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Génesis 25

Este es otro capítulo importante de la Biblia. Nos relata la


muerte de Abraham y el nacimiento de los hijos de Isaac y
Rebeca, los mellizos Esaú y Jacob. Se mencionan las
generaciones de Ismael, así como también las generaciones
de Isaac. Luego, se incluye el incidente relacionado con la
primogenitura. Aunque este capítulo concluye el relato de la
vida de Abraham, en realidad, su historia finalizó en el
capítulo 23, cuando envió a su siervo a encontrar una esposa
para Isaac.
Extraeremos de estos pasajes Bíblicos algunas lecciones.
Leeremos los primeros dos versículos, que nos cuentan que
Abraham se casó con Cetura y tuvo más hijos
"Abraham volvió a tomar mujer, y su nombre era Cetura. Y
ella le dio a luz a Zimram, a Jocsán, a Medán, a Madián, a
Isbac, y a Súa."
Vemos que, después de la muerte de Sara, Abraham se volvió
a casar y tuvo otros 6 hijos. Cualquiera hubiera pensado que,
a su edad, el patriarca era incapaz de tener más hijos.
Humanamente hablando, podría haber sido así. Pero Dios
había obrado milagrosamente en él. No solo había tenido a su
hijo Isaac, sino que aquí le vemos tener otros hijos que, a su
vez, dieron origen a naciones. Con todo, la descendencia de
la promesa de Dios permaneció vinculada a Isaac.
Resulta interesante que se citen aquí a Medán y a Madián,
que darían origen a los madianitas y medanitas, en la
descendencia de Abraham. Los otros hijos no originaron
pueblos que podamos identificar. Es significativa la inclusión
de los madianitas, que más adelante se entrecruzarán con el
pueblo de Israel, porque Moisés fue a la tierra de Madián y
tuvo una esposa de ese pueblo. Pero recordemos que la
descendencia de la promesa de Dios a Abraham estaba ligada
a su hijo Isaac, no a Ismael ni a estos descendientes aquí
citados.
Antes de morir, Abraham aun reconoció a Isaac como
el hijo escogido
Leamos los versículos 5 al 11:
"Abraham dio a Isaac todo lo que poseía; y a los hijos de sus
concubinas Abraham les dio regalos, viviendo aún él, y los
envió lejos de su hijo Isaac hacia el este, a la tierra de
Oriente. Estos fueron los años de la vida de Abraham: ciento
setenta y cinco años. Abraham expiró, y murió en buena
vejez, anciano y lleno de días, y fue reunido a su pueblo. Y
sus hijos Isaac e Ismael lo sepultaron en la cueva de
Macpela, en el campo de Efron, hijo de Zoar heteo, que está
frente a Mamre, en el campo que Abraham compró a los hijos
de Het; allí fue sepultado Abraham con Sara su mujer. Y
sucedió que después de la muerte de Abraham, Dios bendijo
a su hijo Isaac. Y habitó Isaac junto a Beer-lajai-roi."
Aquí se aclara que Abraham dejó a Isaac todas sus
posesiones, lo cual confirmó la posición de éste como
fundador de la nación que, descendiendo de él llevaría el
nombre de Israel. Después del entierro de Abraham, Isaac
regresó al lugar donde había conocido a Rebeca.
Entre los versículos 12 y 18, se citan las
Generaciones de Ismael
El hijo de Abraham y de Agar, la sierva egipcia de Sara. Como
hemos destacado en un programa anterior, el Espíritu Santo
utiliza este método en el libro del Génesis. En primer lugar se
cita la línea de descendencia secundaria, que después es
dejada de lado y ya no se menciona más. En segundo lugar
se cita y se sigue la descendencia por medio de la cual Dios
cumplió su plan de redención, que culminó al llegar hasta
Cristo. Por ese motivo, una vez presentada la descendencia
de Ismael, ahora el texto continúa con la descendencia de
Isaac. Leamos los versículos 19 al 26, en que
Se reanuda el relato de la vida de Isaac
Y se menciona el
Nacimiento de Esaú y Jacob
"Estas son las generaciones de Isaac, hijo de Abraham:
Abraham engendró a Isaac. Tenía Isaac cuarenta años
cuando tomó por mujer a Rebeca, hija de Betuel, arameo de
Padán-aram, hermana de Labán arameo. Y oró Isaac al Señor
en favor de su mujer, porque ella era estéril; y lo escuchó el
Señor, y Rebeca su mujer concibió. Y los hijos luchaban
dentro de ella; y ella dijo: Si esto es así, ¿para qué vivo yo? Y
fue a consultar al Señor. Y el Señor le dijo: Dos naciones hay
en tu seno, y dos pueblos se dividirán desde tus entrañas; un
pueblo será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al
menor. Y cuando se cumplieron los días de dar a luz, he aquí,
había mellizos en su seno. Salió el primero rojizo, todo
velludo como una pelliza, y lo llamaron Esaú. Y después salió
su hermano, con su mano asida al talón de Esaú, y lo
llamaron Jacob. Isaac tenía sesenta años cuando ella los dio a
luz."
Comentemos brevemente este párrafo, que comienza con una
frase que nos recuerda el principio del Evangelio según
Mateo, en estas palabras: "Abraham engendró a Isaac, e
Isaac a Jacob . . ." Acabamos de ver que Abraham tuvo varios
hijos, pero este pasaje enfatiza que sus genealogías no se
siguen. Solo se sigue la de Isaac. Las descendencias de
Ismael, Madian y otros nombres, solo aparecerán una y otra
vez cuando se crucen con los descendientes de Isaac, pero no
se comentarán.
Resulta interesante observar que Rebeca, como en el caso de
Sara, era estéril. Pero Isaac oró a Dios por ella y entonces
ella quedó embarazada y dio a luz mellizos. La lucha entre
estos dos hijos representa la lucha que tiene lugar en la
actualidad, entre los pueblos árabe e israelí. Rebeca no
comprendió lo que estaba sucediendo y, en su frustración,
consultó al Señor. De estos hijos se originarían dos naciones,
que desde su mismo origen estarían luchando por la
supremacía. Según aquella declaración de Dios, y
contrariamente a la práctica usual, el hijo mayor serviría al
menor. Isaac y Rebeca habían estado casados por unos veinte
años cuando estos niños nacieron. El que nació primero fue
considerado el mayor y se le llamó Esaú, por ser velludo y
pelirrojo. Al segundo hijo le llamaron Jacob, que significaba el
usurpador, o el suplantador, porque incluso naciendo aferraba
a su hermano por el talón, tratando de ocupar su lugar.
Leamos los versículos 27 y 28, donde se nos cuenta la
situación de aquella familia y cómo
Esaú vendió su primogenitura a Jacob
"Los niños crecieron, y Esaú llegó a ser diestro cazador,
hombre del campo; pero Jacob era hombre pacífico, que
habitaba en tiendas. Y amaba Isaac a Esaú porque le gustaba
lo que cazaba, pero Rebeca amaba a Jacob."
Aquí tenemos a los mellizos. A medida que crecían iban
manifestando una profunda diversidad de caracteres. No
podían ser más diferentes el uno del otro. No solamente
habían luchado en el vientre de su madre, sino que
continuarían enfrentándose de aquí en adelante. Tenían
formas de pensar absolutamente diferentes, así como
diferentes actitudes, puntos de vista y modos de vida. A
primera vista, Esaú puede parecernos más atractivo que
Jacob. Pero sabemos que no siempre se puede juzgar a
alguien por las apariencias meramente externas sino por lo
que revela el interior de la persona. Así es como juzga Dios a
los seres humanos. Esaú era un hábil cazador. Ese tipo de
joven que alcanza el éxito y que muchos admirarían hoy;
deportivo, atlético, que ama la vida al aire libre. El se
concentraba en todo aquello que era físico, que era lo único
que le interesaba. Y su aspecto exterior no armonizaba con su
personalidad interior. No tenía ninguna comprensión,
capacidad o deseo de ocuparse de asuntos espirituales. Tenía
grandes pasiones, pero carecía de fuerza interior y de
autocontrol. En cambio, Jacob era simple, de carácter
tranquilo, a quien no le gustaba salir de su casa, dócil, muy
apegado a su madre, y fácilmente influenciado por ella. El
versículo 28 nos describía la situación familiar de división que,
desgraciadamente, es bastante común hoy en día y una
verdadera fuente de conflictos. Esaú era el favorito de su
padre, Isaac, y Jacob, el preferido por su madre, Rebeca.
Todo ello reflejaba una desunión y falta de comunicación
entre marido y mujer.
Como acabamos de resaltar, Esaú resultaba mucho más
atractivo que Jacob, con su aspecto de joven saludable. Y
Jacob era un hombre astuto que se esforzaba por superar su
propia habilidad. No le importaba rebajarse a hacer cosas
deshonestas, por lo cual Dios ya se ocuparía de él en el
futuro. El detalle interesante es que aunque Esaú pareciese
exteriormente más atractivo, en su interior no tenía
capacidad para relacionarse debidamente con Dios. Si alguna
vez existió alguien típicamente mundano o materialista, él era
precisamente esa persona. Su concepción de la vida estaba
centrada únicamente en el aspecto físico. En contraste Jacob,
en lo más profundo de su ser, tenía un deseo por las
realidades espirituales. Le llevó a Dios algún tiempo remover
ciertas facetas de su carácter que, como escombros,
obstaculizaban que de su interior saliesen a la superficie sus
valores y deseos espirituales. Finalmente, la obra de Dios en
la vida de Jacob, que se relata en gran parte del libro del
Génesis, culminaría con éxito, por lo cual comprobaremos
que, en realidad, el fue durante toda su vida un hombre que
tenía conciencia de pertenecer a Dios, aunque no lo
demostrase hasta una edad avanzada.
A continuación el relato llega a un incidente que ocurrió en el
hogar. Porque las respectivas preferencias de los padres
ocasionarían dificultades y conflictos. Leamos los versículos
29 al 32:
"Un día, cuando Jacob había preparado un potaje, Esaú vino
del campo, agotado; Y Esaú dijo a Jacob: Te ruego que me
des a comer un poco de ese guisado rojo, pues estoy
agotado. Por eso lo llamaron Edom. Pero Jacob le dijo:
Véndeme primero tu primogenitura. Y Esaú dijo: He aquí,
estoy a punto de morir; ¿de qué me sirve, pues, la
primogenitura?"
Este incidente revela el verdadero carácter de ambos
hermanos. Esaú regresó del campo muy cansado y, como
vulgarmente se dice, muerto de hambre. Esta claro que, en la
casa de Abraham nadie llegaría hasta el extremo de pasar
hambre, pues había abundancia de comida. Pero en aquel
momento no había nada preparado para comer, salvo el
potaje o guiso que Jacob había cocinado. Jacob, el muchacho
que siempre estaba en casa era, evidentemente, un buen
cocinero.
Entonces Esaú le pidió de comer de aquella especie de sopa
vegetal, hecha de lentejas. Jacob, que era un oportunista vio
la ocasión de hacerse con el derecho a la primogenitura e
intentó comprarlo.
Comentando brevemente sobre el valor de la primogenitura,
diremos que implicaba que aquel que lo poseyese, era el jefe,
y el sacerdote de la familia. Tratándose de esta familia
concreta, significaba que el que poseyese este derecho,
estaba incluido en la línea de descendencia que conducía
hasta Cristo. Esaú no otorgaba a este privilegio ningún valor y
tampoco quería ser el sacerdote de la familia, con la
responsabilidad que ello requería. Y Jacob lo sabía. Del
diálogo que hemos leído, en el que se acordó la transacción,
destacamos la frase de Esaú. "¿De qué me sirve, pues, la
primogenitura?"
Esta expresión nos dice mucho del valor que el asignaba a los
asuntos espirituales.
Pero la conducta de Jacob estaba también equivocada. Dios
había prometido: "el mayor servirá al menor". La
primogenitura le llegaría de todas formas a Jacob, pero en el
momento establecido por Dios. Pero Jacob no fue capaz de
esperar, así que se apresuró a obtenerla por sus propios
medios, con habilidad y astucia, intentando conseguir con la
mayor ventaja posible de la situación, lo que Dios le había
prometido. Trató de manipular los acontecimientos y de
adelantarse a los planes de Dios. Debía haber esperado que
Dios le concediese dicho derecho. Y es que Jacob actuaba
bajo el principio de que, pudiendo hacer u obtener algo por sí
mismo, por su propia habilidad y astucia, no veía motivo para
esperar que Dios lo hiciese. Se sentía capaz de ocuparse de
sus propios asuntos. Podríamos decir que, de acuerdo con la
forma normal de actuar en la sociedad, lo hizo bien. Como
veremos más adelante, llegaría una etapa de su vida en la
que Dios le instruiría en su propia escuela, llevándole a
enfrentar graves dificultades y permitiéndole sufrir a causa de
la astucia de otro; concretamente, de su tío Labán.
Continuemos con el relato de este incidente y leamos los
versículos 33 y 34:
"Y Jacob dijo: Júramelo primero; y él se lo juró, y vendió su
primogenitura a Jacob. Entonces Jacob dio a Esaú pan y
guisado de lentejas; y él comió y bebió, se levantó y se fue.
Así menospreció Esaú la primogenitura."
Este relato finaliza destacando el desprecio de Esaú por los
valores espirituales, que le llevó a renunciar a aquellos
privilegios y responsabilidades del derecho de primogenitura,
dominado por la necesidad de satisfacer una necesidad física
momentánea.
Así también en la actualidad muchos, incluso numerosas
personas que se llaman cristianas, que aparentemente se
identifican con la cultura o algunos valores cristianos, parecen
mostrar cierta falta de capacidad para vivir la realidad de un
auténtico Cristianismo. Quizás están influenciadas por las
presiones o influencia de una sociedad cada vez más
secularizada y sus puntos de vista, opiniones y filosofía de la
vida son similares a quienes no se identifican con el
Cristianismo ni con el mensaje de la Biblia.
Las Sagradas Escrituras y, específicamente el relato Biblico
que hoy hemos examinado, constituyen un motivo de
reflexión y un toque de atención contra una vida
exclusivamente centrada en lo físico, lo material, lo
perecedero, aquello que es pasajero y temporal. De acuerdo
con el mensaje de la Biblia, un verdadero cristiano es una
persona que ha respondido al mensaje del Evangelio, se ha
sentido objeto de la gracia de Dios aceptando la obra de
Jesucristo en la cruz y le ha incorporado a su vida. A esa
persona el Espíritu de Dios ha regenerado, enseña,
transforma y guía.

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