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COMERCIO INTERNACIONAL
Su objetivo es establecer una reglamentación general y simple, a fin de que pueda ser
interpretada y aplicada sin referencia a una legislación nacional. Intenta, de este modo,
crear un Derecho Internacional uniforme en materia de contratos internacionales, sin
pretender inmiscuirse en el régimen nacional del contrato de compraventa celebrado entre
nacionales del mismo Estado ni en los tratados comerciales que los países hubieran
celebrado estableciendo reglas específicas para casos concretos.
El factor más importante es que la reglamentación que instituye se presenta compatible con
los más diversos sistemas jurídicos, sean éstos de tradición romano-germánica,
anglosajona, islámica o socialista.
Esta situación se debe al deseo de facilitar que la Convención sea adoptada por un mayor
número de países. En efecto, cada vez es más creciente la cantidad de Estados que la han
ratificado. En América Latina, la han suscrito y ratificado Argentina, Brasil, Cuba, Chile,
Colombia, Ecuador, El Salvador, Honduras, México, Perú, Paraguay, República
Dominicana, Uruguay y Venezuela. Finalmente, la Convención contiene un Protocolo
adicional que modifica la Convención de Nueva York del 14 de junio de 1974 sobre la
prescripción en materia de venta internacional de mercaderías. Así, el tema de la
prescripción queda contenido únicamente en este texto uniforme.
La Convención considera que es internacional el contrato y las formas que ella define como
tal, o sea, aquel en que haya sido manifiesta la localización de los establecimientos en
Estados diferentes. Luego, es un contrato comercial nominado que, deliberadamente, elude
la palabra domicilio, que suscitó siempre largas discusiones en el Derecho latinoamericano.
Durante la Edad Media, el comercio en Europa continuó en su fase expansiva; sin embargo,
los diversos estatutos y privilegios feudales entramaban las relaciones comerciales de esa
época, por lo que los comerciantes se veían en la necesidad de utilizar reglas generales que
faciliten el intercambio de mercaderías. En ese contexto aparece la societas mercatorum,
una clase social formada por artesanos y comerciantes de diversas localidades, que, frente a
los obstáculos impuestos por legislaciones nacionales, decidieron adoptar sus usos y
costumbres como reglas para que guíen sus actividades, lo que originó la Lex Mercatoria.
Este conjunto de reglas pasó por un desarrollo significativo durante los siglos XII y XVI,
cuando los comerciantes organizados en gremios y corporaciones, con la finalidad de
realizar actividades comerciales, se reunían en las famosas ferias medievales, lo que
permitió el surgimiento y crecimiento de un derecho mercantil basado en usos y costumbres
de una clase social, es decir, de comerciantes para comerciantes.
Posteriormente a este periodo de desarrollo, a fines del siglo XVI, la importancia de este
conjunto de usos y reglas fue desapareciendo, principalmente debido al surgimiento del
derecho moderno. Frente a la aparición de legislaciones nacionales y continentales
mercantilistas a fines de la Edad Media, la Lex Mercatoria fue cayendo en desuso. En los
siglos XVIII y XIX, la mayoría de preceptos de los usos y las prácticas comerciales fueron
incorporados a códigos y leyes domésticas, con la idea de que las normas nacionales
gobernarían las relaciones internacionales.
Con todo lo expresado podemos decir que la lex mercatoria se basaba en usos y costumbres
que los comerciantes realizaban de manera constante y a que además eran de conocimiento
general, es así que podemos mencionar que en base a esos usos y costumbres se reguló los
primeros documentos y medios de pago en el comercio mundial, como fue el uso de la letra
de cambio, el cheque y los créditos documentarios, todos los cuales fueron creados por
quienes tenían el comercio en sus manos, los fenicios, con el fin de agilizar las relaciones
de intercambio con Oriente.
Posteriormente, cuando los ingleses dominaron los mares y, en consecuencia, las diferentes
rutas comerciales con el mundo, diseñaron nuevos modelos contractuales como el charter
party para los contratos de fletamento y los seguros. Inclusive perfeccionaron el joint
adventure para hacer fluido el intercambio sin barreras. Este último propósito, la rapidez
comercial, sigue siendo la base del comercio.
Los propios códigos de comercio de América Latina no solo norman los actos o
documentos de comercio nominados sino, también, todos aquellos que propicien un más
rápido crecimiento de la intermediación, sancionando todo lo que lo entorpezca, aun con
penas privativas de la libertad, como la estafa o el fraude para el caso de los cheques o para
las quiebras dolosas.
Uno de los problemas que presenta este artículo es que no logra definir los términos usos ni
prácticas comerciales, ni menos indica cómo se prueba que un uso es admitido por el
comercio internacional. Tampoco se señala, ni en ese artículo ni en el resto del texto de la
Convención, la validez de dichos usos y prácticas.
A pesar de que el articulo 9 no defina los usos y costumbres en base a las características se
puede establecer una definición, asi diremos que la expresión “usos y costumbres
mercantiles” hace referencia a una serie de prácticas comerciales recurrentes que rigen la
celebración, validez, interpretación o ejecución de los negocios mercantiles. Consisten
básicamente en la repetición de determinados actos por parte de los comerciantes, los
cuales admiten tácitamente su carácter vinculante, como si de leyes se tratara. Así, los
agentes económicos imponen sus propios usos y costumbres, convertidos en normas
consuetudinarias, autónomas y de aceptación general, buscando con ello fórmulas más
adecuadas a la realidad del tráfico mercantil actual, que genera problemas que las leyes
nacionales no siempre alcanzan a resolver.
Los usos mercantiles pueden clasificarse en diferentes tipos. Así, algunos hablan de usos de
carácter imperativo, usos contractuales y usos interpretativos. Los primeros cuentan con un
valor vinculante, ya que han sido plasmados en normas nacionales, por lo que su carácter
obligatorio resulta obvio. Se trata, por ejemplo, de convenios internacionales cuyas
soluciones han sido integradas en la legislación estatal de algún país.
En segundo lugar, los usos contractuales proporcionan herramientas a los operadores del
comercio para, si así lo deciden, hagan uso de las mismas a la hora de elaborar sus
contratos. Por ejemplo, los conocidos INCOTERMS de la Cámara de Comercio
Internacional de París o los contratos tipo elaborados por numerosas entidades
empresariales, nacionales e internacionales. En tercer lugar, los usos interpretativos sirven
esencialmente para clarificar términos comerciales ambiguos o colmar posibles lagunas del
Derecho positivo.