Borges es entrevistado
para una radio uruguaya en plena efervescencia mundialista. Fue censurada por sus
https://www.perfil.com/noticias/cultura/buenos-aires-es-un-barrio-de-
montevideo.phtml?rd=1&fbclid=IwAR1uY2bFxXNJfYiuqmutXtjSHMJ7XLdWmdongSn0MVw
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Borges y el fútbol, dos pasiones inevitablemente argentinas, se unieron en junio de 1978,
cuando el notable periodista e historiador uruguayo Atilio Garrido, quien logró llegar al
departamento que el escritor tenía en la calle Maipú. Ese diálogo, en el que también
estuvieron presentes las profundas raíces orientales de Borges, fue censurado por la
dictadura militar uruguaya y no pudo ser publicado en ninguno de los prestigiosos medios
convive armónicamente con el rigor historicista. Hoy, como parte de una larga nota que se
publicará este domingo y el próximo, PERFIL lo da a conocer por primera vez. El tardío e
irónico agradecimiento, y esto corre por parte de quien escribe estas líneas, es para los
represores uruguayos, tan solícitos para la violación serial de derechos humanos como
para la inutilidad en el ejercicio –ilegítimo– del poder. Tal vez desde la Argentina nos
pueda sorprender, pero la tradición democrática oriental es tan fuerte que pocos años
opositores, a quienes estaba vedado hacer campaña. Dos años antes de ese fallido intento
elaborar notas de largo aliento con menos presiones coyunturales. No se registraron fotos
formado parte de su geografía. También fue particular la campaña que Radio Carve de
Montevideo hizo para promocionar el reportaje, que fue prohibido porque al régimen no
le cayó en gracia que Borges, de visita en la capital uruguaya poco tiempo antes, hubiera
contrariado el dogma oficial sobre el héroe patrio José Gervasio Artigas. Consultado por
Perfil, Garrido, quien nunca se sentiría defraudado por la amarga imagen que el maestro
argentino tenía del fútbol, evoca así aquel momento: “Yo tenía 28 años, que es el tiempo
en que te llevás el mundo por delante y pensás que no hay fronteras. La nota se hizo el 15
de junio por la mañana en el apartamento de Borges, que estaba en la calle Maipú 944, 6°
B, y que terminó siendo su residencia durante las décadas siguientes”. Agrega Garrido:
“Cuando subí con Glanville, nos abrió la puerta María Kodama y nos llevó a un sofá para
dos. Nos dijo ‘vayan a aquel sofá y tomen asiento. No muevan nada de lugar’. Al costado
había un sillón vacío. Pasaron unos minutos y Borges llegó caminando como si no
estuviera ciego, sin rozar ningún objeto, y se sentó delante de nosotros. Me hizo mucha
gracia que estuviera rabioso porque, después de cada triunfo de Argentina, en Buenos
Aires salían miles y miles de personas a la calle, que confluían en el centro festejando y
llenando la City de bocinas, banderas y papel picado pues Clemente, el dibujo de Clarín
que popularizó Caloi, incitaba a tirar papelitos. Y además el Gordo Muñoz, por radio
Rivadavia, pedía que la gente no hiciera eso en el estadio, porque se llenaba la cancha de
papel picado y era una mala imagen”. Entonces, concluye el autor de 100 años de la
Conmebol, un continente de fútbol, “la FIFA sacó una resolución prohibiendo esa
costumbre y amenazando con una posible sanción a Argentina. Por supuesto, finalmente
no pasó nada. Pero Borges odiaba ese griterío que, decía, no lo dejaba dormir, porque las
multitudes estaban hasta altas horas de la madrugada por las calles”. Ese odio comienza a
Como el amor que Borges le tenía a su patria nativa (Argentina), a su patria cultural
(Uruguay). —Quiere decir que este fenómeno mundial que es Jorge Luis Borges, venimos a
saber ahora, nos pertenece un poquito también a los orientales. —Sí, sí, desde luego.
cantero y de un arcoíris, debo situarlo de este lado del Río, en una quinta de Adrogué o en
abuelo, el coronel Borges, nació en Montevideo e inició su carrera militar como artillero
defendiendo la plaza sitiada: tenía 14 años. Luego se batió en la División Oriental de César
Díaz, en la Batalla de Caseros: fue uno de los que decidieron la victoria y tenía 16 años,
pero en aquel tiempo la gente maduraba pronto. Mi abuelo se hizo matar en la batalla de
La Verde en el año 1874. —¿Maduraba más pronto aquella gente? ¿Ese puede ser uno de
los méritos de la generación anterior? —Sí, creo que maduraba muy pronto, pero al
mismo tiempo eran menos longevos que nosotros. La prueba de ello es que hay un poema
de Lugones que empieza así: “Sintiendo vagar por su elegante persona/ Una desolada
intimidad de hastío/ La bella solterona (Treinta y ocho años, regio porte, un tanto frío, de
beldad sajona)”, etcétera. Bueno, pues todas mis amigas tienen 38 años y no son
consideradas solteronas, pero en el año 1905, 1906, era otra cosa: a los 38 años una mujer
tenía el triste derecho de llamarse solterona si no se había casado. —Volviendo un poco a
Uruguay, al margen de aquel recuerdo que usted no tiene definido… —Tengo muchos
otros recuerdos, sobre todo de la frontera, porque yo hice dos viajes con Enrique Amorim,
casado con una prima mía, Ester Haedo, hasta Santana do Livramento, y ahí por primera y
última vez en mi vida vi matar a un hombre. Y tengo otro primer recuerdo del Uruguay. Yo
en Buenos Aires nunca había visto gauchos, pero en el Paso Molino vi troperos que traían
hacienda de los departamentos del norte, y vi mis primeros gauchos, y eso me emocionó
mucho, porque yo los conocía simplemente por la fama y por estampas. Pero ahí los vi de
veras. —Esos dos recuerdos, el fronterizo y el de los gauchos, ¿pueden haber motivado el
cuento “El muerto”, que hace poco se llevó al cine? —Sí. Les aconsejo que eviten el cine.
Hicieron una película absurda con El muerto. Con decirles que yo situaba toda la acción en
Livramento. Bueno, todo ocurría en el año 1890 y tantos, y a ellos se les ocurrió dotar a
esa estancia –y ustedes saben lo que son las estancias por ahí, que ni siquiera tienen
montes– de billares, y hacer que los gauchos jugaran al billar. Pero no se buscaba un
efecto cómico, era mera ignorancia de quienes hicieron la película. ¿Se da cuenta?
¡Gauchos de la frontera de Brasil jugando al billar! —¿Y cómo fue entonces que se hizo la
simplemente firmé un contrato, mi editorial cedió los derechos y no tuve nada que ver
con la película. Ni siquiera sé qué actores trabajaron, quién fue el director ni nada de eso.
Simplemente ellos cedieron los derechos, se hizo el film, fui a verlo (aunque verlo en mi
caso es una metáfora, porque estoy ciego desde el año 1955), pero algunos amigos míos
me señalaron ese aspecto involuntariamente cómico. —¿Con qué intelectuales del
Uruguay usted se siente más vinculado, con mayor afinidad? —Tendría que mencionar
nombres ya pretéritos, pero soy un hombre viejo. No querría olvidar a Emilio Oribe, a
Pedro Leandro Ipuche y a Fernán Silva Valdés, que me honraron con su amistad, pero no
digo eso en desmedro de otros: son simplemente los tres primeros nombres que acuden a
mi memoria. Y luego querría hablar también de mi tío injustamente olvidado, Luis Melián
Lafinur. Yo recuerdo haber estado de chico en la casa de él, que creo que se ha demolido
Montevideo sino también aquí en Buenos Aires. —Aquí en Buenos Aires ocurre otra cosa
más rara: se construyen en el barrio de San Telmo, que no tiene ninguna tradición
especial, falsas casas viejas, y hasta se le ha ocurrido a algún intendente poner un aljibe en
una esquina. Todo el mundo sabe que los aljibes son para los patios, no para las calles,
pero parece que ya se ha olvidado eso, de modo que hay una plaza en San Telmo con un
—No, yo creo que no. Creo que queremos el pasado pero, al mismo tiempo, en este caso
lo falsificamos un poco. Fíjese que ahora en San Telmo están haciendo falsas casas
coloniales, o falsas casas del tiempo de Rosas. —Usted estuvo en la casa de su tío Luis
Melián Lafinur, me estaba contando… —Sí, estuve muchas veces y tuvo un destino
bastante triste. El escribió un libro muy lindo sobre Juan Carlos Gómez y un libro titulado
Tabaricidio, contra Zorrilla de San Martín, porque eran adversarios (Juan Zorrilla de San
Martín, escritor emblemático del Uruguay, conocido como el “poeta de la patria” y autor
del poema épico Tabaré, fue, además, padre del escultor José Luis Zorrilla de San Martín,
autor del célebre monumento al general Roca de Buenos Aires, y abuelo de la vestuarista
Guma Zorrilla y de la actriz China Zorrilla). El pensaba dedicar su vida a escribir una
historia del Uruguay. Yo recuerdo la biblioteca de él, que ocupaba varias habitaciones, y
viejo. Hubiera podido, quizá, hacerlo. Pero yo creo que no, que es muy difícil, sobre todo
un libro de historia, que requiere documentación. Quizá un ciego pueda dedicarse, como
yo, a obras de imaginación, pero no a obras que requieren consulta. Y él murió ciego en
esa casa vieja de la calle Buenos Aires, rodeado de los libros que le hubieran permitido
ejecutar ese proyecto que él había acariciado toda su vida, de escribir la historia de la
República Oriental del Uruguay. Y no pudo hacerlo. —¿En qué año ubicamos sus viajes
Francisco Haedo en la calle Lucas Obes. Había un arroyo que se llamaba Quitacalzones y
otro arroyo Miguelete también por ese lado, por el Prado. —Un embajador argentino en
nuestro país, cuando invitaba a las grandes recepciones decía “los espero en mi casa de la
prácticamente el pudor de todos. —Sí, claro, era un zanjón el arroyo. No lo recuerdo muy
bien, pero corría por los fondos de la quinta. Bueno, todos esos recuerdos míos
años en Montevideo, en casa de mi tío Francisco Haedo, y que eran los veraneos largos de
entonces, de dos o tres meses. —Jorge Luis Borges, ¿encuentra similitud entre
Montevideo y Buenos Aires y entre su pueblo? —Sí. Yo siempre digo que Buenos Aires es
un barrio de Montevideo. —¿Buenos Aires un barrio de Montevideo? —Sí, siempre lo
digo, si son lo mismo. Hasta diría que Buenos Aires está más cerca de Montevideo que de
Córdoba, por ejemplo, que tiene un carácter muy distinto, y mucho más cerca que de
Juan Carlos Gómez y me recordaba la amistad con su tío Luis Melián Lafinur, ¿es partidario
de la idea que en su momento propuso Juan Carlos Gómez y que causó la división del Río
de la Plata, de la Patria Grande? —Sí. Yo creo que tenemos que llegar a patrias más
grandes todavía. Creo que tenemos que llegar a patrias tan grandes que ya no haya
patrias. El que tenía la misma idea era Sarmiento. Pero a Sarmiento se le ocurrió una idea
absurda: que para evitar la inevitable rivalidad entre Montevideo y Buenos Aires la capital
estuviera en la isla de Martín García, algo sumamente incómodo desde luego, ¿no? Eso iba
posible capital de ambas patrias creo que cuando estaba en Chile escribiendo el Facundo.
—Ya que estamos recordando un poco la génesis de estos países, leí hace poco un poema
suyo donde usted sostiene la tesis de que Buenos Aires comenzó a fundarse por el lado de
Palermo y no por San Telmo. —Sí, pero es una broma mía. No, Buenos Aires realmente
empezó a fundarse por San Telmo, sí. La primera fundación de Buenos Aires, la de don
señor llamado Juan de Garay, del cual soy descendiente, fue en la Plaza de Mayo, llamada
Plaza Mayor, a una distancia de pocas cuadras. Además, en aquel tiempo no habría tal
distancia, habría simplemente el campo pelado nomás, ¿no? Pero sé que la primera
fundación tuvo lugar más o menos en lo que es el Parque Lezama. Ahora, la ciudad fue
destruida por los querandíes, que venían del norte, del lado de San Isidro. Y luego ocurrió
la segunda fundación en la Plaza Mayor, que fue el centro de la ciudad durante mucho
tiempo. —Después de haber recorrido esta primera etapa en la vida de Jorge Luis Borges,
y de haber descubierto su afinidad casi total con Uruguay, cosa que nos place… —Y a mí
también. (Risas) —Queremos ir de a poco a otro tema. Jorge Luis Borges había expresado
hace dos meses que cuando llegara el Mundial de Fútbol no podría estar en la República
Argentina. —Sin embargo, aquí estoy, y aquí estoy soportándolo. Pero creo que falta
poco, ¿no? (risas). Yo no estoy en contra del deporte del fútbol, pero creo que es una
que es uno de los grandes males de esta época. Porque yo veo que no se piensa si un
partido fue lindo o no: se piensa en quiénes ganaron, que es lo más aleatorio de un juego.
En cambio, tratándose del ajedrez, por ejemplo, la gente puede estar interesada en el
ajedrez. Pero creo que nadie está interesado en el juego mismo del fútbol: está interesado