Está en la página 1de 8

Ángel Bautista Vásquez DER 2200-06

100020883 Tarea 2.1

Del Derecho Francés al Derecho Dominicano

Nuestra conexión con Francia

Una de las grandes paradojas de nuestro pueblo es que, a pesar del ancestral anti-
haitianismo de sus élites, siempre éstas han estado orgullosas del principal legado de
la dominación haitiana: los códigos napoleónicos. Y no es para menos: aquellos
códigos representaban la concreción de la más acabada tecnología jurídica destinada
a garantizar con una nueva lengua y un nuevo entramado normativo las libertades del
naciente orden liberal.

Tan acertada fue la decisión política de adoptar estos códigos, no obstante la


distancia abismal entre Francia y nuestra isla, que los mismos siguieron vigentes tras
la independencia dominicana, esta vez en su versión de los códigos franceses de la
Restauración (1816), no serían siquiera derogados por el gobierno durante la anexión
a España, salvo el Código Civil de 1862 que era una traducción al castellano, con
modificaciones y supresiones, del francés, serían restaurados al término de la
anexión, hasta que finalmente, entre abril y agosto de 1884, fue aprobada y
promulgada la traducción de los códigos Civil, de Comercio, de Procedimiento Civil,
de Instrucción Criminal y Penal, con ligeras adecuaciones, principalmente en el área
procesal, para tomar en cuenta la organización judicial dominicana.

Mucho se ha criticado la influencia francesa en nuestro Derecho. Se ha hablado de


que somos una colonia jurídica de Francia. Se ha criticado que nuestra jurisprudencia
sigue al pie de la letra el parecer de los jueces franceses y hasta la Suprema Corte
de Justicia tuvo que reaccionar hace mucho tiempo para recordar a los litigantes que
los precedentes de las cortes franceses no hacen Derecho en nuestro país.
Wenceslao Vega, nuestro gran historiador del Derecho, sintetiza estas críticas al
afirmar que los códigos franceses no han calado en el país, aún después de tantos
años y los dominicanos no los sentimos como cosa propia nuestra, sino como fuentes
de un derecho lleno de complicaciones y lentitudes, como instrumentos más de
opresión que de justiciai.

Sin contradecir al maestro, pensamos que los códigos franceses, por constituir la
expresión más acabada por más de dos siglos de la ciencia jurídica liberal euro-
atlántica, han sido brújula orientadora de los operadores jurídicos dominicanos y le
han dado estabilidad al ordenamiento a pesar de las conmociones de nuestra agitada
vida republicana. Se podría decir que han sido nuestra verdadera Constitución.

Pero el infante ya es capaz de caminar. Los dominicanos hemos aprendido a aprender


de experiencias extranjeras y adecuarlas a nuestra realidad. El Código de Trabajo es
una muestra de ello. El Código Procesal Penal, la última manifestación de un
movimiento de reforma procesal penal iberoamericano, también. La doctrina,
siguiendo al maestro Froilán Tavares, que no se conformó con los autores franceses
sino que aprendió de los maestros italianos, alemanes, y sudamericanos,
construyendo una de las más originales obras doctrinarias, ha aprendido también a
nutrirse del Derecho Comparado y a recrear soluciones jurídicas locales a partir de
esas experiencias.

En esto, Francia, que podría encerrarse en su original tradición jurídica, también es


un ejemplo a emular. Los franceses han adecuado su legislación al ordenamiento
comunitario europeo, han importado las acciones afirmativas del Derecho
norteamericano para combatir la discriminación, han modificado su legislación
procesal para evitar las condenas en la Corte Europea de Derechos Humanos, han
enterrado su viejo concepto de libertades públicas defendido por Jean Rivero y
adoptado el nuevo de derechos fundamentales de la mano de Louis Favoreu, y no
tienen recato en adecuar las soluciones contractuales de la práctica comercial y
financiera anglosajona.

Francia no se duerme: sólo hay que ver como el magistrado Denis Salas clama por
una reforma del sistema judicial mientras que algunos aquí quieren importar lo que
los franceses quieren cambiar. Y es que el secreto de la renovación del Derecho
francés reside en una doctrina crítica que trata de construir nuevas soluciones con lo
mejor de los materiales viejos y nuevos. La tradición jurídica francesa es, pues, la
renovación del ordenamiento a través de una dogmática que se niega ser simple
reciclaje de ideas viejas o importadas. Otro motivo más para seguir a los franceses.

La Tradición Francesa en la primera Constitución Dominicana

Uno de los elementos por medio de los cuales el universalismo de la Revolución


Francesa se proyecta al terreno del constitucionalismo moderno, es la incorporación
en la casi totalidad de los textos constitucionales de los Estados occidentales, de un
conjunto de derechos y libertades derivados directamente de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. El énfasis en el tema de los derechos
es una de las características típicas de esa Revolución y de la concepción y práctica
constitucional que de ella se deriva. Tal como ha señalado Hannah Arendt, la
concepción norteamericana de la revolución "en realidad no proclamaba más que la
versión de un gobierno civilizado para toda la humanidad; la versión francesa […]
proclama la existencia de derechos independientes de la corporación pública y
externos a ella."

En nuestra experiencia constitucional fueron incorporados principios e instituciones


provenientes tanto de la constitución norteamericana, como de la constitución de
Cádiz. Pero puede afirmarse sin lugar a dudas, que fueron las concepciones jurídicas
derivadas de la Revolución Francesa las que habrían de ejercer la influencia más
decisiva tanto en los orígenes como en el curso de la posterior evolución, no sólo del
constitucionalismo, sino de todo el universo jurídico sobre el que se fundamentó el
entramado institucional de la República Dominicana.

La marca del pensamiento revolucionario francés, los ecos de las teorías del contrato
social de Rousseau, las teorías del poder constituyente, del carácter indivisible,
inalienable e imprescriptible de la soberanía, la consagración de los derechos
"naturales e imprescriptibles del hombre", son enunciados y principios que, entre
otros, se encuentran presentes tanto en los documentos principales de ese especial
momento de la historia constitucional dominicana, como en los propios textos de la
ley fundamental.

Para entender las razones de tan fuerte presencia en las concepciones políticas de
los protagonistas del proceso constituyente dominicano, hay que partir de un hecho
incontestado: Europa, el viejo continente, la tierra donde las luces de la razón ilustrada
habían prendido de mano de los más preclaros espíritus de la modernidad en
occidente, constituía el gran paradigma civilizatorio a cuya imagen habían de
constituirse las repúblicas en cierne de este lado del Atlántico. Y, claro está, a la
cabeza de ese paradigma, se encontraba la Francia de la Revolución cuyo núcleo
universalista lo constituyen los derechos del hombre y el Estado democrático de
derecho.

Así, las ideas que inspiraron la Revolución Francesa, como la experiencia


constitucional alumbrada por ella, se manifestaron de muy diversas maneras en
nuestro proceso de construcción constitucional. Un vivo ejemplo de ello lo podemos
encontrar en la intervención que ante el Congreso Constituyente tuviera el diputado y
principal artífice de la constitución, Buenaventura Báez, el día 14 de octubre de 1844.
En una apretada síntesis, el tribuno realiza una disección sobre los elementos
centrales de las tesis de la soberanía como residente en el pueblo, así como de la
concepción de la ley que, al ser la expresión manifiesta de la voluntad general, sólo
puede ser interpretada por el representante de esa voluntad:

"Llamados por este pueblo en cuya universalidad reside la soberanía, para formar el
pacto fundamental…” declarando a renglón seguido que "toda ley es por principio
revocable, si traspasa el poder del que la pudo hacer y que desde el momento en que
el congreso está formado de los verdaderos representantes del pueblo dominicano,
no pertenecerá a otro que a él interpretar la voluntad general de la nación."

Se trataba de la defensa del principio de inviolabilidad de los constituyentes. La


concepción de Báez sobre el Poder Constituyente, será sustancialmente traspasada
al órgano legislativo ordinario en los textos constitucionales de toda la primera etapa
constitucional dominicana. Así, ese supuesto de que, como verdadero representante
del pueblo, corresponde al órgano soberano la interpretación de la voluntad general
de la nación, será atribución otorgada expresa y sucesivamente al Congreso
Nacional.
Nos encontramos pues ante la recepción de uno de los principios cardinales del
constitucionalismo heredado de la Revolución Francesa: el principio de soberanía
parlamentaria según el cual la ley, esa técnica de gobierno emanada del órgano de la
representación popular, no es susceptible de ser atacada ni cuestionada en cuanto a
su constitucionalidad por el órgano judicial.

Pero la herencia francesa en nuestra tradición jurídica no se agota en el influjo que la


misma ejerció en los primeros momentos de producción constitucional. Todo el que
está mínimamente relacionado con el tema, sabe que los componentes normativos
básicos del sistema legislativo dominicano (código civil, penal, de procedimiento
penal, y de comercio) resultaron un calco de los códigos franceses napoleónicos.
Sabemos además que la adopción de dichos cuerpos normativos fue una decisión
tomada por el propio constituyente de San Cristóbal.

Se sabe también que el artículo 10 de la ley del 2 de marzo de 1848, mediante la cual
se crea el Colegio Seminario de Santo Domingo, instruye en el sentido de que se
establezca una "Cátedra de Derecho Patrio y Ciencia Administrativa". Que los textos
en los que la misma se había de basar estaban indicados en la misma ley de manera
expresa: "el profesor formará extractos de los Códigos franceses de la Restauración
(…) y finalmente, para la ciencia administrativa, la obra de Bonin."

Más aún, durante la primera etapa de vigencia de los códigos franceses de la


Restauración, no sólo no se puede hablar de la inexistencia de intentos de adaptación
de los mismos a nuestra realidad. Los extremos llegaron al hecho de que aquellas
piezas legislativas eran aplicadas por los jueces en el idioma original en que fueron
redactadas. Huelga abundar sobre los inconvenientes que ello comportaba para
lograr una eficiente administración de justicia. Un informe del Ministro de justicia,
dirigido al presidente de la República en el año 1854 se basta por sí solo para ilustrar
esa situación:

"La imprescindible y urgente necesidad de traducir los códigos de la restauración


francesa porque se rige el foro de la República, es cosa que cada día se hace notar
de una manera más sensible y digna de atención. El hallarse aquella legislación en el
idioma del país para que fue promulgada es un gran inconveniente entre nosotros:
inconveniente tal, que a menudo pone al gobierno en triste y prolongada perplejidad,
cuando trata de elegir a alguno de aquellos funcionarios de justicia, cuyo
nombramiento es de su exclusivo resorte conforme al Pacto Fundamental.

En fuerza pues de tan poderosas razones, es necesario que las leyes se acomoden
a la capacidad de los que las ejecuten.

Para cerciorarse de esta verdad no sería necesario sino recurrir a los archivos de este
Ministerio y allí se verá, no solamente lo que llevo dicho, sino que, intimando los
Tribunales para que administren justicia, ha habido algunos que me han declarado no
tener los códigos mandados a observar y otros ignoran el idioma en que están
escritos; por tanto […] insisto en que la traducción y corrección de los códigos debe
ser la obra más preferida de esta sesión legislativa."

Finalmente, dos hechos de especial relevancia estaban llamados a garantizar el


mantenimiento del poderoso influjo de la tradición jurídica francesa en nuestro
sistema. En primer lugar, el que los criterios de la jurisprudencia y la doctrina
francesas fueran utilizados, concomitantemente con la incorporación de los textos
legales de aquel país, como el soporte fundamental para acreditar los criterios de la
jurisprudencia y la doctrina nacional. Como acertadamente ha dicho Juan Manuel
Pellerano Gómez, nuestro sistema jurídico no sólo importó los códigos franceses, sino
además

"las soluciones de la jurisprudencia, la doctrina elaborada en torno a ellos, así como


los principios no escritos en los códigos que forman parte del sistema jurídico francés
conforme eran admitidos por la jurisprudencia y la doctrina en su interpretación y
aplicación (…) la doctrina y la jurisprudencia dominicana toman en cuenta la evolución
de la jurisprudencia francesa para importar sus transformaciones". En otras palabras,
"el derecho dominicano (…) nace y se desarrolla con el apego absoluto de la
jurisprudencia y la doctrina francesa…"

Como resultado lógico, todo lo anteriormente expuesto estaba llamado a afectar


directamente parte de las cuestiones centrales en torno a las que gira cualquier
sistema judicial de control de constitucionalidad que se precie de tal. Así, la
constitucionalmente consagrada idea de la soberanía de la ley; la concepción del juez,
que pasaría a ser entendida como un mero instrumento de aplicación de la voluntad
legislativa, son sólo algunos de los principales argumentos que impiden hablar de la
existencia de un sistema judicialmente estructurado de control de constitucionalidad
de la ley en República Dominicana, al menos hasta el año 1908.

El Derecho y los Primeros Tratados


Nuestro derecho como tal inicia en el momento en que Juan Pedro Boyer unió Santo
Domingo español a Haití el 9/02/1822. Abolió la esclavitud y sujetó el país a la
Constitución de 1816. El sistema judicial tuvo sus bases en esa Carta Substantiva y
en las Leyes de Organización de los Tribunales del 24/08/1808 y 15/05/1819.
Los códigos franceses se aplicaron en Haití desde 1816 hasta los años 1825-26, en
que se promulgaron los haitianos, de suerte que cuando la parte dominicana se
integró a Haití ya estaban en vigor los códigos franceses y estos se empezaron a
aplicar entre los dominicanos. En 1835 se redactaron nuevos códigos: Penal,
Procedimiento Civil y el de Instrucción Criminal.
El aparato jurídico montado por los haitianos no se correspondía con la realidad
social. La legislación francesa reflejaba los intereses de la burguesía, clase social
inexistente en Haití, lo mismo que en Santo Domingo español; ambas eran
sociedades pre capitalista, dedicadas casi a la agricultura de subsistencia. En Haití la
clase alta la constituían algunos mulatos unidos a unos pocos comerciantes
extranjeros, la mayoría de la población eran agricultores y soldados. En la parte del
Este, en el vértice de la pirámide social, estaban los hateros latifundistas y por debajo
una pequeña clase media y más abajo los soldados, artesanos y agricultores.
La realidad contradecía la teoría jurídica. Haití, en rigor, era una dictadura militar,
sometida la voluntad de Boyer. Tenía 40 mil hombres bajo las armas. El 70% del
presupuesto era para el ejército. Un viajero de aquel tiempo califica al gobierno
haitiano como "una monarquía republicana sostenida por las bayonetas". Y
aseveraba: No poseyendo el Poder Judicial del país la reputación suficiente para
asegurar que se respeten sus decisiones, la interpretación final de las leyes es
siempre referida al Presidente personalmente, quien se convierte en juez ... ".
Así, la democracia de las leyes no pasaba a la realidad social, la independencia de
los poderes fue un mito y continuó la tradición jurídica de más de tres siglos, es decir,
la secular falta de independencia de la justicia.
En relación con la materia penal, las disposiciones del Código Francés se adoptaron
por el Código Penal haitiano. Las penas por casos de crímenes eran: la de muerte,
trabajos forzados a perpetuidad o por cierto tiempo, la reclusión y la degradación
cívica. La prisión perpetua conllevaba la muerte civil, por lo que el condenado perdía
sus derechos de ciudadano. La mayoría de los crímenes políticos conllevaban penas
de muerte. Y los delitos contra los particulares que llevaban esa penalidad eran: el
asesinato, el parricidio, el infanticidio, el robo a mano armada y el incendio voluntario.
El Código de Instrucción Criminal haitiano estableció los jurados para los casos de
crímenes. Eran doce y se escogían de listas preparadas por los Consejos de Notables
de los Comunes.
No había recurso posible contra el veredicto de un jurado. Una ley del 6/08/1841
estableció que ciertos crímenes, la mayoría de carácter político, serían conocidos por
los tribunales sin asistencia del jurado.
Período republicano: Primera República (1844-1861), Anexión a España (1861-
1865) y Segunda República (1865-1916)
La dominación haitiana tocó su fin el 27 /02/1844, cuando los dominicanos decidieron
separarse de Haití y reasumir la soberanía, tal cual se expresa en lo que se ha llamado
el Acta de Nuestra Independencia, a saber, el Manifiesto del 16/1/1884. En 1861
sucumbió la República y por tercera vez España dominó en Santo Domingo durante
el período denominado de La Anexión. Pero de nueva cuenta Santo Domingo postró
su vocación por la libertad y su interés en asumir su propio destino. Así, en 1865 se
produjo la Restauración que duró hasta el 1916 cuando intervinieron los americanos.
La primera Constitución dominicana fue votada el 6/09/1844. La misma tomó como
modelos la de Filadelfia del 1787, las francesas de 1799 y 1804; la de Cádiz de 1812
y la haitiana de 1843.
Esa Carta Substantiva y la Ley de Organización de los Tribunales del 11/11/1845
establecieron un sistema fruto de la combinación del español y el franco haitiano. Así,
estaba compuesto de organismos de extracción francesa, como la conciliación
obligatoria previa, los árbitros, las Cortes de Apelación y la Suprema Corte de Justicia
y entremezclados con ellos estaban los Alcaldes Comunales, los Tribunales de
Justicias Mayores y los Jueces de Residencia propios del régimen judicial hispano.
Estas últimas instituciones fueron suprimidas en la Reforma Constitucional de 1854.
Entre otros aspectos conviene señalar: el Juicio por Jurados en materia criminal, la
intervención del pueblo en la elección de los jueces, pues el Tribunado (así se llamó
el principio a la Cámara de Diputados) escogía la terna de las listas presentadas por
los Colegios Electorales y era de éstas de donde el Consejo Conservador (Cámara
de Senadores) designaba los jueces y la autorización de la Suprema corte, previo
examen, a los Defensores Públicos y a los Notarios a ejercer su profesión
El Art. 41 de la Constitución de 1844 estatuyó la división de los Poderes del estado;
las demás Constituciones ratificaron este principio, pero en la práctica no se aplicó.
La misma Carta Magna del 1844, en su Art. 210, legitimo la dictadura al concederle
facultades extensas y sin responsabilidad alguna al Presidente de la República. Los
demás textos Constitucionales dieron tan amplias facultades al Poder Ejecutivo que
hicieron dependientes del mismo a los otros poderes. La fuerza militar que siempre
uso reflejó el dominio del sable sobre la toga.
A causa de Ja estructura social que Hoetink califica de "Patronal", personas y grupos
de interés y de expresión intervenían en la justicia, como por ejemplo la Iglesia y la
Masonería; ésta última muchas veces lograba "de volver al hogar al prisionero" u
obtener "perdón para el condenado".
Interesa, también, señalar que sólo una pequeña parte de los crímenes llegaban a
presentarse a la justicia. La organización policial era incompetente para investigar
todos los crímenes cometidos sobre todo en el campo. Los campesinos no
cooperaban por temor, de ahí que querían "estar bien con todos". Debido a la misma
realidad social el robo tanto al Estado como a la propiedad particular no era delito,
según opinión de Eugenio María de Hostos.
Se dio el caso de la existencia de tribunales autónomos, como por ejemplo, en el
Santo Cerro, provincia de La Vega, en la casa del Alcalde José Ta veras, donde tenía
cepos y cárceles para poner presos a hombres y mujeres, a los que aplicaba graves
torturas para que confesaran.
La deficiencia de la justicia se debe atribuir también al bajo nivel educativo y a la
carencia de formación jurídica en los propios agentes del Tercer Poder del Estado.
Las República adoptó los Códigos franceses de la restauración, leyes para una
sociedad más avanzada, y con unas tradiciones y costumbres diferentes a las
nuestras, su aplicación era difícil debido al bajo grado de desarrollo social.
Asimismo pasó mucho tiempo sin que se tradujeran y adaptaran a nuestra realidad
social. Muchos no entendían el francés, y muchos tribunales carecían de los Códigos,
lo que imposibilitaba que los jueces motivaran y basaran sus sentencias. Además,
durante casi medio siglo no había una institución académica donde se formara el
abogado. Fue en 1880 cuando se fundó el Instituto Profesional que creó cátedras de
Derecho; hasta entonces el entrenamiento de los estudiantes era por clases
particulares seguidas por un examen ante la Suprema Corte de Justicia.
i
Wenceslao Vega, Historia del Derecho Dominicano

También podría gustarte