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El Gobierno Central
El Gobierno Central
Democratizar la sociedad implica que todos los habitantes de ella gocen de los mismos
privilegios. O lo que es lo mismo, tengan los mismos derechos como corresponde a una
sociedad moderna e inclusiva. Si bien desde finales del primer decenio del siglo XXI la sociedad
peruana inició un proceso de modernización económica y social, la historia muestra ensayos
discontinuos y frustrados de modernización, los cuales han sido superados recién en las dos
últimas décadas con modernización política y económica.
La ocupación humana de la Región Amazonas, al igual que las otras regiones de la Amazonía
peruana, tiene una larga y compleja historia, en el que se combinan, en diferentes épocas,
intereses geopolíticos, económicos, religiosos y políticos. Los estudios arqueológicos revelan
que entre los años 800 a 1200 se desarrollaron importantes culturas pre incaicas, como la
cultura Chachapoyas o Sachapuyos quienes edificaron templos, fortalezas, andenes y tumbas
que hasta hoy se conservan, como es la fortaleza de Kuélap. Paralelo a la cultura Chachapoyas,
en la provincia de Luya se desarrollaron las culturas Chipuric y Revach. Los fardos funerarios y
necrópolis hallados en la zona constituyen testimonios de esas culturas.
Es responsabilidad de los estados propiciar mecanismos de formación y promoción de líderes
políticos jóvenes que no sólo contribuyan al relevo generacional sino que innoven, y transformen la
manera de hacer política.
Medellín
Opinar desde la distancia, el desconocimiento y basándose en lo que otros cuenten o digan, puede
viciar y contaminar las decisiones que se tomen. En mi primera experiencia como jurado de votación
en el exterior pude evidenciar que es distinto tener el país aún fresco en la memoria en el momento
de decidir para qué votar y por quién votar que basarse en lo que otros cuentan después de muchos
años de haberlo dejado.
Desde la barrera, sin experimentar y vivenciar la real situación del país, es muy cómodo y fácil
proponer soluciones y arreglarlo. He insistido de forma vehemente sobre la necesidad de
fomentar la cultura política en las nuevas generaciones que son las que responderán por el
futuro del mundo. Y como parte de esa formación, debe recuperarse el verdadero sentido del
patriotismo, el respeto y el compromiso con la patria que va más allá de las celebraciones, las
manifestaciones culturales y los recuerdos de los ancestros.
Medellín, Antioquia
Decidir quién dice o dónde está la verdad en asuntos políticos es algo que la mayoría de los
ciudadanos evaden por temor a equivocarse y por las nefastas consecuencias del error. No es nada
nuevo y sorprendente para el común de los ciudadanos que sus gobernantes se especialicen en
prometer y no cumplir.
Por fortuna para la humanidad y desventura de los politiqueros, en el mundo actual son pocos los
que desconocen que la política y el ejercicio del poder son los reinos predilectos de la mentira y
escenarios ideales para inventar, practicar y engañar con todo tipo de actuaciones y triquiñuelas.
La filósofa Hannah Arendt en su texto Crisis de la República argumentó que la sinceridad nunca ha
sido una virtud para la política. Entre otras razones, porque las mentiras son consideradas por
algunas propuestas políticas como medios justificables cuando se usan como estrategia para
mantener el orden, el control y el poder.
Medellín, Antioquia
El tenue límite entre lo ilegal y lo ilegítimo es una interminable discusión filosófica, ética y
semántica. Para el común de las personas, todo acto que traspase los límites de lo establecido en la
ley además de ilegal también es ilegítimo así la norma en su definición, interpretación y aplicación
no sea la más justa y razonable para todos. Sin embargo, no todo lo legal es legítimo.
Lo complejo de esta disyuntiva es que en la cotidianidad de las sociedades actuales ya se ha tocado
fondo y tanto lo ilegal como lo ilegítimo parecen ser condiciones para las relaciones de poder entre
los ciudadanos con el Estado, con los demás sectores, con sus comunidades y con su entorno familiar
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y social.
Obedecer y respetar las leyes es una responsabilidad ciudadana, pero no significa que en el ámbito
de lo ético, lo moral, de la individualidad de cada uno que es donde yace el deber ser y lo que
razonablemente se considera justo y apropiado, se acepte con la misma resignación.
En sociedades como la colombiana ya se ha convertido tan habitual lo ilegal que cada acto ya no se
mira, ni se divulga a la opinión pública, ni se soluciona desde el deber ser que es lo legítimo, sino
que se define dependiendo de quien lo comete o peor aún, de quien sea la víctima y si tiene los
suficientes recursos y aliados para denunciar.
Una sociedad donde lo legal y lo legítimo ya no alcanzan para hacer respetar los derechos, se ha
dejado ganar por la falta de civilidad, por la indecencia, el irrespeto, la ignorancia y la ineptitud.
Así lo evidencian sólo por mencionar algunos casos, las más de 400 tutelas diarias que se presentan
por violaciones al derecho de salud, los más de dos mil niños menores de cinco años que han muerto
por desnutrición en los últimos años, sin incluir los demás menores víctimas de grupos armados y
otros tantos que padecen por violencia intrafamiliar y abuso sexual. Además de los casi 22 billones
de pesos que se calcula le cuesta al país la corrupción cada año y el sorprendente promedio de
apenas 22 meses de reclusión que pagan sólo una cuarta parte de los corruptos denunciados y
condenados.
Ya hay antecedentes en gobiernos latinoamericanos de casos de corrupción considerados como
delitos de lesa humanidad y por lo tanto imprescriptibles. Si se aplicara ese concepto desde lo legal y
lo razonablemente justo en este entorno, la lista de involucrados sería infinita.
A un país que transó una paz que aún no se ve, descuidando el otro tumor maligno de la corrupción
que ya tenía desde hace tiempo, permitiendo que le hiciera metástasis con tanto brote de ilegalidad e
impunidad, poco le queda de legítimo y decente.
No tiene mucho que esperar una sociedad que hace alarde de decencia perdiendo la noción y la
práctica del respeto como la base para su sana convivencia, que permite la ilegalidad y en la que
muchos ciudadanos cambiaron la poca esperanza que aún tenían por vergüenza.
La legitimidad es resultado de un constante ejercicio de buenas prácticas con transparencia y firmeza
que generen confianza y propicien relaciones de convivencia sanas, justas y decentes para todos.
"Odio a los indiferentes. Vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente
vive, no puede dejar de ser ciudadano. La indiferencia y la abulia son
parasitismo, son bellaquería, no vida. La indiferencia es el peso muerto de la
historia. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Algunos
lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos
se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que
ha pasado? Odio a los indiferentes porque me fastidia su lloriqueo de eternos
inocentes. Pido cuentas a cada uno: cómo han acometido la tarea que la vida les
ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han
hecho."