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EL ESTADO Y LA SOCIEDAD ARGENTINOS DURANTE LOS AÑOS 30 | 161

Conformación y límites de la alianza peronista (1943-1955)

Alejandra Giuliani

1. Introducción

En junio de 1943 un golpe de Estado derrocó al presidente Ramón Castillo y


clausuró el poder legislativo, dando fin al gobierno de la Concordancia, coali-
ción política que gobernaba el país desde 1932.
Así, las Fuerzas Armadas instauraron una dictadura que se prolongó hasta fe-
brero de 1946, cuando se realizaron elecciones generales. En ellas se presenta-
ron sólo dos fuerzas políticas. Por un lado, la Unión Democrática, coalición
heterogénea de los partidos políticos tradicionales que contaba con el apoyo de
la mayoría del empresariado, de las conducciones de la Unión Industrial Ar-
gentina, de la Sociedad Rural Argentina y del Departamento de Estado norte-
americano. Por el otro, el Partido Laborista y la Unión Cívica Radical Junta
Renovadora, expresión de una alianza entre sectores mayoritarios del movi-
miento obrero, las Fuerzas Armadas, la Iglesia y un grupo de empresarios in-
dustriales. Esta fuerza política, cuyo candidato a la Presidencia era el coronel
Juan Domingo Perón, triunfó con el 52 por ciento de los votos. Se iniciaba de
ese modo el primer gobierno peronista.
¿Qué había cambiado en Argentina entre 1943 y 1946? ¿Cómo fue posible que
en menos de tres años se organizara una nueva fuerza política capaz de derrotar
a los partidos políticos tradicionales unidos? ¿Cómo logró aquel primer
peronismo desplazar del control del Estado a la burguesía terrateniente? La
parte inicial de este trabajo se preguntará por los orígenes del peronismo, por
su composición como alianza política y social, por las razones de su arribo al
gobierno. Para ello debemos remontarnos a la Argentina de 1943, a los cam-
bios que venían produciéndose desde la década previa y sobre los que actuó el
grupo de Perón, definiendo su proyecto y articulando su fuerza política.
Sólo entonces abordaremos las transformaciones sociales, económicas y políti-
cas del período 1946-1955: el proyecto económico impulsado por el gobierno

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peronista, los cambios en el régimen de acumulación y en las funciones del


Estado, los límites que se plantearon a partir de las relaciones entre las políticas
de gobierno y los sectores de la sociedad a las que éstas respondían. Además,
destacaremos la centralidad que el proceso de transformación del Estado tuvo
en aquellos años. De allí surgirán la dinámica y las contradicciones del peronismo
como alianza policlasista, así como la polarización peronismo-antiperonismo
característica del período.
A su vez, intentaremos caracterizar el régimen político durante los años
peronistas. Señalaremos, principalmente, las formas de integración de los sec-
tores trabajadores a la vida política y sus prácticas políticas distintivas del pe-
ríodo. En este sentido, prestaremos especial atención a la incorporación política
de los trabajadores a través del desarrollo del movimiento obrero peronista y de
sus luchas. Nuevamente, marcaremos las tensiones dentro de la alianza peronista,
el impacto en los sectores antiperonistas, y la posición del gobierno, provoca-
dos por el fortalecimiento del movimiento obrero.
En la parte final del trabajo abordaremos el proceso político que llevó a la crisis
de la alianza peronista y a su caída, provocada por el golpe de Estado cívico-
militar de septiembre de 1955. Para el análisis de las causas del derrocamiento
del peronismo, partiremos de las modalidades de control social que ejerció el
Estado, el proceso de “peronización” y el abandono de la alianza peronista por
parte de sectores que habían sido sus bases de sostén.
Resulta evidente que este trabajo no pretende abarcar toda la riqueza del perío-
do en cuestión, sino acercar una propuesta de interpretación del primer
peronismo, entendiéndolo como fuerza política que expresó una alianza social.
Y proponer el análisis de aquellos años desde categorías teóricas relevantes: el
régimen de acumulación, el Estado y el sistema político.
Al mismo tiempo nos proponemos presentar algunos elementos de las diferen-
tes líneas historiográficas que interpretaron los orígenes del peronismo y las
primeras presidencias de Perón. Se pretende así confrontar distintas visiones,
deudoras de largos debates y de profundos conflictos sociales que produjo la
sociedad argentina desde la irrupción del peronismo.

2. 1943: la sociedad en la que se formó el peronismo

Hacia 1943 la sociedad argentina atravesaba procesos significativos de cambio.


En primer lugar, las relaciones entre los beneficiarios del capitalismo depen-
diente argentino y los centros capitalistas mundiales se habían tornado críticas.
La crisis internacional de 1930 había impactado sobre la economía local y había

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llevado a que la burguesía agraria redefiniese el régimen de acumulación


agroexportador, vigente hasta ese entonces. Ante la imposibilidad de retornar
al “librecambio” con altos márgenes de rentabilidad, desde 1933 se fomentó un
proceso de industrialización por sustitución de importaciones con carácter li-
mitado. A la vez, el desplazamiento del predominio económico de Gran Breta-
ña por Estados Unidos había colocado a los sectores locales de poder en una
situación de indefinición acerca de cómo reinsertar al país en el mercado mun-
dial y cómo replantear las relaciones internacionales. Desde 1939 el desarrollo
de la Segunda Guerra Mundial generó nuevas dificultades –y nuevas posibili-
dades– a la tradicional clase dominante argentina, y profundizó aquellas
indefiniciones.
En una coyuntura con crecientes dificultades para generar beneficios, los inten-
tos por mantener la agroexportación sumados al fomento de las oportunidades
industriales complejizaron los intereses de la clase dominante local y la
conflictividad entre sus sectores. Existen diversas interpretaciones acerca del
grado de diferenciación y de contradicciones entre los intereses agrarios e in-
dustriales en aquella época. Algunos autores han afirmado que existía un defi-
nido antagonismo entre la burguesía industrial y la burguesía agraria. Otros,
como Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, analizaron la composición de
la clase dominante de la década del 30 y visualizaron una diferenciación marca-
da entre agrarios e industriales, si bien ambos sectores sostenían una “alianza
de clases propietarias”. Alianza en la cual el sector de la burguesía agraria más
concentrado conservaba el control hegemónico y lideraba el proceso de indus-
trialización1 . Aquí tendremos en cuenta las interpretaciones que afirman que a
principios de la década del 40 la clase dominante continuaba su tradicional
proceso de diversificación y se mantenía relativamente homogénea2 . De modo
que consideraremos que a principios de la década del 40 la burguesía argentina
no se encontraba fracturada en sectores antagónicos (agrarios-industriales), si-
tuación más acorde a los casos de países de industrialización “con revolución
industrial”. Es decir que el peronismo no se originó sobre la base de una bur-
guesía industrial enfrentada a los intereses de la burguesía agraria, sino que se
formó a partir de la existencia de conflictos y acuerdos entre sectores internos
de la clase dominante. Sí es importante tener en cuenta que las oportunidades

1 Véase Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero: Estudios sobre los orígenes del peronismo,
Buenos Aires, Siglo XXI, 1971.
2 Véase Daniel Campione: “Del intervencionismo conservador al intervencionismo popu-
lista. Los cambios en el aparato del Estado: 1940-1946”, Revista Taller, vol. 2, N° 4,
agosto de 1997.

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generadas por la Segunda Guerra Mundial profundizaron aquella conflictividad,


al crecer un grupo de empresarios industriales, desvinculado de los tradiciona-
les intereses que ligaban a la burguesía agraria con las actividades industriales
y con las empresas extranjeras. Aunque incipiente y sin representaciones corpo-
rativas, algunos de esos empresarios formaron parte de los apoyos iniciales con
que contó el primer gobierno de Perón.
En estrecha relación con estos procesos, en la década del 30 también se habían
iniciado transformaciones en los roles del Estado. Los cambios en el capitalismo
mundial acentuaron la vulnerabilidad de la economía argentina y llevaron a que
el gobierno de la Concordancia implementase un “intervencionismo defensivo”,
en protección de los intereses agroexportadores. Frente a la perdurabilidad de
condiciones que en un principio aparecían como transitorias, el Estado reorientó
sus mecanismos de intervención para sostener la acumulación ligada a la
agroexportación a la vez que fomentar el crecimiento industrial, articulando, así,
intereses cada vez más complejos. Ello redundó en una progresiva
“autonomización” del aparato estatal3 , que adquirió capacidades para exceder su
dimensión instrumental y desarrollar sus dimensiones estructural y política4 .
El carácter intervencionista del Estado se acentuó ante el nuevo escenario plan-
teado con la Segunda Guerra Mundial. Por un lado, el Estado fue llamado a
enfrentar los problemas coyunturales de abastecimiento de insumos importa-
dos, de colocación de los productos exportables y de desajustes monetarios.
Pero por otro lado, desde el Estado se discutió una reorientación más profunda
del rumbo económico, se buscaron “respuestas ordenadoras”, se elaboraron pro-
yectos que cuestionaban el lugar que tenía asignado el mercado interno y la
industrialización5 . De modo que, ante la necesidad de articular intereses cada
vez más complejos dentro de la clase dominante, el Estado que tomaron los
golpistas de 1943 –y desde el cual Perón articularía su alianza– había adquiri-
do ya una progresiva autonomía. Asimismo, había desplegado mecanismos de
intervención variados, como las juntas reguladoras, el Banco Central mixto, y
algunas empresas productivas ligadas al poder militar.
En los años 30, la sustitución de importaciones industriales había provocado
cambios en la composición de la clase obrera. Junto al aumento en la cantidad

3 Véase Daniel Campione, op. cit.


4 Véase Susana De Luque y Miguel Mazzeo: “Estado y sociedad, régimen político y régi-
men de acumulación. Algunos conceptos para la comprensión de la historia argentina”,
que integra esta misma obra.
5 Un ejemplo de ello fue el Plan Pinedo de 1940. El hecho de no aprobarse en el Congreso
marcaba la complejidad de intereses dentro de la clase dominante. Véase Daniel Campione,
op. cit., p. 133, y Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, op. cit., pp. 33-42.

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de obreros se había acelerado el proceso de urbanización con las migraciones


internas. Una característica esencial de la industrialización de la época consis-
tió en que la creciente incorporación de mano de obra industrial no había sido
acompañada por un proceso de redistribución de ingresos hacia los trabajado-
res. Así, los obreros habían permanecido excluidos de los beneficios de la in-
dustrialización y no habían logrado aumentar su baja capacidad de consumo.
Sin la preocupación ni la necesidad por legitimarse en el control del Estado
ante las mayorías, los dirigentes de la Concordancia limitaron la instrumenta-
ción de los mecanismos de intervención estatal a la articulación de intereses
entre sectores de la clase dominante. El Estado de los años 30 en general no
reconoció –y menos aun garantizó– los derechos por los que luchaba el movi-
miento obrero. Si bien se implementó cierta legislación laboral, no se solía
imponer su cumplimiento y la norma en la política hacia el movimiento obrero
era la represión concertada entre empresarios y Estado6 . Ese Estado que no
reconocía los derechos sociales de las mayorías tampoco garantizaba los dere-
chos políticos puestos en juego desde 1916. Por el contrario, el régimen políti-
co que sostenía en el poder a la clase dominante se regía por el fraude y excluía
de la participación y de la representación política a la mayoría de la sociedad.
De ello surge otro elemento importante para explicar el golpe de Estado de
1943 y el inicio del proyecto de Perón: a lo largo de la década se fue profundi-
zando la pérdida de legitimidad del sistema político y la crisis de representa-
ción política, procesos que se acentuaron desde el inicio de la Segunda Guerra
Mundial, debido principalmente a tres factores.
En primer lugar, hacia 1943 algunos integrantes de la clase dominante local y
de las Fuerzas Armadas interpretaban el desarrollo de la guerra como un “avan-
ce comunista”; una clase obrera excluida del sistema político y del modelo
económico se les presentaba como una potencial amenaza.
Por otro lado, sectores civiles de poder jerarquizaron las ideas militares e
incorporaron a cargos estatales a algunos de sus integrantes. Para ciertos
grupos militares las condiciones de éxito militar ante una guerra eventual
dependían de que la sociedad adquiriera “independencia económica” soste-
nida por un “Estado fuerte” y de que se limitaran al máximo los conflictos
sociales y el descontento de la población7 . Claro está que la relación de
fuerzas políticas vigente hacia 1943 hacía inviable la puesta en marcha de
tal proyecto.

6 Véase Daniel James: Resistencia e Integración. El peronismo y la clase trabajadora argen-


tina 1946-1976, Buenos Aires, Sudamericana, 1990, p. 21.
7 Daniel Campione, op. cit., p. 135.

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Por último, la pérdida de legitimidad del sistema político se profundizó frente


a las posiciones del gobierno ante los bandos que libraban la Guerra Mundial.
El presidente Castillo había seguido una política de neutralidad, y persistió en
esa posición aun cuando Estados Unidos entró en el conflicto. En ese nuevo
contexto, la neutralidad oficial fue interpretada por la mayoría de los partidos
políticos tradicionales como un apoyo al Eje nazi-fascista. Sectores cada vez
más amplios de la opinión pública generaron un clima de descontento social y
presionaron al gobierno por una definición pro-aliados, que en términos de la
política interna significaba una denuncia contra la pérdida de derechos políti-
cos, las prácticas de fraude y el alejamiento de los “valores democráticos”. Por
su parte, las Fuerzas Armadas también se hallaban inmersas en la controversia
por la definición del país ante la guerra. Mientras los altos oficiales del Ejército
se inclinaban por la declaración de guerra al Eje, entre la oficialidad intermedia
primaba la opinión de mantener la neutralidad8 .
En este contexto conflictivo, el presidente Castillo designó como candidato
oficial a las elecciones presidenciales convocadas para septiembre de 1943 al
senador conservador Robustiano Patrón Costas, partidario de la continuación
del fraude que adhería a la posición de los Estados Unidos en la guerra. De
modo que la decisión de Castillo terminó por unir a distintos sectores militares
y precipitó el golpe que éstos venían gestando: el 4 de junio de 1943 las Fuerzas
Armadas derrocaron al gobierno de la Concordancia e impusieron una dictadu-
ra que se mantuvo hasta 1946.

3. 1943-1946: los orígenes del peronismo

Las pujas entre los diversos sectores militares que confluyeron en el golpe de Estado
marcaron el tono de conflictividad de los primeros meses de la “Revolución de
Junio”. Inicialmente se mantuvo el rumbo económico del gobierno de Castillo,
pero en octubre de 1943 se produjo un “golpe dentro del golpe” y adquirieron
mayor preponderancia los militares pertenecientes al Grupo de Oficiales Unidos
(GOU), entre los cuales se encontraba el entonces coronel Juan Domingo Perón9.
Desde ese momento Perón fue abriéndose espacios de decisión dentro del Esta-
do. Hacia julio de 1944 era ya el hombre fuerte del gobierno: acumulaba los
cargos de secretario de Trabajo, ministro de Guerra y vicepresidente. ¿A qué se

8 Juan Carlos Torre: “Introducción a los años peronistas”, en Juan Carlos Torre (dirección de
tomo), Los años peronistas (1943-1955), Nueva Historia Argentina, tomo VIII, Buenos
Aires, Sudamericana, 2002, p. 15.
9 Idem, p. 17.

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debía el ascenso vertiginoso de Perón? Mucho se ha escrito sobre sus “verdade-


ros” objetivos. Como veremos más adelante, la interpretación del ascenso polí-
tico de Perón se relaciona estrechamente con las diferentes visiones acerca de
por qué la mayoría de los trabajadores se hicieron peronistas. Y como nuestro
estudio no pretende abordar el análisis de las aspiraciones personales de los
líderes políticos, centraremos la atención en los procesos de cambio que expli-
can el ascenso político de Perón. En todo caso, coincidimos con Juan Carlos
Torre, cuando afirma que “fue él quien supo ofrecer en esos momentos difíciles
dos cosas de las que carecía la Revolución de Junio: un programa social y eco-
nómico y una apertura hacia grupos estratégicos de la sociedad”10 .
La afirmación de Torre señala dos de los tres procesos de cambio que tendremos
en cuenta para comprender cómo se originó el peronismo. En efecto, entre
1943 y 1946, desde sus cargos de gobierno, Perón comenzó a desplegar un
proyecto económico que, valiéndose de las nuevas condiciones del capitalismo
mundial, iniciaría un cambio dentro del régimen de acumulación industrial.
En el mismo período se articularon nuevas relaciones entre el Estado y los dife-
rentes sectores de la sociedad –fundamentalmente entre el Estado y la clase
obrera– y también una “apertura” del Estado hacia empresarios industriales
desplazados de la alianza de poder de los años previos.
Pero, además, entre 1943 y 1946 se construyó la fuerza política que llevó a
Perón a la Presidencia en 1946. Fueron los años del “trabajo por la legitimi-
dad”11 . Es decir que, desde el control de espacios estatales, Perón fue organi-
zando alianzas políticas para arribar al gobierno mediante mecanismos consti-
tucionales. Así, desplegó estrategias que le permitieron construir una base amplia
de consenso social.
Esta distinción de tres procesos simultáneos, pero diferenciados en el análisis,
nos permite complejizar los momentos fundantes del peronismo, alejándonos
de las interpretaciones lineales. Por ejemplo, la legislación social del período
ha sido interpretada por la historiografía antiperonista como un paquete de
medidas demagógicas en pos del encumbramiento político de Perón. Esa inter-
pretación, en el mejor de los casos, restringe lo ocurrido en aquellos años cen-
trándose exclusivamente en las aspiraciones políticas de Perón, y soslaya que el
aumento de la capacidad de consumo de los asalariados era un punto central del
proyecto económico y favorecía, además, la acumulación de capital industrial.
El “programa económico” del coronel Perón consistía básicamente en el fo-
mento estatal a la industria teniendo en cuenta el mercado interno de consumo

10 Juan Carlos Torre: op. cit., p. 24.


11 Daniel Campione, op. cit.

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como potencial espacio de demanda en la posguerra, en el marco del “orden y la


paz social”. Los mecanismos estatales privilegiados para llevar adelante el pro-
yecto debían aún ser organizados, ya que, como vimos, hasta el momento el
Estado sólo había desplegado un tipo de intervencionismo “defensivo”. De modo
que, para tales fines, se crearon organismos tales como el Banco Industrial, la
Secretaría de Industria y Comercio y, principalmente, la Secretaría de Trabajo y
Previsión (1943) y el Consejo Nacional de Posguerra (1944).
A fines de 1943, Perón fue designado secretario de la flamante Secretaría de
Trabajo y Previsión (STP). La STP abría nuevas áreas de acción estatal,
jerarquizaba las políticas sociales y concentraba la gestión de las relaciones la-
borales, las políticas de vivienda y de jubilaciones. Al mismo tiempo aseguraba
la protección de los pequeños productores rurales e indígenas12.
La política de legislación social seguida por la STP implicó una ruptura en las
relaciones de trabajo y, a la vez, significativos cambios tanto en la intervención
del Estado en las relaciones entre empresarios y trabajadores, como en las del
propio Estado con cada una de esas clases sociales. La STP, a través de variados
decretos, estableció aumentos salariales, el derecho de todo trabajador a un perío-
do anual de vacaciones pagas, a percibir una indemnización proporcional a su
antigüedad al ser despedido sin causa (Ley de Despidos), al sueldo anual comple-
mentario (aguinaldo) y al seguro social y la jubilación para un importante sector
de los asalariados. Además, la STP garantizó el cumplimiento de legislación pre-
via que, en general, el empresariado evadía, como la de jornada de trabajo de ocho
horas diarias y cuarenta y cuatro semanales y la de indemnizaciones por acciden-
tes laborales. Asimismo, estableció un conjunto de estatutos particulares para
distintos sectores de trabajadores. El principal de ellos fue el Estatuto del Peón
Rural: fijó por primera vez un sistema de salarios mínimos para diferentes traba-
jos rurales, estabilidad laboral, descanso dominical obligatorio y mejoras en las
condiciones de trabajo, alimentación y vivienda de los peones.
La legislación social implicó el reconocimiento estatal de derechos por los que
luchaba el movimiento obrero desde principios del siglo XX. Era también una
señal concreta de un espacio estatal que buscaba colocarse como “protector” de
los trabajadores frente al empresariado. Con ella comenzó a aumentar la capaci-
dad de consumo de los asalariados al tiempo que alarmaba a las cámaras empre-
sariales, ya que consideraban la labor de la STP -que con su intervención limi-
taba la acción de los empresarios- como una injerencia “antinatural” y ajena a
las relaciones de trabajo. En especial, la Sociedad Rural Argentina rechazó la
intervención del Estado en la vida de las estancias, espacio que tradicionalmen-

12 Daniel Campione, op. cit., p. 143.

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te controlaban los terratenientes con exclusividad, y sostenía, con razón, que el


Estatuto del Peón afectaba directamente sus ganancias. De modo que, entre
1943 y 1946, la política social de Perón fue delimitando los sectores que for-
marían parte de su fuerza política, y los que se excluirían. Ello no implica que
Perón no haya buscado apoyo empresarial en esos años.
Al mismo tiempo, desde la STP, Perón profundizó el intervencionismo estatal
en las relaciones laborales a través de un firme fomento a la sindicalización y
mediante los primeros convenios colectivos de trabajo.
En tiempos del golpe de 1943, aproximadamente un 20 por ciento de los trabaja-
dores se hallaba sindicalizado. La organización gremial era mayor en los sectores de
servicios y más incipiente en las actividades industriales. En los primeros, la mayo-
ría constituía un gremialismo “reformista y negociador”13 liderado por socialistas y,
en menor medida, por sindicalistas. En cambio, en la organización gremial de las
industrias primaba una dirigencia comunista. El liderazgo sindical compartido en-
tre socialistas y comunistas había llevado a la formación de centrales sindicales
rivales. En ese contexto, durante los primeros meses de la Revolución de Junio se
desplegó una política represiva, que continuaba las implementadas durante la “Dé-
cada Infame”. El corte anticomunista del nuevo régimen se manifestó con rapidez:
días después del golpe los principales dirigentes y militantes comunistas habían
sido puestos en prisión. A la vez, la política de control sobre el movimiento obrero
abarcó un decreto por el cual el gobierno se arrogó el derecho de determinar qué
organizaciones podían representar a los trabajadores.
La injerencia del Estado en la organización del movimiento obrero se complejizó
cuando Perón se hizo cargo del área laboral a fines de 1943. La política se volvió
“selectiva”, ya que mantuvo un carácter represivo hacia los comunistas, mientras se
iniciaban contactos con dirigentes gremiales sindicalistas y socialistas, que ocupa-
rían espacios dejados por los comunistas. A la vez, se elaboraron decretos para pro-
mover las negociaciones colectivas bajo la tutela estatal y la STP facilitó la
sindicalización. En suma, se socavaba la influencia de las fuerzas comunistas a la vez
que se transformaba al Estado en una instancia política a la que podían recurrir
muchos de los trabajadores para nivelar las relaciones de fuerza en las empresas14.
En diversos y conocidos discursos del período 1943-1946, Perón justificaba sus
políticas al tiempo que difundía lo que Daniel James llamó “elementos ideoló-
gicos del peronismo”15 . El Estado, sostenía Perón, debía ser el artífice y el

13 Véase Louise Doyon, “La formación del sindicalismo peronista”, en Juan Carlos Torre
(dirección de tomo), Los años peronistas (1943-1955), Nueva Historia Argentina, tomo
VIII, Buenos Aires, Sudamericana, 2002, p. 360.
14 Idem, pp. 362-363.
15 Daniel James, op. cit., primera parte: “Los antecedentes”, pp. 19-65.

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garante de la “armonía de clases” y de la “justicia social”. Ante el empresariado,


Perón argumentaba que si el Estado no tutelaba las relaciones entre el capital y
el trabajo, continuaría una situación injusta para los trabajadores y avanzaría
entre los obreros la difusión de ideas comunistas, poniéndose en peligro el or-
den social y la misma “Nación”. Por el contrario, afirmaba que una clase obrera
organizada junto a un Estado atento a la “cuestión social” constituía la garantía
de la cohesión social, la finalización de la “lucha de clases” y, en consecuencia, el
clima adecuado para la inversión y la ganancia empresarial. Como ocurría en
otros países por la misma época, en la política social convergían los objetivos de
control social, de generación de instrumentos para aumentar la demanda y la
búsqueda de consenso.
De ese modo, como sostiene Daniel Campione, “se le asignaba al Estado el rol
de tercero indispensable en todas las relaciones entre capital y trabajo”16 . Se
provocaba un aumento en la autonomía del aparato estatal con respecto a los
intereses inmediatos de los sectores dominantes: cada vez más, el Estado se
colocaría “por arriba” de las clases sociales.
En su trabajo Resistencia e integración..., Daniel James analizó las implicancias
que la “armonía de clases”, considerada un elemento formal de la ideología
peronista, ejerció en las relaciones entre el Estado peronista y el movimiento
obrero. Para James, la preocupación de Perón por los peligros de la “masa des-
organizada” debía cristalizar en que los sindicatos actuaran como “instrumen-
tos del Estado para movilizar y controlar a los trabajadores”. Y sostiene que
actuó como elemento cooptativo del peronismo, reflejado en exhortaciones ofi-
ciales a los trabajadores para conducirse pacíficamente, tales como el conocido
“de casa al trabajo y del trabajo a casa”.17
Sin embargo, en el período de formación del peronismo, la difusión de la idea
de “armonía de clases” habría actuado más bien como elemento constructivo de
la identidad peronista, como “atractivo ideológico”. Habría colaborado con la
estructuración de un sentimiento de pertenencia de los trabajadores a un pro-
yecto de país, a la industrialización como “empresa nacional”, y de unión con
empresarios también nacionales, portadores de un “capital progresista”, dife-
renciado, en el discurso peronista, del capital extranjero, de carácter “explota-
dor e inhumano”18 . Desde luego, Perón también ponía en juego así parte de su
estrategia en la búsqueda de un consenso con amplias bases sociales para cons-
truir su fuerza política. En este sentido, y más allá de los sentimientos de los

16 Daniel Campione, op. cit., p. 138.


17 Daniel James, op. cit., p. 51.
18 I d e m .

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trabajadores, la mayoría de los dirigentes sindicales, por lo menos hasta media-


dos de 1945, aprovecharon las oportunidades que les ofrecía la STP al tiempo
que se mantenían distantes y críticos del gobierno militar.
En la concepción del Estado que difundió Perón entre 1943 y 1946, se desplegaron
también rasgos de planificación económica. En mayo de 1944 fue creado el Consejo
Nacional de Posguerra, que reunió a militares, empresarios y sindicalistas. Entre
sus objetivos se destacaban el estudio de la situación económica y social del país, el
establecimiento de los “posibles desequilibrios” que ocasionaría el fin de la Guerra
Mundial y la preparación de un programa económico a adoptar en función de sus
diagnósticos. El Consejo Nacional de Posguerra propuso un programa industrialista
sostenido por el Estado y por el aumento de la demanda interna. Además, instrumentó
buena parte de las medidas que adoptaron el gobierno militar primero y luego el
peronismo entre 1946 y 1949. Pero el hecho mismo de la creación del Consejo
expresaba la nueva concepción planificadora, ya que era el Estado el que convocaba
y sometía la iniciativa privada a sus orientaciones19.

4. 1945: polarización social y política

Hacia 1945, la profundización de la política social y el avance del Estado en


ámbitos de decisión tradicionalmente exclusivos de los empresarios, enfrenta-
ron a las organizaciones patronales con los sindicatos y con el sector del gobier-
no liderado por Perón. La oposición de la Sociedad Rural Argentina se centraba
en el Estatuto del Peón y se extendía a la consideración de que un desarrollo
industrial más profundo que el que había liderado la burguesía agraria en la
década del 30 era contrario a sus intereses. Más heterogénea, pero no menos
conflictiva, era la posición de los integrantes de la Unión Industrial Argentina.
Si bien la UIA oficialmente asumió un papel opositor destacado, la política
industrialista del gobierno generaba tensiones entre sus miembros. Finalmen-
te, sólo una minoría de ellos adhirió inicialmente al proyecto del coronel Perón20 .
Lo que atemorizaba a la mayoría de los empresarios no era una inminente revo-
lución comunista, sino la organización del movimiento obrero promovida des-
de la STP, la garantía estatal de los derechos de la clase obrera y el rol de “árbi-
tro de la paz social” que Perón se asignaba. Sólo industriales que habían crecido
con las oportunidades abiertas por la guerra y que se orientaban principalmen-

19 Daniel Campione, op. cit., p. 145.


20 Véase Ricardo Sidicaro: Los tres peronismos. Estado y poder económico 1946-55 / 1973-
1976 / 1989-99, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 58.

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te al mercado interno apoyaban a un posible gobierno peronista. Lo expuesto


no excluye que, hasta mediados de 1945, Perón haya buscado adhesiones den-
tro de las corporaciones empresarias y de los partidos políticos tradicionales. Es
que, en función de construir una fuerza política capaz de llegar al control del
Estado, desplegó estrategias basadas en incorporar fuerzas de casi todo el espec-
tro político y luego en promover una polarización política. Como afirmó Horacio
Pereyra, “Perón, en su primera instancia previa a la Presidencia, dialogó con
todos los sectores, en un esfuerzo por la suma, hasta que desató el conflicto y
polarizó”21.
Así, hacia mediados de 1945, al calor de las políticas de Perón, se agudizaron
las tensiones entre capital y trabajo, se frustraron los intentos de alianza del
coronel con líderes políticos tradicionales y se desató una polarización política.
El inminente triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial unió a una
heterogénea oposición a Perón conformada por los partidos políticos tradicio-
nales de los obreros, de la clase media y de la burguesía –enfrentados además
con el régimen por su trayectoria antiliberal y neutralista–, las corporaciones
empresarias, estudiantes universitarios y sectores de las Fuerzas Armadas. Este
polo exigía la entrega del gobierno a la Corte Suprema de Justicia, para que
fueran sus ministros quienes convocaran a elecciones.
Por su parte, los sindicatos abandonaron su distancia con el régimen y se ali-
nearon con la STP. Simultáneamente, Perón forzó la confrontación profundi-
zando las medidas sociales y asumiendo un discurso marcadamente obrerista.
Así, alejaba al Estado del papel conciliador que antes le había dado.
En octubre el conflicto se extendió al interior del gobierno militar: los sectores
de las Fuerzas Armadas ligados a la oposición desplazaron de sus cargos a Perón
y lo detuvieron. En este contexto se abrió un intenso período de lucha política
protagonizado por los trabajadores, que culminaría con el triunfo del peronismo
en las elecciones de febrero de 1946. Su momento más álgido fue la moviliza-
ción popular del 17 de octubre: un día antes de la huelga general convocada por
los dirigentes sindicales para el 18 de ese mes, numerosos grupos de trabajado-
res manifestaron su adhesión a Perón en las principales ciudades del país.
En Buenos Aires, desde los suburbios industriales los manifestantes confluye-
ron en Plaza de Mayo y exigieron la libertad de Perón. Mientras, el gobierno
debatía las medidas a tomar y dialogaba con dirigentes cercanos al coronel. Por
su parte, las fuerzas policiales y militares no estuvieron dispuestas a reprimir la
manifestación. El desenlace, hacia la noche, fue la liberación de Perón, su dis-

21 Horacio Pereyra: “Algunas hipótesis para el análisis del peronismo (1945-1955)”, Cua-
dernos de Historia Argentina 1, Buenos Aires, Biblos, 1988, p. 5.

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curso en los balcones de la Casa de Gobierno, y el inicio oficial de su carrera a la


presidencia.
El 17 de octubre concentra una alta significación. Para el movimiento peronista
simbolizó la lealtad del pueblo al líder. Para la sociedad tradicional fue la sor-
presa y el temor ante la evidencia de que los trabajadores habían demostrado
capacidad para generar un hecho político que logró torcer la coyuntura a su
favor.
Daniel James sostiene que el peronismo tuvo un “significado social herético”, y
que buena parte de tal carga simbólica se evidenció públicamente por primera
vez en aquel 17 de octubre. La manifestación popular y las formas que asumió
rechazaron “las formas aceptadas de jerarquía social y los símbolos de autori-
dad”22 . El sitio elegido, la Plaza de Mayo, significó una transgresión de los
criterios tradicionales de jerarquía espacial. La conducta de los manifestantes,
irreverente y hasta festiva a los ojos de la sociedad tradicional, subvertía la
autoridad cultural de los sectores dominantes y de la clase media.
El 17 de octubre inició entonces la campaña electoral, signada por una fuerte
polarización social y política. Las fuerzas de la oposición se nuclearon en la
Unión Democrática, conformada por la UCR, el Partido Demócrata Pro-
gresista, el Partido Socialista y el Partido Comunista, a la cual adhirieron
las organizaciones empresarias.
Dirigentes sindicales de diferentes vertientes ideológicas –socialistas, sindica-
listas, radicales e independientes–, y en su mayoría con amplia experiencia sin-
dical, crearon el Partido Laborista. Su fundación, su programa, su discurso cla-
sista y su objetivo de participar de manera autónoma en las elecciones demos-
traban el importante grado de organización alcanzado por sectores de la clase
obrera antes de 194323 . Sin embargo, su pretensión de autonomía era proble-
mática porque los dirigentes reconocían el liderazgo de Perón entre los trabaja-
dores y le ofrecieron la candidatura a la Presidencia.
La alianza política que llevaba a Perón como candidato a presidente contaba
además con el apoyo de la Iglesia. La dictadura de junio había perseguido a los
comunistas y había establecido la enseñanza religiosa. En la campaña electoral
la Unión Democrática se oponía a la orientación clerical del régimen y agitaba
la bandera de la enseñanza laica. Estas razones prevalecieron en la decisión de la
jerarquía eclesiástica por sobre su rechazo al discurso y a la política obrerista de
Perón. También buena parte de las Fuerzas Armadas se encolumnaron tras él,
luego del apoyo popular demostrado hacia la labor del régimen el 17 de octu-

22 Daniel James, op. cit., p. 48.


23 Murmis y Portantiero, op. cit.

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bre. Completaban los apoyos pequeños y medianos empresarios sin representa-


ción corporativa y sectores minoritarios de partidos políticos tradicionales.

La campaña electoral ofreció a Perón la oportunidad para desplegar un discurso


“nacionalista-antiimperialista”, otro elemento ideológico de la identidad del
movimiento peronista de aquellos tiempos. El ex embajador norteamericano
Spruille Braden, entonces subsecretario de Estado en Estados Unidos, hizo pú-
blico su apoyo a la Unión Democrática y dio a conocer un informe donde de-
nunciaba conexiones de militares argentinos con el régimen nazi. La intromi-
sión de Braden fue aprovechada por Perón: a su discurso de tono obrerista agre-
gó una apelación a la unidad nacional contra el imperialismo norteamericano.
Perón denunciaba que el enemigo externo tenía colaboradores dentro de la so-
ciedad argentina: la “oligarquía vendepatria”. Su idea quedó sintetizada cuan-
do afirmó: “Sepan quienes votan el 24 la fórmula del contubernio oligárquico-
comunista, que con este acto entregan su voto al señor Braden. La disyuntiva en
esta hora trascendental es ésta: ¡Braden o Perón!” 24 .
En las elecciones de febrero de 1946 la fórmula Perón-Quijano se impuso a la
de la Unión Democrática obteniendo el 52 por ciento de los votos.

5. Los obreros y los orígenes del peronismo

¿Por qué los trabajadores se hicieron peronistas? La pregunta ha recorrido la


historiografía, ha sido respondida desde variadas posiciones ideológicas y ha
generado debates. Nos interesa presentar tres visiones que sobresalieron en el
campo académico: la “visión clásica”, la “visión revisionista” y la interpreta-
ción del historiador británico Daniel James. Estos enfoques presentan diferen-
tes categorías de análisis para estudiar la adhesión al peronismo de buena parte
de la sociedad argentina de mediados de siglo XX. Además, las dos primeras
visiones reflejan en el campo historiográfico la polarización política peronismo-
antiperonismo que siguió signando a la sociedad argentina luego de 1955.
La visión clásica fue configurada por el sociólogo italiano Gino Germani pocos
años después del derrocamiento de Perón, imbuida por el proceso de
desperonización dominante en el país. Más que preguntarse por qué los traba-
jadores se hicieron peronistas, a Germani le interesó responder a la pregunta de
por qué los obreros fueron engañados y “siguieron” a Perón. Su abordaje se
centró en la relación líder-masa: sostenía que el crecimiento industrial de la

24 Citado por Juan Carlos Torre, op. cit., p. 38.

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década del 30 y las migraciones internas habían generado un proletariado in-


dustrial que no tenía experiencia sindical ni política. Esos trabajadores “nue-
vos”, recién llegados a las ciudades, estaban “disponibles” para ser manipulados
por un líder paternalista y autoritario. Según Germani, la relación entre Perón
y la “masa” estaba signada por la heteronomía. Es decir, que los obreros perdie-
ron su autonomía al no formar un partido político clasista, y estaban domina-
dos por un poder carismático y demagógico.
Según esta visión, Perón manipulaba a los obreros, fundamentalmente al “dar-
les” beneficios económicos concretos a cambio de adhesión política. La adhe-
sión no era racional, sino basada en la incapacidad de las mayorías para “recono-
cer las verdaderas intenciones” de los dirigentes, y en su predisposición para ser
engañados y sometidos por la propaganda oficial. De este modo, a tono con las
críticas académicas de su época, Germani afirmaba demostrar el carácter
antidemocrático del régimen peronista25 .
La “visión revisionista” se formuló a fines de la década del 60, en el contexto de
las luchas contra la dictadura de la Revolución Argentina y frente a la posibilidad
de conformar una fuerza política popular alternativa y viable. En el ya citado
trabajo, Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero abordaron la peronización de
los trabajadores a partir de constatar que en la conformación del peronismo juga-
ron un papel protagónico no sólo los obreros “nuevos” sino principalmente la
vieja dirigencia y militancia sindical. El peronismo se había originado como una
alianza policlasista integrada por los obreros de modo racional y pragmático. Su
participación activa y autónoma en la alianza implicaba formar parte de un pro-
yecto social que reconociera los reclamos y las luchas tradicionales del movimien-
to obrero. Para Murmis y Portantiero era erróneo caracterizar de pasiva, heterónoma
e irracional a la participación obrera en los orígenes del peronismo. Por el contra-
rio, destacaron la experiencia sindical de la clase obrera y su grado de autonomía,
plasmada en la organización del Partido Laborista26 .
El aporte de Daniel James27 consistió en abordar esta problemática estudiando
la conformación de la identidad peronista. James entiende que esa identidad se
estructuró como una red de elementos subjetivos que unía a los trabajadores.
Los elementos que conformaron los sentimientos de pertenencia al peronismo
fueron valores, pensamientos, prácticas y símbolos compartidos por los obre-
ros. En buena parte, esos sentimientos fueron producto de sus experiencias in-
dividuales y colectivas de la década previa a 1943.

25 Gino Germani: Política y sociedad en una época de transición, Buenos Aires, Paidós,
1966.
26 Murmis y Portantiero, op. cit.
27 Daniel James, op. cit.

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James abordó la relación entre Perón y los peronistas desde un plano simbólico,
discursivo. Analizó el discurso de Perón en sus formas y en sus contenidos, y en
cómo fue decodificado por los trabajadores. En sus formas –el tono, el vocabu-
lario, los gestos– generó credibilidad e identificación. Sus contenidos actuaron
como “atractivos ideológicos”: la “justicia social”, la “independencia económi-
ca” y, fundamentalmente, la “dimensión social de la ciudadanía”.
Así, James considera que el éxito del discurso de Perón se debió en buena parte
a su capacidad para redefinir la idea de ciudadanía. La ciudadanía entendida
como ejercicio pleno de los derechos políticos, frente a la exclusión política, fue
un aspecto importante del discurso peronista. Sin embargo, la “ciudadanía po-
lítica” era un elemento compartido con la tradición radical –y bandera de la
Unión Democrática– y claramente desacreditado en el contexto de la crisis de
legitimidad de la década del 30. La novedad del discurso peronista consistió en
otorgarle una dimensión económico-social a la noción de ciudadanía: los traba-
jadores tenían derecho a una inclusión en el proyecto económico, a una partici-
pación en los beneficios y a organizarse y luchar para que se les reconociesen
esos derechos. De modo que la verdadera democracia había de ser construida
con “justicia social” y la industrialización ya no podía ser concebida con la
“extrema explotación” de los obreros. Ello implicaba, afirmó James, una visión
distinta y nueva tanto del rol de los trabajadores en la sociedad como de la
relación entre los trabajadores y el Estado.
Sin negar la existencia de elementos paternalistas en el discurso de Perón, James
privilegia como atractivo ideológico la apelación a una clase social autónoma,
que debía seguir organizándose y requerir al Estado la garantía de sus derechos.
Y si bien sostiene que durante sus gobiernos la figura de Perón se identificó con
el Estado, la “ciudadanía social” perduraría en el tiempo como elemento ideo-
lógico de la clase obrera y explicaría, en parte, sus posteriores luchas.
El logro de Perón en el despliegue de sus diversas formas discursivas habría con-
sistido, entonces, en articular y en resignificar elementos ideológicos del pensa-
miento de los trabajadores, conformándose así la ideología peronista. En palabras
de Ezequiel Sirlin: “Sin menospreciar la importancia que tuvieron las reformas
sociales llevadas a cabo por Perón desde 1943, James entiende que la fortaleza y
perdurabilidad del vínculo se deben a cómo el discurso peronista llegó a tocar las
‘fibras más sensibles’ de esos trabajadores, transformando el escepticismo en opti-
mismo, la desunión en unión, el miedo vivido solitariamente en coraje colectivo,
los estigmas raciales en motivo de orgullo fraterno y nacional, la derrota en triun-
fo, la inclinación en actitudes heréticas, la humillación en dignidad”28 .

28 Ezequiel Sirlin: “Daniel James, introducción a su perspectiva”, Buenos Aires, M/C, mayo
de 2004, p. 3.

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