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EL RITUAL
La fiesta de ahora, la de Mar del Plata, fue
organizada por la OCAL de la ciudad
costera. Es la hora de almuerzo. Habrá
choripanes, hamburguesas, vino y
bebidas. El minibus ya está llegando al
"Centro de Italia", sitio del suceso. Entre
los que esperan hay muchos niños y
mujeres. El salón está adornado con
globos azules y amarillos y decenas de
lienzos que lo saludan. El prócer es el
último en bajar del minibus. Es probable
que su aparición en el salón sea el
momento de mayor emoción y euforia de
toda la jornada, superior incluso a cuando
se lance en palomita y reviva el gol frente
a Newell's. Es como cuando sale el
equipo a la cancha. El griterío es
maravilloso. Entra Poy al salón y la
fanaticada centralista se vuelve loca. El
grito es estruendoso: "¡¡Aldo Poy, Aldo
Poy, el papá de Ñulsolboys!!". La turba lo
abraza, lo besa, lo sube en andas. Los
ocalistas están felices. Gritan y cantan. El
prócer ha llegado, y el ritual de delirio
dura algunos minutos. Cerca de diez.
Después la gente empieza poco a poco a
acostumbrarse a la presencia del ídolo.
Todos quieren sacarse una foto con él.
Todos quieren que Aldo les firme las
camisetas de la paloma 33.
Cuando finalmente Aldo Pedro Poy logra
sentarse en la mesa de honor junto al
doctor Eduardo Ferrari del Sel,
representante del Gran Lama de la OCAL,
ha pasado ya por lo menos cerca de una
hora desde la llegada del prócer. Entre los
invitados figura el árbitro Arturo
Iturralde, quien dirigió aquel partido de la
palomita memorable y que ahora vive en
Mar del Plata. La charla de Poy con el
réferi es amistosa y llena de recuerdos.
Iturralde fue quien sentenció el gol contra
Newell's, el que tocó el pito y marcó el
centro de la cancha, el que después de
noventa minutos de lucha levantó los
brazos y dio por terminado el partido.
Colorado Vásquez no cabe de alegría por
la presencia de Iturralde en el festejo.
Piensa en el Museo de la OCAL. En
pedirle, por ejemplo, el pito con que
sancionó el gol de Poy. O la manga
derecha de su polera negra, que fue lo que
los ojos de Iturralde vieron cuando marcó
el fin del partido. El museo de la OCAL
es cuento aparte. Se trata de un salón
increíble montado en la misma casa del
Colorado donde abundan fetiches
vinculados a la palomita de Poy y al odio
hacia los leprosos. Entre las piezas del
museo hay, por ejemplo, piedras del
estadio Morumbí de Sao Paulo, a donde
fue a parar la pelota arrojada por un
jugador de Newell's en una definición a
penales durante una Copa Libertadores.
Lo más delirante: el frasco con formol
donde está el apéndice del jugador de
Newell's más cercano a Poy en el
momento en que el delantero conecta de
palomita y marca el gol mitológico. Dice
textual en la etiqueta que rotula el frasco:
"Apéndice del jugador De Rienzo, por
donde, a veinte centímetros de la misma,
pasó la pelota impulsada por Aldo Pedro
Poy de palomita, convirtiéndose en el gol
con el cual Central eliminara a Newell's
Old Boys el 19 de diciembre de 1971".
¿Y cómo consiguieron el apéndice?
Fácil. Al día siguiente del partido, De
Rienzo llegó al hospital con apendicitis
aguda y hubo que sacarle el apéndice en
una operación de emergencia. Un médico
canalla participó en la cirugía y se
iluminó: tomó conciencia de que muy
cerca de esa zona había pasado la pelota
impulsada por Poy rumbo al gol y decidió
guardar la pieza en formol y cederla a la
OCAL, para ayudar a construir el archivo
histórico de la jugada. Lo otro que
tenemos en el museo es un mechón de
pelo del parietal izquierdo de Poy, que fue
la zona de la cabeza con la que el prócer
anotó el gol de palomita.
LA PROFECÍA
La última palomita en Mar del Plata
confirma el deseo de la OCAL de
internacionalizar el festejo cada 19 de
diciembre. El 2002 vinieron a Chile, y el
2003 la hicieron en una playa de Miami.
Aldo Poy va a donde lo lleven. Él es
materia dispuesta. En Miami, eso sí, casi
murió asfixiado en la arena después de
caer al suelo, y por eso ahora, en Mar del
Plata, Poy ha decidido defenderse
levantando los pies inmediatamente
después de caer al suelo, para luego
pararse lo más rápido posible y evitar así
que los festejantes le caigan encima. En el
salón del "Centro de Italia" lo consigue,
pero la OCAL de Mar del Plata ha
decidido que Poy haga tres palomitas en
su ciudad, así que faltan todavía dos
zambullidas más: una en la llamada "zona
de los lobos", en el corazón del balneario,
sobre el cemento, entre guatapiques y
petardos; y luego la última, la de la
despedida, en el estadio mundialista,
gentilmente cedido por la municipalidad.
El ritual se desarrolla normalmente. Hay
cierto cansancio, eso sí, en el ambiente.
Probablemente no es buena idea hacer
más de una palomita. Se pierde algo de la
magia, del "momento único". Antes de la
última palomita me acerco a Poy:
¿No te cansas, Aldo, no te aburre siempre
la misma historia?
No, para nada. Hoy se lo debo a la gente,
a mi gente. La alegría de todos ellos, de
los muchachos, de las mujeres, de los
niños, es inigualable. Siempre me
sorprenden con algo nuevo. Eso sí, no me
gusta que en lugares públicos, como pasó
ahora en el centro de Mar del Plata, me
levanten en andas y griten cosas en contra
de Ñuls. Por ahí te arruinan la fiesta.
Aparecen algunos leprosos ofendidos y se
arma un quilombo. Eso no me gusta. Por
eso les pedí que me bajaran y que gritaran
cosas de Central, no cosas en contra de
Ñuls.
Aldo Pedro Poy tiene algo profético que
lo acompaña. Cuando anotó aquel famoso
gol de palomita contra Newell's, dijo
después en el camarín y así se reprodujo
al otro día en los diarios: "Este gol lo
recordarán toda su vida". Y así fue. Y así
es. Los de Ñuls y los de Central. Y
nosotros, que lo acompañamos de vuelta a
Rosario en auto durante siete horas y que
después nos reunimos en la noche, en la
casa del Colorado Vásquez, a revisar las
piezas del museo de la OCAL, a repasar
con detalle la historia del gol más largo
del mundo y el más celebrado, a ver cómo
se hace para que el Libro Guinness lo
incluya también entre sus récords.
El futuro, Colorado, ¿cómo se ve?
Aldo irá envejeciendo, eso ustedes lo
saben. Algún día, incluso, ya no estará en
este mundo. Ahora en Mar del Plata
terminó con el tobillo inflamado. Nadie es
eterno.