Está en la página 1de 2

Luis es un chico de trece años a quien le gusta dibujar.

Cuando lo hace, suele

pensar en el contacto del lápiz con los huesos de su mano. Él sabe que es poco

probable que el lápiz pudiera atravesar o romper alguno de sus dedos, pero solo

por si acaso deja de apretar y suelta el lápiz. Cuando camina, sucede algo muy

similar, va pensando en el contacto que tienen los huesos de sus pies con la

superficie, imagina como un tubo de cristal choca contra algo rígido una y otra vez

mientras se va desgastando poco a poco. Luis sabe que eso no es exactamente lo

que pasa con sus pies, sabe que sus pies son para caminar, pero solo por si

acaso, se sienta. A veces sentarse no lo hace sentir mejor porque los huesos de

las nalgas tocan el asiento y bueno… mejor corre y mientras corre va pensando

“ojalá fuera un gusano, los gusanos no tienen huesos”. Es un pensamiento

agradable para Luis, ser un gusano, tener una esposa, dos hijos, un trabajo

decente y poder visitar a sus padres en el jardín de enfrente.

En algún momento, Luis se enamoró. Se encontraba tan confundido que se

preguntó “¿Por qué?” Para responderse, observó, observó de cerca, los detalles

del rostro de aquella chica, su nariz, sus labios, sus ojos, observó de lejos su

expresión corporal e intentó oler discretamente, la abrazó para oler detrás de las

orejas, se sentaba cerca para olerle el cabello, le dio un beso para oler su mejilla y

le dio la mano para sentir la forma de su piel. Finalmente concluyó que no estaba

enamorado por ninguna de estas características. Concluyó que de hecho ya no

estaba enamorado. Al observar tanto, le dio asco, le dio asco estar con una

persona que secreta saliva, que tenga las más diminutas vellosidades en su

rostro, que tenga una nariz que inhala y exhala aire para sobrevivir, le dio asco
hasta la forma de su piel. Eran características tremendamente naturales que Luis

no soportaba, de modo que ya no quería ser más un gusano, porque sin duda

alguna, un gusano solitario ha de ser muy triste. Luis había cambiado de opinión y

ahora prefiere ser un árbol, un árbol invertebrado que en su soledad es muy feliz.

Una noche cualquiera, Luis miraba el techo. Observaba como algunos puntos del

relieve formaban caras. Una de estas caras tenía forma de la muerte. Luis, de

repente ya no podía dormir y estaba más ansioso por ser árbol. Se levantó de su

cama y empezó a recorrer su cuarto de esquina a esquina y justo cuando el sueño

volvió a sus parpados noto en su ventana la planta seca que había olvidado regar.

Entonces Luis cayó de nalgas al suelo, su boca se llenó de amargura como si se

tragara las hojas muertas de su planta y sus ojos quedaron rojos por el sueño.

Luis perdió toda esperanza en seguir con vida. Luis dejó aquello de ser un árbol

para ser más bien como una roca. Le urgía mucho ser una porque sabía bien que

cada segundo que pasara, significaba un segundo menos de vida. Luis salió al

jardín, tomo una piedra, la asimiló y probó su resistencia. Luis subió a la azotea

del edificio donde vivía y dejo caer la piedra, al ver que resistía, pensó que era el

primer paso, y en un intento de convertirse en piedra, se lanzó a la misma altura y

lo consiguió. Luis unca se volvió a preocupar por nada, justo como una piedra.

También podría gustarte