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02/03/2021
En este trabajo se intentará pensar sobre estas cuestiones con el objetivo de reflexionar
sobre la siguiente pregunta / problema ¿Por qué y para qué el arte en nuestras vidas?
, de algún modo intentar elucidar, si es que la tiene, la función específica de lo artístico,
pero claramente para ello tendremos que ahondar en el problema ¿Qué es lo artístico?
Como hipótesis del trabajo planteo que si bien existen diversas posturas a la hora de
intentar definir el arte e incluso cuestionarse sobre la posibilidad de poder llegar a esa
definición, considero que esta posibilidad es posible, lo que no implica la idea de que
esa definición sea única, eterna e inmutable, por el contrario será múltiple, imperecedera
y cambiante. Este punto es crucial, ya que, a mi entender, es lo que permite darle un
sentido significativo al arte en nuestras vidas. Para poder pensar sobre el sentido del
arte se vuelve necesaria la reflexión sobre la pregunta qué es el arte.
Al intentar reflexionar entorno a la pregunta por el arte nos encontramos con una
historia que refleja la antigüedad de esta pregunta y los múltiples intentos de diversos
filósofos que se han abocado a intentar dar respuesta, pero también con ello nos remite
a su vigencia, ya qué en la actualidad no es posible aferrarse a una definición clara y
Estudiante: Gabriela Veliz. Semipresencial. Trabajo final del seminario.
02/03/2021
precisa sobre qué es arte, parecería que no se ha podido establecer criterios claros que
separen lo que es arte de lo que no lo es. El arte parece ser un concepto y una práctica
que se muestra problemático y que se encuentra en constante construcción, y a lo largo
de la historia se ha asociado, interpretado y practicado de diversas formas. Se intentará
mostrar este carácter problemático sobre la pregunta por el arte haciendo referencia a
distintas teorías qué se han dado a partir de la pregunta ¿Qué es el arte?, la influencia
de las mismas en la práctica de esta actividad y cuál es el sentido de reflexionar acerca
de dicha pregunta, si es que lo tiene.
Esta reflexión sobre el arte surge formalmente a través de la disciplina filosófica que
llamamos Estética, aproximadamente en el siglo XVIII. No obstante no debemos
olvidar que aún no siendo definida con el nombre “Estética”, ya existía desde la
Antigüedad e incluso desde la Prehistoria.
A continuación presentaré algunas teorías filosóficas que han intentado dar respuesta a
esta interrogante, bajo el supuesto que sí existe una esencia en el arte y qué es posible
establecer criterios que permitan definirlo.
Este fenómeno postula al arte como una práctica que consistía en imitar la
realidad, la naturaleza, el mismo es de suma importancia para el arte, es considerado
una revolución en la historia del arte dado al cambio sustancial que se da en el mismo a
través de este fenómeno. Este cambio, tomando a Ernst Gombrich (Viena, marzo 1909-
Londres, noviembre 2001), en el capítulo IV de Arte e Ilusión. Estudio sobre la
psicología de la representación pictórica, titulado: Reflexiones sobre la revolución
griega, va a darse principalmente en la transformación de “la función y forma “en la
que el arte se manifiesta. Lo que a mi entender, implica una transformación más
profunda, una nueva manera de entender y expresar el arte como forma de comprensión
del mundo.
Estudiante: Gabriela Veliz. Semipresencial. Trabajo final del seminario.
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¿Por qué, entonces, el fenómeno mimético representa una nueva manera de entender el
arte?
Este fenómeno no se da así sin más, implica un proceso en el que Gombrich se va a
detener haciendo un recorrido por el arte egipcio para luego abordar este fenómeno
Griego.
El arte Egipcio se da en el periodo Neolítico donde surgen las primeras civilizaciones y
comienza a desarrollarse el pensamiento abstracto aplicado también a la geometría.
Lo interesante de este planteo radica en que los egipcios sostuvieron por más de tres
mil años un modelo “esquemático y simbólico “de sus representaciones artísticas,
basado en reglas dogmáticas, indiscutibles. Estas representaciones compartían ciertas
características propias de este estilo, en su forma eran planas, presentaban un canon de
perfil y un carácter distintivo en el uso de los colores. Por otro lado, el canon de la
época sostenía un no rotundo a la libertad de innovación artística, este debía adaptarse y
respetar las reglas por las cuales se regían las representaciones artísticas de la época.
Para los egipcios sus representaciones debían expresar lo que saben, no lo que perciben.
Su justificación se da en que para estos estas imágenes no deben ser aparentes, sino que
deben representar un saber conceptual que persista en el tiempo.
Para esta civilización la verdad era revelada y la función del arte se asociaba a los
Faraones y la religión, por ello las representaciones se encontraban en tumbas y
templos. Lo verdadero, entonces, tenía un carácter idético, eran aquellas ideas
inmutables, eternas y perecederas que les eran reveladas. Estas ideas eran las que
representaban en sus imágenes, no como un reflejo concreto circunstancial sino como
un saber conceptual que aspiraba a la eternidad.
En relación a lo expuesto podríamos entonces concluir que el arte egipcio es un arte
conceptual, esquemático y simbólico, servil, funcional a un saber revelado y eterno. En
este sentido, lo interesante es poner en cuestión el carácter estereotipado,
extremadamente conservador de tradiciones religiosas del arte egipcio pero sumamente
significativo para dar a conocer su cultura, sus creencias, su historia al mundo.
Centrándonos ahora en el fenómeno mimético griego haré énfasis en las cuestiones
considero pertinente para este trabajo ¿Qué significó este fenómeno para la historia del
arte y para el arte en sí? ¿Cuáles fueron las condiciones que permitieron este fenómeno?
¿Cómo se da y que lo caracteriza?
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El autor plantea la idea de que “(…) el hacer viene antes del igualar. Antes de que el artista
soñara siquiera en igualar las visiones del mundo sensible, quería crear cosas con existencia
propia” (Gombrich, Cap. IV, pag.99). Es decir que, en un primer momento, el artista crea
representaciones (imágenes) para después comenzar a comparar, imitar o igualar con
sus visiones del mundo sensible. El artista cobra un lugar activo en la creación de la
obra.
La práctica de la imitación de la naturaleza, de la transformación mimética trajo consigo
cambios a nivel cognitivo así como de la cosmovisión que podían haber desarrollado del
mundo y del hombre situado.
Si bien, el modelo mimético, revoluciona la práctica artística, surgen varios problemas
que permiten problematizar este fenómeno como un modelo único de entender el arte,
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ya que nos habilita a reflexionar sobre otras cuestiones, incorporando a esta cuestión
nuevos conceptos como por ejemplo: Si lo imitable es la realidad ¿Qué es lo real?
¿Cómo se tienen acceso a ello? ¿Todos podemos imitar? Quien imita (el artista) ¿imita
lo real (objetivamente) o la realidad (subjetivamente)? ¿Guarda relación lo imitable con
la verdad? , Si se aspira a la belleza para su contemplación ¿Qué es la belleza? ¿Cuáles
son los criterios que definen lo bello?
revolución copernicana en la teoría del arte con la aparición de una “ciencia del
conocedor”, de un saber específico sobre el disfrute y conocimiento de la belleza y las
“bellas artes” desarrollado por una clase social que busca posicionarse desde la
distinción. Se produce por estos tiempos un abandono de la estética objetivista clásica y
un giro hacia el sujeto y sus valoraciones. Surgirá entonces un nuevo vocabulario para
dar sentido a una nueva práctica, la de la contemplación y disfrute ¿desinteresado? de la
belleza.
Hume, en su ensayo “Sobre el patrón de gusto”, reflexiona sobre la posibilidad de
encontrar un criterio de carácter universal para la valoración del arte y se pregunta por
la posibilidad de establecer juicios estéticos de carácter objetivo ¿será posible?
Tomando el planteo de Hume podemos expresar que es innegable la diferencia en
cuanto a gustos y opiniones que existe entre los hombres, diferencias que persisten aun
cuando los sujetos se hayan criado en un mismo contexto y hayan recibido una misma
educación.
De todas maneras, se puede establecer que hay cierto consenso en cuanto a los
caracteres generales que algo debe tener para ser estimado de buena manera: “elegancia,
adecuación, simplicidad, ingenio”; o de mala manera: “lo rimbombante, la afectación, la
frialdad, la falsa brillantez”. Esto se puede sostener a nivel general, pero cuando se pasa
a considerar casos particulares, parecería que nadie se pone de acuerdo. Parecería que
existe consenso en la generalidad o en la abstracción, y grandes disensos en las
particularidades, en los casos reales.
En este sentido, es natural, dice Hume, que se intente buscar una regla, un patrón, una
norma que establezca ciertos parámetros acerca del gusto.
Desde cierta concepción filosófica, se sostiene que ningún sentimiento es incorrecto,
pues existen sin referencia a algo fuera de ellos, en consecuencia, no tienen una
referencia objetiva en base a la cual se pudiese dictaminar si son correctos o incorrectos.
Aunque un sentimiento sea provocado por un objeto, el sentimiento no necesita
adecuarse al objeto para ser correcto, pues su función no es representar al objeto, como
sí sería en el caso de los juicios, ya que un juicio es correcto si se adecúa a lo que busca
reproducir.
En base a este razonamiento es que Hume sostiene que “la belleza no es una cualidad de
las cosas mismas; existe sólo en la mente que las contempla, y cada mente percibe una belleza
diferente” (Hume, pag.42). En consecuencia, “buscar la belleza real o la deformidad real es
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una búsqueda tan infructuosa como pretender encontrar el dulzor o el amargor reales” (
(Hume pág.43).
No existe la belleza en sentido absoluto, como un ente objetivo en forma independiente
de los sujetos, como si lo expresaba Platón. Existen bellezas particulares que moran en
los sujetos, sin sujetos que perciban la belleza, ella no existiría.
Si es así, habría que negar la existencia de patrones del gusto a priori, que se apoyasen
en elementos objetivos. Los patrones tendrán que ser producto de la experiencia,
tendrán que ser hallados por inducción, “en la observación de los sentimientos comunes de
la naturaleza humana” (Hume, pag.44).
Pero aun así no debemos creer por ello que los sentimientos de todos se adecuan en
todas las ocasiones a las reglas que pudiésemos formular.
¿Qué sucede entonces con “aquellas obras que han sobrevivido a todos los caprichos de la
moda…”? (Hume, pag.45). Esto tiene estrecha relación con lo que Hume llama
“delicadeza del gusto”. La delicadeza del gusto se puede desarrollar y perfeccionar a
través de la práctica. En otras palabras: es posible, mediante la experiencia, perfeccionar
el juicio estético. Esa perfección, es decir, esa observación detenida y reiterada, no es
algo que se desarrolla de una vez para siempre, sino que es necesario realizarla en cada
obra que se vaya a analizar.
Asignamos diferentes grados de belleza a las cosas en base a comparaciones que
establecemos con cosas bellas que ya conocemos. En consecuencia, qué tan conocedor
de “otras belleza” sea quien evalúa, resulta determinante. Además, dice Hume, “para
que un crítico esté capacitado de la manera más plena para llevar a cabo esta tarea, debe
mantener su mente libre de todo prejuicio y no permitir que nada influya en su consideración
fuera del objeto mismo que está sometido a examen” ( Hume,pag.51).
Ahora bien, ¿es posible lograr ese “estado”? Parece bastante difícil. Lo que sí se puede
afirmar es que hay individuos mejor capacitados que otros para ejercer de “jueces del
gusto”.
Entonces la dificultad para hallar la norma del gusto no es “tan grande”, pero se choca
contra dos obstáculos:
1) los diferentes temperamentos de los hombres;
2) las opiniones particulares de un país en un tiempo determinado.
Si a estos dos obstáculos se suman carencias de tipo perceptivo o un nulo desarrollo de
la delicadeza del gusto, la dificultad es evidentemente mayor. Nos gustará el tipo de
obra o de artista que se parezca a nosotros, que comparta las características
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Tomando a Weitz “La teoría ha sido siempre central en estética y es aún la preocupación
de la filosofía del arte” (Weitz, 1956, pág. 1).
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Aquí el autor deja en claro cuál es la función más importante de la estética, lo cual se
relaciona con precisar y aclarar los modos por los cuáles entendemos y damos sentido al
arte, y de qué manera lo enunciamos y valoramos y desde que puntos lo definimos.
Danto reacciona contra el “antiesencialismo” propio de la estética analítica
contemporánea, pronunciándose a favor de la posibilidad de una definición esencial o
real del arte, en este sentido, postula arte como un concepto cerrado, definible. Pero es
necesario, considera, un nuevo tipo de definición que abarque fundamentalmente la
producción del arte contemporáneo que escapa a las definiciones dadas anteriormente.
Por complejas razones históricas y filosóficas, el arte moderno no puede ser entendido
como imitación o expresión. Necesita un nuevo tipo de definición que, como un avance
sobre los primeros dos tipos, explique la esencia del arte, su historia, y la relación entre
las dos.
Esencialista, señala Danto, implica llegar a una definición mediante condiciones
necesarias y suficientes. El Portabotellas de Duchamp, así como las latas de Sopa
Campbell de Warhol, sólo tienen existencia en el interior de un horizonte artístico
global: un "mundo del arte" que predetermina las posibilidades que una época histórica
ofrece a los artistas. Esas obras en otro momento histórico no hubieran sido posibles. En
éste sentido, una obra de arte es un signo, es decir, un lugar de articulación de
significados. Así como el mundo pensado y dicho "es" el mundo, el arte no puede
considerarse como una realidad inefable situada más allá de nuestras maneras de pensar.
Con la aparición de las manifestaciones artísticas contemporáneas la pregunta ¿Qué es
el arte? Resurge cuando un objeto que sugiere ser arte parece no distinguirse de un
objeto común, ordinario.
“Distinguir las obras de arte de otras cosas no es sencillo, incluso para los que hablan
una misma lengua, y en estos días no cualquiera podría tener conciencia de estar en el
terreno del arte sin una teoría artística que se lo dijera. Y parte de la razón de esto descansa
en el hecho de que ese terreno se constituye en artístico en virtud de teorías artísticas”
(Danto, 1964: 572).
El autor sostiene que para que ese objeto represente una obra de arte debe cumplir dos
criterios esenciales: el significado y la materialización. A eso, añade un tercer criterio, el
de la interpretación que cada espectador aporta a esa obra.
Una obra de arte no existe sino interpretada. Siempre teniendo en cuenta que esa
intencionalidad está dada, en primera instancia, por el artista. En la medida en que el
contemplador, al interpretar la obra, pasa del plano material y perceptivo (simple
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La noción de arte continúa sujeta a profundas discusiones, dado que su definición está
abierta a múltiples interpretaciones, que varían según la cultura, la época, el
movimiento, o la sociedad para la cual no solo su definición teórica sino su práctica va
transformando su sentido individual (artista) y colectivo (sociedad).
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Bibliografía: