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Borges, inédito: "Buenos Aires es un barrio de Montevideo" 1978.

Borges es entrevistado

para una radio uruguaya en plena efervescencia mundialista. Fue censurada por sus

apreciaciones previas sobre Artigas. por Pablo Cohen

https://www.perfil.com/noticias/cultura/buenos-aires-es-un-barrio-de-

montevideo.phtml?rd=1&fbclid=IwAR1uY2bFxXNJfYiuqmutXtjSHMJ7XLdWmdongSn0MVw

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Borges y el fútbol, dos pasiones inevitablemente argentinas, se unieron en junio de 1978,

cuando el notable periodista e historiador uruguayo Atilio Garrido, quien logró llegar al

genio argentino a través de su colega Brian Glanville, lo entrevistó en el histórico

departamento que el escritor tenía en la calle Maipú. Ese diálogo, en el que también

estuvieron presentes las profundas raíces orientales de Borges, fue censurado por la

dictadura militar uruguaya y no pudo ser publicado en ninguno de los prestigiosos medios

donde trabajaba Garrido, quien ha dedicado su carrera a explicar el fútbol como un

fenómeno cultural de múltiples implicancias desde una perspectiva donde la pasión

convive armónicamente con el rigor historicista. Hoy, como parte de una larga nota que se

publicará este domingo y el próximo, PERFIL lo da a conocer por primera vez. El tardío e

irónico agradecimiento, y esto corre por parte de quien escribe estas líneas, es para los

represores uruguayos, tan solícitos para la violación serial de derechos humanos como

para la inutilidad en el ejercicio –ilegítimo– del poder. Tal vez desde la Argentina nos

pueda sorprender, pero la tradición democrática oriental es tan fuerte que pocos años

después el mismo régimen perdería ampliamente un plebiscito constitucional contra

opositores, a quienes estaba vedado hacer campaña. Dos años antes de ese fallido intento

de perpetuación, y en medio de la euforia mundialista que sirvió de inmejorable pantalla

para el terrorismo de Estado practicado en la Argentina, Garrido conoció a Borges como

parte de una cobertura periodística muy particular en la que, precisamente porque

Uruguay no había clasificado al Mundial, el autor de Maracaná, la historia secreta podía

elaborar notas de largo aliento con menos presiones coyunturales. No se registraron fotos

del encuentro entre él y Borges, pero el audio de la entrevista (disponible en Perfil.com)


mantiene un brillo muy particular, como si los años y los escollos tecnológicos no hubieran

formado parte de su geografía. También fue particular la campaña que Radio Carve de

Montevideo hizo para promocionar el reportaje, que fue prohibido porque al régimen no

le cayó en gracia que Borges, de visita en la capital uruguaya poco tiempo antes, hubiera

contrariado el dogma oficial sobre el héroe patrio José Gervasio Artigas. Consultado por

Perfil, Garrido, quien nunca se sentiría defraudado por la amarga imagen que el maestro

argentino tenía del fútbol, evoca así aquel momento: “Yo tenía 28 años, que es el tiempo

en que te llevás el mundo por delante y pensás que no hay fronteras. La nota se hizo el 15

de junio por la mañana en el apartamento de Borges, que estaba en la calle Maipú 944, 6°

B, y que terminó siendo su residencia durante las décadas siguientes”. Agrega Garrido:

“Cuando subí con Glanville, nos abrió la puerta María Kodama y nos llevó a un sofá para

dos. Nos dijo ‘vayan a aquel sofá y tomen asiento. No muevan nada de lugar’. Al costado

había un sillón vacío. Pasaron unos minutos y Borges llegó caminando como si no

estuviera ciego, sin rozar ningún objeto, y se sentó delante de nosotros. Me hizo mucha

gracia que estuviera rabioso porque, después de cada triunfo de Argentina, en Buenos

Aires salían miles y miles de personas a la calle, que confluían en el centro festejando y

llenando la City de bocinas, banderas y papel picado pues Clemente, el dibujo de Clarín

que popularizó Caloi, incitaba a tirar papelitos. Y además el Gordo Muñoz, por radio

Rivadavia, pedía que la gente no hiciera eso en el estadio, porque se llenaba la cancha de

papel picado y era una mala imagen”. Entonces, concluye el autor de 100 años de la

Conmebol, un continente de fútbol, “la FIFA sacó una resolución prohibiendo esa

costumbre y amenazando con una posible sanción a Argentina. Por supuesto, finalmente
no pasó nada. Pero Borges odiaba ese griterío que, decía, no lo dejaba dormir, porque las

multitudes estaban hasta altas horas de la madrugada por las calles”. Ese odio comienza a

conocerse más en profundidad ahora, pero se transforma, inexorablemente, en amor.

Como el amor que Borges le tenía a su patria nativa (Argentina), a su patria cultural

(Inglaterra), a su patria tardía (Suiza), a su patria ilusoria (Islandia) y a su patria remota

(Uruguay). —Quiere decir que este fenómeno mundial que es Jorge Luis Borges, venimos a

saber ahora, nos pertenece un poquito también a los orientales. —Sí, sí, desde luego.

Puedo decirle esto: yo no sé si mi primer recuerdo, que curiosamente es el recuerdo de un

cantero y de un arcoíris, debo situarlo de este lado del Río, en una quinta de Adrogué o en

un modesto jardín de Palermo, o en la quinta de mi tío Francisco Haedo en el Paso Molino,

en Montevideo. No sé si mi primer recuerdo corresponde a este lado del río o al otro. Mi

abuelo, el coronel Borges, nació en Montevideo e inició su carrera militar como artillero

defendiendo la plaza sitiada: tenía 14 años. Luego se batió en la División Oriental de César

Díaz, en la Batalla de Caseros: fue uno de los que decidieron la victoria y tenía 16 años,

pero en aquel tiempo la gente maduraba pronto. Mi abuelo se hizo matar en la batalla de

La Verde en el año 1874. —¿Maduraba más pronto aquella gente? ¿Ese puede ser uno de

los méritos de la generación anterior? —Sí, creo que maduraba muy pronto, pero al

mismo tiempo eran menos longevos que nosotros. La prueba de ello es que hay un poema

de Lugones que empieza así: “Sintiendo vagar por su elegante persona/ Una desolada

intimidad de hastío/ La bella solterona (Treinta y ocho años, regio porte, un tanto frío, de

beldad sajona)”, etcétera. Bueno, pues todas mis amigas tienen 38 años y no son

consideradas solteronas, pero en el año 1905, 1906, era otra cosa: a los 38 años una mujer
tenía el triste derecho de llamarse solterona si no se había casado. —Volviendo un poco a

Uruguay, al margen de aquel recuerdo que usted no tiene definido… —Tengo muchos

otros recuerdos, sobre todo de la frontera, porque yo hice dos viajes con Enrique Amorim,

casado con una prima mía, Ester Haedo, hasta Santana do Livramento, y ahí por primera y

última vez en mi vida vi matar a un hombre. Y tengo otro primer recuerdo del Uruguay. Yo

en Buenos Aires nunca había visto gauchos, pero en el Paso Molino vi troperos que traían

hacienda de los departamentos del norte, y vi mis primeros gauchos, y eso me emocionó

mucho, porque yo los conocía simplemente por la fama y por estampas. Pero ahí los vi de

veras. —Esos dos recuerdos, el fronterizo y el de los gauchos, ¿pueden haber motivado el

cuento “El muerto”, que hace poco se llevó al cine? —Sí. Les aconsejo que eviten el cine.

Hicieron una película absurda con El muerto. Con decirles que yo situaba toda la acción en

una estancia cimarrona de la frontera, allá cerca del Yaguarón o de Santana do

Livramento. Bueno, todo ocurría en el año 1890 y tantos, y a ellos se les ocurrió dotar a

esa estancia –y ustedes saben lo que son las estancias por ahí, que ni siquiera tienen

montes– de billares, y hacer que los gauchos jugaran al billar. Pero no se buscaba un

efecto cómico, era mera ignorancia de quienes hicieron la película. ¿Se da cuenta?

¡Gauchos de la frontera de Brasil jugando al billar! —¿Y cómo fue entonces que se hizo la

película estando usted en desacuerdo con la forma en que se ambientó? —Bueno, yo

simplemente firmé un contrato, mi editorial cedió los derechos y no tuve nada que ver

con la película. Ni siquiera sé qué actores trabajaron, quién fue el director ni nada de eso.

Simplemente ellos cedieron los derechos, se hizo el film, fui a verlo (aunque verlo en mi

caso es una metáfora, porque estoy ciego desde el año 1955), pero algunos amigos míos
me señalaron ese aspecto involuntariamente cómico. —¿Con qué intelectuales del

Uruguay usted se siente más vinculado, con mayor afinidad? —Tendría que mencionar

nombres ya pretéritos, pero soy un hombre viejo. No querría olvidar a Emilio Oribe, a

Pedro Leandro Ipuche y a Fernán Silva Valdés, que me honraron con su amistad, pero no

digo eso en desmedro de otros: son simplemente los tres primeros nombres que acuden a

mi memoria. Y luego querría hablar también de mi tío injustamente olvidado, Luis Melián

Lafinur. Yo recuerdo haber estado de chico en la casa de él, que creo que se ha demolido

ahora, una casa en la calle Buenos Aires, en la península, en la Ciudad Vieja. —

Lamentablemente se están demoliendo muchas casas viejas, no solamente en

Montevideo sino también aquí en Buenos Aires. —Aquí en Buenos Aires ocurre otra cosa

más rara: se construyen en el barrio de San Telmo, que no tiene ninguna tradición

especial, falsas casas viejas, y hasta se le ha ocurrido a algún intendente poner un aljibe en

una esquina. Todo el mundo sabe que los aljibes son para los patios, no para las calles,

pero parece que ya se ha olvidado eso, de modo que hay una plaza en San Telmo con un

aljibe en el medio, increíblemente. —¿Los rioplatenses tenemos desapego por el pasado?

—No, yo creo que no. Creo que queremos el pasado pero, al mismo tiempo, en este caso

lo falsificamos un poco. Fíjese que ahora en San Telmo están haciendo falsas casas

coloniales, o falsas casas del tiempo de Rosas. —Usted estuvo en la casa de su tío Luis

Melián Lafinur, me estaba contando… —Sí, estuve muchas veces y tuvo un destino

bastante triste. El escribió un libro muy lindo sobre Juan Carlos Gómez y un libro titulado

Tabaricidio, contra Zorrilla de San Martín, porque eran adversarios (Juan Zorrilla de San

Martín, escritor emblemático del Uruguay, conocido como el “poeta de la patria” y autor
del poema épico Tabaré, fue, además, padre del escultor José Luis Zorrilla de San Martín,

autor del célebre monumento al general Roca de Buenos Aires, y abuelo de la vestuarista

Guma Zorrilla y de la actriz China Zorrilla). El pensaba dedicar su vida a escribir una

historia del Uruguay. Yo recuerdo la biblioteca de él, que ocupaba varias habitaciones, y

él, ciego, recorriendo la biblioteca, ya incapaz de escribir el libro. Y murió, un hombre ya

viejo. Hubiera podido, quizá, hacerlo. Pero yo creo que no, que es muy difícil, sobre todo

un libro de historia, que requiere documentación. Quizá un ciego pueda dedicarse, como

yo, a obras de imaginación, pero no a obras que requieren consulta. Y él murió ciego en

esa casa vieja de la calle Buenos Aires, rodeado de los libros que le hubieran permitido

ejecutar ese proyecto que él había acariciado toda su vida, de escribir la historia de la

República Oriental del Uruguay. Y no pudo hacerlo. —¿En qué año ubicamos sus viajes

permanentes a la casa de la calle Buenos Aires en la Ciudad Vieja? —Y a la quinta de mi tío

Francisco Haedo en la calle Lucas Obes. Había un arroyo que se llamaba Quitacalzones y

otro arroyo Miguelete también por ese lado, por el Prado. —Un embajador argentino en

nuestro país, cuando invitaba a las grandes recepciones decía “los espero en mi casa de la

avenida Agraciada esquina Quitacalzones”, lo que en aquella época provocaba

prácticamente el pudor de todos. —Sí, claro, era un zanjón el arroyo. No lo recuerdo muy

bien, pero corría por los fondos de la quinta. Bueno, todos esos recuerdos míos

montevideanos yo no sé cuándo empiezan, pero sé que nosotros veraneábamos todos los

años en Montevideo, en casa de mi tío Francisco Haedo, y que eran los veraneos largos de

entonces, de dos o tres meses. —Jorge Luis Borges, ¿encuentra similitud entre

Montevideo y Buenos Aires y entre su pueblo? —Sí. Yo siempre digo que Buenos Aires es
un barrio de Montevideo. —¿Buenos Aires un barrio de Montevideo? —Sí, siempre lo

digo, si son lo mismo. Hasta diría que Buenos Aires está más cerca de Montevideo que de

Córdoba, por ejemplo, que tiene un carácter muy distinto, y mucho más cerca que de

Salta, no sólo geográficamente sino espiritualmente. —Ahora que usted me nombra a

Juan Carlos Gómez y me recordaba la amistad con su tío Luis Melián Lafinur, ¿es partidario

de la idea que en su momento propuso Juan Carlos Gómez y que causó la división del Río

de la Plata, de la Patria Grande? —Sí. Yo creo que tenemos que llegar a patrias más

grandes todavía. Creo que tenemos que llegar a patrias tan grandes que ya no haya

patrias. El que tenía la misma idea era Sarmiento. Pero a Sarmiento se le ocurrió una idea

absurda: que para evitar la inevitable rivalidad entre Montevideo y Buenos Aires la capital

estuviera en la isla de Martín García, algo sumamente incómodo desde luego, ¿no? Eso iba

a llamarse Argirópolis, es decir la “ciudad del Plata”. A él se le ocurrió esa idea de la

posible capital de ambas patrias creo que cuando estaba en Chile escribiendo el Facundo.

—Ya que estamos recordando un poco la génesis de estos países, leí hace poco un poema

suyo donde usted sostiene la tesis de que Buenos Aires comenzó a fundarse por el lado de

Palermo y no por San Telmo. —Sí, pero es una broma mía. No, Buenos Aires realmente

empezó a fundarse por San Telmo, sí. La primera fundación de Buenos Aires, la de don

Pedro de Mendoza, fue en el Parque Lezama. La segunda fundación, en la que participó un

señor llamado Juan de Garay, del cual soy descendiente, fue en la Plaza de Mayo, llamada

Plaza Mayor, a una distancia de pocas cuadras. Además, en aquel tiempo no habría tal

distancia, habría simplemente el campo pelado nomás, ¿no? Pero sé que la primera

fundación tuvo lugar más o menos en lo que es el Parque Lezama. Ahora, la ciudad fue
destruida por los querandíes, que venían del norte, del lado de San Isidro. Y luego ocurrió

la segunda fundación en la Plaza Mayor, que fue el centro de la ciudad durante mucho

tiempo. —Después de haber recorrido esta primera etapa en la vida de Jorge Luis Borges,

y de haber descubierto su afinidad casi total con Uruguay, cosa que nos place… —Y a mí

también. (Risas) —Queremos ir de a poco a otro tema. Jorge Luis Borges había expresado

hace dos meses que cuando llegara el Mundial de Fútbol no podría estar en la República

Argentina. —Sin embargo, aquí estoy, y aquí estoy soportándolo. Pero creo que falta

poco, ¿no? (risas). Yo no estoy en contra del deporte del fútbol, pero creo que es una

frivolidad a la que se le da una importancia excesiva. Además, fomenta el nacionalismo,

que es uno de los grandes males de esta época. Porque yo veo que no se piensa si un

partido fue lindo o no: se piensa en quiénes ganaron, que es lo más aleatorio de un juego.

En cambio, tratándose del ajedrez, por ejemplo, la gente puede estar interesada en el

ajedrez. Pero creo que nadie está interesado en el juego mismo del fútbol: está interesado

en tal o cual cuadro o en tal o cual país. Continúa la semana próxima.

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