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La Enmienda 13, sancionada y ratificada en 1865 luego de la Guerra de Secesión

estadounidense, es aquella reforma constitucional que dictó que “ningún tipo de esclavitud
ni servidumbre involuntaria, excepto como castigo de un crimen por el que el individuo
haya sido debidamente condenado, debe existir dentro de los Estados Unidos, o cualquier
otro lugar sujeto a su jurisdicción”. Las palabras claves son “excepto como castigo de un
crimen”. En ello se basa el documental que lleva el nombre de la Enmienda para
argumentar que, en pleno siglo XXI, el sistema penal constituye una nueva forma de
esclavitud.

La voz del presidente estadounidense Barack Obama da comienzo al film. En sus palabras
se escuchan datos claves: Estados Unidos tiene el 5% de la población mundial, pero el 25%
de todos los prisioneros del mundo. Más adelante otras estadísticas refuerzan la premisa
de Enmienda 13 en 1972 había poco más de 300 mil presos en ese país y en 2014,
2.306.000. Los afroamericanos, el 6,5% de la población del país, son el 40% de las
personas encarceladas.

Ava DuVernay, la directora de Selma -película que retrata un importante capítulo en la


lucha por los derechos civiles en la década del ’60- es también la creadora de este
documental que, si bien por momentos abusa de las entrevistas en cámara, concreta un
importante aporte a la comprensión de una de las principales desigualdades en el país del
norte.

El film ordena pedagógicamente la historia en etapas. La primera transcurre en los primeros


años posteriores a la abolición de la esclavitud, cuando los afroamericanos fueron usados
como mano de obra obligatoria tras ser encarcelados de forma compulsiva, con el fin de
reconstruir la economía del sur. También muestra las operaciones culturales, como a través
del cine con el clásico The Birth of a Nation (1915), de D.W. Griffith, que sirvieron para
reforzar el estereotipo violento y criminal de la población negra.

De los linchamientos y matanzas masivas al surgimiento del Ku Klux Klan, Enmienda


13 cuenta los primeros pasos de la vida “en libertad” de la previamente población esclava.

Luego de tocar brevemente la época de lucha y conquista de derechos civiles, pasa a la


presidencia de Richard Nixon, conocida como la etapa de “La Ley y el Orden”, en la que,
amparado en una supuesta política contra el crimen y el narcotráfico, dedicó a las fuerzas
policiales a perseguir a activistas de izquierda, anti-guerra de Vietnam y, por supuesto, a los
afroamericanos. “Sabíamos que no podíamos hacerlos ilegales por eso, pero haciendo que
el público asocie a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína podíamos
afectar a esos grupos”, confesó uno de los asesores de Nixon, John Ehrlichman, años más
tarde a la revista Harper’s Magazine. “¿Sabíamos que mentíamos sobre las drogas? Por
supuesto que sabíamos”, remataba.

A continuación viene “La guerra contra las drogas”, durante la presidencia de Ronald
Reagan, que profundiza lo comenzado por Nixon. El documental expone, de la mano de
testimonios y cifras, fragmentos de discursos presidenciales argumentando las políticas
criminales.

Un aspecto interesante de Enmienda 13 es que también devela la influencia de Bill Clinton
en la coyuntura actual y cómo el tema de la criminalidad y la “lucha contra las drogas”
quedó tan incorporado en la agenda que la mayoría de los políticos sin importar su partido
de origen comenzó a tener propuestas tan similares en su contenido racista más o menos
encubierto como en su repercusión social. En la década del ’90 y bajo el gobierno del casi
seguro futuro “Primer Caballero”, el Congreso sancionó una reforma del sistema penal
(“sentencias más largas y tres strikes y estás out”, decía Clinton) que hizo que 60 nuevos
tipos de delito puedan ser sancionados con la pena de muerte y endureció las condenas. La
encarcelación masiva como política de Estado.

Con incentivos económicos a la policía para detener “criminales”, aumento del


financiamiento a los Estados para construir prisiones y 100 mil nuevos oficiales de las
fuerzas de seguridad en la calle, la política de Clinton es resaltada en el documental
(aunque también hace bastante hincapié en su pedido de disculpas público décadas
después).

Por otro lado, Enmienda 13 analiza y desmenuza dos temas de total actualidad: por un lado,
el multimillonario negocio que implica el sistema penal y carcelario vigente -con empresas
privadas metidas hasta la médula-. “Una bestia que se devora a afroamericanos y latinos”,
dice una de las entrevistadas. Y por otro, las políticas antimigratorias, una nueva vuelta de
tuerca al negocio, donde los “centros de detención” se vuelven prisiones bajo la misma
lógica de la maximización de las ganancias económicas.

Para finalizar, el film analiza otro aspecto interesante y de poco conocimiento por fuera de
Estados Unidos: quienes estuvieron en prisión, dejan de ser ciudadanos. Pierden el derecho
al voto, quedan marcados de por vida como “ex convictos” y se les hace muy difícil
conseguir trabajo, reatroalimentando la exclusión del sistema social.

Las animaciones, música y estadísticas que unen un bloque con otro del documental, son
impactantes y logran construir el clima de una obra importantísima para los tiempos que
corren. Para los varones caucásicos, las posibilidades de ir a prisión son una en 17. Para los
afroamericanos, una en tres. “No se trata solo de las vidas de las personas negras, se trata de
cambiar la forma en la que el país entiende a la dignidad humana”, concluye una de las
entrevistadas.

La historia de la esclavitud la hemos visto muchas veces en el cine. Y daba igual que la
contara Steven Spielberg o Steve McQueen. Al final siempre ganaba Abraham Lincoln.
Estaba claro quiénes eran los héroes y quiénes los villanos. Hasta que uno ve Enmienda 13,
la historia de Netflix con la que Ava DuVernay opta al Oscar al Mejor Documental.

Habíamos aprendido que el fin de la servidumbre forzosa llegaba cuando se incluye en la
Constitución de EEUU la decimotercera enmienda, la que abolió la servidumbre forzosa en
1865. Pero no nos habían contado qué pasó el día después de la abolición de la
esclavitud. ¿Qué hicieron los millones de negros que dejaron en libertad?

El sistema no estaba capacitado para absorber millones de ex esclavos convertidos en


familias desempleadas en un territorio hostil a su raza. DuVernay cuenta cómo va
fraguándose así el gran negocio de las cárceles.

La Enmienda 13 prohibía la esclavitud, pero dejaba una puerta abierta a los trabajos
forzados en el caso de los prisioneros. Y como los negros empezaron a ser detenidos por
vagos y maleantes, una vez encarcelados, ya se les podía volver a poner a trabajar.

Puede parecer maniquea la interpretación que hace DuVernay, pero los datos que muestra
son bastante contundentes. Tras visualizar más de mil horas de imágenes de archivo y
entrevistar a decenas de historiadores, su discurso es convincente. Sobre todo cuando
desgrana cómo el discurso político, a medida que avanza el siglo XX, de Richard Nixon a
Bill Clinton, la promesa de la seguridad va convirtiéndose en el eufemismo del discurso
racista que antaño se vivía con naturalidad.

La idea de que los negros son peligrosos impregna la cultura estadounidense. Y no hace
remontarse a El nacimiento de una nación, la obra de arte del cine mudo en la que el Ku
Klux Klan aparece ensalzado como una milicia garante de la seguridad. Llega a las
manifestaciones del último año de BlackLivesMatter en protesta por la desproporcionada
violencia policial contra personas de color, desarmadas y sin antecedentes, asesinadas en el
último año.

En la guerra contra las drogas de los años 80, cuando Ronald Reagan promete limpiar las
calles, se sobreentiende que no va a ir a por los yuppies de Wall Street que consumen
cocaína, sino a por los negros del Bronx que pasan crack. Las penas por posesión de una y
otra droga son también muy desiguales. Era, según los expertos a los que da voz DuVernay,
una guerra contra la pobreza.

El crecimiento explosivo en la población carcelaria de Estados Unidos muestra el lado más


lucrativo de la industria del racismo convertido en negocio. Estados Unidos es líder
mundial en número de reclusos. Y el combustible que alimenta las estadísticas es el mito
del alto índice de delincuencia en la comunidad negra, mucho más propensa a ser hallada
culpable en los juicios.

En 1970, había unos 200.000 prisioneros. Hoy la población carcelaria es de más de dos
millones. Aunque Estados Unidos tiene sólo el 5% de la población mundial, cuentan con
más del 25% de los prisioneros del mundo (y más del 60% de las personas en las prisiones
estadounidenses son negros).

Las empresas que han privatizado las prisiones son otro de los protagonistas de la película.
Los prisioneros reciben 12 céntimos a la hora por el trabajo que realizan. Son productos que
luego lucen orgullosos la etiqueta Made in America en firmas como Victoria’s Secret y
Walmart.

No es fácil encontrar los buenos de esta película. Tanto los políticos republicanos como los
demócratas (el filme está rodado antes de la victoria de Donald Trump) han contribuido al
negocio del sistema carcelario. Y aunque cada vez son más los congresistas que presionan
por una reforma de la justicia penal y la reducción de la población carcelaria, también
hay un motivo de lucro detrás

Si hubiera una excarcelación masiva de delincuentes no violentos, aumentará la


comercialización de los brazaletes con GPS y otros dispositivos de rastreo electrónico. Este
nuevo tipo de libertad condicional versión digital, según Enmienda 13, acabarían por
convertir a las comunidades negras más pobres en «prisioneros al aire libre» con grilletes
3.0.

El nuevo tratado antiinmigración de Donald Trump y las órdenes de deportación masivas


con las que amenaza el presidente de Estados Unidos ya están engordando las cuentas de
resultados de las grandes compañías carcelarias que gestionan las prisiones del país.

CoreCivic, el mayor operador de prisiones privadas de Estados Unidos, ya ha admitido que


la nueva política de inmigración será una nueva fuente de ingresos, ya que hará falta
incrementar la capacidad de las cárceles. Y GEO Group, que gestiona varios centros de
detención de la frontera de Texas, se ha disparado en bolsa los últimos meses.

Enmienda XIII nos muestra sin pelos en la lengua cómo la raza está en el centro de la
cultura política estadounidense, y cómo las guerras de Reagan y Nixon contra el crimen y
las drogas, sentenciaron la perpetuación del racismo diferenciando entre el color y la
pobreza a la hora de dictar sentencia. En resumen, cómo la justicia es diferente según el
color y los medios que se tengan. Como fue el caso de Kalif Browder, un joven de 16 años
que pasó tres años en una las cárceles más duras de EEUU -Rikers Island en Nueva York-
por un robo que no había cometido, esperando su juicio porque su familia no podía pagar
los 3.000 dólares de fianza que lo habrían dejado libre. Kalif recibió palizas y
confinamiento constante. Al salir contó su historia llamando la atención de los medios, pero
su salud mental ya no era la misma. Se suicidó a los 22 años. Su caso también está
disponible en Netflix en forma de serie documental bajo la producción de Jay-Z, titulada
Time: the Kalif Browder story, estrenada en 2017. Una serie que recomiendo como aporte
de información a Enmienda XIII, junto a Así nos ven. Las tres conforman una trilogía
arrolladora.
A diferencia de otros documentales más sensacionalistas, como son los de Michael Moore,
que pretenden convencernos de su retórica o idea a través del impacto, Ava DuVernay nos
llena de información para que saquemos nuestras propias conclusiones. La información es
incendiaria pero las observaciones controladas y medidas hacen que los datos lleguen al
espectador con sofisticada inteligencia. Al final, la realidad y la historia es una, y cómo la
interpretemos depende de cada uno. Pero, en este caso, los hechos terminan hablando por sí
solos.

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