Está en la página 1de 7

LA CONVENCIÓN DE VIENA: USOS Y COSTUMBRES DEL

COMERCIO INTERNACIONAL

Al hacer mención sobre la Convención de Viena de 1980, es primordial establecer que


constituye la más importante de todas las convenciones internacionales que versa sobre
contratos de compraventa internacional de mercaderías. Conviene distinguir que las
disposiciones de las llamadas Convenciones de La Haya deben ser introducidas en las
legislaciones nacionales, que con eso quedan modificadas, en tanto que la Convención de
Viena es incrementada a las leyes nacionales en lo referente únicamente a la compraventa
internacional, pero es independiente de esas legislaciones; de ahí que esta convención tenga
mayores posibilidades de ser acogida por todos los países y constituya, hasta ahora, la regla
más viable y aceptada por el comercio internacional.

La Convención de Viena de 1980 sobre Contratos de Compraventa Internacional de


Mercaderías, aprobada por la Conferencia de las Naciones Unidas el 11 de abril de 1980,
fue diseñada como un estatuto jurídico uniforme que tiene como propósito establecer reglas
comunes para la compraventa internacional, que armonicen los diferentes sistemas
jurídicos.

Este instrumento constituye una reglamentación de venta internacional que supera a la


Convención de La Haya, pues pretende regular el contrato como un todo,
independientemente de cualquier legislación nacional, a la cual la Convención no recurre
jamás. El juez no tiene que determinar la ley competente que rige el contrato, pues la
Convención se basta a sí misma.

Su objetivo es establecer una reglamentación general y simple, a fin de que pueda ser
interpretada y aplicada sin referencia a una legislación nacional. Intenta, de este modo,
crear un Derecho Internacional uniforme en materia de contratos internacionales, sin
pretender inmiscuirse en el régimen nacional del contrato de compraventa celebrado entre
nacionales del mismo Estado ni en los tratados comerciales que los países hubieran
celebrado estableciendo reglas específicas para casos concretos.
El factor más importante es que la reglamentación que instituye se presenta compatible con
los más diversos sistemas jurídicos, sean éstos de tradición romano-germánica,
anglosajona, islámica o socialista.

Con el fin de permitir un mayor número de ratificaciones o adhesiones, la Convención ha


establecido no solo líneas de unión entre los dos sistemas jurídicos más importantes del
mundo sino, además, la posibilidad de ser adoptada por partes, con excepciones y aun con
reservas.

Esta situación se debe al deseo de facilitar que la Convención sea adoptada por un mayor
número de países. En efecto, cada vez es más creciente la cantidad de Estados que la han
ratificado. En América Latina, la han suscrito y ratificado Argentina, Brasil, Cuba, Chile,
Colombia, Ecuador, El Salvador, Honduras, México, Perú, Paraguay, República
Dominicana, Uruguay y Venezuela. Finalmente, la Convención contiene un Protocolo
adicional que modifica la Convención de Nueva York del 14 de junio de 1974 sobre la
prescripción en materia de venta internacional de mercaderías. Así, el tema de la
prescripción queda contenido únicamente en este texto uniforme.

Este documento jurídico está referido a la compraventa internacional de mercaderías y al


contrato de suministro. Su objeto está vinculado a bienes; no regula la transferencia de
servicios ni de aviones, barcos o ferrocarriles, como tampoco otros contratos. Así lo
expresa en forma clara y prístina el art. 2 de la Convención.

La Convención considera que es internacional el contrato y las formas que ella define como
tal, o sea, aquel en que haya sido manifiesta la localización de los establecimientos en
Estados diferentes. Luego, es un contrato comercial nominado que, deliberadamente, elude
la palabra domicilio, que suscitó siempre largas discusiones en el Derecho latinoamericano.

La Convención se aplica exclusivamente sobre la formación de la compraventa y las


obligaciones y derechos de las partes intervinientes, pero no respecto de la validez del
contrato ni de sus efectos en la propiedad de las mercancías, ni de la responsabilidad penal
del vendedor por las lesiones o muerte que causaren las mercancías a una tercera persona
(arts. 4 y 5 de la Convención).
Finalmente, el art. 6 de la Convención prevé la posibilidad de que las partes excluyan la
aplicación del texto legal, deroguen cualquiera de sus disposiciones o, incluso, modifiquen
sus efectos. El referido numeral dice: “Las partes podrán excluir la aplicación de la presente
Convención o, sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 12, establecer excepciones a
cualquiera de sus disposiciones o modificar sus efectos”. De esa manera, la Convención se
inserta dentro del principio de la libertad contractual, pues se puede pactar la utilización
plena, parcial o limitada de los términos convencionales sin que ello impida el uso o
aplicación de los otros extremos del texto jurídico. Esa libertad de modificación solo tiene
el límite dispuesto en el art. 12 de la Convención, concerniente a la forma escrita del
contrato.

Lo mencionado en las líneas precedentes constituyen aspectos generales sobre la aplicación


de la convención de Viena, pero centrándonos en un tema mas especifico podremos decir
que el capítulo II contiene disposiciones relativas a la interpretación de la Convención, a la
interpretación del contrato, a los usos mercantiles y a la forma del contrato. En este caso
nos centraremos en lo que regula el articulo 9 sobre los usos y practicas mercantiles.

USOS Y COSTUMBRES COMO PAUTAS REGULADORAS DEL DERECHO


COMERCIAL

Antes de entrar a la regulación que se da en el artículo 9 de la convención de Viena cabe


mencionar el surgimiento de los usos y costumbres como reglas que rigen el comercio
internacional, en consecuencia, sobre los usos y costumbres internacionales podremos decir
que, han sido, desde los inicios del comercio, considerados como normas de práctica e
invocación constante. Las reglas nacidas de la práctica comercial fueron llamadas Lex
Mercatoria, un derecho de los comerciantes desvinculado de las normas legales del Estado.
Su origen se remonta a la alta Edad Media, en que los fenicios concretaban sus
transacciones comerciales que tenían por marco reglamentario las Lex Rodhia de Jactu (300
a. C.).

En épocas posteriores, el comercio internacional continuó con su desarrollo. Esto se debió,


entre otros motivos, a las expediciones marítimas realizadas por los griegos y romanos en el
mar Mediterráneo en busca de nuevas rutas comerciales y el creciente interés por adquirir y
vender productos que no existían o abundaban en sus respectivas localidades. Consecuencia
de ello, la civilización helenística atravesó por un gran crecimiento económico solamente
comparable con las revoluciones comerciales e industriales de la Era Moderna.

Durante la Edad Media, el comercio en Europa continuó en su fase expansiva; sin embargo,
los diversos estatutos y privilegios feudales entramaban las relaciones comerciales de esa
época, por lo que los comerciantes se veían en la necesidad de utilizar reglas generales que
faciliten el intercambio de mercaderías. En ese contexto aparece la societas mercatorum,
una clase social formada por artesanos y comerciantes de diversas localidades, que, frente a
los obstáculos impuestos por legislaciones nacionales, decidieron adoptar sus usos y
costumbres como reglas para que guíen sus actividades, lo que originó la Lex Mercatoria.

Este conjunto de reglas pasó por un desarrollo significativo durante los siglos XII y XVI,
cuando los comerciantes organizados en gremios y corporaciones, con la finalidad de
realizar actividades comerciales, se reunían en las famosas ferias medievales, lo que
permitió el surgimiento y crecimiento de un derecho mercantil basado en usos y costumbres
de una clase social, es decir, de comerciantes para comerciantes.

Posteriormente a este periodo de desarrollo, a fines del siglo XVI, la importancia de este
conjunto de usos y reglas fue desapareciendo, principalmente debido al surgimiento del
derecho moderno. Frente a la aparición de legislaciones nacionales y continentales
mercantilistas a fines de la Edad Media, la Lex Mercatoria fue cayendo en desuso. En los
siglos XVIII y XIX, la mayoría de preceptos de los usos y las prácticas comerciales fueron
incorporados a códigos y leyes domésticas, con la idea de que las normas nacionales
gobernarían las relaciones internacionales.

Con todo lo expresado podemos decir que la lex mercatoria se basaba en usos y costumbres
que los comerciantes realizaban de manera constante y a que además eran de conocimiento
general, es así que podemos mencionar que en base a esos usos y costumbres se reguló los
primeros documentos y medios de pago en el comercio mundial, como fue el uso de la letra
de cambio, el cheque y los créditos documentarios, todos los cuales fueron creados por
quienes tenían el comercio en sus manos, los fenicios, con el fin de agilizar las relaciones
de intercambio con Oriente.
Posteriormente, cuando los ingleses dominaron los mares y, en consecuencia, las diferentes
rutas comerciales con el mundo, diseñaron nuevos modelos contractuales como el charter
party para los contratos de fletamento y los seguros. Inclusive perfeccionaron el joint
adventure para hacer fluido el intercambio sin barreras. Este último propósito, la rapidez
comercial, sigue siendo la base del comercio.

Los propios códigos de comercio de América Latina no solo norman los actos o
documentos de comercio nominados sino, también, todos aquellos que propicien un más
rápido crecimiento de la intermediación, sancionando todo lo que lo entorpezca, aun con
penas privativas de la libertad, como la estafa o el fraude para el caso de los cheques o para
las quiebras dolosas.

En lo que respecta a la regulación en la convención de Viena, el artículo 9 de la


Convención sobre los usos y prácticas reequilibró, para bien de nuestras naciones, un hecho
que se ha venido dado a través del tiempo, es así que no es de sorprender que los países
desarrollados, que tienen una considerable influencia en la composición del comercio
mundial, son los que, obviamente, han generado un mayor número de prácticas y de usos en
los mercados. Su presencia es tan grande que, si la Convención hubiera admitido la
totalidad de ellos, habría actuado en forma discriminatoria.

Al respecto, Bonell, Farnsworth y Rajski comentan que, al momento de redactar el art. 9,


fue necesario establecer criterios para discriminar cuáles usos eran aplicables y cuáles no.
En efecto, considerando que en la doctrina hay dos criterios: el subjetivo, que solo reconoce
de aplicación de los usos convenidos por las partes; y el objetivo, que admite los
enumerados por la ley, la Convención se inclina por una posición ambivalente, ya que en el
primer párrafo del articulo 9 reconoce la potestad de las partes de observar los usos que
convinieran; pero luego, en el párrafo siguiente, sigue un criterio positivista al indicar que
son aplicables los usos que las partes conocieron o que debieron conocer, entendiéndose
que es la ley la que indica aquello que se debe conocer.

Uno de los problemas que presenta este artículo es que no logra definir los términos usos ni
prácticas comerciales, ni menos indica cómo se prueba que un uso es admitido por el
comercio internacional. Tampoco se señala, ni en ese artículo ni en el resto del texto de la
Convención, la validez de dichos usos y prácticas.

A pesar de que el articulo 9 no defina los usos y costumbres en base a las características se
puede establecer una definición, asi diremos que la expresión “usos y costumbres
mercantiles” hace referencia a una serie de prácticas comerciales recurrentes que rigen la
celebración, validez, interpretación o ejecución de los negocios mercantiles. Consisten
básicamente en la repetición de determinados actos por parte de los comerciantes, los
cuales admiten tácitamente su carácter vinculante, como si de leyes se tratara. Así, los
agentes económicos imponen sus propios usos y costumbres, convertidos en normas
consuetudinarias, autónomas y de aceptación general, buscando con ello fórmulas más
adecuadas a la realidad del tráfico mercantil actual, que genera problemas que las leyes
nacionales no siempre alcanzan a resolver.

Los usos mercantiles pueden clasificarse en diferentes tipos. Así, algunos hablan de usos de
carácter imperativo, usos contractuales y usos interpretativos. Los primeros cuentan con un
valor vinculante, ya que han sido plasmados en normas nacionales, por lo que su carácter
obligatorio resulta obvio. Se trata, por ejemplo, de convenios internacionales cuyas
soluciones han sido integradas en la legislación estatal de algún país.

En segundo lugar, los usos contractuales proporcionan herramientas a los operadores del
comercio para, si así lo deciden, hagan uso de las mismas a la hora de elaborar sus
contratos. Por ejemplo, los conocidos INCOTERMS de la Cámara de Comercio
Internacional de París o los contratos tipo elaborados por numerosas entidades
empresariales, nacionales e internacionales. En tercer lugar, los usos interpretativos sirven
esencialmente para clarificar términos comerciales ambiguos o colmar posibles lagunas del
Derecho positivo.

Finalmente, el articulo 9 establece como regla que en la posibilidad de que surja


incompatibilidad entre un uso y una práctica, se debe convenir que deberá prevalecer el
primero, ya que refleja la voluntad de las partes y el reconocimiento a su libertad de
escoger los usos determinados para un contrato específico; en tanto que las prácticas se
equiparan a la voluntad tácita y, con frecuencia, ni siquiera fueron ordenadas a través de
folletos para ser de conocimiento previo.

También podría gustarte