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*Elisalde, R., Scher, O. y García, R. (comp.) (2016).

Historia social de la Argentina contemporánea


(1930-2003), Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Eudeba.

Capítulo II. El peronismo como estrategia de los trabajadores: políticas socioeconómicas y


educativas (1943-1955). Roberto Elisalde

Sociedad y economía en los años 40: acumulación de capitales sin redistribución social

En la década del 40 se produjeron cambios que tuvieron una notable influencia en los años
posteriores al periodo. A nivel internacional, culminaron procesos que habían afectado y
modificado el sistema capitalista mundial: la llamada “guerra de los treinta años” (1914-1945) y
la crisis económica iniciada en 1929 (Wallernstein, 2006). En la Argentina, la irrupción del
radicalismo profundizó la crisis del régimen oligárquico e incorporó, aunque de manera parcial,
a las clases populares al ámbito político-institucional. Sin embargo, a partir del golpe militar de
1930, la elite conservadora reorganizó el régimen oligárquico y profundizó la dependencia
argentina respecto del Reino Unido, con medidas como el pacto Roca-Runciman. La crisis
mundial obligó al gobierno a sustituir importaciones y desarrollar la actividad industrial, aunque
de manera limitada y hasta que se recuperaran las condiciones anteriores a la crisis, tal como
sostenían los economistas liberales de la época. Este proceso provocó transformaciones sociales,
como las migraciones internas que, hacia los primeros años de la década del 40, constituyen la
base social de un nuevo proletariado, radicado en el conurbano bonaerense, en precarias
condiciones económicas y sociales, y prácticamente excluido del sistema político.
Algunos investigadores caracterizan al periodo comprendido entre 1935 y 1945 como un
proceso de acumulación de capitales sin redistribución social, es decir que el país creció
económicamente, pero los beneficios de ese crecimiento no alcanzaron a las clases populares
(Murmis y Portantiero, 1971).
Durante ese periodo, la expansión del mercado interno reforzó el proceso de sustitución de
importaciones con un mayor número de fábricas, el descenso del desempleo y el aumento de las
ganancias de los capitalistas. Este proceso de sustitución de importaciones fue apoyado por la
Unión Industrial Argentina y también por la Sociedad Rural, ya que la disminución de las
importaciones mejoró la balanza comercial y el Estado ejerció un menor control sobre las
ganancias obtenidas por la burguesía exportadora. Sin embargo, a inicios de los años 40, estos
beneficios no llegaban a los asalariados.
En esos años, los trabajadores fueron perseguidos e incluso sus reclamos laborales fueron
considerados dentro del orden penal, de allí que las fuerzas policiales y militares reprimieran
duramente muchas huelgas y movilizaciones. Sin embargo, el aumento del conflicto social –
particularmente durante los picos huelguísticos de 1936 y 1942-, obligó al gobierno conservador
a poner en práctica la intervención estatal en numerosas ocasiones, que en su mayoría
terminaron resolviéndose a favor de las patronales.

La crisis del sistema político y el golpe militar de 1943

La reorganización del régimen oligárquico en 1930 provocó en el conjunto de la ciudadanía un


importante descrédito de las instituciones estatales, así como de muchas organizaciones de la
sociedad civil. Fueron años en los que los partidos políticos no lograban concitar interés en la
participación ni tampoco se presentaban como verdaderos representantes de los diferentes
intereses.

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Como había sucedido con el régimen oligárquico a fines del siglo XIX, las clases privilegiadas se
apropiaron de las principales instituciones, tanto del Estado como de los propios partidos
políticos. Durante la década de 1930, la Unión Cívica Radical, el principal partido de raíz popular,
estuvo bajo la conducción de la corriente más moderada, de tradición alvearista. Por su parte, los
socialistas, si bien denunciaban el fraude de los conservadores, no lograron modificar esa
situación e incluso tomaron la polémica decisión de participar en elecciones manejadas por el
régimen. Los nuevos partidos de origen obrero, como el comunismo, continuaban siendo
perseguidos y prohibidos, así por ejemplo, dirigentes sindicales como José Peter fueron
encarcelados.
De esta manera, a inicios de la década de 1940 existía un escenario de descrédito, en el que el
sistema político expresaba una crisis de representación y de legitimidad, ya que desconocía o no
reflejaba las necesidades de la mayoría de la sociedad argentina. En ese contexto de corrupción,
fraude y conservadurismo político, sumado a la aplicación de medidas económicas de corte
liberal y antipopular, un sector del ejército consideró que era el momento propicio para la
irrupción de un nuevo golpe militar, en esta oportunidad guiado por corrientes nacionalistas.
A principios de 1943 se conformó un agrupamiento militar, el GOU –Grupo de Oficiales Unidos-
con la finalidad de influir en los futuros cambios políticos del país. Este tipo de organizaciones
internas a las instituciones castrenses tenían una larga historia en las Fuerzas Armadas del país
y de América Latina.
El GOU estaba conformado por oficiales, como Enrique González, Miguel Montes y el Coronel
Juan Domingo Perón. Su propuesta no era del todo clara, dado que convivían en este
nucleamiento diferentes corrientes políticas e ideológicas. Los unía un fuerte rechazo al régimen
liberal conservador, entre otras cuestiones. Respecto a su organización no se cuenta con mucha
información, aunque Perón afirmó que estaba basado en una red solidaria entre iguales que se
incorporaban a la organización de diez en diez, con un entramado en el que no todos sus
integrantes se conocían.
Algunos historiadores como Alan Rouquié, consideran que el papel del GOU fue
sobredimensionado por sus propios gestores, e incluso por otros historiadores, ya que la
preparación del golpe reunió a múltiples sectores políticos, además de esta logia. Sin embargo,
durante el proceso político que siguió al golpe de 1943, una de las líneas del propio GOU –
encabezada por Perón- logró imponer sus posiciones por sobre las demás.
El 4 de junio de 1943 tuvo lugar el golpe militar que puso término al gobierno conservador de
Ramón Castillo. Al principio, este golpe expresó la confluencia y la alianza de diferentes sectores
políticos dentro de las Fuerzas Armadas, aunque con un fuerte predominio de los de ideas
nacionalistas.
Los distintos sectores que protagonizaron el golpe tenían en común la oposición al fraude, la
promoción de la industrialización y el impulso de medidas de corte autoritario que, a su
entender, pusieran freno al avance del comunismo. En el plano internacional, sostenían
diferentes posiciones con respecto a la Segunda Guerra Mundial: algunos entendían que la
Argentina debía apoyar a los Aliados, otros defendían el neutralismo e incluso, una minoría
simpatizaba con el Eje. Aunque inicialmente los gobiernos surgidos del golpe sostuvieron la
neutralidad, en 1945, durante la presidencia de Edelmiro Farrel se declaró la guerra a la
Alemania nazi.

Las alianzas políticas y el nacionalismo

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En las Fuerzas Armadas existían diferentes corrientes políticas, que en parte explican muchos de
los conflictos posteriores, sobre todo en los momentos previos al surgimiento de Perón como
líder político (Buchrucker, 1987). Un grupo era el denominado nacionalismo restaurador,
representado por militares de tradición uriburista, que sostenían que la sociedad debía
organizarse en base a un orden jerárquico y sin la participación popular. Esta posición tuvo su
momento de mayor influencia durante el mandato del presidente de facto Pedro Pablo Ramírez.
El otro grupo estaba representado por seguidores del liberalismo conservador, que si bien eran
mayoría en las Fuerzas Armadas, tuvieron escasa participación en el golpe. Su principal
representante era el general Arturo Rawson. Por otra parte, se encontraba el nacionalismo
popular, cuya figura más destacada era Juan Domingo Perón, quien entendía que las masas
populares debían ser tenidas en cuenta en la nueva etapa política y postulaba la
industrialización del país.
El golpe de Estado se produjo el 4 de junio de 1943, encabezado por el GOU, que en esa
coyuntura estaba compuesto por representantes de diferentes grupos políticos de las Fuerzas
Armadas, aunque con claro predominio de los sectores nacionalistas.
Al tiempo de conocerse la noticia del nuevo golpe militar, numerosos grupos de manifestantes se
volcaron a las calles para celebrar el acontecimiento. La confusión respecto de la orientación del
nuevo gobierno de facto hizo que grupos de distinto signo político asumieran como propio este
hecho político. Arturo Rawson fue designado presidente provisional, pero dos días después,
debido a su intención de incorporar militares del gobierno anterior a su gabinete, debió entregar
el cargo a los sectores del nacionalismo restaurador. El general Ramírez asumió entonces como
presidente de facto. Al año siguiente, por diferencias entre los protagonistas del golpe, Ramírez
fue reemplazado por el general Edelmiro Farrell.

La Secretaría de Trabajo y la oposición empresarial

Hacia fines de 1943, la corriente nacionalista popular representada por Juan Domingo Perón,
consolidó su posición en el gobierno. Perón, quien inicialmente había sido designado a cargo del
Departamento Nacional del Trabajo, asumió luego como Secretario de Trabajo y Previsión. A
principios de 1944 sumó a este cargo el de Ministro de Guerra.
Desde su puesto en la Secretaría de Trabajo y Previsión, Perón propuso la estrategia de
establecer un diálogo con los diferentes sectores sindicales, para lo cual se revisaron y
modificaron las políticas existentes hasta ese momento. Las corrientes sindicales mayoritarias,
como los sindicalistas revolucionarios y buena parte de los gremios conducidos por los
socialistas, acudieron a la mesa de negociaciones con el secretario de Trabajo y Previsión, no así
los comunistas que rechazaron cualquier tipo de acuerdo.
Las primeras medidas tomadas por esta secretaría buscaban establecer un vínculo con
sindicatos. Para ello se ordenó la liberación del dirigente comunista José Peter y se derogó el
Estatuto de las Organizaciones Sindicales, que el mismo gobierno había impuesto en 1943, por
medio del cual se había limitado y sancionado la acción sindical. Con la intención de dar mayores
señales hacia los sindicatos, se designó a Domingo Mercante –hijo de un trabajador del
ferrocarril- como interventor temporal del gremio ferroviario.
Desde la Secretaría de Trabajo se llevaron a cabo un conjunto de reformas laborales que, en
buena medida, respondían a históricas demandas de los trabajadores. En este sentido se destacó
la implementación de un seguro social y de jubilaciones que beneficiaron a mas de dos millones
de personas; también se crearon los Tribunales de Trabajo, que se mostraron permeables a las
demandas obreras, por lo que facilitaron las negociaciones de los sindicatos a la hora de

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reclamar ante la justicia; se fijaron mejoras salariales y se implementó por primera vez el
aguinaldo para todos los trabajadores. Además, se garantizó la efectivización de otras reformas
que ya existían pero que no se habían cumplido hasta entonces, como las indemnizaciones por
accidente de trabajo.
Una de las reformas más avanzadas y polémicas, por lo que representó su aplicación fue el
Estatuto del Peón. Esta medida estableció un salario mínimo, condiciones básicas de
alimentación y vivienda, asistencia médica, horarios prefijados de trabajo, obligatoriedad de
descanso dominical y vacaciones pagas para todos los trabajadores rurales. Estas disposiciones
buscaron regular la explotación existente en el campo, así como cambiar los vínculos
paternalistas y abusivos de las patronales rurales. Este Estatuto generó un rechazo contundente
de las entidades gremiales que reunían a los propietarios rurales. El conjunto de reformas
implementadas por la Secretaría de Trabajo y Previsión, junto a la sanción de la Ley de
Asociaciones Profesionales, contribuyeron notablemente al fortalecimiento de las
organizaciones gremiales.
Las medidas tomadas por la Secretaría de Trabajo y Previsión y el fuerte activismo político de
Perón en su relación con los sindicatos, inquietaron a los sectores capitalistas, quienes
comenzaron a desconfiar de las consignas de orden y disciplina enunciadas por el gobierno de
Ramírez en los inicios del golpe. Las entidades propietarias mostraron preocupación debido a
que interpretaban que con las nuevas reformas sociales se perdía el control sobre los
trabajadores y, al mismo tiempo, se permitía una suerte de avanzada obrera. De esta manera, los
patrones, integrantes de la Unión Industrial Argentina (UIA), mostraron las primeras señales de
rechazo y, al poco tiempo, desplegaron una fuerte oposición a las propuestas de armonía social
promovidas desde el Estado. Aunque muchas asociaciones de industriales aceptaban el proyecto
estatal de ampliación del desarrollo industrial, pronto comenzaron a denunciar la
profundización de los conflictos de clase en el seno de sus fábricas.
Por su parte, la gran burguesía agraria, representada en la Sociedad Rural Argentina (SRA),
entendía que el proyecto industrialista de Perón estaba en la vereda opuesta respecto de sus
intereses. Inmediatamente, comenzaron a hacer pública su oposición a cualquier posible
intervención estatal en el comercio exterior. Además, combatieron activamente la sanción del
Estatuto del Peón, al que consideraron una reforma que expresaba la injerencia del Estado en las
relaciones entre peones y patrones.
La creciente oposición de los capitalistas a la política de Perón se hizo evidente en el llamado
Manifiesto de las Fuerzas Vivas, publicado por el diario La Prensa el 16 de junio de 1945. En ese
documento, más de 300 grupos de empresarios de la Cámara de Comercio y de la Unión
Industrial, manifestaron su descontento y oposición a la política social del secretario de Trabajo
y Previsión.
Durante su gestión, Perón no sólo se propuso acercarse a los sindicalistas, sino también a los
empresarios. Por eso, impulsó la creación del Banco de Crédito Industrial para la promoción de
la industria, y la Secretaría de Industria y Comercio. El 25 de agosto de 1944, pronunció un
discurso en la Bolsa de Comercio convocando a los sectores capitalistas a sumarse a su proyecto.
Sin embargo, estos grupos se mostraban cada vez más hostiles hacia Perón y su propuesta
política.
La respuesta de la corriente nacionalista y popular que expresaba Perón no se hizo esperar; el
Secretario de Trabajo continuó con su activa participación en reuniones con delegaciones
obreras e incluso comenzó a ser invitado por los gremios a celebraciones en los propios
sindicatos. En uno de esos encuentros, en septiembre de 1945, Perón manifestó ante obreros
metalúrgicos que el futuro era de las masas populares y que la burguesía iría poco a poco

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cediendo su puesto, y sus instituciones irían modificándose y reformándose de acuerdo a las
necesidades de los nuevos tiempos. Estos hechos cerraron el paso a estrategias políticas que
incluyeran a las clases capitalistas en un proceso común y su compromiso con la nueva política
iniciada en 1943. Sin embargo, al poco tiempo, comenzó a quedar claro que el resto del gobierno
de Farrell tampoco veía con buenos ojos el vínculo que se estaba generando entre los
trabajadores y el secretario de Trabajo y Previsión.

La estrategia de los trabajadores en los orígenes del peronismo

Una estrategia característica de la mayor parte del movimiento obrero desde la década de 1930
fue la acción de presionar al Estado por medio de huelgas y movilizaciones para obtener sus
reivindicaciones. Así lo hacían casi todas las corrientes sindicales: socialistas, sindicalistas
revolucionarios y comunistas, con excepción de los anarquistas. Los dirigentes sindicales de la
época afirmaban que en esos años el Estado tenía una fuerza que no se podía desconocer, por
eso entendían que había que reclamar ante él y hacer valer el peso de las organizaciones para
lograr leyes según sus necesidades. La particularidad a partir de 1943, que se profundizaría
desde 1946, fue que la presión y el reclamo sobre el Estado tuvieron como consecuencia la
obtención de muchas de sus demandas laborales históricas (Torres, 2002).
El otro rasgo relevante fue el vínculo político de los sindicatos con las ideas del nacionalismo
popular e incluso la alianza con otros sectores sociales, como por ejemplo, la denominada
“burguesía nacional” –empresarios con interés en el desarrollo económico y político local-. Tanto
el nacionalismo como la alianza con otros grupos sociales “progresistas” estuvieron presentes en
la estrategia de los Frentes Populares, reivindicada por sectores de la izquierda argentina.
De modo que la conformación de una alianza de clases entre la mayoría de los trabajadores con
un sector militar nacionalista y popular, e incluso con grupos de la burguesía local, expresaba
una estrategia de los obreros que hacia principios de la década de 1940 podía preverse, no solo
en la Argentina, sino también en otros países de América Latina.
La oposición a la alianza social que comenzaba a gestarse entre los trabajadores y Perón generó
signos de preocupación e inquietud entre las fuerzas empresariales más conservadoras. En 1945
era evidente que las acciones de la Secretaría de Trabajo habían generado descontento también
en las filas de las Fuerzas Armadas. El sector liberal de los militares comenzaba a reclamarle a
Perón una política más afín a los partidos de tradición conservadora y criticaba sus vínculos con
los obreros.
La oposición política identificaba a Perón con el fascismo y se hacía eco de argumentos que los
Estados Unidos venían desplegando en América Latina para cuestionar los movimientos
políticos de corte nacionalista y popular. La explícita participación en los asuntos internos de la
Argentina por parte del embajador norteamericano Spruille Braden fue festejada por la
oposición. El 19 de septiembre de 1945, este sector se expresó públicamente en las calles en la
denominada Marcha de la Constitución y la Libertad, de la que participaron la mayoría de las
fuerzas políticas y el propio embajador norteamericano. Reclamaban la entrega del poder a la
Corte Suprema de Justicia hasta que se realizaran elecciones. A los pocos días, los militares que
se oponían a Perón entendieron que era el momento de quitar del gobierno al secretario de
Trabajo, por ello el 8 de octubre de 1945 lo obligaron a renunciar y lo trasladaron como
prisionero a la isla Martín García.
La remoción de Perón fue interpretada por los trabajadores como una amenaza a sus flamantes
conquistas. Sin embargo, la situación dentro del movimiento obrero en esos años no era
homogénea. Entre las diferentes posturas estaban los sectores que no aceptaban vincularse con

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Perón –sobre todo el comunismo-, los que apoyaban las reformas sociales pero querían
mantener una distancia de la política de gobierno y los que ya se habían volcado decididamente
a apoyar a Perón. En la propia CGT se expresaban estas diferencias, incluso en los debates y la
votación final respecto de cuándo convocar a una huelga general y movilización por la amenaza
a sus logros sociales; finalmente, se decidió que fuera el 18 de octubre.
Por su parte, los partidos opositores se mantenían en su postura de entregar el poder a la Corte
Suprema hasta las elecciones y los militares prometían a los sindicatos que sus conquistas serían
garantizadas y que Perón no estaba preso.
A pesar de las posiciones encontradas, entre la mayoría de los trabajadores sindicalizados crecía
la convicción que Perón estaba preso y que sus estaban en verdadero riesgo. Por ello, las bases
habían iniciado acciones en todo el país. Comenzaron a producirse paros y movilizaciones en
diferentes ciudades y varias seccionales decretaron huelgas y movilizaciones. Estos hechos
precipitaron la realización de la gran convocatoria a la Capital. Finalmente, el 17 de octubre de
1945 los trabajadores, en su mayoría provenientes de los barrios fabriles del conurbano, se
movilizaron hacia la Plaza de Mayo.
Estos acontecimientos provocaron que los militares liberaran a Perón. La acción de las masas
obreras creó un nuevo diseño político que dio origen a la conformación de dos bloques sociales
enfrentados. Aquella movilización popular aceleró la convocatoria a elecciones para 1946, en un
clima particularmente enrarecido por los debates que provocaba el final de la Segunda Guerra
Mundial.
Los sucesos del 17 de octubre señalan el innegable liderazgo que Perón ocuparía en la escena
política desde entonces. Asimismo, el protagonismo de las masas en las calles y de las
organizaciones sindicales en aquel momento indica que para comprender la significación
histórica del peronismo no es suficiente analizar solo las ideas o las acciones de Perón (James,
1987). Así es que las transformaciones sociales y políticas que generó el peronismo solo pueden
comprenderse en el marco de la lucha social entre los diferentes sectores de la sociedad
argentina de aquellos años.
Con la liberación de Perón por la acción de los trabajadores culminó una de las primeras etapas
de este proceso, iniciado bajo el lema de la colaboración de clases sociales y que, como afirma el
historiador Hugo del Campo, terminó desencadenando un enfrentamiento de clases pocas veces
visto en la historia argentina.

Los bloques sociales enfrentados

Frente a la consolidación de la alianza social entre los trabajadores y el nacionalismo popular


encabezado por Perón, se fue estableciendo otro bloque social my poderoso que, bajo la
dirección de los terratenientes y los grandes comerciantes exportadores, nucleaba a la gran
burguesía industrial, junto a sectores militares industrialistas atemorizados por la movilización
obrera y a una gran parte de los sectores medios urbanos. La Sociedad Rural Argentina y la
Unión Industrial Argentina eran las organizaciones empresariales más activas de esta alianza
que reunió además a la casi totalidad de los partidos políticos, desde el conservadurismo liberal
hasta los socialistas y comunistas. Para las elecciones de 1946 estos sectores organizaron una
alianza política, la Unión Democrática (UD) que contó mayoritariamente con el apoyo de los
principales medios de prensa, e incluso el de la embajada norteamericana. Su fórmula
presidencial estuvo representada por los radicales, José Tamborini y Enrique Mosca.
El otro bloque social, representado por la alianza liderada por Perón y que reunía a la gran
mayoría de los trabajadores, ante la ausencia de una estructura partidaria propia, impulsó la

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formación del Partido Laborista (PL). Se trataba de un nuevo partido creado por dirigentes
sindicales, que en su mayoría tenían experiencia gremial y política dentro del sindicalismo
revolucionario, el socialismo y, en menor medida, en el comunismo. La fundación del nuevo
partido fue interpretada por muchos de los viejos sindicalistas como la realización de sus
reclamos de participación política autónoma en tanto clase trabajadora. En su Carta orgánica
fundacional se afirmaba el deseo de “luchar en el terreno político por la emancipación de la clase
laboriosa”, a la vez que prohibía explícitamente el “ingreso de personas de ideas reaccionarias o
totalitarias y de integrantes de la oligarquía”. Con un discurso clasista se proponía llegar al
poder y aspiraba ocupar el estado para cumplir con las reivindicaciones históricas del
movimiento obrero. El programa del laborismo proponía la convocatoria a elecciones
democráticas y una organización económica y social para el país basada en la “necesaria
redistribución de los ingresos que mejore los salarios y las condiciones de vida de los
trabajadores”. El Partido Laborista presentó la candidatura de Perón, acompañado para la
vicepresidencia por Hortensio Quijano, representante de una línea del radicalismo renovador,
surgida de una escisión de la UCR.
Durante la campaña electoral, los dos bloques sociales enfrentados pusieron en juego sus
alianzas políticas. El laborismo destacó los logros sociales alcanzados y presentó a Perón como
representante de los trabajadores y de la justicia social. Para diferenciarse de sus adversarios,
denunció que la Unión Democrática era financiada por la Unión Industrial y tenía el apoyo de los
Estados Unidos. De esta manera, el Partido Laborista manifestaba que su fórmula representaba
los intereses populares, mientras que la Unión Democrática expresaba los intereses oligárquicos.
Por su parte, la Unión Democrática basó su campaña en la denuncia de un supuesto avance del
“nazifascismo” en la Argentina (Pont, 1984: 76). El 24 de febrero de 1946 se realizaron las
elecciones en un proceso sin sospechas de fraude, por primera vez en muchos años. La fórmula
Perón-Quijano del Partido Laborista obtuvo el 52% de los votos. A partir de este resultado, un
nuevo proceso se iniciaba en la Argentina.

Nacionalismo popular y alianza de clases

El primer gobierno peronista


En 1946, por primera vez en la historia argentina, llegó al gobierno una alianza política, que
tenía como fuerte protagonista a la clase trabajadora en alianza con otros sectores sociales, y
que reivindicaba al nacionalismo popular como idea central. El nuevo gobierno tenía que
cumplir con lo plasmado y prometido en la plataforma del Partido Laborista, en particular,
favorecer los intereses nacionales, tomando distancia de las tradiciones liberales, y generar
mejoras sociales para los trabajadores. Además, debía crear un modelo de industrialización para
el país, que rompería con la tradición del modelo agro-exportador.
Si bien el Partido Laborista fue constituido en poco menos de un año, los reclamos esgrimidos
por sus creadores representaban décadas de postergación de la clase obrera en el país. El
resultado electoral le dio una clara mayoría en diputados y senadores, y el gobierno de trece
provincias sobre las catorce existentes entonces (la excepción fue Corrientes). Un dato notable
respecto de etapas anteriores fue el aumento de la representación del gremialismo y del número
de parlamentarios de extracción sindical, que superaba lo esperado.
Al poco tiempo que Perón asumiera la presidencia, el Partido Laborista fue reemplazado por el
Partido Único de la Revolución Nacional, y luego por el Partido Peronista. Este proceso generó
debates y polémicas entre los integrantes del laborismo, algunos de los cuales sostenían que se
trataba de un proceso de centralización política que fortalecía el liderazgo de Perón.

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El proyecto económico y social: Estado social y Primer Plan Quinquenal

El proyecto económico y social con el que el peronismo se proponía reorganizar la sociedad


argentina planteaba el desarrollo industrial nacional, basado en un acuerdo social armónico
entre las diferentes clases. La llamada “burguesía nacional”, es decir el conjunto de empresarios
con intereses económicos y políticos locales, era la otra parte de la alianza, junto a los
trabajadores.
A partir de 1946, el gobierno peronista comenzó a tomar medidas para profundizar el modelo de
sustitución de importaciones, de modo de favorecer aquellas ramas vinculadas a la llamada
industria liviana, productora de bienes de consumo –electrodomésticos, por ejemplo- y
orientada al mercado interno.
De esta manera, el peronismo se proponía incentivar el desarrollo industrial y, al mismo tiempo,
crear las bases que permitieron una redistribución de la riqueza a favor de los trabajadores,
mediante el incremento del empleo, la elevación del poder adquisitivo de los salarios y la mejora
de sus condiciones de vida.
Durante el transcurso de los gobiernos peronistas, las políticas desarrolladas fueron
redefiniendo el carácter del Estado. Este dejó de ser un conjunto de instituciones que
representaban los intereses de los diferentes sectores de la estructura económica y social para,
progresivamente, consolidarse como un actor político con objetivos propios y con intenciones de
reorganizar las alianzas y oposiciones tradicionales de la lucha política argentina.
Desde que asumió el gobierno, el peronismo adoptó esta orientación política. La identificación
entre Estado y peronismo fue explícitamente destacada por el gobierno a través de una
extendida difusión propagandística, que le valió fuertes críticas por parte de la oposición. Para la
organización económica, el Estado peronista asumió la modalidad de la planificación, mediante
los llamados planes quinquenales. A través de estos planes, el Estado fijaba sus objetivos
económicos a cumplir en un plazo de cinco años. El Primer Plan Quinquenal comenzó en 1946 y
el segundo, en 1953.

La industria, la redistribución social y las nacionalizaciones

Desde el Estado el peronismo se propuso profundizar el proceso de sustitución de


importaciones de manufacturas industriales. Para eso fue perfeccionando un complejo
mecanismo institucional que fomentó el desarrollo de la producción de bienes de consumo de
las ramas textil, metalúrgica y metalmecánica.
El Estado intervino activamente en el fortalecimiento de una institución clave para el desarrollo
industrial, que había sido creada en 1944, el Banco de Crédito Industrial. De ese modo, a través
de créditos accesibles, se promovió un importante crecimiento en el sector industrial. Asimismo,
estas medidas estaban relacionadas con la expansión sostenida del consumo interno, que solo
podía ser garantizado por un aumento real de los salarios y de la capacidad de compra de los
asalariados. De esta manera, un número cada vez mayor de personas estaba en condiciones de
adquirir productos.
Con el propósito de fomentar la transferencia de una gran parte de los salarios hacia el consumo
de los productos industriales, el Estado estableció precios máximos para los artículos de primera
necesidad y reguló los alquileres, fijando topes para los aumentos. También fomentó la inversión
en áreas vinculadas a la salud, la educación y la vivienda.

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Además, el Estado aumentó la inversión pública en obras de infraestructura y llevó adelante la
nacionalización de importantes sectores de la economía. Diversas áreas, como los ferrocarriles
de propiedad británica; los teléfonos, en poder de la empresa norteamericana ITT; el gas; las
empresas de navegación fluvial, de ultramar y el transporte aéreo, pasaron a ser administradas
por el Estado.
En 1947 fue creada la Dirección Nacional de Industrias del Estado (DINIE), un organismo
autárquico que expropió y nacionalizó empresas de origen alemán. Este complejo industrial
estaba formado por 33 empresas dedicadas a la metalurgia, los textiles y la construcción, entre
las que se encontraba la metalúrgica IMPA.
El Estado también intervino a través de una vasta red de regulaciones e instituciones públicas,
cuyos instrumentos principales fueron el Banco Central y el Instituto Argentino para la
Promoción del Intercambio (IAPI).
La nacionalización del Banco Central y los depósitos bancarios permitió que el Estado controlara
la política financiera y la orientara hacia la actividad industrial y la política social. El IAPI era el
organismo estatal de comercialización que fijaba los precios de los productos agrícola ganaderos
exportables, y además regulaba las importaciones con la finalidad de proteger la producción
nacional (Novick, 1986).
Mediante estas acciones, el Estado logró recaudar una porción considerable de recursos que
luego derivó, al igual que los controles financieros, a la actividad industrial y, en parte, al área
social. Esta política tuvo la férrea oposición de las empresas relacionadas al comercio exterior,
entre ellas, el oligopolio Bunge y Born, dedicado al comercio cerealero.
Con estos recursos, el Estado llevó adelante planes de construcción de viviendas, hospitales y
escuelas, y garantizó –a través de las obras sociales- las necesidades básicas a numerosos
sectores de la población, sin que estos tuvieran que utilizar una parte de sus salarios para
hacerlo (Ramacciotti, 2009). De este modo, la población disponía de un mayor volumen de
ingresos que podía gastar comprando los productos industriales; a la vez, el aumento de las
ventas estimulaba a los empresarios a realizar nuevas inversiones. Por su parte, el Estado
también fue un consumidor importante, sobre todo por la realización de obras públicas y, al
mismo tiempo, un generador de empleo (Basualdo, 2006).
El modelo económico peronista generó un profundo cambio en la organización tradicional de la
Argentina, basada por más de un siglo en el modelo agro-exportador. Sin embargo, la adopción
de un modelo industrialista sostenido en el desarrollo de empresas volcadas al consumo interno,
tuvo a lo largo de estos años varias dificultades. Una de ellas era que la actividad industrial
seguía dependiendo de la importación de insumos industriales extranjeros (bienes de capital
como máquinas y material de acero). Las trabas impuestas al comercio argentino por los Estados
Unidos (desde 1942 hasta 1949) y las dificultades para importar desde otros países (por
ejemplo, la URSS o Europa oriental) marcaron en estos primeros años las limitaciones del
desarrollo industrial (Girbal-Blancha, 2003).
La otra dificultad provino de la férrea oposición de quienes detentaban los resortes de la
economía rural en la Argentina: la gran burguesía agraria, representada en la Sociedad Rural
Argentina. Durante la etapa del Primer Plan Quinquenal, en rechazo a la política oficial, este
sector disminuyó la inversión en la producción agraria para la exportación, de la que provenía la
mayor parte de los recursos que el IAPI capturaba para la política crediticia industrial.

La política social y la Fundación Eva Perón

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La política social del peronismo tuvo diferentes formas de organización, como la legislación
laboral que dio sustento a las reformas sociales sancionadas desde 1944, y el andamiaje
institucional (por ejemplo, el IAPI) para recaudar recursos. Sin embargo, la mayoría de los
especialistas coinciden en identificar a la esposa del presidente, Eva Perón, como la expresión
más destacada de la política social de aquellos años. Cumplió un relevante papel político y social
durante la gestión del primer gobierno peronista, que desencadenó en los opositores fuertes
debates y contrapuntos.
Para los trabajadores, Eva Perón era el símbolo de la justicia social; la llamaban “Evita” y la
consideraban la “abanderada de los humildes”. Sus adversarios la descalificaban y despreciaban
de manera recurrente; le decían “la Eva” y rechazaban su política social. Por su parte, ella
combatió a las clases acomodadas criticando duramente sus políticas de rechazo y explotación
de los trabajadores, por lo que en sus discursos los calificaba como “vendepatrias y oligarcas”.
La acción social de Eva Perón fue transformadora para su época, en un contexto en el que la
actividad política estaba reservada mayoritariamente a los hombres, y las mujeres debían
limitarse a las tareas de beneficencia. Esta mujer de origen humilde, que detentaba una posición
de poder poco clara desde el punto de vista institucional, generó el recelo y el odio de algunos
sectores sociales, incluso luego de su muerte, ocurrida en 1952, a causa de una enfermedad
terminal (Navarro, 2002).
Para desarrollar sus planes de acción social, Eva Perón creó una fundación que le permitió
establecer contacto personal, directo y cotidiano con los sectores sociales más necesitados. La
Fundación Eva Perón, que fue creada en 1948 en reemplazo de la Sociedad de Beneficencia,
desarrolló una dinámica actividad social a partir de la atención de reclamos individuales y
colectivos. Desde su Fundación, Eva Perón impulsó la creación de hogares para niños y ancianos,
colonias de vacaciones y centros de salud; además, favoreció la entrega de alimentos e insumos
para la construcción de viviendas a las clases populares (Berrotarán, 2004).
Las actividades de la Fundación Eva Perón se financiaban con recursos provenientes de
donaciones, recaudaciones de las loterías nacionales, descuentos obligatorios en los salarios y,
en oportunidades, mediante aportes exigidos a empresas privadas. La administración de estos
fondos y la destacada acción política de Eva Perón le permitieron al gobierno peronista contar
con un área que resolvió problemáticas sociales con rapidez y sin los condicionamientos
burocráticos. También acentuó el antagonismo entre peronismo y antiperonismo entre los
beneficiados y los opositores a esta política social (Torres, 2002).
Otro aspecto relevante en la política social del peronismo fue el campo sanitario. Desde la
secretaría de Salud, el doctor Ramón Carrillo impulsó planes de prevención sanitaria y de
perfeccionamiento del personal médico y de enfermería. Se amplió la cantidad de hospitales y se
mejoró la calidad hospitalaria (de 4 camas cada mil habitantes se aumentó a 7 cada mil en 1954).
Bajo esta política, afirman incluso los opositores, se logró reducir la mortalidad infantil y las
enfermedades infecciosas. Una de las metas más destacadas de esta gestión fue la erradicación
casi total del paludismo, un mal endémico que afectaba en 1946 a más de 300 mil habitantes y al
cabo de tres años se logró reducir a poco más de 100 casos (Ramacciotti, 2009). La euforia
económica de los primeros años del gobierno peronista fue acompañada por una política social
que mejoró las condiciones de vida del conjunto de los trabajadores y atendió las necesidades de
los sectores sociales más postergados.
El fuerte incremento de la inversión del estado en el sector de la vivienda se materializó en la
construcción de medio millón de viviendas constituidas por programas que incluyeron
diferentes modelos urbanos. La construcción del barrio Los Perales en Mataderos, y los
conjuntos Juan Perón y 1° de Marzo en Saavedra, expresaron diferentes modelos urbanos

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colectivos e individuales. La difusión de estas iniciativas incorporó ideas de diferentes
tradiciones. Los barrios de chalets individuales fueron asociados a las ideas de ascenso social,
conciliación de clases y valorización de la familia. En cambio, la ciudad de iguales, materializada
en el barrio Los Perales, estaba inspirada en el modelo socialista centroeuropeo y fue rescatado
por el gobierno en asociación con los ideales higienistas del cambio de siglo y presentada como
la ciudad saludable a la que los trabajadores habrían podido acceder en tanto conquista social.

Las relaciones del peronismo con los diferentes sectores sociales

Entre 1943 y 1946, Perón había intentado establecer algunas relaciones con los empresarios de
la Unión Industrial Argentina. Pero las medidas de gobierno implementadas desde la Secretaría
de Trabajo, conjuntamente con la perspectiva empresarial de que el movimiento obrero
avanzaba en posiciones políticamente riesgosas en los ámbitos laborales, distanció cada vez más
al peronismo de la grandes entidades empresariales.
Las corporaciones empresariales señalaban el creciente indisciplinamiento obrero a raíz de las
reformas sociales y el desafiante aumento de sus organizaciones sindicales. Esta situación llevó
al gobierno de Perón a condicionar el poder empresarial y a acercarse a los pequeños y
medianos empresarios, cuya producción se orientaba hacia el mercado interno. Desde los
intereses del modelo económico peronista, esta alianza ocupó un lugar estratégico.
El conflicto con los grandes empresarios se profundizó en 1946 cuando Perón intervino la UIA y
promovió la organización de una gremial empresarial paralela a esta entidad. Estos
acontecimientos tuvieron como consecuencia la creación en 1953 de la Confederación General
Económica (CGE), afín al peronismo, y la intervención y disolución de la UIA.
Por otra parte, el sector social que tuvo mayores conflictos con el peronismo fue la gran
burguesía agraria –terratenientes y comerciantes exportadores representados por la Sociedad
Rural Argentina-, que reclamó la no intervención estatal en la economía y, en lo político,
participó activamente en conspiraciones para desestabilizar al gobierno.
Las relaciones del peronismo con los sectores medios (Adamovsky, 2009) fueron ciertamente
conflictivas. Aunque los integrantes de esta franja social habían recibido los beneficios de las
importantes reformas económicas del período, mejorando su capacidad de consumo y
alternativas laborales, su perspectiva fue sumamente crítica y de oposición. Entendían que su
situación económica y social estable era el resultado de sus propios logros, en tanto que
consideraban que las conquistas de la clase obrera eran la consecuencia de políticas
asistencialistas y “demagógicas” del gobierno. Muchos se consideraban superiores a los
“cabecitas negras” –como llamaban despectivamente a los trabajadores-, y veían en los nuevos
habitantes urbanos una amenaza a sus posiciones de privilegio.
Algunos historiadores afirman que la excesiva identificación partidaria, denominada
“peronización” que realizó el gobierno de Perón con las políticas de Estado, profundizó el
conflicto entre los diferentes sectores sociales. Otros investigadores analizan este proceso como
una consecuencia de las luchas entre las clases sociales en un período de grandes
transformaciones favorables a los trabajadores.
Durante los primeros años del gobierno peronista, la Iglesia católica mantuvo una aceptable
relación con Perón. La continuidad de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, así como la
explícita declaración de fe católica de los líderes políticos del peronismo proporcionaron a la
institución eclesiástica argumentos suficientes, al menos en un principio, para aprobar al
gobierno. Sin embargo, la naturaleza política y gran parte de la política social del oficialismo
expresaban elementos que al poco tiempo la Iglesia comenzó a interpretar como riesgosos para

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los valores que el gobierno afirmaba representar. Muchos de los trabajadores que se unieron al
peronismo provenían de tradiciones anti-clericales, como los socialistas o sindicalistas
revolucionarios. A esto se sumaron, progresivamente, discursos críticos de Perón y Eva Perón
hacia las relaciones sociales que la Iglesia mantenía con las clases populares. Ante la concepción
de caridad hacia los pobres que esgrimía la Iglesia, el gobierno peronista respondía con ideas
como la de justicia social y el rechazo a la beneficencia.
Posteriormente, durante el segundo gobierno de Perón, la sanción de una ley de divorcio, la
anulación de los documentos que discriminaban a los hijos naturales y la eliminación de la
obligatoriedad de la religión católica en las escuelas terminaron por alejar a la Iglesia del
gobierno, hasta su integración en la alianza opositora, junto a los militares y los conservadores.

Estado social y productividad

El segundo gobierno peronista y el nuevo Plan Quinquenal


En 1951 se realizaron elecciones, cuyo resultado fue ampliamente favorable al peronismo que
obtuvo un 62% de los votos, contra el 32% de la Unión Cívica Radical. Así, Perón accedió por
segunda vez a la presidencia de la República.
Durante esta etapa, el gobierno se propuso realizar modificaciones en la política económica, con
la finalidad de dar respuesta a una crisis que afectaba a buena parte de la economía argentina. La
etapa expansiva del proceso de industrialización estaba comenzando su descenso. Las
debilidades del modelo económico surgían debido a las limitaciones existentes para obtener
bienes de capital. Además, hacia 1950, comenzó a profundizarse a nivel mundial un descenso de
los precios de las materias primas exportables. De este modo, se contrajeron las exportaciones y
se perdieron mercados que quedaron en manos de los Estados Unidos. A este panorama se le
agregaron otros factores, como un período de malas cosechas y la disminución de los saldos
exportables. Como consecuencia de esta situación se redujeron las importaciones de insumos
para la industria, lo que provocó un descenso en la producción industrial local; al mismo tiempo,
los salarios perdieron su valor, debido al aumento de la inflación, lo que le restó capacidad
adquisitiva a los trabajadores (Basualdo, 2006: 125).
Para amortiguar los conflictos, el peronismo promovió acuerdos sociales con los sindicatos y los
empresarios. Estos convenios tuvieron una irregular estabilidad, ya que al poco tiempo se
desataron fuertes conflictos laborales. En este contexto, la burguesía agraria no aceptó las
propuestas de reinvertir para mejorar la producción de bienes exportables y los industriales,
por su parte, tampoco estuvieron dispuestos a reducir sus márgenes de ganancia.
En medio de las dificultades económicas derivadas del contexto internacional y la crisis interna,
el gobierno implementó en 1953 el Segundo Plan Quinquenal. Este programa procuró frenar un
ascendente proceso inflacionario y aumentar la producción a través de la retracción del
consumo y el acuerdo de precios y salarios, que se extendería por dos años (Elisalde, 2009: 256).
En contra de la tradición nacionalista del peronismo, le gobierno tomó la polémica medida de
habilitar y promover la entrada de capitales extranjeros. Esta política produjo un
descongelamiento de las relaciones del peronismo con las empresas norteamericanas. En 1953
se sancionó una ley de inversiones extranjeras y se convocó desde el gobierno a la aplicación de
medidas de racionalidad fabril que mejoraran la productividad, intensificando el trabajo obrero.
Estas medidas presentaban significativos cambios respecto del primer período caracterizado
por un fuerte sesgo nacionalista popular, por ello fueron el marco de numerosos conflictos
laborales y de tensiones con los trabajadores en el interior de la alianza social que representaba
el peronismo.

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Las comisiones internas y los conflictos fabriles

En el escenario económico de crisis, la tensión social se reavivó. Los sindicatos reiniciaron la


lucha por la redistribución del ingreso desplegando una intensa ola de huelgas. En estos
conflictos se destacó el rol de las comisiones internas por empresa. Estas instancias
organizativas fueron una forma de representación obrera dentro de las fábricas, cuyo
crecimiento se produjo desde 1946. La elección de estas delegaciones obreras no hacía más que
extender la democracia sindical en las plantas fabriles, ya que los trabajadores podían contar con
un mecanismo de control sobre el trabajo, que en los hechos implicó una fuerte disputa con el
empresariado por la gestión fabril (Doyon, 2006: 145).
Los empresarios rechazaron desde un principio esta representación obrera y manifestaron que
atentaba contra su autoridad. Las demandas realizadas en estos años no solo fueron por motivos
salariales, sino también en oposición a las medidas productivistas que los empresarios
reclamaban desde 1946; sin embargo, este planteo empresarial recién comenzó a tener algún
eco favorable por parte del gobierno peronista recién a partir de 1952.
Gran parte de los conflictos resultaron favorables a los obreros, quienes, además de lograr sus
reivindicaciones, encontraron la oportunidad de fortalecer sus organizaciones sindicales a
través del dinamismo de las comisiones internas.
La naturaleza de los conflictos en las fábricas se explica como un proceso que excedió el marco
reivindicativo por la cuestión salarial y se constituyó en una fuerte disputa de poder con las
patronales. Durante el segundo gobierno peronista se profundizaron y desbordaron los
conflictos entre el capital y el trabajo dentro del espacio fabril.
Las intervenciones públicas, la lucha en las calles, las movilizaciones obreras, las acciones de los
empresarios y el gran protagonismo del Estado a través de fuertes debates en el gobierno
evidenciaron que la disputa obrero-patronal era algo mucho más profundo que una puja de
corte salarial. Sin embargo, la mayoría de los trabajadores que llevaban a cabo estas acciones
continuaban reivindicando su condición de peronistas, ya que los reclamos iban dirigidos,
principalmente, a los empresarios.
Algunos historiadores, como Daniel James y Louise Doyon, interpretan que en esta etapa los
trabajadores obtuvieron una “transferencia de poder” en el ámbito fabril. Uno de los conflictos
más intensos durante el segundo gobierno peronista fue la huelga metalúrgica de 1954, que
duró más de un mes (James, 1987). Los trabajadores reclamaban mejores salarios y también se
oponían a los planes de racionalización productivista que impulsaban los empresarios.
Finalmente, las reformas racionalistas que buscaban intensificar los tiempos de trabajo obrero,
basadas en el incentivo empresarial, no se pudieron aplicar debido a la resistencia de los
trabajadores (Doyon, 2006).

Cultura popular y educación: de las escuelas fábrica a la “Universidad obrera”

El peronismo consideraba que la cultura popular era cultura social, fuertemente ligada a las
clases populares. Por eso, el rasgo característico de este panorama en aquellos años fue la
distancia e, incluso, el enfrentamiento entre la llamada cultura nacional y popular, y la cultura de
la elite u oligárquica. Cada sector creó y defendió su propio ámbito de acción, sus propios
códigos y actitudes (Hernández Arregui, 2005).
Los teatros, las universidades, los museos, las bibliotecas, la producción literaria continuaron
siendo campos en los que predominaron la elite y los sectores medios. Sin embargo, el

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peronismo promovió el acceso de los trabajadores a numerosas actividades que anteriormente
les estaban vedadas, tal como ocurrió con el teatro Colón. Este teatro era un espacio tradicional
de la elite, pero durante el período peronista se permitió la representación de obras populares y
el acceso a muy bajo costo. Esta acción estatal no estuvo exenta de polémicas, por ejemplo, la
presentación de la obra popular “El conventillo de la Paloma” y la actuación de la orquesta de
tango de Mariano Mores, produjeron un fuerte conflicto con los habitués del Colón, que
despreciaban estas manifestaciones populares.
La vida cultural de la época fue intensa en lo que se refiere al apoyo estatal a las actividades
intelectuales y, a la vez, al desarrollo y promoción de grandes eventos populares, tales como las
permanentes funciones teatrales y musicales desarrolladas en las principales salas del país.
El peronismo contó con la adhesión de numerosos y destacados intelectuales de la época, así
como también debió enfrentar duras críticas de los intelectuales opositores.
Entre los adherentes al peronismo se hallaban Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz, Homero
Manzi, Enrique Santos Discépolo, Arturo Jauretche, Rodolfo Puiggrós, Juan José Hernández
Arregui y Elías Castelnuovo. Algunos de ellos fueron funcionarios del gobierno y otros,
simplemente expresaron sus simpatías por el peronismo. Estos intelectuales abordaron en sus
obras los cambios sociales y políticos más destacados de ese momento, con una clara impronta
afín al peronismo o las “causas populares”, como las llamaban.
El grupo de intelectuales opuestos al peronismo estaba representado por Victoria Ocampo, Jorge
Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, entre otros. La oposición al peronismo
también se manifestó en la Universidad de Buenos Aires. El gobierno, que se oponía a la
autonomía universitaria, se encargaba de nombrar a las autoridades, lo que generó el rechazo de
la mayor parte de los profesores. Estos, además, protestaron contra el ingreso de grupos de
sacerdotes católicos conservadores en la conducción de algunas casas de estudio.
La reforma del sistema educativo en los años del peronismo se basaron en los lineamientos y
principios del Primer Plan Quinquenal, especialmente en lo referente a la democratización de la
enseñanza. El principal objetivo era vitalizar a la escuela, dándole activa participación en
diferentes campos de la sociedad y subrayando como factor fundamental su vínculo con el
trabajo. Por eso el gobierno postulaba la idea de la enseñanza práctica y profesional para la
educación media.
Para darle una mayor centralidad e importancia al campo educativo, a partir de la reforma
constitucional de 1949, se creó el Ministerio de Educación, en reemplazo de la hasta entonces
Secretaría de Educación. Las reformas realizadas por el peronismo lograron la ampliación del
sistema educativo, de tal modo que permitieron que las clases populares fueran incorporadas
masivamente a las escuelas. Los cambios también fueron notables respecto a las temáticas
propuestas en la currícula oficial, trasladada a numerosos libros de texto que circulaban en las
escuelas del Estado. Se incorporaron temas y personajes que hasta esa época no eran habituales,
por ejemplo, cuestiones cotidianas referidas a las familias obreras, mujeres trabajadoras,
mujeres solas con hijos e incluso problemáticas vinculadas a las formas de resolución de las
necesidades básicas. Una de las modalidades que expresó la expansión del sistema y permitió la
incorporación de los trabajadores a la escuela fue la creación del circuito de educación y trabajo.
Para muchos trabajadores excluidos del sistema educativo elitista, la cultura popular significaba
una reacción contra la elite y una afirmación de su propia identidad como pueblo. La experiencia
peronista dio forma y realidad histórica a las demandas de los trabajadores respecto de la
conformación de espacios educativos de y para los obreros. Esto ocurrió con la creación del
circuito de las escuelas fábrica, la CNAOP (Comisión Nacional de Aprendizaje y Orientación
Profesional) y la UON (Universidad Obrera Nacional). Así, los trabajadores tenían acceso desde

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muy jóvenes a escuelas con orientación laboral y podían completar el ciclo ingresando a estudios
universitarios, con la opción de continuar con la carrera de Ingeniería.
De esta manera, durante el gobierno peronista se desplegó un conjunto de estrategias que
disputaron las concepciones tradicionales de enseñanza de las clases populares, reivindicando la
formación para el trabajo pero desde una concepción integral y no exclusivamente técnica y
subordinada al capital (Jalil, 2011: 78).
Se planteó como una estructura formativa que debía abarcar a todo el país, para lo que se
crearon Facultades Obreras Regionales en distintas ciudades del interior a fin de atender las
necesidades de los trabajadores de las provincias. Esta forma de organización en sedes, se
contraponía con el centralismo de las universidades tradicionales.
Referirse a los años del peronismo implica necesariamente pensar en polémicas y debates. Los
contrapuntos entre “peronistas” y “antiperonistas” pueden interpretarse desde diferentes
dimensiones: económicas, sociales, políticas o culturales. Desde el punto de vista cultural las
políticas públicas favorecieron la difusión de una nueva cultura de trabajo, en la que el obrero en
tanto “descamisado” expresaba valores positivos. En cambio, para los críticos o antiperonistas,
eran simplemente “cabecitas negras” e ignorantes apoyados por la asistencia del Estado. La
famosa expresión “Alpargatas sí; libros no” quedó registrada en la tradición colectiva como la
expresión del conflicto cultural y de clases de la etapa peronista.
Otra antinomia política se relaciona con la situación en las escuelas. Como resultado de la
bonanza económica y social se produjo un fuerte aumento de la matrícula escolar, a partir de la
incorporación de la clase trabajadora a la escolarización. Pero la política pública en ese ámbito
generó numerosos conflictos. Medidas de propaganda oficial, como la obligatoriedad de leer el
libro “La razón de mi vida” de Eva Perón o la presencia constante de los nombres de Perón y
Evita en los libros de lectura de la escuela primaria, generaron rechazo entre los sectores medios
antiperonistas. Sin embargo, para la mayoría de los trabajadores que por primera vez podían
llevar a sus hijos a la escuela, recibir gratuitamente un libro de esas características era la
continuidad natural de su identificación con las ideas peronistas. Lo que algunos sentían como
autoritarismo por parte del Estado, otros lo percibían como una representación de la justicia
social.
En 1952 se creó la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), cuya finalidad, según manifiesta el
Ministro de Educación Méndez de San Martín, era promover la organización de los jóvenes que
concurrían a las escuelas secundarias. Esta organización tenía un estatuto por el cual se regía la
elección de delegados y la realización de asambleas periódicas; la afiliación no era obligatoria. A
través de la UES, el gobierno organizaba actividades deportivas de gran magnitud, como también
lo hacía en otros ámbitos, ya que la promoción del deporte fue central en las políticas sociales y
de gobierno.
La investigadora Adriana Puiggrós señala que la creación de esta organización provocó fuertes
polémicas con dos sectores de la sociedad: la Iglesia y los docentes. La Iglesia consideraba que en
esta iniciativa no se respetaban los valores cristianos sostenidos por su institución; y los
docentes planteaban que era una organización que ponía en riesgo la autonomía de las
organizaciones estudiantiles respecto del Estado. Por ello afirma que estas críticas se debían a
que la Iglesia sentía que perdía el protagonismo que hasta ese momento había tenido en la
sociedad civil, organizando actividades sociales en sus parroquias (Puiggrós, 1993: 157).

Hacia una democracia de masas

Participación política y democracia

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La experiencia del gobierno peronista expresó importantes y controvertidas transformaciones
también en el plano político. En este aspecto, por primera vez los trabajadores alcanzaron una
clara presencia en el marco de las políticas estatales, además de identificarse masivamente con
el partido de gobierno y de profundizar muchos de los derechos de participación ciudadana.
Estas transformaciones, junto al voto femenino en 1947, constituyeron lo que algunos
investigadores denominan una democracia de masas (Alonso et alia, 1999: 287).
Las grandes movilizaciones populares –por ejemplo, las que tenían lugar en la plaza de Mayo- se
establecieron como una forma de participación política directa de las clases populares. La
tradición inaugurada por los trabajadores el 17 de octubre de 1945 tuvo una notable
continuidad en los dos gobiernos peronistas; en ocasiones, estas movilizaciones obreras se
fundían con las actividades convocadas desde el propio Estado, constituyéndose en las llamadas
“fiestas patrias”. En algunas oportunidades, como el 22 de agosto de 1951, durante el llamado
Cabildo Abierto del justicialismo, los sindicatos demostraron la importancia de la acción
movilizadora para expresar sus contrapuntos políticos, incluso con el propio oficialismo.
En 1912, la sanción de la Ley Sáenz Peña impulsó el voto secreto, universal y obligatorio, pero
exclusivamente circunscripto a los hombres. Las únicas excepciones de voto femenino
ocurrieron en 1911, durante una elección municipal porteña, en la que una mujer a título
personal logró votar y, luego, en 1928, San Juan, donde las mujeres fueron habilitadas por el
Partido Bloquista Sanjuanino para hacerlo.
La organización y la lucha por el voto femenino tienen una larga historia en la Argentina, iniciada
por las socialistas, quienes, a la vez que sus pares del mundo, promovieron campañas para la
legitimidad de ese derecho. En los años del peronismo, Eva Perón retomó esas reivindicaciones
históricas. A penas Perón asumió el gobierno en 1946 su esposa planteó la necesidad de esa
reforma. Finalmente, el 23 de septiembre de 1947, en medio de una masiva manifestación
organizada por la CGT en la Plaza de Mayo, se anunció el Decreto de la Ley 13.010, en
reconocimiento del gobierno por su campaña a favor de los derechos políticos de la mujer.
Las unidades básicas fueron organizaciones barriales que desde 1946 se extendieron por todo el
país. Eran espacios de participación política-comunitaria, identificados con el peronismo.
Cumplieron diferentes funciones, desde actividades culturales y sociales hasta la difusión de las
ideas políticas del peronismo. El partido y el Estado peronistas no intervenían en su creación
sino que se ocupaban de ello vecinos de cualquier barrio o localidad que, posteriormente,
establecían relaciones con las entidades oficiales. Como mínimo debían tener 50 afiliados y los
cargos de su Consejo Directivo eran elegidos por el voto directo, obligatorio y secreto.
La democracia de masas propia de los años del peronismo no estuvo exenta de fuertes conflictos.
Desde 1946, el proceso de ampliación participativa tuvo un notable apoyo de los trabajadores.
No ocurrió lo mismo con los partidos políticos de la oposición, quienes interpretaban que la
Argentina era gobernada por una alianza social autoritaria, liderada por Perón. Esa
interpretación se extendió durante las dos gestiones del peronismo y fue argumento suficiente
para que una parte de los conservadores, radicales y socialistas (aunque estos mantuvieron
fuertes divisiones) participaran de intentonas conspirativas, junto a las Fuerzas Armadas. Así
ocurrió, por ejemplo, con el golpe fallido de 1951, encabezado por el general (r) Benjamín
Menéndez.
Por su parte, el peronismo interpretaba que la oposición era “golpista” y declaraba que era
necesario definirse por el “proyecto de revolución nacional en marcha” y tomaba distancia de
quienes no adherían al mismo. En ocasiones hubo disputas que terminaron violentamente.
Algunos historiadores sostienen que en esos años no existió un campo político consensuado
entre gobierno y oposición para dirimir los conflictos políticos. Otros especialistas, por el

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contrario, argumentan que esto se debió, probablemente, a que estaban en disputa bloques
sociales con intereses de clases fuertemente contrapuestos (Acuña, 1995: 145).

Los partidos políticos y el peronismo

Durante su primer gobierno el peronismo impulsó una reforma constitucional, para la cual
convocó a una asamblea constituyente que se reunió el 25 de enero de 1949. Luego de la
elección correspondiente, esta asamblea quedó integrada por una mayoría de representantes
pertenecientes al peronismo. Esta situación habilitó la elaboración de una constitución con un
fuerte sesgo peronista. De este modo, fueron incorporados en el texto de la nueva constitución
los derechos laborales conquistados por los trabajadores, así como la legislación referida a las
políticas sobre las nacionalizaciones de los servicios públicos y del comercio exterior. También
se agregaron disposiciones referidas a la reelección presidencial y a la elección directa de los
senadores, el vicepresidente y el presidente. La oposición partidaria radical, los conservadores y
los socialistas se opusieron al nuevo texto constitucional y denunciaron que la reforma
constituyente tuvo como finalidad favorecer las expectativas reelectoralistas de Perón.
Durante esta etapa, los partidos opositores al peronismo se encontraron en franca minoría. Esto
se debía, en parte, a las sucesivas derrotas electorales que les impidieron tener una
representación y un consenso parlamentario de mayor envergadura. A esta situación se sumaba
cierto descrédito, sobre todo después de la intentona golpista de 1951, en la que se pudo
comprobar la colaboración de prominentes dirigentes del radicalismo y el socialismo. Estas
condiciones llevaron a los integrantes de estos partidos a buscar aliados en instituciones como
las Fuerzas Armadas y la Iglesia.
Dentro de los partidos de izquierda, en la década de 1950, comenzaron a producirse
movimientos hacia un acercamiento con las “bases peronistas”, tal como lo manifestaban
muchos militantes comunistas. El Partido Socialista tuvo varias fracturas, una de ellas como
consecuencia de la participación de dirigentes socialistas en el intento de golpe de Estado de
1951. En 1953, dirigentes socialistas como Enrique Dickmann, fundaron el Partido Socialista de
la Revolución Nacional (PSRN). Este partido se presentó como el ala izquierda del peronismo
durante esta etapa y contó entre sus filas a reconocidos dirigentes del socialismo trotskista, tales
como Enrique Rivera, Carlo M. Bravo, Jorge Abelardo Ramos y Nahuel Moreno. El PSRN
reivindicaba las ideas del movimiento peronista acerca de la participación de la clase obrera y el
antiimperialismo.

El contexto político latinoamericano y el sindicalismo regional: el ATLAS

El peronismo fue parte de un proceso político más amplio a nivel regional que se desarrolló
desde mediados de la década de 1930. Junto a un conjunto de países latinoamericanos, como
México, Brasil, Bolivia, Guatemala, entre otros, expresó aspiraciones de desarrollo autónomo y
latinoamericanista, con fuerte apoyo de las masas populares. Parte de este proceso político
completaba las diferentes reacciones que en las primeras décadas del siglo XX habían surgido en
América Latina para terminar con los regímenes oligárquicos en todo el continente. Algunos de
estos movimientos se destacaron con liderazgos reconocidos internacionalmente, como ocurrió
con Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, Jacobo Arbenz en Guatemala y Perón
en la Argentina.
Si bien cada proceso político tuvo sus particularidades, es factible encontrar ideas comunes en
ellos, ya que representaron al nacionalismo popular, fomentaron el desarrollo industrial,

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contaron con el apoyo de las masas obreras o campesinas y reivindicaron proyectos de unidad
latinoamericana, frente al imperialismo norteamericano que obstaculizaba el desarrollo
autónomo de los países de la región. Durante la década de 1950, los gobiernos de América del
Sur firmaron diferentes acuerdos regionales, como el llamado ABC (Argentina, Brasil y Chile).
A nivel de las organizaciones internacionales, el peronismo fue uno de los principales
adherentes e impulsores de las políticas de no alineamiento. Por eso, planteaba la llamada
Tercera Posición que significaba que la Argentina –y los países de Asia, África y América Latina-
debían mantenerse al margen de los conflictos propios de la llamada “Guerra Fría”, que
involucraban a las dos grandes potencias de ese entonces, los Estados Unidos y la Unión
Soviética (URSS).
Si bien la Tercera Posición llamaba al no alineamiento, el peronismo entendió que el conflicto
principal se daba por la injerencia histórica de los Estados Unidos en la región. Por ello, el
gobierno peronista no dudó, desde 1946, en restablecer relaciones diplomáticas con la Unión
Soviética, con la finalidad de equilibrar la influencia norteamericana en el hemisferio.
En esta etapa, los Estados Unidos desplegaron una fuerte estrategia de desprestigio de los
gobiernos nacionalistas populares de la región, atacándolos por supuestas influencias del
nazifascismo y por su naturaleza de corte populista. Consideraban que el nacionalismo popular
representaba un peligro hemisférico, del mismo modo que el comunismo, y que por ello era
necesario combatirlos por la fuerza, si fuera necesario. Los cambios y acercamientos moderados
hacia los Estados Unidos por parte de algunos de estos movimientos latinoamericanos no
bastaron para estabilizar la región. Finalmente, los golpes militares apoyados por los Estados
Unidos hacia fines de la década de 1950 derrocaron a numerosos gobiernos nacionalistas
populares, como ocurrió en Bolivia, Guatemala y la Argentina.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la política hemisférica de la Federación Americana del
Trabajo (AFL-CIO) norteamericana cuestionó a todos aquellos agrupamientos gremiales que
expresaban ideas socialistas, comunistas o nacionalistas populares. El dirigente sindical Serafino
Romualdi fue apoyado por el Departamento de los Estados Unidos para desarrollar la
Federación Americana del Trabajo, con el propósito de extender su influencia a toda la región.
Al mismo tiempo, existía otra organización latinoamericana, la Central de Trabajadores de
América Latina (CTAL), de orientación comunista, representada por Lombardo Toledano.
A partir de la llegada del peronismo al gobierno, la lucha por el predominio regional se
intensificó. La CGT argentina planteó la necesidad de crear y profundizar el ATLAS (Agrupación
de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas), a la vez que denunció que la AFL-CIO era una
expresión más de la política exterior de los Estados Unidos. No obstante, no llegó a construir una
alianza con la CTAL de Lombardo Toledano, porque esta central no acordaba con las tradiciones
nacionalistas populares existentes en el ATLAS.
De este modo, los trabajadores de la Argentina, junto a sindicatos de otros países
latinoamericanos, impulsaron el ATLAS, que era una organización sindical continental. Sus
objetivos eran promover la unidad de los trabajadores de la región, ser el complemento sindical
de la Tercera Posición y a la vez, oponerse al sindicalismo libre pro-empresarial promovido por
los Estados Unidos para América Latina. El primer secretario general de este agrupamiento fue
un dirigente sindical peronista.
Para dinamizar y facilitar apoyos para la organización sindical continental, el peronismo creó el
cargo de agregado obrero, en el Ministerio de Relaciones Exteriores de la nación. Los gremios
debían promover a dirigentes, que cursaban materias (como economía, geografía, historia
nacional y latinoamericana, entre otras) en sus organizaciones de base. Entre los diplomados

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surgían los agregados que se sumaban al personal de las embajadas y tenían un vínculo orgánico
con la CGT.
Esta política del peronismo se opuso a la que los Estados Unidos desarrollaban en la región
desde la década de 1930, mediante la convocatoria a becas o pasantías de formación sindical en
su país. Aunque esta injerencia norteamericana en el sindicalismo argentino se detuvo durante
los años de gobierno peronista, a partir del golpe de Estado de 1955 recuperó posiciones. De
este modo, a partir de la derrota del peronismo, numerosos delegados obreros cursaron
capacitaciones en las filas del sindicalismo libre norteamericano.

La crisis económica y el golpe militar

Los Congresos de Trabajo y la Productividad


En un contexto económico internacional recesivo como el de la década de 1950 se agudizaron
las tensiones sociales y la lucha política por la distribución de la riqueza. Los trabajadores,
mediante la presión ejercida por los sindicatos, procuraron defender el nivel de sus ingresos y
durante el período 1949-54 se produjeron numerosos conflictos. Los empresarios, que veían
reducidos sus beneficios por los mayores costos de los insumos importados y la disminución del
crédito, se resistieron a otorgar nuevos aumentos salariales y plantearon que solamente habría
nuevos incrementos si se mejoraban los ritmos del trabajo por obrero.
La patronal en todo momento pretendió apoyar sus reclamos amparándose en el discurso del
propio Perón, respecto a la necesidad de mejorar la productividad en base a la armonía de
clases.
Esto se evidenció en la promoción de numerosos congresos, como el Congreso de la Industria de
1953, el Congreso de Organización y Relaciones de Trabajo de 1954 y el Congreso de la
Productividad de 1955 (Elisalde, 2009: 85).
En este período también se realizaron desde el gobierno algunos intentos de promover la
inversión extranjera, entre ellos, el contrato petrolero con la empresa norteamericana
Californian. Esta iniciativa finalmente no fue aprobada por el Congreso nacional, donde los
diputados peronistas John William Cook y Amado Olmos expresaron la posición crítica.
En los congresos, el empresariado no pudo legitimar su posición de racionalización de la
producción y disciplinamiento obrero, ya que no encontró un apoyo decidido por parte de la
CGT. En todas estas instancias, los empresarios afirmaron que, a pesar de que la CGT apoyaba el
principio de productividad que alentaba el gobierno, en las plantas fabriles no ocurría lo mismo.
Es decir que los propios trabajadores peronistas resistieron incrementar los tiempos de trabajo
en tanto se mantuvieran los mismos salarios.
Los sindicatos argumentaban que los empresarios evitaban asumir riesgos y reinvertir sus
ganancias, y que utilizaban los créditos brindados por el Estado para pagar salarios, en lugar de
modernizar su tecnología con capitales de su propia rentabilidad (Rougier, 2009: 123).
Por su parte, los empresarios no estuvieron conformes con la convocatoria a los congresos
productivistas, porque la consideraban una estrategia de Perón y la CGT para conformarlos y
distraerlos políticamente. Consideraban que, en la práctica, la productividad, tal como ellos la
reclamaban, nunca se aplicaría en las fábricas mientras gobernara el peronismo. Por ello, al
disminuir sus ganancias, los grupos capitalistas –rurales y fabriles-, profundizaron sus críticas al
peronismo. La llamada “burguesía nacional”, que había formado parte de la alianza inicial del
peronismo, también se sumó a la actitud crítica que asumieron las grandes firmas extranjeras.
Así lo hicieron empresas que habían crecido al amparo del modelo económico del peronismo,
como Siam Di Tella.

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El movimiento obrero y sus relaciones con el estado

Otro aspecto del debate entre “peronistas” y “antiperonistas” estuvo centrado en la cuestión de
la autonomía política de los gremios respecto del Estado. La tendencia a que los sindicatos y la
CGT fueran considerados una rama del movimiento peronista y, por lo tanto, estuvieran sujetos
a las decisiones del Partido Peronista, despertó las críticas de la oposición, integrada por
militantes sindicales socialistas y comunistas, que eran minoría en los sindicatos y que estaban
asociados a sectores fuertemente opositores al peronismo. Sin embargo, a pesar del intento
oficial de vincular el sindicalismo al Estado, el movimiento obrero mantuvo en esos años una
dinámica acción de clase, independiente de las decisiones del gobierno. Así lo demuestran los
innumerables conflictos obreros (huelgas, boicots, etc.) existentes a lo largo de los dos gobiernos
peronistas; además de la existencia de las comisiones internas, que le otorgaban una
representación directa y de base a los delegados obreros por fábrica (Murmis y Portantiero,
1971).
En todo momento, pese a existir corrientes dentro del movimiento obrero más proclives a seguir
disciplinadamente los lineamientos del oficialismo, existieron posiciones que no estaban
dispuestas a perder su capacidad de decisión autónoma y así lo hacían saber, a través de las
comisiones internas o en las movilizaciones callejeras.
El peronismo tuvo, a lo largo de su gobierno, un creciente enfrentamiento con el diario La
Prensa, propiedad de la acaudalada familia Gainza Paz. Sus críticas eran constantes y, en más de
una oportunidad, esta publicación apoyó los intentos conspirativos de la oposición. En 1951, las
tensiones se profundizaron, debido a dos razones: por un lado, las deudas impositivas que la
empresa tenía con el Estado y por otro, los conflictos con el gremio de los canillitas. Estos
reclamaban mayor seguridad en su trabajo y ante la negativa de la empresa, realizaron varias
huelgas (Alonso et alia, 1999: 197).
Ante esta situación, el Estado intervino en el conflicto y dictaminó la conciliación obligatoria. El
problema continuó, entonces el gobierno tomó una decisión contundente, que luego generó
enconados debates. El 12 de abril de 1951 se declaró mediante la Ley 14.021 la expropiación de
todos los bienes que constituían el activo del diario La Prensa. Después de esta expropiación, el
diario quedó bajo la administración de la CGT, en calidad de periódico de la central obrera.

Los capitalistas y el peronismo: entre la “burguesía nacional” y los límites de la alianza


social

Durante sus primeros gobiernos, el peronismo consiguió disciplinar a varios de los sectores
capitalistas centrales de la agotada economía agroexportadora, pero fue doblegado por las
fracciones del capital que conducían la actividad industrial más dinámica. Entre ellos se
encontraba el sector dominante de las empresas extranjeras, críticos del modelo peronista. Los
grupos capitalistas financieros así como el rural, representado por la Sociedad Rural Argentina,
continuaron resistentes al peronismo. Como respuesta a esta oposición de los grandes
capitalistas, el gobierno alentó el desarrollo del empresariado industrial nacional. Sin embargo,
este fue un sector débil, ya que dependía en términos ideológicos y productivos, de los sectores
dominantes más concentrados de la industria local y extranjera.
Aunque el peronismo solo pudo integrar en su alianza social al empresariado industrial nacional,
en la práctica favoreció las actividades de todos los sectores de la industria. Tal como afirman
investigadores como Marcelo Rougier, el destino de los créditos otorgados por el Banco

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Industrial, iba dirigido tanto a las grandes empresas locales y extranjeras como a los pequeños y
medianos empresarios (Berrotarán, 2004: 98).
A fines del primer gobierno de Perón, comenzó un descenso de la rentabilidad de los sectores
industriales. Ante esta situación, y tal como lo hicieron sistemáticamente en años posteriores, los
grupos dominantes del capital llevaron a cabo una ofensiva política, ideológica y económica para
instalar socialmente la convicción de que el problema radicaba en los excesivos gastos estatales
y en el elevado nivel de los salarios. Para el economista Eduardo Basualdo, hacia el final del
proceso peronista tres fracciones sociales se disputaban la conducción del proceso económico,
social y político: el capital extranjero, la oligarquía con inversiones diversificadas en la actividad
industrial y agraria, y la llamada “burguesía nacional” (Basualdo, 2006: 87).
Ninguno de los integrantes del empresariado asumió al peronismo como una estrategia política
propia. En muchos casos, sus apoyos a la industrialización, estuvieron rodeados de críticas a las
relaciones con los trabajadores. Aunque obtuvieron beneficios de la política estatal, entre ellos
numerosos créditos para el desarrollo industrial, sus representantes siempre reclamaron por la
indisciplina obrera en sus plantas y por la necesidad de aplicar planes de intensificación del
trabajo obrero.
De modo que los límites más marcados de la alianza social peronista provinieron del acotado
compromiso político y escaso entusiasmo que mostraron la mayor parte de los empresarios.
Estos consideraban que la alianza social peronista tenía demasiada presencia “obrerista”, tal
como afirmaban en numerosas publicaciones del sector, por ejemplo, la revista Metalurgia.
Incluso los representantes de la Confederación General Económica, formada recién en 1953,
tuvieron una limitada incumbencia a la hora de definir políticas del sector para sostener al
peronismo en los años de crisis económica y en los momentos de mayor presión militar sobre le
gobierno. Durante el segundo gobierno de Perón, los problemas económicos y los conflictos
sociales crearon un escenario cada vez más tenso, en el que los enfrentamientos entre el
oficialismo y la oposición se profundizaron.
Por su parte, las Fuerzas Armadas se presentaron como una fuerza política cada vez más
distanciada del gobierno, cuyas acciones se tradujeron en la organización de recurrentes
conspiraciones contrarias al gobierno. Estos movimientos llevaron a cabo acuerdos entre los
liberales y el nacionalismo católico dentro de las propias Fuerzas Armadas. Además,
rápidamente, sumaron la adhesión de los partidos políticos opositores, como la UCR, los
conservadores y el Partido Socialista.
El resultado de estos conflictos políticos y de las tensiones sociales culminaron en la
reorganización de la alianza social antiperonista, integrada por buena parte de los sectores
medios, cuyos integrantes más activos eran los estudiantes nucleados en la Federación
Universitaria Argentina (FUA); la gran burguesía ligada al capital local y extranjero,
representada por la Sociedad Rural Argentina y la Confederación de Asociaciones Rurales de
Buenos Aires y La Pampa (CARBAP), la Bolsa de Comercio, la Unión Industrial Argentina, la
Iglesia católica y gran parte de las Fuerzas Armadas. La Iglesia, que al inicio del primer mandato
de Perón había mantenido relaciones cordiales con el gobierno, fue profundizando su rechazo a
la política social peronista, que le quitaba injerencia en un área que hasta entonces había sido de
su dominio, hasta convertirse en una férrea opositora durante el segundo gobierno peronista.
Desde las ceremonias religiosas, esta institución planteó sus críticas y cumplió un activo papel
en la alianza antiperonista de 1955 (Caimari, 1994).
El 16 de junio de ese mismo año se produjo una intentona golpista conducida por las Fuerzas
Armadas, en el marco de una creciente tensión con los partidos políticos opositores y la Iglesia.
El levantamiento involucró a diversas unidades militares, entre las que se destacaron las fuerzas

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de la Marina. Bajo la consigna de “eliminar a Perón” y terminar con el gobierno, en horas del
mediodía bombardearon y ametrallaron la Casa de Gobierno, la Plaza de Mayo y sus alrededores.
En estos hechos fueron asesinadas centenares de personas –mujeres, niños, ancianos que
estaban de paso por la plaza-. El escenario fue de tal gravedad que podían verse grupos de
soldados avanzando entre las llamas y el humo causado por las bombas y automóviles ardiendo
en las calles Hipólito Yrigoyen y Paseo Colón.
Finalmente, la rebelión fracasó, los aviones de la Marina que habían atacado la plaza se retiraron
hacia Montevideo, que funcionada entonces como un reducto de los opositores al peronismo.
Estos acontecimientos no hicieron más que profundizar los conflictos sociales. A esta jornada le
siguieron una serie de incendios de iglesias en el centro de la ciudad de Buenos Aires
protagonizados por simpatizantes peronistas, quienes consideraban a los eclesiásticos como
instigadores de la rebelión militar. El 31 de agosto de 1955, Perón expresó su respuesta en un
duro discurso. Allí señaló la necesidad de que los trabajadores defendieran los logros sociales
conquistados y afirmó que, como sus adversarios no habían aceptado la pacificación, “la
consigna de todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción
violenta con otra más violenta. Cuando uno de nosotros caiga, caerán cinco de ellos”.

El golpe militar de 1955 y el derrocamiento del peronismo

Durante los mese que siguieron el violento bombardeo a Plaza de Mayo, se produjeron fuertes
enfrentamientos políticos. El peronismo desde el gobierno buscó descomprimir las tensiones y
estableció algunos acuerdos con los partidos de la oposición tendientes, por ejemplo, a
permitirles acceder a los medios radiales de comunicación pública. Así lo hicieron los principales
líderes de la oposición como Alfredo Palacios, Arturo Frondizi y Ricardo Balbín, quienes
criticaron duramente al gobierno. A su vez, el oficialismo les reclamó mesura en sus
caracterizaciones sobre la política gubernamental. Sin embargo ya era demasiado tarde para
evaluar posibles acuerdos. La alianza opositora continuó su acelerada marcha conspirativa y
esperó el momento oportuno para derrocar a Perón. Finalmente, el 16 de septiembre de 1955 se
produjo un nuevo levantamiento militar, encabezado por el Almirante Isaac Rojas y los generales
Pedro E. Aramburu y Eduardo Lonardi, que derrocó al peronismo y estableció un régimen de
facto. A partir de estos hechos, las fuerzas armadas encabezaron la alianza política opositora que
comenzó a organizar un proceso de eliminación del peronismo de la escena política. Los
militares, los integrantes de la Sociedad Rural, la Unión Industrial, y los principales partidos de
la oposición (la UCR y el Partido Socialista) interpretaban que la responsabilidad de la crisis
económica y política por la que atravesaba la Argentina se debía a las políticas estatalistas y
redistributivas instauradas por el peronismo durante los últimos años. Consideraban que venían
a librar al país del autoritarismo peronista, de allí que le dieron el nombre de “libertadora” a este
golpe de estado. Su principal objetivo era “desperonizar” la sociedad y la política argentinas. El
general Lonardi, primer presidente de facto del nuevo régimen militar, adoptó una actitud
conciliadora con respecto al peronismo. Por eso, en su primer discurso público afirmó que “la
victoria no da derechos y que en esta lucha no hay ni vencedores ni vencidos”. En esa misma
línea, planteó que las Fuerzas Armadas debían negociar con los principales partidos de la
oposición y convocar a elecciones. Sin embargo, la mayoría de los militares golpistas, en
particular los integrantes de la Marina, se mostraban reticentes a ser moderados con el
peronismo. Este sector, con el Almirante Rojas a la cabeza, sostenía que era necesario eliminar al
peronismo del escenario social y político, por lo que proponía la intervención del partido
peronista, la CGT y todos los sindicatos (Rouquié, 1986).

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Finalmente, en noviembre de 1955, el general Lonardi fue obligado a renunciar, y, en su
reemplazo, asumió el gobierno de facto el general Pero E. Aramburu.
A partir del cambio presidencial de facto, la “Revolución Libertadora”, asumió la línea política
más dura y se impusieron rápidamente las medidas antiperonistas. A diferencia de su antecesor,
Aramburu planteaba que las Fuerzas Armadas debían gobernar hasta que estuvieran dadas las
condiciones para convocar nuevamente a elecciones.

Consideraciones finales

Entre 1943 y 1945, en el país se produjeron cambios que pusieron fin a los gobiernos
fraudulentos y conservadores del período anterior. Tal como fue desarrollado, la etapa que se
inició en 1946 dio lugar a un nuevo proceso, caracterizado por el protagonismo de las masas
populares y el surgimiento del liderazgo político de Juan D. Perón y Eva Perón. El triunfo de esta
alianza social permitió el desarrollo de un modelo nacionalista y popular, basado en políticas
industriales, con fuertes reformas sociales.
La mayor parte de la bibliografía sobre el tema enfatiza el carácter policlasista del peronismo, sin
embargo, la sola identificación de la participación de diferentes sectores sociales no explica las
particularidades y el énfasis de las estrategias que tanto los trabajadores, como un sector del
empresariado –además de una fracción de las Fuerzas Armadas nacionalistas- llevaron a cabo en
la etapa de formación del proyecto peronista. De tal manera, en este trabajo se destacó el
proceso de conformación del peronismo como parte de las estrategias que en aquellos años
desplegaron los trabajadores a fin de lograr buena parte de sus reivindicaciones históricas, es
decir, obtener sustanciales mejoras sociales (proceso redistributivo) y llevar a cabo una
particular experiencia de participación y protagonismo político, primero a través de la creación
de un partido de los trabajadores (Partido Laborista) y luego, al constituirse en el sector más
dinámico de la alianza social que llevó a Perón al gobierno en 1946 (Partido Peronista-
Justicialista). Este proceso se constituyó a partir de un conjunto de concepciones (teoría) y
prácticas (praxis política) preexistentes en las organizaciones obreras desde los años 30 y 40 y
como parte del amplio abanico de opciones de lucha del movimiento obrero argentino. La
presión sobre el Estado para obtener sus reivindicaciones (Estado social), la alianza con otros
sectores sociales (Frentes populares) y las reivindicaciones de postulados nacionalistas (Política
antiimperialista) fueron algunas de las estrategias desarrolladas por el ascendente movimiento
político. Asimismo, la consolidación de las comisiones internas en las fábricas como factor de
profundización de la organización de los trabajadores, la activa interpelación a los empresarios a
través de huelgas y otras acciones de lucha, así como la destacada participación política dentro y
fuera del estado, completaron la particular opción que los trabajadores realizaron al haberse
constituido como la “columna vertebral del peronismo”.

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