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Abraham: Patriarca hebreo. Nació el 1813 a.C. en Ur, hoy desaparecida, actual Irak. Hijo de Téraj.
Según la tradición, tuvo dos hijos: Ismael, de su esclava Agar, que es considerado el padre de los árabes, e Isaac, de
su esposa Sara, hasta entonces estéril. La Biblia explica también como Dios le pidió que sacrificara a su hijo Isaac,
pero tras constatar su lealtad, le ordenó en el último momento que detuviera el sacrificio y estableció una alianza con
él: le prometió las tierras de Canaán para él y su descendencia. El símbolo de esta alianza fue la circuncisión.
Abraham es considerado el padre del judaísmo que lo ha considerado siempre como un modelo de hombre justo.
En las épocas oscuras de la historia de Israel, los profetas hebraicos siempre intentaron devolver la confianza a su
pueblo recordando a Abraham y su alianza con Dios: «Considerad la roca de que habéis sido cortados, la cantera de
Pero Abraham no sólo es una figura importante en la religión judía, también lo es en las religiones cristiana e
islámica: tanto Juan Bautista como Pablo se oponen a la creencia de que solamente los descendientes carnales de
Abraham están llamados a la salvación en el día del Juicio Final. Según ellos, la promesa que hizo Dios a Abraham no
se limita al pueblo judío, sino que contempla una filiación espiritual. En cuanto a la religión islámica, se la denomina
Se dice que Abraham murió en 1638 a.C. a la edad de ciento setenta y cinco años en Hebrón, y parece ser que su
tumba, lugar de peregrinación durante muchos siglos, se encuentra en la caverna de Makpelá, al este de Mamré.
Abraham fue el padre de Ismael e Isaac, considerándose según la tradición bíblica ser el fundador del judaísmo.
Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abraham, tuvo doce hijos que fundaron las doce tribus de Israel. El pueblo judío se
considera descendiente de Judá y Benjamín, ambos bisnietos de Abraham
Moisés
(Siglo XIII a. C.) Profeta y legislador de Israel cuyas acciones están descritas en el libro del Éxodo.
Sin embargo, dicho libro del Antiguo Testamento está escrito en un registro literario y simbólico
que deja en la penumbra la figura histórica de Moisés, rodeándola de milagros, prodigios y
leyendas; e incluso existen dudas sobre la existencia real de Moisés, que podría ser un mito.
De haber existido, Moisés sería un personaje de origen desconocido, criado en la corte de los
faraones (su nombre es egipcio y la leyenda habla de un niño abandonado y salvado de las aguas
del Nilo). Parece ser que, hacia 1230 o 1250 a. C., Moisés se retiró a meditar al Sinaí, donde creyó
recibir un mensaje divino que le ordenaba liberar a los judíos refugiados en Egipto y sometidos a
duras condiciones de cautiverio. Consiguió unificar a varios clanes hebreos partidarios de regresar
a Palestina e iniciar con ellos un largo viaje hacia la «Tierra Prometida», huyendo de la persecución
del faraón egipcio Ramsés II.
Durante la travesía, Moisés dijo haber recibido varias revelaciones directamente de Dios, con las
que dio forma a la religión judía: una alianza entre el único Dios (Yahvé) y el pueblo hebreo, que
en adelante se mantendría fiel al monoteísmo fundado por Abraham; y un conjunto de leyes que
incluían el culto del «Arca de la Alianza», la instauración del clero y diez mandamientos de orden
moral y religioso.
Moisés no fue sólo el dirigente del éxodo judío hacia Palestina, sino también el autor de los
fundamentos de la ley judaica, si bien el contenido de sus leyes no difiere mucho de las que
predominaban en el Oriente Medio por aquella época (a excepción del componente monoteísta,
que no fue creación de Moisés). La ley está contenida en los cinco libros del Antiguo Testamento
que forman el Pentateuco y que constituyen la Tora de los judíos
(Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio).
La tradición religiosa supone a Moisés autor de los cinco libros, si bien parece probado que no
pudo serlo más que en muy pequeña parte y que el grueso de su contenido fue redactado mucho
después. En todo caso, su figura es venerada tanto por la religión judía como por el cristianismo y el
islam.
En tanto, uno de los más importantes patriarcas de aquellos tiempos es Jacob, cuya
historia se relata de manera pormenorizada en el Libro del Génesis.
Vale indicarse que el Génesis integra la Torá, como primer libro y el Antiguo Testamento.
Jacob, renombrado luego como Israel por el propio Dios dispone de veneración en las tres
religiones más importantes del mundo como es el cristianismo, el judaísmo y el islamismo.
Su nacimiento se produjo en el año 2000, dos mil antes del nacimiento de Jesús, en la
tierra de Canaán, y su desaparición física se produjo en Egipto en el año 1853.
Dios renovó la promesa de la Tierra Prometida a Jacob como ya lo había hecho con su
padre y abuelo.
La leyenda nos cuenta que la pareja formada por Isaac y Sara no podía tener hijos, en
tanto, tras rezarle largamente a Dios, la pareja consigue embarazo de mellizos, uno sería Jacob
y el otro Esaú, mayor a su hermano.
Los mellizos habrían nacido cuando Isaac ya era grande, tenía unos 60 años de edad y su
abuelo Abraham unos 160.
Sara padecía constantes peleas entre ambos en la panza y al consultarle sobre el hecho a
Dios este le comentó que tenía que ver con que dos pueblos convivían en su vientre y que la
población que formaría el más grande terminaría por servir a la del menor.
Por esa razón se dice que Sara prefirió a su hijo Jacob, preferencia que se profundizó más
adelante por el carácter de éste que era más apacible y hogareño que el del otro hijo.
En tanto, Isaac prefería a Esaú por sus grandes condiciones de cazador y porque era
capaz de alimentar a la familia con su trabajo.
Jacob tuvo una frondosa descendencia de más de diez hijos de sus mujeres legales Lea y Raquel
y de las siervas de ambas.
Lea y Raquel eran hermanas, y Jacob compró a Raquel a su tío Labán, ofreciéndole trabajo
durante catorce años.
Esaú era el mayor de los mellizos y realmente no consideraba que ser el primogénito le
reportase algún rédito, entonces, cuando un día vuelve de su actividad habitual que era la caza,
muy hambriento, le pide a su hermano comer de su plato de lentejas, Jacob, accede pero a
cambio que por el plato le vendiese su primogenitura, y Esaú, descreído de la relevancia que
esto tenía se la vendió por las lentejas y así saciar su hambre.
Jacob sabía y Esaú no estaba al tanto que esta condición de primogénito le reportaría
muchos beneficios, por un lado recibiría el rito de iniciación de los primogénitos que le aportaba
a partir de ese momento un rango superior y especial dentro de la familia y además como tal le
tocaba una porción doble de la herencia paterna.
No solo esta situación sino la preferencia que siempre ejerció la madre Rebeca a favor de
Jacob fue la que montó en cólera a Esaú.
Una vuelta que Isaac ya estaba muy enfermo le encargó a su hijo Esaú que le trajese unos
cabritos, en tanto, Rebeca, le consigue dos y se los da a Jacob para que se los lleve a su padre
que ya ni veía.
Rebeca ayudo a Jacob para que Isaac lo confundiese con Esaú y finalmente Jacob recibió
la bendita bendición de su padre.
San José, «como era realmente bueno y no quería denunciarla, determinó repudiarla en secreto»
(Mateo 1:19). Sin embargo, un ángel se le apareció en sueños y le reveló que el hijo que María
tenía en su seno había sido concebido por obra del Espíritu Santo.
Tras el nacimiento de Jesús en Belén, San José, avisado de nuevo por un ángel, tomó a Jesús y a
la Virgen María y los condujo a Egipto para huir de la furia del rey de Judea, Herodes el Grande. A la
muerte del monarca, y después de una nueva revelación del ángel, San José retornó a su país;
pero, por temor al sucesor de Herodes, la familia no se estableció en Belén, sino en Nazaret de
Galilea. Allí San José ejerció su oficio de carpintero.
Los evangelios citan por última vez a San José en el episodio (narrado por San Lucas) en el que
Jesús se perdió durante una visita a Jerusalén, y fue hallado por sus padres en el templo,
discutiendo con los doctores. Nada cierto se sabe acerca de la muerte de San José, aunque por la
narración evangélica parece probable que fuera antes de que Jesús iniciara su vida pública.
El culto a San José comenzó posiblemente entre las comunidades cristianas de Egipto. En
Occidente fueron los servitas, una orden mendicante, quienes en el siglo XIV comenzaron a
festejar el 19 de marzo como la fecha de la muerte de San José, y esta devoción tendría luego
impulsores como el papa Sixto IV y la mística española Santa Teresa de Jesús. El papa Pío IX lo declaró
patrono de la Iglesia universal el año 1870. Casi cien años después, en 1955, Pío XII instituyó la
fiesta de San José Obrero el 1 de mayo.