen los derechos del hombre y el Estado democrático de
derecho.
"Llamados por este pueblo en cuya universalidad reside la soberanía, para formar el
pacto fundamental…” declarando a renglón seguido que "toda ley es por principio
revocable, si traspasa el poder del que la pudo hacer y que desde el momento en que
el congreso está formado de los verdaderos representantes del pueblo dominicano,
no pertenecerá a otro que a él interpretar la voluntad general de la nación."
Se sabe también que el artículo 10 de la ley del 2 de marzo de 1848, mediante la cual
se crea el Colegio Seminario de Santo Domingo, instruye en el sentido de que se
establezca una "Cátedra de Derecho Patrio y Ciencia Administrativa". Que los textos
en los que la misma se había de basar estaban indicados en la misma ley de manera
expresa: "el profesor formará extractos de los Códigos franceses de la Restauración
(…) y finalmente, para la ciencia administrativa, la obra de Bonin."
En fuerza pues de tan poderosas razones, es necesario que las leyes se acomoden
a la capacidad de los que las ejecuten.
Para cerciorarse de esta verdad no sería necesario sino recurrir a los archivos de este
Ministerio y allí se verá, no solamente lo que llevo dicho, sino que, intimando los
Tribunales para que administren justicia, ha habido algunos que me han declarado no
tener los códigos mandados a observar y otros ignoran el idioma en que están
escritos; por tanto […] insisto en que la traducción y corrección de los códigos debe
ser la obra más preferida de esta sesión legislativa."