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Papers, 2010, 95/2 421-439

El pluralismo motivacional en la especie humana.


Aportaciones recientes de la ciencia social experimental1
Jordi Tena Sánchez
Universitat Autònoma de Barcelona. Departament de Sociologia
jordi.tena@uab.cat

Recibido: 07-10-2008
Aceptado: 26-03-2009

Resumen

La teoría de la elección racional ha realizado aportaciones decisivas para el estudio de los fenó-
menos sociales. No obstante, el uso de supuestos falsos o excesivamente incompletos supo-
ne un importante lastre en este sentido. El presente trabajo parte del rechazo a la adop-
ción rutinaria de un punto de vista monista motivacional, según el cual el egoísmo es el
único tipo de supuesto motivacional capaz de dar cuenta de la acción social.
En estas páginas se trata, primero, de esbozar una panorámica general de los tipos de
motivación humana más importantes identificados por la bibliografía especializada, para,
posteriormente, centrarse específicamente en el cuantitativamente más importante de todos
ellos, la reciprocidad fuerte. El trabajo concluye con una discusión sobre la posibilidad de
incluir una pluralidad de motivaciones en los modelos formales.
Palabras clave: teoría de la elección racional, motivación, egoísmo, reciprocidad fuerte.

Abstract. Motivational Pluralism in Human Species. Recent contributions from experimental


social science

Rational Choice Theory has made crucial contributions for the study of social phenome-
na. However, the utilization of false or too simple assumptions supposes an important lim-
itation in this sense. This paper begins with a refusal of the common adoption of a moti-
vationally monist point of view in which self-interest is the only motivation capable of
explaining social action.
In this paper, first, I offer a general overview of the most important kinds of human
motivation identified by the specialized literature. Then, I focus on the quantitatively most
important one: strong reciprocity. The paper finishes with a discussion about the possibi-
lity of incorporating plural motivations in formal models.
Key words: Rational Choice Theory, motivation, self-interest, strong reciprocity.

1. El presente trabajo se ha desarrollado en el marco de un proyecto del Plan Nacional de


I+D+i financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (MICINN), con referencia
CSO2009-09890. El autor expresa su agradecimiento a José A. Noguera y a Francisco J.
León por sus comentarios.
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Sumario
La teoría de la elección racional La reciprocidad débil y la reciprocidad
y el supuesto de egoísmo fuerte
El pluramismo motivacional Concluiones
en la especie humana Referencias bibliográficas

La teoría de la elección racional y el supuesto de egoísmo


No parece exagerado sostener que la teoría de la elección racional (TER en
adelante) constituye la escuela teórica más fértil en el campo de las ciencias
sociales. Su relevancia no se deriva, empero, o no principalmente, de su popu-
laridad entre los científicos sociales (no cabe duda de que la TER no es la
corriente mayoritaria en ciencias sociales), sino más bien de sus decisivas con-
tribuciones al estudio de los fenómenos sociales.
En su versión estándar (TER-e en adelante), la teoría de la elección racional
supone que todas las acciones sociales se explican en base a las decisiones adop-
tadas por un individuo o un conjunto de individuos en un contexto determinado.
Se asume que dichos individuos tratan de maximizar su utilidad. A saber, ante
un cierto conjunto de oportunidad, se supone que el individuo escogerá la
opción que le reportará mayor beneficio (Aguiar y De Francisco, 2008).
En el modelo estándar, de modo particular, se asume que los individuos
son egoístas. La TER-e adopta, de este modo, un punto de vista monista moti-
vacional: se asume que la acción puede ser explicada a través de un único tipo
de motivación (el egoísmo). Que el egoísmo es el único tipo de motivación
contemplado por la teoría de la elección racional ha sido discutido por muchos
autores. En numerosas ocasiones se sostiene que esto no tiene por qué ser así,
que la TER no necesita suponer que los agentes sean egoístas, sino únicamente
«autointeresados» (Sánchez-Cuenca, 2007). Es decir, sus preferencias no tie-
nen por qué referirse exclusivamente a su propio interés estrecho. Desde mi
punto de vista, este argumento es totalmente correcto. No cabe duda de que el
de egoísmo no constituye un requisito lógico de la TER y que hay muchos
autores que utilizan modelos formales que podemos, claramente, catalogar
como modelos de teoría de la elección racional, y que no emplean ese supues-
to. No obstante, no cabe duda tampoco de que el de egoísmo es el supuesto
habitual entre la mayoría de los autores de la TER y que es uno de los ele-
mentos que mejor define a la versión estándar de la misma2.
La TER-e ha sido criticada en innumerables ocasiones por la falta de rea-
lismo y/o por lo incompleto de sus supuestos3. Entre los más criticados se

2. Casos paradigmáticos en este sentido serían Becker (1986), Coleman (1988), Friedman (1953),
Hardin (1982), Olson (1965), Taylor (1982, 1987, 1991) y Ullmann-Margalit (1977).
3. Véase, por ejemplo, Boudon (2003, 2008), Camerer, Loewenstein y Rabin (2004), Elster
(2007), Fehr y Falk (2002a, 2002b), Gintis (2005), Hedström (2005), Sánchez-Cuenca (2008).
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encuentran, por ejemplo, además del propio egoísmo, el hecho de concebir a


los agentes como dotados de una capacidad perfecta de procesamiento de infor-
mación y como maximizadores de utilidad esperada, o el hecho de suponer
que el descuento temporal de los individuos aumenta de forma exponencial
(Loewe, 2006).
En el presente trabajo, me centraré exclusivamente en discutir el uso del
supuesto de egoísmo, aunque mucho de lo que se dirá en estas páginas resulta,
a mi juicio, generalizable a todos los casos de supuestos falsos o excesivamente
simples. Pese a que la TER ofrece herramientas teóricas con un enorme poten-
cial explicativo y predictivo de los fenómenos sociales, el uso reiterado de supues-
tos falsos o excesivamente incompletos limita sobremanera el avance de la teo-
ría, así como su capacidad para dar cuenta de los fenómenos estudiados.
El uso del supuesto de egoísmo coincide, como veremos, con el segundo
tipo de problema, el de la utilización de supuestos excesivamente simples.
Suponer que los seres humanos tenemos una capacidad perfecta de procesa-
miento de información constituye un ejemplo de supuesto falso. En cambio,
no es falso que el egoísmo sea una motivación humana, al contrario, es una
de las más importantes. Aquí el problema consiste en que el supuesto es dema-
siado incompleto, los seres humanos tenemos otras motivaciones además del ego-
ísmo y algunas de ellas son más importantes que aquél. «Más importantes»
tiene aquí un sentido cuantitativo. Hay motivaciones que explican una parte
mayor de la conducta que el egoísmo y en casos muy relevantes.
Los defensores de la utilización del egoísmo como único supuesto moti-
vacional acostumbran a manejar dos tipos distintos de argumento. En ocasio-
nes se afirma que, si bien los seres humanos pueden tener motivaciones plurales,
el egoísmo es la más importante de todas ellas, de manera que las demás tienen
poco o nulo poder explicativo. En esta línea suele sostenerse también que dichas
motivaciones se anulan entre ellas y que, por tanto, en aras de respetar el requi-
sito de parsimonia4, lo mejor es dejarlas fuera de los modelos explicativos (Marí-
Klose, 2000). Pero este argumento es inadecuado. Existen cantidades ingen-
tes de evidencia empírica que muestran que el egoísmo, pese a ser una
motivación importante en la especie humana, no es la principal. En este sen-
tido, existen motivaciones diferentes del egoísmo que tienen un importante
poder explicativo en muchas y muy relevantes situaciones, y que en modo
alguno se anulan entre ellas5. En la próxima sección, trataré de ofrecer una
panorámica general de las más destacables.

4. El desiderata de parsimonia nos dice que, a igualdad de condiciones, la explicación más sen-
cilla siempre es preferible. Sobre la importancia de que las explicaciones, los conceptos, las
hipótesis, etc. que se utilizan en ciencia cumplan con este requisito, véase Noguera (2006).
5. Véase, por ejemplo, Bowles (2004, 2005), Bowles y Choi (2003), Bowles y Gintis (2000a,
2000b, 2001a, 2001b, 2002, 2003), Bowles y Naidu (2005), Camerer, Loewenstein y Rabin
(2004), Dawes y Thales (1988), Fehr y Falk (2002a, 2002b), Gintis (2000a, 2000b, 2001a,
2003, 2005, 2006, 2007), Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2008), Henrich, Boyd, Bowles,
Camerer, Fehr, Gintis (2005), Mansbridge (1990), Sally (1995), Yung-An Hu y Day-Yang
Liu (2003).
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El segundo tipo de respuesta que ofrecen los defensores del monismo moti-
vacional pasa por argumentar que es un error tratar de que un modelo formal
capture características de la realidad. Los modelos formales deben usarse, desde
este punto de vista, de forma instrumental, por su potencial predictivo. En la
que quizá sea la formulación más célebre de este punto de vista, M. Friedman
(1953) argumenta que no tiene sentido demandar que los supuestos en que
se basa una teoría se ajusten a la realidad, debido a que, dado el requisito de
parsimonia, una teoría o una hipótesis científica deben tratar de explicar el
máximo posible de realidad con el mínimo posible de supuestos. De este modo,
cuanto mejor sea una teoría, muy probablemente, menos realistas serán sus
supuestos. En definitiva, según Friedman, no son esos supuestos lo que debe-
mos testar, sino las predicciones que se derivan de la teoría.
Pero, nuevamente, el argumento, desde mi punto de vista, resulta inade-
cuado. De modo general, el uso instrumental de la teoría podría ser legítimo
si se cumpliese alguno de los siguientes requisitos: la existencia de un meca-
nismo que nos permitiese dar cuenta de por qué nuestro modelo funciona, o
bien que el grado de acierto en la predicción fuese tan elevado que no nos que-
dara otra opción que reconocer la bondad del modelo, aunque no tuviésemos
ni la más mínima idea de las razones de la misma (Elster, 2007: 464). Pero en
los modelos que utilizamos en ciencias sociales, no se cumple ninguno de los
dos requisitos. Por una parte, no contamos con un mecanismo que nos per-
mita explicar por qué el modelo funciona a pesar de estar basado en supuestos
erróneos. En biología, por ejemplo, suelen utilizarse modelos de teoría de jue-
gos que permiten predecir que aquellos organismos que desarrollen una deter-
minada estrategia tendrán éxito evolutivo. Los modelos se construyen «como
si» los organismos fuesen agentes racionales. En este caso, es obvio que los
agentes no son racionales, pero disponemos de un mecanismo, la selección
natural, que nos permite comprender por qué el modelo funciona y por qué los
organismos que tienen éxito son los que actúan «como si» siguiesen una deter-
minada estrategia. Pero en ciencias sociales no disponemos de mecanismos de
ese tipo. En segundo lugar, en muchos casos relevantes, el modelo simplemente
no funciona y el supuesto potencial predictivo de los modelos TER-e instru-
mentales no se da6.
En los dos apartados siguientes, en primer lugar, trataré de dibujar un esbo-
zo general de los tipos de motivación humana más importantes identificados
por la bibliografía especializada. Posteriormente, me centraré específicamen-
te en el cuantitativamente más importante de esos tipos de motivación, la strong

6. Véase, por ejemplo, Bowles (2004, 2005), Bowles y Choi (2003), Bowles y Gintis (2000a,
2000b, 2001a, 2001b, 2002, 2003), Bowles y Naidu (2005), Camerer, Loewenstein y Rabin
(2004), Dawes y Thales (1988), Fehr y Falk (2002a, 2002b), Gintis (2000a, 2000b, 2001a,
2003, 2005, 2006, 2007), Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2008), Henrich, Boyd, Bowles,
Camerer, Fehr y Gintis (2005), Mansbridge (1990) y Sally (1995). Sobre los problemas
del uso instrumental de la teoría, además del citado Elster (2007), pueden consultarse tam-
bién Boudon (2003), Hedström (2005), Ovejero (2008) o Sen (1980).
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reciprocity (‘reciprocidad fuerte’). Por reciprocidad fuerte entenderé «una pro-


pensión a cooperar y compartir con aquellos que tienen una predisposición
similar y una voluntad de castigar a aquellos que violan la cooperación y otras
normas sociales, aun cuando el hecho de compartir y el castigo conlleven cos-
tos personales» (Bowles y Gintis, 2001b: 173).
Una aclaración resulta importante antes de continuar. En lo que sigue,
dejaré de lado un importante tipo de motivación humana, la motivación para
seguir normas. Pese a que las normas están relacionadas con un tipo de moti-
vación como la reciprocidad fuerte, la complejidad del tema desaconseja abor-
dar aquí esa cuestión.

El pluralismo motivacional en la especie humana


El ser humano es un animal capaz de albergar una amplia variedad de moti-
vaciones diferentes. En la presente sección, repasaré brevemente algunas de las
más destacadas por la literatura, para, en la siguiente, centrarme ya exclusiva-
mente en la reciprocidad fuerte. Antes de empezar, empero, vale la pena apun-
tar que sería bastante pobre suponer que existe una clase de individuos que
siempre está motivada de una determinada forma (que siempre es egoísta, por
ejemplo), mientras que existe otra clase de individuos que siempre lo está de una
forma diferente (que siempre es altruista, por ejemplo) y así sucesivamente.
En primer lugar, los diferentes motivos pueden variar de intensidad. En segun-
do lugar, de modo más importante, todos nosotros albergamos diferentes tipos
de motivaciones.
Podemos distinguir entre preferencias sociales y no sociales (Fehr y
Fischbacher, 2005). El caso paradigmático de preferencias no sociales es el de
las preferencias egoístas. Cuando un agente es egoísta, sus preferencias se refie-
ren únicamente a su propio bienestar y se muestra indiferente ante el bienes-
tar de los demás. El egoísmo goza de buena salud entre los seres humanos y es
un tipo de motivación muy importante en términos cuantitativos.
Las motivaciones sociales son aquellas que se dirigen hacia otras personas,
no son, por tanto, indiferentes respecto de las preferencias o los intereses de
los demás7. Un primer tipo de preferencia social es la aversión a la inequidad (ine-
quity aversion) (Fehr y Fischbacher, 2005). Las personas motivadas de esta
forma quieren alcanzar una distribución equitativa de los recursos. Agentes
motivados de este modo serán altruistas con los más desfavorecidos, pero tam-
bién desearán un reparto más igualitario de los bienes de los más afortunados.
En muchas ocasiones, agentes motivados de este modo se comportarán de la
misma forma que los motivados por la reciprocidad fuerte. Por ejemplo, ambos
tipos de agentes desearán reducir los pagos obtenidos por otro agente si ese

7. Podría argumentarse que la conducta egoísta también se dirige en ocasiones hacia los demás.
La diferencia radica en que, cuando la conducta egoísta se dirige hacia los demás, lo hace sólo
instrumentalmente en aras de alcanzar el beneficio propio, mientras que en las conductas
sociales los demás son importantes por sí mismos (Jenks, 1990).
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agente ha actuado de un modo tal que ha obtenido unos pagos mucho más
altos que los logrados por el agente averso a la inequidad o motivado por la
reciprocidad fuerte. Sin embargo, la reciprocidad fuerte es un motivo mucho
más importante en términos cuantitativos (Fehr y Fischbacher, 2005).
Algunos autores (Charness y Rabin, 2002) han encontrado evidencia a
favor de la existencia de una motivación para ayudar a los más débiles. No obs-
tante, dicha motivación es muy difícil de distinguir en la práctica de la aversión
a la inequidad (Fehr y Fischbacher, 2005).
Otro tipo de preferencia social que podemos encontrar en la literatura espe-
cializada es el altruismo incondicional (Fehr y Fischbacher, 2005). El altruista
incondicional trata de satisfacer las preferencias o los intereses de los demás.
Se trata de una conducta incondicional y no recíproca, en el sentido de que
no se espera que los destinatarios de nuestro altruismo nos correspondan en
un futuro más o menos cercano. El altruismo incondicional es diferente de la
aversión a la inequidad, debido a que el agente que es altruista lo será también
con aquellos agentes socialmente más favorecidos, mientras que el averso a la
inequidad deseará un reparto más igualitario de los bienes de éstos. Por otra
parte, el altruismo incondicional es diferente de la reciprocidad fuerte debido
a que el agente motivado por la reciprocidad fuerte coopera sólo de forma con-
dicional y, además, sanciona a aquellos otros agentes que no cooperan.
Uno de los primeros y más relevantes críticos con el uso exclusivo del
supuesto de egoísmo en los modelos formales fue Amartya Sen. En un céle-
bre trabajo (1986), Sen distingue entre dos tipos de motivaciones más o menos
distintas del egoísmo que pueden dar cuenta de la acción: la simpatía y el com-
promiso. En estas páginas, me centro exclusivamente en motivaciones identi-
ficadas en trabajos de tipo experimental, por esa razón estoy dejando de lado
aquí aportaciones provenientes de trabajos de tipo teórico. No obstante, dada
la relevancia de las aportaciones de Sen a este debate, quisiera decir algo aquí
acerca del encaje de su concepto de simpatía en el marco de los tipos de moti-
vaciones a los que se está haciendo referencia en el presente trabajo8.
Según Sen, podemos, por ejemplo, solidarizarnos con una determinada
persona que está sufriendo, por simpatía, porque nos hace sufrir su sufrimiento,
por así decirlo. Para sostener esto, no necesitamos apartarnos de la senda de la
conducta racional-egoísta. No estaríamos más que en una variante particular de
la misma, aquella en que asumimos como propias las preferencias de otros
individuos y tratamos de maximizar su utilidad. En este sentido, la maximi-
zación de la utilidad de los otros no es más que un medio para maximizar la
nuestra. Sin embargo, desde mi punto de vista, Sen incurre aquí en una fala-
cia argumentativa. Según Sen, detrás de la simpatía existen emociones muy
intensas. De este modo, en un caso de simpatía, tratamos de paliar el sufri-

8. Según Sen, nos encontramos ante un caso de compromiso cuando el agente actúa motivado
por consideraciones acerca del deber. Este tipo de motivación nos lleva inmediatamente a
la cuestión de la motivación para seguir normas que, como se dijo, no será abordada en
este trabajo.
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miento de los demás porque el conocimiento de su existencia nos enferma. Si


no actuásemos, nos sentiríamos culpables, mientras que hacerlo nos puede
producir emociones positivas como el orgullo. Pero la evitación o el logro de esas
emociones no pueden ser las razones de la acción, ya que se trata de estados
mentales que sólo pueden ser alcanzados como subproductos de actividades que
se llevan a cabo con otros objetivos (Elster, 2002). De este modo, pienso que lo
que Sen trata de capturar con su concepto de simpatía se captura mejor con
el concepto de altruismo tal y como se ha definido aquí, como un tipo de
motivación distinta del egoísmo y en modo alguno reducible a aquél.
Merece la pena destacar que, independientemente de cuestiones cuantita-
tivas, el egoísmo goza de prioridad lógica sobre el altruismo (Elster, 1990a).
La razón es que, si bien nos resulta posible concebir algo así como un estado de
naturaleza en la que todos los individuos se comportan única y exclusivamente
de modo egoísta, no nos es posible hacer lo contrario. El altruista asume como
propias las preferencias egoístas de un segundo. Si no hubiese individuos con
preferencias egoístas, tampoco podría haber otros individuos, altruistas, que
se esforzasen en procurar utilidad a los primeros. Por tanto, para que el altruis-
mo pueda existir, es necesario que también exista el egoísmo, cosa que no suce-
de a la inversa.
La evidencia experimental también muestra que un importante tipo de
preferencias sociales son de carácter malicioso (spiteful) y envidioso (Fehr y
Fischbacher, 2005). Un agente motivado de esta forma siempre valora de mane-
ra negativa que los demás agentes obtengan pagos positivos y trata de perju-
dicarlos si es posible, aún a costa de asumir él mismo costes por hacerlo.
En una aproximación a la cuestión muy diferente, Jon Elster (1991a, 2000)
sitúa a la envidia como uno de los pilares del orden social. Las motivaciones
envidiosas (como las maliciosas) no son racionales en el sentido técnico del
término, pero sí son sociales. Elster cita una fábula popular que ejemplifica
bien esta cuestión. En una ocasión, hace ya muchos años, un genio mágico se
apareció a un campesino que se encontraba trabajando la tierra. El genio le
dijo al campesino que le pidiese cualquier deseo y que él se lo concedería. La
única condición que le puso fue que concedería a su vecino el doble de lo que
le concediese a él. Después de pensarlo por unos instantes, el campesino le
pidió al genio que le arrancase un ojo.
En la literatura especializada, pueden encontrarse algunos tipos de moti-
vación más, así como un tratamiento más detallado de los tipos referidos. No
obstante, las mencionadas son las formas cuantitativamente más importantes
de motivación humana. En el cuadro 1, se recogen conjuntamente de mane-
ra esquemática. Todas ellas (aisladamente o de forma conjunta) permiten expli-
car partes más o menos importantes de la conducta humana en situaciones
relevantes. La reciprocidad fuerte juega un rol central de manera particular en
la aplicación de sanciones a los free-riders que se abstienen de cumplir las reglas
de cooperación. En cambio, por lo que se refiere a las conductas «positivas»,
como la aplicación de recompensas o la ayuda a los necesitados, pese a que la
reciprocidad fuerte sigue siendo el motivo más importante, otros motivos como
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Cuadro 1. Principales formas de motivación humana en términos cuantitativos.


Motivaciones no sociales:
Egoísmo
— Cuando un individuo es egoísta, sus preferencias se refieren únicamente a su
propio bienestar y se muestra indiferente ante el bienestar de los demás.
Motivaciones sociales:
Aversión a la inequidad
— Las personas motivadas de esta forma quieren alcanzar una distribución
equitativa de los recursos. Agentes motivados de este modo serán altruistas con
los más desfavorecidos, pero también desearán un reparto más igualitario de los
bienes de los más afortunados.
Reciprocidad fuerte
— Propensión a cooperar y a compartir con aquellos que tienen una predisposición
similar y una voluntad de castigar a aquellos que violan la cooperación y otras
normas sociales, aun cuando el hecho de compartir y el castigo conlleven costos
personales.
Altruismo incondicional
— El altruista incondicional trata de satisfacer las preferencias o los intereses de los
demás. Se trata de una conducta incondicional y no recíproca, en el sentido de
que no se espera que los destinatarios de nuestro altruismo nos correspondan en
un futuro más o menos cercano.
Malicia y envidia
— Un agente motivado de esta forma siempre valora de manera negativa que los
demás agentes obtengan pagos positivos y trata de perjudicarlos si es posible, aún
a costa de asumir él mismo costes.
Fuente: elaboración propia.

el altruismo o la aversión a la inequidad tienen también un importante poder


explicativo (Fehr y Fischbacher, 2005).
Así pues, podemos ver como, al elaborar modelos formales que permitan
explicar causalmente fenómenos sociales, resulta adecuado adoptar un enfo-
que plural desde el punto de vista motivacional, esto es, asumir que para expli-
car la acción social necesitamos tener en cuenta diferentes tipos de motivación
en los agentes. En el siguiente apartado, trataré de forma específica el tipo de
motivación cuantitativamente más importante en el ser humano: la recipro-
cidad fuerte9.

9. La reciprocidad fuerte es el tipo de motivación cuantitativamente más importante, tanto


entre los hombres como entre las mujeres. No obstante, diversos estudios experimentales
han mostrado que las mujeres parecen tener una mayor tendencia hacia las conductas pro-
sociales que los hombres (véase, por ejemplo, Aguiar, Brañas-Garza, Cobo-Reyes, Jiménez
y Miller (2007), Andreoni y Vesterlund (2001), Brañas-Garza (2006) o Muren y Dufwenberg
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La reciprocidad débil y la reciprocidad fuerte


La reciprocidad débil y sus limitaciones
Por reciprocidad débil entenderé la conducta recíproca basada en motivaciones
egoístas. Las explicaciones sobre la cooperación que propone la psicología evo-
lucionaria tienen como precedente propuestas respecto a comportamientos
cooperativos como el altruismo y la reciprocidad generados desde la biología evo-
lucionaria (Cosmides y Tooby, 1992). Hamilton (1963) postuló a la inclusive
fitness (‘aptitud inclusiva’) posteriormente llamada por Maynard-Smith (1978)
kin selection (‘selección de parientes’), que argumenta que existen comporta-
mientos altruistas entre individuos parientes de una especie, que pueden inclu-
so sacrificar su vida para salvar a un pariente, si esto permite que el número
de copias de los genes del individuo altruista se transmita a través de sus parien-
tes, hecho que no ocurriría si el comportamiento altruista de sacrificio no se
hubiera producido (García, 2005).
Por su parte, Trivers (1971) acuñó el concepto de altruismo recíproco para
referirse a aquellos actos de altruismo que los individuos realizan con terceros
a cambio de ser correspondidos por éstos en el futuro. Este comportamiento de
altruismo recíproco fue seleccionado evolutivamente porque es adaptativo. Se
trata de un rasgo diseñado por la selección natural y que guía las acciones de los
individuos hacia el altruismo mutuo. Los postulados del altruismo recíproco fue-
ron adoptados por Axelrod (1986a), quien, desde la teoría de juegos, particu-
larmente a partir de la búsqueda de soluciones al dilema del prisionero itera-
do, encontró que la estrategia llamada tit for tat10 (‘toma y daca’) permite que
la cooperación fundada en la reciprocidad sea evolutivamente estable11.
Este tipo de estrategias casan bien con el supuesto de egoísmo. Nótese que
el denominado «altruismo» recíproco, en realidad no es tal altruismo, sino que,
según la caracterización ofrecida en la sección anterior, en realidad es egoís-
mo. Axelrod demostró que, si se dan determinadas circunstancias, en una situa-

(2006)). No obstante, algunas tesis clásicas de autoras feministas como Gilligan (1982),
quien tratara de dar cuenta de las diferencias entre la conducta moral, social y política de hom-
bres y mujeres a partir de la gender socialization, no parecen confirmarse a la luz de la evi-
dencia empírica disponible (véase, por ejemplo, Scott, Matland, Michelbach y Bornstein
(2001)).
10. Diseñada por Rapoport (véase Axelrod, 1986a) y que indica que se debe iniciar el juego
cooperando y luego tomar la misma decisión —cooperar o no cooperar— que haya reali-
zado el otro jugador en el movimiento previo.
11. Posteriormente (1997), Axelrod también mostró que la reciprocidad débil no necesita ser
inmediata y centrada exclusivamente entre dos agentes, tal y como prevén los modelos más
sencillos basados en el tit for tat, sino que ésta también puede tener un carácter difuso y
diferido. El agente A puede ser recíproco con el agente B en un momento presente, y el
agente B puede devolverle la reciprocidad en algún momento lejano del futuro, en lugar
de hacerlo inmediatamente, esto es, la reciprocidad puede ser diferida. Por su parte, la reci-
procidad será difusa cuando no sé dé entre los agentes A y B, sino que el agente A coope-
re con el agente B, B con C, C nuevamente con A o con D y así sucesivamente. Dejo aquí
de lado estas complicaciones.
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ción de dilema del prisionero iterado con dos jugadores egoístas, la cooperación
mutua puede ser un equilibrio estable si ambos siguen una estrategia de tit for
tat. Las condiciones mencionadas por Axelrod consisten en que la «sombra del
futuro» sea lo suficientemente importante para los individuos, así como que
éstos tengan memoria y capacidad de reconocimiento. Dicho de otro modo, es
necesario que los individuos otorguen un importante valor a las futuras inte-
racciones y que sean capaces de reconocerse unos a otros, así como de recordar
cuál fue la conducta pasada del individuo con el que van a interactuar ahora.
De este modo, se han realizado importantes avances en la investigación de
la emergencia de equilibrios cooperativos aplicando el instrumental de la teo-
ría de juegos y de la TER-e. Sin embargo, el tit for tat fracasa al tratar de expli-
car la emergencia de dichos equilibrios12 en la mayoría de situaciones impor-
tantes, y existe numerosa evidencia sobre sus limitaciones. El mismo Axelrod
(1986b, 1997), sin ir más lejos, demuestra que el tit for tat no funciona cuan-
do se encuentran más de un puñado de jugadores en un dilema del prisione-
ro iterado jugado por agentes egoístas. En un contexto así, para que la coope-
ración pueda convertirse en una estrategia estable, se necesitará una metanorma
que prescriba sancionar tanto a los que violan la norma de primer orden, como
a aquéllos que se abstienen de sancionar a éstos últimos. Me referiré aquí bre-
vemente a alguna evidencia empírica disponible que cuestiona la viabilidad de
dar cuenta de la cooperación social a partir de la reciprocidad débil. Existe,
por ejemplo, numerosa evidencia de tipo experimental basada en la utilización
de juegos del ultimátum en diferentes culturas y con la participación de miles
de individuos en los que sólo una exigua minoría se comporta según lo pre-
visto por la TER-e13. Como es bien sabido, en el juego del ultimátum hay dos
jugadores y algún bien valioso y divisible a repartir (en los experimentos cita-
dos, 10 dólares). Una de las partes (el ofertante) le hace una oferta de reparti-
ción a la otra parte, el receptor, que sólo puede aceptar o rechazar la oferta. Si
el receptor acepta, el dinero se reparte según lo acordado, si rechaza, ambos lo
pierden todo. Los experimentos citados, además, se llevaron a cabo en condi-
ciones de anonimato entre las partes, con lo cual aumentaron los incentivos
para defraudar. En general, los proponentes hicieron ofertas mucho más altas
de lo previsto y, de modo mucho más importante, los receptores rechazaron
ofertas de cuantías considerables si no las percibían como justas. Sería de espe-
rar que un ofertante racional ofreciera un reparto 9-1 y que un receptor tam-
bién racional lo aceptara. Se puede tratar de explicar la conducta de los ofertantes
apelando a que no tienen manera de saber si el receptor es racional, pero no

12. En la literatura, suele sostenerse que esos equilibrios cooperativos son normas sociales. No
obstante, comparto el punto de vista de Jon Elster (2007, 2008a), según el cual un equili-
brio cooperativo fruto de la iteración de un dilema social no es una norma social.
13. Véase, por ejemplo, Bowles (2004, 2005), Bowles y Choi (2003), Bowles y Gintis (2000a,
2000b, 2001a, 2001b, 2002, 2003), Bowles y Naidu (2005), Camerer, Loewenstein y Rabin
(2004), Gintis (2000a, 2000b, 2001a, 2003, 2005, 2006, 2007), Gintis, Bowles, Boyd y Fehr
(2008), Henrich, Boyd, Bowles, Camerer, Fehr, Gintis (2005) y Mansbridge (1990).
El pluralismo motivacional en la especie humana Papers, 2010, 95/2 431

se puede explicar la conducta de los receptores sin salirse de los supuestos del
Homo economicus.
En los mismos experimentos, se cambiaron las reglas y se pasó a jugar jue-
gos del dictador. La diferencia entre este juego y el del ultimátum consiste en
que en este tipo de juego el receptor no cuenta con la opción de rechazar la
oferta, de modo que el ofertante puede hacer la distribución que le parezca sin
tener que preocuparse por la racionalidad de la otra parte.
Tampoco en este caso, en el que el diseño institucional ofrece unos incen-
tivos aun más importantes para la conducta egoísta, la conducta prevista por la
teoría económica fue mayoritaria entre los ofertantes. Puede descartarse tam-
bién, por tanto, que en los juegos del ultimátum los ofertantes no ofrezcan
9-1 simplemente para evitar que sus ofertas sean rechazadas.
He destacado esta evidencia experimental simplemente a modo de ejem-
plo. En las referencias citadas, pueden encontrarse muchos más experimentos
con resultados igualmente inequívocos.
Pero la evidencia contra la plausibilidad de la reciprocidad débil como única
base de la cooperación en las sociedades humanas no se limita a resultados
experimentales. La reciprocidad débil puede explicar por qué los individuos
cooperan cuando existen expectativas de futuras interacciones, pero tiene
muchas más dificultades para explicar por qué se coopera en situaciones con
características de última ronda o de jugadas de ronda única. En el mundo social
fuera de contextos experimentales, la reciprocidad débil no puede dar cuenta
de cómo pudo sostenerse la cooperación en los numerosos momentos a lo largo
de nuestra historia evolucionaria en los que el Homo sapiens se ha visto enfrenta-
do a profundas crisis que pudieron llevarnos a la desaparición. Paradójicamente,
por tanto, la estrategia no sirvió para asegurar la cooperación en los momen-
tos en que era más importante que lo hiciese (Bowles y Gintis, 2003). De
hecho, es prácticamente imposible que la especie humana hubiese tenido éxito
evolucionario si hubiese albergado únicamente motivaciones egoístas (Boyd,
Gintis, Bowles y Richerson, 2005; Jenks, 1990). Esto fue especialmente así
durante el pleistoceno, que, como es bien sabido, ha sido el período más largo
de nuestra historia evolutiva. Durante ese período, además, se desarrollaron
las principales características de nuestra mente (por ejemplo, nuestras moti-
vaciones), que apenas ha evolucionado desde entonces (Miller, 2008). La tesis
según la cual la especie humana no habría podido sobrevivir durante el pleis-
toceno si hubiese albergado únicamente motivaciones egoístas, ha sido con-
vincente apoyada por modelos formales de simulación multiagente14 en reite-
radas ocasiones. Dichos modelos reproducen las características básicas de las
poblaciones humanas de aquel momento15 (que conocemos gracias a los des-
cubrimientos arqueológicos sobre la materia).

14. Sobre simulación multiagente, véase, por ejemplo, Gilbert y Troitzsch (2006).
15. Véase, por ejemplo, Bowles (2005), Bowles y Choi (2003), Bowles y Gintis (2001a, 2003),
Bowles y Naidu (2005), Boyd, Gintis, Bowles y Fehr (2005), Gintis, Bowles, Boyd y Fehr
(2005, 2008), Kaplan y Gurven (2005).
432 Papers, 2010, 95/2 Jordi Tena Sánchez

Además de lo mencionado, en muchos de aquellos casos de crucial impor-


tancia en nuestra historia evolucionaria que toman la forma de juegos de dile-
mas iterados con n jugadores y en los que la estabilidad de la cooperación
podría ser explicada a través de la interacción entre individuos egoístas, la coo-
peración basada exclusivamente en el tit for tat constituye un equilibrio altamente
inestable (Bowles y Gintis, 2003).
Finalmente, existe evidencia de innumerables e importantes conductas pro-
sociales en la vida cotidiana que no pueden ser explicadas en términos de reci-
procidad débil (Bowles y Gintis, 2003). La gente coopera habitualmente en
situaciones del día a día que pueden ser modelizadas en términos de dilema
social y en las que, según los supuestos de la TER-e, el equilibrio debería ser la
no cooperación mutua. Los ciudadanos y las ciudadanas participan más o
menos activamente en organizaciones y campañas cívicas de todo tipo, acos-
tumbran a cumplir la ley y lo requerido por las normas de cooperación inclu-
so en aquellos casos en los que no son observados, actúan de forma altruista
en multitud de situaciones en las que tienen la oportunidad de ayudar a otros
semejantes que lo necesitan, etc. En palabras de Gintis (2006: 108):
While nearly everyone behaves amorally on some occasions, and some
behave amorally much of the time, there is normally a sufficient reserve of
moral behavior, including the motivation to punish the moral transgressions
of others, to maintain a high level of conformity with group morality.

La reciprocidad fuerte
La reciprocidad fuerte, la motivación para cooperar condicionalmente con los
demás cooperadores y sancionar incondicionalmente a aquellos que violen las
reglas de cooperación, es la forma de motivación más importante en la especie
humana y se encuentra englobada dentro de lo que he denominado motiva-
ciones sociales. Es la motivación cuantitativamente más importante que se iden-
tifica en condiciones experimentales y explica satisfactoriamente los resulta-
dos de los experimentos citados anteriormente. Por ejemplo, en el caso del
juego del ultimátum, el rechazo de los receptores de ofertas consideradas injus-
tas se explica fácilmente como la sanción que el receptor impone al propone-
dor (incluso incurriendo en costes personales) por haber violado una regla de
equidad. El hecho de que una amplia mayoría de los proponedores efectúen
ofertas generosas incluso en juegos del dictador, puede explicarse igual de fácil-
mente por la voluntad de estos de actuar conforme a dichas normas16.
En la reciprocidad fuerte, la disposición a cooperar es condicional, mien-
tras que la predisposición a sancionar es altruista17. Que la cooperación es con-

16. Véase, por ejemplo, Bowles (2004, 2005), Bowles y Choi (2003), Bowles y Gintis (2000a,
2000b, 2001a, 2001b, 2002, 2003), Bowles y Naidu (2005), Gintis (2000a, 2000b, 2001a,
2003, 2006, 2007), Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2008).
17. Véase la nota anterior.
El pluralismo motivacional en la especie humana Papers, 2010, 95/2 433

dicional, resulta bastante evidente, puesto que sólo se coopera con aquellos
que también lo hacen. Pero el sancionar es incondicional y altruista. Se san-
ciona en todos los casos, con lo cual se genera un beneficio colectivo, aunque
al hacerlo se incurra en costes individuales y no existan expectativas de ganan-
cia futura. Un acto tan irracional (en el sentido técnico del término) como la
venganza puede interpretarse fácilmente en clave de reciprocidad fuerte (Bowles
y Gintis, 2001b).
Los cooperadores fuertes sancionan principalmente las motivaciones no
cooperativas independientemente de cuales sean sus resultados, aunque los
malos actos con buenas motivaciones también suelen ser sancionados, pero
con menor intensidad (Gintis, 2000a; Gintis, Bowles, Boyd y Fehr, 2005). Sí,
por ejemplo, el agente A trata de ayudar al agente B de buena fe, pero, debido
a su torpeza, le termina causando un perjuicio, puede que B sancione a A aun-
que no en todos los casos y con una intensidad menor que si (B creyese que)
A hubiese tenido realmente la intención de causar un perjuicio. Por el con-
trario, si el agente A trata de aprovecharse del agente B en el transcurso de una
interacción, pero es tan torpe que termina por generar un beneficio para B y un
perjuicio para sí mismo, cabe esperar que A recibirá la represalia de B, no su gra-
titud.
Un argumento adicional a favor de que los agentes motivados por la reci-
procidad fuerte sancionan principalmente las motivaciones no cooperativas
viene dado por el hecho de que, en los experimentos citados, cuando la ofer-
ta no equitativa en un juego del ultimátum no era hecha por un ofertante
humano, sino por un ordenador de forma aleatoria, los receptores tendían a
aceptar todas las ofertas fuese cual fuese su monto. Esta reacción por parte de
los receptores tiene sentido desde el punto de vista de la reciprocidad fuerte.
En este caso, el receptor no puede atribuir al ordenador la intención de explo-
tarlo o de aprovecharse de él, de modo que no se activan emociones como la
indignación o el enfado y no se produce sanción alguna.
Un agente motivado por la reciprocidad fuerte lo estará para seguir las
reglas de la cooperación vigentes en una sociedad determinada. La reciprocidad
fuerte ofrece, por tanto, un mecanismo para la aplicación descentralizada de
normas sociales (Sethi y Somanathan, 2005). De este modo, la presencia de
agentes de este tipo sirve como elemento de disuasión para potenciales gorro-
nes y convierte en estable la cooperación (Fehr y Fischbacher, 2005; Sethi y
Somanathan, 2005).
El cooperador fuerte no es indiferente al bienestar de los demás ni a los
procesos que determinan los resultados sociales. Esos procesos deben ser equi-
tativos (Bowles y Gintis, 2001b). En tiempos pasados, cuando la sociedad esta-
ba dividida en estamentos sociales que contaban con privilegios basados en
concepciones religiosas o ciertas ideas por el estilo, una situación justa podía ser
altamente desigual. Sin embargo, en las sociedades modernas, la justicia suele
entenderse como equidad. Suele considerarse que todos los individuos deben
contar con las mismas oportunidades y que los resultados del azar o de proce-
sos fuera de nuestro control deberían también repartirse de forma igualitaria.
434 Papers, 2010, 95/2 Jordi Tena Sánchez

No sucede lo mismo con los beneficios obtenidos a través del mérito y del
esfuerzo (Bowles y Gintis, 2001b). Por ejemplo, en los experimentos referidos
en este trabajo, los proponedores tendían a hacer ofertas más generosas cuan-
do percibían que estaban en la posición de ofertantes por pura casualidad que
cuando tenían que ganársela a través de algún proceso previo. Por tanto, la
reciprocidad fuerte incorpora una clara concepción de la equidad y de la soli-
daridad como motores rectores de la vida social. Entre todos los iguales, debe
existir un balance ajustado de derechos y de obligaciones capaz de regular el
intercambio social.

Conclusiones
El presente trabajo parte de la premisa según la cual el hecho de que los
modelos de la TER-e adopten de forma habitual supuestos falsos o excesi-
vamente incompletos supone una enorme limitación para la capacidad expli-
cativa y predictiva de la teoría. Esa premisa general puede concretarse en una
más específica: concretamente, este trabajo ha partido de la idea de que el
hecho de asumir de forma casi rutinaria el monismo motivacional y adop-
tar el egoísmo como el único tipo de motivación que puede dar cuenta de
la acción social, supone un enorme lastre para los modelos de teoría de la
elección racional.
A lo largo de estas páginas, se ha tratado de mostrar que existe una plura-
lidad de motivaciones que, junto con el egoísmo, dan cuenta de una porción
importante de la conducta humana y que no existe ninguna justificación para
excluirlas sistemáticamente de los modelos. Se ha prestado una atención espe-
cial a la motivación cuantitativamente más importante en el ser humano: la
reciprocidad fuerte.
Los autores de la TER-e argumentan que, si relajamos el supuesto de ego-
ísmo, la teoría pierde parsimonia, poder explicativo e informatividad, y corre
el riesgo de volverse tautológica. En primer lugar, se podría responder que,
aunque eso fuese cierto, de ningún modo justificaría la elección rutinaria del
supuesto de egoísmo (Elster, 2007). Si realmente fuese cierto que el supuesto
de egoísmo es el único susceptible de ser modelizado formalmente y, al mismo
tiempo, como hemos visto en este trabajo, el uso exclusivo de dicho supuesto
da lugar a malas explicaciones y predicciones en multitud de casos relevantes,
la conclusión es lamentable para la ciencia social, a saber, sería imposible cons-
truir modelos formales que den cuenta de lo que acontece en multitud de casos
relevantes.
Pero, pese a que la crítica debe tomarse en serio, no resulta insalvable. No
existe ningún problema fundamental que impida construir modelos formales
que contemplen una pluralidad de supuestos motivacionales, siempre y cuan-
do se identifiquen claramente a priori el papel y la intensidad de las mismas, de
modo que podamos construir hipótesis que cumplan con el requisito de ser
falsables. Muchas de las referencias citadas en estas páginas corresponden a tra-
bajos de autores que construyen modelos formales que no sólo contemplan
El pluralismo motivacional en la especie humana Papers, 2010, 95/2 435

motivaciones egoístas, sino también otras motivaciones como el altruismo18. No


obstante, en el caso concreto de la reciprocidad fuerte, es cierto que, hasta el
momento, los intentos de elaborar funciones de utilidad basadas en dicha moti-
vación han tenido como resultado funciones extremadamente complejas y difí-
ciles de manejar19. Ha habido también intentos de capturar la noción de reci-
procidad fuerte a partir de modelos más sencillos. Sin embargo, su éxito ha
sido relativo, además se trataba de modelos que contienen cajas negras (Fehr y
Fischbacher, 2005).
No obstante, es importante también tener en cuenta que no todo el tra-
bajo riguroso en ciencias sociales pasa necesariamente por la utilización de
modelos matemáticos con funciones de utilidad. Es perfectamente posible
construir explicaciones basadas en modelos de mecanismos que van mucho
más allá de los supuestos contemplados en este trabajo y que incluyen moti-
vaciones tan variadas como las emociones o las normas20. En este sentido, los
modelos de mecanismos constituyen una herramienta idónea para incluir moti-
vaciones distintas del egoísmo.

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18. Véase, por ejemplo, Arnsperger y Varoufakis (2003), Kolm (1983), Mansbridge (1990),
Margolis (1990), Sánchez-Cuenca (2007) y Wolfelsperger (2001).
19. A este respecto, véase Falk y Fischbacher (2005), Fehr y Fischbacher (2005) y Gintis (2000b).
20. Véase, por ejemplo, Barbera (2004), Boudon (1981, 2003, 2008), Cherkaoui (2005), Elster
(1988, 1990a, 1990b, 1990c, 1990d, 1991a, 1995, 1997, 1998, 2001, 2002, 2006, 2007,
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