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GINEL, ÁLVARO.

SDB

DOSIER REPENSAR LA CATEQUESIS

REVISTA CATEQUISTAS Nº.259-260; AÑO 2017


RESUMEN
JAVIER ALCÁNTARA BENÍTEZ

Toda reflexión sobre la catequesis se ha de hacer en el seno de la comunidad eclesial a la luz de los
documentos nacidos en la Iglesia.

A partir de la renovación del Concilio Vaticano II hasta nuestros días han ido apareciendo diferentes
escritos del Magisterio que han ido marcando el sendero por donde caminar. Entre ellos están los
siguientes:

1. Directorio Catequístico General (DCG). 18 de marzo de 1971. Pablo VI. Respuesta a la petición
hecha por el CVII.
2. Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA). 1972. Aporta el desarrollo y etapas del
catecumenado de adultos.
3. Tercera Asamblea General del Sínodo de los Obispos acerca de la evangelización del mundo
contemporáneo. Octubre del 1974.
4. Evangelii nuntiandi. 1975. Pablo VI. Exhortación apostólica resultado de la tercera asamblea
general del sínodo. Presenta la catequesis como acción evangelizadora dentro del ámbito de la
misión general de la Iglesia.
5. Cuarta Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la catequesis. Octubre de 1974.
6. Catechesi tradendae. Octubre de 1979. Exhortación apostólica resultado de la cuarta asamblea.
Pasa por las manos de tres Papas, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan pablo II.
7. Asamblea Extraordinaria del sínodo de los Obispos convocada por Juan Pablo II, para celebrar,
verificar y promocionar el CVII. 1985. De ella surge la petición de elaborar un catecismo para
toda la Iglesia.
8. Presentación del Catecismo de la Iglesia Católica con la Constitución apostólica Fidei
depositum. 1992.
9. Directorio General para la Catequesis (DGC). 1997.
10. Evangelii gaudium. 2012. Exhortación Apostólica del Papa Francisco. Nos habla de la nueva
evangelización para la transmisión de la fe cristiana.

De todos los documentos es el Directorio General para la Catequesis (DGC, 1997) la actual referencia
catequética para toda la Iglesia. Directorio que nació a partir del Directorio Catequístico General (DCG,
1971).

El Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, da un nuevo impulso a la catequesis


que debe afrontar los nuevos retos que tiene la evangelización en los tiempos que vivimos. Se afirma en
ella la centralidad de la acción misionera de la Iglesia, así como la necesidad de reformas estructurales
para posibilitar que ésta se lleve a cabo; y que la pastoral sea una pastoral de misión. Para ello todo
miembro de la Iglesia ha de renovar su encuentro con Cristo. Ha de dejarse encontrar por Él. La
Exhortación también nos propone una Iglesia en salida. Es decir, misionera, capaz de tomar la iniciativa
sin miedo, de salir al encuentro, de buscar a los lejanos e invitar a los excluidos, Una Iglesia comunitaria
que acompaña a la humanidad en todos sus procesos por largos y duros que sean. Una Iglesia en la que
los evangelizadores tienen olor a oveja.

Nuestro repensar la catequesis la hacemos bajo la luz de lo anterior. Partimos de la realidad imperante
hoy en día y de lo que significa esta labor de la Iglesia.

La acción catequética llevará implícita sentirse parte de una comunidad que responde al mandato
misionero del Maestro, que se sabe parte de una historia eclesial de fidelidad a Jesús con asistencia del
Espíritu. La misión es la misma de siempre, pero en contextos diferentes. Hay que sentirse interpelado
no sólo en lo que se hace y cómo se hace, sino en la vivencia de que la comunidad tiene de aquello que
anuncia. Junto a esto, no podemos obviar que somos parte de esta sociedad a la que estamos enviados
y participamos de las mismas tristezas y alegrías que todos. Éste es el campo real al que somos
llamados. Para ello el Espíritu de Jesús nos alienta y acompaña. Por ello tenemos que ser hombres de
intimidad con Cristo.

Hoy en día la situación no es como en otros tiempos, los de una Iglesia imperante a todos los niveles.
Hoy hay diferentes realidades que se entremezclan, ante las que habrá que reflexionar cómo afrontar la
catequesis y nuestra presencia como Iglesia

1. Ámbitos de expulsión de la cultura de la fe. Lugares y personas anteriormente con lazos


cristianos fuertes y que hoy quieren eliminar cualquier vestigio de fe.
2. Ámbitos donde conviven a la vez tradiciones cristianas y un proceso avanzado de secularización
con sectores que no quieren saber nada del cristianismo.
3. Ámbitos de una “arreligiosidad serena”. No existe necesidad de pregunta religiosa alguna.

En este panorama y debido a él, hay retos que la catequesis ha de afrontar.

1. Vivimos una realidad de sociedad que ya no se rige por valores cristianos. Por ello los niños
llegan de sus familias sin casi los más mínimos conocimientos de fe. Los mismos padres los
traen para algo en lo que ellos ni creen ni practican. La religión se ha convertido no en una
perspectiva de vida, sirve sólo para algunos momentos (funerales, bautizos, comuniones…).
2. Los resultados de la catequesis no son los esperados. Los niños no son capaces de estar
atentos, de interesarse, se aburren en las Eucaristías, no las entienden… Sabemos que hay que
cambiar, pero no sabemos cómo hacerlo o no nos atrevemos.
3. Ser catequista no es profesor de religión. Es ser una persona de profunda experiencia cristiana
y capaz de testimoniarla.
4. Hay que tomar conciencia de comunidad. Ésta es responsable de la catequesis. Ha de acoger,
acompañar, testimoniar e integrar.
5. Hay que hacer uso de los medios que la Iglesia pone a disposición de la catequesis y que en
muchas ocasiones no se hace.

Se tratará de hacer una acción de pastoral catequética que es más que “dar catequesis”; pues ésta
implica la promoción del catequista en la comunidad. En el conocimiento de la comunidad, con el
diálogo personal y con la invitación directa, durante todo el año hay que suscitar nuevos catequistas.

Ser catequista no es un voluntariado, es una vocación. Es sentir la llamada, por el bautismo recibido, de
anunciar a Jesús. Será una persona que siente la necesidad de hablar a los otros de Dios. Y lo más
importante no es lo que haga, sino lo que es. Trasmite el Evangelio en nombre de la Iglesia, Dios mismo
es el que catequiza a través de él. Él le inspira y acompaña.

El catequista catequiza a los demás catequizándose antes a sí mismo (DGC 239). La verdadera formación
alimenta su propia espiritualidad, de modo que su acción brote del testimonio de su vida.

Hacer catequesis no se reduce sólo al momento de impartirla. Es una experiencia mucho más compleja y
amplia que implica atención personalizada y escucha de cada miembro, encuentro con los padres,
testimonio de nuestra presencia y disponibilidad, reunión con los catequistas no sólo para preparar, sino
también para reflexionar y orar, presencia en momentos significativos de la comunidad, deseo de
formación que aumente nuestra capacidad evangelizadora…

El catequizado (niño, adolescente, joven o adulto) no es un destinatario, es un interlocutor. El catequista


y la comunidad ha de situarse ante él acogiendo todo lo que trae, lo positivo y lo negativo. El otro, es
libertad y sólo en libertad se puede acoger el Evangelio. Su realidad concreta es el campo donde el
catequista podrá proponerlo y ofrecerlo. Por todo ello se ha de romper la lógica de una catequesis
basada en “conseguir un Sacramento”. Y además habrá que repensar el modelo de distribuir de forma
inflexible a los catequizados por edades, pues, aunque tengan la misma edad la sensibilidad y el
despertar religioso pueden ser muy diferentes. Para ello cobra especial importancia el momento de la
inscripción. Se necesita mucho diálogo con los padres y conocer su situación religiosa, su
disponibilidad… Sería interesante plantear la posibilidad de distribución según el despertar religioso.

En este aspecto las Iglesia locales tienen mucho que hacer para orientar a las comunidades cristianas
sobre la acogida y catecumenado de los no bautizados: niños, adolescentes, jóvenes y adultos.

La catequesis no se puede reducir sólo al aspecto intelectual. Se ha de transmitir una vida de fe para que
la Palabra prenda en el otro y se convierta en testimonio vivo del Evangelio. Y esto requiere tiempo.
Factor muy importante a tener en cuenta.

El Directorio General para la Catequesis aportó la novedad de afirmar la catequesis como parte del
proceso de evangelización. Será uno de los momentos de ese proceso de evangelización, el cual tiene
tres etapas:

1. Acción misionera: es el primer anuncio


2. Acción catequético-iniciática: para los que optan por el Evangelio o para los que necesitan
completar o reestructurar su Iniciación Cristiana.
3. Acción pastoral: para fieles ya maduros en el seno de la comunidad.

Como vemos, hay procesos que preparan la catequesis y otros que emanan de ella. Su momento será
cuando se estructura la conversión a Jesucristo dando fundamentación a la primera adhesión.

Pero la catequesis no se reduce al tiempo de Iniciación Cristiana, sino que atendiendo a las variadas
situaciones de las personas recorre múltiples caminos y adapta la forma de trasmisión del mensaje
cristiano y la pedagogía de la fe a sus diversas necesidades. Así podemos hablar de catequesis de
catecúmenos, de neófitos, de profundización, de fundamentación…

Pero hay personas con las que no se podrá realizar una catequesis propiamente dicha sin poner
previamente unos cimientos básicos de los que carecen. Esto se hace en la etapa previa a la catequesis,
etapa misionera, de despertar religioso o Precatecumenado. Hoy en día, en muchas ocasiones esto lo ha
de asumir la etapa catequética. Algunos hablan en estos casos de catequesis misionera, que pone el
acento en el despertar religioso.

A pesar de todo lo dicho, hoy aún andamos perdidos en catequesis para la preparación de un
Sacramento. Hay que cambiarlo, pero será difícil y costará tiempo. Debemos caminar hacia una
catequesis centrada en la persona, en la que los tiempos los marque ella según su situación personal. Lo
que unas personas recorren en un año otras pueden requerir más tiempo. Es un proceso personal.

La naturaleza propia de la catequesis emana del catecumenado bautismal de adultos, que prepara a la
persona en su camino hacia el Bautismo a través de la Iniciación Cristiana. Se exige un tiempo de
entrenamiento o iniciación para ser cristiano en el que la persona, cambiando su corazón, se convierte
en seguidor de Jesús en la comunidad. Los elementos que entran en esta iniciación:

1. Conocimiento de la Palabra de Dios.


2. Entrenamiento en la forma de vida de las Bienaventuranzas.
3. Trato con Jesús
4. Comprometerse a ser de testigo de Cristo en la historia de mi vida
5. Integrarme en la comunidad. Vivir la alegría del Resucitado en ella.
6. Cumplir el mandato misionero de Cristo en la Iglesia.

El Papa y los Obispos en sus Iglesias particulares serán los principales responsables de realizar una
reflexión catequética y los cambios pertinentes. Pero cada comunidad tiene también responsabilidad en
ello; pues cada una tiene sus propios matices, sus propios retos y que nadie puede resolver más que los
protagonistas implicados. Siempre dentro de la comunidad eclesial, de forma que haya comunión en lo
esencial sin uniformidad en lo accidental.

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