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El Hombre Que Quería Dejar Ser Hombre

Hacía ya mucho tiempo atrás, en un pueblo cerca del bosque de “nosédonde” vivió un hombre.

Este hombre no era muy distinto a lo demás, con problemas de hombre, sueños de hombre y

amores de hombre; alguien de apariencia común y de voz normal, sin ningún talento excepcional;

su presencia no era esencial, mucho menos extraordinaria y su ausencia para los demás no era

notable, si acaso había una o dos personas que le tenían aprecio, aunque no pareciera. Este

hombre ordinario que pasaba la mayoría de sus días sumergido en su rutina de hombre, en sus

frustraciones de hombre y tristezas de hombre.

Agotado de los días sin sentido y sin saber exactamente la razón de su desdicha, caminó casi con

prisa, adentrándose al bosque. Deambuló durante unas horas sin destino aparente y sin miedo a

las bestias que se encontraban el lugar, no porque fuese un hombre valiente, sino que ese día le

daba igual si moría o no.

La brisa fresca del ocaso comenzó a soplar en su rostro como una caricia de consuelo en la

mejilla y las hojas de los árboles se movían en ritmo a las aves, pareciera que la naturaleza

intentaba darles alivio a sus pesares. Cuando sus piernas comenzaron a cansarse, decidió sentarse

apoyando su espalda en un árbol; miró a su alrededor, contemplando cada detalle, intentado

encontrar sentido, quizá un milagro en alguna cosa de ahí hasta que cayó profundamente

dormido.

Entonces, empezó a soñar que se veía su cuerpo dormitando en aquel árbol

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