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No le ayudes a Dios, Dios que sea tu ayudador.

Genesis 25.23
En la biblia nos cuenta la historia de tres generaciones muy importantes que
recibieron las promesas del pacto de Dios y compartían la misma fe. Empecemos
hablando del primer patriarca de la biblia, Abraham, un hombre con una Fe
inquebrantable mejor conocido como el padre de naciones que vivió 175 años,
después su hijo Issac un hombre que heredo los mismos principios de su padre
que vivió 180 años (Gn. 35:28). Isaac a los 40 años toma a Rebeca como mujer
(Gn. 25:19), a la edad de 70 años nacieron Esaú y a Jacob (Gn. 25:26) desde ese
momento dos naciones empezaron a dividirse (Gn. 25:23) con la promesa de Dios
que el mayor serviría al menor.
Sin embargo, Jacob era muy diferente a su abuelo Abraham. Jacob siempre fue
astuto y vivió la mayor parte de su vida conforme a su astucia e ingenio. Él no era
ajeno a los conflictos y su pasión por conseguir lo que quería para sí mismo lo
controlaba. Esta lucha fue verdaderamente un trabajo duro que con el tiempo lo
llevó al punto emblemático de su existencia, una lucha con un hombre misterioso
en quien Jacob vio a Dios cara a cara (Gn 32:24, 30). En su debilidad, Jacob
clamó en fe por la bendición de Dios y fue transformado por gracia.

Jacob y Esaú crecieron juntos viviendo una vida nómada. Esaú se convirtió en un
excelente cazador y le encantaba estar en el campo, mientras que Jacob "era
varón quieto, que habitaba en tiendas" (Génesis 25:27). Esaú, siendo un cazador,
era el favorito de su padre quien comía de la caza que Esaú traía, mientras
Rebeca amaba a Jacob (Génesis 25:28). Este favoritismo destructivo seguiría a la
familia en la siguiente generación, especialmente con José el hijo de Jacob. Tal
era el favoritismo de Jacob por José, que causó gran resentimiento entre sus
hermanos y casi le cuesta la vida a José.

1. Que tu fe transforme tus decisiones (y no que tus decisiones transformen su


fe)

Aunque el plan de Dios era que Jacob fuera el sucesor de Isaac ( Gn 25:23),
Rebeca y Jacob engañaron y robaron para obtenerla, lo que puso a la familia en
grave peligro. En vez de confiar en Dios, fueron deshonestos con Isaac y Esaú
para asegurar su futuro, lo que trajo como resultado una separación prolongada en
el negocio familiar.

Las bendiciones del pacto con Dios eran regalos que se recibían, no se tomaban a
la fuerza. Debían ser usadas para ayudar a otros, no para acumularlas. Jacob no
lo tomó en cuenta. Aunque tenía fe (a diferencia de su hermano Esaú), él
dependía de sus propias habilidades para obtener los derechos que valoraba.
Jacob aprovechó el hambre de Esaú para comprarle el derecho de nacimiento (Gn
25:29–34). Es bueno que Jacob valorara este derecho, pero muestra una profunda
falta de fe que lo quisiera conseguir por sus propios medios, especialmente en la
forma en la que lo hizo. Siguiendo el consejo de su madre Rebeca (quien también
buscó algo bueno por los medios equivocados), Jacob engañó a su padre y su
vida como fugitivo de la familia muestra la naturaleza detestable de su
comportamiento.

El Libro de Hebreos nos enseña una lección espiritual de las acciones de Esaú.
Esaú es usado como un ejemplo de alguien que se sale del camino de Dios y se
llena de amargura y se contamina espiritualmente (Hebreos 12:15). Se nos
advierte que no seamos un “profano como Esaú, que por una sola comida vendió
su primogenitura” (v. 16). “15Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la
gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella
muchos sean contaminados; 16 no sea que haya algún fornicario, o profano, como
Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. 17 Porque ya sabéis que
aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo
oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.”

eTiempo después, Jacob comenzó a creer genuinamente en las promesas del


pacto con Dios, aunque no logró vivir confiando en lo que Dios haría por él. Las
personas maduras y piadosas que han aprendido a dejar que su fe transforme sus
decisiones (y no que sus decisiones transformen su fe) pueden trabajar con base
en esa fortaleza. Las decisiones valientes y astutas que alcanzan grandes logros
pueden recibir elogios por su simple efectividad, pero cuando las ganancias
resultan de aprovecharse y engañar a otros, algo está mal. Más allá del hecho de
que los métodos deshonestos por sí mismos son incorrectos, también pueden
revelar los principales miedos de aquellos que los usan. El deseo incesante de
Jacob de ganar beneficios para él mismo revela cómo sus miedos lo llevaron a
resistirse ante la gracia transformadora de Dios. En la medida en la que
comenzamos a creer en las promesas de Dios, estamos menos propensos a
manipular las circunstancias para nuestro propio beneficio. Siempre debemos
estar conscientes de que nos podemos engañar a nosotros mismos con facilidad
acerca de la pureza de nuestras motivaciones.

2. Confrontando la realidad

Después de huir de Esaú, Jacob se estableció en Harán, Labán ofreció pagarle


por el trabajo que había estado haciendo como pastor cuidando de sus rebaños.
Jacob se ofreció trabajar para Labán durante siete años a cambio de Raquel, la
hija de Labán, a quien amaba profundamente. Sin embargo, Jacob descubrió que
su tío Labán podía ser tan engañador como él mismo había sido. En la noche de
bodas de Jacob, Labán sustituyó su hija mayor, Lea, por Raquel (Génesis 29:23-
25). Sin embargo, Labán también acordó de entregarle a Jacob a su hija Raquel,
siempre y cuando terminara la semana de bodas con Lea antes de tomar a Raquel
como esposa, y luego trabajar otros siete años para él. Jacob estuvo de acuerdo
con este plan. Mientras que las dos mujeres seguían siendo las esposas de Jacob,
él amaba a Raquel más que a Lea (Génesis 29:30), una fuente continua de
conflictos familiares. Claramente, Jacob fue un buen trabajador y Labán había sido
bendecido por medio de su asociación con él.
Durante este tiempo, Jacob aprendió sobre el comercio de la crianza de animales,
y usó está destreza para vengarse de Labán. Por medio de sus técnicas de
crianza se volvió muy rico a costa de su tío y la situación llegó al punto de que los
hijos de Labán se quejaban de que “Jacob se ha apoderado de todo lo que era de
nuestro padre, y de lo que era de nuestro padre ha hecho toda esta riqueza” (Gn
31:1–2). Jacob notó que la actitud de Labán hacia él había cambiado. Con todo, él
afirmó que sus ganancias eran un regalo de Dios, diciendo, “si el Dios de mi
padre, Dios de Abraham, y temor de Isaac, no hubiera estado conmigo,
ciertamente me hubieras enviado ahora con las manos vacías” (Gn 31:42).

Jacob sintió que Labán no lo había tratado como era debido. Su reacción, por
medio de sus maquinaciones, fue hacer otro enemigo de forma similar a lo que
ocurrió con Esaú, aprovechándose de él. Este es un patrón que se repite en la
vida de Jacob. Parece que cualquier cosa era correcta, y aunque aparentemente
le daba el crédito a Dios, es claro que hizo estas cosas a partir de su carácter de
estratega. No vemos mucha integración de su fe con su trabajo en este punto y es
interesante que cuando Hebreos reconoce a Jacob como un hombre de fe, solo
menciona sus acciones al final de su vida (Heb 11:21).

Labán le pidió a Jacob que se quedara y que le señalará su salario. Jacob pidió sólo las
ovejas y cabras manchadas y salpicadas de color de todos los rebaños de Labán que él
apacentaba para que fueran de su propio rebaño. No está claro cómo o por qué funcionó,
pero Jacob puso varas verdes frente a los rebaños cuando se apareaban, y esto resulto en
borregos listados, pintados y salpicados que él podía reclamar para sí. Jacob hizo esto sólo
con los animales fuertes, por lo que sus rebaños crecieron fuertes mientras que los de
Labán eran rebaños débiles (Génesis 30:31-43).

Jacob pensaba que el efecto visual de las varas descortezadas sobre los animales
que procreaban era la causa de tales nacimientos. Sin embargo, en el siguiente
capítulo, Dios mismo le revelará que esa no era la razón (Gn. 31:10-12). En
realidad, aunque las ovejas que se apareaban eran blancas, no lo eran desde el
punto de vista genético, ya que llevaban enmascarados en su genoma los genes
recesivos necesarios para producir también descendientes manchados. Y, por
tanto, de unos padres blancos nacía un porcentaje importante (25%) de animales
manchados. Hoy sabemos que eso se debe a las famosas leyes genéticas
descubiertas por Gregor Mendel en el siglo XIX, mediante sus experimentos con
los guisantes, y que, evidentemente, Jacob no podía conocer en su época.

Jacob reconoció que Labán y la actitud de sus hijos hacia él había cambiado. Fue entonces
cuando Dios le ordenó a Jacob que volviera a la tierra de sus padres, acompañado por Su
promesa: "y yo estaré contigo" (Génesis 31:3). Jacob salió de Harán, llevándose consigo a
su esposa e hijos y todos los grandes rebaños que había acumulado. Cuando Labán se
enteró de que Labán se había ido, lo persiguió. Pero Dios le dijo a Labán en un sueño
"guárdate que no hables a Jacob descomedidamente" (Génesis 31:24). Labán le preguntó a
Jacob porqué se había ido secretamente y le dijo que tenía el poder para hacerle el mal si
no hubiera sido por la advertencia de Dios. También acusó a Jacob de haber robado sus
dioses. Continuando con el legado de engaño, Raquel, quien había tomado los ídolos sin
que Jacob lo supiera, los oculto de su padre mientras él los buscaba. Labán y Jacob
finalmente se separaron después de hacer un juramento de no invadir las tierras el uno al
otro.

3. Deja que dios te transforme

Después de la tensión creciente con su suegro y la separación de negocios en la


que ninguno actuó honorablemente, Jacob dejó a Labán. Ya que obtuvo su
posición por medio del truco sucio de Labán años atrás, Jacob vio la oportunidad
de legitimarla haciendo un acuerdo con su hermano Esaú. Sin embargo, él
esperaba que las negociaciones fueran tensas. Carcomido por el miedo de que
Esaú viniera al encuentro con sus cuatrocientos hombres armados (la angustia de
Jacob), Jacob divide a su familia y sus animales en dos grupos, para asegurar
alguna medida de supervivencia. Él oró por protección y envió un enorme regalo
de animales delante de él para apaciguar a Esaú antes del encuentro. Pero la
noche antes de llegar al punto de reunión, Jacob el estafador fue visitado por una
figura misteriosa que le daría a él una sorpresa. El mismo Dios lo atacó en forma
de un hombre fuerte, contra quien Jacob se vio obligado a luchar toda la noche.
Resulta que Dios no es solo el Dios de la adoración y la religión, sino el Dios del
trabajo y los negocios familiares. Él no está tratando de ganar ventaja frente a un
manipulador escurridizo como Jacob; Él demostró Su ventaja al punto de herir
permanentemente la cadera de Jacob, pero Jacob en su debilidad dijo que no se
rendiría hasta que su atacante lo hubiera bendecido.

Este se convirtió en el momento decisivo de la vida de Jacob. Él había tenido


luchas con personas durante años, pero también había estado luchando en su
relación con Dios de forma permanente. Aquí al fin se encontró con Dios y recibió
su bendición en medio de la lucha. Jacob recibió un nuevo nombre, Israel, e
incluso le dio un nuevo nombre al lugar, para honrar el hecho de que ahí había
visto a Dios cara a cara (Gn 32:30). El encuentro con Esaú que parecía tan
preocupante aconteció a la mañana siguiente y contradijo la expectativa temerosa
de Jacob en la forma más agradable que se pudiera imaginar. Esaú corrió a Jacob
y lo abrazó. Él trató de rechazar gentilmente los regalos de Jacob, pero Jacob
insistió en dárselos. Un Jacob transformado le dijo a Esaú, “veo tu rostro como
uno ve el rostro de Dios” (Gn 33:10).

La identidad ambigua del oponente de Jacob es un aspecto intencional en la


historia, que resalta los elementos inherentes de la lucha de Jacob con Dios y los
hombres. Jacob nos muestra una verdad que está en el centro de nuestra fe:
nuestras relaciones con Dios y con las personas están ligadas. Nuestra
reconciliación con Dios hace posible nuestra reconciliación con otros. Del mismo
modo, en esa reconciliación humana, llegamos a ver y conocer mejor a Dios. El
trabajo de la reconciliación aplica para familias, amigos, iglesias, compañías e
incluso grupos de población y naciones. Solo Cristo puede ser nuestra paz, pero
para eso somos sus embajadores. Esta es una bendición que viene de la promesa
inicial de Dios a Abraham y que debe afectar al mundo entero.

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