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Chile y la Guerra Fría interamericana,

1970-1973

Tanya Harmer*

…el mundo contemporáneo hace que las re-


laciones entre dos países se juegan no solo en
forma directa e inmediata, sino también en
foros multilaterales y en regiones y cuestiones
que tienen lugar en todo el mundo.

Charles Meyer, subsecretario de Estado para


Asuntos Latinoamericanos de Estados Unidos,
al Presidente Salvador Allende, La Moneda, 4
de noviembre de 19701.

El Presidente Richard Nixon y su consejero de Seguridad Nacional, Henry


Kissinger, quedaron sumamente alterados al enterarse de que Salvador
Allende había ganado las elecciones presidenciales de Chile en septiembre
de 1970. Lo que principalmente les preocupaba, más que la suerte que
pudieran correr las inversiones estadounidenses en Chile o el giro que
pudiera experimentar la política interna de este país, era el efecto que
esa victoria tendría sobre el equilibrio de poder en la Guerra Fría global
y, más específicamente, sobre el equilibrio de fuerzas dentro del sistema
interamericano. Como tan bien lo recuerda Nixon en sus memorias, su
temor era que con Allende en el Cono Sur y Castro en Cuba, el continente
pasaría a estar dominado por un «sándwich rojo»2.
*
Department of International History, London School of Economics and Political Science.
1
Charles Meyer según es citado en Memorándum, Armando Uribe Arce, «Estada
en Chile del Jefe de la Delegación Especial de EEUU a la Transmisión de Mando,
Secretario Charles Meyer», 6 de noviembre de 1970, MINREL 1961-1979, Mem-
orandos Políticos, Archivo General Histórico, Ministerio de Relaciones Exteriores,
Santiago, Chile [en lo sucesivo: AMRE].
2
Richard M. Nixon, The Memoirs of Richard Nixon, London: Arrow, 1979, p. 490.

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Por tentador que resulte descartar la imagen del «sándwich rojo»


como pura palabrería, no debe hacerse lo propio con los temores de Nixon.
Ciertamente, la perspectiva de que toda América del Sur se pudiera volver
«roja», ya fuera como consecuencia automática de la elección de Allende
o por efecto de los esfuerzos conscientes de Chile de exportar la vía chi-
lena como camino hacia el socialismo, era simplista y poco probable. Sin
embargo, a la Casa Blanca sí le preocupaba la «pérdida» de Chile y la
perspectiva de perder aun más influencia en América Latina. Apenas un año
antes, el enviado personal de Nixon a América Latina, Nelson Rockefeller,
había formulado la advertencia de que «la fuerza moral y espiritual de
los Estados Unidos en el escenario internacional, la credibilidad política
de nuestro liderazgo, la seguridad de nuestra nación, el futuro social y
económico de nuestras vidas» se encontraban «en peligro» en América
Latina. Rockefeller insistía en que la región tenía un fundamental «valor
político y psicológico» por encima de los intereses estratégicos tradi-
cionales, y que «el fracaso en mantener [una] relación especial [con la
región] implicaría fracasar en nuestra capacidad y responsabilidad como
gran potencia»3. Y, sin embargo, a lo largo de todo un año, las afirma-
ciones de Rockefeller fueron esencialmente ignoradas por un gobierno
que consideraba a América Latina como una prioridad menor en su lista
de intereses internacionales. Fue recién después de la elección de Allende
que Kissinger modificó radicalmente su opinión acerca de la importancia
de los acontecimientos de la región. Habiéndole manifestado en 1969 al
anterior ministro de Relaciones Exteriores chileno que lo que ocurriera
en el «Sur» «carecía de importancia», ahora en cambio llegó incluso a
advertirle a Nixon que la vía chilena —«uno de los más serios desafíos
que el hemisferio haya debido enfrentar hasta ahora»— influiría no solo
en las relaciones de Estados Unidos con América Latina, sino también
en el mundo en desarrollo, en Europa Occidental, en la «concepción del
propio Estados Unidos» acerca de su rol internacional, y en las relaciones
de Washington con la Unión Soviética4. El Sur, y más precisamente el Cono
Sur de América Latina, súbitamente se había vuelto muy importante.

3
Nelson A. Rockefeller, «The Official Report of a United States Presidential Mis-
sion For the Western Hemisphere», 30 de agosto de 1969, en Latin America and
the United States: A Documentary History, editada por Robert H. Hoden y Eric
Zolov, New York: Oxford University Press, 2000, p. 265
4
Memorandum, Kissinger to Nixon, 18 de octubre de 1970 y Memorandum,
Kissinger to Nixon, 5 de noviembre de 1970, Caja H029, National Security Council
Institutional Files, Nixon Presidential Materials Project, College Park, Maryland,
USA [en adelante NSCIF/NPMP]. Sobre el comentario de Kissinger a Gabriel

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Chile y la Guerra Fría interamericana

Hasta el presente, sin embargo, la cabal significación del «desafío


hemisférico» chileno, las consecuencias que la elección de Allende tuvo
sobre las relaciones de Washington con sus vecinos del «Sur» y el concepto
que los latinoamericanos tenían acerca del papel de Estados Unidos en los
asuntos regionales, han sido todos temas relativamente ignorados por los
historiadores. No hay por cierto escasez de literatura acerca de la inter-
vención de Estados Unidos en Chile durante el gobierno de Allende, pero
muy pocos académicos han procurado ubicar esta historia dentro de un
contexto interamericano, y así han dejado pasar la oportunidad de com-
prender la relación de Chile con la enconada Guerra Fría que se desarrolló
en las Américas durante esos años. Se ha escrito por lejos mucho más sobre
la historia multilateral de la Guerra Fría interamericana de mediados a
fines de la década de 1970, y hay algunos estudios interesantes acerca de
las dimensiones transnacionales de las guerras en América Central durante
los años 80, pero comparativamente, se ha prestado muy poca atención
a la historia internacional del período anterior5. En definitiva, resulta
evidente que ya es hora de ubicar la historia de la relación de Chile con
la Guerra Fría en su contexto interamericano, y de entender cómo los
sucesos internos de Chile afectaron, y fueron a su vez afectados, por otros
acontecimientos y actores dentro del ámbito americano.
En consecuencia, en este capítulo vamos a tratar estos temas, recu-
rriendo a fuentes y entrevistas en Chile, Estados Unidos, Brasil y Cuba,
así como a nuevas investigaciones que se han publicado sobre la Guerra
Fría en América Latina6. Al reposicionar la historia internacional de Chile

Valdés acerca de la «carencia de importancia» del Sur, véase Armando Uribe, The
Black Book of Intervention in Chile, edición en inglés, Boston: Beacon Press, 1975,
pp. 32-3 y la entrevista del autor con Ramón Huidobro, 28 de octubre de 2004,
Santiago [en adelante: Entrevista Huidobro].
5
Véase por ejemplo, John Dinges, The Condor Years: How Pinochet and His Allies
Brought Terrorism to Three Continents, New York: The New Press, 2004 y J. Patrice
McSherry, Predatory States: Operation Condor and Covert War in Latin Ameri-
ca, Oxford: Rowman and Littlefield, 2005. Sobre el rol de Argentina en América
Central, véase Ariel C. Armony, «Transnationalizing the Dirty War: Argentina in
Central America» en In From the Cold: Latin America’s New Encounter with the
Cold War editado por Gilbert Joseph y Daniela Spenser, Durham/London: Duke
University Press, 2008.
6
En particular, mi investigación se ha basado en archivos desclasificados de los
ministerios de Relaciones Exteriores chileno y brasileño, en los Materiales Pre-
sidenciales de Nixon, en documentos recientemente publicados por la CIA y el
Departamento de Estado en los Archivos Nacionales de College Park, Maryland,
en recopilaciones en línea de documentos estadounidenses dados a publicidad a
fines de la década de 1990, y, en grado mucho menor, en los Archivos Naciona-
les Británicos (The National Archives) de Londres. También he llevado a cabo

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de 1970 a 1973 dentro del sistema interamericano, postulamos aquí la


existencia de una relación directa entre el efímero proceso revolucionario
chileno y las políticas generales de Estados Unidos hacia América Latina de
principios de los años 70, así como también un vínculo más estrecho del
inicio y final de la presidencia de Allende con la evolución interamericana
del conflicto de la Guerra Fría.
Ciertamente, como hemos visto, en Washington súbitamente se prestó
nueva atención a América Latina. El mismo día en que Allende asumió
la presidencia de Chile el general Vernon Walters, confidente cercano y
consejero principal de Nixon, le escribió un memorando a Kissinger donde
se hacía eco de las advertencias formuladas por Rockefeller y esbozaba
lo que estaba en juego.

Nos encontramos [Estados Unidos] envueltos en una pugna mortal para


dar forma al futuro del mundo. No nos queda otra alternativa aceptable
que no sea la de retener a América Latina. Sencillamente no podemos
permitirnos perderla (...) el cortejar a los izquierdistas en Chile ha re-
sultado un fracaso. Esta situación continuará, a menos que adoptemos
medidas positivas para cambiarla7.

Tres días después de que el memorando de Walters llegó a Washington,


Nixon le explicó a su Consejo de Seguridad Nacional que aunque Chile
y Cuba se habían «perdido», no había ocurrido lo propio con América
Latina, y que ahora le urgía que Washington hiciera todo lo posible para
«conservarla». «No pensemos acerca de lo que los países realmente de-
mocráticos de América Latina dicen», aducía Nixon:

(...) la pelota está en la cancha de Brasil y Argentina (...) Jamás estaré


de acuerdo con la política de despreciar a la clase militar de América
Latina. Ellos constituyen centros de poder sujetos a nuestra influencia
(...) Tenemos que darles alguna ayuda (...) Brasil tiene más habitantes

numerosas entrevistas en Cuba, Chile y Estados Unidos, y he tenido la suerte de


poder acceder a los documentos privados de Orlando Letelier durante mi estadía
en Chile de agosto 2008. A pesar de mis mejores esfuerzos, sin embargo, no se me
ha permitido el acceso a los archivos cubanos, los documentos secretos de asuntos
exteriores brasileños están bloqueados, y los documentos presidenciales de Allende
siguen perdidos (mi impresión es que fueron quemados en la embajada cubana el
día del golpe).
7
Memorandum, General Vernon Walters to Henry Kissinger, 3 de noviembre de
1970, adjunto, Memorandum, Kissinger to Nixon, 5 de noviembre de 1970, Caja
H029/NSCIF/NPMP.

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Chile y la Guerra Fría interamericana

que Francia e Inglaterra juntas. Si permitimos que los eventuales líderes


de América del Sur piensen que se pueden mover como Chile (...) vamos
a estar en problemas8.

Aunque no sea una gran sorpresa para muchos el que Nixon apoyara
a los líderes militares de América Latina o que privilegiara las dictaduras
estables por sobre las democracias de izquierda, resulta interesante destacar
la conexión entre la reacción de Nixon ante la elección de Allende y la
ulterior estrategia de Estados Unidos en América Latina. Es así que el 9 de
noviembre de 1970, las divagadoras instrucciones de Nixon a su Consejo
de Seguridad Nacional (NSC) quedaron adecuadamente plasmadas en el
Memorando de Decisión 93 del Consejo de Seguridad Nacional. Junto
con detallar los medios —que actualmente se juzgan deplorables— por los
cuales Estados Unidos planificaba desestabilizar la presidencia de Allende,
este documento también esbozaba el marco de una nueva estrategia regio-
nal tendiente a frenar la vía chilena y acrecentar la influencia de Estados
Unidos en América Latina, después del período de relativo descuido de
fines de la década de 1960. El Memorando de Decisión del Consejo de
Seguridad Nacional (NSDM) 93 instaba a emprender «esfuerzos vigorosos
a fin de asegurar que otros gobiernos de América Latina comprendan ca-
balmente que Estados Unidos se opone a la consolidación de un gobierno
comunista en Chile, hostil a los intereses de Estados Unidos y de otras
naciones del hemisferio, y (...) de alentarlos a adoptar similar postura».
Según esta directiva, los funcionarios del gobierno debían asimismo co-
laborar y forjar relaciones más estrechas con los líderes militares en las
Américas, así como consultar con gobiernos latinoamericanos «claves»
(el NSDM 93 mencionaba a Brasil y Argentina), como modo de recuperar
el prestigio e influencia de Estados Unidos en el sistema interamericano9.
Dejando de lado por un momento la mayormente descuidada historia
de las dimensiones multilaterales y regionales de la campaña antiallendista
desarrollada por Estados Unidos, el énfasis que los gestores de la política
estadounidense asignaron al efecto regional de la elección de Allende,
plantea otras obvias e insuficientemente estudiadas interrogantes con
respecto a la relación de Chile con la Guerra Fría interamericana.


8
Memorandum of Conversation, The President et al., The Cabinet Room, 9.40 am,
6 November 1970, en Peter Kornbluh, The Pinochet File: A Declassified Dossier
on Atrocity and Accountability, New York: The New Press, 2003, pp. 116-120.
[En adelante: Minutas, Reunión NSC, 6 de noviembre de 1970].
9
National Security Decision Memorandum 93, «Policy Towards Chile», 9 de
noviembre de 1970, Caja H029/NSCIF/NPMP.

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En primer lugar, está el tema de exactamente a quién y a qué se oponía


Nixon. Con el propósito de evaluar la astucia de la política de Washing-
ton y a la vez cumplir el importante objetivo de pintar un panorama más
integral del pasado, necesitamos conocer mucho más sobre el otro lado de
la historia, el que con tanta vehemencia temía Estados Unidos, es decir, el
lado del Chile de Allende y de la Cuba de Castro. En muchos sentidos, la
estrecha victoria democrática de Allende en las elecciones presidenciales
de Chile de 1970 constituyó el más importante triunfo revolucionario en
América Latina desde la Revolución Cubana. Pero como le manifestara
Allende al día siguiente de asumir el mando a Galo Plaza, secretario ge-
neral de la Organización de Estados Americanos, la vía chilena no estaba

(...) modelada sobre Cuba, Rusia o Checoslovaquia (...) [ni] él era un


guerrillero uniformado de caqui que, fusil en mano, bajaba de las mon-
tañas. Fidel Castro era su buen amigo personal a quien admiraba en
muchos sentidos, pero él no pretendía ser un Fidel Castro, ni Chile era
Cuba (...) Señaló además que Chile tenía una sólida estructura política
de la que Cuba carecía, y que había sido democráticamente elegido como
presidente constitucional, en tanto que Castro era un dictador que había
asumido el poder por la fuerza10.

En tal caso, ¿cuál era la relación entre estos líderes revolucionarios


en apariencia tan disímiles? A diferencia de la novedosa historia de Piero
Gliejeses —Conflicting Missions— acerca de las «misiones conflictivas»
de Estados Unidos y Cuba en África, la historia del rol que jugó Cuba
más cerca de casa, en América Latina, no ha sido debidamente relatada11.
También resulta evidente que debe aclararse la exacta naturaleza de la
participación de La Habana en Chile durante los años del gobierno de
Allende. ¿Acaso Allende era meramente un Castro disfrazado, o estaba
supeditado al régimen cubano, o ambas cosas, como aducían sus enemi-
gos? ¿Pretendían los cubanos socavar la democracia chilena y fomentar la
lucha armada como alternativa al desafío heterogéneo que la vía chilena le
planteaba a su propio tipo de revolución? ¿Cómo encaraban los cubanos

10
Memcon, Galo Plaza and Allende, 2 November 1970, Tomás Moro, enclosure,
Memorandum, Rogers to Nixon, 29 December 1970, Box.2196, Record Group
59, (General Records of the Department of State, Subject and Numeric Files,
1970-1973), National Archives and Record Administration [En adelante: RG59/
NARA].
11
Véase Piero Gleijeses, Conflicting Missions: Havana, Washington, and Africa,
1959-1976, Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2003.

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Chile y la Guerra Fría interamericana

y los chilenos los asuntos interamericanos y la perspectiva de revolución


en América Latina durante este período?
En segundo lugar, surge el tema de cuán predispuestos a combatir la
vía chilena se hallaban los países latinoamericanos que habían sido de-
signados como «claves». Como se verá, al tiempo de intervenir en Chile,
Estados Unidos no se hallaba operando en un vacío, ni desde el punto
de vista geográfico ni tampoco desde el cronológico. Así como se puede
comparar el año 1970 con 1959 como un punto de inflexión para la re-
volución en el marco de la Guerra Fría interamericana, el golpe chileno
de 1973 fue el hito contrarrevolucionario más decisivo después del golpe
brasileño de 1964. Pero ¿existía alguna relación entre las consecuencias
de 1964 y las causas de 1973, entre los líderes del régimen militar con-
trarrevolucionario de Brasil y la Junta que asumió el poder en Santiago el
11 de septiembre? La sugerencia de que los brasileños participaron en la
planificación del golpe en Chile no es nueva. En su relato sobre el período,
afirma el anterior embajador de Estados Unidos en Santiago, Nathaniel
Davis, que «no tiene dudas» de que los brasileños estaban involucrados,
y sugiere que inversores extranjeros en Brasil, Argentina y Bolivia habrían
también apoyado activamente al sector privado de Chile y a Patria y Li-
bertad durante el gobierno de la Unidad Popular12. Pero más allá de los
recuerdos de Davis, no parece haber habido un análisis sistemático del rol
de Brasil en Chile o en el sistema interamericano a principios de los años
70. En efecto, si lo comparamos con lo que sabemos sobre la izquierda
latinoamericana, queda aún mucho por conocer acerca de la derecha.
¿Cuál fue entonces la naturaleza de la oposición de Brasil con respecto a
Cuba y Chile durante estos años, y cuán exitosos resultaron los esfuerzos
de Nixon para trabajar en conjunto con Brasil a fin de contrarrestar el
proceso revolucionario chileno?
Estas dos grandes interrogantes en su conjunto, así como la historia
de los esfuerzos multilaterales de Estados Unidos para «contener» la
influencia de Chile en América Latina, constituyen el núcleo del análisis
que sigue a continuación.

Nathaniel Davis, The Last Two Years of Salvador Allende, London: I. B Tauris &
12

Co. Ltd 1985, pp. 152-4.

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Tanya Harmer

Cuba, Chile y la Guerra Fría


Después de Estados Unidos, Cuba fue la potencia extranjera que tuvo la
injerencia de mayor peso en Chile durante los años de la presidencia de
Allende. Para decirlo en términos más generales, la Cuba castrista fue
también el más evidente «otro lado» de la Guerra Fría en las Américas a
partir de 1959. Con anterioridad a la Revolución Cubana, el anticomu-
nismo de Estados Unidos y sus exagerados temores hacia la influencia
soviética ya habían llevado a Washington a oponerse a las fuerzas de
izquierda y a dar su apoyo a los dictadores militares de derecha. Pero
después de 1959, y dominado por temores hacia «otro Castro», Estados
Unidos intensificó sus tácticas de Guerra Fría en contra de la revolu-
ción. En tanto que los cubanos replicaban mediante la exaltación de un
nacionalismo desafiante y radical, apoyando insurrecciones armadas y
exigiendo una «segunda independencia» latinoamericana respecto de
Estados Unidos y de la explotación capitalista, la Unión Soviética se
mostraba relativa y crecientemente menos entusiasta en antagonizar a
Estados Unidos en su propia zona de influencia. Especialmente después
del desastre de la crisis de los misiles en Cuba, Moscú había comenzado a
priorizar las relaciones económicas sin vínculos ideológicos, y a rechazar
explícitamente las políticas «aventureras» de Cuba en América Latina,
a un grado tal que se originaron serias tensiones entre La Habana y la
Unión Soviética a mediados de los 6013.
Aunque, como veremos, hacia 1970 Cuba había moderado consi-
derablemente su estrategia en América Latina, ese patrón —por el cual
la isla asumió el principal papel de dedicado apoyo a la revolución y a
los movimientos antiestadounidenses en América Latina— conservó su
vigencia. Sin embargo, es verdad que cuando la vía chilena se vio en difi-
cultades en 1972, los cubanos y los soviéticos se volvieron crecientemente
escépticos hacia las probabilidades de éxito de Allende. Pero a diferencia
de los cubanos, que continuaron teniendo una fuerte participación en
el proceso revolucionario chileno hasta el 11 de septiembre de 1973,
Moscú dio un paso atrás y se resistió a seguir comprometido con la vía
chilena. Como lo ha sostenido Olga Ulianova, Moscú no tenía fe en el
proyecto de Allende y tampoco podía comprometerse a brindar apoyo

13
Nicola Miller, Soviet Relations with Latin America 1959-1987, Cambridge:
Cambridge University Press, 1989, pp. 2, 217-8; Armony, «Transnationalizing the
Dirty War», p. 138, y James. G. Blight y Philip Brenner, Sad and Luminous Days:
Cuba’s Struggle with the Superpowers after the Missile Crisis, Lanham: Rowman
and Littlefield, 2002.

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Chile y la Guerra Fría interamericana

financiero a «una nueva Cuba». Más aun, tal como el embajador sovié-
tico en Washington, Anatoly Dobrynin, «insistentemente» le advertía al
embajador chileno en Estados Unidos, Moscú a toda costa quería, en
esa época de détente, «evitar enfrentamientos con Estados Unidos»14.
En definitiva, entonces, únicamente los cubanos ayudaron a Allende a
defender su presidencia (sin mucho éxito, como se vería). Asimismo, fue
la embajada cubana y no la soviética —que tan solo fue rodeada muy
brevemente el día 12— la que los líderes chilenos del golpe asediaron
con tanta saña el día 11. Por otra parte, en tanto que Moscú decidió la
ruptura de relaciones diplomáticas con Chile una semana después del
golpe, fue la Junta chilena que asumió el poder la que rompió relaciones
con La Habana de inmediato y expulsó a todos los cubanos de Chile
tan pronto como pudo. Por cierto, las transcripciones de los comenta-
rios del general Augusto Pinochet acerca de qué hacer con el cuerpo de
Allende después de que fuera descubierto en La Moneda, son asimismo
reveladoras en cuanto a que el general, en sus apreciaciones acerca del
ex Presidente chileno, le asignaba un papel preponderante a Cuba. El
cuerpo de Allende debería ser puesto en «un cajón y lo embarquen en un
avión (…) junto con la familia» —bromeaba Pinochet— «que el entierro
lo hagan en otra parte, en Cuba»15.
En resumen, no hay dudas de que el rol de Cuba en Chile fue de crucial
importancia, pero ¿cómo había evolucionado antes del 11 de septiembre?
Tanto el golpe como el precipitadamente organizado éxodo cubano de
Chile, constituyeron un desastroso corolario para los años de estrecha
participación cubana en el país. Apenas tres años antes, la elección de
Allende había dado origen a masivos festejos y grandes esperanzas. Fidel
Castro se hallaba en las oficinas del periódico oficial de Cuba, Granma,
cuando se enteró de que Allende había ganado las elecciones presidenciales
de Chile por un estrecho margen. La noticia había llegado justo a tiempo
para poder salir en primera plana el 5 de septiembre, proclamando la
«Derrota del imperialismo en Chile». Cuando salió de imprenta, Castro
firmó una copia para Allende y acto seguido, en horas de la madrugada,
lo llamó a Santiago para felicitarlo por lo que consideraba como el triunfo

14
Olga Ulianova, «La Unidad Popular y el Golpe Militar en Chile: Percepciones
y Análisis Soviéticos», Estudios Públicos, Vol. 79 (2000), p. 102 y Registro de
conversación, Letelier y Dobrynin, según citado en Carta, Orlando a Clodomiro
(Personal), 11 de noviembre de 1972, Caja 2, Carpeta 18, Documento 8, Fondo
Orlando Letelier, Archivo Nacional, Santiago, Chile.
15
Pinochet según citado en Óscar Soto Guzmán, El Último Día de Salvador Allende,
Santiago de Chile: Águila Chilena de Ediciones, 1999, p. 112.

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Tanya Harmer

revolucionario más importante desde su propia victoria solo algo más de


diez años antes16.
A esas alturas, Castro y Allende ya llevaban más de una década de
amistad. El nuevo Presidente de Chile había sido un defensor de la revolu-
ción socialista y un decidido oponente del imperialismo de Estados Unidos
mucho tiempo antes de que Castro fuera siquiera un adolescente. Pero
en marzo de 1959, cuando Allende conoció por primera vez a los nuevos
líderes revolucionarios de Cuba siendo senador por el Partido Socialista,
se impresionó. Como otros líderes de izquierda, Allende se sintió inspirado
por el ejemplo de Cuba, considerándolo como una alternativa regional a
la lejana ortodoxia de la Unión Soviética, que desde hacía ya largo tiempo
lo había desilusionado. También lo deslumbró Cuba, «primer territorio
libre de las Américas», y le prestó encendido apoyo a La Habana en sus
luchas contra Estados Unidos, particularmente después de la incursión
en Bahía de Cochinos. Según proclamaba Allende en un discurso suyo de
1962 en La Habana:

¡Cuba no está sola, Cuba cuenta con la solidaridad de todos los pueblos
oprimidos del mundo! Estamos junto a ustedes porque la Revolución de
ustedes, siendo cubana y nacional, no es sólo la revolución de ustedes, sino
la revolución de todos los pueblos oprimidos... ya ustedes, como pueblo
han abierto, en acción y en las palabras, un gran camino de liberación
en América Latina17.

Durante el transcurso de la década de 1960, Allende también brindó


gran solidaridad y apoyo a las aventuras latinoamericanas de Castro,
recibiendo la sincera gratitud de los cubanos por haber proporcionado

16
Granma, 5 de septiembre de 1970, «Allende habla con Debray», Punto Final,
(edición exclusiva para Chile), Año V, N° 126, 16 de marzo de 1971, p. 33, en-
trevista del autor con Luis Suárez Salazar, 12 de septiembre de 2005, La Habana,
entrevista del autor con Luis Fernández Oña, 3 de septiembre de 2005, La Habana,
y Fidel Castro a Beatriz Allende según citado en Registro de Conversación, Em-
bajador Alexseev y Volodia Teitelboim, 14 de octubre de 1970, publicado como
«Conversación del Embajador Alexseev con Volodia Teitelboim», «Chile en los
Archivos de la URSS (1959-1973): Comité Central del PCUS y del Ministerio
de Relaciones Exteriores de la URSS», editado por Olga Ulianova and Eugenia
Fediakova, Estudios Públicos, vol. 72 (1998), p. 412.
17
Salvador Allende, Conferencia ofrecida por el Dr. Salvador Allende en la Sala Teatro
de los Trabajadores del Ministerio de Hacienda el día 7 de Febrero de 1962, La
Habana: Ministerio de Hacienda, Sección Sindical, 1962, Biblioteca Nacional, La
Habana.

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Chile y la Guerra Fría interamericana

escolta a los sobrevivientes de la columna de Che Guevara, después de


que en 1968 lograran escapar de Bolivia a Chile18.
Sin embargo, a pesar de su apoyo a los intentos cubanos de provo-
car insurrecciones guerrilleras rurales en otras partes de América del Sur,
Allende creía que la lucha armada no era necesaria —ni deseable— como
fundamento revolucionario en Chile. Dos tercios de la población chilena
vivían en ciudades y pueblos. El país era uno de los más industrializados de
América Latina, y sus partidos tradicionales de izquierda se desenvolvían en
una democracia constitucional estable. Cuando Che Guevara escudriñaba
los mapas de la región con el objeto de decidir dónde situar una fuerza
guerrillera movilizadora de una revolución continental, tampoco él con-
sideraba a Chile como ubicación viable para una insurrección rural. Con
su árido desierto al norte y la Patagonia al sur, sus extremos climáticos y
su aislada ubicación entre las Fuerzas Armadas de Argentina allende los
Andes y el Pacífico al otro lado, Chile nunca fue considerado en La Habana
como base ideal para un movimiento guerrillero19. Según hiciera notar
más tarde el primer ministro cubano, Carlos Rafael Rodríguez, para los
cubanos Chile había sido siempre «una de las pocas excepciones» donde
una revolución democrática pacífica era posible20.
Hacia 1970, la vía chilena tampoco era tan excepcional como podría
haberlo sido a mediados de la década de 1960. Antes de la elección de Allen-
de, Castro ya había comenzado a cuestionarse su anterior postura de que la
lucha armada era la principal vía revolucionaria para todos los demás países

18
En efecto, los detalles de este episodio revelan la íntima relación existente hacia
esta época entre Allende y los cubanos. Según un cubano que se encontraba en
Chile clandestinamente en esa época, ellos tenían un pequeño avión, un piloto,
y un tanque lleno de combustible en el país, que estaban pensando utilizar para
sacar desde ahí a los sobrevivientes. Sin embargo, Allende estuvo de acuerdo con
que si salían de Chile por aire solos, podrían ser fácilmente derribados. Atento a
estos temores, personalmente escudriñó mapas y analizó con ellos rutas alterna-
tivas de escape para los sobrevivientes, antes de llegar a la decisión definitiva de
acompañarlos públicamente en un vuelo a Tahití, donde el embajador cubano en
París los recogería. Entrevista de la autora con Luis Fernández Oña, 9 de diciembre
de 2004, La Habana.
19
Manuel Piñeiro recordaba que Argentina, Bolivia y Perú eran los países claves que
se habían tenido en cuenta. Luis Suárez Salazar (Coord.), Manuel Piñeiro: Che
Guervara and the Latin American Revolutionary Movements, Melbourne: Ocean
Press, 2001, p. 12 y entrevista de la autora con Luis Fernández Oña, 2 de mayo
de 2006, La Habana.
20
Carlos Rafael Rodríguez según citado en Summary of Press Conference, 24 No-
vember 1970, FCO7 (Records of the Foreign and Commonwealth Office: American
and Latin American Departments, 1967-1976), File 1991, The National Archives,
Kew, London.

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Tanya Harmer

latinoamericanos. En el contexto de la muerte de Che Guevara y lo que los


cubanos percibían como la «nueva dinámica» en América Latina —como por
ejemplo el gobierno militar nacionalista de Juan Velasco Alvarado en Perú y
el advenimiento de líderes militares nacionalistas en Bolivia y en Panamá a
fines de la década de 1960—, Castro había reevaluado las políticas de Cuba
en la región, comenzando en consecuencia a tratar a los países de la región
más según un criterio de caso a caso. En este contexto, la vía chilena no se
interpretaba como un peligro para revoluciones «a la cubana», sino que
más bien se aceptaba como su complemento. Ahora existían «dos procesos
revolucionarios» en el hemisferio. Por otra parte, el cambio en la estrategia
cubana trajo consigo una disminución de las tensiones que se habían estado
gestando entre La Habana y Moscú en los años precedentes, una mejora en
las relaciones de Cuba con los partidos comunistas pro soviéticos (el Partido
Comunista chileno entre ellos), y por consiguiente, un marco más lógico
desde el cual apoyar a la coalición de izquierda chilena, la Unidad Popular.
En conclusión, el proceso revolucionario chileno —diferente como era de
la experiencia cubana— se acogía con beneplácito como síntoma de que en
el continente el cambio progresivo estaba en marcha. Según lo explicaría
Castro a Augusto Olivares:

Este continente tiene en su vientre una criatura que se llama Revolución,


que viene en camino y que inexorablemente, por ley biológica, por ley
social, por ley de la historia, tiene que nacer. Y nacerá de una forma o
de otra. El parto será institucional, en un hospital, o será en una casa.
Serán ilustres médicos o será la partera quien recoja la criatura. Pero de
todas maneras, habrá parto21.

Aun así, la victoria de Allende había tomado por sorpresa a los cu-
banos, que no habían estructurado un plan de contingencia de apoyo a la
Unidad Popular en su ruta hacia el socialismo —una ruta anómala, pacífica
y democrática— antes de que la misma se volviera una realidad frente a la
cual debieron reaccionar. Aparentemente, los cubanos también se habrían
mantenido alejados de Chile durante la campaña presidencial, para no dar
motivos a sus adversarios de exacerbar los ataques contra Allende. Solo
diez días después de las elecciones, cuando llegaron a La Habana la hija

Castro según citado por Augusto Olivares, noviembre de 1971, publicado como
21

«Interview with Salvador Allende and Fidel Castro», en Salvador Allende Reader:
Chile’s Voice of Democracy, editado por James D. Cockroft, Melbourne: Ocean
Press, 2000, p. 134.

204
Chile y la Guerra Fría interamericana

de Allende, Beatriz (quien mantenía vínculos de larga data con Cuba) y


su secretaria privada, la Paya, solicitando la ayuda directa de Castro para
reforzar la seguridad privada del Presidente electo —que posteriormente
se conoció como GAP o «Grupo de Amigos Personales»—, se estableció
el marco fundamental de un nuevo tipo de colaboración entre los líderes
de La Habana y Santiago22.
A raíz de esa visita, tres oficiales cubanos de inteligencia —entre los
cuales se encontraba Luis Fernández Oña, esposo de Beatriz y yerno de
Allende— ingresaron clandestinamente a Chile a fin de analizar las posibi-
lidades de contribuir a la estructuración de un nuevo aparato de seguridad
para el Presidente. A pesar de haber ingresado al país como delegado a una
Conferencia Veterinaria Panamericana en Santiago, Oña formaba parte del
Departamento General de Liberación Nacional (DGLN) dependiente del
Ministerio del Interior de La Habana, cuyo propósito era apoyar las luchas
revolucionarias y antiimperialistas en América Latina y el Tercer Mundo23.
Por el momento, sin embargo, Castro le instruyó que fuera extremadamente
cauteloso. Como le manifestara este último personalmente a Beatriz en
La Habana, en lugar de que ahora se culpara a Allende por «todas las
situaciones conflictivas de América Latina», él no tenía problemas en seguir
asumiendo la responsabilidad24. También aconsejó a Allende que esperara
antes de restablecer relaciones diplomáticas plenas con Cuba25. Castro
percibía que intervenir en Chile inmediatamente después de la elección de
Allende era riesgoso. La Habana no se encontraba restringida únicamente
por una eventual susceptibilidad de parte de Estados Unidos y de la de-
recha chilena a una «intervención» cubana en los asuntos chilenos, sino
que Castro sentía también la necesidad de contar con más información
acerca de los futuros planes de Allende. La comunicación entre Santiago
y La Habana todavía era limitada, y los primeros oficiales cubanos de

22
Entrevista de la autor con Ulises Estrada, 13 de diciembre de 2004, La Habana;
Entrevistas con Oña y Cristian Pérez, «Salvador Allende, Apuntes Sobre su Dispo-
sitivo de Seguridad: El Grupo de Amigos Personales (GAP)», Estudios Públicos,
Vol. 79 (2000), p. 49.
23
Entrevistas con Oña y Suárez, Manuel Piñeiro, p. 97, Nº 1.
24
Cita de Memcon, Alekseev and Teitelboim, 14 October 1970, p. 411. Allende
también le comentó el consejo de Castro a Galo Plaza, Memcon, Galo Plaza and
Allende, 2 November 1970.
25
Cita de Memcon, Plaza and Allende, 2 November 1970. Véase también, Castro
según citado en Memcon, Alexseev and Teitelboim 14 October 1970. Castro
también aconsejaba a los peruanos que esperaran. Oficio, Jorge Edwards, Chargé
d’affaires, La Habana a Almeyda, 10 de diciembre de 1970, Embajada de Chile
en Cuba/1970/AMRE.

205
Tanya Harmer

inteligencia enviados a Chile tenían coberturas demasiado débiles como


para justificar su prolongada permanencia en Santiago26.
En lo concerniente a la futura posición de Chile dentro de América La-
tina, Allende coincidía en términos generales con Castro sobre la necesidad
de actuar con cautela. A pesar de haber prometido durante su campaña
electoral que se retiraría de la OEA, Allende le dijo ahora a Galo Plaza
que Chile permanecería en la organización para trabajar desde su interior
«constructivamente, pero sin concesiones»27. Por ejemplo, Allende perma-
nentemente instaba a los latinoamericanos a expresarse con «una voz, la
voz de un continente libre»28. Sin embargo, según lo manifestado por el
nuevo ministro de Relaciones Exteriores chileno, Clodomiro Almeyda, el
nuevo gobierno chileno desarrollaría una política exterior de «saludable
realismo» y de «pluralismo ideológico» en lo concerniente a los asuntos
interamericanos, política que resultó particularmente exitosa para «neu-
tralizar la amenaza» de una posible hostilidad argentina a la presidencia
de Allende29. No obstante, aparte de un enfoque en general pragmático
y realista de los asuntos interamericanos, Allende y la UP ignoraron el
consejo de Castro en lo referente al rápido restablecimiento de relaciones
diplomáticas con La Habana. Así, con posterioridad al anuncio de esta
decisión una semana después de haber asumido Allende la presidencia, las
relaciones cubano-chilenas se expandieron rápidamente a diversos niveles.
Al nivel de Estado-a-Estado, las relaciones cubano-chilenas se in-
crementaron en su primer año abarcando intercambios culturales, cinco
nuevas sociedades universitarias, y otras vías de comercio bilateral30.

26
Entrevistas con Oña.
27
Memcon, Plaza and Allende, 2 November 1970.
28
Véase, por ejemplo, América Latina: Voz de Un Pueblo Continente: Discursos del
Presidente Allende en sus Giras por Argentina, Ecuador, Colombia y Perú, Santiago
de Chile: Consejería de Difusión de la Presidencia de la República, 1971.
29
Almeyda, «Exposición del Ministro de Relaciones Exteriores, Señor Clodomiro
Almeyda, ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado», 22 de diciembre
de 1970, adjunto, Circular, Ministerio de Relaciones Exteriores, 25 de enero de
1971, Discursos: S. Allende Gossens 1971/AMRE. Sobre las relaciones entre Chile
y Argentina, véase Entrevista a Huidobro, Tanya Harmer, Allende’s Chile and the
Inter-American Cold War, Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2011 y
Juan Bautista Yofre, Misión Argentina en Chile (1970-1973): Los Registros Secretos
de Una Difícil Gestión Diplomática, Santiago de Chile: Editorial Sudamericana
Chilena, 2000.
30
En tanto que la UP gastó $13 millones en importaciones cubanas en 1971, por
ejemplo, pronto propuso importar azúcar por un valor de $44 millones en 1972, y
Cuba también acordó aumentar el valor de sus importaciones chilenas hasta algo
más de $9 millones (aunque no pasaría mucho tiempo antes de que los chilenos se
encontraran imposibilitados de cumplir estos compromisos). Memorando, «Coop-

206
Chile y la Guerra Fría interamericana

A nivel no estatal, las relaciones entre Cuba y el gobierno de Allende


también florecieron. Ocho o nueve funcionarios de la embajada cubana,
todos ellos miembros de la DGLN, estaban a cargo de mantener vínculos
políticos con los partidos de izquierda de la Unidad Popular, el MIR y, lo
que era más importante, con Allende mismo. De hecho, en lo relativo a
los cubanos, todos los aspectos de la relación debían ser aprobados por
Allende. Según lo recordaba un oficial cubano superior: «era su país» y
«teníamos que respetarlo»31. Secretamente, y con la aprobación de Allende,
los representantes del DGLN y miembros de las Tropas Especiales cuba-
nas comenzaron por tanto a suministrar entrenamiento y armas al GAP.
Aparte del GAP, y en distintos grados, los cubanos también ofrecieron
entrenamiento y armas al MIR, al PS y al PC (y mucho después y en mucho
menor grado, también al MAPU)32. El cardiólogo privado del Presidente
recordaría después que los cubanos le dieron incluso a él una pistola para
que pudiera sustituir al GAP cuando fuera necesario33.
Aunque la Estación de la CIA estadounidense en Santiago ignoraba la
cantidad exacta de envíos de armas a Chile, en noviembre de 1971 sabía
lo suficiente como para poder informar a Washington que las pistolas
«de suministro cubano» del GAP habían transformado por completo la
anterior «desorganizada colección de armas cortas»34. La nueva informa-
ción que tenía la CIA sobre las operaciones cubanas hacia fines de 1971
también significó el abandono de su política de inventar historias acerca

eración técnica y científica entre la República de Chile y la República de Cuba»,


noviembre de 1972, Colección Privada, La Habana, Cuba. Otros convenios de
colaboración incluyeron programas en las áreas editoriales (Quimantú e Instituto
Cubano del Libro, 2 de diciembre de 1971), de salud (10 de diciembre de1971),
educación, cultura y deporte (2 de diciembre de 1971). Informe del Intercambio
Comercial Chileno-Cubano, sin fecha, aprox. diciembre de 1972, Colección
Privada, La Habana, Cuba.
31
Entrevista con Estrada. Véase también Entrevistas con Oña, entrevistas de la autora
con Michel Vázquez Montes de Oca y Nelly A. Cubillas Pino, 11 de septiembre de
2005. Entrevista con Suárez y entrevista de la autora con Óscar Soto Guzmán, 7
de julio de 2005, Madrid.
32
Entrevista con Estrada y Entrevistas con Oña.
33
Entrevista con Soto. El médico recuerda como durante el viaje de Allende a Colom-
bia en 1971, por ejemplo, le tocó introducir oculta la pistola, con gran nerviosismo,
a un banquete presidencial, al cual el GAP no fue autorizado a entrar.
34
Despacho, COS (Jefe de Oficina), Santiago a Jefe, WHD (Departamento Hemisferio
Occidental), 3 de noviembre de 1971, «Chile Declassification Project» Freedom Of
Information Act Reading Room, Department of State, CIA Documents, http://foia.
state.gov/SearchColls/CIA.asp [En adelante: CDP-CIA]. En particular, la Estación
de la CIA [en Chile] indicaba que el nuevo arsenal del GAP incluía «pistolas au-
tomáticas Colt calibre 45, pistolas automáticas Browning y pistolas automáticas
P-38 checas, todo de suministro cubano».

207
Tanya Harmer

del rol cubano en el país, comenzando en cambio a pasar información


verificable a los líderes militares chilenos, con miras a persuadirlos de in-
tervenir contra el Presidente35. Asimismo, los líderes políticos de oposición
informaron a funcionarios de la embajada de Estados Unidos que tenían
pensado lanzar una «intensa campaña de rumores» para desacreditar la
«imagen y credibilidad» de Allende como demócrata, ligándolo a Cuba y
al MIR36. El embajador de Estados Unidos quedó complacido por estos
esfuerzos, particularmente con los tendientes a transformar lo que él de-
nominó «incidentes menores» en noticias de primera plana referentes a
envíos de armas cubanas37.
En efecto, la vinculación entre Castro y Allende, así como el papel no
tan secreto de Cuba en el fortalecimiento del GAP, comenzaron a usarse
en forma creciente contra el Presidente. A medida que aumentaban las
dificultades internas de Allende, comenzaba a desvanecerse el entusiasmo
de Castro por la vía chilena. Durante su maratónica gira chilena de fines
de 1971, el líder cubano quedó muy preocupado con respecto a las pers-
pectivas revolucionarias del país, exhortando públicamente a los chilenos
a «armar el espíritu», en tanto que privadamente comenzaba a tratar que
Allende admitiera la posibilidad de un choque frontal con los militares.
También durante dicha gira chilena, intentó transmitir la sabiduría de su
propia experiencia: manifestaba con orgullo que durante la crisis de los
misiles en Cuba, los cubanos habían decidido «morir todos si fuera nece-
sario, antes que volver a ser esclavos», sugiriendo con ello implícitamente
que los chilenos debían estar dispuestos a lo mismo38.
Con ello, Castro agregaba una adicional —y especialmente pode-
rosa— voz a los crecientes debates y discusiones inter e intrapartidarios
de la izquierda chilena con respecto al futuro revolucionario del país. Es
necesario destacar que el viaje de Castro no fue la causa determinante ni
de los crecientes desacuerdos dentro de la coalición UP, ni del aumento en
la confianza de la oposición a fines de 1971 y 1972. Pero su prolongada
presencia en Chile sí dio impulso a las fuerzas antigubernamentales, y
35
Covert Action in Chile 1963-1973: Staff Report of the Select Committee to Study
Governmental Operations with Respect to Intelligence Activities, 1975, Honolulu,
Hawaii: University Press of the Pacific, 2005, p. 38.
36
Memcon, Felipe Amunategui, Third Vice President, PDC, Richard Schwartz, USAID
and Arnold Isaacs, US Embassy, 4 de mayo de 1972, adjunto, Aerograma, Davis to
Department of State [En adelante DOS], 17 de mayo de 1972, Caja 2194/RG59/
NARA.
37
Telegrama, Davis to SecState, 2 de mayo de 1972, Caja 2197/RG59/NARA.
38
Castro, discurso en Santa Cruz, 25 de noviembre de 1971, publicado como «Santa
Cruz, Colchagua», Cuba-Chile, p. 375.

208
Chile y la Guerra Fría interamericana

ocasionó con sus consejos discusiones en los círculos de gobierno. Además


del tenor de sus comentarios, la desusada duración de la visita de Castro
también exacerbó las acusaciones acerca de la intervención cubana en los
asuntos chilenos, facilitando así espacio para que las críticas de la oposición
sobre su presencia en el país pudieran ir en aumento. A las tres semanas
de hallarse Castro en Chile, el 1º de diciembre de 1971, mujeres chilenas y
paramilitares de derecha organizaron la primera de las que se conocerían
como marchas de «ollas vacías», en las que mujeres ricas increíblemente
protestaban por la escasez de víveres. A consecuencia de la subsiguiente
violencia que se desató, Allende declaró el estado de emergencia y el toque
de queda por una semana en Santiago. No podía negar que la presencia
de Castro en Chile había alimentado la hostilidad contrarrevoluciona-
ria. Según Allende le manifestó a Olivares, no era más que «lógico», ya
que la visita de Castro había «[revitalizado] el proceso revolucionario
latinoamericano»39. Efectivamente, durante todo el período de 1970 a
1973, la hábil manipulación por parte de los medios de comunicación de
la oposición acerca del papel de Cuba en Chile, apoyados por fondos y
datos de inteligencia de la CIA (falsos y verdaderos), había sido altamente
efectiva en acrecentar los temores hacia el rol de La Habana en el país, entre
una población ya sumamente enfervorizada y dividida. De esta manera,
las credenciales revolucionarias de Cuba y la credibilidad asignada por
los demás a dichas credenciales, parecerían irónicamente haber socavado
las probabilidades revolucionarias de Allende.
En este contexto, sería erróneo sugerir que Salvador Allende no era
más que un receptor pasivo o dependiente de instrucciones cubanas. Pero
sí es cierto que Allende había quedado profundamente impresionado con
Che Guevara e invitaba a revolucionarios cubanos a El Cañaveral —el
chalet de fin de semana de la Paya— y que el día del golpe tenía consigo
en La Moneda el fusil que le había regalado Fidel. Sin embargo, debido
a su calidad de demócrata convencido, empecinadamente vinculado con
la orgullosa historia constitucional de Chile, Allende se negó en gran me-
dida a tomar en serio el consejo de Castro acerca de prepararse para un
enfrentamiento armado en el país. De hecho, a pesar de muchos que han
sostenido que Cuba subvirtió la democracia chilena, Allende parece haber
ejercido un control mucho mayor de lo que se cree sobre la relación entre
Cuba y Chile. Es verdad que aprobó entregas de armas cubanas al GAP y
a los partidos de izquierda para fines defensivos, pero les impuso a la vez

39
Olivares, «Interview with Allende and Castro», p. 130.

209
Tanya Harmer

claras restricciones que provocaron un sentimiento de creciente frustración


en Castro a medida que la situación en Chile se iba deteriorando. Por
ejemplo, cuando el MIR criticaba creciente y abiertamente al gobierno de
la UP a principios de 1972, Allende prohibió a los cubanos que le siguieran
entregando armas, lo que en ese momento provocó fuertes protestas de
La Habana. Cuando los cubanos reaccionaron a las órdenes de Allende
amenazando con dejar de entrenar y proveer de armas a todos los partidos
de izquierda, el Presidente aceptó que la embajada cubana pudiera hacer
acopio de armas para el MIR en Chile, pero solo podría distribuirlas al
partido en la eventualidad de un golpe, que fue lo que después ocurrió40.
Como más tarde se lamentaría Castro ante el líder de Alemania Oriental,
Erich Honecker, los chilenos aceptaron «muchas menos» armas que las
que La Habana «les había querido dar»41.
De importancia crucial fue que los cubanos tampoco pudieron per-
suadir a Allende, hacia mediados de 1973, de que en la eventualidad de
un golpe —lo que cada vez más se perfilaba como una seria posibilidad—
él debería encabezar una resistencia prolongada desde las afueras de la
ciudad antes que desde el palacio presidencial. Los cubanos consideraban
que la vulnerabilidad estratégica de La Moneda era «un desastre» y la
hacía «indefendible»42. Sin embargo, en la mañana del 11 de septiembre,
Allende siguió sus propias convicciones y se dirigió a La Moneda, desde
donde, junto con sus guardaespaldas entrenados en Cuba, encabezó una
tan inútil como épica resistencia empleando armas suministradas por los
cubanos, para acabar suicidándose cuando los militares entraron al palacio.
Resulta fundamental señalar en lo que concierne a la comprensión de las
relaciones cubano-chilenas, que según parece, Allende, antes de morir, le
habría pedido personalmente a un grupo de cubanos dispuestos a unírsele
en La Moneda, que no lo hicieran. Siempre consciente sobre la forma en
que el golpe se describiría en todo el mundo y por las futuras generaciones,
no quería que hubiera cubanos combatiendo contra las Fuerzas Armadas
chilenas y muriendo en el palacio presidencial.
Al final, la decisión de Castro de no actuar a espaldas de Allende
para no desvirtuar la soberanía chilena, significó para los cubanos aban-
donar Chile profundamente frustrados y sin haber participado en la
40
Entrevista con Estrada. La fecha de la decisión de Allende se puede fijar con más
precisión del 26 al 30 de mayo, en virtud de que Estrada recuerda haber estado
en Rumania al enterarse.
41
Castro a Honecker, 21 de febrero de 1974 según citado en Volker Skierka, Fidel
Castro: A Biography, Cambridge: Polity Press, 2004, p. 204.
42
Entrevistas con Oña.

210
Chile y la Guerra Fría interamericana

clase de lucha que habían esperado librar. En efecto, al 11 de septiembre


la embajada cubana tenía almacenadas armas y suficientes provisiones
de alimentos y medicinas para un mes, lo que sugiere que los cubanos
esperaban un prolongado conflicto43. Pero, enfrentados al inesperado
momento en que se produjo el golpe (y la participación de Pinochet en el
mismo, que sorprendió a los cubanos), a la unidad de las Fuerzas Arma-
das chilenas, a la intransigencia de Allende en cuanto a no aceptar que
cubanos combatieran en La Moneda o la perspectiva de una guerra civil,
y a las profundas diferencias entre los partidos chilenos de izquierda, no
pudieron ni brindar apoyo ni coordinar una resistencia eficaz contra el
golpe durante su desarrollo.
De hecho, las numerosas dificultades que debieron enfrentar los cu-
banos en Chile fueron, en su gran mayoría, las mismas que encontraron
en otros lugares de las Américas, en distintos momentos, para apoyar un
cambio revolucionario. Según lo admite Piero Gleijeses, «la geografía
histórica, la cultura y el idioma hicieron de América Latina el hábitat
natural de los cubanos, el lugar que le tocaba más de cerca a Castro y
sus seguidores». Sin embargo, les resultó mucho más difícil operar en
las Américas que en África, debido a que el continente americano era la
esfera de influencia de Estados Unidos, y también como resultado de la
percepción que se tenía de Cuba como el poder hemisférico revolucionario
por excelencia44. Ya a fines de 1972, el jefe del DGLN, Manuel Piñeiro,
había advertido que «las perspectivas de una liberación para América
Latina en este momento parecen ser de mediano o largo plazo. Debemos
prepararnos para esperar —esperar tanto como sea necesario: 10, 15, 20
o aun 30 años (...)— teniendo presente que la lucha será especialmente
larga en el terreno ideológico y que el imperialismo le está dando cada vez
mayor importancia a las sutiles armas de penetración y dominación45».
Después del golpe chileno, esta situación se vio contundentemente confir-
mada. En efecto, en lugar de resultar ser la precursora de una marea roja
como temiera Nixon, la vía chilena se convirtió de hecho en un momento
de profunda transición en la otra dirección, no solo en Chile, sino también
en toda la región del Cono Sur.

43
Entrevista con Otero, Entrevista con Estrada, Entrevistas con Oña y Entrevista
Vázquez/Cubillas.
44
Gleijeses, Conflicting Missions, p. 377.
45
Manuel Piñeiro a DGLN, 5 de agosto de 1972, «The Cuban Revolution and Latin
America», en Manuel Piñeiro, pp. 98-9.

211
Tanya Harmer

Brasil, Estados Unidos, Chile y la Guerra Fría


Allá por 1970, cuando Chile hiciera temblar los cimientos del orden de
la Guerra Fría en el hemisferio al restablecer las relaciones diplomáticas
con la Cuba de Castro, se reforzó la percepción de que la presidencia
de Allende constituía un hito en América Latina. Para Washington —a
quien la rapidez de la decisión de Allende tomó por sorpresa— esta fue
otra advertencia más acerca de cuán precaria se había tornado la influen-
cia de Estados Unidos en la región. A fines de noviembre, la Oficina de
Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado (INR) señalaba
que el restablecimiento de las relaciones con Castro por parte de Chile se
volvería particularmente contagioso, a menos que La Habana y Santiago
aumentaran sus intentos de exportar la revolución, una perspectiva que
ellos racionalmente consideraban como «improbable». Observaba el
INR que los miembros de la OEA parecían sentirse «complacidos» por
la reducción en el apoyo que Cuba prestaba a los revolucionarios de la
región desde la muerte de Che Guevara46.
Aunque la administración Nixon había llegado a la conclusión de que
nada podía hacer para revertir la decisión de Chile, de todos modos adoptó
rápidas medidas para contenerla47. Al tomar los líderes latinoamericanos
la asunción presidencial del mexicano Luis Echeverría —en diciembre
de 1970— como oportunidad para analizar la posibilidad de replantear
su posición hacia Cuba a la luz de la movida de Allende, de inmediato
los delegados de Estados Unidos y de Brasil se pusieron de acuerdo en
trabajar conjuntamente para frenar cualquier debate serio al respecto48.

46
Intelligence Note, INR, «Latin America: Chile’s Renewed Relations with Cuba- A
Potential Problem for the OAS», 30 de noviembre de 1970, Caja 2199/RG59/
NARA.
47
Telegrama circular, DOS to All American Republic Diplomatic Posts, 15 de noviem-
bre de 1970, Caja H220/NSCIF/NPMP y Memorandum, Nachmanoff and R. T.
Kennedy to Kissinger, 5 de diciembre de 1970, Caja H050/NSCIF/NPMP. Sobre
las opiniones de Kissinger en cuanto a que la política estadounidense hacia Cuba
no debía cambiar, véase Memorandum, Alexis Johnson to Rogers and Irwin, 8
de diciembre de 1970, Caja 2201/RG59/NARA. Sobre la negativa de Nixon a
considerar una modificación en la política cubana de Washington, véase Minutes,
NSC Meeting, 6 de noviembre de 1970.
48
«More Latin Lands Seem Willing to End Ban on Cuba», New York Times, 14 de
agosto de 1971, según citado en un telegrama de la embajada brasileña en Wash-
ington a la Secretaría de Estado das Relações Exteriores, 14 August 1971, Rolo
423, Telegramas recibidos da Embaixada em Washingon/AMRE-Brasilia. Sobre
la cooperación estadounidense-brasileña en este tema, véase Record of Conversa-
tion, William Rountree and Gibson Barboza, 22 de diciembre de 1970, Telegram,
Rountree to SecState, 23 de diciembre de 1970 Caja 199/RG59/NARA.

212
Chile y la Guerra Fría interamericana

En enero de 1971, el Departamento de Estado también instruyó a todos


los embajadores de Estados Unidos en América Latina que contactaran
a los gobiernos anfitriones y reafirmaran la oposición de Washington a
la Cuba castrista49. Los jefes de Estación de la CIA recibieron, asimismo,
instrucciones de pasar a los embajadores de Estados Unidos información
para ser divulgada a aquellos periodistas y políticos que procuraban
«exagerar» la idea de que Chile estaba inundado de agentes subversivos
cubanos y soviéticos50. Aunque los funcionarios de Washington sabían que
Estados Unidos debía andarse con cuidado para no provocar hostilidad en
su contra, creían sin embargo que podían jugar un importante rol «entre
bambalinas», «alentando a los latinoamericanos a tomar la iniciativa y
si fuese necesario, sugiriéndoles iniciativas»51.
Lo que realmente ocurrió, empero, fue que Estados Unidos de hecho no
necesitó hacer demasiadas «sugerencias», por lo menos en cuanto a Brasil.
Hacia 1970, Washington de hecho había disminuido su importancia como
fuerza impulsora del anticomunismo ideológico de Brasil, mucho más que
lo que las imágenes populares de títeres brasileños manejados por Estados
Unidos nos pudieran haber hecho creer. En efecto, con anterioridad a la
elección de Allende, las relaciones entre Washington y Brasil se habían vuel-
to especialmente tensas a principios de 1970, a raíz de las investigaciones
del Congreso de Estados Unidos acerca de las torturas y también debido a
los esfuerzos del Departamento de Estado para distanciarse del régimen52.
Más que necesitar de un empujón para oponerse a Allende cuando este
salió electo, los líderes brasileños, ideológicamente inspirados, lo hicieron
por sí mismos, tal como sucedió, por lo demás en forma vehemente. Basta
con leer la correspondencia del embajador brasileño en Santiago a Bra-
silia, y sus quejas de que Estados Unidos no estaba tomando al gobierno
de Allende lo suficientemente en serio, para hacerse una idea cabal al

49
Telegram, DOS to All American Republic Diplomatic Posts, 22 de enero de 1971,
Caja 2199/RG59/NARA.
50
Memorandum, DOS to Senior Review Group, «Status Report on Implementation
of NSDM 93 and SRG Directives», 9 de abril de 1971, Caja 2201/RG59/NARA,
Draft Telegram, DOS to All ARA Chiefs of Mission in Paper «Status Report of
U.S Actions to Discourage Further Resumptions of Relations with Cuba», adjunto,
Memorandum, Crimmins to Kissinger, 4 de diciembre 1970, Box H172/NSCIF/
NPMP.
51
Article, «A Study of Options for U.S. Strategy Concerning Chile’s Future Participa-
tion in the Organization of American States», adjunto, Memorandum, Crimmins
to Kissinger, 4 de diciembre de 1970.
52
Oficio Conf., Embachile Rio to Señor Ministro, 29 de abril de 1970, Oficios Conf.,
E y R/Brasil/1970/AMRE.

213
Tanya Harmer

respecto. Según le escribió a Brasilia, el embajador dudaba, asimismo, de


la capacidad de Estados Unidos para contrarrestar eficazmente el efecto
de Allende en el hemisferio: junto con las dificultades de Washington en
Vietnam, y las tensiones con varios países latinoamericanos, la «capaz
diplomacia» chilena estaba acotando las posibilidades de Estados Unidos
para combatirla eficazmente. La estrategia legal y constitucional de la UP
no solamente dejaba a Estados Unidos sin nada contra lo que «protestar»
—observaba el embajador— sino que también Estados Unidos se cuidaba
demasiado a fin de evitar repetir los mismos errores de 1959. Sugería el
embajador Câmara Canto que Santiago, en cambio, había asimilado muy
bien las lecciones de la experiencia de Castro53. En efecto, los brasileños
estaban tan preocupados a fines de 1970 y durante la primera mitad de
1971 por la aparente debilidad de Washington cuando de oponerse a
Allende se trataba, que los funcionarios estadounidenses tenían que estar
constantemente convenciendo a los brasileños de que Washington tomaba
la presidencia de Allende muy en serio y que no tenían la intención de
conformarse con un modus vivendi54.
Al igual que Estados Unidos y Cuba, los brasileños tenían interés
principalmente en las posibles consecuencias de un gobierno de Allende
sobre el equilibrio de poder en las Américas. Así lo advertía un general de
la Fuerza Aérea brasileña en octubre de 1970:

(...) la ofensiva comunista internacional, planeada hace poco más de


dos años en Cuba, a través de la OLAS [Organización Latinoamericana
de Solidaridad], encuéntrase en franco desarrollo en este continente (...)
Aprovechando de unos el doloroso estado de subdesarrollo y de otros
el más puro idealismo democrático, el comunismo internacional viene
demostrando su flexibilidad y objetividad en la conquista del poder,
usando ya sea violencia y golpes de estado, ya sea los procesos electora-
les legítimos que la pureza y la ingenuidad de la liberal-democracia les
ofrece (...) Seremos, sin duda, sobrepasados por la lucha ideológica que
enfrentamos, [que es] ahora más presente, más palpable y más agresiva55.

53
Oficio, da Câmara Canto, a Secretaria de Estado das Relações Exteriores, 25 de
marzo de 1971, Oficios/Embaixada do Brasil, Santiago 1971 (01)/AAMRE-Brasilia.
54
Telegram, DOS to AmEmbassy, Brasilia, 15 de julio de 1971, Caja 2134/RG59/
NARA.
55
Discurso, general Canaverro Pereira en ocasión de la visita del general argentino
Alcides Lópes Aufranc a Brasil, octubre de 1970, según citado en Oficio Confi-
dencial, Embachile Rio a Señor Ministro, 26 de octubre de 1970, Oficios Conf.,
E y R/Brasil/1970/AMRE.

214
Chile y la Guerra Fría interamericana

Según lo que pudieron averiguar los diplomáticos chilenos, los brasi-


leños de inmediato comenzaron a tomar una serie de medidas tendientes
a prepararse para esta manifiesta lucha ideológica, como por ejemplo
monitorear el consulado chileno y conversar con chilenos en Brasil acerca
de iniciar un movimiento de resistencia en Chile. Según lo manifestado
por un informante a la embajada chilena en Brasilia, las Fuerzas Armadas
brasileñas incluso organizaron a principios de 1971 una sala de situación
con modelos a escala de los Andes para estudiar las posibilidades de una
guerra regional, y comenzaron a realizar ejercicios militares basados en
la teoría de que las fuerzas guerrilleras podrían lanzar desde Chile una
guerra continental56. El embajador chileno en Brasilia, por tanto, llegaba
a la conclusión de que:

No es un misterio para nadie que el actual régimen brasileño constituye


un enemigo potencial para los gobiernos progresivos y revolucionarios
del continente. Chile es, en estos momentos, el objetivo de ataque más
frecuentemente utilizado por el gobierno militar y por las clases domi-
nantes que controlan la casi totalidad de los medios de comunicación
masiva. Esto es quizás el frente más importante y combativo de las fuerzas
reaccionarias que actúan a nivel internacional57.

Todo lo que antecede conduce a pensar que resulta extraño que no se


haya prestado más atención al rol transnacional de Brasil en la Guerra Fría,
un rol que experimentó un crecimiento sustancial a principios de 1970. Por
ejemplo, a la vez de concentrarse en Chile, los brasileños también estaban
realizando un esfuerzo concertado para involucrar a los Estados Unidos
en los asuntos regionales y, de ser posible, trabajar en conjunto con ellos
para oponerse a lo que veían como peligrosas «tendencias izquierdistas».
En enero de 1971, un vicealmirante brasileño habló con el embajador de
Estados Unidos en Brasilia, William Rountree, «larga y casi emotivamente»
acerca de las perspectivas de cooperación militar entre Estados Unidos y
Brasil, y sobre los «potenciales peligros en América Latina» (mencionan-
do especialmente a Chile, los estados andinos y Uruguay como dignos de

56
Oficios Conf., Rettig a Señor Ministro, 23 de marzo de 1971, Oficios Conf., E y
R/Brasil/1971/AMRE. Por evidencia de comunicación entre oficiales navales bra-
sileños y sectores antiallendistas de la marina chilena, véase Record of Conversa-
tion, Rountree and Admiral Figueiredo, aprox.14 de enero, São Paulo, Telegrama,
Rountree to SecState, 14 de enero de 1971, Caja 1697/RG59/NARA.
57
Oficio Conf, Rettig, Embachile Brasilia a Señor Ministro, 2 de marzo de 1971,
Oficios Conf., E y R/Brasil/1971/AMRE.

215
Tanya Harmer

especial atención)58. Posteriormente, a principios de febrero de 1971, el


ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Gibson Barboza, le planteó
preocupaciones adicionales al secretario de Estado de Estados Unidos,
William Rogers, en Washington. Específicamente, subrayó el potencial
de Allende para impulsar gobiernos militares nacionalistas en Perú y
Bolivia, así como también para influir sobre los eventos en Uruguay, país
que preocupaba especialmente a Brasil por los «marcados avances de
la izquierda». Aunque Gibson Barboza reconocía que una intervención
desembozada en Chile sería «contraproducente», ya que consolidaría las
fuerzas en apoyo de Allende, urgía a los Estados Unidos a colaborar con
Brasil «para hacer frente a las amenazas planteadas por estos aconteci-
mientos, a fin de (...) (1) contrarrestar la situación chilena; (2) ayudar a
restablecer las simpatías hacia Estados Unidos que se habían debilitado en
ciertos sectores de Brasil, y (3) reforzar en Brasil las tendencias de retorno
hacia instituciones políticas con voluntad de respuesta59».
En 1971, Brasil se había concentrado en primer término y principal-
mente en la amenaza que según entendía planteaban dos de sus vecinos,
Bolivia y Uruguay: Bolivia, por causa del gobierno militar de orientación
izquierdista de Juan José Torres, y Uruguay a causa de la coalición a la
manera de la Unidad Popular, el Frente Amplio, que se presentaría en las
próximas elecciones presidenciales del país. En estas circunstancias, la
documentación disponible parece sugerir que los brasileños desempeña-
ron un papel crucial en la organización del golpe en Bolivia que instaló
al general Hugo Banzer en el poder, en agosto de 1971. Por otra parte,
a través de la colaboración directa con los servicios de inteligencia uru-
guayos y el desplazamiento de tropas hacia la frontera uruguaya, Brasil
fue también un factor clave en la aplastante derrota electoral sufrida por
el Frente Amplio a fines de noviembre de 1971. En efecto, el Presidente
Nixon, en forma privada y explícita, le dio crédito a Brasil por su «ayuda»
en Bolivia y su éxito en ayudar a «manipular» las elecciones uruguayas60.
También recibió con beneplácito a Médici en Washington en diciembre

58
Record of Conversation, Rountree and Almirante Figueiredo, c.14 de enero, São
Paulo.
59
Quotations from Memcon, Rogers, Meyer, Robert W Dean (Brazil Country Direc-
tor), Gibson Barboza and Celso Diniz, 1º de febrero de 1971, Caja 2134/RG59/
NARA.
60
Telephone Conversation, Nixon and Rogers, 7 de diciembre de 1971, Conversation
16:36/Nixon White House Tapes/NPMP y «Brazil Helped Rig the Uruguayan
Elections», editado por Carlos Osorio, online at National Security Archive, at
http://www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB71/

216
Chile y la Guerra Fría interamericana

del mismo año, señalando que «adonde Brasil vaya, América Latina lo
seguirá». En privado, fue más explícito aún, expresando que le gustaría
que fuera Médici quien «gobernara todo el continente», con lo cual el
secretario de Estado Rogers coincidió61.
Todo esto nos conduce nuevamente al tema de las dimensiones multila-
terales y regionales que tuvo la campaña antiallendista de Estados Unidos.
En efecto, no hubo nada de predeterminado en la evolución de la alianza
entre Estados Unidos y Brasil de principios de los años 70, desde la óptica
de la Guerra Fría. Todo lo contrario, el viraje del interés de Washington
hacia Brasil se debió al radical cambio de rumbo en su política hacia Amé-
rica Latina como consecuencia inmediata de la elección de Allende. Fue
en la reunión que mantuvo el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) el 1º
de diciembre de 1970 a los efectos de decidir la política hacia Brasil, que
las instrucciones del NSDM 93 acerca de colaborar con gobiernos claves
revirtieron las recomendaciones anteriores de disminuir los vínculos con
la capital brasileña. Así lo fundamentaba la embajada de Estados Unidos
en Brasilia a principios de 1971:

El interés esencialmente más importante de Estados Unidos en Brasil con-


siste en proteger la seguridad nacional de Estados Unidos a través de la
colaboración de Brasil como aliado hemisférico, contra las contingencias
de: amenazas intracontinentales, como lo serían un grave deterioro de la
situación chilena (ejemplo —que Chile adoptara una política de «exportar
revolución» al estilo cubano), o la formación de un bloque andino que
se volviera antiestadounidense; o alguna amenaza extracontinental, por
supuesto más remota, como la penetración soviética en el Atlántico Sur.
El peligro planteado por los recientes acontecimientos en Chile y Bolivia
representa una amenaza hemisférica a la seguridad, que ni de cerca existía
con esta misma intensidad a estas alturas del año pasado62.

En el contexto de esta nueva «amenaza hemisférica a la seguridad», Kis-


singer también ordenó llevar a cabo revisiones de las políticas referentes a la
estrategia general de Washington hacia América Latina y a la presencia militar

61
Telephone Conversation, Nixon and William Rogers, 7 de diciembre de 1971,
and Telephone Conversation, Nixon and John Connally, 8 de diciembre de 1971,
Conversation 16:44/Nixon White House Tapes/NPMP.
62
Country Analysis and Strategy Paper (CASP), 30 de noviembre de 1970, adjunto,
Aerograma, Rountree to DOS 19 de enero de 1971, Caja 2136/RG59/NARA.

217
Tanya Harmer

de Estados Unidos en la región63. Basándose en las instrucciones de Nixon


del NSDM 93 tendientes a estrechar las relaciones con las élites militares,
el secretario de Defensa estadounidense, Melvin Laird, comenzó entonces a
oponerse abiertamente a las reducciones programadas en la asistencia militar
a la región. Por consiguiente, cuando Laird le informó a Kissinger a fines de
diciembre de 1970 acerca de los avances en materia de «mejoramiento» de
la asistencia militar, este último se manifestó complacido por la noticia, agre-
gando que quería «asegurarse» de que los latinoamericanos comprendieran
que Estados Unidos era el único lugar al que podían acudir en materia de
seguridad y abastecimiento militar64. Como consecuencia, se produjo un
aumento significativo de los niveles —en disminución antes de la elección de
Allende— de asistencia militar a la región (Cuadro 1).

1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974


Chile 7,9 11,7 0,9 5,7 12,3 15 16,1
Bolivia 2,4 2,0 1,5 2,5 6,0 4,8 8,0
Argentina 11,4 11,7 0,6 16,4 20,6 11,9 23,0
Brasil 36,3 0,8 0,8 12,0 20,6 17,5 46,1
Uruguay 1,9 2,1 3,5 6,6 6,7 3,0 5,4

Cuadro 1: Asistencia militar de Estados Unidos a América Latina (en millones de


dólares USA)65.

Durante los tres años siguientes, los vínculos brasileño-estadouniden-


ses en particular se desarrollaron a tal grado, que permitieron a Rogers
comentar en 1973 que las relaciones eran «quizás las mejores de todos los
tiempos»66. Cuando la asistencia de Estados Unidos a Bolivia dio un salto
de 600% a consecuencia del golpe de Banzer, el ministro de Relaciones
Exteriores de Brasil, Gibson Barboza, le expresó su beneplácito a Rogers.
Hacia septiembre de 1972, también comentaba sobre la «notable mejoría»

63
Memorandum, Kissinger to the Undersecretary of State et al, 8 de diciembre de
1970, Caja H049/NSCIF/NPMP y Estudio, «U.S Military Presence in Latin Ameri-
ca», adjunto, Memorandum, Charles Meyer (Chairman, Inderdepartmental Group
for Inter-American Affairs) to Kissinger, 12 de enero de 1971, Caja H178/NSCIF/
NPMP.
64
Telcon, Kissinger and Laird, 26 de diciembre de 1970, Box 8/HAK Telcons/NSCF/
NPMP.
65
Cifras de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional [USAID], U.S.
Overseas Loans and Grants [Greenbook], en línea en http://qesdb.usaid.gov/gbk/
66
Memorandum, Kissinger to Nixon, 28 de mayo de 1973, Caja 953/NSCF/NPMP.

218
Chile y la Guerra Fría interamericana

de la situación en Uruguay, siguiendo una acción represiva del gobierno


con la asistencia de Brasil y Argentina. Según comentaba Gibson Barboza,
ya hacia fines de 1972, «se había dado vuelta» al efecto «bola de nieve»
del proceso revolucionario del Cono Sur. De mayor relevancia aún para
nuestro enfoque sobre la manera en que los sucesos chilenos interactuaron
con otros acontecimientos regionales, es su comentario de que Chile en
1972 se asemejaba a los días finales de João Goulart en 196467. Esta no
es una percepción tan solo de los brasileños. En efecto, según recordaba
Lincoln Gordon, embajador de Washington en Brasil al tiempo del golpe
de 1964, el ex Presidente chileno Eduardo Frei Montalva también había
manifestado en privado en 1972, que Chile necesitaba «una solución
brasileña»68.
Efectivamente, según lo demostraron los acontecimientos, no era una
democracia al estilo estadounidense la que los líderes del golpe chileno aspi-
raban a recrear, sino más bien el autoritario y anticomunista régimen militar
brasileño, y Estados Unidos claramente apoyaba esta orientación. Hacia
mediados de 1973, la administración Nixon —particularmente funcionarios
del Departamento de Estado, Departamento de Defensa y la CIA— había de
hecho comenzado a pensar en la forma de alentar la colaboración con Brasilia
por parte de un eventual régimen militar sucesor de Allende. En primer lugar,
se percibía esta alternativa como forma de ayudar a los enemigos de Allende,
soslayando simultáneamente el problema de una abierta intervención de Es-
tados Unidos, en relación a la cual Nixon ya recibía críticas, en medio de las
revelaciones sobre la ITT y el caso Watergate. En segundo lugar, también se
consideró que era una forma de asegurar que los militares chilenos tuvieran
éxito. Con anterioridad al golpe, resultaba evidente que las fuentes de la in-
teligencia estadounidense consideraban que los militares chilenos carecían de
la suficiente inspiración ideológica como para derrotar a la izquierda y que
no estaban «tan políticamente orientados» como sus pares brasileños69. A
la luz de lo que ocurrió después, el Comité Interdepartamental para Chile de
la administración Nixon hacía el comentario algo sorprendente, tan solo tres
días antes del golpe, de que «no existían indicios de un sentimiento generali-
zado de ‘misión’ entre los militares chilenos para tomar el poder y gobernar

67
Memcon, Rogers and Barboza, 29 de septiembre de 1972, Waldorf Hotel, Tele-
grama, US Mission UN to SecState, 6 de octubre de 1972, Caja 2130/RG59/NARA.
68
Frei Montalva según recordado por Gordon. Entrevista de la autora con Lincoln
Gordon, 2 de mayo de 2005, Washington, D.C.
69
Memorando de Inteligencia «Consequences of a Military Coup in Chile», 1º de
agosto de 1973, CDP-CIA.

219
Tanya Harmer

el país».70 Al tratar de coordinar después del 11 de septiembre la asistencia


internacional al régimen militar que derrocó a Allende, los gestores de la
política de Estados Unidos creían que Brasil «sería especialmente importante
debido a su probable identificación ideológica con el nuevo gobierno de Chile
(GOC) y con su sustancial y creciente fuerza económica»71. Efectivamente, el
embajador de Estados Unidos en Santiago explícitamente alentó a Pinochet a
inspirarse en la experiencia de Brasil en el combate al «terrorismo urbano», y
en una reunión privada en octubre de 1973, Kissinger personalmente sugirió
que el nuevo ministro de Relaciones Exteriores de Chile, el almirante Huerta,
procurara abastecerse de pertrechos militares con los brasileños, en vista de
las restricciones impuestas por el Congreso y, por ende, su imposibilidad de
brindarle mayor asistencia72. Ese enfoque ciertamente encajaba a la perfección
con la así llamada «Doctrina Nixon», en su pretensión general de compartir
la carga de los compromisos de la Guerra Fría regional, aunque no se tratara
en absoluto de una operación liderada únicamente por Estados Unidos.
De hecho, el día del golpe los brasileños ya se encontraban esperando en
bambalinas para asumir su posición como principal aliado del nuevo gobierno
chileno en América Latina. Efectivamente, el embajador brasileño en Santiago
le expresó personalmente a la Junta el reconocimiento de su gobierno tan
pronto como se inició el golpe. «¡Ganamos!», se dice que habría exclamado
en esa oportunidad73. Más aún, actualmente se sostiene que los brasileños
ya sabían dos semanas antes que los estadounidenses que se daría el golpe74.
Con posterioridad a este, los brasileños ofrecieron entonces a la Junta chilena
ayuda inmediata en la supresión de la izquierda, tanto colaborando en cali-

70
«Chile Contingency Paper: Possible Military Action», Ad Hoc Interagency Working
Group on Chile, adjunto, Memorandum, Pickering to Scowcroft, 8 de septiembre
de 1973, Caja 2196/RG59/NARA.
71
Informe «Economic Assistance Needs of the Now Government of Chile and Possible
Responses», adjunto, Memorandum Pickering to Scowcroft, 14 de septiembre de
1973.
72
Record of Conversation, Davis and Heitman, Ambassador Designate, 27 de sep-
tiembre de 1973, Cable, Davis to SecState, 28 de septiembre de 1973, Telegramas
electrónicos, State Department Central Foreign Policy Files, en NARA: Access to
Archival Databases (AAD) en línea en http://aad.archives.gov/aad/ [En adelante:
DOS: CFP] y Record of Conversation, Huerta and Kissinger, 12 de octubre de
1973, Telex, Ebehard a MRE, 12 de octubre de 1973, Telex: R. 491-/EEUU/1973/
AMRE.
73
Elio Gaspari, A Ditadura Derrotada, São Paulo: Companhia das Letras, 2003,
p.355.
74
Conversando con Roberto Kelly V.: Recuerdos de una Vida, editado por Patricia
Arancibia Clavel, Santiago de Chile: Editorial Biblioteca Americana, 2005, p. 144-
147. (Mi agradecimiento a Joaquín Fermandois por haberme alertado sobre esta
fuente).

220
Chile y la Guerra Fría interamericana

dad de asesores del nuevo régimen, como participando en el interrogatorio y


tortura de prisioneros en el Estadio Nacional en los días siguientes75. A nivel
diplomático, las fuentes chilenas también caracterizaron la reacción de Brasil
al golpe como «extremadamente favorable». El Presidente Médici le instruyó
personalmente por teléfono a su ministro de Relaciones Exteriores efectuar
el reconocimiento formal del nuevo gobierno chileno. Adicionalmente, los
funcionarios brasileños les aseguraron de inmediato su «profunda amistad» e
«íntima satisfacción» a los nuevos representantes en Brasil del régimen militar
chileno. Según les manifestaron los brasileños a sus nuevos amigos, esa era
una feliz ocasión no solo desde el punto de vista de las relaciones bilaterales,
sino también por lo que significaba para el equilibrio de poder en América
del Sur. Al mes siguiente del derrocamiento de Allende, Brasilia ya le había
ofrecido a Chile 40.000 toneladas de azúcar y una línea de crédito financiero
de $50 millones de dólares, $35 millones para la adquisición de productos
brasileños, y otros $55 millones más para la compra de bienes no perecederos,
además de casi $6 millones en créditos para las Fuerzas Armadas76. Brasil,
además, extremó esfuerzos para apuntalar la reputación internacional del
nuevo régimen. En ocasión de la intervención del nuevo ministro de Rela-
ciones Exteriores chileno ante la Asamblea General de las Naciones Unidas
en octubre de 1973, el representante permanente de Brasil ante el organismo
le ayudó a redactar su discurso77.

La Guerra Fría interamericana


Muy a semejanza de los cubanos, que durante la presidencia de Allende
habían querido trasmitir a los chilenos el producto de una década de
experiencia revolucionaria, los brasileños ahora querían compartir con
el régimen militar sus conocimientos acerca de cómo combatir a «la
izquierda», gobernar un Estado autoritario e interactuar exitosamente
con el resto del mundo. En efecto, los roles de ambos países en Chile
—así de diametralmente opuestos como eran— constituyen fascinantes
ejemplos de las dimensiones latinoamericanas del conflicto de la Guerra
Fría, y demuestran que necesitamos esforzarnos más en incorporar los
roles transnacionales de las potencias latinoamericanas a las historias

75
McSherry, Predatory States, p. 57 y Dinges, Condor Years, p. 264. Véase también
Record of Conversation, Davis and Heitman, 27 de septiembre de 1973.
76
Oficio Conf., Ronaldo Stein, Encargado de Negocios, Brasilia, a Señor Ministro, 27
de septiembre de 1973 y Oficio Conf., Stein a Señor Ministro: «Visita de Misión
Económica», 29 de octubre de 1973, Oficios Conf., E y R/ Brasil/1973/AMRE.
77
Cable, Scali to SecState, 10 de octubre de 1973, DOS: CFP.

221
Tanya Harmer

internacionales del período. No solo estaban Cuba y Brasil involucrados


directamente en otros estados, como lo evidencia el caso chileno, sino
que también determinaron la naturaleza de los debates políticos a nivel
nacional y regional, a través de la fuerza de sus ejemplos y retórica. Por
supuesto que los casos de Cuba y Brasil, y el capítulo chileno de la Guerra
Fría en las Américas, son apenas pequeñas instantáneas de lo que era una
trama mucho más compleja y multidimensional, que todavía no ha sido
descrita en su plenitud.
¿Qué importancia tiene todo esto para las historias de la Guerra Fría
internacional? La realización de estudios acerca de cómo los acontecimien-
tos en una parte de las Américas afectaron e interactuaron con los sucesos
en otros de sus países, no significa que debamos aislar el continente de
lo que ocurría a nivel internacional. Por el contrario, podemos aprender
mucho sobre la naturaleza de la Guerra Fría como conflicto mundial si
comprendemos el proceso de su evolución a escala regional. La dinámica
y el encono de la Guerra Fría interamericana a principios de la década
de 1970, por ejemplo, son muy reveladores acerca de la naturaleza de la
détente como fuerza directriz central en las resultantes relaciones inter-
nacionales del período. Según le escribía a fines de 1972 Orlando Letelier,
embajador chileno en Washington, al ministro de Relaciones Exteriores
Almeyda: «No es (...) un misterio que las preferencias de la Casa Blanca
están con los gobiernos que favorecen al inversionista privado y combaten
cualquier brote ‘marxista’. Los casos de Brasil y México, por ejemplo, no
requieren de más comentario»:

La administración actual se había caracterizado por el deshielo prac-


ticando frente a ciertas naciones socialistas. Esto podría interpretarse
como un signo favorable para Chile, si las políticas que la Casa Blanca
predica respecto de Yugoslavia o Rumania fueran aplicables a América
Latina. Sin embargo, el resultado de la elección en Chile en septiembre de
1970 disgustó notablemente a Nixon. Las declaraciones del Dr. Kissinger
sobre la «teoría de dominó» para América Latina (septiembre 1970),
la ausencia de un saludo protocolar al Presidente Allende y las propias
declaraciones del presidente de que el nuevo gobierno chileno «no era de
su agrado» pero que «lo aceptaba» por respeto a la voluntad del pueblo
chileno, revelan serias y profundas reservas distintas a las que pueda tener
respecto de otras naciones socialistas ubicadas fuera del continente78.

Oficio, Letelier a Señor Ministro, 13 de octubre de 1972, Oficios Conf., E y R/


78

EEUU/1972/AMRE.

222
Chile y la Guerra Fría interamericana

El juego de la détente, entonces, era mucho más efímero, temporal y


dependiente de la ubicación geográfica de los países en el mapa mundial
de lo que se ha considerado hasta el presente. El contexto interamericano
de los acontecimientos chilenos a principios de la década de 1970 sugiere
asimismo que a medida que avanzaba la Guerra Fría y de que Washington
y Moscú crecientemente procuraban alguna forma de manejar sus mutuos
conflictos, la competencia entre ambos gobiernos por la supremacía en las
Américas fue de hecho sustituida y asumida por actores regionales, que
cada vez más se apropiaron del lenguaje, objetivos e instrumentos típicos
de la Guerra Fría. En efecto, más que «rellenos de sándwich», «peones»
o «dominós», los latinoamericanos eran participantes y actores en el mar-
co de un complicado conflicto donde se definiría el futuro de su propio
continente. Y Washington no era en modo alguno el eje único alrededor
del cual giraban las relaciones interamericanas.
Aun así, considero que si bien América Latina merece que se le asigne
una actuación mucho mayor en las historias internacionales de la Guerra
Fría, excluir por completo a Estados Unidos de nuestros análisis consti-
tuiría una distorsión. En vez de esto, necesitamos contextualizar el papel
innegablemente gravitante de Washington en América Latina y prestar
mayor atención a cómo Estados Unidos interactuó con el acontecer y los
actores latinoamericanos del período. Por demasiado tiempo, la interven-
ción estadounidense en Chile ha sido tratada como el estudio de caso por
excelencia y como resultado total de las políticas de la administración
Nixon hacia América Latina. Sin embargo, cuando la elección de Allende
conmocionó a la Casa Blanca, induciéndola a prestar mayor atención a los
acontecimientos del «Sur», era evidente que Chile no constituía el único
foco de interés de las políticas de la administración Nixon en la región.
Según lo ha intentado demostrar el presente estudio, y como le manifestara
un aparentemente bastante nervioso Charles Meyer —subsecretario de
Estado para Asuntos Latinoamericanos de Estados Unidos— a Allende
cuando se entrevistó personalmente con el nuevo presidente chileno en
noviembre de 1970, «las relaciones entre dos países se juegan no solo
en forma directa e inmediata sino también en foros multilaterales y en
regiones y cuestiones que tienen lugar en todo el mundo»79.

79
Meyer a Allende, 4 de noviembre de 1970, MINREL 1961-1979, Memorandos
Políticos/AMRE.

223

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