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Perú. Hombre e Historia.

De los Orígenes al Siglo XVI (Capítulos VI y VII)

Duccio Bonavia.

Lima: Edubanco, 1991, 137 – 144

Por:

Anamaría Vides Daza*

A lo largo de los capítulos VI y VII, Bonavia describe, basado en la evidencia


arqueológica las culturas y los horizontes que antecedieron al Imperio Inca. En estos
capítulos se hace aún más evidente el fenómeno de co-tradición, ya que estas civilizaciones
se desarrollan siempre sobre los mismos terrenos de costa y sierra, o territorios cercanos.

Este período de transición hacia las civilizaciones con una estructura y un orden
social, político y económico concreto, inicia con la aparición de los Villorrios. Los
Villorrios eran bandas de carácter semi-sedentario, es decir, que se establecían en un lugar
específico de manera permanente, donde residían la mayor parte del año; con un tamaño
mayor que el de las bandas de cazadores y recolectores, su población tenía un promedio de
100 habitantes, repartidos en cinco o seis unidades de vivienda con una organización lineal,
semi o totalmente circular. Esta organización permitió un progreso a nivel cultural, debido
a la transformación de los centros urbanos evidenciada en avances arquitectónicos que
muestran la aparición de centros urbanos construidos en torno a centros ceremoniales, con
un carácter sagrado y secular; esta concentración residencial obedeció a dos tendencias en
la región de los Andes: La primera es la del Sector Nor-Central, que presentaba centros
públicos autónomos con villorrios a su alrededor; y la segunda se desarrolló en la Zona
Norte y la Costa Sur, donde los villorrios estaban aislados y mostraban un atraso. Esta serie
de evoluciones obedeció también a los cambios y modificaciones del Período Pre-cerámico
Tardío, como por ejemplo la desaparición de las puntas de proyectil, debido a los procesos
de asentamiento y la incipiente agricultura y ganadería; el aumento de las lascas con
función similar a los cuchillos y redes de pesca, que manifiestan un abandono de la caza; el
uso de artefactos de hueso como instrumentos musicales, demuestra un concepto cultural;
entre muchos otros.

Entre los 1800 – 1300 a.C. se encuentran datados los primeros restos de esculturas
cerámicas del territorio andino, es este componente el que divide el curso de las
civilizaciones andinas en los períodos pre-cerámico y cerámico. El periodo cerámico es una
continuación y una evolución de los avances del pre-cerámico tardío; se muestra también
un fortalecimiento en los procesos de establecimiento del ser humano, con el desarrollo de
la cultura Chavín y la tradición Paracas.

Los Chavín eran una cultura fundamentada y cohesionada en su religión, un mundo


sobrenatural de divinidades horridas y por lo general femeninas, invocadas con el objetivo
de proteger y reducir la vulnerabilidad de las cosechas. La religión se filtraba en la mayoría
de los aspectos relevantes de su cultura, como por ejemplo en sus tejidos, su cerámica, los
productos que esperaban recibir en un intercambio, la realización de un culto ritual hacia
las plantas de mayor interés económico. Los Chavín son la base de la cultura Centro-
Andina.

Por otra parte, se encuentran los Paracas, base de la cultura Nazca. Se caracterizaron
por sus tejidos, con figuras sin un sexo determinado, donde los seres míticos no pueden ser
diferenciados de lo cotidiano y cuya función principal fue la de “envolver” a los difuntos
en múltiples capaz de telas. Desarrollaron también aspectos arquitectónicos como los
complejos poblacionales con terrazas y aldeas fortificadas con poblaciones aglutinadas con
murallas.

En conclusión, el factor principal de unidad en las comunidades que vivieron antes


del imperio Inca, fue la religión; teniendo en cuenta que los conceptos relacionados con lo
místico y lo trascendente, fueron la característica común en la mayoría de sus áreas de
desarrollo y, a quienes consideraban, responsables de su manutención en base a las
nacientes y precoces agricultura y ganadería; también fue responsable en gran medida de
los inicios de comercio e intercambio, ya que muchas de ellas intercambiaban tejidos o
cerámica a cambio de obsidiana para ofrecerla a sus deidades.

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