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Este texto pertenece al libro del Génesis. Libro que es el primero de los cinco
que forman el Pentateuco o Torá.
Dicho libro puede ser estructurado según lo que se llaman fórmulas Toledot,
término que deriva del verbo yalad (engendrar), significa descendientes y se
refiere a lo que ha sido engendrado. Se repite diez veces a lo largo del libro con
un valor estructurante, dando cierta unidad al conjunto del libro.
Estas diez fórmulas se agrupan en dos partes, cinco y cinco, separadas por el
capítulo 11. Las cinco primeras fórmulas son de carácter mítico y se refieren a
la historia de los orígenes, las cinco siguientes, a partir del capítulo 11, se
refieren a las llamadas historias patriarcales o los orígenes de Israel. En estas es
donde se encuentra nuestro texto.
Las fórmulas toledot, además de introducir la narración o la genealogía
siguiente, se refieren a un texto previo. En el texto que nos ocupa el toledot que
aparece es el de Isaac en Gn 25,19-20. Este está referido a Gn21,1ss. En él se
introducen algunos nombres de antepasados, Abraham en este caso, y continúan
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luego con narraciones que tratan de los descendientes de la persona mencionada
en la fórmula toledot.
COMENTARIO LITERARIO
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ESTRUCTURA
SÍNTESIS
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Ambos hermanos aparecen en la historia completamente diferentes. Esaú, el
preferido de Isaac, es muy velludo y cazador; mientras que Jacob, que es el
preferido de su madre, es sin embargo lampiño y muy casero.
Un día en el que Jacob había preparado un guiso de lentejas, llegó Esaú muy
cansado del campo y le pidió que le diera el guiso para comer. Jacob accedió a
cambio de venderle la primogenitura. Y así fue como Esaú dio su primogenitura
a Jacob a cambio de un plato de lentejas.
Isaac, el padre de ambos, se sentía ya viejo y había perdido la vista, por lo que
pensaba estar próximo a morir. Decide por ello dar su bendición a Esaú, su
primogénito. Así que lo envía a cazar y preparar un guiso con lo obtenido, y así
tras comer el fruto de la caza otorgarle su bendición.
Rebeca oye y trama un plan para que la bendición la reciba Jacob. Este,
siguiendo las instrucciones de su madre, se presenta ante Isaac con una pelliza
de piel, para emular el vello de Esaú y le lleva un guiso preparado con dos
cabritos del rebaño. Así Jacob se hace pasar por Esaú y engaña a Isaac que lo
bendice.
Tras marcharse Jacob llega Esaú con el guiso preparado para que su padre coma
y posteriormente lo bendiga. El engaño queda entonces descubierto. Esaú
entonces pide a su padre que lo bendiga, pero Isaac ya ha bendecido a Jacob, y
una bendición no puede ser reiterada. Isaac bendice a Esaú, pero más que
bendecirlo lo que hace es confirmar la bendición de Jacob.
A partir de este hecho, la enemistad de Esaú con Jacob es manifiesta. Tanto es
así, que Esaú planea matar a Jacob. Rebeca se entera de los planes de Esaú y
urge a Jacob a huir a Jarán, donde está el hermano de Rebeca, Labán, durante el
tiempo que tarde en aplacarse la ira de Esaú.
Rebeca urde una trama para que sea Isaac el que envíe a Jacob a Jarán con su tío
Labán a para que se despose con una de sus hijas y no se case así con ninguna
cananea.
Camino de Jarán, en cierto lugar Jacob hizo noche. Se durmió y tuvo un sueño
en el que veía una escalera, que apoyada en la tierra llegaba hasta el cielo, y por
la que los ángeles de Dios subían y bajaban. Yahvé que estaba en lo alto de la
escalera se le muestra como el Dios de Abraham e Isaac y le hace la promesa de
la tierra en la que está, de una descendencia abundante, así como la promesa de
asistirle y guardarle siempre.
Por esto Jacob hizo una estela con la piedra sobre la que reposaba la cabeza y
erigió aquel lugar como santuario al que denominó Betel. Y hace el juramento
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de que Yahvé será su Dios si le asiste y le ayuda para volver con bien a la casa
de su padre.
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de Labán. Jacob aparea el ganado de tal forma que consigue que los mejores
ejemplares sean para él, mientras que los más débiles correspondan a Labán. Y
así llegó a tener numerosos rebaños.
La prosperidad de Jacob llegó a ser tan grande que Labán y sus hijos recelaron
de él. Así que siguiendo el consejo de Dios se marcha a su tierra con toda su
familia y bienes. Se puso en camino y cruzando el río y se dirigió a la montaña
de Galaad.
En la montaña de Galaad Labán da alcance a Jacob. Sin embargo, Labán es
advertido por Dios en sueños de no hablar nada bueno ni malo con Jacob. Pese a
ello Labán le recrimina y Jacob le dice que si encuentra algo que no le
pertenezca entre sus bienes que se lo lleve. Raquel había robado a Labán unos
idolillos y los había ocultado, pero Labán no los encuentra. En realidad, no
encuentra nada que se hubiese llevado injustamente. Jacob monta en cólera y le
recuerda todos los años pasados a su servicio y lo mucho que le había hecho
enriquecerse.
Finalmente, ambos Jacob y Labán, establecen un pacto, mediante el cual
acuerdan que Jacob nunca humillará a las hijas de Labán ni tomará a otras como
esposas. Y ni uno ni otro se buscarán para hacerse mal. Tras este acuerdo se
separaron y Jacob prosiguió su camino. Entonces se le aparecieron unos
mensajeros de Dios y llamó a aquel lugar Majanaín.
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Jacob se enfrenta al encuentro con Esaú con miedo a su reacción; pero para su
sorpresa Esaú corre a abrazarlo, lo besa y llora. Por su parte Jacob se presenta
ante él en actitud humilde, hincando la rodilla en tierra siete veces. El encuentro
resulta entrañable. Jacob le presenta a su familia y le insta a aceptar el obsequio
que le envió con sus siervos.
Finalmente, Jacob y Esaú se separan. Esaú para para Seír y Jacob se dirige a la
ciudad de Siquén en Canaán, donde compra un campo a la entrada de la ciudad,
planta allí su tienda y erige un altar.
Dina, hija de Jacob, un día que había salido a conocer a las chicas de la zona,
tuvo un encuentro con Siquén, hijo de Jamor y príncipe de aquella tierra. Siquén
violó a Dina.
Jacob y sus hijos se enteraron del suceso, se indignaron y montaron en cólera.
Jamor, padre de Siquén, habló con ellos para convencerlos de que permitieran
que su hijo la tomara como esposa. Accedieron con la condición de que los
hombres se circuncidaran, ya que no podían entregar a Dina a casarse con un
incircunciso. Les darían a sus hijas como esposas y ellos harían lo mismo con
las mujeres de la ciudad, y así formarían un nuevo y único pueblo.
Pero los hermanos de Dina, Simeón y Leví, se vengaron. Aprovecharon que los
hombres estaban con los dolores de la circuncisión para matar a Siquén y a
Jamor y saquear la ciudad con todo lo que había en ella. Estos hechos pusieron a
Jacob y a los suyos claramente a malas con los habitantes del país.
Jacob, siguiendo las instrucciones de Dios, abandona el país y se dirige a Betel
donde se establece. Antes de llegar a Betel, ordena a su pueblo deshacerse de
todos los dioses extraños que posean y les pide que se purifiquen y cambien de
vestido. Jacob llega a Betel y erige allí un altar.
De nuevo Dios se le aparece. Se le presenta como El Sadday. Le cambia el
nombre de Jacob a Israel y renueva con él las promesas de la descendencia de
un pueblo numeroso y de la tierra, que hizo a Abraham e Isaac.
Desde Betel se dirigieron a Efratá, y en el lugar de Belén, Raquel que estaba en
cinta se puso de parto y murió. Nació así el último hijo de Jacob, al que
llamaron Benjamín. Y en ese lugar enterraron a Raquel.
Finalmente, Jacob llega a Hebrón, lugar de Abraham y donde vivía Isaac. Tierra
en la que Isaac muere y al que dan sepultura sus hijos Jacob y Esaú.
4. Capítulo 26
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Es el único capítulo que habla directamente sobre Isaac. Queda fuera de la
estructura de la historia de Jacob, pero me parece importante ya que en él Dios
renueva las promesas que hizo con Abraham y que luego hará con Jacob. En él
queda de manifiesto como Isaac repite los errores de Abraham, ya que es un
duplicado de Gn12,10ss y Gn20,1-18, en el que se relata la historia de Abraham
y Sara.
Hubo un hambre terrible e Isaac, por indicación de Dios, marchó con su esposa
a la tierra de Abimelec, rey de los filisteos. Cuando los hombres del lugar le
preguntaron por su mujer, Rebeca, dijo que era su hermana, pues estaba
temeroso ya que era de buen ver.
Pero en cierta ocasión, Abimelec vio que Isaac y Rebeca se acariciaban.
Abimelec al ver esto llamó a Isaac y le preguntó por la razón de ocultarle que
era su esposa, porque alguien hubiera podido acostarse con ella y él
considerarlos culpables. Ordenó entonces que nadie tocara a Rebeca, o sería reo
de muerte.
Isaac vivió algún tiempo entre los filisteos y prosperó muchísimo, tanto que los
filisteos le tenían envidia. Abimelec viendo que Isaac se había hecho muy
poderoso le dijo que se marchara a otra parte. Isaac se estableció en la vaguada
de Guerar donde reabrió los pozos que Abraham había cavado y que los filisteos
habían cegado con tierra. Y les devolvió el nombre que tenían. Pero Isaac tenía
numerosos altercados con los filisteos a cuenta de los pozos.
De allí marchó Isaac a Beerseba, donde una noche se le apareció Yahvé, como
el Dios de su padre Abraham, que le bendice y le promete su asistencia y la
descendencia.
Entonces llegaron a él el rey Abimelec y su capitán del ejército, a los que Isaac
pregunta la razón de su llegada ya que lo habían echado de su compañía. La
razón es que quieren hacer un pacto, pues se han dado cuenta que el Señor está
de su parte. Un pacto por el cual ninguno de ellos se causaría daño.
Por último, se menciona que Esaú, hijo mayor de Isaac, tenía cuarenta años
cuando tomó a dos esposas, las cuales fueron de amargura para Isaac y Rebeca.
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encontramos es una historia que es una lectura creyente de la realidad. Es decir
que son textos que se formaron en el devenir de la historia y la mayor parte
hacen referencia a acontecimientos históricos, pero cuya narración es un
testimonio de fe que no busca conservar la historicidad concreta.
En la segunda sección del libro de Génesis (caps. 12–50), a la que pertenece
nuestro texto, se presentan los orígenes del pueblo de Israel. Estos orígenes
comienzan con Abraham, Isaac y Jacob; y continúa con los doce hijos de Jacob.
Continúa con la marcha de Jacob y sus hijos a Egipto, y finaliza con la vida de
los descendientes de Jacob (israelitas) en ese país.
Los ancestros de Abraham fueron grupos arameos que viajaron desde el desierto
hacia la tierra fértil, es decir desde Mesopotamia hasta Canaán. El período en
que sucede esto puede datarse entre los siglos XX-XVIII a.C
Según lo que el Génesis nos trasmite, los patriarcas eran líderes de grupos
seminómadas que detenían sus caravanas lugares santos, donde recibían
manifestaciones de Dios. Y alrededor de esos lugares se asentaban los
patriarcas: Abraham en Hebrón, Isaac al sur, en Beerseba, y Jacob en Penuel y
Mahanaim, al este del Jordán, y cerca de Siquem y Betel, al oeste del Jordán.
La fe de los patriarcas podría consistir en una religión familiar o tribal, a cuyo
dios se le conocía como «el Dios de los padres», o Dios de Abraham, Isaac y
Jacob. Su Dios era un Dios que no estaba ligado a ningún santuario. El líder
familiar o tribal, es decir el patriarca, es el que recibía la manifestación de Dios
que le prometía orientación, protección, descendencia y posesión de la tierra.
NOTAS EXEGÉTICAS
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Dios manifiesta su elección por Jacob y le promete su ayuda. Esto aparece
reflejado claramente en el episodio del sueño de Betel. En él aparecen unas
escaleras que apoyadas en la tierra llegan hasta el cielo. En lo alto de ellas está
el Señor, cuyos ángeles suben y bajan mensajeros del cumplimiento de sus
promesas: asistencia, protección y posesión de la tierra.
La estancia de Jacob en Jarán, en casa de Labán, ocupa todo el acto central. En
un principio todo parece discurrir según las promesas de Dios. Las relaciones
son cordiales, pero pronto, entre Jacob y Labán, estas se tuercen. En torno a los
casamientos de Jacob con las hijas de Labán hay una historia de engaños con los
que Labán procura aprovecharse de Jacob.
El relato de los hijos de Jacob es el tema nuclear de la pieza central y de todo el
texto. Su nacimiento hace que broten con fuerza las rivalidades entre las
madres. Dios no permanece ajeno a los problemas. Esto se ve en su implicación
en el nacimiento y nombre de los hijos, mediante una serie de juegos de
palabras o asonancias.
Lo primero que se ve en ellos es la condición de hijos, pero en el fondo late la
idea de tribus: las doce tribus de Israel, que aquí, además de tener lazos
geográficos, políticos y religiosos, presentan lazos de familia.
La vuelta de Jacob a su tierra también se mueve por una serie de procedimientos
un tanto oscuros, mediante los cuales Jacob engaña a Labán y se enriquece
considerablemente.
Ante el recelo de Labán y de sus hijos, Dios envía de vuelta a su tierra nativa.
Labán le persigue, le da alcance y finalmente sellan un pacto de no agresión.
La vuelta de Jacob a Canaán está enmarcada por una orden divina y una
aparición en Dios en Majanaín. Allí se le aparecen unos ángeles mensajeros de
Dios. Aparición que recuerda a la de Betel y que invita, lo mismo que allí, a
confiar en la protección divina.
El tercer acto tiene como tema central el encuentro con Esaú. Jacob tiene miedo,
pues teme la reacción de Esaú. Por ello divide sus gentes y posesiones en dos
campamentos y envía regalos a Esaú.
Llevado por el miedo cruza el río Yaboc apresurado. Al otro lado Jacob pasa
toda la noche luchando con un hombre desconocido que finalmente resulta ser
Dios. A partir de este momento Jacob se llamará Israel. El cambio de nombre
denota el cambio de identidad y destino.
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El encuentro con Esaú es de lo más cordial y fraterno. De hecho, las muestras
de afecto que Esaú le dispensa, recuerdan a las del padre con el hijo pródigo.
Esaú es perdón y Jacob guarda silencio.
El encuentro y reconciliación entre los hermanos culmina el ciclo de Esaú y
Jacob. A partir de aquí aparecen una serie de duplicados y complementos de lo
ya relatado; pero que no son simples reiteraciones. En el conjunto tienen su
función.
La vuelta de Jacob a betel conlleva el cumplimiento del voto allí realizado. La
purificación de toda su familia y la peregrinación a Betel dan idea del nuevo
Jacob. Dios se aparece una vez más, repite el cambio de nombre y renueva sus
promesas. Este cambio de nombre inaugura una nueva época en la historia, un
nuevo pueblo: Israel.
TEMAS TEOLÓGICOS
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Las promesas de Dios son unidireccionales, no dependen de la actitud de la
persona. Se cumplen siempre. Las promesas que Dios le hace a Jacob son la
posesión de la tierra y la promesa de asistencia y acompañamiento.
El Dios de los patriarcas es un Dios cercano. No es un Dios remoto. Es el Dios
de los padres y será el Dios de los hijos. Que se haya presente en la vida
concreta y en las circunstancias que les toca vivir. Un Dios que los ayuda y
acompaña, que los conduce por sus travesías a través de los desiertos, que está
en sus vidas, desde lo más pequeño de ellas hasta las gestas más grandes.
Y ese Dios sigue cumpliendo sus promesas. Sigue acompañándonos en el
camino, a través del desierto de nuestra vida. En cada gesto pequeño, en cada
gran hazaña, ahí esta Dios, en lo más profundo de nuestra vida, manteniendo su
promesa a pesar de nuestras infidelidades, conduciéndonos a la tierra de
promisión donde gozaremos de Él.
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Esaú al renunciar a su derecho de primogénito que le constituía en heredero de
las promesas mesiánicas.
Nosotros somos también herederos de las promesas, somos del linaje de Jacob.
Y lo que nos une a dicho linaje, o sea al pueblo que Dios ha elegido, es nuestra
fe en su Hijo, en Cristo Jesús. Así encontramos en Jn 1, 51 que la comunicación
con Dios, anunciada en el sueño de Jacob en Betel, se hace realidad permanente
para los creyentes.
CONCLUSIÓN
Está claro que las historias patriarcales, en concreto la historia de Jacob, quizá
tengan poco que ver con la realidad, en cuanto que no son documentos
históricos. Seguramente sobre un núcleo de realidad se fueron construyendo
historias; pero eso no les quita un ápice de verdad, la realidad que nos
transmiten es auténtica y completamente válida para nuestras vidas. Y esta
verdad que nos transmiten sigue estando vigente, aunque sea del Antiguo
Testamento.
Se nos presenta un Dios cercano que nos acompaña y nos guía, que nos promete
llevarnos a una tierra donde viviremos en comunión y no habrá más dolor. Un
Dios que nos ha elegido en su Hijo Jesucristo y nos ha hecho su pueblo, nos ha
hecho hijos en el Hijo y en Él, herederos de las promesas.
Releer el Antiguo Testamento y en concreto estas historias, que aparentemente
nos son tan lejanas, a la luz de Cristo resucitado, es todo un acontecimiento
gozoso que nos lleva a postrarnos y agradecer.
BIBLIOGRAFÍA
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García López, F., ¿Cómo leer el libro del Génesis?, Reseña bíblica, año 2013,
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