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Equidad y disfrute de los derechos humanos son múltiples las relaciones existentes entre la
equidad y los derechos humanos. La primera que merece ser subrayada es que ambos son
componentes necesarios de un concepto integral del desarrollo. El crecimiento económico sin
equidad no satisface los estándares preponderantes a escala internacional para la medición del
desarrollo de los pueblos; éste, por otro lado, hoy no puede ser concebido al margen de las
libertades y derechos fundamentales de la persona, hasta el punto de que el desarrollo es
entendido como un proceso de ampliación de la libertad humana. El ejercicio de los derechos
humanos contribuye al desarrollo no solamente por el valor instrumental que a estos efectos sin
duda posee, en virtud de su utilidad para hacer sentir la voz de los excluidos o para reforzar
reivindicaciones sociales, sino también porque el pleno disfrute de esos derechos constituye en sí
mismo un elemento esencial y un fin del desarrollo. Tanto en obras científicas, como en informes
de organismos de las Naciones Unidas y de entes multilaterales destinados a la promoción del
desarrollo, se admite cada vez más la interconexión entre los derechos humanos y el desarrollo,
sobre todo en la medida en que tales derechos han sido asumidos en su integridad, considerando
también los derechos económicos, sociales y culturales y su interdependencia con los derechos
civiles y políticos. Desde la perspectiva de los derechos humanos, la relación entre éstos y la
equidad ha sido reconocida ampliamente, y ha sido puesta de manifiesto en la Conferencia
Mundial de Derechos Humanos de Viena (1993) y en instrumentos como la Carta Democrática
Interamericana. Adicionalmente, la vertiente de la equidad que se traduce en una prohibición de
la discriminación se hace presente en la propia proclamación internacional de los derechos
humanos, los cuales deben ser asegurados sin discriminación.
Desde la óptica de la equidad como componente del desarrollo humano, la igualdad en el acceso a
los bienes o servicios necesarios para gozar de una adecuada calidad de vida presupone el pleno
reconocimiento de la condición de persona de cada ser humano y de su dignidad, la cual se
expresa primordialmente en el conjunto de los derechos humanos. Derechos que han de operar
como libertades reales, tangibles y accesibles para todos. Equidad, orden jurídico y acceso a la
justicia El planteamiento anterior conduce a una reflexión sobre las relaciones entre la equidad
como componente y objetivo del desarrollo humano y el Derecho en su acepción de ordenamiento
jurídico. Aparte de la función que el Derecho puede desempeñar en la superación o disminución
de la pobreza, a la que seguidamente aludiremos, es digna de mención la incidencia del marco
jurídico en el desarrollo de un país. De manera general la repercusión es variada y siempre
significativa. El orden jurídico debe garantizar derechos; ofrecer seguridad en el ejercicio de
actividades de variada índole, incluso económica; propugnar la resolución pacífica de los
conflictos; evitar la impunidad; regular adecuadamente el funcionamiento de las instituciones y
asegurar el Estado de Derecho y la separación de poderes y, en último término, procurar la
justicia. Todos estos son aportes relevantes al desarrollo.
Una referencia especial merece la función pacificadora que la administración de justicia está
llamada a cumplir en una sociedad. Para evitar que sea con base en la autodefensa y en la ley del
más fuerte que se diriman las disputas, el Estado asume la administración de la justicia, a fin de
asegurar una solución pacífica de los conflictos a través de la aplicación del Derecho por instancias
independientes e imparciales, como luego expondremos. La dimensión institucional del desarrollo
humano comprende precisamente el elenco de organismos, sistemas, políticas y normas ligados a
la gestión de lo público, ocupando aquí el Derecho un lugar central. Para ilustrar esta afirmación
basta con subrayar la trascendencia del Estado de Derecho y de la separación de poderes en la
sociedad contemporánea. El postulado del apego a la Constitución y a la ley; de la sujeción a
normas preestablecidas generalmente por el Parlamento y no al criterio ocasional y subjetivo del
funcionario ejecutor; de la existencia de pesos y contrapesos y, en consecuencia, de controles
frente al abuso de poder, coadyuva a la implementación ordenada de políticas públicas, a la
certeza en el ejercicio de actividades privadas, y a la vigencia de los derechos humanos.
Son muchos los factores que coadyuvan a los desajustes entre las exigencias de justicia de grupos
numerosos de la sociedad y el marco legal vigente. Cabe mencionar, entre otros, la tendencia a
extrapolar acríticamente cuerpos normativos originados en otras coordenadas sociales; el
formalismo jurídico que a veces silencia los reclamos de la realidad; la ciega subordinación del juez
a la ley, que prescinde de los valores y derechos constitucionalmente reconocidos; el mayor poder
de influencia de las élites sobre la instancia legislativa, o hasta la voluntad deliberada de atender
con preferencia ciertas demandas y de posponer otras.