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Vínculos, Individuación y Ecología Humana: Hacia una Psicología Clínica Compleja. A. Hernández C. USTA.

2010

I. VINCULACIÓN Y AUTONOMÍA
EN LA PSICOLOGÍA CLÍNICA COMPLEJA

"El individuo es un proceso


de diferenciación colectiva
jamás terminado".
J. Miermont, L’Homme autonome.
(1995, p. 318).

Este capítulo tiene dos pretensiones: una, fundamentar en el pensamiento complejo, el


objeto de la psicología clínica, entendido como el favorecimiento de la autonomía y la
individuación de los sujetos en contexto; la otra, mostrar cómo, para ese propósito,
adquiere sentido y trascendencia la noción de vinculación, en cuanto marco
comprensivo de los problemas humanos.

1. El complejo objeto de la psicología clínica

Si bien el campo de la psicología clínica está relativamente bien diferenciado en el


contexto social, también es cierto que la perspectiva ecosistémica y compleja plantea
una postura distinta de la que tradicionalmente ha adoptado esta disciplina.

Es bueno recordar que la psicología clínica surgió con la psicología general a fines del
siglo XIX, cuando el individuo se convirtió en figura y foco de la sociedad y de la ciencia,
por las coyunturas históricas y sociales que se venían dando desde fines del siglo XVIII,
producto de la cultura de la Ilustración, la industrialización y la urbanización.

Así, la psicología tomó al individuo como su objeto de conocimiento, de evaluación y de


intervención, en un momento en que las sociedades requerían que los sujetos
individuales fueran suficientemente capaces de responder a este nuevo contrato social,
por el cual cada quien tenía que establecer con los dueños del capital y las fuentes de
trabajo, una relación directa y personal, y no como parte de la masa amorfa beneficiaria
del monarca o del señor feudal en las épocas precedentes. De esta forma emergieron
en el terreno de las exigencias socioeconómicas, las diferencias individuales, el mundo
subjetivo y la desviación de la norma, como fenómenos que justificaban la existencia de
una disciplina que aportara no solo a la evaluación, sino sobre todo a la modificación de
los sujetos, para que se ajustaran, por métodos científicos, a los estándares y a las
condiciones individuales y colectivas del nuevo orden social.

Esta postura, ubicada en la perspectiva de la ciencia tradicional positivista que pretende


desmenuzar al sujeto en aptitudes, rasgos y características cosificantes, está muy lejos
de la que aquí se plantea. Como disciplina, la psicología clínica, más que un conjunto
de métodos y técnicas, es una postura que contempla al otro como totalidad y como
sujeto en contexto, acogiendo no solo esta visión contemporánea ecosistémica y de

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complejidad, sino la antiquísima modalidad de los griegos de intervenir con los demás
usando la retórica para mejorar su vida, de modo que un ilustre filósofo-médico acudía
al lecho del enfermo para ayudarle a cambiar a través de la palabra.

Porque como dice el psiquiatra sistémico Jean-Claude Benoit (1995, p. 14), cada
humano encierra en sí, el yo, el tú y el nosotros; las razones de la cabeza y las razones
del corazón; las alianzas dulces, ocultas y tortuosas; la creencia en la necesidad y la
rendición al azar; es decir, cada uno contiene la ambigüedad humana, como sinónimo
de complejidad.

Pero para la ciencia moderna, incluida la psicología, esa ambigüedad se convirtió en un


problema que había que eliminar para poder someter el mundo a la razón. F. Munné
(2004) explica que la cultura griega arcaica, en una actitud de respeto por la
complejidad del mundo, basaba su conocimiento en el saber mítico, dotado de
ambigüedad y por ello capaz de asumir los múltiples aspectos contradictorios de la
realidad. Pero en la Grecia clásica, el mito fue sometido a la razón y pasó a ser un
pseudosaber que obstaculiza el acceso a la verdad.

En el pensamiento arcaico la verdad residía en los contrarios como complementarios y


esto conllevaba una ambigüedad propia del mundo divino, de la cual la dualidad
humana era un reflejo. Al ceder el paso a la verdad basada en un pensamiento
abstracto, racional y discursivo, la lógica de la ambigüedad se convirtió en lógica de la
contradicción. Este proceso de desmitificación e imperio de la razón consolidó la
simplicidad como paradigma epistemológico para acceder a la comprensión e
inteligibilidad de la vida.

Así, la complejidad de la realidad, caracterizada por sus cualidades de caoticidad,


fractalidad, catastrofismo y borrosidad, se reemplazó por una realidad con atributos
ideales de orden, perfección y armonía, cuya ideologización ha permitido infructuosos y
perversos intentos para que el desorden, la imperfección y el conflicto sean corregidos o
eliminados. De este modo, lo ambiguo ya no resulta de unos contrarios que se
complementan, sino de unos contrarios antagónicos que pugnan por la eliminación de
uno de ellos.

En la psicología clínica esta postura condujo a la definición de los problemas como


síntomas causados por una sola dimensión de la vida -genética o biológica o
psicológica o social-, cuya presencia hay que erradicar, como si fueran elementos
aislables, con las consecuencias de cronificación y de pseudosoluciones que interfieren
la autonomía, sobre todo cuando la persona deja de ser ella, para reemplazar su
identidad por la que emerge al ser diagnosticada.

El mundo complejo es caótico porque las mínimas causas engendran grandes efectos
irreversibles; es catastrófico porque existe en un movimiento incesante de nacimiento,
desarrollo y destrucción de las formas, en donde el sujeto es el actor que sobrevive a
las catástrofes (Thom 1972); y es fractal porque la forma original de gran escala, es
reproducida por otra de pequeña escala, donde la parte reproduce al todo y viceversa
(Mandelbrot, 1982). En esa medida, se asume que los fenómenos humanos abordados
por la psicología clínica son complejos, porque al abarcar todas las dimensiones de la

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vida -biológica, psicológica, social, económica, política, geográfica, histórica, cultural,


etc.-, obedecen a los principios de indeterminación, incertidumbre y azar.

La visión analítica de la ciencia y las primeras teorías sistémicas presentan los niveles
de organización de la vida como si estuvieran encajados por tamaños, como las
muñecas rusas que se contienen unas a otras: átomos, moléculas, células, tejidos,
órganos, cuerpos, psiquismos, familias, grupos, sociedades. Pero los aportes de la
etología y la antropología muestran que la evolución de las cualidades emergentes de
estos niveles de organización no corresponde a esta representación. Por el contrario,
los principios de articulación propios de una visión reticular de la vida, permiten concebir
los ricos circuitos del espíritu –en el sentido batesoniano-, donde materia, energía e
información circulan en un continuo entre las manifestaciones somáticas, hormonales y
neuronales, los niveles de emergencia de las organizaciones colectivas y las
realizaciones comportamentales y mentales del humano en su ambiente (J. Miermont,
2007, p. 176).

En ese orden ideas, como afirman Francisco Varela y Gregory Bateson, la mente, en
cuanto objeto de estudio de la psicología, es una propiedad emergente, una de cuyas
consecuencias es el Sí mismo. Mi self existe porque me pone en interfase con el
mundo. No se puede decir “mi self, mi yo, está aquí, en este componente”. El self está
en la configuración y en las pautas dinámicas de relación, las cuales se concretan como
propiedades emergentes. Yo soy “yo” en las interacciones, porque ese “yo”,
sustancialmente, no existe; no está localizado en ningún lugar. Como propiedad
emergente, producida por una red subyacente, es una condición coherente que le
permite al sistema en el cual existe, interactuar en ese nivel de realidad, es decir, con
otros yoes o identidades de la misma clase.

Aunque la psicología clínica como disciplina es un ente epistémico con su propia


autonomía, también se está construyendo y reconstruyendo en la relación con el
entorno. Por lo tanto, su objeto va cambiando y se va ajustando a las exigencias del
medio, de manera que en ese proceso recursivo, esta disciplina responde a
circunstancias históricas y crea fenómenos sociales, en cuanto es a su vez un proceso
comunicativo que produce actores generadores de nuevos sentidos, a través de sus
mismas operaciones lingüísticas. Por lo tanto, tenemos que hacernos responsables de
las consecuencias éticas inherentes a la intervención y a la investigación en psicología
clínica, como copartícipes de la creación y de la disolución de los variados problemas
que son expresión del sufrimiento humano.

En síntesis, estaríamos asumiendo entonces que el propósito de la psicología clínica ya


no es analizar las diferencias individuales para saber en qué medida responden a las
exigencias del medio social, sino favorecer la autonomía de los sujetos y su proceso de
individuación en contexto ecodependiente. Es decir, en contexto vincular, donde los
problemas psicológicos serían interferencias a dicha autonomía, emergentes en
determinadas configuraciones relacionales, las cuales, en nuestro caso, se investigan
en cada trabajo de grado, conforme a la hipótesis central del proyecto Vínculos,
Ecología y Redes.

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2. Autonomía e Individuación

Si la finalidad de la psicología clínica es favorecer la autonomía y la individuación de los


sujetos en contexto, se requiere entonces explicitar estas nociones desde la perspectiva
de complejidad.

La autonomía es la capacidad de un sistema complejo para organizar por sí mismo sus


propios comportamientos, para autodeterminarse, constituir, organizar y administrar sus
propios recursos, y sobre todo para intercambiar signos de reconocimiento de esta
autodeterminación en los contextos vitales que habita y que contribuye a crear (J.
Miermont, 1995, p. 311).

Como se ha dicho, las ideas de libertad, autonomía, sujeto y actor, al proceder de la


experiencia subjetiva e intersubjetiva, fueron eliminadas por la ciencia positivista. Por lo
tanto propone E. Morin (1994, p. 281 y sgts.) una ciencia de la autonomía que se funda
en las nociones siguientes:

1> La vida es producto del juego del orden, el desorden, la organización, la


probabilidad y la improbabilidad, siendo en esta última donde surgen las
innovaciones que jalonan el devenir.

2> La auto organización es el agenciamiento de las relaciones entre componentes o


individuos que producen una unidad compleja organizada o sistema, para
constituir, mantener y preservar su autonomía relativa.

3> La autonomía sistémica-organizacional se comprende con base en los conceptos


de emergencia y retroacción. Las emergencias son las cualidades/propiedades
nuevas que emanan de la organización y que retroactúan sobre las condiciones
de su formación para preservar la perennidad del sistema; la retroacción es el
retorno de un efecto sobre las condiciones que lo han producido.

4> La vida opera a través de organizaciones activas, que tienen la capacidad de


autoproducirse y de autoorganizarse, generando así mismo su autonomía y su
existencia. Lo propio de la autoorganización es ser recursiva, es decir
causar/producir los efectos/productos necesarios para su regeneración.

5> La autoproducción o autopoiesis genera el ser y la existencia, al tiempo que


produce los insumos necesarios para ese ser y esa existencia. En otras
palabras, la noción compleja de autoorganización permite concebir seres
relativamente autónomos, pues siempre están sometidos a las necesidades y
azares de la vida.

6> Los seres vivos, autoorganizadores, son tanto sistemas cerrados que protegen
su integridad y su identidad, como abiertos a su ambiente, donde intercambian
materia, energía, información y organización. Por esto son seres auto-eco-
organizadores y en esa medida toda autonomía se construye dentro y por la

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dependencia ecológica, tanto natural como social y cultural, a través de estos


procesos también llamados autorreferenciales.

7> La autoorganización de los seres vivos opera por computación y comunicación.


La computación implica cálculo y operaciones lógicas para tomar decisiones, a
través de las cuales se funda en cada momento la autonomía de un
individuo/sujeto que computa en relación con el ambiente, teniéndose a sí mismo
como referente, es decir, en forma autorreferente y egocéntrica.

8> Los animales superiores disponen de un aparato neurocerebral complejo y eficaz


que elabora estrategias de conocimiento y de acción, el cual, al generar
situaciones de escogencia, toma decisiones. Esto implica, basar en la biología la
noción de individuo autónomo, dependiente tanto de su ambiente como de su
patrimonio genético, de modo que las posibilidades de libertad emergen de la
auto-eco-organización antroposocial.

Así, la individuación del ser humano, preso en una circulación biológica-simbólica


incesante, donde los territorios se transforman en mapas y los mapas en territorios,
depende al menos de los siguientes factores:

 La existencia de fronteras psíquicas en relación con el entorno, para distinguir el


adentro del afuera, lo propio de lo ajeno, mi yo de los otros.

 La distinción entre sujeto-predicado-objeto, la cual no es absoluta sino construida


en los sistemas de pertenencia familiares y sociales: ¿quién soy, qué hago, en
relación con quién, para qué?

 La capacidad para simular y memorizar los modelos relacionales consigo mismo


y con los demás. En forma paradójica, el sujeto individualizado integra una serie
de representaciones sobre los demás y sus estilos de relación, que lo conducen
a elaborar escenarios concientes e inconcientes, dentro de los cuales despliega
sus proyectos y decisiones.

 La aptitud para tener una autonomía personal suficiente, teniendo en cuenta que
la autonomía de un sujeto individualizado reposa sobre la paradoja de ser él
mismo, asimilando las reglas de sus sistemas de pertenencia biológica, familiar y
social (Miermont, 2005, p. 69).

Bien se podrían tomar las anteriores cuatro condiciones como criterios de “salud
mental”. De hecho, los más graves trastornos como la esquizofrenia, implican la
confusión de límites entre el yo y los otros; las adicciones son la imposibilidad de
afrontar por sí mismo las demandas de la vida y todos los conflictos conyugales y
familiares reflejan las inconsistencias entre los deseos individuales y los modelos y
pautas sociales de relación.

Vista así, la libertad no surge de una mezcla incierta de determinismo y de azar, sino de
las posibilidades de decisión y de elección, para lo cual se requiere un sujeto auto-eco-
organizador, capaz de computar y de reflexionar sobre las situaciones que afronta, de
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establecer escenarios y proyectos de acción, de decidir entre estos escenarios y de


llevar a cabo la acción elegida. Esta libertad supone tanto determinación como
indeterminación: la determinación organizacional interior y la determinación de los
eventos exteriores; una relativa indeterminación interior -la posibilidad de escoger entre
opciones- y la presencia del azar en el ambiente exterior, el cual permite la acción libre.
Así, la acción libre se apoya simultáneamente sobre el conocimiento y la utilización de
las determinaciones (estructuras constantes y leyes biológicas, psíquicas y
socioculturales) y sobre las posibilidades aleatorias que surgen en cada situación
(estrategia del sujeto/actor en contexto).

La libertad es entonces una emergencia y la autonomía una construcción incesante de


los individuos a partir de innumerables dependencias: necesitamos ser nutridos y
amados por los padres o cuidadores, aprender a hablar, a escribir, ir a la escuela y
asimilar una cultura cada vez más diversificada para tener autonomía. Por lo tanto, la
autonomía debe ser concebida en complementariedad con la dependencia y en esa
medida es solo comprensible en el terreno vincular.

Asumir la autonomía es en consecuencia una aventura riesgosa, de unión y de


diferenciación personal y grupal, donde cada uno deviene productor y producto de sus
organizaciones familiares y sociales. Así, el individuo en cuanto unidad semántica, gana
grados de libertad por la activación conjunta de sistemas de conocimiento individuales y
colectivos -del mundo, del otro y de sí mismo- y de procesos organizadores de la
comunicación en las variadas dinámicas vinculares donde participa.

Por eso, según dice E. Morin (1994, p. 286), “como sujetos estamos inscritos en la
biología, en la sociedad y en la historia; poseemos genes que nos poseen; nos
sometemos al destino de nuestra vida, forjándola en la experiencia; hacemos la
sociedad que nos hace y escribimos la historia que nos narra".

Por otra parte, la necesidad ininterrumpida de alimentarse y de proteger la propia


existencia, hace del ser vivo un actor ego-auto-céntrico, cuya actividad es de sí para sí.
Por lo tanto los actos del animal y del hombre (buscar, luchar, huir, combatir, etc.) no
deben ser vistos solo como comportamientos objetivos (conducta), sino como
comportamientos con finalidad (ethos) para sí y para lo suyos.

Este egoísmo es de construcción y de funcionamiento y corresponde a la naturaleza


ego-auto-céntrica y ego-auto-referente del ser humano, manifiesta siempre en forma a
la vez organizadora, cognitiva y activa. Es esta cualidad la que podemos llamar cualidad
de sujeto, noción que no reposa sobre la conciencia ni sobre la afectividad, sino sobre
el ego-auto-centrismo y la ego-auto-referencia, como lógicas propias de la organización
y de la naturaleza del individuo vivo, las cuales conllevan las siguientes consecuencias:

1> El ego-auto-centrismo implica el principio de exclusión: todo sujeto se toma como


centro de referencia y de preferencia; se afirma así en un lugar privilegiado y
único, donde es el centro de su universo y de donde excluye a cualquier otro
congénere. La ocupación de este lugar egocéntrico fundamenta y define el
término de sujeto, de modo que en su ser subjetivo, cada uno es único para sí
mismo.

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2> La ego-auto-referencia, equivale a la referencia sí mismo. Esto significa que el


sujeto se refiere a cada uno de sus razonamientos y decisiones como datos
objetivos y a sí mismo como punto de referencia de sus necesidades, intereses y
finalidades. La computación, en tanto conjunto de operaciones cognitivas,
permite decidir, actuar y organizar para sí, siendo estas las condiciones de
existencia del sujeto.

3> La ego-auto-trascendencia: significa que el sujeto, metiéndose en el centro de su


universo, supera de pronto el nivel de su existencia y rebasa el orden de su
realidad para reconocer la cualidad de seres de los otros existentes a su
alrededor. De esta forma, la recursividad entre autorreferencia, ego-auto-
centrismo y autotrascendencia confiere al sujeto su condición lógico-ética que le
permite asignar valores polarizados a su experiencia, en términos de
verdadero/falso, bueno/malo, útil/inútil, etc., con base en los cuales toma
decisiones para alimentar su autonomía y sus interacciones.

En consecuencia, la noción de sujeto incluye las dimensiones: lógica (referencia a sí);


ontológica (ego-auto-centrismo de donde resulta la auto-trascendencia), ética
(asignación de valor) y teleológica (ego-auto-finalidad) de un actor-jugador.

Si bien es la conciencia la que produce al sujeto, la experiencia como sujeto solo es


posible a través del lenguaje. Esto implica que cada individuo porta a la vez un principio
de exclusión del otro de su sitio de sujeto y un principio de inclusión de sí dentro de un
circuito relacional, sea la familia, el grupo o la comunidad, en cuanto unidades trans-
individuales y trans-subjetivas. Se da así una relación compleja, complementaria,
antagonista e incierta, que oscila entre el egoísmo para sí y el sacrifico por el hijo, el
grupo o la sociedad.

Por otra parte, el sujeto es a la vez egocéntrico y realista, pues para mantenerse vivo
eficazmente, requiere que egocentrismo, subjetividad y representación objetiva del
mundo vayan juntos.

3. Trastornos individuales y conflictos relacionales como interferencias a la


autonomía y a la construcción del sujeto

Todo lo dicho anteriormente, conduce a plantear que, desde esta perspectiva, los
llamados tradicionalmente trastornos psicológicos, son expresión del sufrimiento
humano por la imposibilidad de ejercer la autonomía en contextos vitales específicos,
donde hay conflictos, incoherencias, inequidades y desencuentros.

De hecho, la clínica familiar ha confirmado el papel de tales contextos en el surgimiento


y el mantenimiento de un amplio rango de síntomas, entendiendo que estos contextos
están ligados no solamente a las construcciones fantasiosas que el portador de los
síntomas elabora sobre su propia familia y esta sobre él, sino a las actuaciones reales
entre las personas involucradas. Porque, como ya se ha dicho, la psique emerge de una
diferenciación bio-psico-sociológica procesada a través del ecosistema familiar y, por

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otra parte, las unidades familiares y sociales se individualizan a través de las ficciones
míticas construidas por las personas que las constituyen.

Es decir, los trastornos complejos emergen y se mantienen en el plano vincular por una
perturbación de los sistemas de comunicación y de relación, de los sistemas de
creencias y de valores, de los sistemas de conocimiento y de reconocimiento que
habitualmente operan en la constitución de los vínculos y de los procesos de
autonomización.

Desde este punto de vista, la variedad de síntomas que son objeto de la intervención
clínica se asocia con la variedad de formas de organización de la interacción y de
significación de lo vivido, a través de rituales, creencias, mitos y epistemes en cuanto
operadores de los vínculos familiares y de los vínculos en los sistemas de ayuda. En
ellos se entrecruzan los niveles biológicos, psíquicos y sociales como redes complejas,
de modo que los síntomas serían signos reveladores de accidentes que surgen por la
evolución crítica de sistemas que no logran manejar intensas disonancias internas.
Estas disonancias repercuten sobre la autonomía de cada nivel de la vida implicado,
así: el quiebre del self de un portador de síntomas severos, arrastra la autonomía de
sus sistemas de pertenencia; por ejemplo, la aparición de graves problemas somáticos
o de comportamiento, inmanejables al interior de la familia, la obligan a acudir a otros
sistemas de ayuda que ocupan un rol de poder complementario en la relación, como
serían los sistemas médico, legal o psicojurídico. Los síntomas serían así
protuberancias accidentales, transitorias o duraderas, que comprometen sistemas de
vinculación que operan a veces en forma incompatible.

Esto ha conducido a organizar los problemas objeto de investigación en este proyecto


con base en tres criterios relacionados: 1) la unidad de cambio donde se intervienen; 2)
el tipo de síntomas que se convierten en motivo de consulta y que definen la unidad de
supervivencia amenazada, y 3) el grado de severidad y complejidad de los problemas.
Se eligieron estos criterios porque se asume que los efectos relacionales que surgen
entre consultantes, familias y equipos terapéuticos e institucionales en la constitución
del sistema de ayuda que ellos configuran, varían de acuerdo con tales criterios.

En la intervención clínica sistémica, una unidad de cambio supone la interacción entre una
persona o un grupo que pide ayuda y una persona o un grupo de operadores del cambio o
agentes de intervención, diferenciados y organizados por profesiones. La unidad de
cambio que se crea en los sistemas de ayuda, depende no solo de la naturaleza del
problema en cuestión, sino de la manera como consultantes y profesionales definen la
unidad de supervivencia amenazada: el individuo, la pareja, la díada madre-hijo, la familia
nuclear o extendida, la red, la comunidad, etc.

La unidad de sentido puede entenderse como un sistema cibernético global que


organiza la información generada por la interacción dinámica entre los diversos
subsistemas que entran en juego en los sistemas complejos. Un sistema cibernético es
un todo integrado cuyas propiedades esenciales surgen de las relaciones mutuamente
condicionantes entre sus partes. Es decir, en el momento en que dos personas
establecen una relación, aparece un fenómeno que es imposible reducir a una de ellas.

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Una relación es diferente de los elementos que las personas que interactúan aportan a
ella y sólo puede ser comprendida desde un nivel superior de observación y análisis.

Así uno llegue a comprender todos los detalles de cada historia de vida separadamente,
su dimensión suprapersonal no se revelará en una lectura individual. Si cada sistema
emerge y se mantiene a través del establecimiento de una relación de complejidad
creciente, se comprende cómo una pequeña intervención puede movilizar un cambio
significativo de gran magnitud. Visto así, todo proceso de ayuda a la familia implica la
formación de un nuevo sistema, cuyos componentes y conexiones van estableciéndose
a medida que se organiza la relación entre agentes y consultantes, en función del
cambio de la situación insatisfactoria.

Se parte entonces del supuesto de que la instancia adonde acuden las familias o sus
miembros a solicitar la ayuda, adquiere el rol de marcador de contexto que define la
naturaleza del problema y las personas que se incluirán en el proceso tendiente a
solucionarlo (A. Hernández C., 2005).

Así, en el contexto médico, el problema es definido como una enfermedad y se explica por
la sumatoria de factores etiológicos bio-psico-sociales, uno de los cuales son las
relaciones familiares. Por lo tanto aquí la búsqueda de la intervención familiar es con
mucha frecuencia una alternativa ante el fracaso del tratamiento farmacológico y de la
psicoterapia individual.

En el contexto psicojurídico, el problema relacional se define como una amenaza a los


derechos de los afectados, dentro de una noción de victimización y con una concepción
del cambio como resarcimiento. La intervención familiar debe conducir entonces a una
negociación que satisfaga los derechos a la protección, al respeto y al afecto, aunque, en
general, para iniciar el proceso asisten por separado a hacer cargos y descargos el
acusador y el acusado, o mejor, la víctima y su victimario, sin que sea el contexto propicio
para el cambio individual e interaccional, pues predominan el control, la contención y la
sanción.

En el contexto escolar los motivos de consulta son casi siempre problemas de


adaptación a las exigencias de la institución educativa y las explicaciones etiológicas
generalmente llevan a referir el caso a intervención familiar porque se cree que el
funcionamiento familiar “causa” que el niño sea “malo” o “enfermo”.

Estas definiciones del problema donde predomina un pensamiento causa-linealista, no


favorecen la inclusión de la familia como todo en el sistema de ayuda. Porque si con
esta lógica se considera que el comportamiento individual es causado por el grupo
familiar, no es posible ver al individuo y la familia como un todo complejo, cuya dinámica
incesante los produce en forma simultánea como dos dimensiones interdependientes
que no son más que dos facetas de la vida, por esencia interaccional y autopoyética,
como se ha venido diciendo.

La severidad y la complejidad de los síntomas dependen de la conjugación de los


factores siguientes:

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1) Los riesgos vitales que implican.

2) La multifactorialidad que las configura: asumiendo que el sufrimiento es


simultáneamente físico, neuronal, emocional, familiar, social, etc., la inclusión de
todos esos factores en el tratamiento exige competencias especializadas y
metodologías diversas que no se acoplan de manera espontánea. Por ejemplo,
el tratamiento de la obesidad mórbida, el autismo, la depresión, los problemas
de aprendizaje, la violencia conyugal, etc., requieren de la participación de
diversos profesionales, quienes despliegan sus correspondientes formas de
intervención, no necesariamente de manera coordinada.

3) Las interferencias al proceso de autonomización de los sujetos portadores


de los problemas: los trastornos complejos tienen un efecto tiránico que subyuga
a los protagonistas del sistema; se altera la distinción entre el self individual y el
self familiar; no se pueden cumplir ciertas tareas que aseguran la
independencia, permiten satisfacer las propias necesidades y suponen la
integración de las reglas sociales no; la autodeterminación y el reconocimiento
de las restricciones sociales pueden estar ausentes o conectados de forma no
funcional.

4) La intensidad de los síntomas, como expresión de una situación de crisis que


amenaza la identidad y la integridad de las personas y de los grupos familiares y
sociales. Esta intensidad se expresa en forma de variados sentimientos -culpa,
rabia, vergüenza, etc.-, manifiestos en la interacción como acusaciones,
amenazas y francas agresiones, cuya fuerza puede poner en peligro la vida de
los portadores y de las personas a su alrededor.

5) La cantidad de actores individuales e institucionales y en esa medida, de


escenarios sociales o de unidades de sentido involucradas en la generación y en
la solución de los problemas. Porque como lo confirman los trabajos de grado,
base de este análisis, los procesos de vinculación que se configuran en los
sistemas de ayuda inciden directamente en el curso de la evolución de las
situaciones abordadas.

4. Espectro de problemas de investigación/intervención según las unidades de


cambio involucradas, los tipos de síntomas y su severidad

El espectro de los problemas y contextos abordados en las tesis permite diferenciar las
unidades de cambio correspondientes a los distintos contextos de ayuda, tal como
aparece en la figura 1. Se muestra allí una secuencia de progresiva complejidad en
cuanto a la cantidad y la magnitud de unidades de supervivencia y de cambio
involucradas ante la aparición de un problema; desde aquellos que se condensan
claramente en un individuo portador de síntomas físicos o psicológicos, para pasar
luego a los problemas propios de las relaciones conyugales y parentales, los cuales
pueden resolverse en el contexto más íntimo de la psicoterapia, o requerir la
participación de instituciones de control jurídico y de protección social, como sucede en
los casos de maltrato conyugal o infantil, abandono y adopción de los hijos. En el

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extremo estarían los problemas que surgen en la intersección de varios subsistemas del
gran sistema social, como son los efectos del conflicto armado que viven por una parte
los agentes del Estado y por otra los desvinculados de grupos armados irregulares.

Fig 1. Espectro de problemas y de unidades de supervivencia y de cambio

Trastornos Relaciones
Relaciones
Trastornos Trastornos
Trastornos Violencia
Violencia Familia-
Familia- Efectos
Efectos
Conyugales y
Problemas físicos
físicos psicológicos Conyugales y
psicológicos Abuso
Abuso Escuela
Escuela conflicto
conflicto armado
armado
parentales
parentales familiar
familiar

Unidad de
Familia Sociedad
supervivencia Individuo Pareja Instituciones Instituciones
amenazada
Familia Escolar Familias
Protección Individuos

Modelo médico
Epistemes
dominantes Intervenciones psicológicas, psicoterapéuticas y psicoeducativas
Sistema psico-socio-jurídico

Portador del problema


Unidades Pareja, padres, familia
de cambio
activadas Responsable de la intervención: médico/ psicoterapeuta/ psicólogo/ defensor/ educador
Equipos técnicos multidisciplinarios

El análisis de las observaciones que reportan las tesis permite apreciar efectos
vinculares específicos en la relación portador del síntoma-familia–tratantes,
correspondientes a los diversos tipos de problemas contemplados. Esas especificidades
se aprecian en las competencias epistémicas de los equipos tratantes, en los procesos
de ritualización y en las producciones míticas existentes y emergentes a través de la
metodología aplicada de investigación-intervención, cuya ampliación es el objeto de los
capítulos siguientes.

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