Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Recibido: 07-10-2008
Aceptado: 26-03-2009
Resumen
La teoría de la elección racional ha realizado aportaciones decisivas para el estudio de los fenó-
menos sociales. No obstante, el uso de supuestos falsos o excesivamente incompletos supo-
ne un importante lastre en este sentido. El presente trabajo parte del rechazo a la adop-
ción rutinaria de un punto de vista monista motivacional, según el cual el egoísmo es el
único tipo de supuesto motivacional capaz de dar cuenta de la acción social.
En estas páginas se trata, primero, de esbozar una panorámica general de los tipos de
motivación humana más importantes identificados por la bibliografía especializada, para,
posteriormente, centrarse específicamente en el cuantitativamente más importante de todos
ellos, la reciprocidad fuerte. El trabajo concluye con una discusión sobre la posibilidad de
incluir una pluralidad de motivaciones en los modelos formales.
Palabras clave: teoría de la elección racional, motivación, egoísmo, reciprocidad fuerte.
Rational Choice Theory has made crucial contributions for the study of social phenome-
na. However, the utilization of false or too simple assumptions supposes an important lim-
itation in this sense. This paper begins with a refusal of the common adoption of a moti-
vationally monist point of view in which self-interest is the only motivation capable of
explaining social action.
In this paper, first, I offer a general overview of the most important kinds of human
motivation identified by the specialized literature. Then, I focus on the quantitatively most
important one: strong reciprocity. The paper finishes with a discussion about the possibi-
lity of incorporating plural motivations in formal models.
Key words: Rational Choice Theory, motivation, self-interest, strong reciprocity.
Sumario
La teoría de la elección racional La reciprocidad débil y la reciprocidad
y el supuesto de egoísmo fuerte
El pluramismo motivacional Concluiones
en la especie humana Referencias bibliográficas
2. Casos paradigmáticos en este sentido serían Becker (1986), Coleman (1988), Friedman (1953),
Hardin (1982), Olson (1965), Taylor (1982, 1987, 1991) y Ullmann-Margalit (1977).
3. Véase, por ejemplo, Boudon (2003, 2008), Camerer, Loewenstein y Rabin (2004), Elster
(2007), Fehr y Falk (2002a, 2002b), Gintis (2005), Hedström (2005), Sánchez-Cuenca (2008).
El pluralismo motivacional en la especie humana Papers, 2010, 95/2 423
4. El desiderata de parsimonia nos dice que, a igualdad de condiciones, la explicación más sen-
cilla siempre es preferible. Sobre la importancia de que las explicaciones, los conceptos, las
hipótesis, etc. que se utilizan en ciencia cumplan con este requisito, véase Noguera (2006).
5. Véase, por ejemplo, Bowles (2004, 2005), Bowles y Choi (2003), Bowles y Gintis (2000a,
2000b, 2001a, 2001b, 2002, 2003), Bowles y Naidu (2005), Camerer, Loewenstein y Rabin
(2004), Dawes y Thales (1988), Fehr y Falk (2002a, 2002b), Gintis (2000a, 2000b, 2001a,
2003, 2005, 2006, 2007), Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2008), Henrich, Boyd, Bowles,
Camerer, Fehr, Gintis (2005), Mansbridge (1990), Sally (1995), Yung-An Hu y Day-Yang
Liu (2003).
424 Papers, 2010, 95/2 Jordi Tena Sánchez
El segundo tipo de respuesta que ofrecen los defensores del monismo moti-
vacional pasa por argumentar que es un error tratar de que un modelo formal
capture características de la realidad. Los modelos formales deben usarse, desde
este punto de vista, de forma instrumental, por su potencial predictivo. En la
que quizá sea la formulación más célebre de este punto de vista, M. Friedman
(1953) argumenta que no tiene sentido demandar que los supuestos en que
se basa una teoría se ajusten a la realidad, debido a que, dado el requisito de
parsimonia, una teoría o una hipótesis científica deben tratar de explicar el
máximo posible de realidad con el mínimo posible de supuestos. De este modo,
cuanto mejor sea una teoría, muy probablemente, menos realistas serán sus
supuestos. En definitiva, según Friedman, no son esos supuestos lo que debe-
mos testar, sino las predicciones que se derivan de la teoría.
Pero, nuevamente, el argumento, desde mi punto de vista, resulta inade-
cuado. De modo general, el uso instrumental de la teoría podría ser legítimo
si se cumpliese alguno de los siguientes requisitos: la existencia de un meca-
nismo que nos permitiese dar cuenta de por qué nuestro modelo funciona, o
bien que el grado de acierto en la predicción fuese tan elevado que no nos que-
dara otra opción que reconocer la bondad del modelo, aunque no tuviésemos
ni la más mínima idea de las razones de la misma (Elster, 2007: 464). Pero en
los modelos que utilizamos en ciencias sociales, no se cumple ninguno de los
dos requisitos. Por una parte, no contamos con un mecanismo que nos per-
mita explicar por qué el modelo funciona a pesar de estar basado en supuestos
erróneos. En biología, por ejemplo, suelen utilizarse modelos de teoría de jue-
gos que permiten predecir que aquellos organismos que desarrollen una deter-
minada estrategia tendrán éxito evolutivo. Los modelos se construyen «como
si» los organismos fuesen agentes racionales. En este caso, es obvio que los
agentes no son racionales, pero disponemos de un mecanismo, la selección
natural, que nos permite comprender por qué el modelo funciona y por qué los
organismos que tienen éxito son los que actúan «como si» siguiesen una deter-
minada estrategia. Pero en ciencias sociales no disponemos de mecanismos de
ese tipo. En segundo lugar, en muchos casos relevantes, el modelo simplemente
no funciona y el supuesto potencial predictivo de los modelos TER-e instru-
mentales no se da6.
En los dos apartados siguientes, en primer lugar, trataré de dibujar un esbo-
zo general de los tipos de motivación humana más importantes identificados
por la bibliografía especializada. Posteriormente, me centraré específicamen-
te en el cuantitativamente más importante de esos tipos de motivación, la strong
6. Véase, por ejemplo, Bowles (2004, 2005), Bowles y Choi (2003), Bowles y Gintis (2000a,
2000b, 2001a, 2001b, 2002, 2003), Bowles y Naidu (2005), Camerer, Loewenstein y Rabin
(2004), Dawes y Thales (1988), Fehr y Falk (2002a, 2002b), Gintis (2000a, 2000b, 2001a,
2003, 2005, 2006, 2007), Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2008), Henrich, Boyd, Bowles,
Camerer, Fehr y Gintis (2005), Mansbridge (1990) y Sally (1995). Sobre los problemas
del uso instrumental de la teoría, además del citado Elster (2007), pueden consultarse tam-
bién Boudon (2003), Hedström (2005), Ovejero (2008) o Sen (1980).
El pluralismo motivacional en la especie humana Papers, 2010, 95/2 425
7. Podría argumentarse que la conducta egoísta también se dirige en ocasiones hacia los demás.
La diferencia radica en que, cuando la conducta egoísta se dirige hacia los demás, lo hace sólo
instrumentalmente en aras de alcanzar el beneficio propio, mientras que en las conductas
sociales los demás son importantes por sí mismos (Jenks, 1990).
426 Papers, 2010, 95/2 Jordi Tena Sánchez
agente ha actuado de un modo tal que ha obtenido unos pagos mucho más
altos que los logrados por el agente averso a la inequidad o motivado por la
reciprocidad fuerte. Sin embargo, la reciprocidad fuerte es un motivo mucho
más importante en términos cuantitativos (Fehr y Fischbacher, 2005).
Algunos autores (Charness y Rabin, 2002) han encontrado evidencia a
favor de la existencia de una motivación para ayudar a los más débiles. No obs-
tante, dicha motivación es muy difícil de distinguir en la práctica de la aversión
a la inequidad (Fehr y Fischbacher, 2005).
Otro tipo de preferencia social que podemos encontrar en la literatura espe-
cializada es el altruismo incondicional (Fehr y Fischbacher, 2005). El altruista
incondicional trata de satisfacer las preferencias o los intereses de los demás.
Se trata de una conducta incondicional y no recíproca, en el sentido de que
no se espera que los destinatarios de nuestro altruismo nos correspondan en
un futuro más o menos cercano. El altruismo incondicional es diferente de la
aversión a la inequidad, debido a que el agente que es altruista lo será también
con aquellos agentes socialmente más favorecidos, mientras que el averso a la
inequidad deseará un reparto más igualitario de los bienes de éstos. Por otra
parte, el altruismo incondicional es diferente de la reciprocidad fuerte debido
a que el agente motivado por la reciprocidad fuerte coopera sólo de forma con-
dicional y, además, sanciona a aquellos otros agentes que no cooperan.
Uno de los primeros y más relevantes críticos con el uso exclusivo del
supuesto de egoísmo en los modelos formales fue Amartya Sen. En un céle-
bre trabajo (1986), Sen distingue entre dos tipos de motivaciones más o menos
distintas del egoísmo que pueden dar cuenta de la acción: la simpatía y el com-
promiso. En estas páginas, me centro exclusivamente en motivaciones identi-
ficadas en trabajos de tipo experimental, por esa razón estoy dejando de lado
aquí aportaciones provenientes de trabajos de tipo teórico. No obstante, dada
la relevancia de las aportaciones de Sen a este debate, quisiera decir algo aquí
acerca del encaje de su concepto de simpatía en el marco de los tipos de moti-
vaciones a los que se está haciendo referencia en el presente trabajo8.
Según Sen, podemos, por ejemplo, solidarizarnos con una determinada
persona que está sufriendo, por simpatía, porque nos hace sufrir su sufrimiento,
por así decirlo. Para sostener esto, no necesitamos apartarnos de la senda de la
conducta racional-egoísta. No estaríamos más que en una variante particular de
la misma, aquella en que asumimos como propias las preferencias de otros
individuos y tratamos de maximizar su utilidad. En este sentido, la maximi-
zación de la utilidad de los otros no es más que un medio para maximizar la
nuestra. Sin embargo, desde mi punto de vista, Sen incurre aquí en una fala-
cia argumentativa. Según Sen, detrás de la simpatía existen emociones muy
intensas. De este modo, en un caso de simpatía, tratamos de paliar el sufri-
8. Según Sen, nos encontramos ante un caso de compromiso cuando el agente actúa motivado
por consideraciones acerca del deber. Este tipo de motivación nos lleva inmediatamente a
la cuestión de la motivación para seguir normas que, como se dijo, no será abordada en
este trabajo.
El pluralismo motivacional en la especie humana Papers, 2010, 95/2 427
(2006)). No obstante, algunas tesis clásicas de autoras feministas como Gilligan (1982),
quien tratara de dar cuenta de las diferencias entre la conducta moral, social y política de hom-
bres y mujeres a partir de la gender socialization, no parecen confirmarse a la luz de la evi-
dencia empírica disponible (véase, por ejemplo, Scott, Matland, Michelbach y Bornstein
(2001)).
10. Diseñada por Rapoport (véase Axelrod, 1986a) y que indica que se debe iniciar el juego
cooperando y luego tomar la misma decisión —cooperar o no cooperar— que haya reali-
zado el otro jugador en el movimiento previo.
11. Posteriormente (1997), Axelrod también mostró que la reciprocidad débil no necesita ser
inmediata y centrada exclusivamente entre dos agentes, tal y como prevén los modelos más
sencillos basados en el tit for tat, sino que ésta también puede tener un carácter difuso y
diferido. El agente A puede ser recíproco con el agente B en un momento presente, y el
agente B puede devolverle la reciprocidad en algún momento lejano del futuro, en lugar
de hacerlo inmediatamente, esto es, la reciprocidad puede ser diferida. Por su parte, la reci-
procidad será difusa cuando no sé dé entre los agentes A y B, sino que el agente A coope-
re con el agente B, B con C, C nuevamente con A o con D y así sucesivamente. Dejo aquí
de lado estas complicaciones.
430 Papers, 2010, 95/2 Jordi Tena Sánchez
ción de dilema del prisionero iterado con dos jugadores egoístas, la cooperación
mutua puede ser un equilibrio estable si ambos siguen una estrategia de tit for
tat. Las condiciones mencionadas por Axelrod consisten en que la «sombra del
futuro» sea lo suficientemente importante para los individuos, así como que
éstos tengan memoria y capacidad de reconocimiento. Dicho de otro modo, es
necesario que los individuos otorguen un importante valor a las futuras inte-
racciones y que sean capaces de reconocerse unos a otros, así como de recordar
cuál fue la conducta pasada del individuo con el que van a interactuar ahora.
De este modo, se han realizado importantes avances en la investigación de
la emergencia de equilibrios cooperativos aplicando el instrumental de la teo-
ría de juegos y de la TER-e. Sin embargo, el tit for tat fracasa al tratar de expli-
car la emergencia de dichos equilibrios12 en la mayoría de situaciones impor-
tantes, y existe numerosa evidencia sobre sus limitaciones. El mismo Axelrod
(1986b, 1997), sin ir más lejos, demuestra que el tit for tat no funciona cuan-
do se encuentran más de un puñado de jugadores en un dilema del prisione-
ro iterado jugado por agentes egoístas. En un contexto así, para que la coope-
ración pueda convertirse en una estrategia estable, se necesitará una metanorma
que prescriba sancionar tanto a los que violan la norma de primer orden, como
a aquéllos que se abstienen de sancionar a éstos últimos. Me referiré aquí bre-
vemente a alguna evidencia empírica disponible que cuestiona la viabilidad de
dar cuenta de la cooperación social a partir de la reciprocidad débil. Existe,
por ejemplo, numerosa evidencia de tipo experimental basada en la utilización
de juegos del ultimátum en diferentes culturas y con la participación de miles
de individuos en los que sólo una exigua minoría se comporta según lo pre-
visto por la TER-e13. Como es bien sabido, en el juego del ultimátum hay dos
jugadores y algún bien valioso y divisible a repartir (en los experimentos cita-
dos, 10 dólares). Una de las partes (el ofertante) le hace una oferta de reparti-
ción a la otra parte, el receptor, que sólo puede aceptar o rechazar la oferta. Si
el receptor acepta, el dinero se reparte según lo acordado, si rechaza, ambos lo
pierden todo. Los experimentos citados, además, se llevaron a cabo en condi-
ciones de anonimato entre las partes, con lo cual aumentaron los incentivos
para defraudar. En general, los proponentes hicieron ofertas mucho más altas
de lo previsto y, de modo mucho más importante, los receptores rechazaron
ofertas de cuantías considerables si no las percibían como justas. Sería de espe-
rar que un ofertante racional ofreciera un reparto 9-1 y que un receptor tam-
bién racional lo aceptara. Se puede tratar de explicar la conducta de los ofertantes
apelando a que no tienen manera de saber si el receptor es racional, pero no
12. En la literatura, suele sostenerse que esos equilibrios cooperativos son normas sociales. No
obstante, comparto el punto de vista de Jon Elster (2007, 2008a), según el cual un equili-
brio cooperativo fruto de la iteración de un dilema social no es una norma social.
13. Véase, por ejemplo, Bowles (2004, 2005), Bowles y Choi (2003), Bowles y Gintis (2000a,
2000b, 2001a, 2001b, 2002, 2003), Bowles y Naidu (2005), Camerer, Loewenstein y Rabin
(2004), Gintis (2000a, 2000b, 2001a, 2003, 2005, 2006, 2007), Gintis, Bowles, Boyd y Fehr
(2008), Henrich, Boyd, Bowles, Camerer, Fehr, Gintis (2005) y Mansbridge (1990).
El pluralismo motivacional en la especie humana Papers, 2010, 95/2 431
se puede explicar la conducta de los receptores sin salirse de los supuestos del
Homo economicus.
En los mismos experimentos, se cambiaron las reglas y se pasó a jugar jue-
gos del dictador. La diferencia entre este juego y el del ultimátum consiste en
que en este tipo de juego el receptor no cuenta con la opción de rechazar la
oferta, de modo que el ofertante puede hacer la distribución que le parezca sin
tener que preocuparse por la racionalidad de la otra parte.
Tampoco en este caso, en el que el diseño institucional ofrece unos incen-
tivos aun más importantes para la conducta egoísta, la conducta prevista por la
teoría económica fue mayoritaria entre los ofertantes. Puede descartarse tam-
bién, por tanto, que en los juegos del ultimátum los ofertantes no ofrezcan
9-1 simplemente para evitar que sus ofertas sean rechazadas.
He destacado esta evidencia experimental simplemente a modo de ejem-
plo. En las referencias citadas, pueden encontrarse muchos más experimentos
con resultados igualmente inequívocos.
Pero la evidencia contra la plausibilidad de la reciprocidad débil como única
base de la cooperación en las sociedades humanas no se limita a resultados
experimentales. La reciprocidad débil puede explicar por qué los individuos
cooperan cuando existen expectativas de futuras interacciones, pero tiene
muchas más dificultades para explicar por qué se coopera en situaciones con
características de última ronda o de jugadas de ronda única. En el mundo social
fuera de contextos experimentales, la reciprocidad débil no puede dar cuenta
de cómo pudo sostenerse la cooperación en los numerosos momentos a lo largo
de nuestra historia evolucionaria en los que el Homo sapiens se ha visto enfrenta-
do a profundas crisis que pudieron llevarnos a la desaparición. Paradójicamente,
por tanto, la estrategia no sirvió para asegurar la cooperación en los momen-
tos en que era más importante que lo hiciese (Bowles y Gintis, 2003). De
hecho, es prácticamente imposible que la especie humana hubiese tenido éxito
evolucionario si hubiese albergado únicamente motivaciones egoístas (Boyd,
Gintis, Bowles y Richerson, 2005; Jenks, 1990). Esto fue especialmente así
durante el pleistoceno, que, como es bien sabido, ha sido el período más largo
de nuestra historia evolutiva. Durante ese período, además, se desarrollaron
las principales características de nuestra mente (por ejemplo, nuestras moti-
vaciones), que apenas ha evolucionado desde entonces (Miller, 2008). La tesis
según la cual la especie humana no habría podido sobrevivir durante el pleis-
toceno si hubiese albergado únicamente motivaciones egoístas, ha sido con-
vincente apoyada por modelos formales de simulación multiagente14 en reite-
radas ocasiones. Dichos modelos reproducen las características básicas de las
poblaciones humanas de aquel momento15 (que conocemos gracias a los des-
cubrimientos arqueológicos sobre la materia).
14. Sobre simulación multiagente, véase, por ejemplo, Gilbert y Troitzsch (2006).
15. Véase, por ejemplo, Bowles (2005), Bowles y Choi (2003), Bowles y Gintis (2001a, 2003),
Bowles y Naidu (2005), Boyd, Gintis, Bowles y Fehr (2005), Gintis, Bowles, Boyd y Fehr
(2005, 2008), Kaplan y Gurven (2005).
432 Papers, 2010, 95/2 Jordi Tena Sánchez
La reciprocidad fuerte
La reciprocidad fuerte, la motivación para cooperar condicionalmente con los
demás cooperadores y sancionar incondicionalmente a aquellos que violen las
reglas de cooperación, es la forma de motivación más importante en la especie
humana y se encuentra englobada dentro de lo que he denominado motiva-
ciones sociales. Es la motivación cuantitativamente más importante que se iden-
tifica en condiciones experimentales y explica satisfactoriamente los resulta-
dos de los experimentos citados anteriormente. Por ejemplo, en el caso del
juego del ultimátum, el rechazo de los receptores de ofertas consideradas injus-
tas se explica fácilmente como la sanción que el receptor impone al propone-
dor (incluso incurriendo en costes personales) por haber violado una regla de
equidad. El hecho de que una amplia mayoría de los proponedores efectúen
ofertas generosas incluso en juegos del dictador, puede explicarse igual de fácil-
mente por la voluntad de estos de actuar conforme a dichas normas16.
En la reciprocidad fuerte, la disposición a cooperar es condicional, mien-
tras que la predisposición a sancionar es altruista17. Que la cooperación es con-
16. Véase, por ejemplo, Bowles (2004, 2005), Bowles y Choi (2003), Bowles y Gintis (2000a,
2000b, 2001a, 2001b, 2002, 2003), Bowles y Naidu (2005), Gintis (2000a, 2000b, 2001a,
2003, 2006, 2007), Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2008).
17. Véase la nota anterior.
El pluralismo motivacional en la especie humana Papers, 2010, 95/2 433
dicional, resulta bastante evidente, puesto que sólo se coopera con aquellos
que también lo hacen. Pero el sancionar es incondicional y altruista. Se san-
ciona en todos los casos, con lo cual se genera un beneficio colectivo, aunque
al hacerlo se incurra en costes individuales y no existan expectativas de ganan-
cia futura. Un acto tan irracional (en el sentido técnico del término) como la
venganza puede interpretarse fácilmente en clave de reciprocidad fuerte (Bowles
y Gintis, 2001b).
Los cooperadores fuertes sancionan principalmente las motivaciones no
cooperativas independientemente de cuales sean sus resultados, aunque los
malos actos con buenas motivaciones también suelen ser sancionados, pero
con menor intensidad (Gintis, 2000a; Gintis, Bowles, Boyd y Fehr, 2005). Sí,
por ejemplo, el agente A trata de ayudar al agente B de buena fe, pero, debido
a su torpeza, le termina causando un perjuicio, puede que B sancione a A aun-
que no en todos los casos y con una intensidad menor que si (B creyese que)
A hubiese tenido realmente la intención de causar un perjuicio. Por el con-
trario, si el agente A trata de aprovecharse del agente B en el transcurso de una
interacción, pero es tan torpe que termina por generar un beneficio para B y un
perjuicio para sí mismo, cabe esperar que A recibirá la represalia de B, no su gra-
titud.
Un argumento adicional a favor de que los agentes motivados por la reci-
procidad fuerte sancionan principalmente las motivaciones no cooperativas
viene dado por el hecho de que, en los experimentos citados, cuando la ofer-
ta no equitativa en un juego del ultimátum no era hecha por un ofertante
humano, sino por un ordenador de forma aleatoria, los receptores tendían a
aceptar todas las ofertas fuese cual fuese su monto. Esta reacción por parte de
los receptores tiene sentido desde el punto de vista de la reciprocidad fuerte.
En este caso, el receptor no puede atribuir al ordenador la intención de explo-
tarlo o de aprovecharse de él, de modo que no se activan emociones como la
indignación o el enfado y no se produce sanción alguna.
Un agente motivado por la reciprocidad fuerte lo estará para seguir las
reglas de la cooperación vigentes en una sociedad determinada. La reciprocidad
fuerte ofrece, por tanto, un mecanismo para la aplicación descentralizada de
normas sociales (Sethi y Somanathan, 2005). De este modo, la presencia de
agentes de este tipo sirve como elemento de disuasión para potenciales gorro-
nes y convierte en estable la cooperación (Fehr y Fischbacher, 2005; Sethi y
Somanathan, 2005).
El cooperador fuerte no es indiferente al bienestar de los demás ni a los
procesos que determinan los resultados sociales. Esos procesos deben ser equi-
tativos (Bowles y Gintis, 2001b). En tiempos pasados, cuando la sociedad esta-
ba dividida en estamentos sociales que contaban con privilegios basados en
concepciones religiosas o ciertas ideas por el estilo, una situación justa podía ser
altamente desigual. Sin embargo, en las sociedades modernas, la justicia suele
entenderse como equidad. Suele considerarse que todos los individuos deben
contar con las mismas oportunidades y que los resultados del azar o de proce-
sos fuera de nuestro control deberían también repartirse de forma igualitaria.
434 Papers, 2010, 95/2 Jordi Tena Sánchez
No sucede lo mismo con los beneficios obtenidos a través del mérito y del
esfuerzo (Bowles y Gintis, 2001b). Por ejemplo, en los experimentos referidos
en este trabajo, los proponedores tendían a hacer ofertas más generosas cuan-
do percibían que estaban en la posición de ofertantes por pura casualidad que
cuando tenían que ganársela a través de algún proceso previo. Por tanto, la
reciprocidad fuerte incorpora una clara concepción de la equidad y de la soli-
daridad como motores rectores de la vida social. Entre todos los iguales, debe
existir un balance ajustado de derechos y de obligaciones capaz de regular el
intercambio social.
Conclusiones
El presente trabajo parte de la premisa según la cual el hecho de que los
modelos de la TER-e adopten de forma habitual supuestos falsos o excesi-
vamente incompletos supone una enorme limitación para la capacidad expli-
cativa y predictiva de la teoría. Esa premisa general puede concretarse en una
más específica: concretamente, este trabajo ha partido de la idea de que el
hecho de asumir de forma casi rutinaria el monismo motivacional y adop-
tar el egoísmo como el único tipo de motivación que puede dar cuenta de
la acción social, supone un enorme lastre para los modelos de teoría de la
elección racional.
A lo largo de estas páginas, se ha tratado de mostrar que existe una plura-
lidad de motivaciones que, junto con el egoísmo, dan cuenta de una porción
importante de la conducta humana y que no existe ninguna justificación para
excluirlas sistemáticamente de los modelos. Se ha prestado una atención espe-
cial a la motivación cuantitativamente más importante en el ser humano: la
reciprocidad fuerte.
Los autores de la TER-e argumentan que, si relajamos el supuesto de ego-
ísmo, la teoría pierde parsimonia, poder explicativo e informatividad, y corre
el riesgo de volverse tautológica. En primer lugar, se podría responder que,
aunque eso fuese cierto, de ningún modo justificaría la elección rutinaria del
supuesto de egoísmo (Elster, 2007). Si realmente fuese cierto que el supuesto
de egoísmo es el único susceptible de ser modelizado formalmente y, al mismo
tiempo, como hemos visto en este trabajo, el uso exclusivo de dicho supuesto
da lugar a malas explicaciones y predicciones en multitud de casos relevantes,
la conclusión es lamentable para la ciencia social, a saber, sería imposible cons-
truir modelos formales que den cuenta de lo que acontece en multitud de casos
relevantes.
Pero, pese a que la crítica debe tomarse en serio, no resulta insalvable. No
existe ningún problema fundamental que impida construir modelos formales
que contemplen una pluralidad de supuestos motivacionales, siempre y cuan-
do se identifiquen claramente a priori el papel y la intensidad de las mismas, de
modo que podamos construir hipótesis que cumplan con el requisito de ser
falsables. Muchas de las referencias citadas en estas páginas corresponden a tra-
bajos de autores que construyen modelos formales que no sólo contemplan
El pluralismo motivacional en la especie humana Papers, 2010, 95/2 435
Referencias bibliográficas
AGUIAR, F.; BRAÑAS-GARZA, P.; COBO-REYES, R.; JIMÉNEZ, N. y MILLER, L. (2007).
Gender Based Prescriptions. Evidence for altruism. IESA Working Paper Series. [www.
iesaa.csic.es, consulta: 16 de marzo de 2009]
AGUIAR, F. y FRANCISCO, A. de (2008). «Can rational choice cope with identity?». ISA
Forum of Sociology. Barcelona, 5-8 de septiembre.
ANDREONI, J. y VESTERLUND, L. (2001). «Which is the fair sex? Gender Differences in
Altruism». Quarterly Journal of Economics, 116 (1), 293-312.
ARNSPERGER, C. y VAROUFAKIS, Y. (2003). «Toward a theory of solidarity». Erkenntnis,
59, 157-188.
AXELROD, R. (1986a). La evolución de la cooperación. Madrid: Alianza.
— (1986b). «An evolutionary approach to norms». American Political Science Review,
80 (4).
— (1997). La complejidad de la cooperación: Modelos de cooperación y colaboración
basados en los agentes. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2004.
BARBERA, F. (2004). Meccanismi sociali: elementi di sociologia analitica. Bolonia: Il
Mulino.
BECKER, G. (1986). «The economic approach to human behavior». En: ELSTER, J.
(comp.) (1986). Rational choice. Oxford: Basil Blackwell.
BOUDON, R. (1981). La lógica de lo social: Una introducción al análisis sociológico.
Madrid: Rialp.
— (2003). Raison, bonnes raisons. París: Presses Universitaires de France.
18. Véase, por ejemplo, Arnsperger y Varoufakis (2003), Kolm (1983), Mansbridge (1990),
Margolis (1990), Sánchez-Cuenca (2007) y Wolfelsperger (2001).
19. A este respecto, véase Falk y Fischbacher (2005), Fehr y Fischbacher (2005) y Gintis (2000b).
20. Véase, por ejemplo, Barbera (2004), Boudon (1981, 2003, 2008), Cherkaoui (2005), Elster
(1988, 1990a, 1990b, 1990c, 1990d, 1991a, 1995, 1997, 1998, 2001, 2002, 2006, 2007,
2008a, 2008b), Hedström (2005), Hedström y Swedwerg (1998).
436 Papers, 2010, 95/2 Jordi Tena Sánchez