Está en la página 1de 2

EL LÁPIZ DE MINA INFINITA

Érase una vez, en un mundo muy cercano llamado Escritolandia, donde un pequeño lápiz de mina
infinita, rodaba todos los días por las hojas en blanco de la vida. Él se sentía fuerte, poderoso e
independiente, no creía necesitar de nada ni de nadie, pues su mina jamás se agotaba, mientras
que por el contrario siempre veía a sus compañeros de papel cansarse más rápido que él.

Cada mañana, iniciaba su trazada vida rayando de arriba hasta abajo, en ocasiones dejaba las
hojas todas marcadas, y en otras sólo con algunos trazos en una de ellas, la desechaba.

El lápiz de mina infinita, jamás sentía preocupaciones, o pensaba en algo de su entorno, pues
simplemente si algo no salía bien desde el primer trazo, desechaba la hoja, pues para él, el error
no estaba en el trazo, sino en la hoja que ahora se encontraba sucia.

Pasaban los años, los días y los meses, y el lápiz de mina infinita sólo pasaba por su vida dejando
trazos y trazos por donde pasara, no le importaba si el trazo era grueso o delgado, si era oscuro o
era claro, si era continuo o intermitente, él sólo sentía que su misión era rayar sobre hojas en
blanco de la vida sin importar la marca que dejara en ellas, pues para él todas las hojas de la vida
eran igual, y sólo simples hojas en blanco que podían ser desechadas sin importar, pues él creía
que lo que daba valor a las hojas en blanco eran las marcas que dejaba sobre ellas, incluso llegó a
pensar que las hojas que jamás había tocado sentían envidia de las hojas por las que él prefería
pasar.

Había hojas por las que el lápiz de mina infinita a veces volvía a hacer trazos, o incluso algunas de
las hojas sólo las utilizaba para afinar su punta. Para él todo era un simple juego de la vida, incluso
creía que las hojas en blanco de la vida disfrutaban de compartir con él sin importar la manera en
la que terminaran rayadas. Creía fielmente que el mundo de papel en blanco estaba a sus pies.

Una vez al año el lápiz de mina infinita solía salir de viaje a escalar las inmensas montañas de
papel, algunas ya las conocía, otras eran nuevas para él, sin embargo, él no se percataba que cada
año el paisaje cambiaba un poco, en realidad él no se preocupaba por nada, el lápiz de mina
infinita sólo intentaba fluir por la vida en blanco y disfrutar su momento. Pasaba largas horas sin
parar, dejando trazos de diferentes formas, tamaños y tonos, definitivamente sentía que era feliz.

Con el pasar de los años, se sentía más seguro de sí mismo, pues creía que su fortaleza yacía sobre
su ilimitada forma de ser, al ver que las hojas en blanco se agotaban, él se sentía más fuerte y
exclusivo, pues en ocasiones algunas hojas en blanco eran desechadas sin haber dejado un solo
trazo en ellas, muchas querían ser rayadas por él sin importar que les pasara por encima, las hojas
sentían que lo mejor que podría pasarles en su corta existencia era ser trazadas.

Un día de tantos y de todos, salió de viaje por Escritolandia, rayando todo a su paso y como de
costumbre sin importarle nada, sólo avanzar y marcar. A medida que avanzaba empezó a
experimentar sensaciones que jamás en su larga vida había sentido, empezó a dejar trazos en
forma de caracol, daba vueltas y vueltas sobre una misma situación, él seguía avanzando sobre la
vida en blanco sin entender que estaba sucediendo.

Al llegar a una de las cimas que acostumbraba visitar, empezó a notar cosas extrañas a su
alrededor, a pesar de que jamás se cansaba y de que siempre cada año el paisaje era diferente,
empezó a notar algunos cambios, pues tanto las montañas de papel tanto las que eran blancas
como las que ya había rayado, habían cambiado de tamaño y se habían hecho más pequeñas.

Para él era normal ver que las hojas blancas de papel de la vida se agotaran mientras él seguía
intacto, de hecho, esa era una de las cualidades que lo hacían sentir más fuerte y único.

En una tarde del año sin fin, sentado en el borde de Escritolandia, mirando como las últimas hojas
en blanco de la vida se desvanecían frente a sus ojos llegó a pensar que débiles eran ellas al no
poder aguantar un poco más y simplemente desaparecer, cada momento que pasaba traía consigo
un poco de oscuridad sobre Escritolandia.

Fueron muchos los días que pasaron y el lápiz de mina infinita seguía con su punta intacta, ya
había pasado tiempo desde su último trazo, e incluso en esos momentos seguía sin preocuparle
nada, él pensaba que todo a su alrededor a pesar de que se agotaba, en algún momento volvía a
reponerse, así había sido todo a lo largo de su infinita raya, pues siempre aparecían y desaparecían
montañas y montañas de hojas en blanco, pero esta vez todo parecía diferente.

Pasaron muchas noches y mañanas sentado esperando una nueva hoja de papel, aunque no fuera
en blanco, aunque ya tuviera trazos, incluso pensaba que no importaba que fuera de esas
arrugadas que tanto le molestaban, sólo quería volver a trazar. Por un instante llegó a su cuerpo
de lápiz fuerte un estado de soledad y de tristeza, estaba sintiendo que su vida había perdido el
sentido, allí en su soledad quiso mirar hacia atrás para ver sus trazos y sólo pudo recordar algunas
de sus líneas más felices, cuando había papel para rayar de manera ancha y oscura, pensaba en
todas las hojas en blanco sobre las que pasó dejando un simple punto y otras que simplemente no
quiso trazar y las dejó a un lado.

El lápiz de mina infinita terminó sus días, esperando que llegara una hoja con quien pudiera
compartir, allí recostado sobre un tarro viejo y descolorido, , vio su mina infinita, no entendía
porqué las cualidades que antes lo hacían sentir tan fuerte, poderoso e ilimitado, ahora le hacían
sentir sólo y vacío.

Por vivir un mundo en el que sólo importaba él, jamás conoció la existencia de otros colores, no
pudo sentir que era pasar por hojas de diferentes texturas que había desechado, y ahora, estando
sólo se preguntaba si en Esritolandia u en otra parte diferente a donde estaba, existía alguien
parecido a él. La vida del lápiz de mina infinita por mucho tiempo ha sido sola, sigue siendo sola y
seguirá siendo sola para siempre, pues a Escritolandia jamás volverá una hoja en blanco.

Moraleja: valorar todos lo que están a nuestro alrededor y no es suficiente con creer que somos
autosuficientes, siempre en cualquier aspecto de la vida necesitaremos apoyo de alguien. Si bien
hay que disfrutar el aquí y el ahora, es importante reconocer que otros seres al igual que nosotros
están viviendo y luchando su propia carrera. La vida y nuestro trazo no puede dejarnos ciegos y sin
conciencia.

También podría gustarte