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Un enfoque psicoanalítico
Introducción
Los Estudios de Género, surgidos en la década de los 80, en el seno de las corrientes
feministas y las Ciencias Sociales, se han constituido en un campo de conocimientos
en el que confluyen varias disciplinas (psicología, antropología, historia, sociología,
lingüística, filosofía, etc.) cuyo objetivo es el estudio, a partir de la desigual ubicación
de mujeres y varones en la sociedad patriarcal, de cuáles han sido las condiciones
socio históricas de la producción de las subjetividades sexuadas, así como investigar
las marcas que dicha desigualdad, ha producido en la subjetividad de varones y
mujeres. El género, como categoría de análisis es siempre relacional, lo que permite
analizar las relaciones entre los géneros, así como la circulación de poder entre
mujeres y varones. Pone de relieve, asimismo, las variaciones históricas y culturales
sobre las categorías femenino y masculino, haciendo visible que aquello significado
como "natural" o "escencial" de cada género, es en realidad producto de la cultura.
Se constituye entonces, tanto en una categoria válida para el análisis social, pero
asimismo por su carácter relacional, en una categoria psicológica para el estudio de la
subjetividad.
Psicoanálisis e interdisciplina
Los Estudios de Género mostraron a los psicoanalistas que estuvieron abiertos a nuevos
conocimientos, la necesidad de incluir dentro de la teoría y la práctica, aquellas
investigaciones que iban más allá de sus propias fronteras disciplinarias. Estos
psicoanalistas, comenzaron a integrar los aportes de otras ciencias, sin perder su
especificidad acerca del estudio del inconsciente, del deseo, de la sexualidad, del
aparato psíquico. Es así, que la Antropología, Sociología, Psicología Social, Psicología
Experimental, Biología, Historia, entre otras, empezaron a ser escuchadas.
Los estudios intertextuales dentro del psicoanálisis, dieron paso a los estudios
interdisciplinarios.
Las concepciones de salud mental, tiene bases ideológicas, políticas, sociales y sexistas
en diferentes sociedades y clases (E. Carril; R.Allegue, 1999).
Como sostienen Basaglia y Basaglia Ongaro (I973), también sobre la salud mental se
ha utilizado una "ideología de la diferencia" que asegura la marginación social de
aquellos que no entran dentro de la norma.
Así como hay mitos que dificultan y oscurecen la comprensión y la complejidad del
psiquismo, la invisibilizacion de perspectivas que ubican al hombre y a la mujer
dentro de categorías naturales, esenciales y ahistóricas, atraviesa las teorías y los
recursos tecnológicos (E. Canil;R. Allegue, 1999).
Salud y enfermedad se han regido en nuestra cultura por parámetros no solamente
clasistas sino también sexistas Hasta hace poco más de dos décadas, el ser mujer u
hombre no se constituía en un factor de diferenciación al momento de estudiar ya
fueran los aspectos normales como patológicos de la mente. Se hizo necesario la
revisión de salud mental de hombres y mujeres, desde una perspectiva que tenga en
cuenta las determinaciones de la pertenencia a uno u otro género en los procesos de
socialización y aculturación. Dicha revisión mostró que la producción de malestares
se vinculan con las relaciones de poder intra e intergénero y sus efectos, con la
violencia entre los géneros y con las diferentes prácticas en la vida cotidiana (Carril;
Allegue, 1999). Todo esto constituye condiciones de vida enfermantes, tanto para
varones como para mujeres.
Mujer y salud mental es aún un campo en construcción (M.Burín, 1990) pero que
cuenta ya con una abundante producción teórica, así como investigaciones que dan
cuenta de cómo la desigual ubicación de las mujeres en la sociedad patriarcal, han
determinado una forma específica de enfermar. El capítulo varones y salud es casi
inexistente en la bibliografía actual y más aun en el ámbito de la Salud Mental. La
creencia social en la "normalidad" de los varones (y la correspondiente anormalidad y
patologización de las mujeres) parece ser aún la regla. Frente a las evidencias, el
comportamiento masculino sigue siendo visto como el ideal de salud, madurez y
autonomía, quedando invisibilizadas y por tanto, innombradas las anormalidades,
enfermedades o psicopatologías propias de los varones en tanto tales.
Psicoanalisis y genero
Las fantasías que sostienen las prácticas sexuales son producto de complejos
entramados que no dan cuenta solamente de la ubicación del hombre.y la mujer en la
cultura. El género, está presente desde el inicio del desarrollo, identidad construida en
las relaciones intersubjetivas. El fantasma de género es parte constitutiva de las
fantasías sexuales, componente obligado del fantasma del hijo/a que toda pareja de
padres posee, despliega e implanta en el cuerpo y la mente del recién nacido y que
acompañará la relación con el mismo toda la vida (E. Dío Bleichmar, 1997). La
femineidad y la masculinidad, se constituyen en la intersubjetividad y en la
interacción (Allegue; Carril, 1 998).
Las psicoanalistas que han trabajado con la variable del género, han efectuado una
deconstrucción crítica de muchos de los postulados "fuertes' del psicoanálisis sobre
todo en 1o referente a la sexualidad femenina, auténtico "punto ciego" de la teoría
clásica. De esta manera, conceptos como la masculinidad inicial de la niña, envidia del
pene, universalidad del complejo de castración, maternidad como destino último y
esperado para el logro de una femineidad "normal", han sido revisados y se han
propuesto nuevas explicaciones.
Son varias las consecuencias teóricas que la inclusión del género como variable, han
tenido dentro de la teoría psicoanalítica sobre la subjetividad femenina y/o masculina:
-Envidia del pene, ya no como la "roca viva", sino como etapa, fase o momento del
desarrollo psicosexual de la niña. Angustias propiamente femeninas.
Consecuencias clinicas
Las corrientes dentro del psicoanálisis que consideran al género como herramientas
de trabajo y comprensión de la subjetividad, son absolutamente minoritarias.
Este estado de cosas, tiene una larga historia que comienza con la conflictiva relación
entre el feminismo y el psicoanálisis y que después continuará con el psicoanálisis y
los estudios de género. El feminismo y el psicoanálisis, son corrientes nacidas a fines
del siglo XIX y a pesar de los desencuentros han tenido puntos en común: inscribirse
dentro del pensamiento crítico y tener a la diferencia sexual como eje de sus estudios e
investigaciones. (S.Tubert).
Esto remite a especificar, que el problema no son los rasgos particulares de los/as
psicoanalistas o de las instituciones, sino como sosteníamos, el pensar al psicoanálisis
como una teoría completa. Hay un modo de producción teórica que impide pensar de
otra manera, por lo cual el trabajo de deconstrucción teórico-clínico se enfrenta a una
verdad establecida, a un gran relato difícil de mover(Allegue; Carril, 1998) En lo
referido al género, las teorizaciones hechas sobre la naturalización del patriarcado y
una lógica binaria (que excluye y/o inferioriza las diferencias) tiene consecuencias
políticas y epistemológicas respectivamente. A nuestro entender, las consecuencias
más graves son las que aparecen en la clínica: hombres y mujeres no pueden ser
escuchados en sus sufrimientos de género.
Es bastante frecuente que se nos interpele acerca del significado de incluir la categoría
del género en nuestro trabajo clínico.
Las respuestas parecen bastantes simples: nuestro trabajo toma por un lado los
conflictos psíquicos, tal como aparecen en sus distintas instancias y determinados por
las circunstancias histórico biográficas de nuestras pacientes; por otro lado
articulamos esta conflictiva en el vasto campo de la problemática que incluye al
género sexual.
Esta "aparente" simplicidad implica:
-Una visión del ser humano desde varias dimensiones y que coloca a la subjetividad
sexuada en el centro del campo analítico.
-La visibilidad de la ideología del terapeuta y sus efectos en el campo de la
transferencia, así como en sus intervenciones.
Los estudios basados en la categoría de género han recorrido un largo camino desde las
tempranas y decisivas investigaciones de Stoller(1) y Rubin(2). Surgidos a partir de la
década del ‘60, recorrieron un trayecto epistemológico en dos sentidos simultáneos. Por
una parte, se abocaron a una crítica sistemática de las nociones convencionales acerca
de lo masculino y lo femenino que circulan no sólo en los discursos de sentido común,
sino también en aquellos que se designan como científicos y que, de una u otra forma,
han proporcionado las explicaciones que asumimos como "legítimas" y/o "verdaderas"
acerca de las diferencias sexuales y sociales entre varones y mujeres.
En constante crecimiento y difusión mundial, estos análisis se han ocupado de develar y
cuestionar las premisas biologistas, esencialistas y universalistas con las que se han
concebido estas diferencias, así como la lógica binaria y jerárquica en las que se
apoyan; de problematizar la exclusión, silenciamiento o tratamiento sesgado de la
condición de la mujer en los principales cuerpos de teoría y en la información que
"dice" de lo social; de explicar y proponer cambios respecto de los diversos dispositivos
sociales que participan en la construcción de una jerarquía entre los géneros en la que
las mujeres y lo femenino ocupan el lugar devaluado, discriminado, subordinado u
omitido.
Otra característica central de esta primera fase fue el centramiento de los estudios de
género en la interpretación y denuncia de la condición discriminada o subordinada de la
mujer, negando o ignorando que en su sentido más cabal, género, alude a una relación
de poder social que involucra tanto a las mujeres y lo femenino, como a los varones y lo
masculino.
Como decía ya hace unos cuantos años Sandra Harding(8), es necesario aceptar y
aprender a ver como un recurso valioso la inestabilidad de las categorías analíticas
creadas y utilizadas por la teoría feminista.
De ahí que hoy sea posible establecer, como lo plantean Linda Nicholson e Iris
Young, una genealogía de las concepciones de género, en la que hay fases y recorridos
que demuestran la interrelación del pensamiento feminista con las corrientes teóricas
dominantes en distintos momentos: funcionalismo, marxismos, diversas escuelas dentro
del psicoanálisis, postestructuralismo, postmodernismos, etc. Estas genealogías son
importantes para demostrar que las propias categorías analíticas elaboradas y/o
utilizadas profusamente por el feminismo (género, patriarcado, división sexual del
trabajo, ámbito privado vs. ámbito público, etc.) no han escapado a la crítica, a las
transformaciones de sentido, e incluso a su rechazo por la misma comunidad intelectual
que se constituyó a su alrededor.
Principales líneas de debate, las tensiones en torno al género que priman en los trabajos
contemporáneos, que demuestran que no hay una teoría de género sino varias.
f) el progresivo giro hacia utilizar el género como una categoría de análisis de todos
los procesos y fenómenos sociales en lugar de reducirlo a una cuestión de
identidades y roles, al tiempo que viene creciendo desde el influjo de estudiosas
negras, latinas o de otros grupos minoritarios, el reconocimiento de la heterogeneidad
interna a la categoría y la necesidad por lo tanto de comprender las diversas formas en
que se articula en cada contexto con otras posiciones sociales como etnia, clase, edad,
orientación sexual, etc. En este aspecto son especialmente interesantes las
contribuciones de la así llamada corriente de feminismo "postcolonial" que plantea
como la subjetividad emerge de una compleja interrelación de identificaciones
heterogéneas situadas en una red de diferencias desiguales. En este sentido, habría que
pensar el proceso de subjetivación en términos de una trama de posiciones de sujeto,
inscriptas en relaciones de fuerza en permanente juego de complicidades y resistencias.
Esto es diferente a suponer que existe una identidad de género definida, unitaria, que en
forma sucesiva o simultánea se articula con una identidad de clase o de raza, con las
mismas características.
g) la crítica de la concepción de género basada en los roles sexuales que ya
anticipáramos, así como también, de la idea de que exista un sujeto o identidad
personal anterior al género. En contraste se asume la simultaneidad de la construcción
sujeto género, o en otros términos, el proceso de engenerización como una dimensión
fundante del proceso de subjetivación.
En suma, en los últimos años el género ha dejado de ser una noción "llave" para
explicar todos los procesos y fenómenos relativos a la situación social de la mujer, una
contraseña inobjetable de la comunidad intelectual y política ligada al feminismo, para
convertirse en el centro de una controversia que de una u otra manera va construyendo
una "genealogía política de las ontologías del género". Ello puede llevar a rechazarla de
plano como ocurre en el caso de algunas autoras postmodernas como Braidotti y
Cornell. La primera plantea las limitaciones del concepto de género para explicar la
formación de la subjetividad femenina y masculina, debido a su fuerte connotación
sociológica y a la idea de que esta se reduce a una cuestión de roles impuesta desde la
sociedad. Este enfoque simplista no toma en cuenta que la subjetividad se construye en
y a través de un conjunto de relaciones con las condiciones materiales y simbólicas
mediadas por el lenguaje, lo cual requiere aceptar, entre otros aspectos, que toda
relación social, incluida la de género, clase o raza, conlleva un componente imaginario.
Por ello opta por utilizar la noción de diferencia sexual con la cual afirma la centralidad
de la división sexual en la formación de la cultura humana, cultura sustentada en un
orden simbólico de primacía fálica que ha expulsado lo femenino, salvo como objeto
fantasmático del deseo masculino. Como su posición puede ser vista como esencialista,
Braidotti aclara que hablar de diferencia sexual en lugar de género tiene el sentido de
evitar caer en las trampas de la lógica falocéntrica que exige de las mujeres soportar la
carga de la inexistencia, la falta, o en el otro extremo, alcanzar la posición de sujeto a
partir de su homologación con el varón. Otras autoras, sin ser tan radicales, plantean no
obstante, la necesidad de la "implosión" de la categoría de género tal como ha sido
utilizada hasta ahora, para hacer emerger las múltiples posiciones de género que se
derivan de un proceso de subjetivación atravesado por relaciones de poder asimétricas,
relativas a la etnicidad, raza, clase, edad, orientación sexual, entre otras.
Ahora bien, pese a sus diferencias, cualquiera de las posiciones antes esbozadas
coinciden -hoy por hoy- en admitir que el género no es una propiedad de los sujetos ni
es un constructo fijo y terminado, condenado a una perpetua repetición. Ello abre la
fascinante posibilidad de colocarnos frente a la "cuestión de género" desde una posición
diferente a como lo hicimos décadas atrás. Nos impulsa a detectar y explicar cómo los
sujetos se en-generan en y a través de una red compleja de discursos, prácticas e
institucionalidades, históricamente situadas, que le otorgan sentido y valor a la
definición de sí mismos y de su realidad.
Las nociones de sujeto y subjetividad parecen haberse instalado, como una referencia
insoslayable en gran parte de la producción feminista contemporánea.
De ahí que podamos afirmar como lo señala Manuel Cruz(24) que la cuestión del sujeto
se ha constituido en un "genuino espacio de intensidad teórica"; en el que convergen y
confrontan diversos discursos tributarios de tradiciones intelectuales y disciplinarias
notablemente disímiles. Así según Cruz, mientras que para los sociólogos la noción
prevalente de sujeto se emparenta con la de individuo y su interés principal pasa por
determinar sus rasgos característicos en cada contexto social, la preocupación de los
antropólogos se centra en reconocer de que manera cada cultura adjudica a alguien su
condición de persona; los éticos se sirven de la noción de identidad moral; algunos
filósofos contemporáneos se ocupan preferentemente de la relación del sujeto con la
conciencia de sí y el psicoanálisis, por último, devela los procesos inconscientes
operantes en la constitución de la subjetividad y en su funcionamiento.
La segunda etapa se iniciaría con Hegel, Marx y Freud llegando hasta Adorno, Foucault,
Deleuze, Guattari y Derrida. Se caracteriza por la deconstrucción sistemática de la
noción de sujeto metafísico, autónomo racional, origen de la palabra y de la acción, para
colocar en su lugar la idea de un sujeto descentrado y sujetado a las condiciones
sociohistóricas e inconscientes.
Mas allá de sus diferencias, estos intentos parecen responder a una demanda de las
sociedades actuales por refundar una ética que rescate o cree un nuevo horizonte
normativo superador tanto del dogmatismo como del relativismo absoluto y justificador
del individualismo de las sociedades postavanzadas.
El que acordemos que el sujeto sea construido no supone necesariamente que las
premisas desde las cuales entendemos cómo se produce esa construcción sean
compartidas. Incluso algunas autoras denuncian a la teoría feminista contemporánea de
un "abuso del construccionismo".
Al igual que la noción de sujeto, la de subjetividad está cargada de una polisemia que no
es ajena a las intenciones generalmente no explicitadas de quienes la utilizan y que por
lo demás impide, por el momento, formular una definición omnicomprensiva "que reúna
todas las acepciones".
En algunos casos remite a una abstracción, pero en muchos otros su uso refiere a
características psicológicas o emocionales de las personas; una suerte de interioridad,
y/o una energía vital.
Ortega "No existe una definición precisa de subjetividad y quizás tampoco debiéramos
buscarla. Es una definición por hacerse, procesal y provisoria, esto es temporal, o sea
tan histórica como hipotética".
Cuando se recurre a este concepto entendemos que, de una u otra manera, está en juego
lo que Lopez Petit llama el residuo del proceso de subjetivación, es decir, la
singularidad, el particular tejido de las hebras que componen cada biografía, la densidad
de la vivencia del sí mismo.
Pero una cosa es reconocer estos deseos y descifrar sus motivaciones y otra,
sustancializarlo como se ve en no pocas teorías psicológicas y filosóficas, suponiendo
que cada uno tiene una identidad, y aún más, afirmar que uno es eso que dice ser y no
otra cosa. O que en nombre de una identidad universal, logofalocéntrica como diría
Derrida, o etnocéntrica o feministocéntrica, se imponga compasivamente un modelo
único de vivir, pensar y sentir.
Para otros autores como Ortega no es necesario renunciar a la identidad (se refiere en
este caso a las identidades colectivas y en especial a la identidad latinoamericana) pero
sí subvertir su codificación autoritaria, las imágenes unívocas de nación y ciudadanía,
sin aceptar tampoco caer en el relativismo extremo.
Hay que convenir que estas controversias en torno al sujeto y en especial sobre las
características deseadas y rechazadas, actuales o potenciales del sujeto femenino y
feminista se despliega una riquísima producción de ideas que mantienen vibrante el
debate teórico. En ese marco, y como ya venimos anticipando, algunos grupos de
intelectuales optan, -por convicción teórica y/o táctica política-, por afirmar y
revalorizan la especificidad de las vivencias y experiencias de las mujeres, su diferencia
radical de la identidad y cultura masculina, su identidad colectiva como mujeres. Otras,
por el contrario, insisten en denunciar la alienación de la experiencia femenina en los
espejos patriarcales, y preservar como meta emancipatoria la búsqueda de la igualdad
social como condición necesaria para el surgimiento de una nueva diferencia.
En nuestro criterio, una cosa es la lucha política para reivindicar una identidad negada, o
en otras palabras asumir una política de la identidad, y otra cosa es que, en ese gesto se
renuncie a deconstruir la propia noción de identidad que moviliza esa acción, lo cual
corre el riesgo de establecer nuevos dogmatismos esencialistas.
Advertencia que hace Braidotti(47) sobre la propuesta utópica de algunas corrientes del
"feminismo de la diferencia" cuando reivindican la afirmación de "lo específicamente
femenino" como la posibilidad de hacer emerger un nuevo régimen de verdad, sin
cuestionar la relación de poder en la que este se ha constituido como tal. Al respecto
considera que esta utopía es sumamente peligrosa políticamente e incorrecta
teóricamente. Representa a la Mujer como LA clase revolucionaria auténtica y crea una
ilusión de dominio y transparencia de la subjetividad inadmisible.
Con ello se refiere al ansia de quienes vivimos en esta época inmersos en el vértigo de
lo efímero y retraídos o acorralados en el "yo plano" del individualismo narcisista, por
"hacerse de una trama nueva de experiencias que nos ofrezca la posibilidad de conservar
y de innovar; una necesidad de reconocerse en y a través de la memoria para poder
articular nuestro presente y ordenar nuestro hacer y padecer".
Visto desde otro ángulo, este anhelo de subjetividad puede leerse como una reacción a
las profundas transformaciones de las identidades colectivas (nacionales o sectoriales),
la ruptura de las fronteras políticas, el surgimiento de nuevos sujetos sociales y nuevos
conglomerados supranacionales que han socavado los emblemas identitarios
tradicionales, colocando a las sociedades actuales ante alternativas dramáticas. Crear o
recrear, desde la nostalgia y/o el furor identidades sectarias, como se ve en el
resurgimiento de los fundamentalismos; o aprender a revertir la tentación de afirmar el
"uno" bajo el modo de la exclusión del otro, reconociendo en el sentimiento de
identidad, como dice Mouffe, la multiplicidad de elementos que lo constituyen, así
como su contingencia e interdependencia.
Desde distintos enfoques y disciplinas, en nombre de la subjetividad, se advierte una
preocupación de los/as intelectuales por comprender y proponer alternativas al malestar
que aqueja al sujeto de fin de siglo. Profundamente inquietante, en gran medida
inesperado, e inasible con nuestras categorías habituales de desciframiento de la
realidad, excede como dice Bleichmar la "cuota" de malestar en la cultura que toda
sociedad debe aceptar en razón de las renuncias pulsionales que hacen posible la
convivencia con otros seres humanos. Se trataría, en todo caso, como ya lo adelantaba
Marcuse, de una suerte de "sobremalestar o malestar sobrante" efecto de relaciones de
poder injustas que obliga a resignar aspectos fundamentales de la existencia.
El género como categoria del campo de las ciencias sociales, es una de las
contribuciones teóricas mas significativas del feminismo contemporáneo. Aunque como
explicación aparece en 1949 en El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir, con la celebre
declaracion: “Una no nace, sino que se convierte en mujer”, no es sino hasta los años
setenta que el genero cobra consistencia en el mundo intelectual feminista.
Al registrar las formas en que mujeres y hombres son percibidos por un entorno
estructurado por la diferencia sexual, las teoricas feministas, a pesar de sus diferencias,
conceptualizan el genero como el conjunto de ideas, representaciones, prácticas y
prescripciones sociales que una cultura desarrolla desde la diferencia anatómica
entre los sexos, para simbolizar y construís socialmente lo que es propio del hombre
(lo masculino) y lo que es propio de las mujeres (lo femenino).
Un aspecto relevante en el debate de Hawkesworth y los otros autores es la forma en
que se manifiesta el traslape conceptual entre genero y diferencia sexual: como ausencia
o silencio, como confusion y negacion.
En la actualidad muchos de los problemas del feminismo derivan de hay fallas en el uso
de conceptos.
Hay que analizar el género desde lo intercultural pero también desde lo “inconsciente”,
el cual juega un papel crucial.
El fantasma de la biología
Hawkesworth toma 4 textos clasicos: los de Suzanne Kessler, Wendy McKenna, Robert
Connel, Judith Butler y Steven Smith.
Todos estos autores comparten un problema comun: sus errores reduccionistas y
funcionalistas los llevan a armar narrativas que implican al genero en la “ideologia de
procreación”. Por ideologia de procreación Hawkesworth toma la definición de Barret:
concepciones de sexualidad que constituyen el comportamiento sexual solo en relacion
con la reproducción. Ella desconfia del determinismo biologico que “reduce cada acto o
motivación a una cuestion de aptitud reproductiva”. Por ello es comprensible su temor a
reconocer que el genero está constituido tomando como referencia la biologia.
La superficie del cuerpo, esa envoltura del sujeto, es simbolizada en dos ámbitos:
psíquico y social. La representación inconsciente del cuerpo necesariamente pasa
por el imaginario e incorpora elementos de lo simbólico. La representación social
se arma a partir de lo simbólico y lo cultural. La triada lacaniana de los tres
registros de la realidad humana (simbólico, imaginario y real) plantea un nudo
borromeo; no hay división clara entre lo biológico, lo psicológico y lo social. La triada
es una concepción estructural que elimina esas dicotomias y la figura del nudo
borromeo representa la intrincada complejidad de la relacion entre los tres ordenes. Para
esclarecer los procesos psiquicos y culturales mediante los cuales las personas nos
convertimos en hombres o mujeres dentro de un esquema que postula la
complementariedad de los sexos y la normatividad heterosexual, hace falta una
perspectiva psicoanalitica. A pesar de su preocupación por la reglamentación
heterosexista, Hawkesworth plantea de forma muy superficial la cuestión de la
orientación sexual, como si la homosexualidad y la heterosexualidad fueran el
resultado de prescripciones culturales (género) y lo psíquico (diferencia sexual) no
tuviera nada que ver.
La construcción social de los deseos, discursos y prácticas entorno a la
diferencia entre los sexos apunta a una integridad de mente/cuerpo que cuesta
concebir. El psicoanálisis que supera la concepción racionalista mente/cuerpo,
concibe la diferencia sexual como cuerpo e inconsciente. Para el psicoanálisis es
imposible hacer un claro corte entre la mente y el cuerpo, entre los elementos llamados
sociales o ambientales y los biologicos: ambos estan imbricados constitutivamente.
El psicoanálisis rebasa las dos perspectivas – la biológica (el sexo) y la sociológica (el
género) – con la que se pretende explicar las diferencias entre hombres y
mujeres, pues plantea la existencia de una realidad psíquica, muy distinta de una
esencia biológica o de la marca de la socialización. Pero ante la proliferación de
escuelas psicoanaliticas, hay que precisar de que psicoanalisis se esta hablando. En la
reflexión feminista se manifiestan dos escuelas: la americana que trabaja con el género
y las relaciones de objeto, y la escuela lacaniana. El feminismo norteamericano ha
desarrollado un psicoanalisis sociologizado, que lo lleva a pensar que lo que está en
juego primordialmente son los factores sociales y, por tanto, el genero, con su diferente
“potencial de relacion” entre los sexos.
Esta corriente de psicoanalistas norteamericanas plantea que las personas están
configuradas por la historia de su propia infancia, las relaciones de su pasado y del
presente dentro de la familia y fuera de ella. Para ellas, la diferencia sexual se reduce a
las diferencias de sexo y su concepción de lo psíquico las lleva a considerar las
relaciones sociales de un modo muy simplista, como si el principio de igualdad
fuera a modificar el estatuto de lo psíquico. Si bien es urgente una alteración crucial de
las relaciones sociales, es paradojico tomar lo social como el factor determinante de lo
psiquico. La posibilidad de incidir en la politica se potencia justamente cuando se
comprende la diferencia entre el ambito psiquico y el social.
Por otra parte, las psicoanalistas inglesas lacanianas fueron quienes insistieron en la
necesidad de utilizar la teoría psicoanalítica. El grupo feminista nucleado alrededor de
la revista m/f se propuso escudriñar los planteamientos feministas socialistas y
mostrar como el discurso da forma a la acción y hace posibles ciertas estrategias. Este
grupo desarrollo un proyecto deconstructivista en el sentido más amplio del término y le
negó una especificidad fundante al feminismo al cuestionar la idea de la mujer. Aunque
su adhesión al psicoanalisis le ganó acusaciones de elitista e indiferente a las urgencias
politicas, m/f difundió las ideas psicoanaliticas para la teoria feminista.
El feminismo anglosajón habla sobre género, sin embargo son pocas autoras que
han reflexionado sobre la diferencia sexual. Ante la regulación de los cuerpos por
medios politicos y legales, mucho del actual discurso feminista ha tomado como punta
de lanza de su lucha el respeto a la diversidad. Pero de manera voluntarista en que se
formulan muchas demandas y analisis, como los relativos a la “preferencia sexual”,
difumina la distinción biologica entre macho/hembra y, peor aun, ignora la complejidad
que supone la diferencia sexual.
Mauss señaló “el cuerpo es el primer instrumento del hombre y el más natura, o mas
concretamente, sin hablar de instrumentos, diremos que el objeto medio tecnico mas
normal del hombre es su cuerpo”.
Mauss planteo que “La educación fundamental de estas tecnicas consiste en adaptar el
cuerpo a sus usos”El analizó la división de tareas técnicas corporales según los sexos, y
no simplemente la división del trabajo entre los sexos. Tambien propuso en sus textos el
término “habitus” y dice que abarca más que el término “costumbre”. Estos habitus
varían no solo con los individuos y sus limitaciones, sino sobre todo con las sociedades,
la educación, las reglas de urbanidad, etc.
Bordieu muestra como las diferencias entre los sexos están inmersas en un
conjunto de oposiciones que organizan todo el cosmos, la división de tareas y
actividad y los papeles sociales. Él explica como, al estar construidas sobre la
diferencia anatómica, estas oposiciones confluyen para sostenerse mutuamente,
practica y metafóricamente, al mismo tiempo que los “esquemas de pensamiento”
las registran como diferencias “naturales”, por lo cual no se puede tomar conciencia de
la relación de dominación que está en la base, y que aparece como consecuencia
de un sistema de relaciones independientes de la relación de poder. Aquí surge lo que
tanto preocupa a Hawkesworth: la “actitud natural”.
Bourdieu advierte que el orden social masculino está tan profundamente arraigado
que no requiere justificación: se impone a si mismo como auto=evidente y es
considerado como “natural” gracias al acuerdo “casi perfecto e inmediato” que obtiene
de estructuras sociales como la organización social de espacio y tiempo y la division
sexual del trabajo, y por otro lado, de estructuras cognitivas inscritas en los cuerpos y en
las mentes. Estas estructuras se traducen en "esquemas no pensados de
pensamiento", en habitus, mediante el mecanismo básico y universal de la oposición
binaria, en forma de pares: alto/bajo, grande/ pequeño, afuera/adentro, recto/torcido,
etcétera. Estos habitus son producto de la encarnación de la relación de poder, que lleva
a conceptualizar la relación dominante/dominado como natural.
En su lectura antropologica incorpora a medias las conjeturas del psicoanalisis. Por ello
no amplia aspectos clave de la complejidad que provoca la adquisición del genero en
cuerpos sexuados con inconsciente. Al no trabajar las formas diversas de recepcion del
mandato de la cultura en la psique individual, es decir, si traducción en el imaginario, su
explicación muestra lagunas, especialmente al omitir la problemática de las personas
cuya identidad sexual va en contra de la prescripcion cultural y de los habitus de la
masculinidad y feminidad.
Pero Bordieu, a diferencia de Hawkesworth, no se propone registrar los multiples usos
de genero, sino solo reconstruir lo mas cuidadosamente posible la logica interna de las
ideas que en occidente articulan la configuración de las relaciones entre mujeres y
hombres, y las practicas sociales que las sostienen. Su merito es mostrar como los
sujetos aprehenden y vuelven subjetivas relaciones sociales e historicas. Al no ser parte
de los tótems culturales del feminismo, el pensamiento de Bourdieu no tiene resonancia
en los debates sobre genero y aunque su obra da la razon al feminismo al concluir que
“el orden social funciona como una inmensa maquina simbolica fundada en la
dominacion masculina”, todavía no es reconocida.
.
Cuerpos sexuados y psiques sexualizadas
Por eso, en la actualidad las interrogantes más acuciantes y provocativas que plantea
trabajar con los conceptos de género y de diferencia sexual están vinculadas con
cuestiones relativas a la identidad sexual: ya no se trata de analizar sólo la dominación
masculina; ahora es preciso reflexionar sobre la dominación de la ideología
heterosexista, de las personas con prácticas heterosexuales sobre las personas con
prácticas homosexuales que no asumen los habitus correspondientes a la
prescripción de género en materia de sexualidad y afectividad. Y aunque hay gran
resistencia a reconocer variaciones en materia de subjetividades y deseos sexuales, poco
a poco gana terreno una concepción no esencialista de los seres humanos.
Esto remite a algo central: hoy el análisis del deseo sexual se vuelve un territorio
privilegiado de la interrogación sobre el sujeto. En muchos recuentos feministas sobre
habitus de la masculinidad y feminidad pareceria que los valores que se inscriben
culturalmente en el cuerpo fueran arbitrarios: como si la feminidad fuera un constructor
que se impone al cuerpo de la mujer y la masculinidad al del hombre, varias etnografias
establecen una relacion entre experiencias corporales exclusivad de un cuerpo de mujer
o un cuerpo de hombre y la construccion simbolica del genero.
Robert Conell dice que en la cultura occidental la idea de la diferencia sexual forma un
limite mas alla del cual el pensamiento no puede ir. Joan Copjec, al señalar las
dificultades que tenemos los seres humanos, para pensar cuestiones que nos rebasan,
parafrasea a Kant y dice que “teorizar el sexo implica una eutanasia de la razon pura”.
Ella plantea que tratar de entender el sexo es lanzar la razon a conflicto. Copjec insiste
en la necesidad de interrogarse sobre si existe una forma de pensar la division de los
sujetos en dos sexos sin que, por ejemplo, esto apoye cuestiones como la
heterosexualidad normativa.
Copjec pertenece al grupo de intelectuales para quienes la perspectiva psicoanalitica
lacaniana sirve para descifrar el intrincado proceso de resistencia y asimilación del
sujeto ante fuerzas culturales y psiquicas. En esta exploracion, es notable como destacan
los mecanismos que las personas resisten y elaboran las posiciones de sujeto impuestas
desde afuera, como el genero.
Ante la regulación de los cuerpos por medios políticos y legales, mucho del discurso
feminista ha tomado como punta de lanza de su lucha el respeto a la diversidad (sobre
todo en materia de prácticas sexuales). Pero la manera en que se formulan muchas
demandas y análisis, como los relativos a la "preferencia sexual", reitera el voluntarismo
feminista que ignora el papel del inconsciente en la complejidad de la diferencia sexual.
Por eso, quienes se han interesado por desconstruir los procesos sociales y
culturales del género deben también comprender las mediaciones psíquicas y
profundizar en el análisis sobre la construcción del sujeto. El desafío es lo que Mabel
Piccini formuló como "cambiar los términos de una realidad falocéntrica sin caer en
los esquemas del falocentrismo". Esto requiere esclarecer hasta dónde cuestiones
consideradas problemas de la identidad sexual tienen un origen en la cultura (que
sólo legitima la heterosexualidad), o derivan de lo psíquico, o son el resultado de la
confluencia de ambos ámbitos. Se necesita incursionar en los complejos terrenos
de lo psíquico, sin perder clara conciencia de su estatuto tan distinto al ámbito de lo
social.
Aunque Hawkesworth pretende hacer una critica rigurosa, se mantiene dentro de los
limites del corpus anglosajon sobre genero, preocupado casi exclusivamente por el
proceso de socializacion. Por eso en su denuncia/discusión sobre las consecuencias de la
utlizacion no consistente del concepto genero elude la complejidad del proceso de
adquisición del genero por cuerpos sexuados en una cultura.
Las primeras conceptualizaciones sobre género (del inglés gender) datan de la década
del 50 cuando los psiquiatras y psicoanalistas Money y Stoller distinguían los
conceptos de sexo y de género. Este último era definido como los comportamientos
esperados para una persona en función de su sexo biológico. A partir de investigar el
proceso de construcción identitaria en niños con trastornos en la definición de su sexo
biológico, postularon que el núcleo de la identidad de género (definido como el
sentimiento íntimo de ser mujer o de ser varón) se construye en los primeros tres años
de existencia y es previa a la diferencia sexual.
Importa recordar que fue hacia esta década que se inicia la comercialización de la
píldora anticonceptiva como el primer método que permitirá a las mujeres no sólo
controlar su fecundidad, sino también depender de sí mismas para el ejercicio de este
control. Así, los anticonceptivos orales serán luego concebidos como un instrumento
que aporta al proceso de autonomía de las mujeres.
Feijoo sostiene que "desde sus ínicios, las estrategias y metodologías montados por los
Estudios de /a Mujer han tenido como objeto hacer visible lo que se mostraba como
invisible para la sociedad. Ello se reveló útil en la medida en que permitió -y aún
permite- desocultar el recinto en el que las mujeres habían sido social y subjetivamente
colocadas; desmontar la pretendida "naturalización” de la división socio-sexual del
trabajo; revisar su exclusión en lo público y su sujeción en lo privado; así como
cuestionar la retórica presuntamente universalista de /a ideología patriarcal”.
Y culmina "el género es un primer campo, a través del cual en el seno del cual, o por
medio del cual, el poder es articulado. "
Como puede observarse, hemos referido a definiciones sobre género y sobre sistema
sexo-género que provienen desde diferentes miradas disciplinares y que responden -a
su vez- a distintos momentos históricos. De todas maneras, importa subrayar que la
nutrida producción en torno a este campo se genera en las últimas décadas, siendo los
distintos aportes confluyentes desde su diversidad en la construcción de un nuevo
enfoque de lo femenino y lo masculino.
Una visita a los pensadores de este siglo, posibilita el análisis de las diferencias
atribuidas a hombres y mujeres desde argumentos fundamentalmente esencialistas.
Ortega y Gasset, difusor de la obra de Simmel en España, vuelve atrás con conceptos
sexistas: “El destino de la mujer se el ser respecto del hombre".
Según Paul - Laurent Hassoun, en Freud el la.Femme, citado por Francoise Collin, el
psicoanálisis freudiano ha podido explicar el deseo femenino y no ha podio superar su
impotencia explicativa ante la voluntad de las mujeres, que no coincide con el deseo.
Desde hace algunos años, los Estudios sobre Masculinidad han suscitado cada vez
mayor interés por parte de académicos/as e investigadores/as en Estudios de Género,
por quienes trabajan en los servicios de salud reproductiva, por las Agencias de
Cooperación.
Varias pueden ser las razones que justifican dicho interés creciente. Entre ellas
mencionamos:
Por una parte, los Estudios de la Mujer han sido necesarios para describir las
necesidades y las consecuencias de la dominancion masculina en la mitad de la especie
humana, pero insuficientes a la hora de generar conocimientos acerca de las relaciones
entre los generos.
.
Por otra, los Estudios de Género, han contribuido a explicar muchos de los fenómenos
que hacen a las inequidades entre hombres y mujeres. Buena parte de su producción se
ha centrado en analizar la condicion de la mujer desde esta perspectiva, o los aspectos
relacionales entre mujeres y varones.
Uno de los estudios más profundos es el Informe Hite sobre Sexualidad Masculina, que
en una minuciosa descripción recoge los testimonios de miles de varones
norteamericanos y donde la autora analiza aspectos referidos a la retracción
emocional, el comportamiento sexual, las prácticas acerca de la paternidad, la
influencia de la crianza, las relaciones en la adolescencia, la identidad sexual, las
relaciones entre varones.
Ya desde el siglo XIX, la creciente problematización sobre la identidad sexual
permite nuevas aproximaciones a la construcción de las masculinidades.
Money, citado por Badinterr, afirma que es más fácil "hacer" una mujer que un hombre
Stoller en concordancia con el planteo de Money, afirma que los machos, son al inicio
de su vida intrauterina protofemeninos. Sólo cuando la acción de la testosterona y otras
hormonas actúen comenzará la diferenciación, si corresponde por presencia del
cromosoma Y hacia un feto masculino.
En "Sex Role Pressures in the Socializalion of the Male Child" de Ruth Hartley, citada
por Badinter se afirma que "generalmente los machos aprenden lo que no deben ser
para ser masculinos. Muchos niños definen de manera muy simple lo que deben ser: lo
que no es femenino".
3 - Las instituciones y los grupos, al igual que los individuos generan y sustentan
diferentes formas de masculinidad.
6 - Por el mismo hecho de ser producto de procesos históricos, las masculinidades son
susceptibles de ser reconstruidas, por procesos de genero y otras interacciones sociales.
Desde la perspectiva de una nueva sociología del cuerpo propuesta por Connell,
apoyado en Foucault y otros autores, nos aproxima a nuevas formas de entender las
relaciones de género: "La encarnación del genero es desde un principio una
encarnación social. La materialidad del cuerpo masculino tiene importancia no como
modelo de las masculinidades sociales, sino como referente para la configuración de
practicas sociales que han sido definidas como masculinidad”.
Connell sostiene que las estructuras del orden genero que explican la encarnación
social de la masculinidad son cuatro:
a-producción y división de trabajo
b-poder
c-catexis
d-simbolización
La percepción del propio cuerpo, el cuerpo modelado por la clase social, por el tipo de
trabajo, por la alimentación configuran espejos de masculinidad: del sobrepeso a la
languidez.
Varios autores refieren que parecen existir diversas masculinidades en cada cultura,
aunque todas remiten hacia un modelo hegemónico. Nosotros creemos que ese modelo
será el eje en torno al cual se definirán –por identificación o rechazo- las masculinidades
emergentes.
Los deportes "extremos" y los violentos, con sus rituales y símbolos configuran
modelos para los espectadores, quienes por el solo hecho de observar recrean actitudes
y comportamientos confirmatorios: el lenguaje, las modalidades de demostrar y
transmitir afectos, la competitividad, las posiciones adoptadas en torno al televisor en un
partido de futbol. Las imágenes masculinas del poder están asociadas a la dominación.
Vicent Marques, aportará que los varones al nacer reciben dos consignas básicas. La
primera afirma: ”Ser varón es, ser importante” y la segunda “Debes demostrarlo”.
Estas dos consignas transmitidas por toda la cultura, serán un referente en la vida de
todo hombre. Aún cuando las posibilidades de aproximarse al ideal marcado por el
modelo hegemónico sea una utopía. Los varones se sienten, según este autor,
pertenecientes al "colectivo masculino".
Estamos mal educados para los derechos humanos. Somos analfabetos porque nos
desnaturalizan los efectos del marco mental tecnológico actual sobre la educación a que
somos sometidos. Lo explicó muy bien Gregory Bateson ante las autoridades de la
Universidad de California ya hace algunos años, en 1978. En esa ocasión abundó en
observaciones que había hecho antes en una reunión del Committee on Educational
Policy. Los supuestos en que se basa la enseñanza son obsoletos, dijo, y los enumeró de
la siguiente manera:
La visión del mundo -la epistemología latente y parcialmente inconsciente que tales
ideas en conjunto generan es anticuada en tres maneras:
a) Pragmáticamente, está claro que estas premisas y sus corolarios llevan a la codicia, a
un monstruoso crecimiento excesivo, a la guerra, la tiranía y la contaminación. En este
sentido, nuestras premisas se demuestran a diario falsas y los educandos son
poco conscientes de esto.
b) Intelectualmente, las premisas son obsoletas en cuanto la teoría de sistemas, la
cibernética, la medicina holística, la ecología y la psicología de la Gestalt
ofrecen, demostrativamente, mejores medios de comprender el mundo de la biología y
de la conducta.
c) Como base para la religión, premisas como las que he mencionado se
hicieron claramente intolerables y, por tanto, obsoletas hace unos 100 años. En las
secuelas de la evolución darwinista, esto se afirmó con bastante claridad por pensadores
como Samuel Butler y el príncipe Kropotkin. Pero ya en el siglo XVIII, William Blake
vio que la filosofía de Locke y Newton podía generar sólo “oscuros molinos satánicos
Por efecto de estas premisas falsas y obsoletas es infinitamente más fácil recibirse de
doctor en ciencias aplicadas que de "doctor en humanidad". Paulo Freire "nadie se
educa solo", y aún más, "nadie educa a nadie"..., "los seres humanos se educan en
comunión".
Si digo educar
Educar, educación, derechos humanos,... términos que manejamos con total soltura y a
veces hasta con temeridad, con poca responsabilidad. Pero no son unívocos (de un único
significado) sino equívocos.
Todos hablamos de educación, pero no todos le atribuimos el mismo contenido. Porque
según sea la idea que cada uno se haga del valor, de los DD.HH. y del fin de la
existencia, tal será su concepto de educación.
No se puede respetar a los derechos humanos sin tener la íntima convicción de que cada
ser humano, por el hecho de ser tal, puede y debe en todo momento ser defensor y
promotor de ellos. No existen los "profesionales" de los derechos humanos... Todo ser
humano es sujeto y objeto de esa defensa y promoción. De ahí la convicción de que no
existe mejor pedagogía en derechos humanos que la del testimonio. La lucha por educar
en derechos humanos sólo es creíble desde el momento en que se inscriba, no en niveles
teóricos y académicos, sino en lo cotidiano: en la casa, en la escuela, el deporte, el
trabajo, la iglesia... Es así como se pueden llegar a percibir los valores de la justicia, del
respeto, de la solidaridad y sus dificultades, sea a nivel local, nacional o internacional
Educar es el arte de hacer que aflore todo lo más hermoso, lo más valioso, lo más digno,
lo más humano que hay en el corazón de cada persona. Es posibilitar el
despliegue de sus talentos, de sus capacidades, sus dinamismos positivos más
personales.
La educación prepara para la vida por la práctica de la misma vida. Por eso la educación
nunca puede concluir en un período determinado de la vida. Ella es por
naturaleza un acto permanente de amor y de coraje; es una especie de acto
ginecológico, como la función de la matrona o la partera; y es una práctica de la libertad
humana dirigida hacia la fraternidad y la persona en sociedad, a quien nunca se
acepta como predeterminada, sino que se busca ayudar para que acceda a una
vida más plena y humana por la solidaridad y el espíritu fraternal.
Entre el concepto más rico y amplio de educación y el más limitado de instrucción está
el de sabiduría. Porque puede existir una persona muy instruida o erudita que sea mal
educada. En cambio la persona educada podrá ser erudita o muy sabia, o las dos cosas a
la vez, pero no puede suceder a la inversa. Porque la persona educada siempre tiene una
suerte de sabiduría aunque no sea erudita.
Sabiduría, como nos lo indica el término, es un cierto «gusto» (sapere: saborear, gustar)
de la realidad, de la verdad. Tres son las modalidades que abarcan la sabiduría en la
posesión de la verdad: totalidad, unidad y simplicidad. Si falta alguna de ellas falta
la sabiduría. Por eso sabiduría no es erudición. La erudición amontona
conocimientos de modo mecánico. La sabiduría los integra de manera vital
armonizándolos como pétalos de una flor.
Ese ethos es la base de toda ética, sería inútil enseñar una ética que no estuviera
inspirada o no respetara el ethos de la sociedad. La verdadera ética no parte de una
filosofía ni de una reflexión racional. Una ética puramente racional no penetra en el
tejido de la vida.
Hoy toda ética permanece teórica o despierta emociones, pero no penetra en los
comportamientos, porque estos obedecen cada vez más a la dinámica del mercado, lo
que significa que los comportamientos ya no son éticos, no tienen referencia ética
De aquí la importancia que adquiere la educación para los derechos humanos como
referente ético de la sociedad. Ellos deben ser el nuevo ethos, la meta de la
educación de toda sociedad que se precie de humana. Por su universalidad,
interdependencia e indivisibilidad, ellos son el referente ético más adecuado para
las sociedades actuales.
Por otro lado, fuera de la escuela, la TV difunde el modo de vivir de la clase alta. El
ethos de la burguesía será el referente de todos los demás. Esas personas no
tendrán referentes en sí mismas, en el ethos de los derechos humanos, sino en la
imagen que proyectan los medios masivos dominados por las élites. De ahí la necesidad
de poder consumir para poder tener identidad. Su necesidad de consumo responde a la
necesidad perversa de la economía de mercado.
Lo primero será caer en la cuenta de que no se construye una sociedad sólo por el
mejoramiento de su economía, de su policía o las instituciones políticas. Se necesita un
ethos común, una creación sólida de normas de conducta social y de valores que
trascienda lo puramente moralizante. Que llegue a ser asimilada por la espontaneidad y
se transforme en la normalidad de las relaciones sociales. Sólo desde allí surgirá una
economía humana y una seguridad adecuada para la sociedad sin distinción de los que
tienen y los que no, como hace el mercado actualmente. Sólo desde ese nuevo ethos
surgirá la alternativa a los referentes en vía de extinción, como son el de nación y el de
trabajo. Ni la nación ni el trabajo volverán ya a ocupar el rol ni a tener la importancia
que tuvieron en la época de las antiguas burguesías. Además ni la nación ni el
trabajo fueron las raíces del ethos durante la casi totalidad de la historia humana.
La nación no tiene más de 200 años en la historia de la humanidad, y la
organización del trabajo, tal como lo conocemos ahora, no tiene más edad que la nación.
Fernando Cardenal explicaba los fracasos del sandinismo en el mundo rural porque faltó
esa educación básica, que no queda agotada en la capacitación para manejar
instrumentos materiales. Ni bastó con dar nociones teóricas. Fracasó porque los
programas escolares se dirigían fundamentalmente a la razón abstracta: no penetraban
en el inconsciente colectivo ni formaban la personalidad. No preparaban para la
responsabilidad social. Así, en el campo, los pobres y excluidos de la sociedad no
accedían al mercado, pero tampoco se preparaban para la responsabilidad social, no
aprendían la responsabilidad personal ni a relacionarse ni a formar grupo. No
adquirieron las disposiciones básicas que les permitirían utilizar las herramientas
materiales o culturales que se les ofrecían. Las máquinas se deterioraban, el dinero
escaso se desperdiciaba, las asociaciones se deshacían. Y nadie se responsabilizaba.
Todos contemplaban el desastre sin saber darle remedio
La educación fundamental debe ser enseñar lo que servirá para la vida. Y no es manejo
de técnicas a las que tendrán acceso solo las élites. Lo que ayuda en la vida es el saber
relacionarse, el saber actuar juntos. A esto se refiere la educación básica. La
alfabetización y la aritmética son muy importantes, pero eso otro es mucho más
importante.
Por eso será siempre un camino errado acercarse a (la educación para los DD.HH.)
desde una teoría o desde una doctrina. Se deberá partir de una experiencia, de un dolor
ajeno sentido como propio.
Del grito pasamos a la compasión. Una teoría, una doctrina, la misma Declaración
Universal de los DD.HH., difícilmente podrán ser origen y canal de una vocación
sostenida y desinteresada en favor de los derechos del sufriente y del oprimido. En la
opción por los DD.HH. lo que provoca (pro: adelante; vocare: llamar; es decir: lo que
llama desde adelante, desde el horizonte) a la movilización de nuestras energías
amorosas, a la com-pasión, no es una teoría, ni la reflexión, sino la capacidad de
oír el grito del sufriente y tener la sensibilidad para responder a él. El primer
movimiento pasa entonces por la sensibilidad, pesa en las entrañas, será una opción y
una vocación entrañable.
Educar es comulgar con el otro, hacerlo con entusiasmo, con ardor, con una
creatividad que se sorprende, se maravilla y se abre a lo fascinante de lo nuevo
que surge en esa relación. El educador no podrá olvidar que lo propio de la razón es
dar claridad, ordenar y disciplinar la dirección del Eros. Pero nunca está sobre él. La
trampa en que cayó nuestra cultura es la de haber cedido la primacía al Logos
postergando el Eros, así desembocó en mil mutilaciones de la creatividad y gestó mil
formas represivas de vida (Paulo Freire). La consecuencia es que hoy se sospecha del
placer y del sentimiento, de las «razones» del corazón. Y entonces campea la
frialdad de la «lógica», la falta de entusiasmo por cultivar y defender la vida, campea el
cálculo, la muerte de la ternura. Esto es letal para el proceso educativo.
Esto es de capital importancia para educar en los DD.HH. Aún suponiendo la mejor
intención, la mejor buena voluntad y los mejores talentos intelectuales, hay
lugares desde los que, simplemente no se ve, no se siente la realidad que nos
abre a los DD.HH., al amor y a la solidaridad. Porque nadie puede pretender mirar
o sentir los problemas humanos, la violación de los derechos y de la dignidad humana,
el dolor y el sufrimiento de los otros, desde una posición «neutra», absoluta,
inmutable, cuya óptica garantizaría total imparcialidad y objetividad. Entonces hay
lugares, posiciones personales, desde los que simplemente no se puede educar en
DD.HH. La cosa es así de simple, y así de grave caer en la cuenta de ello y sacar las
consecuencias. La cuestión es saber si estoy ubicado en el «lugar educativo» correcto
para mi tarea
El lugar educativo es tan o más decisivo para la tarea que la calidad de los contenidos
(DD.HH., valores, etc.) que quiero comunicar o contagiar. Urge pues, en la mayoría de
los casos, una ruptura epistemológica. La clave para entender esto se encuentra en la
respuesta que cada uno demos a la pregunta por el «desde dónde» educo y actúo, la
pregunta por el lugar que elijo para mirar el mundo o la realidad, para interpretar la
historia y para ubicar mi práctica educativa.
Ignacio Ellacuría decía que –la tarea educativa– implica: «primero, el lugar social por el
que se ha optado; segundo, el lugar desde el que y para el que se hacen las
interpretaciones teóricas y los proyectos prácticos; tercero, el lugar que configura la
praxis y al que se pliega o se subordina la praxis propia»
Para educar en DD.HH. es obligatorio adoptar el lugar social de la víctima. El punto de
vista de los satisfechos y los poderosos termina inevitablemente enmascarando la
realidad para justificarse. Nunca será posible educar para ser humanos desde la óptica
del centro y el poder, ni siquiera desde una pretendida neutralidad. Esa práctica
educativa estará condenada de antemano a quebrarse y a caer sobre sí misma cuando
afronte la prueba de los hechos.
Educar para los derechos humanos nunca podrá quedar encerrado en el chaleco de
fuerza del orden teórico-intelectual. Educar en los derechos humanos supone
trascender la mera transmisión verbal y pasar al hacer. No olvidemos que los DD.HH.
se aceptarán y se imitarán por parte del otro (en el aula o fuera) en la medida en que
quien transmite sea aceptado por su comportamiento, su valor personal, su
credibilidad y ejemplaridad en este campo específico.
Educar en los DD.HH. será entonces un proceso de adquisición de una nueva
identidad del educador y del educando a través de una figura humana que encarna esos
derechos de alguna manera, a través de un ejemplo, de alguien que se planta ante el otro
y su mera presencia es un desafío permanente a ser más. Y no a ser más sabio, más
artista, más ilustrado, sino más humano. De aquí que la acción educativa será dialéctica,
educador y educando se educarán mutuamente. Los sentimientos de culpa y los auto-
reproches en este campo no están ligados primariamente a las transgresiones legales, al
incumplimiento de metas intelectuales, artísticas o de cualquier tipo, sino
fundamentalmente a que nos mutilamos y nos disminuimos como seres humanos; a
que fracasamos como seres humanos.
Por eso sólo se logra desde un fenomenal acto de amor. De lo contrario es como chocar
con un muro... Educar es eso, es hacernos y convertir a los demás en vulnerables al
amor. Transmitir actitudes sólo se puede desde esa mutua vulnerabilidad, donde el amor
se vive seriamente y naturalmente. Porque será inútil decir que no miento; habrá
simplemente que decir la verdad, ser veraz; lo eficaz no será predicar la tolerancia, sino
ser simplemente tolerante.
9. Sorondo, F. (1998) Los Derechos Humanos a través de la Historia.
1. Que los Derechos Humanos constituyen un “ideal común” para todos los
pueblos y para todas las naciones, por lo cual se presentan como un sistema de
valores.
2. Que ese sistema de valores, en tanto producto del quehacer de la colectividad
humana, acompaña y refleja su constante evolución y recoge el clamor de
justicia de los pueblos. Por consiguiente, los Derechos Humanos poseen una
dimensión histórica.
Los Derechos Humanos son reclamados desde circunstancias históricas concretas, por
grupos sociales que han asumido la conciencia de “un nuevo orden” en el que se vean
cumplidas sus aspiraciones. Así, la burguesía europea, y la francesa en particular,
adquirió hacia el siglo XVIII la conciencia colectiva de una “libertad” que era realizable
en un medio socio-histórico utópico, diferente al del “Ancien Regime”.
En este sentido, en el de “generadores de utopías”, es que puede decirse que los
Derechos Humanos nunca pueden ser totalmente alcanzados. La lucha por un nuevo
orden, que transforma las condiciones históricas en que se origina, modifica –en
extensión y profundidad- la conciencia colectiva. Esto supone la concepción de un
nuevo “orden-utopía”, y consecuente conflicto en aras del marco socio-histórico
adecuado para la realización de los Derechos Humanos.
La historia de los Derechos Humanos presenta cuatro etapas que señalan la progresiva
extensión del contenido del concepto.
1. Una larga etapa, que arranca en los orígenes de la Historia y llega hasta el siglo
XVIII, en que se formulan principios y reivindicaciones que constituyen las “raíces” del
concepto.
2. La positivización de los Derechos llamados de Primera Generación, que
consagraron las libertades civiles y los derechos políticos. Suelen ser llamados también
“Derechos de Libertad”.
3. La conquista de los derechos sociales, económicos y culturales, denominados
Derechos de la Segunda Generación o Derechos de Igualdad.
4. La etapa de la formulación de Derechos de los Pueblos, que constituye la Tercera
Generación de Derechos Humanos.
Por su índole, puede decirse que los Derechos Humanos nacen con el hombre mismo
En este inmenso lapso el hombre, desde las más diversas culturas, plantea ideales y
aspiraciones que responden a la variedad de sus condiciones materiales de existencia, de
su desarrollo cultural, de sus circunstancias políticas.
De ahí que no sea posible señalar rasgos comunes a todo este período, pero sí se
constata que muchos principios de convivencia, de justicia y la propia idea de la
dignidad de la persona humana, aparecen en muy diversas circunstancias del devenir
histórico de la humanidad, coincidiendo entre pueblos separados por el tiempo.
Sin pretender más que señalar algunos jalones en este inacabado proceso de definición
de la dignidad humana, vale la pena referirse a dos preocupaciones recurrentes: la
definición del rol del gobernante y los límites de su poder, y la preocupación por
establecer el ideal de dignidad del hombre.
En el Codigo Hammurabbi (1700 A.C. aproximadamente) leemos ya una definición de
la ley como garantía para los más débiles. La civilización egipcia, en especial durante
los reinados de los faraones de la XVIII dinastía, es profusa en expresiones que definen
al poder como servicio.
Los profetas judíos vinculan el ejercicio del poder a deberes fundados en principios
religiosos, que inspiran una ética basada en la responsabilidad de todos los hombres por
sus actos.
Buda, Confucio, Zoroastro, son ejemplos de la misma exigencia: un recto proceder de
los hombres, que incluye a gobernantes y a gobernados.
Entre los griegos, en la Atenas del Siglo V, la comunidad de los ciudadanos supervisa
las magistraturas del Estado (la polis), y las instituciones son dirigidas por el “demos”
(el pueblo). El límite al poder está dado por el pleno derecho que ejercen los ciudadanos
a participar en los asuntos públicos.
Diríase que en el lapso que transcurre entre los siglos VIII A.C. y el siglo XVIII de
nuestra era, la humanidad hace acopio de principios relativos a la conducta que rige la
tarea de gobernar, y ello supone el modo más frecuente de guiar a quienes detentan el
poder e imparten justicia.
Para los contractualistas del siglo XVII, el origen del poder define los deberes de quien
gobierna. Para Hobbes, el poder es entregado por los hombres al que gobierna –el
monarca- para que salve a la sociedad del desorden original; el monarca debe ser justo,
pero no tiene que rendirle cuentas a los hombres. Para Locke, por el contrario, el poder
es delegado por los miembros de la sociedad a sus “representantes”, con el fin de
mantener la armonía del “estado natural” de la sociedad. Por ende el gobernado puede
exigir al poder que cumpla esa función, y rebelarse si no lo hace.
En cuanto al concepto de dignidad humana, es resultado de la confluencia de principios
tales como la tolerancia, respeto, conducta recta, que desde la India (Buda), China (Lao-
Tsé y Confucio) y los profetas judíos, anteponen la acción benéfica al ritual vacío. La
dignidad está dada por un modo de actuar frente a los semejantes, por anteponer la
generosidad al egoísmo, el respeto a la vida a la violencia, la honradez en los
procedimientos y la protección que el fuerte debe al débil frente a los abusos y a la
opresión.
Con la excepción del aporte islámico, no se verifica ningún cambio sustantivo, en las
condiciones socio-históricas de Europa hasta las postrimerías de la Edad Media. En ese
escenario se dará el fenómeno de las grandes declaraciones de Derechos y su
incorporación al orden jurídico. Incluso la Declaración de Virginia puede incluirse en
ese contexto, dado que de allí extrae su inspiración.
Esas grandes declaraciones estuvieron precedidas de un prolongado proceso de toma de
conciencia que acompañó los cambios históricos que transformaron paulatinamente a
Europa desde los siglos XII y XIII. En la medida que la rígida sociedad estamental
europea cedía paso a una clase social incipiente, la burguesía, esta fue adquiriendo
noción de los derechos que necesitaba, tanto para desarrollar sus empresas, como para
expresar sus ideas y participar del poder. La férrea autoridad de nobles y monarcas es
puesta en cuestión: se requiere un nuevo orden, una nueva sociedad que admita la
práctica de los ideales concebidos por una clase social emergente a la luz de los cambios
socio-económicos que se estaban produciendo.
Los renacentistas italianos habían recogido la tradición griega para ubicar otra vez al
hombre como “medida de todas las cosas”. El iluminismo o los ilustrados, expresará
más tarde en teoría, lo que los revolucionarios de fines del siglo XVIII conquistarán en
la práctica. Los ilustrados explicitan el concepto de Derechos Humanos, y colocan a la
idea de dignidad humana en el centro de una eclosión de idas impulsadas por la fe en la
razón, “una fuerza tan infalible como la fuerza de gravedad”
Diderot, desde la Enciclopedia, lanza este desafío: “Es preciso examinar todas las cosas,
examinarlo todo sin excepción y sin miramiento
En oposición frontal con el concepto de monarquía de derecho divino, los ilustrados
retoman a Locke y se explican el tránsito de “un estado natural” a una sociedad política
basada en la delegación y división de poderes.
Un siglo después del “Habeas Corpus Act” (1679) y la Declaración de Derechos de
1689, resultado de la “Revolución Gloriosa” de Inglaterra, las grandes declaraciones de
Virginia (1776) y la francesa (1789) se convierten en el arranque de esta gran etapa en
la evolución histórica de los Derechos Humanos. Los Derechos Civiles y los Derechos
Políticos quedan incorporados al orden jurídico.
Se eliminan los privilegios de sangre, consagrándose la igualdad de todos los hombres
ante la Ley y los derechos “naturales e imprescriptibles del hombre son proclamados: la
libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión; se garantiza la libertad
de pensamiento y opinión, se establece la división de poderes, se imponen garantías
frente a quienes aplican las leyes. La libertad no tiene otros límites que aquello que no
está permitido.
Se confiere a los hombres la facultad de ejercer por sí o por sus representantes la
capacidad de participación política. El poder político tiene una función de control, y se
abstiene de intervenir salvo cuando las leyes son transgredidas.
La burguesía, como clase social dominante, consagró así el nuevo orden y su
pensamiento, resultado de circunstancias históricas concretas, trascendió los límites
socio-históricos originales. El concepto actual de Estado de Derecho se sustenta en los
principios y garantías que emergieron de los procesos revolucionarios norteamericano y
francés.
En la evolución de los Derechos Humanos, “las conquistas del pasado trascienden por
su contenido, y no sólo por su forma, el marco histórico que las originó, incorporándose
así al patrimonio común de toda la especie” (i ).
Sin embargo, en tanto conquista derivada de las aspiraciones de una clase social
determinada, los Derechos Civiles y Políticos son una etapa fundamental en la
evolución conceptual de los Derechos Humanos, pero no la última. En la medida que la
sociedad se transforma, se produce también una nueva definición de aspiraciones, un
nuevo estado de conciencia que lleva a nuevos reclamos cuyo fin es satisfacer las
necesidades básicas del hombre. Los Derechos Humanos son un hecho dinámico, y la
segunda generación de derechos es buena prueba de ello.
Conclusiones
No obstante la brevedad de esta presentación del desarrollo y evolución de los derechos
humanos, vale la pena plantear algunas conclusiones sobre los rasgos esenciales del
concepto.
Coincidimos con el Dr. Constantino Urcuyo en las principales consecuencias que se
infieren de esta evolución:
“a) La variabilidad histórica del concepto de derechos humanos.
b) La íntima conexión de estos con los procesos sociales que los originan, a través del
desarrollo de necesidades sociales cambiante y la formulación de códigos morales que
legitimen su satisfacción, sirviendo de soporte para el reconocimiento jurídico de éstas
como derechos.
c) Transformación de los Derechos Humanos a derechos de titularidad colectiva
(transformación operada al calor de las luchas sociales de dos siglos).
d) Toma de importancia de los Derechos Humanos en el contexto internacional y la
transformación de los mismos en un elemento de la moralidad política internacional”.
Basta subrayar la íntima conexión entre las tres generaciones: “Los Derechos del
hombre constituyen un complejo integral, interdependiente e indivisible que pese a la
subsistencia todavía hoy de hondas discrepancias en cuanto a su respectiva naturaleza y
esencia jurídica, comprende necesariamente los derechos civiles y políticos y los
derechos económicos, sociales y culturales”. A estos derechos se agrega hoy una nueva
generación, “nuevos derechos que surgen, como mañana surgirán otros, como
consecuencia de los imperativos resultantes de las nuevas necesidades del desarrollo
humano”
Así como la dignidad de la persona humana es el eje en torno al cual gira el concepto de
derechos humanos, su dinamismo es la respuesta a requerimientos nuevos, que arrancan
de los reclamos de humildes, marginados, de lo más profundo de los pueblos.
Los firmantes de la Declaración de 1948 expresaron su convicción de que habían
recogido lo esencial de la “conciencia moral de la humanidad”. Hoy los Derechos
Humanos representan, más que nunca, el horizonte de los pueblos. Hacia él sólo se
podrá avanzar en tanto la humanidad desarrolle relaciones justas, pacíficas y solidarias.
Kordon, D. Edelman, L. Lagos, D. y Kesner D. Trauma social y psiquismo.
Consecuencias clinicas de la violación de derechos humanos
A lo largo de los últimos veinte años hemos asistido a numerosas personas afectadas por
la represión política de la dictadura y también, posteriormente, en los últimos años, a
afectados por las nuevas formas de represión política, por la violencia policial y por la
impunidad. En estos años hemos conocido la forma en que esta situación traumática
afectó de diversos modos a personas de diferentes sectores sociales y en diferentes
etapas de la vida.
La represión política implementada durante la dictadura militar estuvo basada
fundamentalmente en la desaparición de personas. La desaparición era secuestro, tortura
y asesinato, todo ello en un marco de clandestinidad, violando aun los instrumentos
legales autoritarios y represivos que la propia dictadura había impuesto, y que
proscribían toda actividad política o social opositora.
Toda la situación política y social producida por el terrorismo de Estado era de carácter
traumático. Este carácter traumático estaba dado, también, por la intimidación abierta y
encubierta, los constantes operativos, las requisas y sorpresivos chequeos en los medios
de transporte, la presencia de militares y policías en actitud amenazante, el clima de
sospecha, la inducción a la delación y a la culpabilización social, y muy especialmente
al silencio, inducción producida a través de campañas de acción psicológica que se
implementaban utilizando los medios masivos de comunicación (sobre los cuales existía
un control monopólico), la exacerbación de los mecanismos de control social. Todo esto
sobre la base de la amenaza a la vida y a la integridad corporal, y a la libertad, amenaza
que se volvía más eficaz a partir de la circulación de informaciones en forma subrepticia
y extraoficial, sobre hechos represivos, que el propio poder se encargaba de difundir.
Las vivencias personales de peligro e indefensión, la ruptura de grupos de pertenencia y
la pérdida de grupos de referencia así como los fenómenos de alienación social fueron
consecuencias inevitables y, más aún, promovidas por esta situación.
El procedimiento mediante el cual se secuestraban personas era ya de por sí muy
traumático. En muchos casos, el secuestro se producía en el hogar, en una situación de
gran violencia, vivida también por los familiares más cercanos, que eran agredidos con
golpizas y amenazados en cuanto a su vida e integridad física.
Consideramos que el TEPT plantea una relación de exterioridad del sujeto y del
contexto frente al proceso traumático, produce una descripción sintomatológica
homogeneizadora, no incluye el análisis del desenvolvimiento de un conflicto en los
planos intrapsíquicos, vincular y trans-subjetivo. Al no incluir estos diversos planos, la
relación entre sujeto y contexto, se dificulta la comprensión de la especificidad de las
diferentes situaciones traumáticas.
Juan Carlos Stagnaro señala en su discusión en relación a los conceptos de neurosis
traumática y trastorno por estrés post traumático, y a los correlatos de ambos conceptos
con diferentes paradigmas que «en la segunda propuesta paradigmática mencionada (se
refiere al DSM-IV) si bien se alude a lo psicosocial, tal alusión aparece meramente
contextuando una respuesta en último término biológica pasible de un tratamiento
medicamentoso y reeducativo. Adonde se buscaba comprensión e ininteligibilidad del
síntoma se coloca una modificación conductual como último objetivo terapéutico»
[Stagnaro, 1998].
Es importante destacar que en el concepto de trauma, además del acontecimiento
traumático per-se y de las condiciones psicológicas del sujeto, interviene la situación
efectiva, entendiendo por tal las circunstancias sociales y las exigencias del momento.
Ya en 1919 en «Introducción al simposio sobre las neurosis de guerra» Freud hablaba
de un yo que se defiende de un peligro real, un peligro de muerte presente en la
etiología de estas neurosis. Más tarde, en 1926 [Freud, 1981b] describirá un tipo de
angustia presente ante un peligro exterior real.
La descripción de la etiología y psicodinamia de las neurosis de guerra (donde el factor
sexual no se hallaba presente como en las neurosis transferenciales) y el concepto de
angustia real abrieron, desde el psicoanálisis, el reconocimiento a aquellas situaciones
de la vida social que, por sus características, constituyen una amenaza para la vida de
los sujetos y una fuente de producción de sufrimiento psíquico. El efecto traumático está
dado porque queda un remanente de angustia sin simbolización, no representable por
medio de la palabra. De acuerdo a Freud esta angustia no representable se corresponde
con energía no ligada.
Cuando son superadas las defensas, esta angustia, angustia automática, avasalla al yo.
Entendemos que se produce una regresión narcisística que impide al sujeto
implementar defensas eficaces, de carácter neurótico, como ocurre en el caso en el que
la angustia funciona como angustia señal. Estos momentos pueden ser considerados
como momentos psicóticos en los que no existe un yo capaz de establecer un comando,
que implemente medidas adecuadas para ejercer alguna protección sobre el sujeto. En el
mejor de los casos, los mecanismos de defensa son arcaicos e ineficaces para el
mantenimiento de un funcionamiento neurótico.
La angustia-señal está en relación al miedo. Este funciona al estilo de una vacuna, es
una reacción circunscripta y controlada, que permite al psiquismo organizar su
autodefensa, en términos neuróticos o normales. La angustia automática está, en
cambio, en relación al pánico. Este, como ya dijimos, avasalla al yo, dejando al sujeto
paralizado frente al peligro.
Personas que han estado detenidas-desaparecidas describen vivencias de
desidentificación vinculadas con las angustias más primitivas de desamparo e
indefensión. Una mujer refiere que el no ser nombrada ni mirada es una de las peores
experiencias vividas, es sentirse perdido como un existente para el otro. Continuamente
repetía «me llamo Silvia y tengo 24 años» para seguir sintiéndose ella misma. Uno de
sus guardianes le acercaba alguna vez un cigarrillo o le tomaba la mano. Esta vivencia
de ser tomada de la mano ha sido recuperada como recuerdo. En el orden neurótico le
produce culpa, especialmente en la actualidad, por la falta de odio hacia un represor,
pero en el plano más primario de la existencia psíquica, esto funcionó como un
elemento que le devolvía una condición humana de sí misma.
La problemática del trauma está vinculada no sólo al monto desestructurante del
estímulo, sino también al sentido que éste adquiere para cada persona y a la posibilidad
de encontrar o mantener apoyos adecuados para el psiquismo.
Pero tanto el sentido individual del trauma como la posibilidad de mantener u obtener
los apoyos adecuados, están vinculados en estos casos al procesamiento social de la
situación traumática. Esto desde ya relacionado a las series complementarias de cada
sujeto.
De acuerdo a nuestra concepción del trauma, existe una relación de interioridad entre
los factores causales, la conformación previa de la personalidad, la situación vincular, el
proceso de traumatización, las apoyaturas y apuntalamientos grupales con los que
cuenta el sujeto, los modelos identificatorios, el discurso y los sistemas de ideales
colectivos hegemónicos, los efectos psicológicos, las posibilidades de elaboración
personal y social de la afectación por el trauma, y los fenómenos de retraumatización.
Además de la fortaleza del yo y de las condiciones previas de personalidad, factores
indudablemente importantes, la comprensión de la situación, el posicionamiento
ideológico previo, el sentirse parte de un conjunto trans-subjetivo, que en el plano social
comparte un proyecto, el sostenimiento de un nivel de pertenencia maduro respecto del
grupo del que se es miembro, tienen importancia en cuanto a la incidencia de la
situación traumática en la subjetividad y a la posibilidad de preservación personal.
Tener en cuenta que la situación vivida tiene un significado tanto para el poder que
ejerce la violencia traumatizante como para aquel que la sufre, no es en absoluto
independiente del nivel de afectación que puede producir la situación traumática. Por
eso también tiene importancia para la elaboración del trauma la posición, activa o
pasiva, que el sujeto asuma. No es indiferente tampoco la resolución que se produzca en
el marco social. Este posicionamiento respecto de la situación traumática incide en la
consideración que hacemos acerca de la falta de linealidad en la relación causa-efecto,
entre situación traumática y efectos en el psiquismo, y está vinculado a que no
necesariamente una situación traumática produce enfermedad psíquica.
La mayoría de las personas que han sido torturadas, una vez liberadas, describen
distintos sentimientos frente al horror sufrido: pudor, pena, rabia, desconcierto, odio,
etc. Pero no llegan a comunicar las vivencias más íntimas de esa experiencia. Callan.
Las hipótesis que formulamos para explicar el silencio posterior al trauma, silencio que
durante largo tiempo nos llamaba la atención, son aproximaciones que aún nos resultan
insuficientes. En principio podemos enunciar algunos posibles mecanismos:
a) En la tortura, por el intenso y prolongado dolor, se produce un shock neurogénico que
conlleva estados de inconsciencia en diversos grados: desde la obnubilación
(enturbamiento y estrechamiento de la conciencia) hasta el estupor (estado de inercia,
vacío y suspensión de la actividad psíquica). Esta situación afecta la memoria de
fijación durante el episodio traumático y la memoria evocativa subsecuente.
Se produce así una amnesia lacunar, con vacío de la memoria, que puede persistir largo
tiempo, incluso de por vida. Esta amnesia lacunar es, a su vez, una fuente de angustia
posterior.
b) El trauma corporal produce una regresión narcisista de tal carácter que no puede
efectuarse representación psíquica alguna de los hechos.
La secuela a observar es la producción de escotomas en el registro de lo vivido.
c) Se produce una disociación esquizoide defensiva. La disociación es un mecanismo de
defensa característico de los niveles mentales más primitivos. Esta defensa se
implementa frente a la vivencia de aniquilación producto de la situación de tortura. La
representación del propio cuerpo es escindida y proyectada al exterior, «el cuerpo no me
pertenecía». En la salida de la disociación extrema queda un remanente que no será
reintroyectado al yo y en el que se depositan ciertos aspectos de la identidad.
Esta disociación es percibida no sólo desde la hipótesis de un mecanismo origen del
silencio, sino en la situación que se presenta a veces con personas que han pasado por la
experiencia de dar algún testimonio, llevadas por un propósito de denuncia. Lo hacen
muchas veces como una descripción desafectivizada de los hechos, como si le hubieran
ocurrido a otro.
d) Los sentimientos de pudor, vergüenza o humillación, que dificultan la comunicación
de lo ocurrido durante la tortura, están vinculados a ciertas vivencias íntimas en las que
queda comprometida la relación entre el Yo y el Ideal del Yo. Se produce una fisura en
relación a la imagen previa que la persona tenía de sí misma y a sus expectativas en
cuanto al tipo de respuesta que pudiera producir.
Este tipo de desilusión narcisista no necesariamente se corresponde con aspectos
fundamentales que pudieran cuestionar su conducta frente al agresor, de acuerdo a su
propia escala de valores. A veces, se trata de hechos nimios donde se pone en juego para
la persona una cierta tensión en el eje sometimiento-resistencia. Otras veces, no tienen
que ver con el cuestionamiento de la conducta, pero la humillación a la que ha sido
sometido, por ejemplo estar sucio en los propios excrementos, puede ser lo
suficientemente grande como para no ser comunicada.
Podemos afirmar que las reacciones frente a la acción traumática así como las
consecuencias posteriores han sido de las más diversas, evidenciando un amplio y
variado espectro de respuestas individuales posibles.
La presencia constante de los factores de retraumatización, la impunidad el principal de
ellos, y el desarrollo de diferentes formas de respuesta social, constituyen el fondo sobre
el cual se despliegan las diferentes respuestas individuales frente a lo traumático.
En este sentido observamos frecuentemente cómo personas que han atravesado
situaciones límites, incompatibles no sólo con lo pensable, sino con la vida misma, han
podido luego mantener e incrementar sus intereses específicos, incluidos en muchos
casos aquellos por los cuales fueron violentados, y desarrollar proyectos de vida
alcanzando logros en su realización personal y vincular que evidencian la preservación
del yo.
Hemos observado una gran variedad de síntomas en nuestros asistidos; señalaremos
aquellos que por su frecuencia o gravedad nos resultan más significativos:
♦ Repetición mental del hecho traumático: ya sea como sueño angustiante (pesadilla)
con despertar brusco e importante repercusión neurovegetativa, ya sea como vivencia de
repetición desencadenada por algún estímulo externo asociable al hecho traumático
(sirenas, presencia de personal policial o militar, timbres o ruidos violentos durante la
noche, etc.).
♦ Conductas evitativas en relación al hecho traumático: abandono de actividades e
intereses que se relacionen directa o indirectamente con el hecho traumático
(actividades o intereses políticos, gremiales o culturales. En estos casos la evitación se
encontraba reforzada por el riesgo real que implicaba desarrollar estas actividades);
abandono de los grupos de pertenencia habituales; retracción o inhibición de la vida
social.
♦ Suspensión o abandono de proyectos vitales: (estudios, casamiento, hijos). Este
fenómeno fue particularmente frecuente y estaba en relación directa con la indefinición
que conlleva el status del desaparecido. Los familiares no podían decidir proyectos
vitales en tanto la situación del ser querido permanecía indefinida.
♦ Trastornos del humor: mal humor, irritabilidad, ataques de ira.
♦ Trastornos del sueño: insomnio, hipersomnia.
♦ Sentimientos de impotencia.
♦ Sentimientos de hostilidad.
♦ Descompensaciones psicóticas.
♦ Trastornos somáticos severos: trastornos cardiovasculares, cáncer.
Pero, como planteábamos antes, el listado de síntomas poco dice sobre lo que ocurre. Lo
importante es el sentido que estos síntomas tienen, la multideterminación presente en
ellos y el lugar que lo social ocupa en los mismos.
La identidad de sobreviviente. Esta identidad tiene una doble marca. En primer lugar,
registra una elaboración social que categoriza en desaparecidos-muertos y
sobrevivientes. En segundo lugar, indica su propia ubicación por la cual el conjunto de
su identidad personal ha quedado adscripto a la situación traumática. La situación
traumática marca así en nuestra experiencia un antes y un después profundamente
transformadores del sujeto. Ha quedado grabada en la subjetividad una marca que suele
abarcar toda la vida del sujeto. En otros casos, por el contrario, la persona no es
consciente de esta diferencia.
Pensar más en vivir que en sobrevivir implica una modificación en el psiquismo que
permite la recuperación de un proyecto personal. Es frecuente la suspensión o el
abandono de proyectos vitales, o el hecho de que los nuevos proyectos sean vividos
como situaciones de sobrevivencia, en una permanente nostalgia por aquellos otros
proyectos que se han abandonado después de atravesar la situación traumática.
La ausencia de sanción del crimen por parte del Estado, que en el ámbito psicosocial
inhabilita las funciones que debería cumplir en cuanto garante del orden simbólico,
lugar de terceridad y como regulador de los intercambios, deja abierta la posibilidad de
reactivación periódica de las vivencias de desamparo que operan como un factor
desestructurante del psiquismo.
Múltiples situaciones en las que en forma directa o indirecta las personas se enfrentan a
la impunidad de la que gozan autorreconocidos criminales, el hecho de que puedan
afirmar públicamente, a través de los medios, haber realizado vuelos de exterminio o, en
otros casos, reivindicar los crímenes cometidos sin tener que hacerse social y
jurídicamente responsables de dichas atrocidades, operan como detonadores, como
elementos de retraumatización.
La impunidad que avala a los autores del llamado gatillo fácil hace que las amenazas o
la represión directa a los jóvenes que hoy denuncian esos hechos funcione también
como una situación de retraumatización que, en muchos casos, produce un nivel de
angustia que moviliza fantasías primitivas de mutilación y/o fragmentación, vivencias
de desamparo e indefensión extrema que pueden llegar a producir hasta episodios de
despersonalización.
Las vivencias colectivas de inseguridad actuales, además de otros factores causales
presentes como la situación económica, tienen que ver también con la situación de
impunidad.
Cuando hablamos de impunidad, lo hacemos en referencia a la impunidad de los
poderosos, a la impunidad de quienes tienen el poder del Estado, a la impunidad de la
que gozan los genocidas y represores, y los responsables de los gravísimos delitos
económicos que atentan contra el patrimonio nacional y someten a la exclusión social a
las grandes mayorías.
Martín, A. El fracaso del leteo o la imposibilidad del olvido.
SERSOC es una ONG de derechos humanos que desde 1984, año de su fundación,
brinda asistencia psico-social a las víctimas del terrorismo de Estado, habiendo asistido
a más de 3.500 personas con demandas de muy diversa índole.
En los últimos seis años se destacan tres grupos de consultantes:
♦ Personas que por el cuadro clínico sufrido durante su prisión y/o exilio deben seguir
en asistencia.
♦ Víctimas de segunda generación: hijos de presos políticos, exiliados o de detenidos
desaparecidos.
♦ Personas que sufrieron prisión política prolongada y que no habían solicitado
asistencia o sólo lo habían hecho en los primeros meses de su salida de prisión (1984-
85), discontinuando su tratamiento o finalizándolo en pocos meses.
El presente trabajo se ocupa de esta última población, intentando visualizar muy
someramente tanto su problemática de vida (que los lleva a consulta) como algunos
aspectos que se han repetido con frecuencia y que hemos ido encontrando como
orientadores significativos en el trabajo psicoterapéutico.
Asignamos este nombre a las personas que fueron sometidas a tortura y prisión
prolongada y que han solicitado un primer apoyo psiquiátrico o psicoterapéutico por lo
menos 5 años después de salidos de prisión, o a aquellos que habiéndose asistido
inmediatamente a la salida de la cárcel, no volvieron a consultar por igual lapso.
Dentro de la variedad de cuadros clínicos que presentan (desde trastornos obsesivos a
episodios delirantes agudos), son significativos los trastornos del humor: un 85%
presentó un síndrome distímico y en un 60% de ese total se encontraron muchos
elementos de un síndrome depresivo mayor.
Conceptualizamos la tortura como una actividad perversa que pretende tener tal poder
sobre un otro como para transformarlo en «cosa» o «no-persona». Para intentar lograrlo,
el torturador y el sistema que lo ampara debe considerar a ese-otro como «un-algo» no
similar-en-esencia-a-sí-mismo.
Esta definición la creemos aplicable a la tortura que implicó la prisión política
prolongada, pues el agresor intenta o cree poseer un poder absoluto con el cual busca
restringir al máximo las posibilidades de «ser persona» del torturado.
Este intento se contrapone al hecho que toda persona es un ser único (imposible por
tanto de cosificar sin que pierda las características de «ser humano») y al mismo tiempo
es un ser-en-relación [Merleau-Ponty, 1985]. Esta dialéctica de ser un ser único y ser un
ser en relación con otros seres únicos se enlaza directamente con el concepto de
libertad.
Ejercer la «libertad-de-ser» necesita la presencia de otros que la habilitan. En efecto,
cada encuentro con un-otro es un recordatorio de la propia libertad [Sartre, 1996] y al
mismo tiempo de las limitaciones de la misma.
Por tanto, la libertad es siempre una situación relativa, pero las limitaciones que impone
un poder absoluto y destructivo como las arriba descritas lleva a un estado insoportable
para el ser-único que es cada sujeto al atentar contra la necesidad de cada sujeto de ser
el «ser-que-es», confirmado como tal por los otros.
Quienes se vieron obligados a vincularse en forma muy limitada, deben reelaborar sus
modos de relacionamiento y organizar sus vínculos de manera que puedan cuidar su ser
-su libertad- de las órdenes absolutistas de los represores.
La historia de estos pacientes demuestra que resulta imposible el olvido del trauma
sufrido y que las secuelas pueden emerger ante los estímulos más inesperados, por lo
que es obligatorio que los técnicos tengamos presente esa imposibilidad de beber las
aguas del río Leteo, las aguas del olvido y que debemos realizar un trabajo de
prevención secundaria en todos ellos, para evitar un curso de vida cargado del miedo a
la destrucción nadificadora que se les intentó imponer, habilitando una reinserción plena
en su sociedad.
En muchos pacientes la inclusión plena al medio fue posible cuando se pudo trabajar
con ellos la «disociación» funcional sufrida por la retención temporal del ayer
fantasmático del que continuaban defendiéndose y luego de un largo proceso para
permitirles elaborar y vivenciar el sentido liberador del encuentro real con los otros
integrado a «un-hoy» relacional; es decir la necesidad de romper con la continuidad del
«pasado-hoy-retenido».
Entendemos necesario estadificar las secuelas del trauma para encarar la asistencia y/o
prevención, pero está presente el riesgo de trasformar en «enfermo per se» a la víctima
de la tortura agregándole una nueva segregación: a la de torturado la de enfermo mental.
Destacamos que la víctima de la tortura vive una «reacción normal ante un impulso
anormal» y eso es una defensa absolutamente sana del organismo psico-biológico contra
una noxa que lo ataca.
Lamentablemente, en un porcentaje substancial de situaciones de vida, esa «reacción
normal» deja importantes secuelas, éstas sí muchas veces patológicas. Pero debemos
cuidar que en esa estadificación de secuelas no queden aisladas de la perversión básica
de estos hechos: que un hombre y su sistema atente contra otros seres humanos tratando
de destruirlos, de cosificarlos, de transformarlos en una nada relacional.
14 Lira. E. (2010). Trauma, Duelo Reparación y Memoria.
Los procesos de reconciliación política suelen recurrir a leyes de amnistía que buscan
instalar el olvido jurídico y político sobre las responsabilidades criminales ocurridas en
un pasado que se resiste a pasar al olvido y que suele convertirse en un presente
asfixiado de exigencias y contradicciones para muchos. Por otra parte, la proclamación
del olvido como fundamento de la paz social no tiene en cuenta el efecto del conflicto
sobre las víctimas e impone, de diversas maneras, una resignación forzosa ante los
hechos consumados y a la impunidad subsecuente. Diversas voces han señalado que
tanta violencia no puede pasar por la historia como si no hubiera sucedido nada y que la
reconciliación requiere hacerse cargo del pasado y reconocer y reparar a las víctimas,
incorporando sus memorias y la memoria de la lucha, mediante condiciones de
justicia y equidad como ejes de la construcción democrática actual y futura. Emerge
así una lucha de visiones y de interpretaciones del pasado y de los procedimientos
necesarios para superar sus consecuencias, que coexisten conflictivamente en los
espacios políticos de transición.
El final del conflicto implica hacerse cargo de las tensiones surgidas de estas distintas
visiones, establecer el imperio de la ley y el reconocimiento de los derechos de todos,
garantizando mediante condiciones legales, culturales y políticas que estos hechos no
se repetirán.
En varios países los profesionales de salud mental se preocuparon por las víctimas
desde instituciones solidarias o a título personal. Esos profesionales funcionaron como
“delegados” (informales) de la sociedad, asumiendo la responsabilidad de trabajar
con las víctimas desde sus saberes y competencias, pero también desde las limitaciones
de su rol y ubicación social, que, casi siempre, era, a pesar de todo, marginal.
En algunos países la reparación ha sido una política pública que incorporó
servicios de salud mental. En ese contexto, los agentes de salud mental se constituyeron
en “delegados” formales de la sociedad, como en el caso del Programa de Reparación
Integral de Salud (PRAIS) para las víctimas de las violaciones de Derechos Hu-
manos ocurridas en Chile entre 1973 y 1990 (ILAS 1994, 1997).
Las víctimas han reclamado esclarecer lo que les ha ocurrido a ellas y a sus
familiares exigiendo la verdad.
Parte de la verdad general y particular se alcanza en las comisiones de la verdad al
establecer los hechos sucedidos y los nombres de las víctimas. En los tribunales
de justicia, la verdad judicial es particular y posibilita identificar las circunstancias
en que ocurrieron los hechos, las víctimas y los responsables en cada caso.
La verdad que falta, casi siempre, es la verdad de los sufrimientos, de los temores y
sueños de las víctimas y la conexión de sus vidas con la historia de violencia, del
conflicto y de la resistencia en el país, permitiendo identificar los significados que estas
experiencias han tenido y tienen para ellas.
Las víctimas han reclamado justicia ante los tribunales, con resultados variables,
casi siempre precarios.
La conceptualización acerca del contexto político iba unida a la discusión acerca del
trauma y las experiencias traumáticas que eran resultado de la violencia política. Las
torturas, los secuestros, desapariciones y asesinatos, el exilio, la relegación, los
amedrentamientos y allanamientos masivos eran entendidos como situaciones
específicas potencialmente traumáticas, que atentaban contra la vida y la identidad de
las personas, afectando negativamente su condición de miembros de una sociedad y su
calidad de sujetos sociales activos y participativos.
Definimos en esa época que el proceso terapéutico tenía como propósito trabajar en la
reparación de las repercusiones de la violencia política sobre personas dañadas y
traumatizadas que consultaban pidiendo ayuda en relación con lo que les estaba
sucediendo. Lo que se intentaba era restablecer la relación del sujeto con la realidad,
buscando recuperar su capacidad de vincularse con las personas y las cosas, de
proyectar su quehacer y su futuro, mediante un mejor conocimiento de sí mismo y de
sus propios recursos, y también mediante la ampliación de su conciencia respecto a la
realidad que le tocaba vivir (Weinstein, Lira y Rojas 1987). Recuperar la salud mental
implicaba retomar el curso de la vida integrando el pasado participativo, enfrentar las
experiencias represivas con su horror y sus secuelas, y el presente con todas sus
dificultades y contradicciones.
Esta modalidad terapéutica se hacía cargo del contexto histórico y político y buscaba
promover la autonomía de la persona en todos los ámbitos de funcionamiento personal.
Los objetivos se acordaban en las primeras sesiones, a partir de los motivos de consulta,
y eran varios.
Podían dirigirse al alivio de los síntomas, especialmente los estados de ansiedad e
insomnio. Con frecuencia, el tratamiento implicaba interconsultas médicas en el equipo
y alguna medicación que aliviara las reacciones agudas. La sintomatología era entendida
como expresión de un conflicto vital actual en la lucha por sobrevivir y procesar las
consecuencias de la agresión sufrida; por tanto, se buscaba responder a la pregunta
“¿Por qué me ocurrió esto a mí?” en un contexto biográfico, político y circunstancial
muy específico. En muchos casos la experiencia reciente se acumulaba en una
historia vital que potenciaba su impacto y significado, que hacía necesario ampliar los
objetivos iniciales del trabajo terapéutico. La historia personal y la experiencia represiva
estaban ligadas desde el inicio. Sin embargo, poner fin al horror en la propia historia
personal generaba deseos de olvido, que se contradecían inevitablemente con la
voluntad política de no olvidar, que suele ser expresión de la resistencia de las víctimas.
Esa tensión formaba parte del proceso.
En este contexto específico, uno de los recursos desarrollados para enfrentar la angustia
generada por este trabajo fue el intento de sistematizar y conceptualizar la experiencia
de trabajo y denunciar lo que estaba sucediendo a las víctimas y a sus familias en
instancias sociales, académicas e internacionales.
Al formular estas ideas, al situar estas experiencias en un marco conceptual, se ponía un
límite a la angustia experimentada. Mediante las palabras, se dio un orden a la realidad
aterrorizadora vivida por las víctimas y las terapeutas, posibilitando el
encauzamiento de las ansiedades y confusiones generadas por este trabajo. Sin
embargo, los escritos hacían referencia solamente a los pacientes. No se describían las
dificultades de las y los terapeutas. El impacto transferencial y contratransferencial
de la violencia, la agresión y la angustia que los pacientes llevaban a las sesiones estaba
ausente. Al final de la dictadura se inició un conjunto de actividades de autocuidado y
supervisión permanente, que permitieron, precisamente, identificar, procesar y asumir
algunas de las dificultades descritas con anterioridad.
El saber sobre lo traumático que hemos aprendido a través de la práctica clínica, nos ha
mostrado que las experiencias de amenaza vital percibidas –es decir, la toma de
conciencia de una amenaza a la existencia tal como la pensamos e imaginamos– alteran
el funcionamiento de la memoria generando, en muchos casos, un olvido masivo que
encapsula la totalidad de la experiencia y que se hace inaccesible a la conciencia, o que,
por el contrario, se manifiesta como una amplificación de la memoria haciendo
literalmente inolvidable lo vivido, en todos sus detalles y significaciones.
Es decir, el recuerdo se impone, impidiendo cerrar la experiencia e invadiendo la vida
del sujeto con imágenes recurrentes y angustias intolerables, que no dan tregua, ni en el
sueño ni en la vigilia. Nuestra práctica clínica mostró también que, especialmente en el
tratamiento de personas traumatizadas, la catarsis –al recuperar los recuerdos
reprimidos– era aliviadora e incluso podía incidir haciendo desaparecer algunos de los
síntomas, pero este alivio era casi siempre transitorio. Observamos que el psiquismo se
había reorganizado en función de la amenaza de muerte percibida,
y no bastaba solamente con volver al momento de la amenaza. Se hacía necesario
trabajar con la experiencia de casi muerte que había vivido la persona analizando cómo
esa amenaza se había inscrito en su historia, cómo esa casi muerte había cruzado sus
vínculos, su trabajo, sus sueños. Por lo mismo, la función de recordar lo reprimido y lo
olvidado como estrategia curativa conducía a identificar la necesidad de procesar el
conjunto de la experiencia en sus distintos contextos, teniendo como eje central el
trabajo de la memoria de ese pasado en función de la vida.
La memoria al margen de la conciencia –de ese darse cuenta que opera como
continuidad permanente en lo cotidiano– puede ser vivida como un recuerdo ajeno, sin
sentido para el sujeto, y se hace inútil como recurso para el alivio de su ansiedad y
temor, y, por tanto, infructuoso para la supervivencia. La psicobiología de la memoria
nos indica que el recordar y el olvidar son el fruto de una red de conexiones,
estructuralmente análoga en todos los seres humanos, pero diversa y diferenciada en
cada uno, no solamente en la selección de lo que se recuerda sino también en como se
recuerda. Algunas investigaciones recientes sobre la memoria concluyen que no es una
facultad única sino que lo que llamamos memoria es el resultado de diferentes sistemas
que dependen de distintas estructuras cerebrales. Hay un sello individual en recordar y
olvidar selectivamente.
La memoria de las víctimas es, en muchos casos, una memoria traumática, es decir, el
sufrimiento y el miedo permanecen vívidamente presentes sin que el transcurso del
tiempo altere ese recuerdo, pero simultáneamente sin que ese recuerdo pueda ser
integrado en el conjunto de la vida y de las relaciones sociales. La emocionalidad que
tiñe esos recuerdos tiene la intensidad producida por una o muchas experiencias
percibidas como amenazadoras y con riesgo de muerte, a las que se asocian pérdidas o
temor a la pérdida de personas y de afectos y relaciones significativos. Las evocaciones
del pasado sintetizan y condensan esas experiencias, cuyo sentido surge del sufrimiento
y del dolor de las pérdidas, pero también de las resistencias ante la represión y las
amenazas y de las lealtades construidas con personas y grupos sociales en estos
procesos y en el curso de la vida. La posibilidad colectiva de resolver ese pasado
entretejido de experiencias personales y políticas implica reconocerlo como un asunto
que no es únicamente privado y propio de las biografías e historias individuales sino
que concierne también al ámbito social y público, y que puede ser resignificado en los
rituales del reconocimiento social, en los procesos judiciales y en las medidas de
reparación.
El deber de memoria se funda en la lealtad y en los afectos con las víctimas, pero es
también expresión de una responsabilidad social hacia la comunidad humana global,
publicitando el conocimiento de esa violencia y sus efectos, y convocando a que ésta
nunca más se repita. Estos propósitos se encuentran en las iniciativas de
memorialización y sitios de memoria en varios países. El deber de memoria fue
explicitado en los escritos de Primo Levi, sobreviviente del genocidio nazi,
interpretando ese deber en función de las lealtades de los vivos con sus muertos (Levi
2006); se inscribe en una visión valorativa de las relaciones sociales basada en el
respeto al otro, en su individualidad y diversidad, y en la esperanza de que la memoria
contribuirá a erradicar la crueldad y el abuso por motivos políticos.
Esta visión se manifiesta principalmente en las acciones en relación con las víctimas, en
la búsqueda de los detenidos desaparecidos, en la conmemoración de su ausencia, en las
acciones públicas, hasta lograr identificar sus restos y conocer su destino final.
El primer objetivo de las víctimas ha sido, entonces, que las autoridades y los tribunales
de justicia reconocieran la existencia de los hechos que las habían afectado.
Al instalarse los gobiernos de transición de regímenes autoritarios a regímenes
democráticos, las expectativas de los grupos y asociaciones de víctimas son,
precisamente, que se reconozca lo que les ocurrió a ellos mismos o a sus familiares, que
se reconozcan sus derechos y que se repudie, formalmente, la política de violaciones de
Derechos Humanos. En muchos países la condena moral y política de los crímenes
cometidos se ha expresado en las declaraciones y discursos de las autoridades que
asumen el poder después del conflicto, representando a las fuerzas políticas opositoras y
denunciando las violaciones de Derechos Humanos cometidas.
La reparación supone los debidos procesos legales, en el marco jurídico de cada país
y de sus posibilidades políticas, aunque no se agota en ellos. Supone la construcción de
una cultura democrática, fundada en el respeto intrínseco a los Derechos Humanos de
cada uno, incluido el derecho a un debido proceso de los victimarios. Implica
también una elaboración social del sufrimiento y de la violencia en el ámbito cultural
reconociendo que esto ocurrió entre nosotros y que es lo que queremos que no vuelva a
ocurrir. Cada víctima tiene derecho a que su historia y su padecimiento sean
reconocidos como una injusticia y como una violación a sus derechos; que la sociedad
le otorgue una reparación que incluya espacios de reflexión y elaboración en todos los
niveles de contexto implicados, y que la memoria política conserve su nombre y su
historia como elementos indispensables para sostener una memoria democrática que
garantice el respeto y la dignidad de las personas en todo momento y
circunstancia, ahora y en el próximo futuro.
Cada país y cada comunidad humana son desafiados a construir la paz basada en la
verdad de lo sucedido y en el reconocimiento y reparación de las víctimas, dejando atrás
las fórmulas políticas que fundaron la paz en la impunidad de crímenes atroces,
sembrando resentimientos y favoreciendo el resurgimiento de los odios y las venganzas
y la recreación de la violencia con afanes justicieros, por ausencia de justicia.
Pero no podemos desconocer que cada época, cada cultura y cada enclave social
proporciona imágenes, valores, modelos, zonas de permisibilidad y de
prohibición; habilita experiencias y produce significados en torno a ellas, todo lo cual
contribuye a la producción de una subjetividad singular.
Época, cultura y lugar social pasan así a ser tres coordenadas centrales en todo abordaje
de la subjetividad humana.
La vida cotidiana -en tanto estructura de prácticas y significaciones constituida por los
diversos intercambios a través de los cuales los seres humanos satisfacen sus
necesidades, producen y reproducen la vida- pasa a ser núcleo de interés de la
psicología.
Aprendizaje que hace a los efectos de las experiencias vitales sobre las
estructuras actitudinales de los sujetos.
Los modelos, experiencias y contenidos culturales con que las personas cuentan para
alimentar y sostener su proceso identitario provienen de: las redes sociales, las
tradiciones culturales, los niveles de integración laboral y educativo así como las
modalidades de ejercicio de la ciudadanía y las políticas públicas.
Hoy ese "mundo del trabajo" ha cambiado y los barrios populares viven
un proceso de "desproletarización". Las fábricas y concentraciones de trabajadores son
recuerdos del pasado. Sus locales se ven "taperizados" devolviendo en su imagen la
desvitalización y el deterioro, con los cuales las comunidades suelen identificarse.
Esto genera en los jóvenes la ausencia de lugar social y de proyecto colectivo sobre el
cual apoyar el propio.
Los cambios en el "mundo del trabajo" no solo han generado altas tasas de
desocupación abierta sino que dieron lugar a un proceso de desregulación y
precarización.
La imagen del trabajo asalariado, socialmente regulado, estable, sindicalizado y que
operaba como matriz y soporte en la construcción de identidades sociales y subjetividad
tiende a desaparecer de nuestra cultura.
Estimulan una actitud presentista, permite "vivir al día", ayudan a resolver lo inmediato
pero no habilitan la futurización.
Se desvanece así la imagen del trabajador como sujeto de derecho y actor
colectivo pasando a constituirse en un individuo aislado que actúa desde su necesidad
perdiendo capacidad de negociación y autoestima. La educación
-especialmente la escuela- constituye un espacio de especial relevancia en la producción
de subjetividad. Tradicionalmente la escuela pública en Uruguay fue un fuerte factor
integrador.
Por una parte la creciente segregación territorial que se viene operando, hace que el
rango de interacciones sociales de los niños (y sus padres) se reduzca. Los habitantes de
las zonas se caracterizan por cierta condición social mas o menos homogénea y las
escuelas reflejan esto.
Por otra parte si bien el acceso a la educación primaria continua siendo casi universal no
todos los niños acceden con similar probabilidad de éxito o fracaso.
Cuando los sujetos adquieren una identidad social que les permite expresarse a través
de sus colectivos y adoptar posturas activas en pro de la defensa o
restitución de sus derechos, se opera una inclusión en la dinámica social.
Aquí deseo remarcar un aspecto que considero medular en el planteo que estoy
desarrollando: tanto las políticas sociales como sus representantes y efectores -o sea
organizaciones, equipos, técnicos y otros agentes que sostienen acciones hacía
o con sectores o grupos sociales definidos como destinatarios de esas
políticas- (mas directamente nosotros) participamos activamente en la
construcción de su subjetividad. Nuestras intervenciones asignan a esas
personas lugares y roles, interpretan y jerarquizan sus necesidades y proponen metas en
términos de un "deber ser" deseado o esperado desde una determinada perspectiva.
En este sentido resulta revelador el análisis del lenguaje utilizado. Este no es algo
neutro. Conforma operaciones discursivas, asigna significados a través de una dinámica
de adjudicación-asunción de diferentes lugares en el Universo simbólico de la sociedad
que involucra tanto a los operadores institucionales como a los destinatarios de las
acciones y programas.
Términos como: marginado, excluido, desviados, "de riesgo" vulnerable, usuario,
paciente, consumidor, sostienen discursos diferentes acerca del problema social básica.
A través de su análisis podemos develar una verdadera "disputa de
significados" acerca del problema y el lugar asignado a los sujetos que lo viven.
Por otra parte los operadores también reciben y asumen denominaciones con fuertes
connotaciones: educador, asistente, agente, voluntario, juez, fiscal, defensor....
Estos posicionamientos crean y refuerzan identidades sociales con sus
consiguientes subjetividades.
La exclusión social
A partir de las ideas que venimos desarrollando proponemos pensar la exclusión como
un proceso interactivo de carácter acumulativo en el cual -a través de mecanismos de
adjudicación y asunción - se ubica a personas o grupos en lugares cargados
de significados que el conjunto social rechaza y no asume como propios. Esto lleva a
una gradual disminución de lo vínculos e intercambios con el resto de la sociedad
restringiendo o negando el acceso a espacios socialmente valorados.
Dicho proceso alcanza un punto de ruptura en el cuál las interacciones quedan limitadas
a aquellas que comparten su condición. De este modo el universo de significados,
valores, bienes culturales y modelos, así como las experiencias de vida de que los
sujetos disponen para la construcción de su subjetividad se ven empobrecidos y tienden
a fijarlo en su condición de excluido.
Algunas aclaraciones:
El proceso gradual y acumulativo que lleva a la exclusión puede atravesar más de una
generación. Por tanto existen sujetos que nacen en ese transito hacía la exclusión con
muy escasas posibilidades de revertir o aún detener ese proceso.
Surge así la noción de vulnerabilidad.
Locus de control externo.---->, Este concepto desarrollado por autores como Martín
Baró, Seligman (1989) y M. Montero es básico para comprender la actitud de
pasividad y resignación que caracteriza a estos sectores. Se trata de la
convicción intima de que su vida y su realidad no esta en función de factores que él
pueda controlar o sobre los que pueda incidir, sino de procesos que se dan en un lugar
(locus) externo a su esfera de acción. Es una variedad de fatalismo que lleva al
sometimiento y la renuncia al protagonismo del sujeto como agente
transformador de su entorno. Motiva la renuncia al protagonismo social y
político.