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El gobierno central, para atenuar y vencer esta temida 1

pandemia a dispuesto múltiples medidas como son la


cuarentena o aislamiento social, así como diversas medidas
económicas y sociales; medidas que en nuestra provincia lo
están cumpliendo a cabalidad los ciudadanos, es por ello que a
la fecha no tenemos ningún caso de contagio; pero es el caso
que con el retorno de nuestros paisanos de diferentes lugares
del Perú, cabe la posibilidad de haber algún portador que podría
encender la llama; 
Rechazamos TODO TIPO DE CORRUPCIÓN que se observa a
nivel nacional dentro del contexto de emergencia de salud que
estamos viviendo. Es inaudito e inhumano que, en plena
pandemia, se esté dando actos de corrupción y que afecta hasta
la propia vida del personal profesional y de servicios que están
“dando la cara” directamente en la lucha contra el COVID-19.
Esperemos que, en nuestra región, no exista este tipo de
acciones de corruptela que vayan a poner en peligro a nuestros
profesionales y poblaciones más vulnerables.
Hemos notado DEBILIDAD de acción en este Comando Regional y un Plan de Acción
que tiene muchas LIMITACIONES y no están de acorde a nuestra realidad regional. Por
tanto, solicitamos y exigimos los NECESARIOS AJUSTES en cuanto a personas y
mejorar sus Planes de Acción.

Desde donde estemos, seguiremos atentos para apoyar, dar


propuestas, exigir y/o denunciar respecto a lo que suceda en
nuestra querida provincia y a nuestro departamento que nos vio
nacer. Estamos convencidos que vivimos una realidad
extraordinaria que marcará la historia de la humanidad, y
pondrá a nuestro país y a Amazonas en una situación histórica
para mejorar y reestructurar el sistema, apoyando e invirtiendo
en sectores que históricamente han sido la “última rueda del
coche” en el desarrollo nacional como Salud, Educación,
Agricultura, Orden Interno, Programas Sociales, entre otros.
Tales cambios, hablando sólo para el caso de la Provincia de Luya, condicionan las
posibilidades de desarrollo y representan, en unos casos, oportunidades para el progreso de la
provincia en la esferas económica, social y política; mientras que en otros casos podrían
representar circunstancias poco favorables que debemos enfrentar de la mejor manera posible
para garantizar condiciones favorables de desarrollo para todas las poblaciones que habitan la
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provincia.

Democratizar la sociedad implica que todos los habitantes de ella gocen de los mismos
privilegios. O lo que es lo mismo, tengan los mismos derechos como corresponde a una
sociedad moderna e inclusiva. Si bien desde finales del primer decenio del siglo XXI la sociedad
peruana inició un proceso de modernización económica y social, la historia muestra ensayos
discontinuos y frustrados de modernización, los cuales han sido superados recién en las dos
últimas décadas con modernización política y económica.

El desarrollo de la sociedad empieza por el respeto a los derechos fundamentales y la dignidad


de las personas cualquiera fuera su edad, condición social y étnica. Pero son los niños quienes
deben tener mayor prioridad, por ello es importante garantizarles un entorno y la protección
de sus derechos desde la primera infancia, comenzando por un adecuado registro; porque un
niño sin identidad es un niño excluido.

La ocupación humana de la Región Amazonas, al igual que las otras regiones de la Amazonía
peruana, tiene una larga y compleja historia, en el que se combinan, en diferentes épocas,
intereses geopolíticos, económicos, religiosos y políticos. Los estudios arqueológicos revelan
que entre los años 800 a 1200 se desarrollaron importantes culturas pre incaicas, como la
cultura Chachapoyas o Sachapuyos quienes edificaron templos, fortalezas, andenes y tumbas
que hasta hoy se conservan, como es la fortaleza de Kuélap. Paralelo a la cultura Chachapoyas,
en la provincia de Luya se desarrollaron las culturas Chipuric y Revach. Los fardos funerarios y
necrópolis hallados en la zona constituyen testimonios de esas culturas.
Es responsabilidad de los estados propiciar mecanismos de formación y promoción de líderes
políticos jóvenes que no sólo contribuyan al relevo generacional sino que innoven, y transformen la
manera de hacer política.

Medellín

Opinar desde la distancia, el desconocimiento y basándose en lo que otros cuenten o digan, puede
viciar y contaminar las decisiones que se tomen. En mi primera experiencia como jurado de votación
en el exterior pude evidenciar que es distinto tener el país aún fresco en la memoria en el momento
de decidir para qué votar y por quién votar que basarse en lo que otros cuentan después de muchos
años de haberlo dejado.
Desde la barrera, sin experimentar y vivenciar la real situación del país, es muy cómodo y fácil
proponer soluciones y arreglarlo. He insistido de forma vehemente sobre la necesidad de
fomentar la cultura política en las nuevas generaciones que son las que responderán por el
futuro del mundo. Y como parte de esa formación, debe recuperarse el verdadero sentido del
patriotismo, el respeto y el compromiso con la patria que va más allá de las celebraciones, las
manifestaciones culturales y los recuerdos de los ancestros.

Lea también: Civismo contra la tiranía


El verdadero patriotismo no se demuestra en los símbolos, la idiosincrasia o el acento, se evidencia
en la responsabilidad que implica tener una ciudadanía y un documento de identidad que lo distingue
como miembro de una nación, así ya no se resida en ella ni se quiera volver. Como lo he repetido, el
verdadero ejercicio de la ciudadanía y de la política se da no sólo reclamando los derechos cuando
conviene o se necesita hacerlo, sino también cumpliendo los deberes. El voto es un derecho y un
deber que brinda la posibilidad de aportar algo al país y es una de las armas más poderosas
para combatir la indiferencia política tan característica de los jóvenes de este siglo.
En Colombia, son más de 12 millones de jóvenes los habilitados para votar y muy pocos los que lo
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hacen. Hay en ellos apatía frente al ejercicio de la política y desconfianza en las instituciones. La
mayor responsabilidad de esta indiferencia está en el mismo Estado y en una escasa formación
política desde la familia y el sistema educativo.
En la generación de los Millennials  están los líderes del futuro que pueden lograr un mundo mejor si
cuentan con las condiciones para hacerlo. Pueden demostrar que es posible ejercer la política y la
ciudadanía de manera consciente, responsable y libre, para aportar y dar sentido a una
humanidad más pacífica y tolerante, en la que se decida por convicción, sin polarizaciones y en la
que haya más confianza entre gobernantes y gobernados, sin importar a qué generación se
pertenezca.
Es responsabilidad de los Estados propiciar mecanismos de formación y promoción de líderes
políticos jóvenes que no sólo contribuyan al relevo generacional sino que innoven, y transformen la
manera de hacer política. Los jóvenes actuales tienen en la tecnología la mejor herramienta a su
favor para generar nuevas culturas políticas y llevar el arte y ejercicio de la política de la plaza
pública al mundo virtual.
Para lograr cambios, la indiferencia no es la mejor opción, todo lo contrario, hay que participar para
generarlos, teniendo claro lo que se quiere y no reclamando en señal de inconformidad por lo que no
se quiere o tiene. En una ciudadanía universal y virtual es inimaginable un mundo totalmente
apolítico.

Las nobles mentiras de la política


Autor: Omaira Martínez Cardona

21 junio de 2017 - 12:08 AM


Atrás quedó esa masa ciega e ignorante que no distinguía entre la verdad y la mentira y a la que
había que consolar con falsas esperanzas o nobles mentiras.

Medellín, Antioquia

Decidir quién dice o dónde está la verdad en asuntos políticos es algo que la mayoría de los
ciudadanos evaden por temor a equivocarse y por las nefastas consecuencias del error.  No es nada
nuevo y sorprendente para el común de los ciudadanos que sus gobernantes se especialicen en
prometer y no cumplir.
Por fortuna para la humanidad y desventura de los politiqueros, en el mundo actual son pocos los
que desconocen que la política y el ejercicio del poder son los reinos predilectos de la mentira  y
escenarios ideales para inventar, practicar y engañar con todo tipo de actuaciones y triquiñuelas.
La filósofa Hannah Arendt en su texto Crisis de la República argumentó que la sinceridad nunca ha
sido una virtud para la política. Entre otras razones, porque las mentiras son consideradas por
algunas propuestas políticas como medios justificables cuando se usan como estrategia para
mantener el orden, el control y el poder.

Lea también: Sobre la habilidad de mentir


La mentira y la ausencia de verdad en la política siempre han sido justificadas en muchas de
las acciones y decisiones de los hombres públicos, especialmente los gobernantes, quienes se
escudan en cualquier cantidad de excusas para decisiones que toman supuestamente en beneficio de
sus ciudadanos, la paz de sus pueblos o la seguridad de su nación.
Es considerada una noble mentira la que se dice en bien del interés público. En el ejercicio político
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es la que bajo el escudo de verdad se dice o promete a los gobernados en épocas de crisis, campaña
electoral, confrontación ideológica o armada.
El secreto, el engaño, la hipocresía en el discurso, las guerras frías y las campañas sicológicas son
instrumentos para convencer tan antiguos como el hombre y habituales en el ejercicio de la
ciudadanía y de la política.
Desde los pensadores clásicos como Platón y Cicerón o teóricos políticos como Maquiavelo,
hicieron propuestas sobre la ética de la responsabilidad en la vida política bajo la cual se pueden
justificar gran cantidad de acciones, muchas de ellas opresoras, como si fueran verdades absolutas.
Esto es lo que para algunos es mentir responsablemente.
Análisis sobre algunos de los gobiernos actuales, de quienes los lideran y de sus maneras de dirigir la
política exterior y las relaciones internacionales, evidencian el ejercicio constante de las nobles
mentiras no sólo de gobernantes a sus gobernados, sino también entre los mismos políticos en su
diaria contienda por escalar peldaños en la jerarquía del poder.
En medio de los diversos escenarios políticos contemporáneos es que se están culturizando
políticamente los ciudadanos de un mundo controversial que cada vez parece más una mal
representada comedia que un campo de batalla.

Además: Lo legal, lo legítimo y la decencia


A las naciones más que sus gobernantes, las consolidan sus ciudadanos. Es  al ciudadano común
a quien le corresponde decidir en quién o qué propuesta depositar su confianza para el bienestar
público y el particular. Atrás quedó esa masa ciega e ignorante que no distinguía entre la verdad y la
mentira y a la que había que consolar con falsas esperanzas o nobles mentiras. Por más que se
pretenda distraer la atención y el interés de los ciudadanos con escándalos mediáticos sobre
amenazas inminentes, filtraciones de información, corrupción  o promesas incumplidas, es una
verdad a gritos que las nobles mentiras de nuestros gobernantes se esparcen como un virus que
debilita los sistemas que se consideran  democráticos.  Ahora es el momento para que las
ciudadanías del mundo que están más preparadas escuchen la cruda verdad. De esto depende en gran
parte el futuro del orden mundial. Quien engaña, como decía Maquiavelo, encontrará siempre a
quien se deje engañar.

Lo legal, lo legítimo y la decencia


Autor: Omaira Martínez Cardona

1 marzo de 2017 - 12:00 AM


Una sociedad donde lo legal y lo legítimo ya no alcanzan para hacer respetar los derechos, se ha
dejado ganar por la falta de civilidad, por la indecencia, el irrespeto, la ignorancia y la ineptitud.

Medellín, Antioquia

El tenue límite entre lo ilegal y lo ilegítimo es una interminable discusión filosófica, ética y
semántica. Para el común de las personas, todo acto que traspase los límites de lo establecido en la
ley además de ilegal también es ilegítimo así la norma en su definición, interpretación y aplicación
no sea la más justa y razonable para todos. Sin embargo, no todo lo legal es legítimo.
Lo complejo de esta disyuntiva es que en la cotidianidad de las sociedades actuales ya se ha tocado
fondo y tanto lo ilegal como lo ilegítimo parecen ser condiciones para las relaciones de poder entre
los ciudadanos con el Estado, con los demás sectores, con sus comunidades y con su entorno familiar
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y social.
Obedecer y respetar las leyes es una responsabilidad ciudadana, pero no significa que en el ámbito
de lo ético, lo moral, de la individualidad de cada uno que es donde yace el deber ser y lo que
razonablemente se considera justo y apropiado, se acepte con la misma resignación.
En sociedades como la colombiana ya se ha convertido tan habitual lo ilegal que cada acto ya no se
mira, ni se divulga a la opinión pública, ni se soluciona desde el deber ser que es lo legítimo, sino
que se define dependiendo de quien lo comete o peor aún, de quien sea la víctima y si tiene los
suficientes recursos y aliados para denunciar.
Una sociedad donde lo legal y lo legítimo ya no alcanzan para hacer respetar los derechos, se ha
dejado ganar por la falta de civilidad, por la indecencia, el irrespeto, la ignorancia y la ineptitud.
Así lo evidencian sólo por mencionar algunos casos, las más de 400 tutelas diarias que se presentan
por violaciones al derecho de salud, los más de dos mil niños menores de cinco años que han muerto
por desnutrición en los últimos años, sin incluir los demás menores víctimas de grupos armados y
otros tantos que padecen por violencia intrafamiliar y abuso sexual. Además de los casi 22 billones
de pesos que se calcula le cuesta al país la corrupción cada año y el sorprendente promedio de
apenas 22 meses de reclusión que pagan sólo una cuarta parte de los corruptos denunciados y
condenados.
Ya hay antecedentes en gobiernos latinoamericanos de casos de corrupción considerados como
delitos de lesa humanidad y por lo tanto imprescriptibles. Si se aplicara ese concepto desde lo legal y
lo razonablemente justo en este entorno, la lista de involucrados sería infinita.
A un país que transó una paz que aún no se ve, descuidando el otro tumor maligno de la corrupción
que ya tenía desde hace tiempo, permitiendo que le hiciera metástasis con tanto brote de ilegalidad e
impunidad, poco le queda de legítimo y decente.
No tiene mucho que esperar una sociedad que hace alarde de decencia perdiendo la noción y la
práctica del respeto como la base para su sana convivencia, que permite la ilegalidad y en la que
muchos ciudadanos cambiaron la poca esperanza que aún tenían por vergüenza.
La legitimidad es resultado de un constante ejercicio de buenas prácticas con transparencia y firmeza
que generen confianza y propicien relaciones de convivencia sanas, justas y decentes para todos.

Según el libro Política para apolíticos. Contra la dimisión de los ciudadanos, los


españoles en cuanto a nuestra actitud hacia la política nos repartimos en cuatro
perfiles: resignados, marginados, reformistas y alternativos. Los dos primeros
formarían el gran grueso de la ciudadanía mientras que los dos últimos serían
sendas minorías. No me sirve para justificar la resignación o la marginación la
falta de ejemplaridad de la clase política. Mas bien debería ser al contrario, la
falta de esta debería generar el compromiso y la participación. La Historia con
mayúsculas nos lo enseña. En nuestra polis, dirá Pericles, somos los únicos que
consideramos, no hombre pacífico, sino inútil, al que nada participa en ella.
Para Bertolt Brecht, el peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no
habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la
vida depende de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se
enorgullece diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política
nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos, el 6
político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y
multinacionales. Ya nos advirtió Maquiavelo: si no hay ciudadanos
comprometidos, capaces de vigilar y resistir a los arrogantes y los viciosos --mira
que proliferan en España--, y de implicarse en la búsqueda del bien común, la
república muere y se convierte en un lugar donde unos pocos dominan y los
demás sirven.

Es evidente la situación dramática que padecemos, causada por los salvajes


ataques provenientes de los dictadores financieros y políticos, que nos retrotraen
al franquismo bajo el disfraz democrático. Al haber más miedo y crispación que
movilización, y cuando esta se produce es corporativa --las mareas son fuegos de
artificio y a los dirigentes populares se la trae floja--, sin que haya una
solidaridad común, es de gran actualidad el texto de Antonio Gramsci de
1917 Odio a los indiferentes, que supone un aldabonazo a las conciencias
dormidas:

"Odio a los indiferentes. Vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente
vive, no puede dejar de ser ciudadano. La indiferencia y la abulia son
parasitismo, son bellaquería, no vida. La indiferencia es el peso muerto de la
historia. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Algunos
lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos
se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que
ha pasado? Odio a los indiferentes porque me fastidia su lloriqueo de eternos
inocentes. Pido cuentas a cada uno: cómo han acometido la tarea que la vida les
ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han
hecho."

Se necesita, como dice Maurizio Viroli en su libro Diálogo en torno a la


República, para el funcionamiento de la democracia "la virtud cívica". Entendida
como una virtud civil para aquellos que desean vivir con dignidad y que, como
saben que no hay vida digna en una comunidad corrupta, hacen lo que pueden
para servir a la libertad común: ejercen su profesión a conciencia, sin tratar de
obtener ventajas ilegítimas ni aprovecharse de la necesidad o debilidad de los 7
otros; su vida familiar se basa en el respeto mutuo; cumplen sus deberes cívicos,
pero no son dóciles; son capaces de movilizarse para impedir que se apruebe una
ley injusta o presionar a los gobernantes para que afronten los problemas
ateniéndose al interés común; participan en asociaciones varias; siguen la política
nacional e internacional; quieren comprender, negándose al adoctrinamiento;
desean conocer y discutir la historia y reflexionar sobre la memoria histórica.
Para algunos, la motivación de este compromiso proviene de un cierto sentido
moral, y más en concreto, del rechazo de la prevaricación, la discriminación, la
corrupción, la arrogancia y la vulgaridad; en otros, prevalece un deseo estético de
decencia y decoro; y a otros les mueven intereses legítimos: desean calles
seguras, escuelas serias y verdaderos hospitales; otros, en fin, se comprometen
porque buscan reconocimiento y honores públicos. Todos estos motivos actúan a
la vez, reforzándose entre sí. No es una virtud civil imposible, quienes la tienen
son los auténticos patriotas. Pero hay que sembrarla y cuidarla, de ahí la
necesidad de Educación para la Ciudadanía.

La idiferencia también es violencia

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