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Etica en Los Negociosconceptos y Casos. Manuel Velazquezz PDF
Etica en Los Negociosconceptos y Casos. Manuel Velazquezz PDF
Manuel G. Velazquez
2000
Índice general
I Principios básicos 5
1. Ética y negocios 7
1.1. La naturaleza de la ética en los negocios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
1.1.1. Moralidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
1.1.2. Ética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
1.1.3. La ética en los negocios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
1.1.4. ¿Son los estándares morales aplicables a las corporaciones o sólo lo son a los
individuos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
1.1.5. La corporación multinacional y la ética en los negocios . . . . . . . . . . . . 21
1.1.6. ¿Se deben aplicar las mismas normas morales a las multinacionales en todas
partes? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
1.2. Desarrollo moral y razonamiento moral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
1.2.1. Desarrollo moral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
1.2.2. El razonamiento moral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
1.2.3. Análisis del razonamiento moral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
1.3. Argumentos a favor y en contra de la ética de los negocios . . . . . . . . . . . . . . 36
1.3.1. Tres objeciones a llevar la ética a los negocios . . . . . . . . . . . . . . . . . 36
1.3.2. Una defensa de la ética en los negocios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
1.4. Responsabilidad y culpa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
1.4.1. Responsabilidad corporativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
1.4.2. Responsabilidad de los subordinados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
1
ÍNDICE GENERAL 2
Aunque Ética en los negocios: Conceptos y casos ha continuado siendo un texto de gran aceptación
y ámpliamente utilizado, ha ocurrido cambios importantes –tanto en el mundo de los negocios como
en la filosofía moral– desde que fue publicada la edición anterior de la presente obra, y esos cambios
han motivado esta nueva edición revisada. Mientras que esta nueva edición actualiza el contenido
de la anterior, mantiene tanto la organización básica como el marco conceptual de la edición que le
precedió. Sin embargo, se ha añadido nuevo material a todos los capítulos; los casos al final de cada
capítulo han sido revisados por completo; y lo más importante, esta edición tiene en cuenta la “ética
del cuidado”, un nuevo enfoque de la ética iniciada por los mensadores morales feministas. Para el
profesor o lector que quiera conocer qué cambios precisos e importantes se le han hecho al texto, he
añadido un párrafo final de este prefacio en el que detallo tales cambios.
Los propósitos primarios del texto siguen siendo los mismos: (1) introducir al lector los conceptos
éticos adecuados para resolver las cuestiones morales en los negocios; (2) enseñar habilidades de
razonamiento y de análisis necesarias para aplicar los conceptos éticos en las decisiones de negocios;
(3) identificar los asuntos morales involucrados en el manejo de áreas de problema específicas en los
negocios; (4) proporcionar un entendimiento de los entornos sociales y naturales dentro de los que
surgen los asuntos morales en los negocios; y (5) proporcionar estudios de casos de dilemas morales
reales que atañen al entorno de los negocios.
Aunque el autor de un texto sobre ética en negocios no necesita justificarse por escribir sobre
el tema, debe dar a los lectores por lo menos alguna indicación de los supuestos normativos que se
hallan detras de lo que ha escrito. En la esperanza de que valga en descargo de tal deuda y con el fin
de delinear la estructura de este libro, describiré a continuación sus partes principales y algunos de
los principios clave en que me he basado.
El texto está organizado en cuatro partes, cada una de las cuales consta de dos capítulos. La
Primera parte proporciona una introducción a la teoría ética básica. La perspectiva fundamental que
se desarrolla en ella es el punto de vista de que el comportamiento ético es la mejor estrategia de
un negocio a largo plazo para una compañía. Con esto no quiero decir que el comportamiento ético
nunca tenga un costo. Tampoco que el comportamiento ético es siempre recompensado o que el com-
portamiento no ético recibe siempre su castigo. Es evidente, en realidad, que el comportamiento no
ético algunas veces compensa, y que el comportamiento ético puede acarrear pérdidas importantes a
una compañía. Cuando afirmo que el comportamiento ético es la mejor estrategia a largo plazo para
un negocio, quiero decir que simplemente a largo plazo, y en la mayor parte de las veces, el com-
portamiento ético puede proporcionar a una compañía ventajas competitivas importantes sobre las
compañías que no son éticas. Presento esta idea y la argumento en el capítulo 1, en donde también
señalo cómo llegamos a aceptar estándares éticos y cómo tales estándares pueden ser incorporados
en nuestros procesos de razonamiento moral. El capítulo 2 examina críticamente cuatro clases de
principios morales: los principios utilitarios, los principios que se basan en los derechos morales, los
principios de justicia, y los principios de una ética del cuidado; estos últimos suponen una nueva
6
ÍNDICE GENERAL 7
adición al marco ético presentado en ese capítulo. Estos cuatro tipos de principios morales, se argu-
menta, proporcionan un marco para resolver casi toda la diversidad de dilemas y cuestiones éticas que
surgen en los negocios. Además, el capítulo 2 argumenta la teoría de la virtud como una alternativa al
enfoque basado en los principios.
Habiendo definido la naturaleza y la importancia de los estándares éticos y habiendo identificado
los cuatro criterios básicos para resolver los asuntos morales en los negocios, presento luego la teoría
consiguiente con el fin de abordar los asuntos morales específicos. A continuación, la Segunda parte
examina la ética de los mercados y los precios; la Tercera parte discute las cuestiones del medio am-
biente y los consumidores; la Cuarta parte analiza las cuestiones de los empleados. Doy por hecho,
en cada parte, que de cara a aplicar una teoría moral en el mundo real debemos tener alguna infor-
mación (y teoría) sobre lo que es realmente ese mundo. En consecuencia, cada capítulo en cada una
de las partes dedica varias páginas a explicar la información empírica que debe poseer la persona que
toma decisiones, si tiene que aplicar moralidad a la realidad. El capítulo sobre ética de mercado, por
ejemplo, proporciona un análisis neoclásico de la estructura de los mercados; el capítulo sobre dis-
criminación presenta varios indicadores estadísticos e institucionales de discriminación; el capítulo
sobre el individuo en la organización se basa en dos modelos de estructura organizacional.
Cada capítulo del texto contiene dos clases de materiales. La parte principal del capítulo expone
el material conceptual necesario para comprender algunos de los asuntos morales particulares. A él
le siguen los casos de discusión que describen la situación real de negocios en la que surgen aquellos
asuntos morales. He proporcionado esos casos de discusión suponiendo que puede ser mejorada la
habilidad de una persona para razonar sobre temas morales, si esa persona intenta pensar en algunos
problemas morales concretos y se permite a sí misma compararse frente a otros que resuelven el
asunto basándose en estándares morales diferentes. Esta clase de retos nos obliga a confrontar la
adecuación de nuestras normas morales y nos motiva a buscar principios más adecuados, cuando
nuestro punto de vista es inadecuado. Espero haber proporcionado material suficiente para que el
lector desarrolle una serie de normas éticas que finalmente pueda aceptar como válidas.
Tengo contraída una inmensa deuda con mis colegas y amigos en todo el país, de quienes he toma-
do atrevidamente ideas y materiales. Todos ellos, espero, han sido debidamente reconocidos en las
notas. Me siento obligado de manera especial con mis colegas en el Departamento de Administración
donde ahora imparto clase. Mi disciplina original, así como mi preparación de doctorado, pertenecen
al campo de la filosofía, pero hace unos años acepté y ocupé una cátedra en el Departamento de
Administración de la Universidad de Santa Clara. Trabajar estrechamente con el profesorado de la
escuela de negocios no sólo me dio un entendimiento más profundo de las necesidades especiales que
los profesores de la escuela de negocios tienen de material pedagógico en ética de los negocios, sino
que profundizó mi concepción de lo significativos que son los lazos entre la ética en los negocios y la
estrategia de negocios. Este nuevo entendimiento y conciencia más cabal han influido especialmente
en la presente edición y me han llevado a una revisión completa del capítulo 1.
Aunque las revisiones se han hecho en cada sección de esta edición, los cambios sustantivos que
siguen a la edición anterior son importantes y habrán sido advertidos por quienes ya conocen el texto.
Casi todos los casos de los finales de capítulo han sido reemplazados con casos nuevos. Los profe-
sores que han utilizado las ediciones anteriores y desean continuar usando los casos de las ediciones
anteriores encontrarán esos casos viejos, así como los nuevos, visitando la página de World Wide Web
de Prentice-Hall (www.prenhall.com) dedicada a Ética en los negocios: Conceptos y Casos (en la
sección de Filosofía de la División de Humanidades). El capítulo 1 ha sufrido una reorganización
importante, y varias secciones son nuevas o se han vuelto a escribir en su totalidad, entre las que se
incluyen, en particular, las secciones de “Introducción”, “Ética”, “Ética en los negocios”, “¿Se deben
ÍNDICE GENERAL 8
aplicar las mismas normas morales a las multinacionales en todas partes?”, y“Una defensa de la ética
en los negocios”. El nuevo capítulo 2 incluye dos secciones totalmente nuevas tituladas “La ética
del cuidado” y “Una alternativa para los principios morales: ética de la virtud”. Un cambio decisivo
en el capítulo 2 (y que influye en el resto del libro) es la adición de un enfoque de “cuidado” en el
marco de la ética que antes sólo hablaba de utilidad, derechos, y justicia. Otros cambios en el capítulo
2 comprenden una nueva sección titulada “Integración de la utilidad, los derechos, la justicia y el
cuidad”: se trata de la revisión de una sección en la edición anterior que llevaba por título “Sumario:
utilidad, derechos y justicia”, así como nuevos casos escritos para presentar cada una de las cuatro
secciones del capítulo. Los capítulos 3 y 4 han sido revisados en numerosos puntos para actualizar
la información estadística e incorporar una perspectiva del cuidado. El capítulo 5 ha sido sustancial-
mente revisado para actualizar la información basada en hechos del capítulo; se ha añadido una nueva
sección que lleva por título“Ecología social, ecofeminismo y las exigencias del cuidado”; se han re-
visado varias secciones, en particular las que llevan por título: “Introducción”, y “Ética ecológica”.
Dos de las principales secciones del capítulo 6, “Introducción” y “La teoría del debido cuidado”, han
sido revisadas. El capítulo 7 ha sido revisado en sus tres primeras secciones (en particular, en la actu-
alización de sus principales tablas estadísticas) que llevan por título “Introducción”, “Discriminación
en el empleo: su naturaleza” y “Discriminación: su alcance”. El capítulo 8 tiene una nueva sección
con el título de “La organización que ejerce el cuidado”, y ha tenido numerosas revisiones de menor
alcance en sus otras secciones.
Reconocimientos
Deseo expresar mi agradecimiento a las publicaciones que me permitieron reimprimir el siguiente
material:
El extracto de las páginas 390-394 es de Lester R. Brown et al., State of the World, 1996 (New
York: W. W. Norton & Company). Reimpreso con autorización del Worldwatch Institute. Copyright
(D 1996 por Worldwatch Institute. Todos los derechos reservados.
Manuel G. Velasquez
Aptos, California
Parte I
Principios básicos
9
10
Ética y negocios1
Introducción
No hay mejor camino para iniciar una investigación sobre la relación ética y los negocios que
considerar cómo las empresas en la realidad han intentado incorporar la ética en los negocios. Con-
sideremos, entonces, cómo una empresa, Merck and Company, enfrentó la cuestión de la “ceguera de
los ríos”.
La ceguera de los ríos es una enfermedad dolorosa que afecta a 18 millones de personas empobre-
cidas que viven en los poblados alejados, en las márgenes de los ríos de las regiones cálidas de África
y América Latina. La enfermedad es causada por un diminuto gusano parásito que se transmite de
una persona a otra mediante la picadura del jején, un insecto que se cría en las aguas de los ríos. Los
pequeños gusanos excavan penetrando la piel de una persona, donde alcanzan una longitud de hasta
60 cm, enrollados en el interior de desagradables nódulos redondos de entre 12 y 25 mm de diámetro.
En el interior de los nódulos, los gusanos se reproducen liberando millones de larvas microscópicas
llamadas microfilarias que se mueven debajo de la piel, decolorándola a medida que migran, al tiempo
que causan lesiones y un escozor tan intenso que a veces los pacientes se suicidan. Eventualmente
invaden los ojos y, poco a poco, dejan ciega a la víctima.
La aspersión de pesticidas para erradicar la mosca no sirvió de nada cuando el insecto desarrolló
inmunidad contra esos productos. Es más, los únicos fármacos disponibles para tratar el parásito en
humanos han sido tan caros, tie nen tales efectos secundarios graves, y requieren tan largas estancias
hospitalarias, que los tratamientos no pueden ser aplicados en las desamparadas víctimas que viven
en poblados apartados. En muchas regiones, la gente ha abandonado las orillas de los ríos, dejando
deshabitadas grandes extensiones de tierra fértil. Muchos de estos pueblos, sin embargo, regresan
después, porque las tierras distantes resultan de difícil cultivo. La mayoría de los pobladores en las
cercanías de los ríos llegan a acostumbrarse a los nódulos, al escozor torturante y la eventual ceguera,
como una parte inevitable de la vida.
1 Los lectores que deseen investigar el tema general de la ética de los negocios en Internet deberían empezar por
entrar en los sitios de la Web de las siguientes organizaciones. El Depaul Univerity’s Ethics Institute proporciona en-
lace a varias fuentes de ética en Internet, más su propia colección de materiales (http://condor.depaul.edu/ethics); el
departamento de Comunicaciones de California State University at Fullerton proporciona listas similares de enlace y
recursos (http://www5.fullerton.edu/les/ethics_list.html); la Essential Organization proporciona enlaces a numerosas or-
ganizaciones y recursos de datos, tanto radicales coo conservadores, que tienen que ver con la responsabilidad moras
de las corporaciones (http://www.esentia.org); la Wall Street Research Net proporciona enlaces y datos sobre empresas
comerciales públicas y sobre economía (http://www.wsrn.com); la Stern School of Business de la New York University
proporciona acceso registrable a todos los informes SEC de las empresas (http://edgar.stern.nyu.edu/edgard.html).
11
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 12
En 1979, el doctor William Campbell, un científico que trabajaba en investigación para Merck
and Company, una empresa farmacéutica estadounidense, descubrió que el Ivermectin, uno de los
medicamentos para animales más vendidos de la empresa, podía matar el parásito que causa la ceguera
de los ríos. Un análisis más profundo señaló que el Ivermectin podía proporcionar una cura segura,
sencilla y de bajo costo para esta enfermedad. Campbell y su equipo de investigadores solicitaron al
presidente de Merck, el Doctor P. Roy Vagelos, que les permitiera desarrollar la versión humana del
fármaco que hasta entonces había sido utilizado solamente para tratar animales.
Los directivos de Merck se dieron cuenta rápidamente de que, aunque la empresa lograra desar-
rollar la versión humana del medicamento, las víctimas de la enfermedad eran demasiado pobres para
poder pagarlo. La investigación médica y las pruebas clínicas a gran escala requeridas para desarrollar
la versión del fármaco para humanos costarían más de 100 millones de dólares. No era probable que
la empresa recuperara esos costos o que un mercado viable pudiera desarrollarse en las empobrecidas
regiones en donde la enfermedad era endémica. Es más, incluso si el fármaco podía ser adquirido,
era virtualmente imposible distribuirlo, ya que las víctimas vivían en áreas lejanas y no tenían acce-
so a médicos, hospitales, clínicas o a establecimientos comerciales que distribuyeran medicamentos.
Algunos directivos señalaban también que si el medicamento llegara a tener efectos secundarios ad-
versos cuando se aplicara en humanos, ello ocasionaría una mala publicidad que desacreditaría al
medicamento y afectaría adversamente las ventas de la versión para animales del producto, las cuales
ascendían a cerca de 300 millones de dolares anuales2 . El riesgo de efectos secundarios prejudiciales
se vio aumentado por la posibilidad de que el uso incorrecto del medicamento en los países en de-
sarrollo incrementara el potencial daño y mala publicidad. Finalmente, si quedara disponible una
versión a bajo precio del medicamento, sería desviada a los mercados negros y vendida para su uso
en animales, derrumbando con ello las lucrativas ventas de Ivermectin de la empresa de veterinarios.
Los gerentes de Merck no sabían qué hacer. Aunque la empresa vendía en todo el mundo 2000
millones de dólares anuales, su utilidad neta como porcentaje de las ventas estaba decayendo, debido
a los costos rápidamente en aumento del desarrollo de nuevos fármacos, regulaciones cada vez más
restrictivas y costosas impuestas por las entidades gubernamentales, un estancamiento en los adelantos
científicos básicos, y una caída en la productividad de los programas de investigación de la empresa.
El Congreso de los Estados Unidos estaba listo para aprobar la ley sobre regulación de medicamentos
(la Drug Regulation Act) que intensificaría la competencia en la industria farmacéutica al permitir
a los competidores copiar y vender con mayor rapidez medicamentos diseñados originalmente por
otras empresas3 . Como resultado de las crecientes preocupaciones del público acerca de los costos
cada vez más altos de la salud, los programas gubernamentales como Medicare y Medicaid habían
recientemente establecido topes a los reembolsos para medicamentos y exigían fármacos genéricos
más baratos, en lugar de los de la marca, que eran la fuente principal de ingresos de Merck. En vista
de estas condiciones que empeoraban en la industria farmacéutica, los gerentes de Mercck no querían
emprender proyectos costosos que mostraban poca promesa económica, como la del sugerido diseño
de un medicamento para la ceguera de los ríos. Sin embargo, si el fármaco, millones de personas
serían condenadas a vidas de intenso sufrimiento y ceguera total o parcial.
Después de numerosas y acaloradas discusiones entre Vagelos y su equipo de administración,
llegaron a la conclusión de que los beneficios potenciales de un medicamento para la ceguera de
los ríos eran demasiado importantes para no tenerlos en cuenta. Muchos de los directivos sentían, de
hecho, que debido a esos beneficio humanos la empresa estaba moralmente obligada a seguir adelante,
a pesar de los costos y de la posibilidad escasa de recuperación económica. A finales de la década
2 Wall Street Journal, “Merck to Donate Drug for River Blindness”, 22 de octubre de 1987, p.42.
3 Standard & Poor’s Corporation, Standard & Poor’s Industry Surveys, vol 1 de abril de 1979, pp. H13-H16.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 13
del 1980, Vagelos y sus colegas de la administración aprobaron un presupuesto que proporcionó un
considerable fondo necesario para desarrollar la versión humana de Ivermectin. Después de siete
años de investigación costosa y numerosas pruebas clínicas, Merck tuvo éxito en el desarrollo de
la versión humana de Ivermectin: una sola cápsula del nuevo medicamento tomada una vez al año
erradicaba del cuerpo humano todo rastro del parásito que causaba la ceguera de los ríos y prevenía
nuevas infecciones. Por desgracia, exactamente como en la empresa se había sospechado al principio,
nadie dio un paso hacia adelante para la compra de la píldora milagrosa. Los funcionarios de Merck
trataron de convencer a la Organización Mundial de la Salud, el Gobierno de Estados Unidos, y
los gobiernos de los países afectados por la enfermedad de que alguien -quien fuera- comprara el
medicamento para proteger a 85 millones de personas que estaban en riesgo de enfermarse. Nadie
respondió a la petición de la empresa. Merck decidió, en consecuencia, regalar el medicamento para
liberar a las víctimas potenciales4 . Sin embargo, este plan fue difícil de llevar a cabo debido a que,
como la empresa lo había previsto, no existían canales establecidos de distribución para hacer llegar
el medicamento a quienes lo necesitaban desesperadamente. Al trabajar con la Organización Mundial
de la Salud, en consecuencia, la empresa financió un comité internacional con el fin de proporcionar
la infraestructura para la distribución segura del fármaco a las personas del tercer mundo y asegurar
que no fuera desviada al mercado negro y se vendiera para su uso en animales. En 1996, el comité,
trabajando con los gobiernos y organizaciones privadas de voluntarios, proporcionó el medicamento
a millones de personas, transformando en efecto sus vidas, y aliviando los intensos sufrimientos y la
ceguera potencial de la enfermedad.
Preguntando por qué la empresa había invertido tanto dinero y esfuerzo en la investigación, de-
sarrollo, manufactura, y distribución de un fármaco que no generaba dinero, el doctor Roy Vagelos
contestó en una entrevista que una vez que la empresa sospechó que unos de sus medicamentos para
animales podría curar una grave enfermedad humana que estaba haciendo estragos en la población, la
única elección ética fue desarrollar el fármaco. Más aún, la gente del tercer mundo “recordaría” que
Merck les ayudó, dijo, y en el futuro responderían de manera favorable hacia la empresa5 . Con los
años, la empresa había aprendido, decía Vagelos, que tales acciones tienen ventajas estratégicamente
importantes a largo plazo. “Cuando llegué a Japón hace quince años, los hombres de negocios japone-
ses me dijeron que fue Merck la que llevó la estreptomicina a Japón, después de la II Guerra Mundial,
para eliminar la tuberculosis que estaba acabando con la sociedad. Eso hicimos. No ganamos dinero.
Pero no es por casualidad que hoy Merck es la empresa farmacéutica más grande de Japón6 .
Después de ver cómo Merck and Company manejó su descubrimiento de una cura para la ceguera
de los ríos, reflexionemos sobre la relación entre ética y negocios. Los eruditos a veces dicen que “la
ética de los negocios” es una contradicción porque hay incompatibilidad implícita entre la ética y la
búsqueda egoísta del lucro. Cuando la ética entra en conflicto con el lucro, argumentan, los negocios
siempre prefieren el lucro a la ética. Pero el caso de Merck and Company sugiere una perspectiva algo
diferente, una perspectiva que cada vez más, muchas empresas está adoptando. La administración de
esta empresa gastó decenas de millones de dólares en el desarrollo de un producto que sabían que iba
a tener pocas probabilidades de ser una inversión rentable, debido a que sintieron que tenían la obli-
gación ética de poner a disposición de la gente sus beneficios potenciales. En este caso, por lo menos,
un negocio grande y próspero prefirió la ética al lucro. Más aún, los comentarios de Vagelos al final
del caso sugieren que, a la larga, puede no existir un conflicto inherente entre el comportamiento ético
y la búsqueda del lucro. Los comentarios de Vagelos sugieren, por lo contrario, que el comportamien-
4 Wall Street Journal, “Merck to Donate Drug for River Blindness”, 22 de octubre de 1987, p.42.
5 David Bollier, “Merck & Company” (The Business Enterprise Trust: Standford, CA, 1991). p.5.
6 Bollier, ibíd, p.16.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 14
to ético crea una especie de buen crédito comercial y buena reputación que amplían las oportunidades
de ganancias.
No todas las empresas, naturalmente operan como Merck, y muchas de ellas -quizás la mayoría-
no invertirían en un proyecto de investigación y desarrollo en el que tengan buenas razones para
sospechar que no será rentable. Un vistazo a los titulares de los periódicos, de hecho, nos revelará
muchos casos de empresas que prefieren las ganancias a la ética, y bastantes casos de empresas que
han obtenido pingües beneficios mediante un comportamiento falto de ética. Aunque las empresas
a menudo se ven envueltas en comportamientos faltos de ética, sin embargo, un comportamiento no
ético, de manera sistemática y habitual, no constituye por necesidad una buena estrategia de negocios
a largo plazo, para una empresa. Pregúntese, por ejemplo, si, como cliente, ¿prefiere comprarle a una
empresa cuyas acciones hacia usted son justas y respetuosas, o a una que por lo común le trata a usted
y a los otros trabajadores injustamente y sin respeto? Claramente, cuando las empresas compiten entre
sí por los clientes y los mejores empleados, la empresa que tiene la fama de llevar un comportamiento
ético tiene la ventaja sobre la que tiende a no ser ética.
Este libro adopta el punto de vista de que el comportamiento ético es la mejor estrategia de ne-
gocios a largo plazo para una empresa, un punto de vista que ha sido aceptado cada vez más durante
los últimos años7 . Esto no quiere decir que nunca surjan ocasiones en las que el proceder con ética
demuestre ser costoso para la empresa. Tales ocasiones son comunes en la vida de una empresa y
de ello veremos muchos ejemplos en este libro. Tampoco significa que el comportamiento no ético
reciba siempre su castigo. Por lo contrario, el comportamiento no ético algunas veces compensa y
los buenos, a veces, pierden. Decir que el comportamiento ético es la mejor estrategia de negocios a
largo plazo significa simplemente que a la larga, y la mayor parte de las veces, puede dar a la empresa
ventajas competitivas importantes sobre las empresas que no se conducen con ética. El ejemplo de
Merck and Company sugiere este punto de vista, que se ve apoyado, por un poco de reflexión sobre
cómo nosotros, como clientes y empleados, respondemos a las empresas que no se comportan ética-
mente. Más adelante veremos qué más puede decirse a favor o en contra del punto de vista de que el
comportamiento ético es la mejor estrategia de negocios a largo plazo, para una empresa.
El problema esencial es, naturalmente, que un curso de acción ético no siempre está claro para
los directivos de una empresa. En el caso de Merck, algunos gerentes, incluido el CEO8 , el doctor
Roy Vagelos, sintieron que estaba claro que la empresa tenía la obligación ética de proceder con el
desarrollo del medicamento. Pero el asunto tal vez no era tan diáfano como afirmaban.
Aunque la ética puede ser la mejor política, el curso ético de la acción no siempre está claro. El
propósito de este libro es ayudar al lector a manejar esta falta de claridad. Aunque muchos asuntos
éticos continúan siendo difíciles y oscuros, incluso después de un estudio profundo, sin embargo,
adquirir un mejor entendimiento de la ética ayudará al gerente a enfrentar las incertidumbres éticas
de manera más adecuada y más informada.
Este texto, por tanto, trata de esclarecer los asuntos éticos que enfrentan los gerentes de las or-
ganizaciones modernas de negocios; ello no significa que pretenda dar consejo moral a la gente en
los negocios, ni que pretenda persuadirla de actuar de ciertas maneras “morales”. El mayor propósito
del texto es proporcionar un conocimiento más a fondo de la naturaleza de los principios y conceptos
éticos y un entendimiento de cómo se aplican éstos a los problemas éticos que se presentan en los ne-
gocios. Este tipo de conocimiento y entendimiento puede ayudar a los gerentes a ver más claramente
7 Thomas J. Peters y Robert M. Waterman, Jr., por ejemplo, mantienen este punto de vista en su popular libro, In Search
no sólo miembro de la junta directiva, sino el que toma las decisiones día a día.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 15
su camino a través de incertidumbres como las que enfrentan en su vida en el medio de los negocios,
incertidumbres como las que enfrentaron la gente de Merck.
Los dos primeros capítulos de este libro presentan al lector algunos métodos de razonamien-
to moral y algunos principios morales fundamentales que pueden ser usados para analizar asuntos
morales en los negocios. Los capítulos siguientes se aplicarán esos principios y métodos a las clases
de dilemas morales a los que se enfrentan las personas en los negocios. Comenzaremos en este capí-
tulo con la discusión de los cuatro temas preliminares: (1) la naturaleza de la ética en los negocios, (2)
el razonamiento moral. (3) la legitimación de la ética en los negocios, y (4) la responsabilidad moral.
Una vez clarificadas estas nociones, dedicaremos el próximo capítulo a discutir algunas de las teorías
básicas de la ética y cómo se relacionan con los negocios.
Ética es lo que mis sentimientos me dicen que es correcto. Pero esto no es un estándar
fijo, y ello crea problemas.
De la gente de negocios entrevistada por Baumhart, el 50 % definió ética “como lo que mis sentimien-
tos me dicen que es correcto”; el 25 % lo definió en términos religiosos, como lo que está “de acuerdo
con mis creencias religiosas”; y un 18 % definió la ética como aquello que se ajusta a “la regla de
oro”10 . Pero, los sentimientos son una clara e inadecuada base sobre la que uno toma decisiones de
cualquier tipo, y la autoridad religiosa y la “regla de oro” has sido criticadas de manera bastante de-
structiva como fundamentos que no son válidos para juzgar la ética de las empresas en los negocios11 .
¿Qué significa entonces “ética” y “ético”?
9 Raymond Baumhart, An Honest Profit: What Businessmen Say About Ethics in Business(Nueva York: Holt, Rinehart
and Winston, 1968), pp. 11-12; para una actualización posterior del estudio de Baumhart, véase Steven N. Brenner and
Earl A. Molander, “Is the Ethics of Business Changing?” Harvard Business Review, 55, no. 1 (enero-febrero de 1977);
57-71.
10 Ibíd., p. 13.
11 Vea, por ejemplo, las críticas de James Rachels de la autoridad y el sentimiento religioso como la base para el
razonamiento ético en The Elements of Moral Philosophy (Nueva York McGraw-Hill, Inc., 1986), pp. 25-38 and 39-
52; Craig C. Lundberg critica la regla de oro en “The Golden Rule and Business Management: Quo Vadis?”Journal of
Economics and Busines 20 (January 1968): 36-40.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 16
De acuerdo con el diccionario, el término ética tiene varios significados diferentes. Uno de ellos
es el siguiente: “los principios de conducta que gobiernan a un individuo o a un grupo”12 . A veces
usamos el término “ética personal”, por ejemplo, para referirnos a las reglas por las cuales un indi-
viduo vive su vida personal y así utilizamos el término de “ética de la contabilidad” para referirnos al
código que guía la conducta profesional de los contadores.
Pero un segundo significado de ética -y para nosotros el más importante-,conforme al diccionario
es éste: la ética es el “estudio de la moralidad”. Los éticos utilizan el término para referirse primari-
amente al estudio de la moralidad, igual que los químicos usan el término “química” para referirse
al estudio de las propiedades de las sustancias químicas. Esto significa que, aunque la ética tiene que
ver con la moralidad, no es del todo lo mismo que moralidad. La ética es una clase de investigación
-e incluye tanto la actividad de investigar, como los resultados de esa investigación- mientras que la
moralidad es la materia que la ética investiga.
1.1.1. Moralidad
Entonces, ¿qué es la moralidad? Podemos definir la moralidad como los estándares o normas que
un individuo o grupo posee acerca de lo que es correcto o incorrecto, o lo que es bueno o malo. Para
clarificar lo que significa, consideremos un caso concreto.
Hace varios años, B. F. Goodrich, un fabricante de partes automotrices, ganó un contrato con el
ejército para diseñar, probar y fabricar frenos para el A7D, una nueva aeronave que la Fuerza Aérea
de Estados Unidos estaba diseñando. Para conservar el peso, Goodrich se comprometió a que su freno
compacto no pesaría más de 48 kilos, no contendría más de cuatro pequeños discos de frenado o
“rotores”, y detendría las aeronaves dentro de una cierta distancia. El contrato era potencialmente
muy lucrativo para la empresa y por ello los gerentes estaban ansiosos de entregar un freno que
“calificaba” con pruebas exitosas que demostraban que podía detener la aeronave como se requería.
A Kermit Vandivier, un empleado de Goodrich, se le dio la instrucción de trabajar con los ingenieros
de Goodrich para redactar el informe de las pruebas efectuadas con el freno; se le dijo, además,
que era muy poco probable que el gobierno cuestionara tales pruebas y mucho menos que exigiera
repetirlas. Desafortunadamente, escribió luego Vandivier, cuando el pequeño freno se probó, los forros
de éste sobre los rotores se desintegraron una y otra vez, debido a que “simplemente no había bastante
superficie sobre los discos como para detener la aeronave sin generar calor excesivo que hacía que los
forros se echaran a perder”13 . Sus superiores, sin embargo, le dijeron: “A pesar de los resultados de las
pruebas del freno, vamos a darle el visto buen”14 . Después de que hicieron varias pruebas, le de dijo
a Vandivier que redactara un informe atestiguando que el freno había pasado las pruebas. Vandivier
explicó a sus superiores que “la única manera de que un informe de este tipo podía redactarse era
falsificando los datos de las pruebas”, a lo que su superior le contestó que él “sabia muy bien qué
era lo que se pedía, pero que se le había ordenado dar un informe por escrito, independientemente de
cómo y de qué debía de hacerse”15 . Vandivier, en consecuencia, tuvo que decidir si iba a participar en
la elaboración del informe falso. Más tarde aclaraba:
12 “Ethic”, Websters Third New International Dictionary, Unabridged (Springfield, MA: Merriam-Webster Inc., 1986),
p. 780. Definiciones similares pueden encontrarse en cualquier diccionario reciente.
13 Kermit Vandivier, “Why Should My Conscience Bother Me?” En In the Name of Profit (Garden City, NY- Doubleday
Mi trabajo estaba bien pagado, era agradable y estimulante, y en el futuro se veía ra-
zonablemente prometedor. Mi esposa y yo habíamos comprado una casa . . . Si me negaba
a participar en el fraude del A7D, tendría que renunciar o me despedirían. El informe sería
redactado por alguien de todos modos, pero yo tendría la satisfacción de saber que no par-
ticipé en el asunto. Pero los gastos de uno no se pagan con satisfacciones personales, ni
los gastos de la casa con principios éticos. Tomé mi decisión. A la mañana siguiente
telefoneé a mi superior y le dije que estaba listo para iniciar el informe de calificación16 .
Mientras trabajaba en el informe, dijo Vandivier, habló con el alto ejecutivo asignado al proyecto y
le preguntó “si su conciencia le iba a martirizar en caso de tal cosa causara la muerte de un piloto, y me
respondió que me estaba preocupando por demasiadas cosas que no me concernían, aconsejándome
que hiciera ‘lo que se me había dicho’ ”17 .
En este caso de B. E Goodrich, las creencias de Vandivier de que lo correcto es decir la verdad
y que está mal poner en peligro la vida de los demás, así como que la integridad es buena y la falta
de honestidad es mala, son ejemplos de los estándares morales a los que él se atenía. Los estándares
morales comprenden las normas que seguimos para la clase de acciones que creemos son moralmente
correctas o equivocadas, así como los valores que atribuimos a las clases de objetos que pensamos
son moralmente buenos y moralmente malos. Las normas morales pueden ser expresadas como reglas
generales o afirmaciones: “Debes decir siempre la verdad”, “Es malo matar a gente inocente”, o
“Las acciones son correctas en la medida en que producen felicidad”. Los valores morales pueden
normalmente expresarse con declaraciones que describen objetos o características de objetos que
tienen un valor, como “La honestidad es buena”, “La injusticia,es mala”.
¿De dónde nos llegan esos estándares? Típicamente, los estándares morales de una persona son
primero absorbidos, durante la infancia, de la familia, los amigos, y de varias influencias sociales
como la iglesia, la escuela, la televisión, las revistas, la música y las asociaciones. Después, a medida
que crece, la experiencia, el aprendizaje y el desarrollo intelectual pueden llevar a la persona madura
a revisar esos estándares. Algunos serán desechados, y otros nuevos serán incorporados o adoptados
para reemplazar a los primeros. Cabe esperar que, a través de este proceso de madurez, la persona
desarrollará estándares que son más adecuados intelectualmente y más convenientes para enfrentar
los dilemas morales de la edad adulta. Como las propias declaraciones de Vandivier ponen en claro
sin embargo, no siempre vivimos por encima de los principios morales que mantenemos; esto es,
no siempre realizamos lo que creemos que es moralmente correcto ni siempre perseguimos lo que
creemos que es moralmente bueno.
Los estándares morales pueden ser contrastados con los estándares que mantenemos acerca de
cosas que no son morales. Ejemplos de estándares no morales comprenden los estándares de urban-
idad, según los cuales juzgamos qué modales son buenos o malos, los estándares que llamamos “la
ley”, con los cuales juzgamos lo que ante la ley es bueno o malo, los estándares de lenguaje mediante
los cuales juzgamos lo que gramaticalmente es correcto o incorrecto, los estándares de la estética con
los cuales juzgamos si una obra de arte es buena o mala, y los estándares atléticos según los cuales
juzgamos si se ha jugado bien el partido de fútbol o de baloncesto. De hecho, donde quiera que emiti-
mos juicios sobre la manera correcta o incorrecta de hacer las cosas, o juicios de las cosas que son
buenas y malas, nuestros juicios se basan en estándares de algún tipo. En el caso de Vandivier, por
ejemplo, podemos suponer que probablemente creyó que los informes debían redactarse con buena
gramática, que el ser despedido de un empleo bien pagado, agradable y estimulante tenía más impor-
16 Kermit Vandivier, “Why Should My Conscience Bother Me?” p. 4.
17 U.S. Congress, Air Force A-7D Brake Problem, pp. 5 and 6.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 18
tancia que redactar un informe apegado a la verdad, y que es correcto seguir la ley. Las reglas de una
buena gramática, el valor de un empleo bien pagado, agradable y estimulante, y las leyes del Gobierno
son también estándares, pero éstos no son estándares morales. Como también lo demuestra el caso de
Vandivier, sin embargo, a veces preferimos los estándares no morales a nuestros propios estándares
morales.
¿Cuáles son las características que distinguen los estándares morales de los que no son morales?
Ésta no es una pregunta fácil de responder. Sin embargo, los éticos han sugerido cinco característi-
cas que ayudan a precisar la naturaleza de los estándares morales. Primero, los estándares morales
tienen que ver con cuestiones que creemos pueden lesionar o beneficiar muy marcadamente a los
seres humanos18 . Por ejemplo, la mayoría de la gente de la sociedad estadounidense se atiene a es-
tándares morales contra el robo, la violación, la esclavitud, el asesinato, el maltrato infantil, el asalto,
la difamación, el fraude, la infracción de la ley, etc. Todos ellos claramente tienen que ver con prob-
lemas que la gente considera que son formas serias de agravio. En el caso de Vandivier, estaba claro
que mentir en el informe gubernamental y poner en peligro la vida de los pilotos eran dos cosas con-
ceptuadas como daños graves, de modo que los dos eran problemas morales, mientras que atenerse a
estándares gramaticales no lo era.
Segundo, los estándares morales no se establecen ni se cambian por las decisiones de determi-
nados cuerpos de autoridad. Las leyes y los estándares legales se establecen por la autoridad de una
legislatura o las decisiones de los electores. Sin embargo, los estándares morales no los establece la
autoridad ni su validez descansa en los procedimientos de votación. La validez de los es tándares
morales descansa, en cambio, en la adecuación de las razones que se adoptan para sustentarlos y
justificarlos, y mientras esas razones sean adecuadas, los estándares permanecerán válidos.
Tercero, y quizás lo más sorprendente, sentimos que los estándares morales deberían ser preferidos
a otros valores, incluido (¿de manera especial?) el propio interés19 . Esto es, si una persona tiene la
obligación moral de realizar algo, entonces se supone que tiene que hacerlo, incluso si ello entra
en conflicto con valores no morales o con el propio interés. En el caso de Vandivier, por ejemplo,
pensamos que él debió haber preferido los valores morales de la honestidad y el respeto por la vida a
los valores no morales de conservar su empleo bien pagado, agradable y estimulante. Naturalmente,
esto no quiere decir que siempre esté mal actuar a favor del propio interés; sólo significa que está mal
preferir éste a la moralidad.
Cuarto, y en general, los estándares morales se basan en consideraciones imparciales20 . El hecho,
por ejemplo, de que usted se beneficie con una mentira y yo me sienta perjudicado, es algo muy
aparte de si mentir o no mentir está mal moralmente. Filósofos modernos han expresado este punto
de vista al decir que los estándares morales se basan en “el punto de vista moral”, esto es, un punto
de vista que no evalúa los estándares según si éstos favorecen los intereses de un individuo o grupo
en particular, sino que va más allá de los intereses personales hasta un punto de vista “universal”,
según el cual los intereses de cada quien son considerados imparcialmente como iguales21 . Otros
filósofos han expresado el mismo punto de vista al proponer que los estándares morales se basan en
las clases de razones imparciales que un “observador ideal” o un “espectador imparcial” aceptaría,
18 H. L. Hart, The Concept of Law (London: Oxford University Press, 1961), pp. 84-85. Véase también Charles Fried,
And Anatomy of Values (Cambridge: Harvard Univerity Press, 1970), pp. 91.142.
19 El punto es citado en Michael Scriven, Primary Philosophy (Nueva York: McGraw-Hill Book Company, 1966), pp.
232-33.
20 Vea, por ejemplo, Rachels, Elements of Moral Philosophy, pp. 9-10. (Hay traducción al español por Gustavo Ortiz
o que en la decisión sobre cuestiones morales “cada uno cuenta por uno y solamente uno”22 . Sin
embargo, como veremos en el siguiente capítulo, aunque la imparcialidad es una de las características
de los estándares morales, debe ser equilibrada con ciertas clases de parcialidad, en particular con la
parcialidad que surge del cuidado legítimo y la preferencia hacia esos individuos con los que tenemos
una relación especial, como los miembros de la familia y los amigos. Mientras que la moralidad dice,
por ejemplo, que deberíamos ser imparciales en esos contextos en los que se recurre a la justicia -
como en la asignación de salarios en una empresa pública- también identifica ciertos contextos -como
cuidar a los miembros de la familia- en donde el cuidado preferencial hacia los individuos puede ser
moralmente legítimo y quizás incluso moralmente necesario.
Por último, los estándares morales están asociados con emociones especiales y un vocabulario
especial23 . Por ejemplo, si actúo de forma contraria a un estándar moral, por lo común me sentiré
culpable, avergonzado, o lleno de remordimiento; caracterizaré mi comportamiento como “inmoral” o
“equivocado” y me sentiré mal conmigo mismo, sufriendo una pérdida de autoestima. Una cuidadosa
lectura de las declaraciones de Vandivier, por ejemplo, sugiere que más tarde él sintió vergüenza y
remordimiento de lo que había hecho (en realidad, Vandivier testificó más tarde ante el Congreso,
en un intento por actuar correctamente). Por otro lado, si vemos que otros actúan en contra de un
estándar moral aceptado por nosotros, comúnmente sentiremos indignación o resentimiento incluso
disgusto, hacia esas personas; diremos que no están “cumpliendo” con sus, obligaciones morales” y
las tendremos en menor estima. Esto es, tal vez, la propia respuesta del lector a la lectura del caso de
Vandivier.
Los estándares morales, pues, son estándares que tienen que ver con problemas que pensamos
que son de serias consecuencias, que se basan en buenas razones y no en la autoridad, que están
por encima del interés propio, que se basan en consideraciones imparciales, y cuya transgresión está
acompaña da de sentimientos de culpa y vergüenza y de un vocabulario moral especial. De niños
asimilamos esos estándares de distintas influencias y volvemos a revisarlos cuando maduramos.
1.1.2. Ética
¿Qué es, pues, ética? Ética es la actividad de examinar los estándares morales de uno mismo o
los estándares morales de la sociedad, y de preguntarse cómo se aplican éstos a nuestras vidas y si
son razonables o irrazonables, esto es, si se hallan sustentados por buenas o por malas razones. Por
consiguiente, una persona empieza a hacer ética, cuando toma los estándares morales asimilados de
la familia, la iglesia, y los amigos, y pregunta: ¿Qué implican esos estándares para la situación en
la que me encuentro? ¿Tienen sentido en realidad esos estándares? ¿Cuáles son las razones a favor
o en contra de ellos? ¿Por qué continuaré creyendo en ellos? ¿Qué puede decirse a su favor, y qué
puede decirse en contra? ¿Son realmente razonables para que me atenga a ellos? ¿Son razonables sus
implicaciones en ésta o en otra situación determinada?
Tome el caso de Vandivier y la B. E Goodrich como ejemplo. Vandivier aparentemente fue edu-
cado para aceptar el estándar moral de que uno tiene la obligación de decir la verdad, y por eso sintió
que en su situación particular hubiera estado mal redactar un informe falso sobre el freno. Pero cabría
preguntarse si redactar lo que en su concepto fue un informe falso estuvo mal en realidad, en sus
circunstancias particulares. Vandivier tenía varios compromisos financieros importantes, tanto con él
22 El punto se cita en Peter Singer, Practical Ethics, 2nd ed., (Nueva York: Cambridge University Press, 1993), pp.
10-11.
23 Richard B. Brandt, A Theory of the God and the Right (Nueva York: Oxford University Press, 1979), pp. 166-69.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 20
mismo como con otras personas. Plantea, por ejemplo, que acababa de casarse, que acababa de com-
prar una casa y que, por eso, tenía que hacer pagos de hipoteca cada mes, y tenía que mantener a su
familia. Si no escribía el informe como se le había ordenado que lo hiciera, sería despedido y no po-
dría cumplir con sus obligaciones. ¿Acaso esas obligaciones morales para con él mismo y su familia
no tienen más peso que la obligación de no escribir un informe falso? ¿En qué se basa su obligación
de decir la verdad, y por qué es la obligación de decir la verdad mayor o menor que las obligaciones
personales hacia uno mismo o la familia? Considere luego las obligaciones de Vandivier con su pa-
trón, B. E Goodrich. ¿No tiene un empleado la obligación moral de obedecer a su patrón? ¿Pesa más
la obligación de obedecer al patrón que la obligación de no redactar un informe falso? ¿Cuál es la
fuente de ambas obligaciones y qué hace que una sea mayor o menor que la otra? Considere también,
que la empresa, B. E Goodrich y todos sus gerentes, insístían en que el mejor curso de acción era el de
redactar un informe que diera el visto bueno al freno. Si había algo indebido en relación con el freno
o el contrato, la empresa, B. E Goodrich, sería la responsable, y no Vandivier, que era un empleado de
nivel medio. Puesto que la empresa, y no Vandivier, sería la responsable, ¿tenía la empresa el deseo
moral de tomar la decisión final respecto del informe, en vez de Vandivier, que era un empleado de
nivel medio? ¿Pertenece el derecho moral de tomar una decisión a la parte que será responsable de la
decisión? ¿En qué se basa ese derecho, y por qué lo aceptaríamos? Considere, por último, que Van-
divier señala que al final, su negativa personal a participar en escribir el informe le hubiera reportado
alguna “satisfacción”, pero no importa lo que ocurriera, porque alguien más hubiera sido contratado
para redactar el informe. Puesto que las consecuencias hubieran sido las mismas tanto si hubiera es-
tado de acuerdo como si se hubiera negado, ¿tenía en realidad alguna obligación moral de negarse?
¿Tiene alguien alguna obligación moral de hacer algo que no tiene repercusiones?
Note la serie de preguntas que el caso de Vandivier nos lleva a plantear. Son preguntas acerca de
si es razonable aplicar varios estándares morales a su situación, preguntas acerca de si es razonable
decir que una norma moral es más o menos importante que otra, y preguntas acerca de qué razones
deberíamos tener, incluso para atenemos a esas normas. Cuando una persona se plantea esa clase de
preguntas acerca de sus propias normas morales o acerca de las normas morales de la sociedad a que
pertenece, la persona ha empezado a hacer ética. La ética es el estudio de las normas morales porque
es el proceso de analizar los estándares morales de una persona o sociedad de cara a determinar si esos
estándares son razonables o irrazonables, y de cara a aplicarlos a situaciones y asuntos concretos. El
propósito principal de la ética es desarrollar un cuerpo de normas morales que conceptuamos como
lo suficientemente razonables para atenemos a ellas y sobre las que hemos pensado cuidadosamente
y decidido que son estándares justificados para que los aceptemos y los apliquemos a las elecciones
que rigen nuestras vidas.
Ética no es sólo el modo de estudiar la moralidad. Las ciencias sociales, de hecho, también estudi-
an la moralidad, pero lo hacen de una manera completamente diferente al enfoque de la moralidad que
es característico de la ética. Mientras que la ética implica un estudio normativo de ésta, las ciencias
sociales se encargan del estudio descriptivo de la ética. Un estudio normativo es una investigación
que intenta llegar a conclusiones normativas, esto es, conclusiones acerca de qué cosas son buenas o
malas, o acerca de qué acciones son correctas o incorrectas. En pocas palabras, el estudio normativo
pretende descubrir qué se debe hacer. Como hemos visto, la ética es un estudio de estándares morales
cuyo propósito explícito es determinar en la medida de lo posible qué estándares son correctos o están
sustentados por las mejores razones, y así intenta llegar a conclusiones acerca de la moralidad justa o
injusta y el bien o el mal moral.
Un estudio descriptivo, por otro lado, es el que no intenta extraer conclusiones acerca de qué es lo
verdaderamente bueno o malo, justo o injusto. Más bien, el estudio descriptivo simplemente pretende
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 21
describir o explicar el mundo, sin llegar a conclusión alguna acerca de si el mundo es como debe ser.
Los antropólogos y los sociólogos, por ejemplo, pueden estudiar los estándares morales de un pueblo
o de una cultura en particular. Al hacerlo, tratan de desarrollar descripciones precisas de los están-
dares morales de esa cultura y, tal vez incluso, formular una teoría que explique su estructura. Como
antropólogos o sociólogos, sin embargo, no es su propósito determinar si esos estándares morales son
correctos o incorrectos.
La ética, por otro lado, es un estudio de los estándares morales cuyo propósito explícito es deter-
minar en lo posible si una norma moral dada (o juicio moral basado en esa norma) es más o menos
correcto. Mientras que el sociólogo se pregunta, por ejemplo, “¿creen los estadounidenses que el
soborno es incorrecto?”, el ético se pregunta “¿es incorrecto el soborno?”. El ético, pues, se ocupa
de desarrollar exigencias y teorías razonables y normativas, mientras que el estudio antropológico o
sociológico de la moralidad tiene como fin procurar las caracterizaciones descriptivas de las creencias
de las personas.
Las clases más importantes de empresas modernas de negocios son las corporaciones: organi-
zaciones que la ley dota de derechos y poderes legales especiales. Hoy las grandes organizaciones
corporativas dominan nuestra economía. En 1995, General Motors, la corporación industrial más
grande del mundo, tuvo ventas por más de 168.8 mil millones de dólares, poseía activos valorados
en 217 mil millones de dólares, y empleaba a más de 745,000 trabajadores. De las 190 naciones del
mundo, sólo unas cuantas (por ejemplo, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Estados Unidos,
Rusia, Reino Unido) tenían presupuestos gubernamentales más grandes que los ingresos por ventas
de General Motors, y sólo unos treinta países tenían un número mayor de trabajadores empleados en
la manufactura que los que tenía esta empresa. Cerca de la mitad de las ganancias e ingresos combi-
nados de Estados Unidos están en manos de alrededor de un centenar de grandes corporaciones de ese
tipo, cada una de las cuales tiene activos valorados en más de mil millones de dólares. Las 195,000
empresas industriales más pequeñas, con activos con un valor de menos de 10 millones de dólares,
controlan sólo el 10 % de los activos y las ganancias industriales de ese país. Como se informó en el
resumen anual de la revista Fortune, las 500 corporaciones industriales estadounidenses más grandes
combinaron en 1995 ventas por 4.69 billones de dólares, ganancias combinadas por 244 mil millones
de dólares, activos combinados de 10.49 billones de dólares, y una fuerza combinada de trabajo de
20.2 millones de empleados. Esas 500 corporaciones dan razón de cerca del 65 % de todas las ventas
industriales, el 80 % de todas las ganancias industriales, el 80 % de todos los activos industriales y
cerca del 75 % de todos los empleados industriales. Aun así, comprenden sólo un 0.2 % del total de
empresas industriales que operan en Estados Unidos.
La corporación de negocios en su actual forma es una clase relativamente nueva de institución
(tal y como funcionan las instituciones). Aunque procede de la “empresa de capital social” del siglo
XVI, muchas de sus actuales características fueron adquiridas durante el siglo XIX. Las corpora-
ciones modernas son organizaciones que la ley considera como “personas” ficticias inmortales que
tienen derecho a demandar y a ser demandadas, poseer y vender propiedades, y celebrar contratos,
todo en su propio nombre. Como organización, la corporación moderna consiste en: (1) accionistas
que aportan capital y que son dueños de la corporación, pero cuya responsabilidad por los actos de la
corporación está limitada al dinero que aportaron, (2) directores y funcionarios que administran los
bienes de la corporación y que la dirigen a través de varios niveles de “gerentes medios”, y (3) em-
pleados que proporcionan el trabajo y que realizan operaciones básicas relacionadas directamente con
la producción de bienes y servicios. Para encarar los complejos problemas de coordinación y control,
los funcionarios y los gerentes de las grandes corporaciones adoptan sistemas burocráticos formales
de reglas que enlazan las actividades de los miembros individuales de la organización para alcanzar
ciertos resultados u “objetivos”. Siempre que el individuo siga esas reglas, se alcanzará el resultado,
incluso si el individuo no conoce en qué consiste ni se preocupa por él.
La ética de los negocios es un estudio de normas morales y de cómo éstas se aplican a los sis-
temas y organizaciones a través de los cuales las sociedades modernas producen y distribuyen bi-
enes y servicios, y a la gente que trabaja dentro de esas organizaciones. La ética de los negocios, en
otras palabras, es una forma de ética aplicada, y comprende no sólo el análisis de normas y valores
morales, sino que también trata de aplicar las conclusiones de ese análisis a la serie de instituciones,
tecnologías, transacciones, actividades, y procedimientos que llamamos “negocios”.
Como lo sugiere esta definición de ética de los negocios, los asuntos de que trata la ética de
los negocios abarcan una amplia variedad de temas. Para poner un poco de orden a esa diversidad,
será de ayuda si distinguimos tres clases diferentes de asuntos que la ética de los negocios investiga:
asuntos sistémicos, corporativos, e individuales. Asuntos sistémicos en la ética de los negocios son
las cuestiones éticas que surgen sobre sistemas económicos, políticos, jurídicos y otros, dentro de los
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 23
cuales los negocios operan. Entre ellos se encuentran las cuestiones sobre la moralidad del capitalismo
o de las leyes, las regulaciones, las estructuras industriales y las prácticas sociales dentro de las que
operan los negocios estadounidenses. Un ejemplo sería cualquier pregunta sobre la moralidad del
sistema gubernamental de compromisos, mediante el cual, a B. F. Goodrich se le autorizó probar la
suficiencia de su propio diseño de frenos para el A7D.
Asuntos corporativos en la ética de los negocios son las cuestiones éticas que surgen acerca de
una empresa en particular. Forman parte de ellas preguntas acerca de la moralidad de las actividades,
políticas, prácticas o estructura organizacional de una empresa determinada, tomada como un todo.
Ejemplos de este tipo serían las cuestiones acerca de la moralidad de la cultura corporativa de B. F.
Goodrich o acerca de la decisión corporativa de la empresa para “dar el visto bueno” al freno A7D.
Por último, asuntos propios de la ética de los negocios son las cuestiones éticas que surgen sobre
un individuo en particular, dentro de una empresa. Se trata de las cuestiones acerca de la moralidad
de las decisiones, acciones o carácter de una persona. Ejemplo de ello sería preguntar si la decisión
de Vandivier de participar en la elaboración de un informe sobre el freno del A7D que él creía que era
falso estaba moralmente justificado.
Es útil cuando se analizan las cuestiones éticas que surgen de una decisión o un caso en particu-
lar, seleccionarlas en términos de si se trata de cuestiones sistémicas, corporativas o individuales. A
menudo el mundo nos presenta decisiones que involucran una gran diversidad de asuntos interrela-
cionados, extremadamente complicados, que pueden confundimos, a menos que los distintos tipos de
cuestiones sean primero cuidadosamente separados y distinguidos unos de otros.
1.1.4. ¿Son los estándares morales aplicables a las corporaciones o sólo lo son
a los individuos?
Las organizaciones corporativas plantean problemas importantes a cualquiera que trata de aplicar
las normas morales a actividades de los negocios. ¿Podemos decir que los actos de esas organizaciones
son “morales” o “inmorales”, en el mismo sentido que lo son las acciones de los seres humanos? ¿Y
podemos decir igualmente que. esas organizaciones son “moralmente responsables” de sus actos, en
el mismo sentido que lo son los seres humanos? ¿o deberíamos decir que no tiene sentido aplicar tér-
minos morales a las organizaciones como un todo sino a los individuos que integran la organización?
En un caso reciente, por ejemplo, el Departamento de Justicia de Estados Unidos condenó a la E. F.
Hutton Corporation de haber realizado un complicado fraude en el que los empleados habían suscrito
sobregiros sobre las cuentas bancarias que permitieron a la E. F. Hutton desviar ganancias en intereses
que justamente pertenecían a los bancos. Los críticos después se quejaron de que el Departamento de
Justicia debería de haber condenado a los gerentes de E. F. Hutton, y no a la corporación, puesto que
“las corporaciones no cometen delitos, los cometen las personas”24 . ¿Acaso nociones morales como
“responsabilidad”, “delito” y “obligación” pueden ser aplicadas a grupos como corporaciones, o son
los individuos únicamente los agentes morales reales?
Dos puntos de vista han surgido en respuesta a este problema25 . En un extremo está el punto de
24 “Corporate Criminal or Criminal Corporations?” Wall Street Journal, 19 June 1985; “Who Pays for Executive Sins?”
New YorkTimes, 4 de marzo de 1984.
25 Para el primer punto de vista véase Peter A. French, Collective and Corporate Responsibility (New York: Columbia
University Press, 1984); Kenneth E. Goodpaster y John B. Matthews, Jr., “Can a Corporation Have a Conscience?”
Harvard Business Review, 60 (1982): 132-41; Thomas Donaldson, “Moral Agency and Corporations”, Philosophy in
Context, 10 (1980): 51-70; David T. Ozar, “The Moral Responsibility of Corporations”, en Ethical Issues in Business,
Thomas Donaldson y Patricia Werhane, eds. (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1979), pp. 294-300. Para el segundo
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 24
vista de quienes argumentan que puesto que las reglas que conforman a las organizaciones nos per-
miten decir que las corporaciones “actúan” como individuos y que tienen “objetivos intencionales”
para lo que llevan a cabo, podemos decir también que son “moralmente responsables” de sus acciones
y que éstas son “morales” o “inmorales”, exactamente en el mismo sentido en que lo son las de un
ser humano. El problema más importante en este punto de vista es que las organizaciones no parecen
“actuar” o “tener intención” en el mismo sentido en que lo hacen los seres humanos, y las organiza-
ciones difieren de los seres humanos en modos moralmente importantes: las organizaciones no sienten
ni dolor ni placer, y no pueden actuar sino a través de los seres humanos. En el otro extremo está el
punto de vista de los filósofos que afirman que no tiene sentido el sostener que las organizaciones son
“moralmente responsables” o decir que tienen obligaciones “morales”. Esos filósofos argumentan que
las organizaciones de negocios son lo mismo que máquinas cuyas partes deben conformarse ciega y
constan temente a las reglas formales que nada tienen que ver con la moralidad. En consecuencia,
no tiene sentido sostener que las organizaciones son “moralmente responsables” de no atenerse a las
normas morales, pues es lo mismo que criticar a una máquina por no actuar moralmente. El problema
más importante de este punto de vista es que igual que con las máquinas, por lo menos algunos de
los miembros de las organizaciones conocen normalmente lo que están haciendo y son libres de ele-
gir entre seguir las reglas de la organización o incluso cambiar esas reglas. Cuando los miembros de
una organización persiguen colectivamente objetivos inmorales, pero lo hacen libremente y con plena
conciencia, parece perfectamente lógico decir que las acciones que llevan a cabo para la organización
son “inmorales”, y que ésta es “moralmente responsable” de esa acción inmoral.
¿Cuál de estos dos puntos de vista contradictorios es el correcto? Tal vez ninguno. La dificul-
tad subyacente en la que ambos puntos de vista se ven enfrentados es ésta: aunque decimos que las
organizaciones corporativas “existen” y “actúan” como individuos, obviamente no son individuos
humanos. Pero nuestras categorías morales están diseñadas para, tratar primordialmente, con seres,
humanos que sienten, razonan, deliberan y actúan basándose en sus sentimientos, razonamientos y
deliberaciones. Por tanto, ¿cómo podemos aplicar esas categorías morales a las organizaciones cor-
porativas y a sus “actos”? Podemos encontrar la manera a través de esas dificultades si primero vemos
que las organizaciones corporativas y sus actos dependen de los seres humanos: las organizaciones se
componen de seres humanos y actúan solamente cuando esos individuos eligen actuar.
Puesto que los actos de las corporaciones se originan en las elecciones y acciones de seres hu-
manos, son los individuos los que deben considerarse como depositarios primarios de obligaciones
morales y responsabilidad moral: -los seres humanos son responsables de lo que la corporación hace,.
debido a que las acciones corporativas se derivan totalmente de sus elecciones y comportamientos. Si
una corporación actúa mal, es debido a que algún individuo o algunos individuos en esa corporación
han elegido actuar así: si una corporación actúa moralmente, es porque algún individuo o individuos
de esa corporación eligieron que la corporación actúe moralmente.
Sin embargo, es perfectamente lógico decir que una organización corporativa tiene obligaciones
“morales” y que es “responsable moralmente” de sus actos. No obstante, las organizaciones tienen
obligaciones morales y son moralmente responsables en un sentido secundario: una corporación tiene
véase John Ladd, “Morality and the Ideal of Rationality in Formal Organizations”, The Monist, 54, no. 4 (1970): 488-
516, y “Corporate Mythology and Individual Responsibility”, The International Journal of Applied Philosophy, 2, no. 1
(Spring 1984): 1-21; Patricia H. Werhane, “Formal Organizations, Economic Freedom and Moral Agency,” Journal of
Value Inquiry, 14 (1980): 43-50. Los propios puntos de vista del autor están más desarrollados en Manuel Velasquez,
“Why Corporations Are Not Morally Responsible for Anything They Do”, Business & Professional Ethics Journal, 2,
no. 3 (Spring 1983): 1-18; son similares también a los del autor los puntos de vista de Michael Keeley, “Organizations as
Non-Persons,” Journal of Value Inquiry, 15 (1981): 149-55.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 25
obligación moral de hacer algo sólo si alguno de sus miembros tiene una obligación moral de asegu-
rarse de que se haga, y una corporación es moralmente responsable de algo solamente si alguno de sus
miembros es moralmente responsable de lo que ha ocurrido (esto es, actúan con pleno conocimiento
y libertad, temas que luego discutiremos).
El punto central que jamás debemos perder de vista, mientras aplicarnos los estándares éticos a las
actividades de los negocios y que no debemos permitir que la ficción de “la corporación” lo oscurezca
es que los seres humanos son el fundamento de la organización corporativa y que, en consecuen-
cia, esos seres humanos son los portadores primarios de obligaciones morales y responsabilidades
morales. Esto no quiere decir, desde luego, que los seres humanos que constituyen la organización no
estén influidos por la corporación y su estructura. Las políticas corporativas, la cultura corporativa,
las normas corporativas y el diseño corporativo pueden y deben tener una influencia enorme sobre
las elecciones, las creencias, y los comportamientos de los empleados de la corporación. Sin embar-
go, esas realidades corporativas son como el mobiliario del mundo que habitan los empleados de la
corporación. Proporcionan la materia primordial de las elecciones de los empleados, los obstáculos
alrededor de los cuales el empleado tendrá que moverse, y los instrumentos que ayudan al empleado
a actuar. Pero esas realidades corporativas no hacen que las elecciones del empleado sean para sí, y
por eso ellas no son las responsables de las acciones de éste.
de la manera responsable en que un país juzga como justa para su gente, quizá no impliquen restric-
ciones eficaces para una multinacional que simplemente se traslade -o amenace con trasladarse- a otro
país donde no rijan tales leyes. De nuevo, las reglas de los sindicatos que aseguran un trato justo a los
trabajadores y salarios decentes pueden ser ineficaces contra una multinacional que puede ubicarse -o
amenazar con ubicarse- en cualquier parte del mundo, en busca del trabajo más barato. Por ello, los
gerentes de las multinacionales se enfrentan muchas veces al dilema de elegir entre las necesidades
económicas y los intereses de sus negocios, por un lado, y las necesidades locales y los intereses de
su país anfitrión, por el otro.
Los gobiernos, sin embargo, no son completamente impotentes, y muchos de ellos han desarrolla-
do métodos altamente eficaces de controlar a las multinacionales que son autorizadas a operar dentro
de sus fronteras. Por ejemplo, una vez-que una multinacional invierte en un país extranjero e inicia
una operación productiva, se convierte en un rehén del gobierno local, debido a que ese gobierno
puede confiscar toda o parte de la inversión local de la multinacional y sus utilidades. Si la inversión
de ésta es grande o si depende fuertemente de las utilidades extranjeras, a la multinacional le será
difícil discrepar de cualquier exigencia del gobierno local, incluso de exigencias éticamente cues-
tionables, como la impuesta por el gobierno de Sudáfrica de que las empresas en efecto discriminen
a las minorías negras locales. Esta situación crea dilemas morales adicionales para los gerentes de
las multinacionales: o deben negarse a hacer lo que ellos creen que está mal y arriesgar la inversión
de la empresa, o salvar la empresa realizando lo que ellos creen es una práctica no ética. Además,
los objetivos de los gobiernos de diferentes países pueden resultar en demandas conflictivas sobre
la multinacional. Una multinacional, por ejemplo, puede haber invertido fuertemente en Sudáfrica
en el pasado y ahora encontrarse presionada por el gobierno de Estados Unidos a eliminar todas las
prácticas discriminatorias en las subsidiarias de Sudáfrica, y verse obligada, al mismo tiempo, por el
gobierno sudafricano a mantener prácticas discriminatorias en sus operaciones en aquel país. O Méxi-
co puede necesitar una subsidiaria de Dow Chemical en México, para exportar más e importar menos,
al mismo tiempo que los gobiernos de Brasil, Corea, Europa, o de cualquier parte, están diciendo a
las subsidiarias de Dow Chemical que exporten más e importen menos.
Otro conjunto de dilemas se crea cuando una multinacional que opera plantas en distintos países
puede en ocasiones transferir materias primas, bienes de consumo y capital entre sus plantas en los
diversos países, en términos que le permitan eludir impuestos y obligaciones fiscales que las empresas
limitadas a un solo país tienen que asumir. Suponga, por ejemplo, que una multinacional fabrica bienes
de consumo en plantas del país H, en donde los impuestos sobre las utilidades son altos, usando
materias primas de una de sus minas, en el país L, donde los impuestos son bajos. Y suponga que
embarca los productos manufacturados a sus almacenes en un tercer país S, donde los impuestos son
bajos y donde los bienes son vendidos. Claramente, la multinacional querrá maximizar sus ganancias
en su mina y tener sus almacenes en los países L y S con impuestos bajos, y minimizar sus utilidades
en la planta del país con impuestos altos. Para lograr esto, hará que su mina en el país L le venda
materias primas a su planta en el país H a precios altos, inflados; esto aumenta las utilidades en su
mina del país L, con bajos impuestos, mientras que reduce las utilidades en su planta del país H, donde
los impuestos son elevados. Hará por ello que su planta en el país H venda sus productos acabados
a su almacén en el país S, a precios bajos rebajados. Esto reducirá sus utilidades en el país H, donde
los impuestos son elevados, mientras que las incrementa en el país S, donde los impuestos son bajos.
Debido a que la multinacional es por todo ello capaz de fijar los precios de los materiales que transfiere
e intercambia entre su red de plantas y operaciones, puede, en efecto, transformar los ingresos, los
gastos y las utilidades en cualquier país que elija, siempre buscando las condiciones impositivas más
favorables posibles. Por eso, los gerentes de una multinacional a menudo se enfrentan la dilema de
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 27
eludir o no el cumplimiento de las leyes fiscales que un gobierno local considera moralmente justas.
Los gobiernos locales, desde luego, tratarán de controlar tales prácticas mediante la imposición de
regulaciones a las políticas de precios de la multinacional, pero tales regulaciones son difíciles de
formular e incluso difíciles de implantar.
Pero otro grupo de dilemas a que se enfrentan las multinacionales es creado porque dado que
operan en varios países, a menudo tienen la oportunidad de transferir una nueva tecnología o un nue-
vo conjunto de productos desde un país desarrollado a países menos desarrollados. La multinacional
quiere llevar a cabo, naturalmente, la transferencia, porque percibe una oportunidad de lucro, y el
país huésped desea y permite la transferencia porque cree que esas tecnologías y productos son clave
para su propio desarrollo. Sin embargo, la transferencia de nuevas tecnologías y productos a un país
en desarrollo puede crear riesgos cuando ese país no está preparado para asimilarlos. Una empresa
química, por ejemplo, puede importar un nuevo pesticida en un país agrícola en desarrollo, en donde
los campesinos no cuentan con la preparación, ni tienen la capacidad de protegerse a sí mismos de
las lesiones que el pesticida va a causar en su salud, cuando lo apliquen manualmente a sus cultivos.
Con todo, si la empresa química rehúsa suministrar el pesticida, el gobierno local puede objetar que
eso es impedir una tecnología que juzga críticamente necesaria para sus campos. O la campaña de
publicidad de una empresa de alimentos puede alentar a los consumidores de los países tercermundis-
tas a gastar sus reducidos presupuestos alimentarios en “alimentos” como refrescos carbonatados,
dulces o cigarrillos que proporcionan pocos o ningún beneficio para la nutrición y que supondrán a
largo plazo costos de salud. Pero, de nuevo, el gobierno local puede imponer objeciones si la empresa
retiene algunos alimentos que pone a disposición de consumidores de otros países “avanzados”. Por
ello, los gerentes de las multinacionales a menudo se enfrentan al dilema de elegir entre los beneficios
que tanto la empresa como su país anfitrión puedan obtener de un producto o de la transferencia de
tecnología, y los riesgos y peligros que tales transferencias pueden ocasionar.
Por último, debido a que la multinacional opera en diferentes países y que los países tienen difer-
entes estándares nacionales, aquélla a menudo se enfrenta a la duda de decidir cuáles de esas distintas
normas y estándares debería implementar en sus operaciones. Por ejemplo, cuando una empresa cuyo
centro de dirección está en un país altamente desarrollado como Estados Unidos y opera en otro
menos desarrollado como Trinidad, ¿deberá pagar a sus trabajadores los sueldos de Estados Unidos o
los sueldos más bajos que prevalecen en los negocios en Trinidad? ¿Debería usar para sus trabajadores
los estándares de seguridad de los lugares de trabajo en Estados Unidos o los menores que prevalecen
en Trinidad? Si paga los sueldos que prevalecen en Estados Unidos y los estándares de seguridad
estadounidenses, el resultado podría ser que de manera injusta capte a los mejores trabajadores de los
negocios locales de ese país que no pueden hacer lo mismo. Por otra parte, si utiliza los salarios y los
estándares de seguridad que prevalecen en Trinidad, estará explotando a los trabajadores.
Así, las multinacionales, dado que operan en varios países diferentes, se enfrentan numerosos
dilemas éticos. Su presencia en diversos países puede permitirles eludir impuestos y otras restricciones
legales y sociales con los cuales los gobiernos locales intentan controlar sus actividades. Debido a
que operan en países con diferentes niveles de desarrollo y con estándares y normas diferentes, deben
determinar qué riesgos y qué estándares son éticamente apropiados para cada país. Y debido a que sus
operaciones en el exterior se convierten en rehenes de los gobiernos de sus países anfitriones, deben
elegir entre acceder a las numerosas exigencias conflictivas y a veces moralmente cuestionables de
esos gobiernos o arriesgarse a perder algunas o todas sus inversiones extranjeras.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 28
1.1.6. ¿Se deben aplicar las mismas normas morales a las multinacionales en
todas partes?
La teoría del relativismo ético propone que, debido a que diferentes sociedades tienen creencias
éticas diferentes, no hay manera racional de determinar si una acción es moralmente correcta o in-
correcta sino preguntando si la gente de esta o aquella sociedad cree que es correcta o incorrecta. O,
lo que es lo mismo: el relativismo ético es el punto de vista de que no existen estándares éticos que
sean absolutamente verdaderos y que sean aplicables o deban serlo en las empresas y personas de
todas las sociedades. Por lo contrario, el relativismo afirma que algo es correcto para la gente o las
empresas de una sociedad determinada si ello está de acuerdo con sus estándares morales, e incorrecto
para ellos si viola sus estándares morales. Los individuos de algunas sociedades árabes, por ejemplo,
sostienen que el soborno en los negocios es moralmente aceptable, aunque los estadounidenses con-
sideran que es inmoral. El relativista ético concluirá que, mientras que es incorrecto para una empresa
estadounidense pagar un soborno en Estados Unidos, no es incorrecto para los árabes o sus empresas
la práctica del soborno en su propia sociedad. Así, una empresa o persona de negocios que opere
en varios países diferentes, donde encontrará sociedades con muchos estándares morales diferentes,
recibirá la sugerencia, según la teoría del relativismo ético, de que conforme al razonamiento moral
propio, siempre debe seguir los estándares morales prevalecientes en la sociedad en la que se encuen-
tre. Después de todo, puesto que los estándares morales difieren y puesto que no existen otros criterios
de lo que es correcto o incorrecto, lo mejor que uno puede hacer es seguir los viejos consejos de que
“cuando estés en Roma, actúa como romano” y “donde fueres haz lo que vieres”. Sin embargo, ¿es
este punto de vista -el del relativismo ético- un punto de vista razonable?
Evidentemente, existen muchas prácticas que han sido juzgadas inmorales por algunas sociedades,
mientras que otras las han considerado moralmente aceptables, entre ellas la poligamia, el aborto,
el infanticidio, la esclavitud, la homosexualidad, la discriminación racial y sexual, el genocidio, el
parricidio, y la tortura de animales. Pero algunos críticos de la teoría del relativismo ético han señalado
que no debe concluirse que no existen estándares morales que obliguen a los individuos en cualquier
parte26 . Otros han argumentado, de hecho, que existen ciertos estándares morales que los miembros
de sociedad, deben aceptar, si esa sociedad quiere sobrevivir y si sus miembros tienen que interactuar
de manera eficaz. Por ello, todas las sociedades tienen normas acerca del uso de un lenguaje veraz
en la comunicación con los miembros de la sociedad a la que se pertenece, y normas en contra de la
apropiación de los bienes de los otros miembros de la sociedad a la que uno pertenece.
Además, muchas de las diferencias aparentes entre las sociedades esconden, cuando se exami-
nan más de cerca, numerosas similitudes. Por ejemplo, los antropólogos nos dicen que en algunas
sociedades inuit de Alaska era moralmente aceptable para las familias abandonar a sus ancianos para
que murieran a la intemperie, en las épocas de privaciones, mientras que otras sociedades sentían tener
la obligación moral de proteger y alimentar en todo momento a sus mayores. Sin embargo, visto esto
más de cerca, encontramos que subyacente a las diferentes prácticas de esos dos tipos de sociedades
existe la creencia en un mismo estándar ético: la obligación moral de asegurar a largo plazo la su-
pervivencia de la comunidad. En su duro entorno, el pueblo inuit no encontró otro modo de asegurar
la supervivencia de su comunidad, cuando escaseaban sus víveres, que abandonando a sus ancianos.
Otras comunidades, en cambio, aseguraban su supervivencia a largo plazo protegiendo a los ancianos
que poseían el conocimiento y la experiencia que esas comunidades necesitaban.
Otros críticos de la teoría del relativismo ético señalan, por otra parte, que, del hecho de que
26 Los argumentos a favor y en contra del relativismo ético son revisados en Manuel Velasquez, “Ethical Relativism and
the International Business Manager”, Studies in Economic Ethics and Philosophy (Berlin: Springer-Verlag, 1997).
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 29
distintos pueblos tengan distintas creencias morales sobre algún asunto, no se sigue lógicamente que
no exista una verdad objetiva acerca de ello ni que todas las creencias acerca de tal asunto sean
igualmente aceptables. Cuando dos personas o dos grupos tienen diferentes creencias, los filósofos se
inclinan a señalar que lo único que se puede concluir es que por lo menos una de esas creencias es
incorrecta. El filósofo James Rachels, por ejemplo, expresa esto muy sucintamente.
Pero, tal vez, las más notables críticas contra la teoría del relativismo ético son las que puntualizan
las consecuencias incoherentes de la teoría. Si la teoría del relativismo ético fuera verdadera, entonces
no tendría sentido criticar las prácticas de otras sociedades en tanto se atuvieran a sus propios están-
dares. No podríamos decir, por ejemplo, que la esclavitud de las sociedades sureñas estadounidenses
antes de la Guerra Civil fuera incorrecta, o que la discriminación practicada en las sociedades del Sur
de Estados Unidos antes de la década de 1950 fuera injusta, o que el comportamiento alemán contra
los Judíos en la sociedad nazi de la década de 1930 fuera inmoral. Es más, si la teoría del relativis-
mo ético fuera verdadera, entonces tampoco tendría sentido -de hecho, sería moralmente incorrecto-
criticar cualquiera de los estándares morales o prácticas aceptadas por nuestra propia sociedad. Si
nuestra sociedad acepta que una práctica determinada -como la tortura de los animales- es moral-
mente correcta, entonces, como miembros de esa sociedad, debemos aceptar también esa práctica
como moralmente correcta, y es inmoral para nosotros decirles a los demás en nuestra sociedad que
se opongan a esa creencia, porque lo correcto o incorrecto para nosotros debe ser determinado por
los estándares de nuestra sociedad. Así, la teoría del relativismo ético implica que cualquier cosa que
crea la mayoría en nuestra sociedad acerca de la moralidad es automáticamente correcta.
Por ello, el problema fundamental respecto de la teoría del relativismo ético es que éste sostiene
que los estándares morales de una sociedad son los únicos criterios con los que pueden juzgarse las
acciones de esa sociedad. La teoría entonces proporciona a las normas morales de cada sociedad un
lugar privilegiado que está por encima de todas las críticas que los miembros de esa sociedad o alguien
más puedan plantear: aquéllas no pueden equivocarse. Está claro que esta implicación de la teoría del
relativismo ético indica que la teoría está equivocada. Reconocemos que los estándares morales de
nuestra propia sociedad como los de otras sociedades pueden ser incorrectos, y el reconocer esto
implica que los estándares morales que una sociedad llega a aceptar no pueden ser los únicos criterios
para lo correcto y lo incorrecto.
El relativista ético nos recuerda acertadamente que las diferentes sociedades tienen distintas creen-
cias morales, y que no deberíamos simplemente desechar las creencias morales de otras culturas cuan-
do éstas no coinciden con las nuestras. Sin embargo, el relativista ético se equivoca al concluir que
27 James Rachels, “Can Ethics Provide Answers”, The Hastings Center Report, vol. 10, no. 3 Ounio 1980), pp. 33-39;
una presentación más reciente de este argumento puede encontrarse en James Rachels, The Elements of Moral Philosophy
(Nueva York: Random House, 1986).
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 30
todas las creencias morales son igualmente aceptables, y se equivoca al concluir que sólo los criterios
de correcto e incorrecto son los estándares morales en cualquier sociedad.
Etapa uno: orientación de castigo y obediencia. En esta etapa las consecuencias físi-
cas de un acto determinan totalmente la bondad o maldad de ese acto. Las razones del
niño para actuar correctamente son las de evitar el castigo o acatar el poder físico superior
de las autoridades. Hay en ello poca conciencia de que los demás tienen necesidades y
deseos similares a los suyos.
Etapa dos: orientación de instrumento y relatividad. En esta etapa las acciones cor-
rectas se convierten en acciones que pueden servir como instrumentos para satisfacer las
necesidades propias del niño o las necesidades de aquellos que el niño ama. El niño aho-
ra es consciente de que los demás tienen necesidades y deseos similares a los propios y
empieza a acatarlas con el fin de asimilarlas para hacer lo que él quiere.
28 Este resumen se basa en Lawrence Kohlberg, “Moral Stages and Moralization: The Cognitive-Developmental Ap-
proach”, en Thomas Lickona, ed., Moral Development and Behavior: Theory, Research, and Social Issues (Nueva York:
Holt, Rinehart and Winston, 1976), pp. 31-53; otros trabajos recogidos en el libro de Lickona revisan la literatura tanto
de apoyo como de crítica de Kohlberg. Para un panorama más reciente de la investigación y bibliografía sobre Kohlberg
y su importancia para la enseñanza, véase Edward J. Conry y Donald R. Nelson, “Business Law and Moral Growth”,
American Business Law Journal, vol. 27, no. 1 (Spring 1989), pp. 1-39. El trabajo de Kohlberg se basa en las teorías de
Piaget; véase Jean Piaget, The Moral Judgment of the Child, Marjorie Grabain, traducción. (Nueva York: The Free Press,
1965).
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 32
Etapa seis: orientación de principios éticos universales. En esta etapa final la acción
correcta llega a ser definida en términos de principios morales elegidos por su inclusividad
lógica, su universalidad y su consistencia. Esos principios éticos no son algo concreto
como los diez mandamientos, sino principios generales abstractos que tienen que ver
con la justicia, el bienestar social, la igualdad de los derechos humanos, respeto por la
dignidad de los seres humanos individuales y con la idea de que las personas son fines
en sí mismas y deben ser tratadas como tales. Las razones personales para hacer lo que
es correcto se basa en un compromiso con esos principios morales y la persona los ve
como criterios para valorar las demás reglas morales y los convenios, incluido el consenso
democrático.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 33
La teoría de Kohlberg nos ayuda a entender cómo se desarrollan nuestras capacidades morales y
revela cómo podemos volvemos cada vez más sofisticados y críticos al utilizar y entender las normas
morales a las que nos atenemos. La investigación realizada por Kohlberg y otros ha demostrado que,
aunque la gente siempre avanza a través de etapas en la misma secuencia, no todo el mundo pasa por
todas ellas. Kohlberg encontró que muchas personas permanecen detenidas en una de las primeras
etapas a lo largo de toda su vida. Para los que se detienen en un nivel preconvencional, lo correcto
e incorrecto siempre continúa siendo definido en los términos egocéntricos de evitar el castigo y
en hacer lo que los representantes de la autoridad de poder dicen. Para los que alcanzan el nivel
convencional pero nunca van más allá, lo correcto y lo incorrecto continúa siendo definido en términos
de las normas convencionales de sus grupos sociales o de las leyes de la nación o sociedad. Sin
embargo, para los que alcanzan el nivel postconvencional y que arrojan una mirada reflexiva y crítica
a los estándares morales que han surgido para ser mantenidos, lo correcto y lo incorrecto será definido
en términos de principios morales que ellos han elegido para sí como más razonables y adecuados.
Es importante observar que Kohlberg quiere decir que el razonamiento moral de la gente en las
últimas etapas del desarrollo moral son mejores que el razonamiento de las etapas más tempranas.
Primero, las personas en las últimas etapas tienen la capacidad de ver las cosas, desde una perspectiva
más amplia y completa que quienes se encuentran en etapas más tempranas. Las personas en el nivel
preconvencional pueden ver las situaciones sólo desde un punto de vista egocéntrico; la persona en
el nivel convencional pue de ver las situaciones sólo desde los puntos de vista que son familiares
a las personas que pertenecen a los grupos sociales de esa persona; y la persona con el punto de
vista postconvencional tiene la capacidad de contemplar las situaciones desde una perspectiva que
intenta tener en cuenta a cualquiera que pueda resultar afectado por la decisión. Segundo, la gente
en las últimas etapas tiene mejores modos de justificar ante los demás sus decisiones que los que
se encuentran en las etapas tempranas. La persona en el nivel preconvencional puede justificar sus
decisiones sólo en los términos en cómo los propios intereses resultarán afectados, y por lo tanto,
las justificaciones son, en última instancia, sólo persuasivas para uno mismo. La persona en el nivel
convencional puede justificar sus decisiones en términos de las normas de los grupos a que pertenece
y, por ello, las justificaciones son en última instancia persuasivas sólo para los miembros de su propio
grupo. Por último, la persona en el nivel postconvencional puede justificar lo que se hace sobre la base
de principios morales que son imparciales y razonables y que, por ello, pueden interesar a cualquier
persona razonable.
La teoría de Kohlberg, sin embargo, ha sido sometida a muchas críticas. Primero, Kohlberg ha
sido criticado por pretender que las últimas etapas son preferibles a las primeras. Tales críticas segu-
ramente tienen razón. Aunque los últimos niveles de Kohlberg incorporan perspectivas más extensas
y justificaciones ampliamente aceptables, no debe deducirse que esas perspectivas son moralmente
mejores que las primeras. Para determinar que las últimas etapas son moralmente mejores será nece-
saria más argumentación que la que proporciona Kohlberg. En los últimos capítulos veremos qué
clase de razones pueden darse para el punto de vista de que las perspectivas y justificaciones de la
característica de los principios morales de las últimas etapas de Kohlberg son moralmente preferibles
a las de las etapas más tempranas.
Una segunda crítica a Kohlberg de importancia es la que surge del trabajo de Carol Gilligan, una
psicóloga que sugiere que, aunque la teoría de Kohlberg identifica correctamente las etapas por las que
los hombres pasan durante su desarrollo, no logra trazar adecuadamente el patrón de desarrollo de las
mujeres.29 Debido a que la mayoría de los sujetos de KohIberg eran hombres, Gilligan argumentaba,
29 VéaseCarol Gilligan, In a Different Voice: Psychological Theory and Women’s Development (Cambridge, MA: Har-
vard University Press, 1982).
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 34
su teoría no tomó en cuenta los patrones del pensamiento moral de las mujeres.
Existen, argumenta Gilligan, dos modos diferentes de analizar las cuestiones morales. Primero,
hay un enfoque “masculino” en el que pone énfasis la teoría de Kohlberg. De acuerdo con Gilligan,
los hombres tienden a enfrentar los asuntos morales en términos de reglas morales impersonales,
imparciales y abstractas, exactamente la clase de enfoque que es ejemplificado por los principios
de justicia y derecho que según Kohlberg son características del pensamiento postconvencional, Sin
embargo, insiste Gilligan, existe un segundo enfoque, el “femenino”, para los asuntos morales que
Kohlberg no reconoce. Las mujeres, continúa Gilligan, tienden a verse a sí mismas como parte de
una “red” de relaciones con la, familia y los amigos, y cuando ellas enfrentan asuntos morales se
preocupan por sostener esas relaciones, evitando lastimar a los demás en esas relaciones y cuidando de
su bienestar. Para las mujeres, la moralidad es primariamente una materia de “cuidado” y de “sentirse
responsable” hacia los demás con los que se involucran en las relaciones personales, y no un asunto
de adhesión a reglas imparciales e ¡inpersonales. Además de definir este nuevo enfoque “femenino”
de la moralidad, Gilligan argumenta que las mujeres que adoptan este enfoque en la moralidad siguen
etapas algo diferentes a medida que maduran y desarrollan sus puntos de vista morales. El desarrollo
moral para las mujeres está marcado por el avance hacia modos más adecuados de cuidado y de ser
responsables por uno mismo y los demás. En su teoría, el nivel más temprano o “preconvencional”
del desarrollo moral en las mujeres es el marcado por el cuidado sólo de sí misma. Las mujeres se
mueven a un nivel segundo o “convencional” cuando internalizan las normas convencionales acerca
del cuidado por los demás y al actuar así se olvidan de sí mismas. A medida que se mueven al nivel
“postconvencional” o más maduro, sin embargo, se vuelven críticas de las normas convencionales que
antes habían aceptado, y llegan a alcanzar un equilibrio entre el cuidado por los demás y el cuidado
por ellas mismas.
¿Tiene razón Gilligan? Aunque más investigación ha mostrado que el desarrollo moral masculino
y femenino no difieren en las maneras sugeridas originalmente por Gilligan, esa misma investigación
ha confirmado que Gilligan ha identificado un enfoque o “perspectiva” hacia los asuntos morales que
es diferente del enfoque en el que pone énfasis Kohlberg30 . Los asuntos morales pueden ser abordados
desde una perspectiva de imparcialidad impersonal, o desde una perspectiva de cuidado por las per-
sonas, y esas dos perspectivas son distintas. Sin embargo, las mujeres al igual que los hombres algunas
veces enfocan los asuntos morales desde la perspectiva de reglas morales imparciales e impersonales,
y los hombres y las mujeres a veces enfocan los asuntos morales desde la perspectiva del cuidado
y la responsabilidad en las relaciones31 . Aunque la investigación sobre la “perspectiva del cuidado”
que Gílligan describe está todavía en pañales, ya está claro que es una perspectiva moral importante
que tanto los hombres como las mujeres deberían tener en cuenta. En el próximo capítulo echaremos
una mirada cuidadosa a esta nueva y emocionante perspectiva y valoraremos su aplicabilidad a los
30 Para revisiones de la bibliografía que tiene que ver con Kohlberg, y la crítica de Gilligan, véase Norman Sprinthall y
Richard Sprinthall, Educational Psychology, 4a. ed. (Nueva York: Random House, 1987) pp. 157-77, y Nancy Eisenberg,
Richard Fabes y Cindy Shea, “Gender Differences in Empathy and Prosocial Moral Reasoning: Empirical Investigations,”
en Mary M. Brabeck, Who Cares? Theory, Research, and Educational Implications of the Ethic Of Care (Nueva York:
Praeger, 1989).
31 Entre los estudios que no han hallado diferencias significativas de género en el razonamiento moral están Robbin
Derry, “Moral Reasoning in Work Related Conflicts,” en Research in Corporate Social Performance and Policy, William
Frederick, ed., vol. 9 (Greenwich, CT: JAI, 1987), pp. 25-49; Freedman, Robinson, y Freedman, “Sex Differences in Moral
Judgment? A Test of Gilligan’s Theory,” Psychology of Women Quarterly, vol. 37 (1987); para estudios más recientes que
exploran las diferentes perspectivas véase Eva Feder Kittay y Diana T. Meyers, eds., Women and Moral Theory (Totowa,
NJ: Rowman y Littlefield, 1987). Un intento de lograr una ética del cuidado es Nell Noddings, Caring: A Feminine
Approach to Ethics and Moral Education (Berkeley, CA: University of California Press, 1984).
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 35
negocios.
Para nuestros propósitos, sin embargo, lo que es importante señalar en este momento es que tanto
Kohlberg como Gilligan coinciden en que existen etapas de crecimiento en nuestro desarrollo moral.
También están de acuerdo ambos autores en que el desarrollo moral se mueve desde una etapa pre-
convencional enfocada en el sí mismo, a través de una etapa convencional en la que aceptamos acríti-
camente los estándares morales de los grupos a los que pertenecemos, y hacia una etapa madura en la
cual aprendemos a examinar crítica y reflexivamente la adecuación de los estándares morales conven-
cionales que antes habíamos aceptado y a idear estándares más adecuados de nosotros mismos, tanto
estándares de cuidado hacia personas determinadas, como estándares de imparcialidad hacia todo el
mundo.
Decíamos antes que se empieza a hacer ética cuando se empiezan a examinar críticamente los
estándares morales que se han aceptado de la familia, los amigos, y la sociedad, y a preguntarse si
esos estándares son razonables o irrazonables. En términos de las etapas de desarrollo moral que
propone Kohlberg y Gilligan, la ética comienza cuando uno se traslada de una simple aceptación de
los estándares morales convencionales que ha absorbido de la sociedad, y trata de desarrollar crítica
y reflexivamente más estándares maduros que se basan en razones más adecuadas y que son capaces
de enfrentar una gama más amplia de asuntos morales de manera más adecuada. El estudio de la ética
es el proceso de desarrollar la capacidad que uno tiene para hacer frente a las cuestiones morales,
un proceso que permitiría al individuo adquirir el entendimiento más reflexivo de lo “correcto” e
“incorrecto” que caracteriza a las últimas etapas postconvencionales del desarrollo moral. Uno de los
propósitos centrales del estudio de la ética, por ende, es la estimulación de este desarrollo moral.
Éste es un punto importante, un punto que no debería pasar inadvertido para el lector. El texto
y los casos que siguen han sido diseñados para leerse y discutirse en grupo -con estudiantes, profe-
sores, amigos- con el fin de estimular en nosotros mismos la clase de desarrollo moral que estamos
exponiendo. Una interacción y discusión intensas de los asuntos morales con los demás desarrolla
nuestra capacidad de ir más allá de la simple aceptación de los estándares morales que hayamos po-
dido absorber acríticarnente de la familia, los compañeros, la organización, el país o la cultura. Al
discutir, analizar y criticar los juicios morales que nosotros y los demás emitimos, llegamos a adquirir
los hábitos de pensar necesarios para desarrollar y determinar para nosotros mismos un conjunto de
principios morales con los que razonablemente podamos estar de acuerdo.
Los principios morales derivados como consecuencia de la clase de análisis y reflexión que son
características de las últimas etapas del desarrollo moral tanto en Kohlberg como en Gilligan, por
consiguiente, son “mejores” no porque lleguen en una última etapa. Un conjunto de principios morales
es “mejor” que otro sólo cuando ha sido examinado con cuidado y se basa en razones mejores y de
más fuerza, un proceso que resulta mejorado con la discusión y las objeciones de los demás. Los
principios morales que aparecen en las últimas etapas del desarrollo moral, por tanto, son mejores
porque, en cuanto son producto de examen y discusión razonados y tienden a emerger a medida que
las personas mejoran sus destrezas de razonamiento, crecen en su entendimiento y conocimiento de
la vida humana, e interactúan con los demás para desarrollar una perspectiva moral más firme y más
madura.
dares morales o los violan. El razonamiento moral siempre incluye dos componentes esenciales: (1)
un entendimiento de qué requieren, prohíben, valoran o condenan los estándares morales razonables,
y (2) pruebas o información que muestran que una persona, política, institución o comportamiento
determinados, poseen las clases de riesgos que esos estándares morales requieren, prohíben, valo-
ran o condenan los estándares morales razonables y moral cuyo autor nos presenta sus razones que
argumentan que las instituciones sociales estadounidenses son injustas.
En este ejemplo, el autor tiene en mente un estándar moral que expone al final del párrafo: “La dis-
criminación que impide que las personas evadan la sociedad a la que contribuyen es injusta”. El resto
del párrafo lo dedica el autor a señalar las pruebas que muestran que la sociedad estadounidense ex-
hibe la clase de discriminación prohibida por ese principio moral. El juicio moral del autor de que
la sociedad estadounidense es injusta, entonces, se basa en una serie de razonamientos que llaman a
un estándar moral y a las pruebas de que la sociedad estadounidense tiene las características conde-
nadas por ese estándar. Esquemáticamente, pues, el razonamiento moral o ético muestra la clase de
estructura indicada en la figura 1.1.33
En muchos casos, uno o más de los tres componentes involucrados en el razonamiento moral
de una persona no serán expresados. De hecho, muy a menudo las personas harán explícitos los
estándares morales en los que se basan sus juicios morales. Una persona podría decir, por ejemplo:
“La sociedad estadounidense es injusta por permitir que el 41 % de los negros caiga por debajo de la
línea de la pobreza en comparación con el 12 % de los blancos.” Aquí el estándar moral implícito en
el juicio de que “la sociedad estadounidense es injusta” se basa en los términos de que “una sociedad
es injusta si no trata a sus minorías igual que a la mayoría”. Y el desproporcionado número de negros
que están por debajo de la línea de pobreza se cita como prueba de que las minorías no son tratadas en
Estados Unidos igual que la mayoría blanca. La principal razón de que los estándares morales a veces
no se hacen explícitos es que generalmente se supone que son obvios. Las personas dedican más sus
esfuerzos a reunir pruebas de que una política, una institución o una acción determinadas, se ajusta o
viola sus normas entendidas, que a tratar de identificar o explicar los estándares morales en los que se
apoyan sus juicios.
La omisión de hacer explícitos los estándares morales propios lo deja a uno vulnerable a todos
los problemas creados al basar las decisiones críticas en suposiciones no analizadas: las suposiciones
pueden ser inconsistentes, pueden no tener base racional, y pueden conducir al tomador de decisiones
32 Edward J. Stevens, Making Moral Decisions (Nueva York: Paulist Press, 1969), pp. 123-25.
33 Para una discusión más completa de este enfoque véase Stephen Toulmin, Richard Rieke, y Allan Janik, An Introduc-
tion to Reasoning (Nueva York: Macmillan Inc., 1979), pp. 309-37.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 37
Información de hechos
Juicio moral sobre lo
Estándares relativos a políticas,
correcto o incorrecto de
morales - institución o com- -
la política, institución o
portamiento bajo
comportamiento.
consideración.
tan entrelazadas que es difícil separarlas. Y hay varias dificultades teóricas al tratar de trazar una
línea precisa que las separe35 . Aunque la diferencia entre las dos por lo común está lo suficientemente
clara para propósitos prácticos, el lector debe tener presente que a veces no pueden distinguirse con
claridad.
of Moral Claims to Reasoned Assessment,” en Morality in the Modem World, Lawrence Habermehl, ed. (Belmont, CA:
Dickenson Publishing Co., Inc., 1976), pp. 18-32.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 39
manera, uno de los estándares (o ambos) deben ser modificados. En este caso, debo decidir, por ejem-
plo, que las órdenes de la empresa deben ser obedecidas excepto cuando amenazan la vida humana.
Advierta que a fin de determinar qué clase de modificaciones se necesitan, se tienen que examinar las
razones que uno tiene para aceptar los estándares inconsistentes y sopesar esas razones, para ver qué
es más importante y merece conservarse, y qué es menos importante y sujeto a modificación. En este
caso, por ejemplo, pude haber decidido que la razón por la que la lealtad a la empresa es importante
es que salvaguarda la propiedad, pero la razón por la que el rechazo a poner en peligro a las personas
es importante es que salvaguarda la vida humana. Y la vida humana, decido entonces, es más impor-
tante que la propiedad. Esta clase de crítica y de ajuste de los estándares morales de uno es una parte
importante del proceso a través del cual ocurre el desarrollo moral.
Existe otra clase de consistencia que es tal vez incluso más importante en el razonamiento ético.
La consistencia también se refiere a la exigencia de que uno debe desear aceptar las consecuencias
de aplicar los estándares morales de uno consistentemente a todas las personas en circunstancias
similares37 . Esta “exigencia de consistencia” puede ser expresada como sigue:
Debo aplicar los mismos estándares morales a una situación que los que apliqué a otra que era
pertinentemente similar. (Dos situaciones son “pertinentemente similares” cuando todos esos factores
que tienen un peso en el juicio de que una acción es correcta o incorrecta en una situación están
también presentes en otra situación.) Por ejemplo, suponga que juzgo que es moralmente permisible
para mí fijar precios, porque quiero utilidades altas. Entonces, si tengo que ser consistente, debo
sostener que es moralmente permisible para mis proveedores fijar los precios cuando ellos desean
utilidades altas. Si no deseo aceptar consistentemente las consecuencias de aplicar a otras personas
similares el estándar de que fijar precios está moralmente justificado para quienes desean precios
altos, entonces no puedo racionalmente sostener que el estándar es verdad en mi propio caso.
La exigencia de consistencia es la base de un método importante para mostrar que un están-
dar moral dado debe ser modificado o rechazado: el uso de los “contraejemplos” o las situaciones
“hipotéticas”. Si un estándar moral es inadecuado o inaceptable, a menudo podemos mostrar que es
inadecuado demostrando que sus implicaciones son inaceptables en un ejemplo hipotético. Por ejem-
plo, suponga que alguien quisiera adelantar la pretensión de que siempre deberíamos hacer sólo lo
que nos beneficie (esto es, que deberíamos actuar sólo de manera egoísta). Podríamos atacar ese pun-
to de vista proponiendo el ejemplo hipotético de un individuo que se siente feliz sólo cuando se hace
lo que beneficia a los demás y no a uno mismo. De acuerdo con el estándar egoísta, ¡ese individuo
debe hacer sólo lo que le hará a uno infeliz! Y esto, quizá deseemos sostenerlo, es inaceptable. El
egoísta, claro está, podría modificar el punto de vista de uno (diciendo “lo que yo realmente quería
decir con ‘beneficiamos’ era . . . ”), pero ésta es otra historia. La cuestión es que los “contraejemplos”
hipotéticos pueden usarse eficazmente para mostrar que los estándares morales pueden ser rechazados
o al menos modificados.
37 Véase Marcus G. Singer, Generalization in Ethics (Nueva York: Alfred A. Knopf, Inc., 1961), p. 5; Hare, Freedom
Una segunda clase de argumento que suele proponerse para demostrar que los gerentes de nego-
cios deberían dedicarse al solo propósito de la búsqueda de los intereses de sus empresas e ignorar las
consideraciones éticas, se halla incluido en lo que Alex C. Michales llama “el argumento del agente
leal”40 . Podemos parafrasearlo como sigue:
El argumento puede ser, y a menudo ha sido, usado para justificar una conducta no ética o ilegal
del gerente. El funcionario de una corporación, por ejemplo, puede alegar que, si bien se involucró
en cierta conducta ilegal o no ética (por ejemplo, la fijación de precios), debe ser exonerado, debido
a que no actuó en beneficio propio sino para proteger los mejores intereses de su empresa, de los
accionistas o de sus trabajadores. El “argumento del agente leal” sirve de base a esta clase de excusa.
Más generalmente, si sustituirnos “empleador” por “gobierno”, y “gerente” por “funcionario”, nos
encontramos con la clase de argumento que los oficiales nazis utilizaron después de la Segunda Guerra
Mundial para defender su compromiso con el gobierno moralmente corrupto de Hitler.
El argumento del agente leal se basa en varias suposiciones cuestionables. Primero, el argumento
trata de demostrar de nuevo que la ética ni importa, adoptando un estándar moral no probado (“el
gerente debe servir a su empleador tal y como éste quiere ser servido”). Pero aquí no hay razón para
suponer que este estándar moral es aceptable tal y como se expone, y hay una cierta razón para pensar
que sería aceptable sólo si resultara adecuadamente aceptado (por ejemplo, “el gerente debe servir
a su empleador en cualquier modo moral en que éste quiera ser servido”). Segundo, el argumento
del agente leal supone que no hay límites para las obligaciones del gerente para servir al empleador,
cuando de hecho tales límites son una parte expresa de las instituciones legales y sociales de las
que emanan esas obligaciones. Las obligaciones de un “agente” se definen por lo que se conoce
como “la ley de la agencia”, esto es, la ley que especifica las obligaciones de personas (“agentes”)
que están de acuerdo en actuar en nombre de otra parte y que están autorizadas por el acuerdo a
actuar así. Abogados, gerentes, ingenieros, corredores de bolsa, etcétera, todos actúan como “agentes”
para sus empleadores, en ese sentido. Cuando por libre albedrío alguien se compromete a actuar
como agente de alguien, entonces, una persona acepta una obligación legal (y moral) para servir
leal y obedientemente al cliente, y de una manera confidencial como se especifica en la ley de la
agencia41 . Pero la ley de la agencia establece que “al determinar si las órdenes del [cliente] al agente
son razonables o no . . . hay que tener en cuenta la ética profesional o de negocios”, y “en ningún
acontecimiento estaría implícito que un agente tenga la obligación de realizar actos que son ilegales o
no éticos”42 . Las obligaciones del gerente de servir a su empleador, por tanto, están limitadas por las
40 Alex C. Michales, A Pragmatic Approach to Business Ethics, (Thousand Oaks, CA, Sage Publications, 1995), pp.
44-53. Véase también Milton Friedman, “The Social Responsibility of Business Is to Increase Its Profits,” New York Times
Magazine, 13 (septiembre de 1970).
41 Véase Phillip I. Blumberg, “Corporate Responsibility and the Employee’s Duty of Loyalty and Obedience: A Prelim-
inary Inquiry,” en The Corporate Dilemma: Traditional Values Versus Contemporary Problems, Dow Votaw y S. Prakash
Sethi, eds. (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1973), pp. 82-113.
42 Citado en Ibíd., p. 86.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 42
restricciones de la moralidad, puesto que es con este entendimiento como se definen las obligaciones
de un agente leal. Tercero, el argumento del agente leal supone que si un gerente está de acuerdo
en servir a una empresa, entonces esa conformidad automáticamente justifica todo lo que el agente
haga en favor de la empresa. Sin embargo, este supuesto es falso: los acuerdos para servir a otras
personas no justifican automáticamente actuar de manera incorrecta en nombre de ellas. Por ejemplo,
es claramente incorrecto para mí matar a una persona inocente para favorecer mis propios intereses.
Suponga que un día yo me comprometo con usted a servir a sus intereses y que más tarde resulta
que sus intereses requieren que por encargo de usted yo mate a una persona inocente. ¿Ese acuerdo
justifica ahora que yo mate a la persona inocente? Obviamente no, porque los pactos no cambian el
carácter moral de las acciones incorrectas. Si es moralmente incorrecto, entonces, que un gerente haga
algo que no corresponda al propio interés, es también moralmente incorrecto para él hacerlo a favor
de los intereses de su empresa, incluso aun cuando él haya pactado servir a la empresa. Los supuestos
del argumento del agente leal, por tanto, son erróneos.
Una tercera clase de objeción se hace en ocasiones en contra de la inclusión de la ética en los
negocios. Se trata de la objeción de que para ser ético es suficiente con que las personas que tienen que
ver con los negocios se limiten a observar la ley: la ética de los negocios es en esencia obedecer la ley.
Cuando a un contador, por ejemplo, se le pidió que preparara un informe de “ética de negocios” para
la Junta Directiva de las tiendas 7-Eleven Stores, su informe excluyó los alegatos de que el gerente
de una tienda había intentado sobornar a los funcionarios de impuestos de Nueva York. Cuando se
le preguntó por qué había excluido del informe el pretendido intento de soborno, contestó que él no
sentía que el incidente fuera “no ético” porque no era “ilegal”, dando a entender que “no ético” e
“ilegal” eran lo mismo43 .
Es incorrecto, sin embargo, considerar la ley y la ética como idénticos. Es cierto que algunas leyes
requieren un comportamiento igual al dictado por nuestros estándares morales. Ejemplos de esas leyes
son las que prohíben el asesinato, la violación, el robo, el fraude, etc. En tales casos, la ley y la moral
coinciden y la obligación de obedecer tales leyes es la misma que la obligación de ser moral.
Pero la ley y la moral no siempre coinciden. Algunas leyes no tienen nada que ver con la moral,
porque no involucran cuestiones graves. Entre ellas se incluyen las leyes de estacionamiento de au-
tomóviles, las normas de vestir y otras referentes a asuntos similares. Incluso otras leyes pueden violar
nuestros estándares morales, de tal modo que en realidad sean contrarias a la moral Nuestras propias
leyes de esclavitud de antes de la Guerra Civil, por ejemplo, nos exigían tratar a los esclavos como
una propiedad, y las leyes de la Alemania nazi exigían un comportamiento antisemítico. Las leyes de
Arabia Saudita exigen hoy que en los negocios se discrimine a las mujeres y a los judíos, en modos
que la mayoría de las personas diría que son claramente inmorales. En consecuencia, está claro que
la ética no es seguir simplemente la ley.
Esto no quiere decir, naturalmente, que la ética no tenga nada que ver con seguir la ley44 . Nuestros
estándares morales algunas veces son incorporados a la ley cuando muchos de nosotros sentimos que
una norma moral debería ser impuesta por las presiones de un sistema legal; y las leyes, por otro lado,
algunas veces son criticadas y eliminadas cuando se hace evidente que violan flagrantemente nuestras
normas morales. Nuestras normas morales contra el soborno en los negocios, por ejemplo, fueron
incorporadas a la “Ley de Prácticas Extranjeras de Corrupción”, y sólo hace unas cuantas décadas
se hizo evidente que las leyes que permitían la discriminación en los empleos -como las anteriores
43 “The Complex Case of the U.S. vs. Southland,” Business Week, 21 de noviembre de 1983.
44 Véase John Finnis, Natural Law and Natural Rights (Oxford: Clarendon Press, 1980), pp. 295-350; John Rawls, A
Theory of Justice (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1971), pp. 108-14; Alan Donagan, The Theory of Morality
(Chicago: University of Chicago Press, 1977), pp. 108-11.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 43
que permitían la esclavitud- eran ignominiosamente injustas y tuvieron que ser eliminadas Por ello,
la moral ha conformado muchas de las leyes que tenemos, al tiempo que ha influido en ellas.
Es más, la mayoría de los éticos están de acuerdo en que todos los ciudadanos tienen la obligación
moral de obedecer la ley mientras que la ley no exija claramente un comportamiento injusto. Esto
quiere decir, en la mayoría de los casos, que es inmoral quebrantar la ley. Trágicamente, la obligación
de obedecer la ley puede originar conflictos horribles cuando exige algo que la persona de negocios
cree que es inmoral. En tales casos, la persona se enfrentará a un conflicto entre la obligación de
obedecer la ley y la obligación de obedecer a su conciencia.
es célebre por su cultura ética de larga duración, y aun así es una de las empresas más espectacular-
mente lucrativas de todos los tiempos. Otras empresas que han combinado una historia de utilidades
con ambientes éticos ejemplares son: Xerox, Home Depot, Odwalla, Hewlett-Packard, Digital Equip-
ment, Silicon Graphics, Levi Strauss, Monsanto, Polaroid, Patagonia, Johnson & Johnson, y Starbucks
Coffee46 .
Pero señalar a las empresas en las que la práctica de la ética ha coexistido con la búsqueda de
lucro, no demuestra plenamente que la ética sea compatible con la búsqueda de lucro. Muchos fac-
tores casuales afectan a las utilidades (saturación en una industria en particular, recesiones, patrones
ambientales, tasas de interés, cambios en los gustos de los consumidores, etc.). En consecuencia, esas
empresas pueden ser nada más que las pocas empresas en las que la ética por suerte resultó que co-
incidió con las utilidades en cierto tiempo. ¿Existen acaso pruebas de que la ética en los negocios se
halle sistemáticamente correlacionada con las utilidades? ¿Tienen las empresas éticas más utilidades
que las demás?
Se hallan implicadas muchas dificultades al tratar de estudiar si las empresas éticas tienen más
utilidades que las que no son éticas. Hay muchas maneras diferentes de definir “lo ético”, muchos
modos diferentes de medir “la utilidad”, muchas maneras diferentes de decidir qué acciones cuen-
tan como acciones de “la empresa”, muchos factores diferentes que pueden afectar las utilidades de
una empresa, y muchas dimensiones diferentes con las que pueden compararse las empresas. A pesar
de esas dificultades, varios estudios han examinado si las utilidades se correlacionan con el com-
portamiento ético. Los resultados han sido mixtos. Mientras que varios estudios han encontrado una
relación positiva entre el comportamiento socialmente responsable y las utilidades47 , otros no han
encontrado tal relación48 . Sin embargo, ningún estudio ha encontrado una correlación negativa que
pudiera indicar que la ética sea una traba para las utilidades. Otros estudios han analizado cómo las
empresas socialmente responsables se desempeñan en el mercado de valores y han concluido que las
empresas éticas proporcionan más altos rendimientos que otras empresas49 . Juntos, todos los estudios
sugieren que, de una manera general, la ética no disminuye la utilidad sino que contribuye a ella.
¿Existen otras razones para pensar que la ética debe formar parte de los negocios? Consideren este
argumento basado en el “dilema del prisionero”50 . El dilema del prisionero consiste en una situación
en la que cada una de las dos partes se enfrenta a una elección entre dos opciones: o cooperar con
la otra parte, o no cooperar51 . Si ambas partes cooperan, ambas lograrán algún beneficio. Si ambas
deciden no cooperar, ninguna gana. Si una coopera mientras que la otra elige no cooperar, aquella
que coopera pierde, mientras que la que decide no cooperar logra un beneficio52 . La historia que da
nombre al dilema del prisionero es una buena ilustración para esta clase de dilema. Dos hombres que
son arrestados por robar en una tienda se ponen de acuerdo en secreto en que nunca confesarán el
46 Éstos son algunas de las empresas mejor conocidas citadas durante varios años en la lista de premios the Business
Ethics Awards. Véase Business Ethics, noviembre/diciembre de 1995, pp. 30-31.
47 Jean B. McGuire, Alison Sundgren, y Thomas Schneewels, “Corporate Social Responsibility and Finn Financial
Kermeth E. Alpperle, Archie B. Carroll, y John D. Hatfield, “An Empirical Examination of the Relationship Between
Corporate Social Responsibility and Profitability,” Academy of Management Journal, junio de 1985, pp. 460-61.
49 “Responsible Investing in a Changing World”, Business Ethics, noviembre/diciembre, 1995, p.48.
50 Véase Manuel Velasquez, “Why Ethics Matters: A Defense of Ethics in Business Organizations,” Business Ethics
véase William Poundstone, Prisoner’s Dilemma (Nueva York: Anchor Books Doubleday, 1992).
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 45
crimen. El comisionado de policía separa a los dos hombres y les dice a cada “prisionero” la misma
cosa. Si ninguno admite que los dos robaron la tienda, serán condenados a un año de prisión. Si ambos
confiesan que los dos robaron la tienda, cada uno será condenado a dos años de prisión. Si uno de
ellos permanece callado, mientras que el otro confiesa, el que calló recibirá tres años de prisión y el
que confiese saldrá libre. Las opciones pueden ser resumidas en la figura 1.2.
Figura 1.2:
Desde el punto de vista de la unión de las partes involucradas, el mejor resultado en un dilema
del prisionero es que ambas partes cooperen en su pacto. La cooperación mutua les dejará a cada
uno en mejores condiciones (con sólo 1 año en prisión) que si ninguno de ellos coopera (y pasarán
2 años en prisión). Sin embargo, si las partes de un simple dilema del prisionero, son racionales y
egoístas, inevitablemente elegirán no cooperar. Una parte racional egoísta razonará de esta manera:
“La otra parte sólo tiene dos opciones: cooperar o no cooperar. Supongamos que él elige no cooperar.
Entonces estaré mejor su yo no coopero. Supongamos que él elige no cooperar. Entonces nuevamente
está claro para mí que es mejor no cooperar.” Puesto que ambas partes razonarán de esta manera,
ambas partes terminarán por no cooperar (y ambas se llevaran 2 años de prisión). En pocas palabras,
cuando las personas deben elegir entre cooperar o no cooperar en reglas y acuerdos, y cuando cada
una de ellas tiene más que ganar si no coopera, el egoísmo racional sugiere que la gente no debería
cooperar respetando las reglas o los convenios.
Si el lector se detiene un momento a pensar de esta manera, será claro que enfrentamos dilemas
del prisionero en cada parte de nuestras vidas. De hecho, en donde quiera que haya acuerdos o ex-
pectativas mutuas, competiciones o juegos, reglas o normas, habrá dilemas del prisionero. Nuestras
vidas están llenas de situaciones en las que cooperamos con los demás ateniéndonos a un acuerdo o
a una regla, o podemos elegir no cooperar y en vez de ello tratar de obtener ventaja frente a la otra
parte, quebrantando el acuerdo o la regla. En tales casos, el egoísmo racional parece decirnos que
podemos ganar una ventaja no cooperando y que, en consecuencia, la no cooperación es mejor que la
cooperación.
Desde luego, gran parte de la ética consiste en reglas que cada uno de nosotros puede elegir seguir
o no seguir, y así la ética, también, crea un dilema del prisionero. Si cada uno coopera y sigue las
reglas de la ética -no robar, no mentir, no ofender, cumplir lo prometido, no engañar-, todos estaremos
mejor. Pero como una persona puede sacar ventaja sobre los demás quebrantando las reglas de la ética
(robando o engañando, por ejemplo), parece entonces que es más racional en las reglas de la ética
no cooperar que cooperar. El dilema del prisionero, pues, parece mostrarnos que la persona egoísta
racional no debe ser ética en los negocios cuando hay algo que ganar por medio de un comportamiento
no ético.
Sin embargo, esta conclusión se basa en una falsa suposición. Hemos supuesto hasta aquí que las
situaciones del dilema del prisionero son interacciones aisladas entre personas que nunca interactu-
arán otra vez. En la vida real, los individuos tienen que enfrentarse entre sí continuamente o tener
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 46
relaciones constantes entre sí. Cuando los individuos tienen que enfrentarse entre sí en situaciones
repetidas del dilema del prisionero, y cuando un individuo saca ventaja del otro en una interacción,
la víctima puede atacar haciendo lo mismo en la siguiente interacción53 . Esta amenaza de venganza
futura, hace más racional para las partes en una serie de intercambios repetidos cooperar que tratar
de sacar ventaja uno del otro. Mediante la cooperación, las partes ganarán las ventajas otorgadas por
actividades mutuamente benéficas, mientras que la no cooperación llevará a una serie perjudicial de
costosos antagonismos. La lección más importante que puede darnos el dilema del prisionero, pues,
es que, cuando las personas se enfrentan entre sí repetidamente, de manera que cada una puede luego
vengarse o bien recompensar a la otra parte, la cooperación es más ventajosa que intentar continua-
mente sacar ventaja de la otra parte.
El análisis de la ética desde el dilema del prisionero tiene implicaciones importantes para la ética
en los negocios. Las interacciones de negocios con empleados, clientes, proveedores y acreedores, son
repetitivas y continuas. Si una empresa trata de aprovecharse de los empleados, clientes, proveedores
o acreedores mediante un comportamiento no ético hoy, entonces ellos posiblemente encuentren una
manera de vengarse cuando se vuelvan a encontrar mañana. Aplicar la ley del talión puede adoptar
una forma muy simple, como la de negarse a comprar, negarse a trabajar, negarse a realizar negocios
con la parte que no es ética. O puede ser más compleja, como el sabotaje, pedir a otros el boicot de
la parte no ética, o llegar incluso a imponer otras clases de costos a la empresa. Una empresa puede
a veces -incluso a menudo- salir adelante con un comportamiento no ético. Pero a largo plazo, si
las interacciones se repiten y la venganza es una amenaza real, el comportamiento no ético tiende a
imponer costos sobre las empresas, mientras que el comportamiento ético puede preparar el terreno
para interacciones ventajosas mutuas con las partes que cooperan.
El argumento del dilema del prisionero, pues, implica que, a largo plazo y para la mayoría, es
mejor ser ético en los negocios que no serlo. Mientras que no ser ético frente a la otra parte en los
negocios algunas veces puede reportar beneficio a largo plazo, la conducta no ética en los negocios
tiende a ser una propuesta perdedora, debido a que deteriora las relaciones de cooperación a largo
plazo con los clientes, empleados, y miembros de la comunidad de los cuales depende en último
término el éxito de los negocios.
Cabe señalar que el argumento del dilema del prisionero es a veces criticado debido a que supone
que las personas son individuos aislados motivados sólo por el egoísmo54 . Esta crítica es correcta, pero
olvida el punto de vista del argumento del dilema del prisionero. Este argumento intenta demostrar que
incluso si las personas estuvieran motivadas sólo por el egoísmo, tendrían todavía una buena razón
para ser éticas en los negocios. Claro está, en realidad muchas personas parecen motivadas también
por un interés por el bienestar de los demás. En la medida en que las personas están motivadas por
un interés hacia los demás, en esa medida probablemente se comportarán éticamente Sin embargo,
no está claro hasta qué punto llega el interés por los demás ni tampoco está claro que cualquiera esté
motivado por un interés por el bienestar de los demás. Lo que el argumento del dilema del prisionero
demuestra es que incluso quienes no sienten interés por el bienestar de los demás todavía tienen una
buena razón para llevar la ética a sus tratos de negocios.
53 A través de aplicación mutua de la ley del talión, las partes pueden reforzar la cooperación, y puede emerger un
patrón de cooperación mutua. Este fenómeno ha sido estudiado ampliamente en la teoría contemporánea de juegos. Robert
AxeIrod, en particular, ha mostrado que en una serie de encuentros del dilema del prisionero, la mejor estrategia -llamada
GOLPE POR GOLPE- es, para una parte, cooperar, pero desquitarse con no cooperar cada vez que la otra parte no
coopere. Véase Robert AxeIrod, The Evolution of Cooperation (Nueva York: Basic Books, Inc., 1984).
54 Véase, por ejemplo, Daniel R. Gilbert, Jr., “The Prisoner’s Dilemma and the Prisoners of the Prisoner’s Dilemma,”
Por último, debemos señalar aquí que también hay una gran cantidad de pruebas de que la may-
oría de las personas valoran de tal modo su comportamiento ético que castigan a las que perciben
que se están comportando no éticamente y premian a quienes proceden con ética55 . En particular,
un gran cuerpo de investigación en el campo de la psicología social ha concluido que, en toda clase
de situaciones sociales, las personas reaccionan con malestar ante las injusticias que perciben y que
intentarán eliminar su malestar restaurando la justicia, mientras que serán atraídas hacia las organi-
zaciones justas y recompensarán a la organización justa con lealtad y compromiso. Los clientes se
volverán contra una empresa si perciben una gran injusticia en la manera como dirigen su negocio y
será menor su disposición para comprar sus productos56 . Los empleados que sienten que los procesos
de toma de decisiones de la compañía son injustos, mostrarán mayor absentismo, mayor rotación de
personal, menor productividad, y exigirán mayores salarios57 . Por otro lado, cuando los empleados
sienten que los procesos de toma de decisiones de una empresa son justos, muestran menores niveles
de rotación de personal y de absentismo, mayores niveles de confianza y compromiso con la organi-
zación y su administración, y pedirán salarios más bajos58 . Y cuando los empleados creen que una
organización es justa, están más predispuestos a seguir a los gerentes de la organización, más predis-
puestos a considerar como legítimo el liderazgo de los gerentes59 . En pocas palabras, la ética es un
componente clave de la administración eficaz.
Hay, pues, numerosos argumentos sólidos que sustentan el punto de vista de que la ética debe us-
arse en los negocios. Juntos, estos argumentos, algunos filosóficos y otros empíricos, sugieren que los
negocios adolecen de miopía cuando no toman en consideración los aspectos éticos de sus actividades
empresariales.
Roy J. Lewicki y John W. Minton, Organizational Justice (Nueva York: Lexington Books, 1992), pp. 101-103; en la
demanda de los trabajadores de altos ingresos para trabajar para una empresa que es vista como socialmente responsable
en comparación con otra que es vista como socialmente irresponsable, véase R. H. Frank, “Can Socially Responsible
Firms Survive in a Competitive Environment?” en D. M. Messick y A. E. Tenbrunsel, eds., Research on Negotiations in
Organizations (Greenwich, CT: JAI Press, 1997).
58 R. Folger y M. A. Konovsky, “Effects of procedural and distributive justice on reactions to pay raise decisions,”
Academy of Managenient Journal, 32, (1989), 115-30; S. Alexander y M. Ruderman, “The Role of Procedural and Dis-
tributive Justice in Organizational Behavior,” Social Justice Research, vol. 1, (1987), pp. 177-98; véase también Tyler, T.
R., “Justice and Leadership Endorsement,” en R. R. Lau y D. 0. Sears, eds., Political Cognition (Hillsdale, NJ: ErIbaum,
1986) pp. 257-278.
59 T. R. Tyler y E. A. Lind, “A relational model of authority in groups,” en M. Zanna , ed.,Advances in Experimental
Social Psychology, vol. 25 (Nueva York: Academic Press, 1992); J. Greenberg, “Cultivating an Image of Justice: Looking
Fair on the Job,” Academy of Management Executive, vol. 2 (1988), pp. 155-58. Organ, D. W., Organizational Citizenship
Behavior: The Good Soldier Syndrome (Lexington, MA: Lexington Books, 1988).
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 48
algo mal o por haber injuriado injustamente a alguien60 . Un juicio sobre la responsabilidad moral de
una persona por una injuria injusta es un juicio sobre el alcance la que la persona merece inculpación
o castigo, o si debería pagar la reparación de la injuria. Si un empleador, por ejemplo, lesiona deliber-
adamente la salud de sus empleados, juzgaríamos al empleador como “moralmente responsable” por
esas lesiones. Estamos entonces diciendo que el empleador tiene que ser inculpado por esas lesiones,
y quizá merezca un castigo y debería compensar a las víctimas.
Es importante no confundir este significado de responsabilidad moral con el segundo significado
que las palabras a veces tienen. El término de “responsabilidad moral” se usa a veces como equiva-
lente de “deber moral” u “obligación moral”. Por ejemplo, si decimos que “Vandiver tenía la respon-
sabilidad moral de no mentir”, estamos usando el término “responsabilidad moral” para significar
“obligación moral”. Ésta no es la clase de responsabilidad moral que estamos ahora analizando. El
término “responsabilidad moral” se usa a veces también para expresar que una persona debe ser incul-
pada por una acción. Por ejemplo, si decimos que “Vandiver era moralmente responsable de la muerte
de cinco pilotos que se estrellaron cuando intentaban aterrizar el avión A7D”, estamos utilizando el
término “moralmente responsable” para indicar “que debe ser inculpado”. Es este segundo significado
de responsabilidad moral el que estamos discutiendo aquí.
Las personas no siempre son responsables de sus actos injustos o injuriosos. Una persona, por
ejemplo, puede infligir una injuria a un ser humano inocente, pero sin saber lo que en realidad es-
taba haciendo (quizá la persona actuó así por casualidad). No podríamos sostener que la persona es
moralmente responsable de esa injuria: lo que la persona hizo fue “incorrecto”, pero la persona es
exculpada en virtud de su ignorancia. ¿Cuándo es, entonces, una persona moralmente responsable -o
inculpable- de haber hecho algo?
Una persona es moralmente responsable sólo de aquellos actos y sus efectos injuriosos previstos
(1) que llevó a cabo o realizó con conocimiento, libremente y cuando era moralmente incorrecto para
la persona llevarlos a cabo o realizarlos, o (2) que la persona con conocimiento y libremente no llevó
a cabo o no previno y que era moralmente incorrecto para la persona no realizar o prevenir. Stefan
Golab, por ejemplo, un inmigrante polaco de 59 años de edad que hablaba poco inglés, murió de
envenenamiento por haber estado expuesto a cianuro después de trabajar dos meses sobre los tanques
abiertos de cianuro humeante de Film Recovery Systems, una empresa que recuperaba la plata de las
películas viejas. Steven O’Neal, presidente de la empresa, junto con Charles Kirschbaum, supervisor
de la planta, y Daniel Rodriguez, capataz de la planta, en un caso que hizo historia, fueron juzgados
por un tribunal como responsables de la muerte de Golab, con cargos de asesinato61 . El juicio se basó
en el testimonio de que los gerentes mantuvieron las condiciones peligrosas de trabajo, a sabiendas
de los peligros mortales que se derivaban al respirar los vapores del cianuro, de que no previnieron
o protegieron a los trabajadores como Golab, que no sabían leer en inglés, y de que los símbolos
de peligro de la calavera y las tibias cruzadas habían sido borrados de los tambores de cianuro. Por
ello, fueron juzgados responsables de mantener con conocimiento y libremente el lugar peligroso de
trabajo y de borrar las señales de peligro, todo lo cual eran acciones incorrectas. Fueron también
juzgados responsables de la muerte de Golab, puesto que se sostuvo que ellos “sabían que había una
60 Una persona también puede ser responsable de buenas acciones. Pero como lo que tenemos que ver es cuándo una
persona es exculpada de actuar incorrectamente, discutiremos la responsabilidad moral sólo en cuanto se relaciona con
actuar incorrectamente y ser exculpado por ello.
61 “Job Safety Becomes a Murder Issue,” Business Week, 6 de agosto de 1984; “3 Executives Convicted of Marder for
Unsafe Workplace Conditions,” New York Times, 15 de junio de 1985; “Working Them to Death,” Time, 15 de julio de
1985; “Murder Case a Corporate Landmark,” part 1, Los Angeles Times, 15 de septiembre de 1985; “Trial Makes History,”
part 11, Los Angeles Times, 16 de septiembre de 1985. Su convicción fue luego echada abajo.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 49
The Bobbs-Merrill Company, 1962), libro III, ch. 1. Discusiones recientes de responsabilidad moral han cuestionado
este acuerdo, pero esta discusión reciente ha originado asuntos que son demasiado complejos para examinarlos aquí. Los
lectores interesados en la cuestión pueden consultar los ensayos recogidos por John Martin Fischer y Mark Ravizza, eds,
Perspectives on Moral Responsibility (Ithaca, NY: Cornell University Press, 1993), especialmente la “Introduction” de los
editores y su ensayo “Responsibilities for Consequences”.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 50
sin embargo, sé que al gratificar a un funcionario de aduanas estoy sobornándolo, para que reduzca
los derechos que debo (un hecho).
La ignorancia del hecho elimina generalmente por completo la responsabilidad moral, por la sim-
ple razón de que una persona no puede ser obligada a realizar algo sobre lo que no tiene control: la
obligación moral exige libertad64 . Puesto que las personas no pueden controlar los asuntos que de-
sconocen, no pueden tener ninguna obligación moral respecto de esos asuntos, y en consecuencia, es
inexistente su responsabilidad moral en tales asuntos. La ignorancia creada por negligencia o deliber-
adamente es una excepción a este principio, debido a que tal ignorancia puede ser controlada. Hasta
donde podamos controlar la extensión de nuestra ignorancia, hasta ahí nos volvemos responsables de
ella y, por tanto, también de sus consecuencias lesivas. La ignorancia de las normas morales perti-
nentes también exime en general de responsabilidad, debido a que una persona no es responsable de
no cumplir con obligaciones cuya existencia ignora sinceramente. Sin embargo, en la medida en que
nuestra ignorancia de las normas morales sea el resultado de elegir libremente no averiguar cuáles
son esos estándares, seremos así responsables de nuestra ignorancia y de sus consecuencias lesivas e
incorrectas.
La incapacidad puede ser el resultado tanto de circunstancias internas como externas, que hacen
a la persona no apta para realizar algo, o no apta para impedir hacerlo. Una persona puede carecer de
suficiente poder, habilidades, oportunidades o recursos para actuar, o puede estar físicamente impe-
dida para actuar, o la mente de la persona puede estar psicológicamente deteriorada, de manera que
le impide controlar sus acciones. Un gerente que trabaja en circunstancias extremas de estrés, por
ejemplo, puede estar tan tenso que un día sea vencido por la ira contra un subordinado y sea verdader-
amente incapaz de controlar sus actos hacia ese subordinado. O un ingeniero que forma parte de un
comité mayor de operaciones puede ser incapaz de impedir que otros miembros del comité tomen
una decisión que el ingeniero siente que lesionará injustamente a otras partes. O un trabajador, en
una línea de ensamble, con una enfermedad no diagnosticada, puede sufrir espasmos musculares que
originen un mal funcionamiento de la línea de ensamble, de manera que se inflijan lesiones físicas a
otros trabajadores. En todos estos casos, la persona no es moralmente responsable por lo incorrecto o
por la lesión, como resultado de la incapacidad de la persona para controlar esos sucesos.
La incapacidad elimina la responsabilidad porque, de nuevo, una persona no puede tener una
obligación moral de realizar (o abstenerse de realizar) algo sobre lo que no tiene control. En tanto
que las circunstancias hagan que la persona sea incapaz de controlar sus acciones o incapaz de evitar
cierta lesión, será injusto culpar a la persona.
Además de las dos condiciones de excusa (ignorancia e incapacidad) que eximen completamente
de responsabilidad moral a una persona por algo incorrecto, también existen factores atenuantes que
pueden disminuir la responsabilidad moral de una persona, dependiendo de qué tan grave sea la lesión.
Los factores atenuantes comprenden: (1) circunstancias que dejan a una persona insegura, aunque no
enteramente, de lo que está haciendo (éstos afectan el conocimiento de la persona); (2) circunstancias
que hacen difícil, pero no imposible para la persona, evitar hacerlo (éstas afectan la libertad de la
persona); y (3) circunstancias que minimizan aunque no eliminan completamente la implicación de
la persona en un acto (éstas afectan el grado en que la persona en realidad causó o ayudó a causar la
lesión incorrecta). Éstas pueden disminuir la responsabilidad de la persona de actuar incorrectamente,
dependiendo de un cuarto factor: la gravedad de la lesión. Para aclararlos, discutiremos cada uno de
ellos.
Primero, las circunstancias pueden generar incertidumbre sobre distintos asuntos. Una persona
64 Véase la discusión de esto en Hare, Freedom and Reason, pp. 50-60.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 51
puede estar completamente convencida que hacer algo es incorrecto, pero seguir abrigando dudas
sobre algunos hechos importantes, o tener dudas acerca de las normas morales involucradas, o dudas
acerca de cuán gravemente incorrecta sea la acción. Por ejemplo, un oficinista al que se le pide lleve
información a un competidor puede estar totalmente seguro de que actuar así es incorrecto, pero
todavía puede tener cierta incertidumbre auténtica de cuán serio sea el asunto. Tales incertidumbres
pueden disminuir la responsabilidad de una acción incorrecta.
Segundo, una persona puede encontrar difícil evitar cierto curso de acción, debido a que se halla
sometida a amenazas o coacciones de algún tipo, o porque evitar ese curso de acción impondrá eleva-
dos costos a la persona. Los gerentes medios, por ejemplo, a veces se ven intensamente presionados
o amenazados por sus superiores, para alcanzar objetivos no reales de producción o para mantener
secreta cierta información de salud a los trabajadores y al público, cuando es claramente no ético
actuar así65 . Si las presiones sobre los gerentes son lo bastante fuertes, en general se sostiene que su
responsabilidad está correspondientemente atenuada. Aunque ellos son inculpados por lo incorrecto,
su culpa se ve atenuada (todos los que con conocimiento y libremente imponen presiones sobre los
subordinados de los que puede esperarse resultados de acciones incorrectas son también responsables
de esas acciones incorrectas).
Tercero, la responsablilidad de una persona también puede ser atenuada por circunstancias que
disminuyen el compromiso activo de la persona en la acción que causó o dio lugar a la lesión. Un
ingeniero puede contribuir a un producto peligroso, por ejemplo al diseñarlo con pleno conocimiento,
y por ello se verá involucrado en la causa de las lesiones futuras. Por otro lado, el ingeniero puede
conocer las características peligrosas en el diseño de alguien, pero, pasivamente, no hacer nada porque
“no es mi tarea”. En tal caso, el ingeniero no está involucrado activamente en causar lesiones futuras.
En general, cuanto menos mis acciones reales contribuyan a los resultados de un acto, menos seré
moralmente responsable de esos resultados (dependiendo, sin embargo, de la gravedad del acto). No
obstante, si una persona tiene un deber especial (uno oficialmente asignado) de informar o tratar de
evitar ciertas acciones incorrectas, entonces la persona es moralmente responsable de los actos que se
abstiene de informar o de tratar de evitar, incluso si no está involucrada en el acto. Un contador, por
ejemplo, que fue contratado para informar de cualquier actividad fraudulenta observada, no podría
alegar responsabilidad disminuida por un fraude que, a sabiendas, dejó de informar, alegando que no
realizó activamente el acto fraudulento. En tales casos en los que una persona tiene un deber especial
(asignado explícitamente) de prevenir un daño, el no evitarlo o no prevenirlo a sabiendas y libremente,
es incorrecto y se es responsable de él (junto con la otra parte o partes culpables), si se hubiera podido
prevenir pero no se hizo así.
Cuarto, el grado hasta el cual esas tres circunstancias atenuantes de daño injusto pudieran dis-
minuir la responsabilidad de una persona depende de cuán grave sea el daño. Por ejemplo, si hacer
algo es gravemente injusto, entonces ni siquiera las presiones y el mínimo involucramiento podrían
reducir sustancialmente la responsabilidad de una persona por el acto. Si mi empleador, por ejemplo,
trata de despedirme a menos que venda un producto usado que sé que matará a alguien, será incor-
recto para mí obedecerle, incluso si pienso que la pérdida del empleo me causará altos costos. Por
otro lado, si sólo está involucrado un asunto relativamente menor, entonces la amenaza de la pérdida
del empleo podría atenuar mi responsabilidad. Al determinar la responsabilidad moral de alguien por
una acción incorrecta, se deben juzgar sus incertidumbres, las presiones a las que está sometido, y el
grado de implicación de la persona, y sopesar todo esto contra la gravedad de la acción incorrecta. Es
obvio que tales juicios a veces son extremadamente difíciles y trágicamente dolorosos de hacer.
65 “OverdrivenExecs: Some Middle Managers Cut Corners to Achieve High Corporate Goals,” Wall Street Journal, 8
de noviembre de 1979.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 52
Puede ser útil resumir aquí los puntos esenciales en esta larga y complicada discusión de la re-
sponsabilidad moral de un individuo por algo incorrecto o por un daño. Primero, un individuo es
moralmente responsable de los actos incorrectos que realice (u omita injustamente) y de los efectos
lesivos a que den lugar (o que incorrectamente no evite) cuando ello lo realizó a sabiendas y libre-
mente. Segundo, la responsabilidad moral es completamente eliminada (exculpada) por la ignorancia
y la incapacidad. Tercero, la responsabilidad moral por algo incorrecto o por un daño es atenuada por
(1) la incertidumbre, (2) la dificultad, y (3) el involucramiento mínimo (aunque el no actuar no lo
mitiga, si se tiene el deber específico de evitar lo incorrecto), pero el grado en que esas circunstancias
disminuyen la responsabilidad de alguien depende de (4) la gravedad del acto incorrecto o del daño:
a mayor gravedad, menos atenuantes de los tres primeros factores.
Antes de abandonar este tema, debemos señalar que los críticos han debatido acerca de si todos
los factores atenuantes afectan en realidad la responsabilidad de una persona66 . Otros críticos han
puntualizado que yo soy igualmente responsable cuando me abstengo de impedir algo incorrecto co-
mo cuando yo mismo hago lo que es incorrecto, puesto que permitir pasivamente que algo ocurra
no es moralmente diferente a provocar que suceda67 . Si esos críticos tienen razón, entonces el mero
involucramiento pasivo en algo no atenúa la responsabilidad moral. Aunque ninguna de esas críti-
cas parecen ser correctas, el lector debería juzgarlas por sí mismo. Por otro lado, discutir todas las
cuestiones que la crítica origina nos llevaría muy lejos.
106-7; Thomas M. Garrett, Business Ethics, 2a ed. (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1986), pp. 12-13; Henry J.
Wirtenberger, S. J., Morality and Business (Ch¡cago: Loyola University Press, 1962), pp. 109-14; Herbert Jone, Moral
Theology, Urban Adelman, traducción. (Westminster, MD: The Newman Press, 1961), p. 236.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 53
moralmente responsable del daño injusto. Causar un acto incorrecto con la ayuda de otros, por tanto,
no difiere de manera moralmente significativa de llevar a cabo deliberadamente un acto incorrecto
con la ayuda de instrumentos inanimados: la persona es totalmente responsable del acto incorrecto
o la lesión, incluso si su responsabilidad es compartida por otros. Si, por ejemplo, como miembro
del consejo directivo de una corporación, con pleno conocimiento y completa libertad, actúo con una
información ventajosa para votar sobre opciones de acciones que me beneficiarán pero lesionarán a
los demás accionistas, entonces soy moralmente responsable por el acto corporativo incorrecto del
consejo, incluso si yo comparto esta responsabilidad con otros miembros del consejo. Con mi voto yo
estaba intentando causar un acto ilegal y lo hice a sabiendas y libremente.
Los críticos de este tradicional punto de vista de la responsabilidad del individuo por las acciones
corporativas han insistido en que cuando un grupo organizado como una corporación actúa conjunta-
mente, su acto corporativo puede describirse como el acto de un grupo y, en consecuencia, el grupo
corporativo y no los individuos que constituyen el grupo, debe ser declarado responsable del acto69 .
Por ejemplo, normalmente atribuirnos la construcción de un automóvil defectuoso, a la corporación
que lo hizo y no a los ingenieros involucrados en su fabricación; y la ley típicamente atribuye los actos
de los gerentes de una corporación a la misma corporación (en tanto que los gerentes actúen dentro de
su autoridad) y no a los gerentes como individuos. Los tradicionalistas, sin embargo, pueden objetar
que, aunque a veces atribuimos actos a los grupos corporativos, este hecho lingüístico y legal no cam-
bia la realidad moral que se encuentra detrás de tales actos corporativos: los individuos tuvieron que
llevar a cabo las acciones que originaron el acto corporativo. Puesto que los individuos son moral-
mente responsables de las consecuencias conocidas e intencionadas de sus libres acciones, cualquier
individuo que a sabiendas y libremente une sus acciones a las de otros, intentando así llevar a cabo
cierto acto corporativo, será moralmente responsable de ese acto70 .
Muy a menudo, sin embargo, no puede decirse de empleados de las grandes corporaciones que “a
sabiendas y libremente hayan juntado sus acciones” para causar un acto corporativo o perseguir un
objetivo corporativo. Los empleados de las grandes organizaciones siguen reglas burocráticas que en-
lazan sus actividades conjuntamente para alcanzar resultados corporativos, de los cuales el empleado
puede que no sea consciente. Los ingenieros de un departamento pueden construir un componente que
adolezca de cierta fragilidad, por ejemplo, sin saber que otro departamento planea usar ese compo-
nente en otro producto en el que esa fragilidad lo volverá peligroso. O bien los empleados pueden sen-
tirse presionados para atenerse a las reglas de la empresa, con cuyos resultados corporativos pueden
no estar de acuerdo, pero sienten que no están en condiciones de cambiar. Un trabajador en una línea
de ensamble, por ejemplo, puede pensar que no tiene más opción que permanecer en el trabajo, in-
cluso a sabiendas de que los autos que construye con la ayuda de otros son peligrosos. Obviamente,
entonces, la persona que trabaja dentro de la estructura burocrática de una gran organización no es
necesariamente moralmente responsable por cada acto corporativo que ayuda a llevar a cabo. Si estoy
trabajando como secretario, como empleado de oficina, como portero en una corporación, o me con-
vierto en accionista de una corporación, entonces mis acciones pueden ayudar a los funcionarios de
la corporación a cometer el fraude. Pero si no sé nada sobre el fraude y no puedo de ninguna manera
69 Peter A. French, “Corporate Moral Agency,” en Tom L. Beauchamp and Norman E. Bowie, eds. Ethical Theory and
Business (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1979), pp. 175-86; véase también Christopher D. Stone, Where the Law
Ends (Nueva York: Harper & Row, Publishers, Inc., 1975), pp. 58-69, para la base legal de este punto de vista.
70 Véase Manuel Velasquez, “Why Corporations Are Not Morally Responsible for Anything They Do,” Business &
Professional Ethics Journal, 2, no. 3 (primavera de 1983): pp. 118; véanse también los dos comentarios sobre este artículo
que aparecieron en la misma revista por Kenneth E. Goodpaster, ibíd., 2, no. 4, pp. 100-103, y Thomas A. Klein, ibíd., 3,
no. 2, pp. 70-71.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 54
evitarlo (por ejemplo, denunciarlo), entonces no soy moralmente responsable del fraude. Aquí, como
en otra parte, los factores de excusa de ignorancia e incapacidad -que son endémicos en las grandes g
burocráticas- eliminarán por completo la responsabilidad moral de una persona.
Es más, dependiendo de la gravedad del acto, los factores atenuantes de incertidumbre, dificultad,
e involucramiento mínimo también pueden disminuir la responsabilidad moral de la persona por un
acto corporativo. A veces, los empleados en una corporación están conformes con un acto corporativo
incorrecto, aunque sepan (hasta cierto grado) que es incorrecto y aunque tengan la capacidad (hasta
cierto grado) de retirar su cooperación: ellos están descontentos e inconformes por las presiones que
tienen. Los moralistas tradicionales han argumentado que la responsabilidad de una persona por co-
operar de mala gana con otros en un acto incorrecto debería ser determinada al sopesar los distintos
factores que atenúan la responsabilidad individual. Esto es, se debe sopesar la gravedad del acto in-
correcto contra la incertidumbre, la dificultad y el grado de involucramiento que estuvieran presentes
(pero, otra vez, los que tienen un deber moral de prevenir una acción incorrecta no pueden alegar que
su omisión constituye un “involucramiento mínimo”). Cuanto más grave sea el acto corporativo incor-
recto, menos mi responsabilidad es atenuada por la incertidumbre, las presiones, y el involucramiento
mínimo.
ordenara realizar lo que yo sabía que era un acto inmoral de ninguna manera cambia el hecho de que,
al realizar este acto, yo sabía lo que estaba haciendo y elegí libremente hacerla de todos modos, y por
ello soy moralmente responsable de él. Como señalamos cuando discutimos el “argumento del agente
leal”, existen límites para la obligación de un empleado de obedecer a su superior: un empleado no
tiene obligación de obedecer una orden de hacer lo que es inmoral. Naturalmente, un superior puede
ejercer presiones económicas significativas sobre un empleado, y ese tipo de presiones pueden atenuar
la responsabilidad del empleado, pero no la elimina por completo.
Por ello, cuando un superior ordena a un empleado que realice un acto que los dos saben que
es incorrecto, el empleado es moralmente responsable por ese acto si se lleva a cabo. ¿El superior
es responsable también? Obviamente, el superior también es moralmente responsable, puesto que al
ordenar al empleado el superior está iniciando a sabiendas y libremente un acto incorrecto mediante
la instrumentalidad del empleado. El hecho de que un superior utilice a un ser humano para realizar
un acto incorrecto no cambia el hecho de que el superior lo inició.
3. A juicio de usted, ¿los gerentes de Merck tienen la obligación moral de gastar el dinero que se
necesita para desarrollar el fármaco para la ceguera de los ríos? ¿Puede usted enunciar la norma
o normas morales sobre las que basar su juicio? ¿Está dispuesto a aplicar el “requerimiento de
consistencia” a su norma o normas morales?
4. “Los puntos de vista de Kohlberg sobre el desarrollo moral muestran que cuanto más madure
moralmente una persona, más probable es que esa persona obedezca las normas morales de la
sociedad a la que pertenece”. Discuta esta afirmación.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 56
En una acera de San Pedro Sula, Honduras . . . un chico larguirucho, de pelo negro
[está] sentado con los brazos alrededor de sus piernas dobladas, con los ojos fijos en la
gente que pasa. El muchacho, de diecinueve años, llamado Marvin, ha estado durante diez
años aspirando pegamento por la nariz. Uña vez líder de una banda de niños de la calle,
ahora tiene un habla farfullante y la mirada vacía. Hace un año Marvin empezó a perder
la sensibilidad en sus piernas. Ahora ya no puede caminar. Se desliza sobre su trasero,
como una araña, a lo largo de¡ arroyo de las calles, atravesando éstas, y a lo largo de las
aceras. Todavía leales a su jefe, los muchachos más jóvenes de la banda le traen de comer,
lo llevan a un puesto de periódicos para que pase la noche, y se aseguran de que tenga
bastante pegamento para estar en onda . . . Los médicos no tienen esperanza de que Marvin
vuelva a caminar. El tolueno, solvente del pegamento que aspira, es una neurotoxina
conocida por causar daño nervioso irreversible . . . En Honduras, la droga de elección para
los niños es el Resistol de H. B. Fuller, un pegamento común para calzado, hecho con
tolueno. El tolueno crea la onda que los niños buscan alcanzar.. Oler el pegamento es tan
común . . . que el nombre con que se conoce a los niños de la calle es el de resistoleros1 .
Marvin no es la única víctima del pegamento que contiene tolueno. El tolueno, un producto químico
de olor suave usado como solvente para los ingredientes de los adhesivos, destruye las delgadas capas
de grasa que recubren los nervios, causando su muerte. La inhalación ocasional producirá hemorra-
gias nasales y erupciones, mientras que el uso habitual produce numerosos desórdenes que incluyen:
disfunción neurológica severa, atrofia cerebral, pérdida de las funciones hepática y renal, pérdida de
la visión y de la audición, leucemia, y atrofia muscular. El uso prolongado puede provocar la muerte.
Durante más de una década, miles de niños sin hogar en toda América Latina, pero más visiblemente
en Guatemala y en Honduras, se han vuelto adictos a inhalar el pegamento. Se dice que muchos de
ellos han muerto mientras que otros más se encuentran actualmente incapacitados por la ceguera,
funcionamiento disminuido del cerebro y atrofia muscular invalidante.
H. B. Fuller tuvo un total de ingresos de 1.243 miles de millones de dólares en 1995, más de 1.097
miles de millones que en 1994. Las ganancias ascendieron a un total de 392 millones de dólares en
1995 y a 354 millones en 1994. Fundada en 1887, la empresa actualmente es fabricante de adhesivos,
selladores y otros productos químicos especiales, y opera en más de 40 países en Norteamérica, Eu-
ropa, Asía y América Latina. Mientras que el 15 % de sus ingresos por ventas provienen de América
Latina, esas operaciones suponen el 27 % de sus utilidades, lo que indica que sus operaciones lati-
noamericanas fueron mucho más lucrativas que sus operaciones en el resto del mundo. De acuerdo
con la empresa, tiene utilidades de cerca de 450,000 dólares de las ventas de pegamento en América
Central2 .
1 Ed. Griffin-Nolan, “Dealing Glue to Third World Children,” The Progressive, diciembre de 1991, p. 26.
2 Diana B. Henriques, “Black Mark for a ‘Good Citizen’,” New York Times, 26 de noviembre, 1995, section 3, p. 1
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 57
Donaldson y Al Gini, eds., Case Studies in Business Ethics, 3a. ed. (Englewood Cliff, NJ: Prentice Hall, 1993), p. 287.
4 Griffin-Nolan, “Dealing Glue”, p. 27
5 Diana B. Henriques, “Black Mark for a ‘Good Citizen’,”
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 58
empresa en la subsidiaria de Fuller en Honduras argumentaban que poseían datos que mostraban que
el aceite de semilla de mostaza tenía una vida corta y que los estudios en ratas en Estados Unidos
habían mostrado que la sustancia era potencialmente carcinogénica. Urgían a que, en vez de exigir
aditivos, el gobierno controlara la distribución del pegamento prohibiendo su venta a los niños, y ed-
ucara a los niños de la calle en los peligros de su inhalación. En noviembre de 1989, una comisión
gubernamental de Honduras recomendó que la nueva ley fuera cancelada y que el gobierno se con-
centrara en controlar la distribución del pegamento y en proporcionar. educación sobre los peligros de
inhalarlo. Dos años más tarde, un periodista que investigaba el incidente informó, sin embargo, que
“no hay estudio oficial” que muestre un descenso en la eficacia del aceite de semilla de mostaza en
los adhesivos, mientras éstos permanecen en los anaqueles de las tiendas que venden el producto, y
que, lejos de calificarlo de carcinogénico, “la Food and Drug Administration lista su aditivo en su lista
de los productos ‘en general considerados seguros’ “ y se consume diariamente en productos cómo
rábanos y pepinillos6 .
La ley hondureña ya prohibía la venta a los niños de productos que contuvieran tolueno, aunque
dicha ley rara vez era cumplida. Para reducir la disponibilidad del pegamento para los niños, la em-
presa ahora había descontinuado la venta del pegamento en pequeños frascos. Fuller también empezó
a pagar para el apoyo de varios trabajadores sociales, con el fin de que trabajaran con los niños de
la calle. Y la empresa empezó a proporcionar información a los distribuidores, advirtiendo de los
peligros de la adicción al Resistol.
Los defensores de los niños, sin embargo, que habían trabajado varios años con los niños de la
calle no pensaban que los programas de ayuda sirvieran de algo. Las terribles condiciones económi-
cas que azotaban al país y que habían obligado a los padres a abandonar a sus hijos, también hicieron
de la vida en las calles una dolorosa pesadilla incesante para un niño, para quien el único escape
disponible era la barata intoxicación que le ofrecía la inhalación del pegamento. Casa Alianza, el ala
latinoamericana de Covenant House, una organización católica internacional de caridad con sede en
Nueva York, publicó un informe sobre los niños de la calle de América Central en el que advertía
que “viviendo en el filo de la sobrevivencia, a menudo son arrastrados en una corriente de palizas,
detención ilegal, tortura, abuso sexual, violación y asesinato”7 . El informe, detallaba numerosos casos
de niños detenidos y golpeados por la policía por inhalar pegamento. En un caso, los cuerpos mutila-
dos de cuatro niños de la calle fueron encontrados en 1990, sus ojos habían sido quemados, orejas y
lenguas cortadas, a unos les habían vertido líquido hirviendo sobre sus cuerpos, y a todos se les había
disparado en la cabeza, a algunos con balas que más tarde se demostró que provenían de un arma
de fuego de uso reglamentario del gobierno. En tales condiciones, la tentación del pegamento alu-
cinógeno era irresistible. Un trabajador social dijo acerca de un niño abandonado que habitualmente
inhalaba pegamento: “Cuando inhala Resistol, alucina que su madre lo acaricia”8 .
Aunque continuaron las críticas a la empresa, ésta argumentaba que el problema no tenía que ver
con el pegamento, sino con las “condiciones sociales” que llevan a los niños a abusar de él, en espe-
cial las terribles condiciones económicas que flagelan a los países. La empresa insistía en que no era
responsable de la forma en que el pegamento era usado, y que si el Resistol se retiraba del mercado,
los niños de la calle recurrirían a otro de los productos que contenían tolueno de las compañías que
vendían pegamento en la región. La empresa insistía, de hecho, en que continuar vendiendo su pega-
mento en América Central, era para ayudar a mejorar las condiciones económicas que se hallaban
en la raíz del problema. Al comentar sus razones para continuar, un vocero de la empresa afirmaba
6 Griffin-Nolan, “Dealing Glue”, p. 27
7 Paul McEnroe, “Glue Abuse in Latin America Haunts Fuller Co.,” Star Tribune, 21 de abril, 1996.
8 Griffin-Nolan, “Dealing Glue”, p. 28.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 59
que “creemos que esos pequeños negocios [de zapatos] necesitan sobrevivir. Proporcionan empleo,
ayudan a aliviar el problema de la pobreza, y queremos hacer todo lo que podamos”9 .
El 16 de julio de 1992, sin embargo, el consejo directivo de la empresa se reunió y votó unán-
imemente por “detener la venta . . . de los adhesivos Resistol” en América Central. De acuerdo con
el informe anual de 1992 de la empresa: “Enfrentados a la realidad de que un producto adecuado
de reemplazo no estaría disponible en un futuro cercano y que la distribución ¡legal continuaba, el
Consejo de Directores decidió que nuestras operaciones en América Central suspendieran la venta de
los adhesivos Resistol, basados en solventes, que eran comúnmente usados como inhalantes por los
niños”.10
La empresa envió boletines de prensa anunciando su decisión a los periódicos de toda la región y
la decisión de la junta fue ampliamente divulgada y altamente alabada. Sin embargo, en septiembre de
1993, la empresa reveló que aunque había dejado de vender el pegamento a los detallistas, lo seguía
vendiendo a los clientes industriales que deseaban comprarlo en grandes pipas y barriles11 .
Los nuevos controles que restringían la distribución del producto en el mercado de los detallistas,
sin embargo, no lo habían eliminado de las calles. Grandes cantidades del pegamento continuaban
todavía llegando a las manos de los niños de la calle, presumiblemente desde las provisiones de los
clientes industriales de Fuller12 .
En 1994, la empresa decidió cambiar la fórmula química de su pegamento para hacerla menos
atractiva para los niños. El tolueno del pegamento fue sustituido por la sustancia química llamada
ciclohexano, de olor menos dulce y que es menos volátil que el tolueno, aunque, como el tolueno,
también produce una onda intoxicante y tiene efectos similares en el cuerpo. Sin embargo, como no
se evapora tan rápidamente como el tolueno, el ciclohexano tarda más tiempo en producir las mismas
concentraciones de vapores. La empresa también anunció que incrementaría el precio del pegamento
en un 30 %, para ponerlo más lejos del alcance de los niños. Esas dos acciones, argumentaba la
empresa, desalentarían el uso de sus pegamentos entre los niños de la calle. Sin embargo, el doctor
Tim Rohrig, toxicólogo, dijo que él dudaba que el cambio de la fórmula llevara a los niños a no inhalar
Resistol: “Dudo que los muchachos sean tan sofisticados que puedan distinguir diferencias en el olor.
Si puede servirles para agarrar viaje . . . , lo usarán . . . Quizá tengan que tomar más inhalaciones con
el ciclohexano que con el tolueno, pero todavía pueden obtener la intoxicación que desean.”
En 1995, la empresa publicó una declaración afirmando que en realidad “nunca fabricó ni vendió
Resistol”. En vez de eso, la empresa insistía, una subsidiaria de una subsidiaria de la empresa en
América Central, era la que en realidad había fabricado y vendido el Resistol, y los reclamos de que
la empresa era responsable por las muertes de los niños “no son sino un intento de responsabilizar a
Fuller por actos y omisiones de su segunda-tercera subsidiaria Guatemalteca”13 .
Preguntas
1. Según usted, ¿H. B. Fuller es responsable de la adicción de los niños de la calle a los pro-
ductos Resisto¡? ¿Está de acuerdo o en desacuerdo con la afirmación de que las condiciones
económicas en Honduras y Guatemala son en última instancia las responsables del abuso de
los productos H. B. Fuller y que ni el producto ni la empresa deben ser inculpados? ¿Está de
9 McEnroe, “Glue Abuse”.
10 H. B. Fuller, Annual Report, 1992.
11 Diana B. Henriques, “Black Mark for a ‘Good Citizen’,” New York Times, 26 de noviembre, 1995, section 3, p. 1.
12 McEnroe, “Glue Abuse”.
13 McEnroe, “Glue Abuse”.
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 60
2. Según usted, ¿H. B. Fuller actuó de manera apropiada moralmente? Explique su respuesta.
accidentes que comprometían a los conductores de Domino’s resultaron en pleitos menores que la em-
presa solucionó fuera de los tribunales. La empresa empezó a despedir a los gerentes que no ponían
atención a la seguridad. Los supervisores tenían que poseer certificados como instructores de conduc-
ción defensiva. La empresa empezó a usar cintas grabadas de entrenamiento en seguridad, y se exigió
a cada conductor entrenamiento en conducción segura, además de que tenían que pasar pruebas de
conducción segura. Los aspirantes no eran contratados si habían incurrido en una infracción de trán-
sito, dentro de los dos años anteriores. Todos los conductores tenían que tomar clases de conducción
defensiva. La empresa daba a conocer todos estos programas de seguridad.
La importancia de la garantía de los 30 minutos de Domino’s se puso en evidencia en el estudio de
1989 de las cadenas de pizza en Carolina del Sur que sugería que Domino’s no tenía ventaja compet-
itiva alguna sobre otros restaurantes de pizzas, fuera de la entrega rápida3 . Pizza Hut proporcionaba
servicios de comida con altos niveles de atención, entrega a domicilio, una pizza clasificada como de
calidad “media/alta”, precios que estaban por encima de los de Domino’s para las pizzas normales,
pero por debajo de Domino’s para las pizzas especiales, varios tipos y tamaños de pizzas, cerveza
y otros variados platillos italianos en su menú. Little Caesar’s proporcionaba pizzas para llevar, sin
entrega a domicilio, una calidad “media” de pizza que era unos cuantos centavos más cara que la de
Domino’s, sandwiches y refrescos, pero no cerveza. Schiano’s tenía altos niveles de servicio, pero
no contaba con entrega a domicilio; una gran calidad de pizza al estilo “Nueva York”, con precio al
nivel de Domino’s, cerveza, vino, bebidas no alcohólicas, y una gran variedad de platillos italianos y
sandwiches. Pizza Factory proporcionaba restaurante sin meseros y con pizzas para llevar, sin entrega
a domicilio, un servicio muy limitado con pizzas de calidad “media” y de un precio de unos centavos
más que Domino’s, para una pizza sencilla de queso, y pizzas con más ingredientes y más baratas
que Domino’s, cerveza, refrescos, y sandwiches. Pizza Delight ofrecía servicio de restaurante, pizzas
para llevar y servicio a domicilio, con un alto nivel de servicio, pizzas de calidad “media/alta” y a un
precio de unos centavos más que Domino’s por una pizza sencilla de queso, y pizzas con más ingre-
dientes y más baratas que Domino’s, cerveza, refrescos, sandwiches, y varios platillos italianos. Pizza
Inn ofrecía servicio de restaurante, pizzas para llevar y servicio a domicilio, un alto nivel de servi-
cio, pizzas de calidad “baja/media”, más baratas que Domino’s, sandwiches, varios platillos italianos,
cerveza, vino, y refrescos. Dominos’s no contaba con restaurante, pero daba un servicio a domicilio
muy rápido y eficaz, al igual que pizzas para llevar, un solo tipo de pizza que venía en dos tamaños,
de calidad “baja/media” refrescos, sin cerveza, y sin menú de otros platillos. Mientras que sus precios
para las pizzas de queso estaban debajo del promedio, sus pizzas de más ingredientes estaban por
encima.
Las críticas de la garantía de 30 minutos iban en aumento. En 1989, el director del National Sale
Workplace Institute (Instituto Nacional del Lugar de Trabajo Seguro), una organización no lucrativa
con sede en Chicago, denunciaba que en 1988 los conductores de Domino’s se vieron involucrados
en 100 accidentes que provocaron 10 muertes4 . Al año siguiente, el instituto anunció que había 20
muertes que involucraban a los autos de entrega a domicilio de Domino’s, en 1989 y que, de 140
accidentes -por lo menos 20 de ellos mortales-, habían resultado en pleitos contra Domino’s, desde
que la garantía de los 30 minutos se había iniciado en 1984. El director del instituto alegaba que la
garantía de los 30 minutos de la empresa era la responsable de la mayoría de las muertes5 . (Entre
3 Jay Horne, Christine perkins, Kim Goates, Peter Asp, Ken Sarris, John Leslie y James J. Crisman “Pizza Delights,
Inc.”, en Michael J. Stahl y David W. Grigsby, Strategic Management for Decision Making (Boston: PWS-Kent Publishing
Company, 1992).
4 Rederick Oram, “Live Fast and Die Young in America’s Speedy Pizza Business”, Financial Times,
5 “Judge Lits Wraps in Domino’s Case,”Chicago Tribunes, 27 de agosto de 1991, p. C3
CAPÍTULO 1. ÉTICA Y NEGOCIOS 62
1989 y 1990 Domino’s tenía un total de unos 80.000 conductores trabajando para la empresa.)
A principios de 1990, Domino’s había desarrollado un nuevo programa de conducción segura
en 14 partes para sus conductores. En julio de ese año, empezó a poner anuncios en las cajas de
las pizzas explicando que la empresa estaba dedicándose a desarrollar velocidad en la cocina, no en
las calles6 . La empresa decía también que había dirigido estudios para analizar si su garantía era una
causa significativa de accidentes de entregas y había encontrado que los accidentes fueron ocasionados
primordialmente por la carretera y las condiciones del mal tiempo, y por conductores que se quedaron
dormidos al volante, no por el exceso de velocidad atribuible a la garantía. Sin embargo, un empleado
testificó en Pennsylvania que en la tienda para la que trabajaba un conductor que lograba el límite
de los 30 minutos con 4 pizzas en una hora, éste recibía un bono del 1 por ciento de las ventas,
mientras que a los conductores que no alcanzaban los límites se les daba sólo una o dos pizzas para
entregar, impidiéndoles así que obtuvieran en propinas lo que los conductores más rápidos ganaban.
Otro conductor se quejaba de que “la política de 30 minutos le obligaba a hacer cosas que no quería
hacer normalmente, como ir a 50 mph en una zona de 40 mph”7 . Los críticos alegaban también que
el sistema de compensación proporcionaba un incentivo a los conductores para entregar el mayor
número de pizzas posible, durante un turno de trabajo. Aunque los conductores recibían el sueldo
mínimo de 3,35 dólares por hora, y un reembolso por millas, la mayor parte de sus ingresos provenía
de las propinas que se incrementaban al incrementarse las entregas.
A finales de 1990, Domino’s instaló un número de llamada gratis al que la gente podía llamar si
sabían que un empleado de Domino’s conducía irresponsablemente. La empresa contrató también a
científicos del comportamiento para que readaptaran su programa de conducción segura. Y la empresa
hizo que todos los empleados vieran un vídeo en el que Suzanne Boutrose explicaba cómo conducir
peligrosamente había llevado a su hijo a la muerte. La declaración de la misión de la empresa, que
indicaba que su meta fundamental era “ser líder en la entrega de pizzas fuera del local, a gusto de los
clientes, en todo el mundo”, establecía que como parte de esta meta la empresa se había comprometido
a “anteponer la seguridad y la protección de los miembros del equipo [el empleado] y del cliente frente
a todas las demás consideraciones”.
Preguntas
1. Compare las distintas cadenas de restaurantes de pizzas. ¿Está de acuerdo en que la entrega
rápida es la única ventaja competitiva de Domino’s? Si es así, explique las implicaciones.
2. Imagine que usted fuera un gerente de Domino’s y tuviera que contestar esta pregunta: ¿Debería
Domino’s continuar con la garantía de los 30 minutos? Si no, ¿qué sugeriría que la empresa
ideara en su lugar para sobrevivir? Si debiera continuar, entonces, ¿qué debería hacer la em-
presa que todavía no haya hecho, para enfrentar las acusaciones de conducción irresponsable?
Explique ampliamente sus recomendaciones, incluyendo todos los factores morales involucra-
dos.
6 Jenisse Giffin Hill, “Domino’s Is Sued by Family,” Orlando Sentinel Tribune, 2 november 1990, p.1
7 Jeff Testerman, “Fast Pizza Runs Into Trouble,” St. Petersburg Times, 17 de enero de 1994, p. 1B
Capítulo 2
Introducción
En 1948 el National Party exclusivo para gente de raza blanca, asumió el control del gobierno de
Sudáfrica y aprobó las primeras leyes del “apartheid”. Dichas leyes establecían la supremacía de los
blancos, que constituían el 20 % de la población, sobre los negros, que constituían el 80 % restante.
El sistema de apartheid legalizó la discriminación racial en todas las facetas de la vida en Sudáfrica.
El apartheid privó totalmente a toda la población negra de derechos políticos y civiles: los negros
no podían votar, no podían tener puestos políticos importantes, no podían sindicalizarse ni negociar
colectivamente, no tenían derecho a reunirse libremente y no tenían acceso al hábeas corpus2 . Las
personas de raza negra tenían que vivir en áreas racialmente segregadas, recibían salarios marcada-
mente discriminatorios, no podían casarse con blancos, no podían supervisar a blancos, tenían que
asistir a escuelas aparte, de baja calidad, usar sanitarios aparte, usar puertas aparte, comer en come-
dores aparte, y tenían prohibido establecer relaciones sociales con blancos. Con el paso de los años,
al aumentar las demostraciones de los negros contra un régimen cada vez más brutal, el gobierno
sudafricano blanco respondió con numerosos asesinatos y arrestos, y con una fuerte represión. El go-
bierno blanco asesinó a cientos de jóvenes activistas negros, y encarceló a miles más. Nelson Mandela,
el carismático y valiente hijo de un jefe tribal se contó entre los encarcelados. Los partidos políticos
de oposición negros fueron declarados al margen de la ley y sus líderes encarcelados. Las políticas
del cruel gobierno del apartheid se mantuvieron en vigor hasta principios de los años noventa.
Durante la década anterior, en la cúspide del régimen del apartheid, Caltex, una compañía petrol-
era estadounidense, estaba operando varias refinerías en Sudáfrica. La compañía, propiedad conjunta
de Texaco y Standard Oil, había expandido una y otra vez sus operaciones de refinerías en Sudáfrica.
Cada expansión daba al gobierno sudafricano mayor acceso al petróleo que necesitaba desesper-
adamente. La economía sudafricana dependía del petróleo para cubrir el 25 % de sus necesidades
energéticas, y las leyes sudafricanas estipulaban que las refinerías debían reservar una parte de su
1 Los lectores que quieran realizar investigaciones sobre ética en Internet podrían comenzar con el sitio Web del
Markkula Center for Applied Ethics de la Santa Clara University (http://www.scu.edu/ethics); el DePaul University Ethics
Institute también ofrece numerosos vínculos a otros recursos de ética en Internet (http://condor.depaul.edu/ethics); el
Departamento de Comunicación de la California State University en Fullerton también ofrece vínculos a otros recur-
sos Internet (http://www.fullerton.edu/les/ethics_list.html); Students for Responsible Business proporciona más vínculos
(http://www.srbnet.org) lo mismo que la Business Ethics Organization (http://www.businessethics.org) y la Business So-
cial Responsibility Organization (http://www.bsrorg).
2 Esta frase empezó a usarse en Inglaterra y hoy se admite así en nuestro idioma, aunque se conoce también como
63
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 64
petróleo para el gobierno. Además, los elevados impuestos corporativos garantizaban que un alto
porcentaje de los ingresos anuales de Caltex fueran a dar a manos del gobierno.
Muchos accionistas de Texaco y Standard Oil se opusieron enérgicamente a que Caltex sigu-
iera operando sus refinerías en Sudáfrica. En 1983, 1984 y 1985, ellos presentaron resoluciones de
accionistas que exigían a Caltex romper relaciones con el gobierno sudafricano o salirse definitiva-
mente de Sudáfrica3 . Un líder de los accionistas disidentes había expresado previamente las razones
por las que Caltex y otras compañías estadounidenses debían salirse de Sudáfrica.
Los no blancos de Sudáfrica son gente sin derecho en la tierra en que nacieron . . . [El
sudafricano negro] no tiene derechos en las “zonas blancas”. No puede votar ni poseer
tierras, y no puede llevar a su familia a vivir con él si el gobierno no lo autoriza . . . Los
dos principales partidos políticos han sido prohibidos y cientos de personas han sido de-
tenidas por ofensas políticas . . . las huelgas de africanos son ilegales y toda negociación
colectiva importante está prohibida por ley . . . Al invertir en Sudáfrica, las compañías
estadounidenses necesariamente fortalecen el statu quo de la supremacía blanca . . . . El
arrendamiento de una computadora, el establecimiento de una planta nueva, la venta de
insumos a los militares: todo eso tiene connotaciones políticas . . . Y entre la comunidad
blanca de ese país la meta preponderante de la política es mantener el control blanco.
Como dijo el primer ministro John Vorster . . . “Estamos construyendo una nación exclu-
sivamente para blancos”.4
Sin embargo. la gerencia de Caltex no compartió la opinión de que debía dejar de vender produc-
tos del petróleo al gobierno sudafricano o salirse de Sudáfrica. La compañía reconoció que sus op-
eraciones proporcionaban un recurso estratégico al gobierno sudafricano racista, pero que, en última
instancia, dichas operaciones ayudaban a los sudafricanos negros, sobre todo a los trabajadores ne-
gros de la planta hacia quienes la compañía tenía responsabilidades especiales. En una de sus primeras
declaraciones en contra de una de las muchas resoluciones que los accionistas iban a presentar una y
otra vez al paso de los años, la gerencia de Caltex dejó bien clara su postura.
Texaco cree que la continuación de las operaciones de Caltex en Sudáfrica es lo que
más conviene a los empleados de todas las razas que Caltex tiene en ese país . . . En
opinión de la gerencia, si Caltex se retirara de Sudáfrica en un intento por lograr cambios
políticos en ese país, como pide la propuesta, . . . ello pondría en peligro el futuro de
todos los empleados de Caltex en Sudáfrica, independientemente de su raza. Estamos
convencidos de que el trastorno y sufrimiento resultantes castigarían con mayor fuerza
a las comunidades no blancas. En este sentido, y a diferencia de las implicaciones de
la declaración de los accionistas, las políticas de empleo de Caltex incluyen igual paga
por igual trabajo y el mismo nivel de prestaciones para todos los empleados, así como un
fructífero programa permanente de ascender a los empleados a puestos de responsabilidad
con base en su capacidad, no en su raza.5
Los gerentes de Caltex argumentaron que las corporaciones extranjeras en Sudáfrica habían ayudado a
que subiera el ingreso de los negros en más de un 150 % durante los años setenta. Además, aseguraron,
3 Investor Responsibility Research Center, Inc., U.S. Corporate Activity in South Africa, 1986, Análisis B, 28 de enero
de 1986.
4 Timothy Smith, “South Africa: The Churches vs. the Corporations”, Business and Society Review, 1971, pp. 54, 55,
56.
5 Texaco Proxy Statement, 1977, partida 3.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 65
las corporaciones estadounidenses con sus propias políticas internas de “igual paga por igual trabajo”,
habían ayudado a reducir significativamente la brecha entre los ingresos de los negros y de los blancos.
Entre quienes apoyaban vigorosamente las resoluciones que pedían a las compañías estadounidens-
es salir de Sudáfrica estuvo Desmond Tutu, un obispo anglicano abierto y franco, que fue galardonado
con el premio Nobel de la paz en 1984. Tutu, a quien han descrito como un hombre de fe, modesto
y animoso, con una gran pasión por la justicia, era partidario de la oposición no violenta al apartheid
y encabezó muchas protestas pacíficas, marchas y boicots contra el régimen racista. Aunque su vi-
da estaba en constante peligro, Tutu pidió valientemente a las naciones del mundo ejercer presiones
económicas sobre el gobierno blanco de Sudáfrica amenazando con irse y no volver hasta que se
aboliera el apartheid. Según Tutu. decir que las compañías estadounidenses debían permanecer en
Sudáfrica porque pagaban salarios más altos y proporcionaban otros beneficios económicos era “in-
tentar pulir mis cadenas y hacerlas más cómodas. Lo que quiero es cortar mis cadenas y arrojarlas
lejos”.
El debate sobre si Caltex debía seguir operando o no en Sudáfrica era de carácter esencialmente
moral. No se trataba de la naturaleza de las leyes sudafricanas ni de sus exigencias. Las estipulaciones
de la ley eran muy claras. Más bien, el debate se centraba en si dichas leves eran o no moralmente
apropiadas y en si las compañías debían o no operar en un país cuyo gobierno apoyaba tales leves.
Los argumentos de ambas partes hacían un llamado a consideraciones morales. De hecho, se hacía
un llamado a cuatro tipos básicos de estándares morales: utilitarismo, derechos, justicia y cuidado6 .
Además, en varios puntos el debate se refirió al carácter moral de las personas implicadas en esa
cuestión.
Por ejemplo, quienes aseguraban que Caltex debía salir de Sudáfrica alegaban que Caltex estaba
apoyando activamente políticas que eran injustas porque colocaban sobre las espaldas de los negros
cargas que los blancos no tenían que aguantar, y también que esas políticas violaban los derechos
civiles y políticos de la gente de color. Estos argumentos eran llamados a dos tipos distintos de prin-
cipios morales. Los juicios en cuanto a justicia se basan en principios morales que identifican formas
equitativas de distribuir beneficios y cargas entre los miembros de una sociedad. Los juicios en cuanto
a violaciones de los derechos de las personas se basan en principios morales que indican las áreas en
las que es preciso respetar los derechos de la gente a la libertad y el bienestar.
Por otra parte, los argumentos de los gerentes de Caltex también hacían un llamado a consid-
eraciones morales. La gerencia alegaba que si la compañía permanecía en Sudáfrica mejoraría el
bienestar de los negros y los blancos, pero si la compañía se iba los negros iban a sufrir mucho. Tales
argumentos eran un llamado implícito a lo que se conoce como norma “utilitarista” de moral; es de-
cir, un principio moral que asegura que algo es correcto en la medida en que disminuye los costos
sociales e incrementa los beneficios sociales. La gerencia de Caltex también alegó que cuidaban con
especial esmero a sus trabajadores negros y que la responsabilidad especial de la compañía en cuanto
al bienestar de sus trabajadores implicaba que no debían abandonarlos. Tales consideraciones están
estrechamente ligadas con lo que se denomina ética del cuidado: una ética que hace hincapié en el
cuidado del bienestar concreto de nuestro prójimo.
Por último, en el debate se incorporaron numerosas referencias al carácter moral de diversas per-
sonas y grupos. Al arzobispo Tutu, por ejemplo, se le caracterizó como valiente, pacifista, animoso y
apasionado por la justicia. Se dijo que el gobierno del apartheid era cruel y brutal. A Nelson Mandela
se le caracterizó como sensato, valiente y carismático. Este tipo de evaluaciones del carácter moral de
personas o grupos se basa en la llamada ética de la virtud.
6A lo largo del libro se ha traducido el término caring como cuidado, en el sentido de solicitud o atención. (Nota de la
Editora de desarrollo.)
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 66
Estos diversos enfoques de evaluación moral constituyen algunos de los más importantes tipos de
normas éticas que estudian los filósofos morales. Y, como pone de manifiesto la exposición acerca
de los negocios en Sudáfrica, tales enfoques son las formas comunes y naturales en que comentamos
y debatimos la moralidad de nuestras acciones. Cada enfoque de evaluación moral utiliza conceptos
morales bien definidos, y cada uno destaca aspectos de la conducta moral que los demás pasan por
alto o al menos no subrayan. El propósito de este capítulo es explicar cada uno de estos enfoques de
juicio moral. Describiremos cada enfoque, explicaremos las clases de conceptos e información que
cada uno emplea. identificaremos sus puntos fuertes y débiles, y explicaremos cómo pueden usarse
para aclarar las cuestiones morales que enfrenta la gente en el campo de los negocios.
“costo-beneficio” interno realizado por Ford, los costos de modificar el Pinto no se compensarían con
los beneficios. El estudio reveló que modificar el tanque de gas de los 12,5 millones de coches que en
última instancia se construirían costaría cerca de 11 dólares por unidad, para un total de 137 millones
de dólares:
Costos
11 dólares x 12.5 millones de coches = 137 millones de dólares.
Por otra parte, datos estadísticos mostraron que la modificación evitaría unas 180 muertes por
quemaduras, 180 lesiones por quemaduras graves y 2100 vehículos quemados. En ese entonces, el
gobierno valuaba oficialmente una vida humana en 200.000 dólares, las compañías de seguros valu-
aban una quemadura grave en 67.000 dólares, y el valor residual medio de los subcompactos era de
700 dólares. Así pues, en términos monetarios, la modificación tendría el beneficio de evitar pérdidas
con un valor total de sólo 49,15 millones de dólares:
Beneficios
(180 muertes x 200.000 dólares) + (180 lesiones x 67.000 dólares) + (2100 vehículos
x 700 dólares) = 49,15 millones de dólares
Así pues, una modificación que en última instancia costaría a los clientes 137 millones de dólares
(puesto que los costos de la modificación se sumarían al precio del coche), tendría como resultado
la prevención de pérdidas para los clientes, valuadas en sólo 49,15 millones de dólares. No era justo,
argumentaba el estudio, gastar 137 millones de dólares del dinero de la sociedad para proporcionar
un beneficio que la sociedad sólo valuaba en 49,15 millones de dólares.
Ford inició subsecuentemente la producción del Pinto no modificado. Se estima que en la déca-
da que siguió al menos 60 personas murieron entre las llamas causadas por accidentes en los que
intervinieron Pintos, y que un número por lo menos dos veces mayor sufrió quemaduras graves en
áreas extensas de su cuerpo, que en muchos casos requirieron años de dolorosos injertos de piel.
Finalmente, Ford descontinuó el modelo Pinto.
El tipo de análisis que los gerentes de Ford utilizaron en su estudio de costo-beneficio es una
versión de lo que se conoce tradicionalmente como utilitarismo. Éste es un término general para
cualquier perspectiva desde la cual las acciones y políticas han de evaluarse con base en los beneficios
y costos que impondrán a la sociedad. En cualquier situación, la acción o política “correcta” es la
que produce el mayor beneficio neto o el menor costo neto (cuando todas las alternativas tienen
únicamente costos netos).
Los gerentes de Ford redujeron los “costos” y “beneficios” primordialmente a costos y beneficios
económicos (como costos médicos, pérdida de ingreso y daño a construcciones), y éstos se midieron
en términos monetarios. No obstante, los “beneficios” de una acción pueden incluir cualquier bien
deseable (placeres, salud, vidas, satisfacciones, conocimiento, felicidad) producido por la acción, y
los “costos” podrían incluir cualquiera de sus males indeseables (dolor -que el estudio de Ford sí
consideró- enfermedad, muerte, insatisfacción, ignorancia, infelicidad). El término inclusivo que se
usa para referise a los beneficios netos de cualquier índole producidos por una acción es “utilidad”;
de ahí el nombre de utilitarismo para cualquier teoría que recomiende seleccionar la acción o política
que maximiza los beneficios (o minimiza los costos).
Muchos analistas de negocios aseguran que la mejor forma de evaluar lo apropiado éticamente en
una decisión de negocios -o de cualquier otra decisión- es apoyarse en un análisis utilitarista de costo-
beneficio.8 El proceder “socialmente responsable” para un negocio es el que produce los mayores
8 Thomas A. Klein, Social Costs and Benefits of Business (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1977).
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 68
beneficios netos para la sociedad o le impone los costos netos más bajos. Varias dependencias del
gobierno, muchos teóricos en derecho, numerosos moralistas y diversos analistas de negocios son
partidarios del utilitarismo9 . Iniciaremos nuestra exposición de los principios éticos examinando este
enfoque tan popular.
Una acción es correcta desde un punto de vista ético si y sólo si el total de utilidades
que dicho acto produce es mayor que el total de utilidades producidas por cualquier otro
acto que el agente podría haber efectuado en su lugar
El principio utilitarista supone que podemos medir y sumar de alguna manera las cantidades de ben-
eficios producidos por una acción y restarles las cantidades medidas de daños que la acción generará,
y así determinar qué acción produce los mayores beneficios totales o tiene los costos totales más ba-
jos. Es decir, el principio supone que todos los beneficios y costos de una acción se pueden medir
en una escala numérica Común y luego sumarse o restarse11 . Por ejemplo, las satisfacciones que una
mejoría en el ambiente de trabajo imparte a los obreros podrían ser equivalentes a 500 unidades pos-
itivas de utilidad, mientras que las facturas consiguientes que hay que pagar al otro mes podrían ser
equivalentes a 700 unidades negativas de utilidad. Por tanto, la utilidad total combinada de este acto
(mejorar el ambiente de trabajo) sería de 200 unidades de utilidad negativa.
Al decir que la acción correcta en una situación dada es la que produce más utilidad que cualquier
otra acción posible, el principio utilitarista no quiere decir que la acción correcta es la que produce el
máximo de utilidad para la persona que realiza la acción. Más bien, una acción es correcta si produce
el máximo de utilidad para todas las personas a las que la acción afecta (incluida la persona que efectúa
la acción)12 . Tampoco está diciendo el principio que una acción es correcta en tanto sus beneficios
sean mayores que sus costos. Más bien, el utilitarismo postula que a fin de cuentas sólo hay una
acción correcta: aquella cuyos beneficios netos son mayores en comparación con los beneficios netos
de cualquier otra alternativa posible. Un tercer error es pensar que el principio utilitarista nos obliga
9 Entre los moralistas utilitaristas más conocidos están Peter Singer, Practical Ethics, 2a. ed. (Londres: Cambridge
University Press, 1993) y Richard B. Brandt, A Theory of the Good and the Right (Nueva York: Oxford University Press,
1979).
10 Jeremy Bentham, The Principles of Morals and Legislation (Oxford, 1789); Henry Sidgwick, Outlines of the History
of Ethics, 5a. ed. (Londres, 1902), rastrea la historia del pensamiento utilitarista hasta los predecesores de Bentham. El
lector puede encontrar algunas exposiciones modernas del pensamiento utilitarista en Michael D. Bayles, ed., Contempo-
rary Utilitarianism (Garden City, NY: Doubleday & Co., Inc., 1968); J. J. C. Smart y Bernard Williams, Utilitarianism:
For and Against (Londres: Cambridge University Press, 1973); Amartya Sen y Bernard Williams, eds., Utilitarianism and
Beyond (Nueva York; Cambridge University Press, 1982); y Harlan B. Miller y William H. Williams, eds., The Limits of
Utilitarianism (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1982).
11 Henry Sidgwick, Methods of Ethics, 7a. ed. (Chicago: University of Chicago Press, 1962), p. 413.
12 John Stuart Mill, Utilitarianism (Indianápolis: The Bobbs-Merrill Co., Inc., 1957), p. 22.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 69
a considerar sólo las consecuencias directas e inmediatas de nuestras acciones. Más bien, hay que
tomar en cuenta todos los costos y beneficios tanto inmediatos como previsibles en el futuro que cada
alternativa implique para cada individuo, además de cualesquiera efectos indirectos significativos que
vaya a tener.
Por tanto, si quiero determinar qué debo hacer en una situación dada necesito llevar a cabo tres
cosas. Primera, debo determinar qué acciones o políticas alternativas podría efectuar o adoptar en esa
situación. Los gerentes de Ford, por ejemplo, estaban considerando implícitamente dos alternativas:
rediseñar el Pinto colocando una vejiga de caucho alrededor del tanque de gas, o dejarlo tal como
especificaba el diseño original. Segunda, debo estimar para cada alternativa los beneficios y costos
directos e indirectos que la acción tendrá para todas y cada una de las personas a las que mi acción
afectará en el futuro previsible. Los cálculos que hizo Ford de los costos y beneficios que tendrían que
asumir todas las partes afectadas si se modificara el diseño del Pinto, y los que tendrían que asumir
todas las partes si el diseño no se cambiara, son ejemplos de tales estimaciones. Tercera, debo escoger
la alternativa que produce el máximo de utilidades totales como proceder éticamente correcto. Los
gerentes de Ford, por ejemplo, decidieron que el curso de acción que impondría los costos más bajos
y generaría los mayores beneficios era no modificar el diseño del Pinto.
El utilitarismo es, en muchos aspectos, una teoría atractiva. Por un lado, encaja bien con las
opiniones que tendemos a defender cuando tratamos las políticas que el gobierno puede instituir y los
bienes públicos. Por ejemplo, casi todo el mundo estará de acuerdo en que, cuando un gobierno está
tratando de determinar en qué proyectos públicos debe gastar los impuestos recaudados, el proceder
correcto es adoptar los proyectos que, según estudios objetivos, proporcione el máximo de beneficios
para los miembros de la sociedad, con el costo más bajo. Y esto, claro, no es más que otra forma
de decir que las políticas gubernamentales correctas son las que van a tener la utilidad medible más
alta para la gente o. como dice un eslogan famoso, las que producirán “el mayor bien para el mayor
número de personas”.
Aparentemente, el utilitarismo también encaja bien con los criterios intuitivos que usamos al
hablar de conducta moral13 . Cuando una persona explica, por ejemplo, por qué se siente moralmente
obligada a efectuar alguna acción, lo que a menudo hace es señalar los beneficios o perjuicios que la
acción impondrá a la humanidad. Además, la moralidad requiere tomar en cuenta indistintamente los
intereses de todo el mundo. El utilitarismo cumple con este requisito en la medida en que toma en
cuenta los efectos que las acciones tendrán sobre todos los afectados, y en la medida en que obliga
a escoger imparcialmente la acción que tiene la utilidad neta más grande, sin importar quién reciba
esos beneficios.
Una ventaja del utilitarismo es que puede explicar por qué sostenemos que ciertos tipos de activi-
dades son en general moralmente erróneas (mentir, cometer adulterio, asesinar) mientras que otras
son en general moralmente correctas (decir la verdad, ser fiel, cumplir con lo que se promete). El util-
itarista puede decir que mentir es malo en general porque las mentiras tienen efectos costosos sobre el
bienestar de la humanidad. Si la gente miente, tiende a desconfiar de los demás y a no querer cooperar
con ellos. Y al haber menos confianza y cooperación se reduce nuestro bienestar. Por otra parte, decir
la verdad es bueno en general porque fortalece la cooperación y la confianza, y así mejora el bienestar
de todo el mundo. Así pues, en general, es mejor decir la verdad y no mentir. Sin embargo, los utili-
taristas tradicionales niegan que cualquier tipo de acción siempre sea correcta o siempre sea indebida.
Ellos negarían, por ejemplo, que la falta de honestidad o el robo siempre sean por fuerza incorrectos.
13 Richard Brandt, Ethical Theory (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1959), p. 386; vea también Dan W. Brock,
“Utilitarianism”, en Tom Regan y Donald Van DeVeer, eds., And Justice for All, (Totowa, NJ: Rownian and Littlefield,
1982), pp. 217-40.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 70
Si en una situación dada ser deshonesto produce más consecuencias favorables que cualquier otro
acto que la persona podría efectuar en esa situación, entonces, según la teoría utilitarista tradicional,
la deshonestidad sería moralmente correcta en esas circunstancias específicas.
La perspectiva utilitarista también ha tenido gran influencia en la economía14 . Una larga serie de
economistas que se remonta al siglo XIX ha asegurado que el comportamiento económico se puede
explicar suponiendo que el ser humano siempre trata de maximizar la utilidad que recibe y que las
utilidades de los bienes se pueden medir con base en los precios que la gente está dispuesta a pagar
por ellos. Con éstos y unos cuantos supuestos simplificadores más (como el uso de curvas de in-
diferencia), los economistas han podido deducir las conocidas curvas de oferta y demanda de quienes
venden y compran en los mercados, y explicar por qué los precios en un mercado perfectamente
competitivo tienden a alcanzar un equilibrio. Algo más importante aún es que los economistas han
podido demostrar que un sistema de mercados perfectamente competitivo daría pie a un uso de re-
cursos y a variaciones en los precios que permitirían a los consumidores maximizar las utilidades
que reciben (definidas en términos de la optimalidad de Pareto) mediante las compras que efectúan15 .
Así, esos economistas concluyeron, basándose en los principios utilitaristas, que semejante sistema
de mercados es mejor que cualquier otra alternativa.
El utilitarismo es también la base de las técnicas del análisis de costo-beneficio en economía16 .
Usamos este tipo de análisis para determinar la conveniencia de invertir en un proyecto (como una
presa, una fábrica o un parque público) calculando si sus beneficios económicos presentes y futuros
son mayores que sus costos económicos presentes y futuros. Para calcular dichos costos y beneficios,
se estiman precios monetarios descontados para todos los efectos que el proyecto tendrá sobre el
entorno actual y futuro, y sobre las poblaciones actuales y futuras. No siempre es fácil efectuar este
tipo de cálculos, pero se han ideado varios métodos para determinar los precios monetarios de incluso
beneficios tan intangibles como la belleza de un bosque (por ejemplo, podríamos preguntar cuánto
paga la gente por ver la belleza de un parque privado similar). Si los beneficios monetarios de cierto
proyecto público exceden los costos monetarios, y si ese exceso es mayor que el exceso que produce
cualquier otro proyecto factible, deberemos emprender ese proyecto. En esta forma de utilitarismo
el concepto de utilidad se restringe a los costos y beneficios económicos que se pueden medir en
términos monetarios.
Por último, cabe señalar que el utilitarismo encaja muy bien con un valor que mucha gente aprecia:
la eficiencia. La eficiencia puede significar muchas cosas distintas para diferentes personas, pero para
muchos significa operar de forma tal que uno produzca lo más que pueda con los recursos de que
dispone. Es decir, una operación eficiente produce un resultado deseado con el consumo mínimo de
recursos. Tal eficiencia es precisamente por la que aboga el utilitarismo, el cual dice que siempre
debemos adoptar el curso de acción que produzca el máximo de beneficios con el costo más bajo.
Si sustituimos “resultado deseado” por “beneficios”, y “aporte de recursos” en lugar de “costos”, el
utilitarismo implica que el proceder correcto es siempre el más eficiente.
14 Por ejemplo, William Stanley Javons, Theory of Political Economy (1871); Alfred Marshall, Principles of Economics
(1890); Cecil Arthur Pigou, Wealth and Welfare (1912); si desea una defensa contemporánea del utilitarismo vea J. A.
Mirrlees, “The Economic Uses of Utilitarianism”, en Sen y Williams, eds., Utilitarianism and Beyond, pp. 63-84.
15 Vea Paul Samuelson, Foundations of Economic Analysis (Cambridge: Harvard University Press, 1947). Un sistema
es “óptimo según Pareto” si ningún participante del sistema puede mejorar su situación sin hacer que alguna otra persona
empeore la suya; una “curva de indiferencia” indica las cantidades de un bien que una persona estaría dispuesta a cambiar
por cantidades dadas de otro bien.
16 E. J. Mishan, Economics for Social Decisions: Elements of Cost-Benefit Analysis (Nueva York: Praeger Publishers,
Inc., 1973), pp. 14-17. Vea también E. J. Mishan, ed., Cost-Benefit Analysis, 3a. ed. (Londres: Cambridge University
Press, 1982).
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 71
Essays (Nueva York: Augustus M. KeIley, Inc., 1950), pp. 177-202; pero vea las réplicas a estas objeciones en materia
de medición en Paul Weirch, “Interpersonal Utility in Principles of Social Choice”, Erkenntnis, 21 (noviembre de 1984):
295-318.
18 Puede encontrar un análisis de este problema en Michael D. Bayles, “The Price of Life”, Ethics, 89, núm. 1 (octubre
de 1978): 20-34; Jonathan Glover, Causing Death and Saving Lives (Nueva York: Penguin Books, 1977); Peter S. Albin,
“Economic Values and the Value of Human Life”, en Sidney Hook, ed., Human Values and Economic Policy (Nueva York:
New York University Press, 1967).
19 G. E. Moore, Principia Ethica, 5a. ed. (Cambridge: Cambridge University Press, 1956), p. 149.
20 Alastair MacIntyre, “Utilitarianism and Cost-Benefit Analysis: An Essay on the Relevance of Moral Philosophy to
Bureaucratic Theory”, en Kenneth Syre, ed., Values in the Electric Power Industry (Notre Dame, IN: University of Notre
Dame Press, 1977).
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 72
ejemplo, supongamos que un banco debe decidir si otorgará o no un préstamo al gerente de una sala
de cine pornográfico local o al gerente de un bar para homosexuales. Un grupo de personas podría ver
el aumento en el disfrute de los aficionados a la pornografía o el mayor disfrute de los homosexuales
como beneficios que recibe la sociedad, pero otro grupo podría verlos como algo perjudicial y por
tanto clasificarlos como costos.
Por último, el supuesto utilitarista de que todos los bienes pueden medirse implica que todos los
bienes se pueden intercambiar por un equivalente: para una cantidad dada de cualquier bien específico
existe alguna cantidad de otro bien que tiene el mismo valor. Por ejemplo, si una persona está dispuesta
a cambiar el disfrute de comer dos rebanadas de pizza por el disfrute de escuchar durante media hora
su CD favorito y viceversa, entonces esas dos cantidades de bienes tienen el mismo valor para la
persona. El utilitarismo debe suponer que todos los bienes se pueden intercambiar por alguna cantidad
de otro bien, porque postula que existe una escala para medir todos los bienes, y que si usamos dicha
escala podremos descubrir qué cantidad de cualquier bien es equivalente a una cantidad dada de
cualquier otro bien. No obstante, los críticos han argumentado que hay algunos bienes no económicos
-como la vida, la libertad, la igualdad, la salud, la belleza- cuyo valor es tal que ninguna cantidad de
un bien económico tiene el mismo valor que el bien no económico21 . Ninguna cantidad de dinero -ni
de pizzas, ni de discos compactos- puede tener el mismo valor que la vida, la libertad, la igualdad, la
salud o la belleza, por ejemplo.
Quienes critican el utilitarismo aseguran que estos problemas de medición socavan cualquier jus-
tificación que la teoría utilitarista pudiera tener como base objetiva para determinar cuestiones norma-
tivas. Estos problemas se han puesto de manifiesto sobre todo en los debates acerca de la factibilidad
de hacer auditorias sociales a las corporaciones22 . Aunque se está ejerciendo cada vez más presión
sobre las empresas para que produzcan una “auditoria” o informe en el que se midan los costos y
beneficios sociales que son resultado de sus actividades comerciales, esta labor se ha dificultado por
la imposibilidad de medir cuantitativamente los diversos programas, y por las diferencias de opinión
respecto a lo que se debe contar como un beneficio23 . La única forma de resolver estos problemas es
aceptar arbitrariamente las valuaciones de un grupo social dado. Sin embargo, esto basa el análisis
costo-beneficio utilitarista en las predisposiciones y gustos subjetivos de ese grupo.
L. Beauchamp y Norman E. Bowie, eds., Ethical Theory and Business (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1979), pp.
246-52; hay una excelente reseña de la bibliografía en Task Force on Corporate Social Performance, Corporate Social
Reporting in the United States and Westem Europe (Washington, DC: U.S. Goverriment Printing Office, 1979), pp. 2-36;
vea también la obra más accesible Harold L. John, Disclosure of Corporate Social Perfomance: Survey, Evaluation and
Prospects (Nueva York: Praeger Publishers, Inc., 1979).
23 Raymond A. Bauer y Dan H. Fenn, Jr., The Corporate Social Audit (Nueva York: Sage Publications, Inc., 1972), pp.
3-14; John J. Corson y George A. Steiner, Measuring Business’s Social Perfomance: The Corporate Social Audit (Nueva
York: Committee for Economic Development, 1974), p. 41; Thomas C. Taylor, “The Illusions of Social Aecounting”,
CPA Journal, 46 (enero de 1976), 24-28; Manuel A. Tipgos, “A Case Against the Social Audit”, Management Accounting
(agosto de 1976), pp. 23-26.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 73
En primer término, el utilitarista puede alegar que, si bien el utilitarismo requiere en el caso ideal
medidas exactas y cuantificables de todos los costos y beneficios, este requisito puede relajarse si
tales mediciones son imposibles24 . El utilitarismo simplemente insiste en que las consecuencias de
cualquier acto propuesto se planteen expresamente con tanta claridad y exactitud como sea humana-
mente posible, y que toda la información pertinente relacionada con dichas consecuencias se presente
de forma tal que permita compararlas sistemáticamente y sopesarlas imparcialmente. Expresar es-
ta información en términos cuantitativos facilita tales comparaciones y ponderaciones, pero si no se
dispone de datos cuantitativos es válido apoyarse en juicios compartidos y de sentido común de los
valores comparativos que las cosas tienen para la mayoría de la gente. Sabemos, por ejemplo, que en
general el cáncer es un daño más grande que un resfriado, sin importar quién tenga el cáncer y quién
tenga el resfriado; asimismo, un filete tiene un mayor valor como alimento que un maní, sin importar
quién sea la persona hambrienta.
El utilitarista también puede señalar varios criterios de sentido común que pueden servir para
determinar los valores relativos que se deben asignar a diversas categorías de bienes. Un criterio
depende de la distinción entre bienes “intrínsecos” e “instrumentales”25 . Los bienes instrumentales
son cosas que sólo se consideran valiosas porque conducen a otras cosas buenas. Una visita dolorosa
al dentista, por ejemplo, sólo es un bien instrumental (a menos que el paciente sea masoquista): es algo
deseable sólo porque conduce a un estado de salud. En cambio, los bienes intrínsecos son cosas que
son deseables independientemente de cualesquiera otros beneficios que puedan producir. Así pues,
la salud es un bien intrínseco: se desea por sí misma. (Desde luego, muchas cosas tienen un valor
tanto intrínseco como instrumental. Por ejemplo, yo podría usar una patineta no sólo como medio de
transporte y de mantenerme en forma, sino porque disfruto andar en patineta.) Es evidente que los
bienes intrínsecos tienen prioridad respecto a los bienes instrumentales. Por ejemplo, en casi ninguna
circunstancia se debe dar al dinero, que es un bien instrumental, mayor importancia que a la vida y a
la salud, cuyos valores son intrínsecos.
Un segundo criterio de sentido común que podemos usar para sopesar los bienes se basa en la
distinción entre necesidades y deseos26 . Decir que alguien necesita algo implica que sin ese algo la
persona sufrirá algún daño. Las necesidades “básicas” de la gente consisten en todas las cosas sin
las cuales sufrirán algún perjuicio fundamental, como lesiones, enfermedades o la muerte. Entre las
necesidades básicas de las personas están los alimentos, ropa y albergue que necesitan para manten-
erse vivos; la atención médica y el entorno higiénico necesarios para conservar la salud; y la seguridad
necesaria para mantenerse sin lesiones. Por otra parte, decir que una persona quiere algo implica que
esa persona lo desea, es decir, que cree que coadyuvará a sus intereses de alguna manera. Desde luego,
una necesidad también puede ser un deseo: si sé que necesito algo, es probable que también lo quiera.
Sin embargo, muchos deseos no son necesidades, sino simplemente cosas que prefieren tenerse pero
sin las cuales el individuo no sufriría ningún perjuicio fundamental. Yo podría querer algo simple-
mente porque me causa placer, aunque es un lujo del cual bien podría prescindir. Los deseos de este
tipo que no son también necesidades se llaman simples deseos. En general, satisfacer las necesidades
24 Tom L. Beauchamp, “Utilitarianism and Cost-Benefit Analysis: A Reply to MacIntyre”, en Beauchamp y Bowie, eds.,
Ethical Theory, pp. 276-82; y Herman B. Leonard y Richard J. Zeckhauser, “CostBenefit Analysis Defended”, QQ-Report
from the Center for Philosophy and Public Policy, 3, núm. 3 (verano de 1983): 6-9.
25 Vea Amitai Etzioni y Edward W. Lehman, “Dangers in ‘Valid’ Social Measurements”, Annals of the American Acade-
my of Political and Social Sciences, 373 (septiembre de 1967): 6; también William K. Frankena, Ethics, 2a. ed. (Englewood
Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1973), pp. 80-83.
26 Vea Kenneth Arrow, Social Choice and Individual Values, 2a. ed. (Nueva York: John Wiley & Sons, Inc., 1951), p.
87; y Norman E. Bowie, Towards a New Theory of Distributive Justice (Amherst: The University of Massachusetts Press,
1971), pp. 86-87.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 74
básicas de una persona es más valioso que satisfacer sus simples deseos. Si la gente no recibe algo
que es una necesidad básica, podría sufrir un perjuicio tal que le impediría disfrutar la satisfacción
de cualquier cantidad de simples deseos. Puesto que la satisfacción de las necesidades básicas de una
persona hace posible contar no sólo con los valores intrínsecos de vida y salud, sino también disfrutar
de casi todos los demás valores intrínsecos, tiene un valor mayor que la satisfacción de los simples
deseos.
Sin embargo, estos métodos de sentido común para sopesar los bienes sólo sirven como apoyo en
situaciones en las que fallan los métodos cuantitativos. El utilitarista convencido asegura que, en la
práctica, las consecuencias de muchas decisiones se pueden cuantificar aunque sea de forma aprox-
imada. Ésta es la segunda réplica importante del utilitarista a las objeciones en materia de medición
antes expuestas.
El utilitarista podría argumentar que el método más flexible para obtener una medida cuantitativa
común de los beneficios y costos asociados a una decisión es expresarlos en términos de sus equiv-
alentes monetarios27 . Básicamente, esto implica que el valor que una cosa tiene para una persona se
puede medir por el precio que la persona está dispuesta a pagar por ella. Si una persona está dispuesta
a pagar dos veces más por una cosa que por otra, entonces esa cosa tiene exactamente el doble del
valor que la segunda, para esa persona. Así pues, si queremos determinar el valor promedio que cier-
tas cosas tienen para un grupo de personas, basta con examinar los precios promedio que se asignan
a esas cosas cuando se permite a todo el mundo pujar por ellas en mercados abiertos. En síntesis,
los precios del mercado pueden servir como medida cuantitativa común de los diversos beneficios y
costos asociados a una decisión. En general, para determinar el valor de una cosa basta con preguntar
a cuánto se está vendiendo en un mercado abierto. Si la cosa no se vende en un mercado abierto,
podemos preguntar por el precio de venta de artículos similares.
El uso de valores monetarios también tiene la ventaja de que nos permite tomar en cuenta los
efectos del paso del tiempo y el impacto de la incertidumbre. Si los costos o beneficios monetarios
conocidos son futuros, es posible determinar su valor presente descontándolos según la tasa de interés
apropiada. Si los costos o beneficios monetarios no son ciertos, sino sólo probables, podemos calcular
sus valores esperados multiplicando los costos o beneficios monetarios por el factor de probabilidad
apropiado.
Una objeción estándar contra el uso de valores monetarios para medir todos los costos y beneficios
es que algunos bienes, especialmente la salud y la vida, no pueden tener un precio. No obstante, el
utilitarista podría alegar que no sólo es posible asignar un precio a la salud y la vida, sino que lo
hacemos todo el tiempo. Cada vez que una persona fija un límite para la cantidad de dinero que está
dispuesta a pagar a fin de reducir el riesgo que algún objeto representa para su vida, está fijando
un precio implícito a su propia vida. Por ejemplo, supongamos que la gente está dispuesta a pagar
5 dólares por un dispositivo de seguridad que reducirá la probabilidad de fallecer en un accidente
automovilístico de 0,00005 a 0,00004, pero que no está dispuesta a pagar más. En ese caso, la gente
está decidiendo implícitamente que 0,00001 de una vida vale 5 dólares o, dicho de otro modo, que
una vida vale 500.000 dólares. El utilitarista podría sostener que tal fijación de precios es inevitable y
necesaria en tanto vivamos en un entorno en el que los riesgos para la salud y para la vida sólo puedan
reducirse renunciando a otras cosas que podríamos querer y a las cuales hemos asignado un precio
bien definido.
Por último, el utilitarista podría decir que cuando los precios del mercado no pueden propor-
27 Steven Edwards, “In Defense of Environmental Economics”, y William Baster, “People, or Penguins”, ambos en
Christine Pierce y Donald VanDeVeer, eds., People, Penguins, and Plastic Trees, 2a. ed., (Belmont, CA: Wadsworth,
1995). Vea también las técnicas enumeradas en Mishan, Economics for Social Decisions.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 75
cionamos datos cuantitativos para comparar los costos y beneficios de diversas decisiones, es posible
utilizar otros tipos de medidas cuantitativas28 . Por ejemplo, si la gente no logra ponerse de acuerdo,
como es frecuente, en cuanto a los aspectos perjudiciales o benéficos de diversas actividades sexuales,
se pueden usar encuestas sociológicas o votos políticos para medir la intensidad y lo generalizado de
las actitudes de las personas. Los expertos económicos también pueden emitir juicios informados de
los valores cuantitativos relativos de diversos costos y beneficios. Así pues, el utilitarista acepta que
los problemas de medición que enfrenta el utilitarismo son reales, pero que se pueden resolver, al
menos parcialmente, con los diversos métodos que se han enumerado. Sin embargo, el utilitarismo
recibe también otro tipo de críticas.
trabajadores del campo. Sin embargo, para los críticos del utilitarismo un sistema social que impone
una distribución tan desigual de las cargas es claramente inmoral y ofende la justicia. Los grandes
beneficios que el sistema podría tener para la mayoría no justifican las cargas extremas que impone
a un grupo pequeño. La deficiencia que este contraejemplo revela es que el utilitarismo permite dis-
tribuir los beneficios y las cargas entre los miembros de la sociedad de cualquier forma imaginable,
en tanto la cantidad total de beneficios sea máxima. Sin embargo, la realidad es que algunas formas de
distribuir los beneficios y las cargas (como la extremadamente desigual distribución, materia de este
contraejemplo) son injustas, por más grande que sea la cantidad de beneficios que produzcan tales
distribuciones. El utilitarismo sólo se fija en qué tanta utilidad se produce en una sociedad y no toma
en cuenta la forma en que dicha utilidad se distribuye entre los miembros de la sociedad.
Para ver más claramente cómo el utilitarismo hace caso omiso de las consideraciones de justicia
y derechos, consideremos la forma en que la gerencia de Ford manejó el diseño del Pinto. Si ellos
hubieran decidido alterar el diseño del coche y sumar 11 dólares al costo de cada Pinto, habrían
obligado efectivamente a todos los compradores del Pinto a contribuir al pago de los 137 millones
de dólares que el cambio de diseño costaría. Cada comprador pagaría una porción equitativa de los
costos totales requeridos por este aspecto del diseño del coche. Por otra parte, al no alterar el diseño,
los gerentes de Ford estaban obligando efectivamente a las 180 personas que morirían, a absorber
todos los costos de este aspecto del diseño del Pinto. Entonces hay que preguntarse: ¿es más justo
hacer que 180 compradores carguen ellos solos con todo el costo del diseño del coche, o es más justo
distribuir los costos equitativamente entre todos los compradores? ¿Cuál es la forma más justa de
distribuir los costos?
Pensemos ahora en que cuando la gerencia de Ford decidió no alterar el diseño del Pinto no só-
lo estaba haciendo al coche más económico, sino que también estaba construyendo un vehículo con
cierto grado de riesgo (de perder la vida): quienes condujeran un Pinto estarían usando un automóvil
que presentaba un riesgo de perder la vida un poco mayor que el que podrían haber supuesto razon-
ablemente que presentaba. Es posible que los conductores del Pinto habrían aceptado de buena gana
este pequeño incremento en el riesgo de perder la vida a cambio de pagar un precio más bajo por el
coche, pero la cosa es que no tuvieron opción al respecto, ya que no sabían que el automóvil tenía
ese riesgo adicional. Por tanto, debemos preguntarnos: ¿la gente tiene derecho a saber qué está com-
prando cuando decide adquirir un producto? ¿La gente tiene el derecho a escoger si su vida se hará o
no más arriesgada? ¿Los fabricantes del Pinto violaron este derecho básico de los clientes a escoger
libremente si aceptarían o no un automóvil más riesgoso, a cambio de un precio más bajo?
Así, el caso del Pinto pone de manifiesto que el utilitarismo al parecer hace caso omiso de ciertos
aspectos importantes de la ética. Las consideraciones de justicia (que examinan la forma en que los
beneficios y las cargas se distribuyen entre las personas) y de derechos (que examinan lo que la gente
merece en cuanto a libertad de elección y bienestar) al parecer se hacen a un lado en un análisis que
sólo examina los costos y los beneficios de las decisiones.
acción dada es ética o no, nunca debemos preguntamos sí esa acción específica va a producir o no el
máximo de utilidad. En vez de ello, debemos preguntarnos si esa acción es obligatoria según las reglas
morales correctas que todo el mundo debe obedecer. Si la acción es obligatoria según esas reglas,
debemos efectuarla. Pero, ¿cuáles son las reglas morales “correctas”? Es sólo esta segunda pregunta,
nos dice el utilitarista por reglas, la que debemos contestar haciendo referencia a la maximización de
la utilidad. Las reglas morales correctas son las que producirían la mayor cantidad de utilidad si todo
el mundo las siguiera. Aclaremos esto con un ejemplo.
Supongamos que estoy tratando de decidir si es ético o no que me ponga de acuerdo con un
competidor para fijar los precios. Según el utilitarista por reglas, no debo preguntarme si este caso
específico de colusión va a producir más utilidad que cualquier otra cosa que yo pueda hacer. Más
bien, debo preguntarme antes que nada: ¿cuáles son las reglas morales correctas en lo tocante a la
colusión para fijar precios? Tal vez yo llegaría a la conclusión, después de meditarlo un rato, que la
siguiente es la lista de todas las posibles reglas candidatas:
1. Los gerentes nunca deben reunirse con sus competidores con el fin de ponerse de acuerdo en
los precios.
2. Los gerentes siempre pueden reunirse con sus competidores con el fin de ponerse de acuerdo
en los precios.
3. Los gerentes pueden reunirse con sus competidores con el fin de ponerse de acuerdo en los
precios si están perdiendo dinero.
¿Cuál de estas tres es la regla moral correcta? Según el utilitarista por reglas, la regla moral correcta
es la que produce la mayor cantidad de utilidad a todos los que resultan afectados. Supongamos que
después de analizar los efectos económicos de la colusión para fijar precios, llego a la conclusión de
que dentro de nuestras circunstancias económicas y sociales la gente se beneficiaría mucho más si
todo el mundo siguiera la regla 1 que si siguiera la regla 2 o la 3. En tal caso, la regla 1 será la regla
moral correcta en materia de colusión. Ahora que sé cuál es la regla moral correcta en lo tocante a
la fijación coludida de precios, puedo hacerme una segunda pregunta: ¿Debo participar en este acto
específico de colusión? Para contestar esta segunda pregunta sólo tengo que preguntar: ¿Qué exigen
las reglas morales correctas? Como ya vimos, la regla correcta es nunca coludirse para fijar precios.
Por tanto, aunque en este caso específico la colusión produjera más utilidad que el abstenerse de ella,
tengo la obligación ética de abstenerme porque así lo exigen las reglas que más benefician a todos los
miembros de mi sociedad.
Así pues, la teoría del utilitarista por reglas tiene dos partes, que podemos resumir en los dos
principios siguientes:
I. Una acción es correcta desde un punto de vista ético si y sólo si las reglas morales que son
correctas requieren esa acción.
II. Una regla moral es correcta si Y sólo si la totalidad de las utilidades que se producirían si todo
el mundo siguiera esa regla es mayor que la totalidad de las utilidades que se producirían si
todo el mundo siguiera otra regla.
Así pues, según el utilitarista por reglas, el hecho de que cierta acción maximice la utilidad en una
ocasión dada no indica que sea correcta desde un punto de vista ético.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 78
Para el utilitarista por reglas, el defecto de los contraejemplos que presentan los críticos del util-
itarismo tradicional es que en todos esos casos el criterio utilitarista se aplica a acciones específicas
y no a reglas. Lo que debemos hacer más bien, dice el utilitarista por reglas, es aplicar el criterio
utilitarista para determinar cuál es la regla moral correcta para cada contraejemplo, y luego evaluar
las acciones específicas que el, contraejemplo implica, sólo en términos de esa regla. Ello permite al
utilitarismo salir incólume del encuentro con los contraejemplos.
Así, el contraejemplo del tío acaudalado y el heredero asesino es una situación que se ocupa de la
acción de matar a una persona enferma. En tales situaciones, diría el utilitarista por reglas, es evidente
que una regla moral que prohíbe matar sin el debido proceso de ley tendrá, a la larga, mayor utilidad
para la sociedad que otros tipos de reglas. Por tanto, semejante regla es la correcta que se debe aplicar
en este caso. Sería indebido que el heredero mate a su tío porque hacerlo violaría una regla moral
correcta, y el hecho de que el asesinato en esta ocasión específica maximizaría la utilidad no viene al
caso.
El caso de los salarios de subsistencia, según el utilitarista por reglas, se debe manejar de forma
similar. Es evidente que una regla que prohíbe salarios de subsistencia innecesarios en la sociedad
tendrá como resultado a largo plazo una mayor utilidad que una regla que los permite. Esa regla
sería la que debemos aplicar al preguntarnos si la práctica de “esclavitud remunerada” es moralmente
permisible, y entonces dicha práctica se rechazaría por ser éticamente incorrecta aunque maximice la
utilidad en una situación particular.
El ardid de los utilitaristas por reglas, empero, no ha satisfecho a los críticos del utilitarismo,
quienes han señalado un problema importante de la postura del utilitarista por reglas: según sus críti-
cos, el utilitarismo por reglas es el utilitarismo tradicional disfrazado31 . Estos críticos argumentan
que las reglas que permiten excepciones (benéficas) producen más utilidad que las reglas que no per-
miten excepciones. Sin embargo, una vez que una regla permite tales excepciones, dicen los críticos,
permite las mismas injusticias y violaciones de los derechos que permite el utilitarismo tradicional.
Unos cuantos ejemplos nos ayudarán a entender más claramente a qué se refieren estos críticos. És-
tos aseguran que si una regla permite a las personas hacer una excepción siempre que la excepción
maximiza la utilidad, producirá más utilidad que si no permitiera excepciones. Por ejemplo, es mayor
la utilidad que produce una regla que dice “la gente no debe ser privada de la vida sin el debido pro-
ceso de ley excepto cuando hacerlo produce más utilidad que no hacerlo”, que la que produce una
regla que dice simplemente “la gente no debe ser privada de la vida sin el debido proceso de ley”.
La primera regla siempre maximizará la utilidad, mientras que la segunda sólo maximizará la utilidad
la mayor parte del tiempo (porque la segunda regla requiere rígidamente el debido proceso incluso
cuando sería más benéfico prescindir de él). Puesto que el utilitarista por reglas sostiene que la regla
moral “correcta” es la que produce más utilidad, debe sostener que la regla moral correcta es la que
permite excepciones cuando las excepciones maximizan la utilidad. Una vez que se incluye la cláusu-
la de excepción en la regla, dicen los críticos, la aplicación de la regla a una acción tiene exactamente
las mismas consecuencias que aplicar el criterio utilitarista tradicional directamente a la acción, ya
que ahora el criterio utilitarista forma parte de la regla. En el caso del tío enfermo y el heredero con
intenciones asesinas, por ejemplo, la regla según la cual “la gente no debe ser privada de la vida sin
el debido proceso de ley excepto cuando hacerlo produce más utilidad que no hacerlo” permitirá al
heredero asesinar a su tío exactamente como se lo permitía antes el utilitarismo tradicional. De forma
31 David Lyons, Forms and Limits of Utilitarianism (Oxford: Oxford University Press, 1965). Sin embargo, algunos
estudiosos de la ética sostienen que el utilitarismo por actos y el utilitarismo por reglas no son realmente equivalentes;
vea Thomas M. Lennon, “Rules and Relevance: The Act Utilitarianism-Rule Utilitarianism Equivalence Issue”, Idealistic
Studies: An International Philosophical Journal, 14, (mayo de 1984): 148-58.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 79
similar una regla que dice “los salarios de subsistencia están prohibidos excepto en las situaciones en
que maximizan la utilidad” produciría más utilidad que una regla que simplemente dice “los salarios
de subsistencia están prohibidos”. Por tanto, la regla que permite las excepciones es la “correcta”. Sin
embargo, esta regla “correcta” permite a la sociedad que describimos antes instituir la “esclavitud re-
munerada” exactamente igual que hacía el utilitarismo tradicional. Así pues, el utilitarismo por reglas
es una forma disfrazada del utilitarismo tradicional y los contraejemplos que ponen en aprietos a una
forma de utilitarismo ponen en aprietos similares a la otra.
Muchos utilitaristas por reglas no admiten que las reglas producen más utilidad cuando per-
miten excepciones. Dado que el hombre por naturaleza es débil y egoísta, dicen ellos, las personas
aprovecharían cualquier excepción permitida y ello haría que todo el mundo estuviera en situación
más desventajosa. Otros utilitaristas se niegan a admitir que los contraejemplos de los críticos sean
correctos. Ellos aseguran que si matar a una persona sin el debido proceso de ley realmente pro-
duce más utilidad que todas las demás alternativas factibles, entonces todas las demás alternativas
deberán estar ligadas a males mayores. Y si así fuera, matar a la persona sin el debido proceso sí sería
moralmente correcto. De forma similar, si en ciertas circunstancias los salarios de subsistencia son
realmente la forma menos perjudicial (para la sociedad) de conseguir gente para que se realice una
tarea dada, entonces en esas circunstancias los salarios de subsistencia son moralmente correctos tal
como implica el utilitarismo.
Así pues, hay dos límites principales para los métodos utilitaristas de razonamiento moral, aunque
el alcance preciso de dichos límites es motivo de controversia. En primer lugar, los métodos utili-
taristas son difíciles de aplicar cuando se manejan valores que son difíciles y tal vez imposibles de
medir cuantitativamente. Segundo, el utilitarismo por sí solo al parecer no maneja satisfactoriamente
situaciones en las que intervienen derechos y justicia, aunque algunos han tratado de remediar esta
deficiencia restringiendo el utilitarismo a la evaluación de reglas. A fin de aclarar nuestras ideas sobre
estas cuestiones, en las dos secciones que siguen examinaremos los dos aspectos morales en los que
el utilitarismo parece ser deficiente: derechos y justicia.
2.2. Derechos
En mayo de 1984, ejecutivos de la Coca-Cola iniciaron pláticas con los líderes sindicales guatemal-
tecos que habían ocupado por la fuerza una planta de Coca-Cola en Guatemala32 . Los propietarios
locales de la planta se quejaban de que los trabajadores estaban violando sus “derechos de propiedad”.
Los trabajadores respondieron que los organizadores sindicales habían sufrido seis años de “graves
violaciones de sus derechos humanos y de los derechos de los sindicatos obreros”, incluido el secue-
stro y asesinato de varios líderes sindicales y amenazas continuas. Cinco años antes, accionistas de la
Coca-Cola Company, alarmados por la creciente violencia, habían presentado la siguiente resolución
en su reunión de accionistas:
La mesa directiva de Coca-Cola se opuso a la resolución, que fue rechazada por votación. Una
resolución similar el año siguiente también enfrentó oposición y fue derrotada. Por fin, el 10 de julio
de 1984, los ejecutivos de Coca-Cola anunciaron que habían llegado a un acuerdo sindical con los
trabajadores de Guatemala.
Obviamente, el concepto de “derechos” aparece en muchos de los argumentos morales y reclama-
ciones morales que se invocan en las discusiones de negocios. Por ejemplo, los empleados alegan que
tienen “derecho a recibir una paga igual por un trabajo igual”; los gerentes afirman que los sindicatos
violan su “derecho a manejar la empresa”; los inversionistas se quejan de que los impuestos violan
sus “derechos de propiedad”; los consumidores aseguran que tienen “derecho a saber”. Además, los
documentos públicos a menudo emplean la noción de derechos. La Constitución de Estados Unidos
incluso consagra una larga “Declaración de Derechos”, definida en gran medida en términos de las
obligaciones que el gobierno federal tiene de no interferir en ciertas áreas de la vida de los ciu-
dadanos. La Declaración de Independencia de ese país se basó en la idea de que “todos los hombres
. . . han sido dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables . . . entre los cuales están la vida,
la libertad y la búsqueda de la felicidad.” En 1948 la Organización de las Naciones Unidas adoptó una
“Declaración Universal de Derechos Humanos” que dice que “todos los seres humanos” tienen, entre
otras cosas:
la propiedad como le venga en gana. Tercero, a veces se usa el término derecho para indicar la ex-
istencia de prohibiciones o exigencias a otros que permiten al individuo dedicarse a ciertos intereses
o actividades. Por ejemplo, decimos que la Constitución de Estados Unidos otorga a los ciudadanos
de ese país el derecho a expresarse libremente porque contiene una prohibición de límites guberna-
mentales para la expresión, y decimos que las leyes federales conceden a los ciudadanos el derecho
a la educación porque contiene una estipulación que obliga a cada estado a proporcionar educación
pública gratuita a todos sus ciudadanos35 .
Los derechos morales más importantes -y de los cuales nos ocuparemos en este capítulo- son
los que imponen prohibiciones u obligaciones a otros y que al hacerlo posibilitan que los individuos
escojan libremente si se dedicarán o no a ciertos intereses o actividades. Estos derechos morales
(a los cuales nos estaremos refiriendo cuando usemos el término derechos morales) identifican las
actividades o intereses a los cuales el individuo está facultado para dedicarse, o a los que debe tener
libertad para dedicarse, o a los que se le debe ayudar para que pueda dedicarse, según él escoja; y
protegen la dedicación del individuo a esos intereses y actividades dentro de los límites especificados
por los derechos. Estos tipos de derechos morales tienen tres características importantes que definen
dichas funciones facultadoras y protectoras.
En primer lugar, los derechos están directamente correlacionados con las obligaciones36 . La razón
es que un derecho moral de una persona por lo regular se puede definir -al menos parcialmente- en
términos de las obligaciones morales que otras personas tienen hacia esa persona. Tener un derecho
moral necesariamente implica que otros tienen ciertas obligaciones hacia el poseedor de ese derecho.
Mi derecho moral a dedicarme al culto que yo escoja, por ejemplo, se puede definir en términos de
la obligación moral que otras personas tienen de no interferir con la forma de culto que yo escogí.
Y el derecho moral a un nivel de vida adecuado se puede definir en términos de la obligación que
los gobiernos (u otros agentes de la sociedad) tienen de asegurar un nivel de vida adecuado para
todos los ciudadanos. Así pues, las obligaciones suelen ser la otra cara de los derechos morales: si yo
tengo un derecho moral a hacer algo, otras personas tienen la obligación moral de no interferir en mi
realización de ese algo; y si yo tengo el derecho moral de que alguien haga algo por mí, entonces esa
otra persona (o grupo de personas) tiene la obligación moral de hacerlo. De este modo, los derechos
morales imponen a otros obligaciones correlativas, sean de no interferencia o de desempeño positivo.
En algunos casos, las obligaciones correlativas que un derecho impone podrían recaer no en un
individuo específico sino en todos los miembros de un grupo. Por ejemplo, sí una persona tiene el
“derecho a trabajar” (derecho mencionado en la Declaración de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas), esto no necesariamente implica que un empleador específico tenga la obligación de emplear
a esa persona. Más bien, todos los miembros de la sociedad, a través de sus agentes públicos, tienen
35 Si desea ver una clasificación de los derechos legales más técnica pero que ahora goza de amplia aceptación vea
Wesley Hohfeld, Fundamental Legal Conceptions (New Haven: Yale University Press, 1919, reimpreso 1964), pp. 457-
84.
36 Hay diferentes formas de caracterizar la relación entre derechos y deberes, no todas con bases igualmente sólidas. Por
ejemplo, algunos autores aseguran que sólo se otorgan derechos a una persona si ésta acepta ciertas obligaciones hacia
la comunidad que otorga esos derechos. Otros autores afirman que todos mis derechos se pueden definir cabalmente en
términos de las obligaciones de otros. Es probable que ambas afirmaciones sean erróneas, pero no estamos apoyando a
ninguna de las dos en este párrafo. El punto de vista del párrafo es que los derechos morales del tipo identificado en el
párrafo anterior siempre se pueden definir al menos parcialmente en términos de las obligaciones que otros tienen hacia el
poseedor del derecho. Tener un derecho moral de esta clase siempre implica que otros tienen ciertas obligaciones morales
hacia mí; pero no se sigue que sí otros tienen esas obligaciones, yo tengo el derecho correspondiente. Así pues, lo que se
está afirmando es que la imposición a otros de ciertas obligaciones morales correlativas es una condición necesaria pero
no suficiente para poseer un derecho moral.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 83
podrían restringirse a fin de evitar la contaminación que está causando daños graves a la salud de otros.
Cuanto más importante sea el interés que un derecho protege, mayor deberá ser la compensación
utilitarista: los derechos erigen muros más altos alrededor de los intereses más importantes, y el nivel
de beneficios o costos que se requiere para derrumbar esas paredes tendrá que ser más alto.
(es decir, cuidar los derechos positivos de la gente). Los autores considerados “liberales”, en cambio,
sostienen que es tan importante hacer respetar los derechos positivos como los negativos y que, por
tanto, los gobiernos tienen la obligación de contemplar ambos42 .
sus hijos; los médicos tienen la obligación especial de cuidar la salud de sus pacientes; y los ger-
entes tienen la obligación especial de cuidar la organización que administran. En todos estos casos,
existe una institución públicamente aceptada (como una institución familiar, médica o corporativa)
que define cierto puesto o función (como padre, médico o gerente) del cual depende el bienestar de
ciertas personas vulnerables (como los hijos del padre, los pacientes del médico y los accionistas y
empleados de la corporación que dirige el gerente). La sociedad asigna a esos papeles institucionales
obligaciones especiales de cuidar de esos dependientes vulnerables y protegerlos contra perjuicios,
y la persona que asume el papel conoce tales obligaciones y sabe que todo el mundo espera que las
cumpla. Cuando una persona asume un papel a sabiendas de los deberes que la sociedad asigna a
la aceptación del papel, esa persona celebra efectivamente un convenio por el que se compromete
a cumplir con estos deberes. La existencia de un sistema de obligaciones contractuales asegura que
los individuos cumplirán con dichos convenios imponiéndoles las obligaciones públicas que implican
todos los convenios. Así, todas estas instituciones familiares pueden seguir existiendo y sus miembros
vulnerables pueden seguir siendo protegidos contra perjuicios. Debemos recordar aquí que los deberes
institucionales de una persona no son ilimitados. En el primer capítulo señalamos que la obligación
que tiene un gerente como “agente leal” de velar por los intereses de la corporación están limitados
por los principios éticos que rigen a cualquier persona. De forma similar, un doctor no puede asesinar
a otras personas con el fin de obtener órganos vitales para los pacientes que está obligado a cuidar.
¿Por qué clases de reglas éticas se rigen los contratos? El sistema de reglas en que se basan
los derechos y deberes contractuales se ha interpretado tradicionalmente como consistente en varias
restricciones morales:45
1. Ambas partes de un contrato deben tener pleno conocimiento de la naturaleza del convenio que
están celebrando.
2. Ninguna de las partes de un contrato debe falsear intencionalmente las realidades de la situación
contractual ante la otra parte.
3. Ninguna de las partes del contrato debe ser obligada a celebrar el contrato bajo coacción.
Tradicionalmente, los contratos que violan una o más de estas cuatro condiciones se han consid-
erado nulos46 . A continuación examinaremos las bases de este tipo de condiciones.
los derechos morales. Decir que alguien tiene el derecho moral de hacer algo equivale a decir que
puede hacerlo sea que produzca o no beneficios utilitarios para otros. El utilitarismo no puede apoyar
fácilmente un concepto tan antiutilitarista.
Unos cimientos más satisfactorios para los derechos morales son los que establece la teoría ética
desarrollada por Immanuel Kant (1724-1804)47 . De hecho, Kant intenta demostrar que todos los seres
humanos poseen ciertos derechos y obligaciones morales independientemente de cualquier beneficio
utilitario que el ejercicio de tales derechos y obligaciones pudiera proporcionar a otros.
La teoría de Kant se basa en un principio moral que él llama imperativo categórico y que obliga
a tratar a todo el mundo como una persona libre igual a todos los demás. Es decir, todo el mundo
tiene el derecho moral de recibir semejante trato, y todo el mundo tiene el deber correlativo de tratar
a los demás de la misma manera. Kant sugiere al menos dos maneras de formular este principio
moral básico; cada formulación explica el significado de este derecho moral básico y de su obligación
correlativa.
Una acción es moralmente correcta para una persona en una situación dada si, y sólo
si, la razón que tiene la persona para efectuar la acción es una razón que ella querría que
cualquier otra persona tuviera para actuar en cualquier situación similar
Un ejemplo ayudará tal vez a aclarar el significado del principio de Kant. Supongamos que estoy
tratando de decidir si despediré o no a un empleado porque me desagrada la raza de ese empleado.
Según el principio de Kant, debo preguntarme si estaría dispuesto a que cualquier patrón despida a
cualquier empleado si no le agrada la raza de este último. En particular, debo preguntarme si aceptaría
de buen grado que mi patrón me despidiera porque no le agrada mi raza. Si no estoy dispuesto a
que todo el mundo actúe de esta manera, incluso hacia mí, entonces es moralmente incorrecto que
yo actúe de la misma manera hacia otros. Así pues, las razones que tiene una persona para actuar
deben ser “reversibles”: debemos estar dispuestos a que todos los demás usen esas razones, incluso
en contra nuestra. Existe, entonces, una similitud obvia entre el imperativo categórico y la llamada
“regla dorada”: “Trata a los demás como quieres que te traten a ti.”
Kant señala que a veces ni siquiera es posible concebir que todo el mundo actúe impulsado por
una razón dada, mucho menos estar dispuesto a que todo el mundo actúe impulsado por esa razón49 .
Por ejemplo, supongamos que estoy considerando violar un contrato porque me ha comprometido a
47 Se da una explicación sobresaliente de la teoría moral de Kant en Roger J. Sullivan, Immanuel Kant’s Moral Theory
(Nueva York: Cambridge University Press, 1989). Onora O’Neill planteó hace poco una interpretación refrescantemente
clara de Kant en una serie de ensayos recopilados en Onora O’Neill, Constructions of Reason: Explorations of Kant’s
Practical Philosophy (Cambridge: Cambridge University Press, 1989).
48 Immanuel Kant, Groundwork of the Metaphysics of Morals, H. J. Paton, trad. (Nueva York: Harper & Row, Publishers,
hacer algo que no quiero hacer. Entonces debo preguntarme si estoy dispuesto a aceptar que todo el
mundo viole cualquier contrato que no quiera cumplir. Sin embargo, es imposible siquiera concebir
que todo el mundo celebre contratos y luego los viole a placer, ya que si todo el mundo supiera que
cualquier contrato se puede violar impunemente, la gente dejaría de celebrar contratos (pues ¿para
qué servirían?) y los contratos dejarían de existir. Por consiguiente, dado que es imposible concebir
que todo el mundo celebre y viole contratos a placer, también es imposible que yo esté dispuesto a que
todo el mundo actúe de esa manera (¿cómo puedo querer algo que ni siquiera puedo concebir?). Por
tanto, sería incorrecto que yo violara un contrato simplemente porque no quiero respetarlo. Así pues,
las razones que una persona tiene para actuar también deben ser universalizables: debe ser posible, al
menos en principio, que todo el mundo actúe impulsado por esas razones.
La primera formulación del imperativo categórico, entonces, incorpora dos criterios para determi-
nar lo que es correcto e incorrecto desde el punto de vista moral: universalidad y reversibilidad.
UNIVERSALIDAD: Las razones que tiene la persona para actuar deben ser razones que todo el
mundo podría tener para actuar, al menos en principio.
REVERSIBILIDAD: Las razones que tiene la persona para actuar deben ser razones que ella estaría
dispuesta a que todos los demás usaran, incluso para decidir la forma en que la tratarán a ella.
Esta formulación del imperativo categórico de Kant es atractiva por varias razones, pero una muy
importante es que al parecer captura algunos aspectos fundamentales de nuestra perspectiva moral.
Por ejemplo, a menudo decimos a una persona que ha hecho algo malo o que está a punto de hacer
algo malo: ¿te gustaría que te lo hicieran a ti? o ¿te gustaría estar en su lugar?, invocando así algo
parecido a la reversibilidad. O bien, podríamos preguntar: ¿qué pasaría si todo el mundo lo hiciera?,
invocando así la universalidad.
A diferencia del principio del utilitarismo, el imperativo categórico de Kant se concentra en las
motivaciones internas de una persona y no en las consecuencias de sus acciones externas. Lo moral-
mente correcto y lo moralmente incorrecto, según la teoría kantiana, se distinguen no por lo que la
persona logra, sino por las razones que la persona tiene para hacer lo que pretende hacer. Kant argu-
menta que, si una persona realiza una acción simplemente porque coadyuvará a sus propios intereses
futuros o simplemente porque dicha acción le produce placer, esa acción “no tiene valor moral”. Las
acciones de una persona sólo tienen “valor moral” si también están motivadas por un sentido del “de-
ber” es decir, la creencia de que es la forma correcta de comportarse para todo el mundo. Así pues,
dice Kant, estar motivado por un sentido del “deber” significa estar motivado por razones que uno
quisiera que impulsaran los actos de todos los demás. Por tanto, mi acción tiene “valor moral” (es
decir, es moralmente correcta) sólo en la medida en que está motivada por razones que yo estaría
dispuesto a que impulsaran los actos de todas las demás personas. De ahí el imperativo categórico.
cosas para Kant: (1) respetar la libertad de cada persona tratándola únicamente como ha consentido
previamente en ser tratada y (2) desarrollar la capacidad de cada persona para escoger libremente por
sí misma las metas que tratará de alcanzar51 . Por otra parte, tratar a una persona sólo como un medio
implica usar esa persona como un mero instrumento para promover mis propios intereses, y en ello no
interviene respeto alguno por la capacidad de esa persona para escoger libremente, ni el desarrollo de
tal capacidad. La segunda versión del imperativo categórico de Kant se puede expresar en el siguiente
principio:
Una acción es moralmente correcta para una persona si, y sólo si, al realizar la acción,
la persona no usa a otros simplemente como medios para promover sus propios intereses,
sino que respeta y también desarrolla su capacidad de escoger libremente por sí mismos.
Esta versión del imperativo categórico implica que cada ser humano tiene una y la misma dignidad
que lo distingue de las cosas como herramientas y máquinas, y que es incompatible con ser manipu-
lado, engañado o explotado de alguna otra manera contra su voluntad a fin de satisfacer los intereses
propios de otro. Efectivamente, el principio dice que la gente no debe ser tratada como objeto incapaz
de tener libre albedrío. Según este principio, se puede pedir legítimamente a un empleado que realice
las desagradables (o incluso peligrosas) tareas que un trabajo dado implica si el empleado consintió
libremente en aceptar el trabajo, a sabiendas de que implicaría dichas tareas. Sin embargo, sería in-
correcto exponer a un empleado a riesgos para su salud sin que el empleado lo sepa. En general, los
engaños, la fuerza y la coacción no respetan la libertad de escoger que tienen las personas y son por
tanto inmorales (a menos, quizá, que antes la persona haya consentido libremente en que se use la
fuerza en su contra).
Kant argumenta que la celebración de contratos fraudulentos engañando a otros es incorrecta,
y que abstenerse. deliberadamente de proporcionar ayuda a otros cuando la necesitan también es
incorrecto. Al engañar a una persona para que celebre un contrato que de otro modo no decidiría
libremente celebrar, no estoy respetando la libertad de elección de esa persona, y sólo la estoy usando
para promover mis propios intereses. Y al abstenerme de prestar a otra persona la ayuda que necesita
y que fácilmente podría proporcionarle, estoy limitando lo que esa persona está en libertad de escoger.
Según Kant, la segunda formulación del imperativo categórico es en realidad equivalente a la
primera52 . La primera versión dice que lo que es moralmente correcto para mí debe ser moralmente
correcto para los demás: todo el mundo tiene el mismo valor. Si esto es verdad, entonces la libertad de
una persona nunca debe estar subordinada a la de otras y nunca se debe usar a esa persona simplemente
para promover los intereses de otros. Puesto que yo soy valioso, no puedo sacrificarme en aras del
simple interés propio. Esto, desde luego, es lo que exige la segunda versión del imperativo categórico.
Ambas formulaciones se reducen a lo mismo: las personas deben tratarse unas a otras como libres e
iguales al dedicarse a sus intereses.
pp. 193-194.
53 Vea, por ejemplo, A. K. Bierman, Life and Morals: An Introduction to Ethics (Nueva York: Harcourt Brace Jo-
vanovich, Inc., 1980), pp. 300-301; Charles Fried, Right and Wrong (Cambridge: Harvard University Press, 1978), p. 129;
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 90
identifican los intereses a los que los individuos deben estar en libertad de dedicarse en la forma en
que decidan autónomamente hacerlo (o a los que debemos ayudarles a dedicarse según decidan), y
que esa libre dedicación no debe estar subordinada a nuestros propios intereses. Eso es precisamente
lo que exigen ambas formulaciones del imperativo categórico de Kant al sostener que se debe respetar
a la gente como libre e igual al dedicarse a sus intereses. En síntesis, los derechos morales identifican
las principales áreas específicas en las que las personas deben tratarse como igualmente libres, y el
imperativo categórico de Kant implica que las personas deben tratarse precisamente de esa manera.
Sin embargo, el imperativo categórico no puede decimos por sí solo qué derechos morales específicos
tienen las personas. Para determinar qué derechos específicos poseen los seres humanos, Primero
necesitamos saber qué intereses tienen los seres humanos, y si hay razones de peso para conferir
a la libre dedicación a un interés, y no a otro, la condición protegida de derecho (obviamente, no
todos los intereses se pueden convertir en derecho, ya que puede haber conflictos entre intereses). Por
ejemplo, si queremos dejar establecido que los seres humanos tienen derecho a expresarse libremente,
necesitamos demostrar que la libertad para decir lo que uno quiera tiene importancia crucial para
los seres humanos y que es más importante que la libre dedicación a otros intereses opuestos que
las personas podrían tener (como un interés en reprimir las ideas que nos parecen desagradables,
ofensivas o perturbadoras). Si la libertad de expresión es crucial, las personas deben otorgarse unas
a otras la misma libertad de decir lo que les venga en gana: todo el mundo tiene el derecho moral
de expresarse libremente. Sin embargo, si la libertad de expresión choca con otro interés humano, y
puede demostrarse que ese interés tiene una importancia igual o mayor (como nuestro interés en no
ser calumniados o difamados) el derecho a la libre expresión deberá limitarse.
Aunque en capítulos posteriores presentaremos diversos argumentos para apoyar varios derechos
específicos, tal vez sea útil explicar aquí a grandes rasgos cómo se han defendido de forma convin-
cente algunos derechos con base en las dos formulaciones del imperativo categórico de Kant. Primero,
los seres humanos tienen un interés obvio en que se les ayude proporcionándoles el trabajo, sustento,
abrigo, vivienda y atención médica que necesitan para vivir cuando no pueden conseguir estas cosas
por sí solos. Supongamos que convenimos en que no estaríamos dispuestos a que se prive a todo el
mundo (en especial a nosotros) de tal ayuda si se necesita, y que esa ayuda es necesaria para que se
desarrolle e incluso sobreviva la capacidad de una persona para escoger libremente54 . En tal caso, no
se deberá privar de tal ayuda a ningún individuo. Es decir, los seres humanos tienen derechos positivos
al trabajo, sustento, abrigo, vivienda y atención médica que necesitan para vivir cuando no pueden
conseguir estas cosas por sí solos y siempre que esas cosas estén disponibles.
Segundo, los seres humanos también tienen un interés obvio en mantenerse libres de perjuicios o
fraudes y en tener libertad para pensar, asociarse, hablar y vivir en privado como gusten. Supongamos
que convenimos en que nadie debe sufrir la interferencia de los demás en estas áreas, y que cualquier
interferencia en dichas áreas es una falta de respeto a la libertad que una persona tiene para tomar
sus propias decisiones55 . En tal caso, se sigue que nadie debe sufrir la interferencia de otros en esas
Dworkin, Taking Rights Seriously, p. 198; Thomas E. Hill, Jr., “Servility and Self-Respect”, The Monist, 57, núm. 1 (enero
de 1973): 87-104; Feinberg, Social Philosophy, p. 93; Gregory Vlastos, “Justice and Equality”, p. 48 en Richard Brandt,
ed., Social Justice (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1964), pp. 31-72.
54 Un argumento similar basado en la primera formulación del imperativo categórico de Kant se presenta en Marcus
Singer, Generalization in Ethics (Nueva York: Alfred A. Knopf, Inc., 1961), pp. 267-74; uno basado en la segunda formu-
lación de Kant se presenta en Alan Donagan, The Theory of Morality (Chicago: The University of Chicago Press, 1977),
p. 85; vea también I. Kant, Metaphysical Elements of Justice (Nueva York: Bobbs-Merrill Co., Inc., 1965), pp. 91-99.
55 Vea Alan Gewirth, Reason and Morality(Chicago: The University of Chicago Press, 1978), quien presenta argumentos
en favor de estos derechos (p. 256) con base en un principio que, aunque difiere de la primera formulación de Kant en
varios aspectos importantes, no deja de ser muy similar: “Todo agente debe afirmar que tiene derechos a la libertad y al
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 91
áreas. Es decir, los seres humanos tienen estos derechos negativos: el derecho a no sufrir perjuicios ni
fraudes, el derecho a la libertad de pensamiento, a la libertad de asociación y a la libertad de expresión,
y el derecho a la intimidad.
Tercero, como ya vimos, los seres humanos tienen un interés obvio en preservar la institución de
los contratos. Supongamos que convenimos en que abandonaríamos finalmente la institución de los
contratos (lo cual no queremos hacer) si todo el mundo dejara de respetarlos o si todo el mundo tuviera
que respetar incluso los contratos que celebró bajo coacción o sin plena información; y supongamos
que convenimos en que mostramos respeto por la libertad de las personas acatando los contratos que
ellas celebran libremente con nosotros y cuidando de no coaccionarlas y de que estén plenamente
informadas acerca de esos contratos cuando los celebran con nosotros56 . En tal caso, todo el mundo
debe cumplir con sus contratos y todo el mundo debe estar plenamente informado y ser libre al cele-
brar contratos. Es decir, los seres humanos tienen un derecho contractual a lo que se les ha prometido
en un contrato y todos tienen también el derecho de ser libres y estar plenamente informados cuando
se celebran contratos.
Cada uno de los derechos que acabamos de describir apenas se bosquejó a muy grandes rasgos,
y todos requieren mucho más en cuestión de salvedades, ajustes con otros intereses (en conflicto) y
argumentos de apoyo cabales. Sin embargo, incluso esta lista tan rudimentaria nos da una idea de
cómo podríamos usar el imperativo categórico de Kant para establecer derechos positivos, derechos
negativos y derechos contractuales.
damenta la obligación de cumplir con las promesas que uno hace y de ser sincero al hacer promesas; vea en Donagan,
Theory of Morality, pp. 90-94, una exposición del mismo tema en términos de la segunda formulación.
57 Vea Jonathan Harrison, “Kant’s Examples of the First Formulation of the Categorical Imperative”, en Robert Paul
Wolff, ed., Kant, A Collection of Critical Essays (Garden City, NY Doubleday & Co., Inc., 1967), pp. 228-45; vea también
en la misma obra la réplica de J. Kemp y la contrarréplica de J. Harrison, quienes se concentran en el significado de “está
dispuesto a”.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 92
tales preguntas porque la teoría de Kant es demasiado vaga58 . Así pues, hay casos en que los requisitos
de la teoría de Kant no están claros.
En segundo lugar, algunos críticos aseguran que, aunque pudiéramos estar todos de acuerdo en
qué tipos de intereses tienen la categoría de derechos morales, existe un desacuerdo sustancial en
cuanto a los límites de cada uno de esos derechos y en cuanto a la forma como cada uno de esos
derechos se debe equilibrar frente a otros derechos en conflicto59 . Y la teoría de Kant no nos ayuda
a resolver tales desacuerdos. Por ejemplo, todos estamos de acuerdo en que cualquier persona debe
tener el derecho de asociarse con quien le venga en gana, así como el derecho de no ser lesionado
por otros. Sin embargo, ¿cómo deben equilibrarse estos derechos cuando una asociación de personas
dada comienza a lesionar a otras? Supongamos que la ruidosa música de un grupo de trombonistas
perturba a otros: o que una corporación (que es una asociación de personas) contamina el agua y el
aire de los que depende la salud de otros. El imperativo categórico de Kant no nos dice cómo deben
ajustarse mutuamente los derechos opuestos de estas personas: ¿cuál derecho debe limitarse en favor
del otro?
No obstante, un defensor de Kant puede refutar esta segunda crítica diciendo que el imperativo
categórico de Kant no pretende decimos cómo deben limitarse y ajustarse mutuamente los derechos
que están en conflicto. Para decidir si un derecho debe restringirse en favor de un segundo derecho
es preciso examinar la importancia relativa de los intereses que cada derecho protege. ¿Qué argu-
mentos pueden presentarse para demostrar, por ejemplo, que el interés de una corporación en obtener
ganancias financieras es más o menos importante que la salud de sus vecinos? La respuesta a esta
cuestión determinará si el derecho de una corporación a utilizar su propiedad para obtener ganancias
financieras se debe limitar en favor del derecho que sus vecinos tienen a que no se lesione su salud.
Lo único que el imperativo categórico de Kant pretende decimos es que todo el mundo debe tener
los mismos derechos morales y que toda persona debe mostrar tanto respeto por los intereses protegi-
dos de otros como ella quiere que otros muestren por los suyos; no nos dice qué intereses tienen las
personas, ni qué importancia relativa tienen esos intereses.
Un tercer tipo de críticas que se han hecho a la teoría de Kant es que existen contraejemplos
que muestran que a veces la teoría se equivoca. Casi todos los contraejemplos de la teoría de Kant
se centran en los criterios de universalidad y reversibilidad60 . Supongamos que un patrón puede ar-
reglárselas para discriminar en contra de los negros pagándoles salarios más bajos que a los blancos
por el mismo trabajo. Y supongamos que él es tan fanático en su hostilidad hacia los negros que
está dispuesto a aceptar la propuesta de que si su propia piel fuera negra los patrones deberían tam-
bién discriminarlo a él. Entonces, según la teoría de Kant, el patrón estaría actuando moralmente. Sin
embargo, según los críticos esto es incorrecto, ya que la discriminación obviamente es inmoral.
Desde luego, los defensores de un enfoque kantiano de la ética contestarían que son los críticos, no
Kant, quienes están equivocados. Si el patrón estuviera real y sinceramente dispuesto a universalizar
los principios en los que se basa su acción, entonces la acción sería, de hecho, moralmente correcta
para él61 . Para nosotros, que no estamos dispuestos a universalizar el mismo principio, la acción
sería inmoral. También podríamos descubrir que sería moralmente correcto para nosotros imponer
sanciones al patrón para obligarlo a que deje de discriminar. Sin embargo, en la medida en que el
58 Fred Feldman, Introductory Ethics, pp. 123-28; Robert Paul Wolff, The Autonomy of Reason (Nueva York: Harper
Torch Books, 1973), p. 175.
59 Por ejemplo, J. B. Mabbott, The State and the Citizen (Londres: Arrow, 1958), p. 57-58.
60 Feldman, Introductory Ethics, pp. 116-17.
61 Por ejemplo, Richard M. Hare, Freedom and Reason (Nueva York: Oxford University Press, 1965), quien usa la
primera formulación de Kant (p. 34), se defiende de esta manera contra el ejemplo del “fanático”.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 93
patrón está tratando de ser fiel a sus propios principios universales, está actuando de acuerdo con su
conciencia y, por ende, moralmente.
Podemos hacer hincapié en lo mismo de otra manera. Puesto que existen muchas clases de libertad
distintas, la libertad que un grupo de agentes tiene para dedicarse a algunos de sus intereses por lo
regular restringe la libertad que otros agentes tienen para dedicarse a intereses que están en conflicto
con los primeros. Por ejemplo, la libertad de las corporaciones para usar su propiedad de formas que
contaminen el ambiente, si lo desean, puede restringir la libertad de algunos individuos para respirar
aire limpio, siempre que así lo deseen. La libertad de los empleados para sindicalizarse si así lo desean
puede entrar en conflicto con la libertad de los empleadores para contratar a cuantos trabajadores no
sindicalizados deseen. Por tanto, permitir un tipo de libertad en un grupo implica restringir algún otro
tipo de libertad en algún otro grupo: una decisión a favor de la libertad de dedicarse a un interés
implica una decisión en contra de dedicarse a otro tipo de interés. Esto significa que no podemos
argumentar a favor de cierto tipo de libertad con sólo decir que las restricciones siempre son malas y
siempre deben ser sustituidas por libertad. Más bien, un argumento a favor de una libertad específica
debe demostrar que los intereses que se pueden satisfacer con ese tipo de libertad son de alguna
manera mejores o más dignos de satisfacerse que los intereses que podrían satisfacer otros tipos de
libertad opuestos. Ni Nozick ni otros libertarios ofrecen tales argumentos.
Es más, no es obvio que los principios kantianos puedan apoyar las perspectivas libertarias como
lo hacen los de Nozick. Kant sostiene, como hemos visto, que debe respetarse la dignidad de cada
persona y que debe desarrollarse la capacidad de cada persona para escoger libremente. Puesto que
tenemos estas obligaciones unos con otros, la coacción del gobierno es legítima siempre que es nece-
saria para asegurar que se respete la dignidad de los ciudadanos o para lograr el pleno desarrollo de
la capacidad de escoger de las personas. Esto, como dice Kant, implica que el gobierno puede limitar
de forma legítima el uso de la propiedad y la celebración de contratos, e imponer restricciones al
mercado e impuestos obligatorios cuando ello es necesario para cuidar el bienestar o el desarrollo de
las personas “que no pueden sostenerse a sí mismas”65 . No tenemos razones para pensar que sólo
existen derechos negativos. La gente también puede tener derechos positivos y la teoría de Kant los
apoya tanto como apoya los derechos negativos.
que quienes han padecido pulmón pardo reciban consideración federal . . . Si los traba-
jadores [de fábricas de tejidos de algodón de nuestro estado] han sido lesionados y no
han recibido una compensación adecuada, se deben tomar medidas para que la reciban.
Queremos ver que se les trate de forma justa, derecha y correcta, por lo que nos interesa
mucho escuchar los testimonios que se presentarán aquí hoy.
S RA . B EATRICE N ORTON:
Comencé a trabajar en la fábrica cuando tenía catorce años y tuve que dejarla en 1968
. . . Trabajé en el polvo año tras año, igual que mi madre. Cada vez me ponía más enferma
. . . De repente me quedé sin trabajo, sin dinero y enferma, demasiado enferma para volver
a trabajar en mi vida . . . Los legisladores del estado han demostrado en dos sesiones con-
secutivas que no van a hacer nada para ayudar a las víctimas del pulmón pardo, así que
ahora recurrimos a ustedes aquí en Washington para que nos ayuden. Hemos esperado
mucho tiempo, y muchos de nosotros han muerto durante la espera. No quiero morir por
una injusticia.
S RA . V INNIE E LLISON:
Mi esposo trabajó durante veintiún años en [la fábrica de] Spartanburg, y lo hizo en
las partes donde más polvo había, la sala de apertura, la sala de cardado, y limpiando
los ductos del aire acondicionado . . . A principios de los años sesenta él comenzó a tener
dificultades para desempeñar bien su trabajo, a causa de su respiración. Su capataz le dijo
que había sido un buen trabajador, pero que ya no servía de nada, y lo despidió . . . Él
no tenía pensión ni algún otro ingreso y tuvimos que recurrir a la asistencia social para
sobrevivir . . . Mi esposo trabajó larga y duramente y perdió la salud y muchos años de
remuneración a causa del polvo. No es justo que [la fábrica] se haya deshecho de él,
como si fuera un desperdicio humano cuando no pudo mantener su nivel de trabajo por
estar enfermo a causa del polvo. No estamos pidiendo limosna; queremos lo que se le
debe a mi marido por veinticinco años de trabajo duro.
Las disputas entre individuos en el campo de los negocios a menudo están salpicadas de refer-
encias a la “Justicia” o la “equidad”. Sucede así, por ejemplo, cuando una persona acusa a otra de
ser “injustamente” discriminada, o de mostrar un favoritismo “injusto” hacia alguien más, o de no
obtener una porción “Justa” de las cargas que implica alguna empresa cooperativa. Para resolver este
tipo de disputas es preciso comparar y sopesar las afirmaciones opuestas de cada una de las partes y
encontrar un equilibrio entre ellas. La justicia y la equidad son básicamente comparativas: se ocupan
del tratamiento comparativo que reciben los miembros de un grupo cuando se reparten los beneficios
y las cargas, cuando se administran leyes y reglas, cuando los miembros de un grupo cooperan o com-
piten entre sí, Y cuando la gente es castigada por faltas que han cometido o se les compensa por las
faltas de que han sido víctimas. Aunque los términos “Justicia” y “equidad” se utilizan de forma casi
indistinta, solemos reservar la palabra justicia para cuestiones que son especialmente graves, aunque
algunos autores han sostenido que el concepto de equidad es aún más fundamental67 .
67 John Rawls, “Justice as Fairness”, The Philosophical Review, 67 (1958); 164-94; R. M. Hare, “Justice and Equality”,
en Arthur y Shaw, eds., Justice and Economic Distribution, p. 119. Una excelente colección de lecturas sobre la naturaleza
de la justicia y la equidad es Robert C. Salomon Y Mark C. Murphy, What Is Justice? Classic and Contemporary Readings
(Nueva York: Oxford University Press, 1990).
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 96
Generalmente se acepta que las normas de justicia son más importantes que las consideraciones
de utilidad68 . Si una sociedad es injusta hacia algunos de sus miembros, normalmente reprobamos a
esa sociedad, aunque las injusticias logren más beneficios utilitarios para todo el mundo. Por ejem-
plo, si creemos que la esclavitud es injusta, reprobaremos a una sociedad que usa esclavos, aunque
la esclavitud haga a esa sociedad más productiva. Los mayores beneficios para algunos no pueden
justificar injusticias hacia otros. No obstante, parece ser que si las ganancias sociales son lo bastante
grandes, pensamos que es válido tolerar cierto nivel de injusticia69 . En los países con privaciones y
pobreza extremas, por ejemplo, parece aceptarse que podría sacrificarse cierto grado de igualdad a
cambio de obtener importantes ganancias económicas que aumentan el bienestar de todo el mundo.
Pese a ello, las normas de justicia no supeditan en general los derechos morales de los individuos.
En parte, la razón es que, hasta cierto punto, la justicia se basa en los derechos morales individuales.
Por ejemplo, el derecho a ser tratados como personas libres e iguales forma parte de lo que respalda
la idea de que los beneficios y las cargas se deben distribuir equitativamente70 . Sin embargo, más
importante aún es el hecho de que, como ya vimos, un derecho moral identifica los intereses que tiene
la gente y cuya dedicación a los cuales no puede subordinarse a los intereses de otros, a menos que
existan razones especiales y excepcionalmente poderosas. Esto implica que, en general, los derechos
morales de algunos individuos no pueden sacrificarse simplemente para lograr una distribución un
poco mejor de los beneficios que otros reciben. Sin embargo, la rectificación de injusticias extremas
podría justificar restringir los derechos de algunos individuos. Por ejemplo, los derechos de propiedad
podrían redistribuirse legítimamente en aras de la justicia. Analizaremos los sacrificios de este tipo
más a fondo una vez que tengamos una idea más clara del significado de la justicia.
Las cuestiones en las que intervienen los conceptos de justicia y equidad suelen dividirse en
tres categorías. La justicia distributiva, que es la primera categoría y la más básica, se ocupa de la
distribución equitativa de los beneficios y cargas de la sociedad. En las sesiones acerca del pulmón
pardo, por ejemplo, el senador Thurmond señalaba que si la ley federal ayudaba a los trabajadores
que padecían pulmón negro, era “Justo” que también ayudara a los trabajadores que padecían pulmón
pardo. La segunda categoría, justicia retributiva, se refiere a la justa imposición de castigos y multas a
quienes cometen faltas: un castigo “justo” es aquel que en cierto sentido merece la persona que comete
la falta. La justicia retributiva estaría en juego, por ejemplo, cuando nos preguntamos si es o no justo
aplicar sanciones a las fábricas de tejidos de algodón por causar la enfermedad de pulmón pardo a
algunos de sus trabajadores, La tercera categoría, justicia compensatoria, se ocupa de la forma justa
de compensar a las personas por lo que perdieron cuando otros los perjudicaron: una compensación
justa es aquella que en algún sentido es proporcional a la pérdida sufrida por la persona que está
siendo compensada (como perder los medios para sostenerse). Durante las sesiones sobre el pulmón
pardo, por ejemplo, tanto la señora Norton como la señora Ellison aseguraban que, por justicia, debían
recibir compensación de las fábricas de algodón debido a las lesiones infligidas por dichas fábricas.
En esta sección examinaremos individualmente cada uno de estos tres tipos de justicia. Iniciamos
la sección con una exposición de un principio básico de la justicia distributiva (los iguales se deben
tratar como iguales) y luego examinaremos vanas opiniones acerca de los criterios a usar para deter-
minar si dos personas son o no “iguales”. Luego haremos un breve análisis de la justicia retributiva y
terminaremos con una exposición de la justicia compensatoria.
68 Rawls, A Theory of Justice, pp. 3-4.
69 Vea, por ejemplo, Rawls, A Theory of Justice, p. 542; y Joel Feinberg, “Rawls and Intuitionism”, pp. 114-16 en
Norman Daniels, ed. Reading Rawls (Nueva York: Basic Books, Inc., Publishers, n.d.), pp. 108-24; y T. M. Scanlon,
“Rawls’ Theory of Justice”, pp. 185-91 en Ibíd., pp. 160-205.
70 Vea, por ejemplo, Vlastos, “Justice and Equality.”
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 97
Los individuos que son similares en todos los sentidos pertinentes al tipo de tratamien-
to en cuestión deberán recibir beneficios y cargas similares, incluso si difieren en otros
aspectos no pertinentes; y los individuos que son distintos en algún sentido pertinente
deben recibir un tratamiento distinto, en proporción a su falta de similitud.
Por ejemplo, si Susana y Guillermo están efectuando el mismo trabajo para mí, su patrón, y no
existen diferencias pertinentes entre ellos ni entre los trabajos que están realizando, es justo que les
pague el mismo salario. En cambio, si Susana está trabajando el doble de horas que Guillermo y
si la duración de la jornada es una base pertinente para determinar el salario según el tipo de labor
que están realizando, entonces, si quiero ser justo, deberé pagar a Susana el doble que a Guillermo.
O bien, volviendo a nuestro ejemplo anterior, si el gobierno federal está en lo correcto al ayudar
a los trabajadores que han padecido pulmón negro y no existen diferencias pertinentes entre esos
trabajadores y los que han contraído pulmón pardo, entonces, como dijo el senador Thurmond, “es
justo que quienes han padecido pulmón pardo [también] reciban consideración federal”.
Este principio fundamental de la justicia distributiva, empero, es meramente formal73 ; se basa en
la idea exclusivamente lógica de que debemos ser congruentes en la forma en que tratamos situaciones
similares. El principio no especifica los “aspectos pertinentes” que podrían ser una base legítima para
recibir un tratamiento similar o diferente. Por ejemplo, ¿es la raza una cuestión que debe tenerse en
cuenta cuando se trata de determinar quién debe recibir qué empleos? Casi todos diríamos que no,
pero entonces, ¿qué características son las que deben tenerse en cuenta al determinar qué beneficios y
cargas debe recibir la gente? A continuación examinaremos diferentes opiniones en cuanto a las clases
de características que podrían ser pertinentes al determinar quién debe recibir qué. Cada una de estas
opiniones ofrece un principio “material” de la justicia: es decir, un principio que confiere contenido
específico al principio fundamental de la justicia distributiva. Por ejemplo, un principio sencillo que
71 Rawls, A Theory of Justice, pp. 126-30.
72 William, K. Frankena, “The Concept of Social Justice”, en Brandt ed., Social Justice, pp. 1-29; C. Perelman, The
Idea of Justice and the Problem of Argument (Nueva York: Humani-ties Press, Inc., 1963), p. 16.
73 Feinberg, Social Philosophy, pp. 100-102; Perelman, Idea of Justice, p. 16.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 98
la gente a menudo usa para decidir quién debe recibir un bien limitado o escaso es el principio de
“atender primero al que llega primero”, que rige cuando hacemos fila para recibir algo, y también
en los sistemas de antigüedad que usan las empresas. El principio de “atender primero al que llega
primero” supone que llegar primero es una característica pertinente para determinar quién debe ser el
primero en ser atendido cuando no es posible atender a todo el mundo al mismo tiempo. Sin duda el
lector podrá pensar en muchos otros principios sencillos de este tipo que solemos usar, pero aquí nos
concentraremos en varios principios que con frecuencia se consideran más fundamentales que otros
como el de “atender primero al que llega primero”.
Todas las personas deben recibir porciones exactamente iguales de los beneficios y
cargas de una sociedad o de un grupo.
Los igualitaristas basan su punto de vista en la propuesta de que todos los seres humanos son
iguales en algún sentido fundamental y que, en virtud de tal igualdad, todas las personas tienen el
mismo derecho a los bienes de la sociedad75 . Esto, dice el igualitarista, implica que los bienes se
deben repartir entre las personas en porciones idénticas.
La igualdad se ha propuesto como principio de justicia no sólo para sociedades enteras, sino tam-
bién dentro de grupos u organizaciones más pequeños. Dentro de una familia, por ejemplo, es común
suponer que los hijos deben, a lo largo de su vida, recibir porciones iguales de los bienes que los
padres pueden proporcionarles. En algunas compañías y en algunos grupos de trabajo, sobre todo
cuando el grupo es muy solidario y está realizando labores que requieren cooperación, los traba-
jadores sienten que todos deben recibir la misma compensación por el trabajo que están realizando.
Resulta interesante que cuando los trabajadores de un grupo reciben la misma compensación, tienden
a cooperar más unos con otros y a sentirse más solidarios con los otros76 . Otra cosa interesante es que
los trabajadores de países -como Japón- que se caracterizan por una cultura más colectivista, prefieren
el principio de igualdad más que los trabajadores de países -como Estados Unidos- que se caracterizan
por una cultura más individualista77 .
Desde luego, muchos han visto la igualdad como un ideal social atractivo, y la desigualdad, como
un defecto. “Todos los hombres han sido creados iguales”, reza la Declaración de Independencia de
74 Christopher Ake, “Justice as Equality”, Philosophy and Public Affairs, 5, núm. 1 (otoño de 1975): 69-89.
75 Kai Nielsen, “Class and Justice” en Arthur and Shaw, eds., Justice and Economic Distribution, pp. 22545; vea también
Gregory Vlastos, Justice and Equality. Vlastos interpreta “igualdad” en un sentido muy diferente que como se interpreta
aquí.
76 Morton Deutsch, “Egalitarianism in the Laboratory and at Work”, en Melvin J. Lemer y Riel Vermunt, eds., Social
Justice In Human Relations, vol. I (Nueva York: Plenum Publishing Corporation, 1991); Morton Deutsch, “Equity, Equal-
ity, and Need: What Determines Which Value Will Be Used as the Basis of Distributive Justice?” Journal of Social Issues,
vol. 31 (1975), pp. 221-79.
77 Leung, K. y Bond, M. H., “How Chinese and Americans reward task-related contributions: A preliminary study”,
Psychologia, v. 25 (1982), pp. 32-39; Leung, K, y Bond, M. H., “The impact of cultural collectism on reward allocation”
Journal of Personality and Social Psychology, v. 47 (1984), pp. 793-804; Kwok Leung, e Iwawaki Saburo, “Cultural
Collectivism and Distributíve Behavior”, Journal of Cross-Cultural Psychology, v. 19, núm. 1 (marzo de 1988), pp. 35-
49.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 99
Estados Unidos, y el ideal de igualdad fue la fuerza impulsora de la emancipación de los esclavos,
la prohibición de la servidumbre por con trato, la eliminación de requisitos raciales, sexuales y de
propiedad para poder votar y desempeñarse en un puesto público, y la institución de la educación
pública gratuita. Los estadounidenses suelen enorgullecerse de la falta de una conciencia de status
declarada en sus relaciones sociales.
No obstante, a pesar de su popularidad, los puntos de vista igualitarios han recibido agudas críti-
cas. Una línea de ataque se ha centrado en la aseveración igualitarista de que todos los seres humanos
son iguales en algún sentido fundamental78 . Los críticos aseguran que no existe alguna cualidad que
todos los seres humanos posean en el mismo grado exactamente: las personas difieren en su capaci-
dad, inteligencia, virtudes, necesidades, deseos y en todas sus demás características físicas y mentales.
Si esto es verdad, entonces los seres humanos son desiguales en todos los sentidos.
Un segundo grupo de críticas alega que el igualitarista hace caso omiso de ciertas características
que deben tomarse en cuenta al distribuir los bienes tanto en la sociedad como en grupos más pe-
queños: necesidad, capacidad y esfuerzo79 . Si todo el mundo recibe exactamente las mismas cosas,
señalan los críticos, la persona perezosa recibirá tanto como la diligente, aunque la perezosa no merez-
ca tanto. Si todo el mundo recibe exactamente lo mismo, los enfermos recibirán sólo lo que reciban
las personas saludables, aunque el enfermo necesite más. Si a todo el mundo se le da exactamente
lo mismo, la persona impedida tendrá que hacer tanto como hagan las personas sin impedimentos,
aunque la primera esté menos posibilitada para hacerlo. Y si todos reciben exactamente lo mismo, los
individuos no tendrán incentivos para esforzarse más en su trabajo, y la productividad y eficiencia de
la sociedad disminuirán80 . Puesto que la fórmula igualitarista hace caso omiso de estas realidades, y
dado que es obvio que deben tomarse en cuenta, dicen los críticos, el igualitarismo debe ser erróneo.
Algunos igualitaristas han tratado de fortalecer su postura distinguiendo entre dos tipos de igual-
dad: igualdad política e igualdad económica81 . La igualdad política se refiere a una participación
equitativa en los medios de controlar y dirigir el sistema político y un tratamiento equitativo por parte
de ellos. Esto incluye la igualdad de derecho para participar en el proceso civil, igualdad de derechos
civiles e igualdad de derechos al debido proceso de ley. La igualdad económica, en cambio, se refiere
a la igualdad de ingresos y de riqueza y a la igualdad de oportunidad. Las críticas que se hacen a la
igualdad, según algunos igualitaristas, sólo corresponden a la igualdad económica y no a la política.
Aunque todo el mundo acepta que las diferencias de necesidad, capacidad y esfuerzo podrían justi-
ficar algunas desigualdades en la distribución del ingreso y la riqueza, todo el mundo acepta también
que los derechos y libertades políticas no deben distribuirse de forma desigual. Así pues, la postura
igualitaria podría estar en lo correcto respecto a la igualdad política, aunque no lo esté en lo tocante a
la igualdad económica.
Otros igualitaristas aseguran que hasta la igualdad económica puede defenderse si se le limita de
forma apropiada. Ellos han argumentado que todas las personas tienen derecho a un nivel de vida
mínimo y que los ingresos y la riqueza se deben distribuir equitativamente hasta que todo el mundo
78 Bemard Williams, “The Idea of Equality”, en Laslett y Runciman, eds., Philosophy and Society, 2a. serie (Londres:
Blackwell, 1962), pp. 110-31.
79 Feinberg, Social Philosophy, 109-11.
80 Sin embargo, las pruebas no parecen apoyar esta opinión. Vea Lane Kenworthy, In Search of National Economíc
Success (Thousand Oaks, CA: Sage Publications, 1995) quien muestra que las sociedades con un mayor grado de igualdad
aparentemente son más productivas que otras; vea en Morton Deutsch, “Egalitarianísm in the Laboratory and at Work”,
Ibíd., pruebas de que incluso en los grupos de trabajo pequeños la igualdad no parece reducir la productividad.
81 Vea Bowie, A New Theory of Distributive Justice, pp. 60-64.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 100
alcance ese nivel82 . El excedente económico que haya después de que todo el mundo haya alcanzado
el nivel de vida mínimo se podrá distribuir desigualmente según la necesidad, el esfuerzo, etc. Sin
embargo, un problema importante que debe enfrentar este tipo limitado de igualitarismo económico
es definir qué es un “nivel de vida mínimo”. Las diferentes sociedades y culturas tienen diversas
opiniones en cuanto a qué constituye lo mínimo necesario para vivir. Una economía relativamente
primitiva colocará ese mínimo en un punto más bajo que una relativamente próspera. No obstante, la
mayoría de nosotros está de acuerdo en que la justicia exige a las sociedades más prósperas satisfacer
por lo menos las necesidades básicas de sus miembros y no dejar que mueran de hambre, exposición
o enfermedades.
El principio de la contribución es tal vez el principio de equidad más utilizado para establecer
sueldos y salarios en las compañías estadounidenses. En los grupos de trabajo, sobre todo cuando
las relaciones entre los miembros del grupo son impersonales y el producto de cada trabajador es
independiente de las labores de los otros, los trabajadores suelen sentir que se les debe pagar en pro-
porción al trabajo que aportaron83 . Los vendedores viajeros, por ejemplo, o los trabajadores que op-
eran máquinas de coser individuales y confeccionan prendas individuales o realizan alguna otra tarea
por piezas, suelen sentir que se les debe pagar en proporción a la cantidad de bienes que han ven-
dido o elaborado individualmente. Resulta interesante que, cuando se paga a los trabajadores según
el principio de contribución, ello suele promover entre ellos un ambiente poco cooperativo e incluso
competitivo en el que los recursos y la información se comparten de mala gana y en el que surgen
diferencias de status84 . Los trabajadores de países que se caracterizan por una cultura más individ-
ualista -como Estados Unidos- prefieren el principio de la contribución más que los trabajadores de
países que se caracterizan por una cultura más colectivista, como Japón85 .
La principal pregunta que plantea el principio contributivo de la justicia distributiva es cómo debe
medirse el “valor de la aportación” de cada individuo.
Una tradición de muchos años sostiene que las aportaciones deben Medirse en términos del es-
fuerzo de trabajo. Cuanto más esfuerzo invierta la gente en su trabajo, mayor será la porción de los
82 Vea D. D. Raphael, “Equality and Equity”, Philosophy, 21 (1946): 118-32. Vea también, Bowie, A New Theory of
Distributive Justice, pp. 64-65.
83 Vea Manuel Velásquez, “Why Ethics Matters”, Business Ethics Quarterly, vol. 6, núm. 2, (abril de 1996), p. 211.
84 Ibíd.
85 Vea K. Leung, y M. R. Bond, Ibíd., y K. Leung, y S. Iwawaki, Ibíd.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 101
beneficios a la que tendrá derecho. Cuanto más duramente trabaje uno, más merecerá. Éste es el
supuesto en que se basa la “ética puritana” que sostenía que toda persona tenía el deber religioso de
esforzarse en su “vocación” (la actividad a la que Dios llama a cada individuo) y que Dios recompen-
sa de forma justa el trabajo diligente con riqueza y éxito, al tiempo que castiga justamente la pereza
con pobreza y fracaso86 . En Estados Unidos, esta ética puritana ha evolucionado hasta convertirse en
una “ética de trabajo” seglar, que asigna un valor muy alto al esfuerzo individual y que supone que, si
bien el trabajo intenso conduce al éxito, como debe hacerlo, la holgazanería es y debe ser castigada87 .
No obstante, el uso del esfuerzo como base para la distribución tiene muchos problemas88 . En
primer lugar, recompensar los esfuerzos de una persona sin fijarse en si esa persona produce o no
algo que valga la pena a través de sus esfuerzos es recompensar la incompetencia y la ineficiencia.
En segundo lugar, si recompensamos a la gente exclusivamente por sus esfuerzos sin tomar en cuenta
sus habilidades y su productividad relativa, las personas talentosas y las muy productivas no tendrán
mucho incentivo para aplicar su talento y productividad a la producción de bienes para la sociedad, y
el bienestar de la sociedad disminuirá.
Una segunda tradición importante ha sostenido que las aportaciones se deben medir en términos de
productividad: cuanto mayor sea la calidad del producto que una persona aporta, más deberá recibir.
(Aquí, “producto” debe interpretarse ampliamente de modo que incluya servicios prestados, capital
invertido, artículos fabricados y cualquier tipo de obras literarias, científicas o estéticas creadas.)89
Un problema importante de esta segunda propuesta es que no toma en cuenta las necesidades de las
personas. Las personas impedidas, enfermas, no capacitadas e inmaduras podrían ser incapaces de
producir algo que valga la pena; si a la gente se le recompensa con base en su productividad, no
se satisfarán las necesidades de estos grupos en desventaja. El problema principal de esta segunda
propuesta es que es difícil medir de forma objetiva el valor del producto de una persona, sobre todo
en campos como las ciencias, las artes, el entretenimiento, el deporte, la educación, la teología y la
atención médica. ¿Quién querría que se asignara un precio a sus productos con base en la estimación
subjetiva de otra persona?
Para resolver este último problema, algunos autores han sugerido una tercera versión, muy in-
fluyente, del principio de la contribución: se afirma que el valor del producto de una persona lo deben
determinar las fuerzas de oferta y demanda del mercado90 . El valor de un producto dependería en-
tonces no de su valor intrínseco sino de su relativa escasez y de qué tan deseable lo consideren los
compradores. En otras Palabras, el valor de la contribución de una persona es igual a lo que se pague
por esa contribución en un mercado abierto. Entonces, las personas “merecen” recibir de otras, a
cambio, algo de valor equivalente al valor de mercado de su producto. Lo malo es que este método de
medir el valor del producto de una persona sigue sin tomar en cuenta las necesidades de la gente. Es
más, para muchas personas los precios de mercado son un método injusto de estimar el valor del pro-
ducto de una persona, precisamente porque los mercados no toman en cuenta los valores intrínsecos
86 Vea Francis X. Sutton, Seymour E. Harris, Carl Kaysen, y James Tobin, The American Business Creed (Cambridge:
Harvard University Press, 1956), pp. 276-78; la fuente clásica es Max Weber, The Protestant Ethic and the Spirit of
Capitalism, Talcott Parsons, trad. (Londres: 1930); vea también Perry Miller, The New England Mind: From Colony to
Province (Cambridge: Harvard University Press, 1953), pp. 40-52.
87 Vea A. Whitner Griswold, “Three Puritans on Prosperity”, The New England Quarterly, 7 (septiembre de 1934): 475-
88; vea también Daniel T. Rodgers, The Work Ethic in Industrial America (Chicago: The University of Chicago Press,
1978).
88 John A. Ryan, Distributive Justice, 3a. ed. (Nueva York: The Macmillan Co., 1941), pp. 182-83; Nicholas Rescher,
Distributive Justice (Nueva York: The Bobbs-Merrill Co., Inc., 1966), pp. 77-78.
89 Rescher, Distributive Justice, pp. 78-79; Ryan, Distributive Justice, pp. 183-85.
90 Rescher, Distributive Justice, pp. 80-81; Ryan, Distributive Justice, pp. 186-87.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 102
de las cosas. Por ejemplo, los mercados recompensan más a la gente que entretiene que a los doctores.
También, los mercados a menudo recompensan a una persona que por pura casualidad ha recibido al-
go (una herencia, por ejemplo) que es escaso y que la gente quiere. Esto, para muchos, es el colmo de
la injusticia.
Las cargas de trabajo se deben distribuir según la capacidad de las personas, y los
beneficios se deben distribuir según las necesidades de las personas.
Este principio “socialista” se basa en primer lugar en la idea de que las personas desarrollan su po-
tencial humano ejercitando sus capacidades efectuando trabajo productivo92 . Puesto que el desarrollo
del pleno potencial propio es un valor, el trabajo se debe distribuir de tal manera que una persona pue-
da ser lo más productiva posible, y esto implica distribuir el trabajo según la capacidad. En segundo
lugar, los beneficios producidos a través del trabajo deben utilizarse para promover la felicidad y el
bienestar humanos, y esto implica distribuirlos de forma que se satisfagan las necesidades biológicas
y de salud básicas de las personas, y luego usar lo que sobre para satisfacer sus demás necesidades
no básicas. Tal vez lo más fundamental de la perspectiva socialista es la noción de que las sociedades
deben ser comunidades en las que los beneficios y las cargas se distribuyen según el modelo de una
familia. Así como los miembros capaces de una familia la mantienen de buena gana, y así como los
miembros necesitados aceptan de buena gana que la familia los mantenga, de la misma manera los
miembros capaces de una sociedad deben aportar sus capacidades a la sociedad asumiendo sus cargas,
mientras que a los necesitados se les permite compartir sus beneficios.
Como sugiere el ejemplo de la familia, el principio de la distribución según las necesidades y la
capacidad se usa dentro de grupos pequeños y también dentro de la sociedad más amplia. En el de-
porte, por ejemplo, los miembros de un equipo distribuyen la carga según la capacidad de cada atleta,
y por lo regular se apoyan Y ayudan mutuamente según la necesidad de cada uno. El principio de la
necesidad y la capacidad, empero, es el que menos reconocimiento recibe dentro del campo de los
negocios. Los gerentes a veces invocan ese principio cuando, dentro de un grupo de trabajo, asignan
las tareas más difíciles a los miembros que son más fuertes y capaces, pero a menudo retroceden si
esos trabajadores se quejan de que se les están asignando cargas mayores sin que aumente su com-
pensación. Los gerentes también invocan ocasionalmente ese principio cuando hacen concesiones
especiales en favor de trabajadores que aparentemente tienen necesidades especiales. (De hecho, ésta
91 Karl Marx, Critique of the Gotha Program (Londres: Lawrence and Wishart, Ltd., 1938), pp. 14 y 107; Louis Blanc,
L’Organization du Travail (Paris, 1850) citado en D. O. Wagner, Social Reformers (Nueva York: The Macmillan Co.,
1946), p. 218; VIadimir llich Lenin, “Marxism on the State”, pp. 76-77; respecto a si Marx tenía o no una teoría de
justicia distributiva, vea Ziyad I. Husami, “Marx on Distributive Justice”, en Marshall Cohen, Thomas Nagel, y Thomas
Scanlon, eds., Marx, Justice, and History (Princeton: Princeton University Press, 1980), pp. 42-79.
92 Marx, Critique of the Gotha Program; vea también John McMurtry, The Structure Of Marxs World View (Princeton:
fue una consideración clave cuando el Congreso de Estados Unidos aprobó la ley a favor de los es-
tadounidenses con discapacidades, la Americans with Disabilities Act.) Sin embargo, esto no es muy
frecuente y a menudo se critica a los gerentes por practicar favoritismo cuando lo hacen.
No obstante, el principio socialista es valioso: no cabe duda de que las necesidades y las capaci-
dades se deben tomar en cuenta al determinar cómo han de distribuirse los beneficios y las cargas
entre los miembros de una sociedad o un grupo. Por ejemplo, casi todo el mundo acepta que de-
beríamos hacer una mayor contribución en favor de los trabajadores de fábricas de tejidos de algodón
que padecen la enfermedad del Pulmón pardo que en favor de personas saludables que tienen todo
lo que necesitan. También, casi todo el mundo estaría de acuerdo en que se debe emplear a los in-
dividuos en ocupaciones para las cuales están capacitados, y ello implica igualar en la medida de lo
posible las capacidades de cada persona con las que su trabajo requiere. Los exámenes vocacionales
en la educación media y superior, por ejemplo, supuestamente ayudan a los estudiantes a encontrar
carreras que coinciden con sus capacidades.
Sin embargo, el principio socialista también ha tenido críticos. En primer lugar, los oponentes han
señalado que bajo el principio socialista no habría relación entre la magnitud del esfuerzo que un tra-
bajador realiza y la cantidad de remuneración que recibe (dado que la remuneración dependería de la
necesidad, no del esfuerzo). Por tanto, concluyen los oponentes, los trabajadores no tienen incentivo
para esforzarse, sabiendo que recibirán lo mismo, sea que se esfuercen o no. El resultado, se dice,
es un estancamiento de la economía y una baja en la productividad (afirmación que, sin embargo, no
parece corresponder a la realidad)93 . Debajo de esta crítica hay una objeción más Profunda, a saber,
que es poco realista pensar que toda una sociedad se pueda modelar según las relaciones familiares.
La naturaleza humana es básicamente egoísta y competitiva, aseguran los críticos del socialismo; y
por ello, fuera de la familia, no es posible motivar a la gente recurriendo a la disposición fraternal de
compartir y ayudar que es característica de las familias. Los socialistas generalmente han respondido
a esta objeción alegando que los seres humanos han sido condicionados para adquirir los vicios del
egoísmo y la competitividad por las instituciones sociales y económicas modernas que inculcan y
fomentan una conducta competitiva y egoísta, pero que la gente no tiene esos vicios de forma natural.
Por su naturaleza, los seres humanos nacen en familias en las que instintivamente valoran la actitud
de ayuda mutua. Si estas actitudes instintivas y “naturales” se siguieran fomentando en lugar de er-
radicarlas, las personas seguirían valorando la ayuda a otros, aun fuera de la familia y adquirirían las
virtudes de cooperar, ayudar y ser desprendidas. El debate acerca de los tipos de motivaciones a las
que está sujeta la naturaleza humana no se ha resuelto aún.
Una segunda objeción que presentan los oponentes del principio socialista es que, si se impusiera
a la fuerza dicho principio acabaría con la libertad individual94 . Según el principio socialista, la ocu-
pación a la que cada persona se dedicaría estaría determinada por sus capacidades y no por su libre
albedrío. Si una persona tiene capacidad para ser un profesor universitario pero prefiere dedicarse a
cavar zanjas, esa persona tendría que convertirse en profesor. Asimismo, bajo el principio socialista
los bienes que una persona recibe están determinados por las necesidades que tiene y no por su libre
albedrío. Si una persona necesita una hogaza de pan pero quiere una botella de cerveza, tendrá que
conformarse con la hogaza de pan. El sacrificio de libertad es aún mayor, aseguran los críticos, si se
considera que en una sociedad socialista alguna dependencia del gobierno tiene que decidir qué tareas
93 Bowie, A New Theory of Distributive Justice, pp. 92-93. Vea también Norman Daniels, “Meritocracy”, en Arthur
y Shaw, eds., Justice and Economic Distribution, pp. 167-78. Hay un examen interesante de datos internacionales que
sugieren que la igualdad no socava el incentivo para trabajar en Kenworthy, In Search of National Economic Success, pp.
48-49.
94 Bowie, Ibíd., pp. 96-98.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 104
coinciden con las capacidades de cada persona y qué bienes se deben asignar a las necesidades de ca-
da persona. Las decisiones de tal organismo central tendrán que imponerse entonces a otras personas
a expensas de su libertad para escoger por sí mismas. El principio socialista sustituye la libertad por
paternalismo.
De cada quien según lo que decide hacer a cada quien de acuerdo con lo que hace
para sí mismo(a) (tal vez con la ayuda contratada de otros) y lo que otros deciden hacer
por él o ella y deciden darle de lo que han recibido previamente (según esta máxima) y
no han gastado o transferido todavía.95
O, en términos sencillos, “de cada quien según decida, a cada quien según decidan”. Por ejemplo,
si yo decido escribir una novela o esculpir una estatua con un trozo de madera arrastrado por la
corriente, se me debe permitir quedarme con la novela o la estatua si decido conservarlas. O, si así lo
decido, se me debe permitir regalarla a otra persona o intercambiarla por otros objetos con quien yo
decida. En general, se debe permitir a la gente quedarse con todo lo que hace y todo lo que recibe en
libertad. Obviamente, esto implica que sería incorrecto gravar a una persona (es decir, tomar su dinero
en forma de impuestos) para proveer beneficios de asistencia social a otra persona que los necesita.
El principio de Nozick se basa en la afirmación (que ya analizamos) de que toda persona tiene
derecho a no sufrir coacción y que ese derecho tiene primacía sobre todos los demás derechos y
valores. La única distribución que es justa, según Nozick, es la que es resultado de decisiones indi-
viduales libres. Cualquier distribución que es resultado de un intento de imponer cierto patrón sobre
la sociedad (por ejemplo, imponiendo igualdad a todo el mundo o tomando de los que tienen para dar
a los que no tienen) sería injusta.
Ya señalamos algunos de los problemas asociados a la postura libertaria. La principal dificultad es
que el libertario consagra cierto valor -no sufrir la coacción de otros- y sacrifica en su altar todos los
demás derechos y valores sin dar razones convincentes por las que eso deba hacerse. Los oponentes de
la perspectiva libertaria argumentan que también es necesario proteger otras formas de libertad, como
la que se ejerce al liberarse de la ignorancia y liberarse del hambre. En muchos casos, estas otras
formas de libertad supeditan la libertad que consiste en no sufrir coacción. Por ejemplo, si un hombre
está muriendo de inanición, su derecho a liberarse de las restricciones impuestas por el hambre es más
importante que el derecho de un hombre satisfecho a liberarse de la restricción de que se le obligue
a compartir la comida que le sobra. A fin de asegurar estos derechos, más importantes, la sociedad
puede imponer cierto patrón de distribución, aunque esto implique que en algunos casos sea necesario
coaccionar a la gente para que respete dicha distribución. Por ejemplo, podría ser necesario gravar a
quienes tienen dinero en exceso para atender las necesidades de quienes se están muriendo de hambre.
95 Robert Nozick, Anarchy, State, and Utopia, p. 160.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 105
Una segunda crítica del libertarismo, relacionada con la anterior, dice que el principio libertario
de justicia distributiva da pie a un tratamiento injusto de quienes están en desventaja96 . Según el
principio libertario, la parte de los bienes que le toca a una persona depende únicamente de lo que
la persona puede producir por su propio esfuerzo y de lo que otros deciden darle por caridad (o
por algún otro motivo). Una persona podría verse imposibilitada de recurrir a cualquiera de estas
dos fuentes, o a ambas, sin que sea su culpa. Una persona podría estar enferma, incapacitada, sin
posibilidades de obtener las herramientas o las tierras necesarias para producir bienes, ser demasiado
vieja o demasiado joven para trabajar, o estar imposibilitada por alguna otra razón para producir
algo por su propio esfuerzo. Y otras personas (tal vez por codicia) podrían negarse a proporcionar a
esa persona lo que necesita. Según el principio libertario, la persona en cuestión no debería recibir
nada. Pero esto, dicen quienes critican el libertarismo, ciertamente es erróneo. Si las personas no son
capaces de cuidar de sí mismas, sin que sea su culpa, su supervivencia no debería depender de la
posibilidad externa de que otros les proporcionen lo que necesitan. La vida de todas las personas es
valiosa y por tanto hay que cuidar de todas las personas, aunque ello implique obligar a otros a que
distribuyan algo de su excedente a la persona necesitada.
1. toda persona tiene el mismo derecho a las libertades básicas más amplias que sean compatibles
con libertades similares para todos, y
a) redunden en el beneficio máximo de las personas que están en más desventaja, y además,
b) están ligadas a puestos y funciones abiertos a todo el mundo en condiciones de igualdad
de oportunidades.
Rawls nos dice que el principio 1 debe tener prioridad sobre el principio 2 si llegan a estar en
conflicto, y dentro del principio 2 la parte b debe tener prioridad sobre la parte a.
96 Rawls, A Theory of Justice, pp. 65-75.
97 Ibíd., pp. 577-87
98 Ibíd., pp. 298-303.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 106
El principio 1 se denomina principio de igual libertad. En esencia, este principio dice que las lib-
ertades de cada ciudadano se deben proteger contra la invasión de otros y deben ser iguales a las de los
demás. Dichas libertades básicas incluyen el derecho a votar, la libertad de expresión y de conciencia
y todos los demás derechos civiles, la libertad para retener propiedades personales y el derecho a no
ser arrestado arbitrariamente99 . Si el principio de igual libertad es correcto, implica que no es justo
que las instituciones de negocios invadan la intimidad de los empleados, que presionen a los gerentes
para que voten de cierta forma, que ejerzan una influencia excesiva sobre los procesos políticos medi-
ante sobornos, ni que violen de alguna otra manera los derechos políticos iguales de los miembros de
la sociedad. Además, según Rawls, puesto que nuestra libertad para celebrar contratos disminuiría si
tuviéramos temor a ser defraudados o a que no se respetaran los contratos, el principio de igual liber-
tad prohíbe también el uso de la fuerza, fraudes o engaños en las transacciones contractuales, Y exige
que los contratos justos se respeten100 . Si esto es verdad, entonces las transacciones contractuales con
los clientes (incluida la publicidad) para ser morales tienen que estar libres de fraude, y los empleados
tienen la obligación moral de prestar los servicios que por un contrato justo prometieron a su patrón.
La parte a del principio 2 es el “principio de diferencia”, el cual supone que en una sociedad pro-
ductiva habrá desigualdades, pero luego afirma que se deben tomar medidas para mejorar la situación
de los miembros más necesitados de la sociedad, como los enfermos y los incapacitados, a menos
que tales mejoras representen una carga tan pesada para la sociedad que hagan que todo el mundo,
incluidos los necesitados, queden en peor situación que antes101 . Rawls asegura que, cuanto más pro-
ductiva es una sociedad, más beneficios podrá suministrar a sus miembros en desventaja. Puesto que
el principio de diferencia nos obliga a maximizar los beneficios para los menos privilegiados, esto
implica que las instituciones de negocios deben ser lo más eficientes que sea posible en su uso de
los recursos. Si suponemos que un sistema de mercados como el nuestro es más eficiente cuando es
más competitivo, entonces el principio de diferencia implicará, en efecto, que los mercados deben ser
competitivos y que las prácticas anticompetitivas como la colusión para fijar precios y los monopolios
son injustas. Además, puesto que la contaminación y otros “efectos externos” dañinos para el entorno
consumen recursos de forma ineficiente, el principio de diferencia también implica que está mal que
las empresas contaminen.
La parte b del principio 2 es el “principio de igualdad de oportunidad”, y dice que todo el mundo
debe tener la misma oportunidad de calificar para los puestos más privilegiados en las instituciones
de la sociedad102 . Esto no sólo implica que las calificaciones para un puesto deben estar relacionadas
con los requisitos del puesto (lo cual prohíbe la discriminación racial y sexual), sino que cada persona
debe tener acceso a la capacitación y la educación necesaria para calificar para los puestos deseables.
Entonces, el esfuerzo, la capacidad y la contribución de una persona determinarían su remuneración.
Los principios que Rawls propone son muy amplios y reúnen las principales consideraciones en
que hacen hincapié los otros enfoques de la justicia que hemos examinado. Sin embargo, Rawls no
sólo nos proporciona un conjunto de principios de justicia, sino que también propone un método
general para evaluar en una forma justa la idoneidad de cualquier principio moral. El método que él
propone consiste en determinar qué principios escogería un grupo de personas racionales e interesadas
en su propio bienestar (es decir, egoístas) para regir sus vidas si supieran que vivirían en una sociedad
gobernada por esos principios pero no supieran todavía qué lugar ocuparía cada individuo en esa
99 Ibid., p. 61.
100 Ibíd., pp. 108-14 y 342-50.
101 Ibid., pp. 75-83 y 274-84.
102 Ibid., pp. 83-90.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 107
sociedad103 . Podríamos preguntar, por ejemplo, si semejante grupo de personas racionales y egoístas
optaría por vivir en una sociedad regida por un principio que discrimina contra los negros, si ninguno
de ellos sabe todavía si le tocaría o no ser negro en esa sociedad. La respuesta, desde luego, es que se
rechazaría tal principio racista y por tanto, según Rawls, el principio racista sería injusto. Así pues,
Rawls dice que un principio dado es un principio de justicia moralmente justificado si, y sólo si, dicho
principio sería aceptable para un grupo de personas racionales y egoístas que saben que vivirán en
una sociedad gobernada por los principios que acepten pero que no saben qué sexo, raza, capacidades,
religión, intereses, posición social, ingresos u otras características particulares va a poseer cada una
de ellas en esa sociedad futura.
Rawls llama a la situación de semejante grupo imaginario de personas racionales la “posición
original” y llama a su ignorancia de todo detalle específico acerca de sí mismas el “velo de igno-
rancia”104 . El propósito y el efecto de decretar que las partes de la posición original no saben qué
características específicas va a poseer cada una de ellas es asegurar que ninguna de ellas pueda prote-
ger sus propios intereses especiales. Dado que no conocen sus cualidades particulares, las partes de la
posición original se ven obligadas a ser justas e imparciales y a no mostrar favoritismo alguno hacia
un grupo en particular: deben cuidar el bienestar de todos.
Según Rawls, los principios que acepten las partes imaginarias de la posición original estarán ipso
facto moralmente justificadas105 . Y lo estarán porque la posición original incorpora las ideas morales
kantianas de reversibilidad (las partes escogen principios que aplicarán a sí mismos) de universalidad
(los principios deben aplicarse igualmente a todo el mundo) y de tratar a las personas como fines (la
opinión de cada parte tiene igual peso en la selección de los principios). Los principios se justifican
aún más, sostiene Rawls, porque son congruentes con nuestras intuiciones consideradas más profun-
das acerca de la justicia. Los principios que escogen las partes de la posición original coinciden con
la mayor parte de las convicciones morales que ya tenemos y, en los casos que no coinciden, según
Rawls, estaremos dispuestos a modificarlos para ajustarlos a los principios de Rawls una vez que
meditemos sus argumentos.
Rawls afirma, además, que las partes de la posición original escogerían en efecto sus principios de
justicia (los de Rawls), es decir, el principio de igual libertad, el principio de diferencia y el principio
de igualdad de oportunidad106 . El principio de igual libertad se escogería porque las partes van a
querer estar en libertad de dedicarse a sus principales intereses especiales, sean éstos los que fueren.
Puesto que en la posición original ninguna persona sabe qué intereses especiales va a tener, todo el
mundo va a querer asegurar un máximo de libertad para poder dedicarse a los intereses que adquiera
en el momento de incorporarse a la sociedad. Se escogerá el principio de diferencia porque todas
las partes van a querer protegerse contra la posibilidad de quedar en la peor posición dentro de la
sociedad. Al adoptar el principio de diferencia, las partes aseguran que incluso quienes ocupen la
posición más necesitada recibirán cuidados. Y se escogerá el principio de igualdad de oportunidad
(dice Rawls) porque todas las partes de la posición original van a querer proteger sus intereses si es
que les toca contarse entre los talentosos. El principio de igualdad de oportunidad asegura que todo
el mundo tendrá la misma oportunidad de progresar gracias a sus propias capacidades, esfuerzo y
aportaciones.
Si Rawls está en lo correcto al afirmar que los principios escogidos por las partes de la posición
103 Ibíd., pp. 17-22.
104 Ibíd., pp. 136-42.
105 Ibíd., pp. 46-53.
106 El meollo del argumento está en Ibíd., pp. 175-83, pero también pueden encontrarse partes en pp. 205-209; 325-32;
333-50; 541-48.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 108
original están moralmente justificados, y si tiene razón al argumentar que las partes de la posición
original escogerían sus principios, entonces se sigue que sí se justifica moralmente que sus princip-
ios sean nuestros propios principios de justicia. Esos principios constituirían entonces los principios
correctos de la justicia distributiva.
Sin embargo, los críticos han objetado diversas partes de la teoría de Rawls107 . Algunos han argu-
mentado que la posición original no es un método apropiado para escoger principios morales. Según
estos críticos, el simple hecho de que las hipotéticas partes de la posición original escojan un conjun-
to de principios no nos dice nada acerca de si dichos principios se justifican moralmente o no. Otros
críticos argumentan que las partes de la posición original no escogerían los principios de Rawls. Los
utilitaristas, por ejemplo, han alegado que las hipotéticas partes de la posición original escogerían el
utilitarismo y no los principios de Rawls. Otros críticos han asegurado que los principios de Rawls en
sí son equivocados, Según esos críticos, dichos principios se oponen a nuestras convicciones básicas
en tomo a la justicia.
A pesar de las múltiples objeciones que se han planteado en contra de la teoría de Rawls, sus de-
fensores siguen asegurando que las ventajas de la teoría compensan con creces sus defectos. Por prin-
cipio de cuentas, dicen ellos, la teoría preserva los valores básicos que se han incorporado en nuestras
creencias morales: libertad, igualdad de oportunidad y preocupación por quienes están en desventaja.
En segundo lugar, la teoría encaja fácilmente en las instituciones económicas básicas de las sociedades
occidentales: no rechaza el sistema de mercados, los incentivos para el trabajo ni las desigualdades
que son resultado de la división del trabajo. En vez de ello, al exigir que las desigualdades redunden
en beneficio de los menos privilegiados y al exigir la igualdad de oportunidad, la teoría muestra cómo
las desigualdades que se generan por la división del trabajo y los mercados libres pueden compen-
sarse y así hacerse justas. En tercer lugar, la teoría incorpora las tendencias tanto comunitarias como
individualistas que se trenzan en la cultura occidental. El principio de diferencia anima a los más
talentosos a usar sus habilidades de modo que redunden en beneficio de los conciudadanos menos
privilegiados, fomentando así una especie de preocupación comunitaria o “fraternal”108 . El principio
de igual libertad deja al individuo en libertad de dedicarse a los intereses especiales que pueda tener.
En cuarto lugar, la teoría de Rawls toma en cuenta los criterios de necesidad, capacidad, esfuerzo y
contribución. El principio de diferencia distribuye los beneficios según las necesidades, mientras que
el principio de igualdad de oportunidad distribuye efectivamente los beneficios y las cargas según la
capacidad y la aportación109 . En quinto lugar, dicen los defensores de Rawls, se tiene la justificación
moral que proporciona la posición original La posición original se define de modo que sus partes
escojan principios imparciales que tomen en cuenta los intereses iguales de todo el mundo, y esto,
aseguran ellos, es la esencia de la moralidad.
En el primer capítulo expusimos algunas condiciones importantes en las que no se debe considerar
a una persona moralmente responsable por lo que hizo: ignorancia e incapacidad. Estas condiciones
también son pertinentes para determinar la justicia de castigar o culpar a alguien por cometer una falta:
si la gente no sabe qué está haciendo o no escoge libremente hacerlo, no es justo castigarla o culparla
por ello. Por ejemplo, si los propietarios de las fábricas de tejidos de algodón que mencionamos
al principio de esta sección no sabían que las condiciones que prevalecen en sus fábricas causan la
enfermedad del pulmón pardo, sería injusto castigarlos cuando se averigua que sus fábricas causaron
la enfermedad.
Un segundo tipo de condición para los castigos justos es la certeza de que la persona a la que se
está castigando en realidad actuó mal. Muchas empresas, por ejemplo, emplean sistemas más o menos
complejos de “proceso ideal” cuyo propósito es verificar si la conducta de los empleados fue tal que
realmente merezca el despido o algún otro castigo110 . Castigar a un empleado con base en pruebas
débiles o incompletas se considera, correctamente, una injusticia.
Un tercer tipo de condición para un castigo justo es que debe ser congruente con la falta y pro-
porcional a ella. El castigo sólo es congruente cuando todo el mundo recibe el mismo castigo por
la misma infracción; el castigo es proporcional a la falta cuando no es mayor en magnitud que el
daño que el infractor produjo111 . Por ejemplo, es injusto que un gerente imponga castigos severos
por infracciones menores de las reglas, o que sea indulgente con sus favoritos pero severo con todos
los demás. Si el propósito de un castigo es desalentar que otros cometan la misma falta o evitar que
el infractor repita la falta, el castigo no debe ser mayor que lo que es en congruencia necesario para
lograr esos objetivos
36-45; la proporcionalidad del castigo se trata en John Kleinig, Punishment and Desert (The Hague: Martinus Nijoff,
1973), pp. 110-33; y C. W. K. Mundle, “Punishment and Desert”, Philosophical Quarterly, IV (1954): 216-28. .
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 110
Los moralistas tradicionales han argumentado que una persona tiene la obligación moral de com-
pensar a una parte lesionada sólo si se cumplen tres condiciones112 .
1. La acción que infligió la lesión fue incorrecta o negligente. Por ejemplo, si por manejar de
manera eficiente mi compañía puedo ofrecer precios más bajos que mi competidora y la llevo a
la quiebra, no tengo la obligación moral de compensarla porque tal competencia no es incorrecta
ni negligente; pero si robo a mi patrón, entonces le debo Una compensación, o si no conduzco
mi automóvil con el debido cuidado debo una compensación a aquellos a quienes yo lesione.
2. La acción de la persona fue la verdadera causa de la lesión. Por ejemplo, si un banquero presta
dinero a una persona y ésta usa ese dinero para estafar a otros, el banquero no tiene obligación
moral de compensar a las víctimas; pero si el banquero defrauda a un cliente, éste debe ser
compensado.
Las formas más controvertidas de compensación sin duda son los Programas de “tratamiento pref-
erencial” que intentan remediar injusticias del pasado contra grupos. por ejemplo, si un grupo racial
ha sufrido injustamente una discriminación durante un largo periodo en el pasado y a consecuencia
de ello sus miembros ocupan ahora las posiciones económicas y sociales más bajas de la sociedad, ¿la
justicia requiere que ]os miembros de ese grupo sean compensados recibiendo un tratamiento, espe-
cial en cuanto a procedimientos de contratación, capacitación y promoción? ¿O semejante tratamiento
especial sería en sí una violación de la justicia por violar el principio de tratamiento equitativo? ¿La
justicia hace que obligar a que se contrate cierto número de empleados de una minoría sea legíti-
mo aunque ello implique rechazar a miembros de la mayoría que están altamente calificados? Éstas
son preguntas complejas y rebuscadas que no podemos contestar todavía. Volveremos a ellas en un
capítulo posterior.
Herbert Jone, Moral Theology Urban Adelman, trad. (Westminster, MD: The Newman Press, 1961), pp. 225-47.
113 Este relato del incidente en Malden Mills se basa en artículos aparecidos en: Parade Magazine, 8 de septiembre de
1996; Boston Globe, 5 de diciembre de 1995, 13 de diciembre de 1995, 12 de enero de 1996, y 16 de enero de 1996;
Sun (Lowell, MA), 17 de diciembre de 1995 y 5 de noviembre de 1995; The New York Times, 24 de julio de 1994, 16 de
diciembre de 1995, 14 de julio de 1996, y Penelope Washbourn, “ ‘When All Is Moral Chaos, This Is the Time for You to
Be a Mensche’: Reflections on Malden Mills for the Teaching of Business Ethics”, artículo no publicado presentado en la
Reunión Anual de The Society for Business Ethics, 10 de agosto de 1996, Quebec City, Quebec.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 111
Malden Mills, una compañía fundada en 1906 y propiedad de una familia, era uno de los pocos
fabricantes de textiles que seguían operando en Nueva Inglaterra. Casi todos los demás fabricantes de
textiles se habían mudado al sur de Estados Unidos y luego a Asia en busca de mano de obra barata y
no sindicalizada. Sin embargo, el presidente y dueño mayoritario de la compañía, Aaron Feuerstein,
se había negado a abandonar a la comunidad y a sus trabajadores que, según dijo, eran “el más valioso
activo con que cuenta Malden Mills, . . . no son un gasto que pueda recortarse”. Después de salvarse
de la quiebra en 1982, Feuerstein había reorientado la compañía hacia el extremo de más alto precio
del mercado textil, donde el uso de tecnología de vanguardia y las mercancías de alta calidad son más
importantes que los costos bajos. Olvidándose de telas básicas con bajo margen como las sábanas
de poliéster lisas, la compañía se concentró en un nuevo material sintético llamado “Polartec” que
los trabajadores de la compañía habían descubierto por el método de ensayo y error a principios de
los años ochenta. El nuevo material era un vellón ligero y cálido que podía eliminar la transpiración
y que requería combinaciones precisas de hilos artificiales, levantar y rasurar el pelo, y tejer con
máquinas inventadas especialmente para ello (y patentadas) operadas a una temperatura, humedad y
velocidad exactas. Los trabajadores tenían que desarrollar habilidades especiales para lograr la trama
y la calidad correcta. Patagonia, L.L. Bean, Eddie Bauer, Land’s End, North Face, Ralph Lauren y
otros prestigiados detallistas de ropa confeccionada pronto se dieron cuenta de que Polartec era la tela
de más alta calidad y técnicamente más avanzada que podía conseguirse para ropa de alto desempeño
en exteriores, y adoptaron el material pese a su alto precio. Las ventas de Polartec aumentaron de 5
millones de dólares en 1982 a más de 200 millones de dólares en 1995. Con ganancias adicionales por
la venta de telas para tapicería de alta calidad, los ingresos de Malden Mills en 1995 habían ascendido
a 403 millones de dólares, y sus empleados, que ahora ascendían a casi 3200, eran los mejor pagados
del país. Feuerstein, que a menudo proporcionaba ayuda especial a los empleados con necesidades
especiales, mantenía una política de puertas abiertas con sus trabajadores.
Sin embargo, la mañana después del incendio de diciembre, con la fábrica en ruinas humeantes,
los diarios predijeron que el dueño Aaron Feuerstein optaría por la decisión inteligente: cobrar los
más de 100 millones de dólares que las aseguradoras le deberían, vender el resto de los activos y
cerrar la compañía, o bien reconstruirla en un país del Tercer Mundo donde la mano de obra era más
barata. En vez de ello, Feuerstein anunció que la compañía reconstruiría en Lawrence y, algo que dejó
estupefacta a la industria, prometió que todos sus empleados que se habían quedado sin trabajo a causa
del incendio seguirían recibiendo su salario completo, seguirían teniendo seguro médico completo y
tendrían un empleo garantizado cuando las operaciones se reiniciaran en unos cuantos meses. La
reconstrucción en Lawrence costaría más de 300 millones de dólares, mientras que seguir pagando a
los 1400 trabajadores inactivos sus sueldos completos durante un periodo de hasta tres meses Costaría
otros 20 millones de dólares. “Tengo una responsabilidad hacia los trabajadores, tanto obreros como
de oficina”, dijo posteriormente Feuerstein. “Tengo una responsabilidad igual hacia la comunidad.
Habría sido imperdonable dejar a 3000 personas sin trabajo y asestar un golpe mortal a las ciudades
de Lawrence y Methuen. Quizá en papel nuestra compañía [ahora] valga menos según Wall Street,
pero les aseguro que [en realidad] vale más.”
El incidente de Malden Mills sugiere una perspectiva de la ética que no capturan de forma ade-
cuada los puntos de vista morales que hemos examinado hasta ahora. Consideremos que desde un
punto de vista utilitarista Feuerstein no tenía obligación alguna de reconstruir la fábrica en Lawrence
ni de seguir pagando a sus trabajadores mientras no estaban trabajando. Además, reubicar las opera-
ciones de Malden Mills en un país del Tercer Mundo donde la mano de obra es más barata no sólo
habría beneficiado a la compañía, sino que también habría dado empleo a trabajadores del Tercer
Mundo que están más necesitados que los trabajadores estadounidenses. Así pues, desde una perspec-
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 112
tiva utilitarista imparcial, se habría producido más utilidad llevando empleos a trabajadores del Tercer
Mundo que gastando dinero para preservar los empleos de los actuales trabajadores de Malden Mills
en Lawrence, Massachusetts. Es verdad que los trabajadores de Malden Mills tenían lazos con Feuer-
stein y que al paso de los años se habían mantenido fieles a él y habían forjado una relación estrecha
con él. Sin embargo, desde un punto de vista imparcial, diría el utilitario, tales relaciones personales
no vienen al caso y deben dejarse a un lado en favor del proceder que maximice la utilidad.
Una perspectiva de derechos tampoco apoyaría la decisión de permanecer en Lawrence ni de
seguir pagando a los trabajadores sus salarios completos mientras la compañía reconstruía sus in-
stalaciones. Los trabajadores ciertamente no podían reclamar un derecho moral a recibir una paga
mientras no estaban trabajando, ni a que se les reconstruyera la fábrica. Así pues, la perspectiva im-
parcial de una teoría de derechos no sugiere que Feuerstein tuviera obligaciones especiales para con
sus empleados después del incendio.
Por último, tampoco podemos argumentar que la justicia exigía a Feuerstein reconstruir la fábrica
y seguir pagando a sus trabajadores mientras no estaban trabajando. Aunque los trabajadores eran
cruciales para el éxito de la compañía, la compañía ya los había recompensado pagándoles salarios
muy generosos durante muchos años, No es evidente que la justicia imparcial requiera que la com-
pañía mantenga a la gente mientras no está trabajando ni que le construya una fábrica. De hecho,
si hemos de ser imparciales, parece ser más justo reubicar la fábrica en un país del Tercer Mundo
donde la gente está más necesitada que mantener los empleos en Estados Unidos, donde la gente es
relativamente próspera.
Blum, Friendship, Altruism, and Morality (Londres: Routledge & Kegan Paul, 1980); John Kekes, “Morality and Impar-
tiality”, American Philosophical Quarterly, 18 (octubre de 1981).
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 113
específicas con las que tenemos estrechas y valiosas relaciones, sobre todo relaciones de dependen-
cia, es un concepto clave de una “ética del cuidado”, un enfoque que muchos estudiosos de ética
feministas han propuesto recientemente. Ya analizamos brevemente este enfoque ético en el primer
capítulo cuando mencionamos el nuevo enfoque del desarrollo moral ideado por la psicóloga Carol
Gilligan. Una moralidad del cuidado “descansa en entender las relaciones como una respuesta a otro
en sus propios términos”117 . Según esta perspectiva del “cuidado” en ética, la tarea moral no con-
siste en seguir principios morales universales e imparciales, sino en cuidar y responder al bien de
personas específicas concretas con las que se tiene una relación estrecha y valiosa118 . La compasión,
preocupación, amor, amistad y bondad son sentimientos o virtudes que normalmente manifiestan esta
dimensión de moralidad. Así pues, una ética del cuidado hace hincapié en dos exigencias morales.
1. Todos existimos dentro de una trama de relaciones y debemos preservar y nutrir esas relaciones
concretas y valiosas que tenemos con personas específicas.
2. Todos debemos tener un cuidado especial con aquellos con quienes estamos relacionados de
forma concreta, atendiendo a sus particulares necesidades, valores, deseos y bienestar concreto
vistos desde su propia perspectiva personal, y respondiendo positivamente a dichas necesidades,
valores, deseos y bienestar concreto, sobre todo de quienes son vulnerables y dependen de
nuestro cuidado.
Por ejemplo, la decisión de Feuerstein de seguir en la comunidad de Lawrence y cuidar de sus tra-
bajadores manteniendo sus salarios después del incendio fue una respuesta a la necesidad de preservar
las relaciones concretas que él había forjado Con sus empleados, y de atender de manera especial las
necesidades de los individuos específicos que dependían económicamente de él. Esta obligación de
cuidar a este grupo especifico de individuos es más importante que cualquier obligación moral de
cuidar a extraños de un país del Tercer Mundo.
Es importante no restringir la noción de una relación concreta a las relaciones entre dos individuos
o a las relaciones entre un individuo y un grupo específico. Los ejemplos de relaciones que hemos
dado hasta ahora han sido de ese tipo. Muchos partidarios de una ética del cuidado han señalado que
tal ética debe abarcar también los sistemas más amplios de relaciones que constituyen comunidades
concretas. Por tanto, podemos pensar que una ética del cuidado abarca los tipos de obligaciones que
defiende la llamada “ética comunitaria”. Una ética comunitaria considera que las comunidades conc-
retas y las relaciones comunales tienen un valor fundamental que debe preservarse y mantenerse119 .
Lo importante en una ética comunitaria no es el individuo aislado, sino la comunidad dentro de la cual
los individuos descubren quiénes son al verse como partes integrales de una comunidad más amplia
con sus tradiciones, cultura, prácticas e historia120 . Así pues, las relaciones concretas que constituyen
una comunidad específica deben preservarse y nutrirse tanto como las relaciones interpersonales que
surgen entre los individuos.
117 N. Lyons (1983); “Two Perspectives: On Self, Relationships and Morality.” Harvard Educational Review, 53(2)
(1983), p. 136.
118 Lawrence A. Blum, Moral Perception and Particularity (Cambridge University Press, 1994), p. 12; Robin S. Dillon,
“Care and Respect”, en Eve Browning Cole y Susan Coultrap-McQuin, eds., Explorations in Feminist Ethics: Theory
and Practice (Bloomington e Indianápolis, Indiana University Press, 1992), pp. 69-81; vea también Mary C. Rugust,
“Feminist Ethics and Workplace Values” in Eve Browning Cole y Susan Coultrap-McQuin, ed., Explorations in Feminist
Ethics: Theory and Practice (Bloomington e Indianápolis, Indiana University Press, 1992), p. 127.
119 Vea los ensayos recopilados en ShIomo Avineri y Avner de-Shalit (eds.), Individualism and Communitarianism (Ox-
¿Qué tipo de argumento podemos presentar en pro de una ética del cuidado? Una ética así se
puede basar en la afirmación de que la identidad del yo -quién soy- se basa en las relaciones que
tiene con otros yo: el individuo no puede existir, no puede siquiera ser quien es, si se le separa de las
relaciones de cuidado que tiene con otros121 . Yo necesito a otros que me alimenten y cuiden de mí
después de nacer; necesito a otros que me eduquen y cuiden de mí mientras crezco; necesito a otros
como amigos y personas que me amen que cuiden de mí cuando madure; y siempre debo vivir en
una comunidad de cuyo idioma, tradiciones, cultura y otros beneficios dependo y que me definen. Es
dentro de estas relaciones concretas con otros que formo mi idea de quién y qué soy. Por tanto, en la
medida en que el yo tiene valor, en esa misma medida las relaciones que son necesarias para que el
yo exista y sea lo que es también deben tener valor y por ello deben mantenerse y nutrirse. En última
instancia, entonces, el valor del yo se deriva del valor de la comunidad.
También es importante en este contexto distinguir tres formas diferentes de “cuidado”: sentir
interés o solicitud por algo, cuidar de alguien y tenerle afecto o aprecio a alguien122 . El tipo de
cuidado que exige una ética del cuidado es el que se expresa con la frase “tenerle afecto o aprecio a
alguien”. Los éticos han sugerido que el ejemplo paradigma de “tenerle afecto a alguien” es el tipo de
cuidado que una madre tiene hacia su hijo123 . Ese cuidado se enfoca hacia las personas y su bienestar,
no hacia las cosas; no busca crear una dependencia, sino que nutre el desarrollo de la persona para que
pueda tomar sus propias decisiones y vivir su propia vida; y no está separado, sino “inmerso” en la
persona, tratando de ver el mundo a través de los ojos y los valores de esa persona. Por otra parte, decir
que uno siente interés o que “le importa” algo es expresar el tipo de preocupación e interés que uno
puede tener por las cosas o las ideas, donde no existe una segunda persona en cuya realidad subjetiva
uno quede inmerso. Tal interés en los objetos no es el tipo de preocupación que exige una ética del
cuidado. Uno también puede ocuparse de cuidar de las personas atendiendo sus necesidades pero
manteniendo su objetividad y su distancia como sucede a menudo, por ejemplo, en las instituciones
de servicio burocráticas, como la oficina de correos o una oficina de bienestar social. Cuidar de las
personas de esta manera, aunque muchas veces es necesario, tampoco es el tipo de cuidado que exige
una ética del cuidado124 .
Vale la pena señalar otros dos aspectos importantes. En primer lugar, no todas las relaciones tienen
valor, así que no todas generan las obligaciones del cuidado. Las relaciones en las que una persona
intenta dominar, oprimir o perjudicar a otro; las relaciones que se caracterizan por el odio, la violencia,
la falta de respeto y la brutalidad; y las relaciones que se caracterizan por la injusticia, explotación
y el daño a otros carecen del valor que una ética del cuidado requiere. Una ética del cuidado no nos
fuerza a mantener y nutrir tales relaciones. Por otra parte, las relaciones que exhiben las virtudes de
compasión, preocupación, amor, amistad y lealtad sí tienen el tipo de valor que una ética del cuidado
requiere, y dicha ética implica que tales relaciones se deben mantener y nutrir.
En segundo lugar, es importante reconocer que las exigencias del cuidado a veces entran en con-
flicto con las exigencias de la justicia. Consideremos dos ejemplos. Supongamos, primero, que una de
las empleadas a las que una gerente supervisa es amiga de ella. Y supongamos que un día la gerente
comprueba que su amiga está robando a la compañía. ¿Debe ella delatar a su amiga como exige la
121 Vea Sandel, Liberalism, p. 179; MacIntyre, After Virtue (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press), pp.
204-205.
122 Nell Noddings, Caring, (Berkeley: University of California Press, 1984) distingue entre sentir interés o afecto por e
importarle a uno en pp. 21-2; ella se refiere a lo que aquí se describe como “cuidar de” como cuidado “institucional” en
pp. 25-26.
123 Vea Sara Ruddick,Maternal Thinking (Nueva York: Ballantine Books, 1989).
124 En inglés, todos estos conceptos se expresan con variaciones del verbo “to care”: care for, care about y care after. (N.
del T.)
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 115
política de la compañía o debe callar para proteger a su amiga? O bien supongamos que una gerente
supervisa a varias personas y que una de ellas es amiga íntima suya. Supongamos que la gerente debe
recomendar a uno de sus subordinados para que se le promueva a un puesto muy codiciado. ¿Debe
ella recomendar a su amiga simplemente porque es su amiga, o debe ser imparcial y seguir la política
de la compañía de recomendar al subordinado mejor calificado aunque ello implique pasar por alto a
su amiga? Es evidente que en ambos casos la justicia exige que la gerente no favorezca a su amiga.
Las exigencias de una ética del cuidado, en cambio, al parecer requieren que la gerente favorezca a
su amiga por razón de su amistad. ¿Cómo deben resolverse conflictos de este tipo?
Cabe señalar, por principio de cuentas, que no existe alguna regla fija que pueda resolver todos
los conflictos de esta índole. Podemos imagina, situaciones en las que las obligaciones que tiene la
gerente de ser justa para con su compañía anularían claramente las obligaciones que tiene hacia su
amiga. (Imaginemos que la amiga robó varios millones de dólares y estaba preparada para robar varios
millones más.) También podemos imaginar situaciones en las que las obligaciones de la gerente hacia
su amiga cancelan sus obligaciones hacia la compañía. (Imaginemos, por ejemplo, que lo que su
amiga hurtó es insignificante y que ella necesitaba desesperadamente lo que tomó, y que la compañía
reaccionaría imponiéndole un castigo excesivamente severo.)
Sin embargo, aunque ninguna regla fija Puede resolver todos los conflictos entre las exigencias
del cuidado y lo que requiere la justicia, hay ciertas pautas que pueden ayudar a resolver estos con-
flictos. Consideremos que, cuando la gerente fue contratada, ella convino voluntariamente en aceptar
el puesto de gerente junto con los deberes y privilegios que definirían su papel de gerente. Entre los
deberes que ella se comprometió a desempeñar está el de proteger los recursos de la compañía y
respetar la política de la misma. Por tanto, la gerente traiciona sus relaciones con las personas a las
que hizo dichas promesas si ahora muestra hacia su amiga un favoritismo que viola las políticas de
la compañía que ella aceptó voluntariamente hacer cumplir. Así pues, las obligaciones institucionales
que aceptamos voluntariamente y con las que nos comprometemos voluntariamente pueden exigir
que seamos imparciales hacia nuestros amigos y que demos preferencia a las exigencias de la justicia
imparcial que a las de una ética del cuidado. ¿Y qué hay con las situaciones en las que existe un
conflicto entre nuestras obligaciones institucionales y las exigencias de una relación, y la relación
es tan importante para nosotros que sentimos que debemos dar preferencia a la relación por enci-
ma de nuestras obligaciones institucionales? En tal caso, parecería que la moral nos exige renunciar
a la función institucional que hemos aceptado voluntariamente. Así pues, la gerente que siente que
debe favorecer a su amiga y que no puede ser imparcial como convino voluntariamente ser cuando
aceptó el puesto, debe renunciar a ese puesto. De lo contrario, la gerente estará viviendo una mentira:
al conservar su puesto y favorecer a su amiga, por un lado implicaría que está cumpliendo con su
compromiso voluntario de ser imparcial cuando en realidad no está siendo imparcial hacia su amiga.
Ya habíamos señalado que fueron estudiosos de ética feministas quienes desarrollaron primordial-
mente el enfoque ético del cuidado. De hecho, el enfoque de cuidado tuvo su origen en la afirmación
de la psicóloga Carol Gilligan de que las mujeres y los hombres abordan las cuestiones morales desde
dos perspectivas distintas: mientras que los hombres lo hacen adoptando un enfoque individualista
de derechos y justicia, las mujeres lo hacen adoptando un enfoque no individualista de relaciones y
cuidado. Sin embargo, investigaciones empíricas han demostrado que tal afirmación es, en general,
errónea, aunque existen ciertas diferencias evidentes en la forma en que los hombres y las mujeres
responden a dilemas morales125 . Casi todos los estudiosos de la ética han abandonado la opinión de
125 Lawrence Walker, “Sex Differences in the Development of Moral Reasoning: A Critica] Review”, y Catherine G.
Greeno y Eleanor E. Maccoby, “How Different is the ‘Different Voice’?” ambas en Mary Jeanne Larrabee, ed., An Ethic
of Care: Feminist and Interdisciplinary Perspectives (Nueva York: Routledge, 1993); se presentan algunas pruebas de
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 116
que una ética del cuidado es exclusivamente para las mujeres, afirmando, en cambio, que así como las
mujeres deben reconocer las exigencias de la justicia y la imparcialidad, los hombres también deben
reconocer las exigencias del cuidado y la parcialidad126 . El cuidado no es tarea de las mujeres, sino
un imperativo moral tanto para hombres como para mujeres.
Motivation (Toronto: The Ontario Institute for Studies in Education Press, 1988).
127 Vea Alan Gewirth, “Ethical Universalism and Particularism”, Journal of Philosophy, 85 Gunio de 1988); John Cot-
tingham, “Partiality, Favoritism, and Morality”, Philosophical Quarterly 36, núm. 144 (1986).
128 Este equilibrio del cuidado de uno mismo y el cuidado de otros es un tema central de Carol Gilligan, In a Different
Voice: Psychological Theory and Womens Development (Cambridge: Harvard University Press, 1982).
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 117
Las normas de justicia consideran cuestiones distributivas pero hacen caso omiso del bienestar so-
cial colectivo y del individuo como tal. Aunque las normas del cuidado consideran la parcialidad
que debemos mostrar a nuestros allegados, hacen caso omiso de las exigencias de la imparcialidad.
Estas cuatro clases de consideraciones aparentemente no pueden reducirse unas a otras, pero pare-
cen ser todas partes necesarias de nuestra moralidad. Es decir, existen algunos problemas morales en
los que las consideraciones utilitarias son decisivas, mientras que en otros problemas las considera-
ciones decisivas son los derechos de los individuos o la justicia de las distribuciones en cuestión, y
en otros, el aspecto más importante es cómo debemos cuidar a nuestros allegados. Esto sugiere que
el razonamiento moral debe incorporar las cuatro clases de consideraciones morales, aunque en una
situación específica resulte que sólo una u otra es pertinente o decisiva. Una estrategia sencilla para
asegurar que nuestro razonamiento moral incorpore las cuatro clases de consideraciones es examinar
sistemáticamente la utilidad, los derechos, la justicia y el cuidado que intervienen en un juicio moral
dado, como en la figura 1. Por ejemplo, podríamos hacer una serie de preguntas acerca de una ac-
ción que estamos considerando: (1) ¿La acción, en la medida de lo posible, maximiza los beneficios
sociales y minimiza los perjuicios sociales? (2) ¿La acción es congruente con los derechos morales
de aquellos a quienes afectará? (3) ¿La acción redundará en una distribución justa de beneficios y
cargas? (4) ¿La acción muestra un interés apropiado por el bienestar de quienes están estrechamente
relacionados con nosotros o dependen de nosotros?
Sin embargo, reunir diferentes normas morales de esta manera requiere tener presente las rela-
ciones entre ellas. Como hemos visto, los derechos morales identifican áreas en las que otras personas
en general no pueden interferir, aunque puedan demostrar que obtendrían mayores beneficios con
tal interferencia. Por tanto, en términos generales, las normas relacionadas con los derechos morales
tienen mayor peso que las normas utilitarias o las normas de justicia. De forma similar, a las normas
de justicia por lo regular se les concede mayor peso que a las consideraciones utilitarias. Al parecer,
se da más peso a las normas del cuidado que a los principios de imparcialidad en situaciones en las
que intervienen relaciones estrechas (como familiares o amigos) y recursos de propiedad privada.
Sin embargo, estas relaciones sólo se cumplen en general. Si una acción (o política o institución)
dada promete generar beneficios sociales suficientemente grandes o evitar un daño social suficiente-
mente grande, la magnitud de estas consecuencias utilitaristas podría justificar una violación limitada
de los derechos de algunos individuos. Los costos y beneficios sociales también podrían ser lo bas-
tante grandes como para justificar ciertas desviaciones respecto a las normas de justicia. La corrección
de grandes injusticias ampliamente diseminadas podría ser lo bastante importante como para justificar
violaciones limitadas de algunos derechos individuales. Cuando está en juego una gran injusticia o
una grave violación de los derechos, o incluso un costo social importante, las exigencias del cuidado
podrían tener que ceder ante las de la imparcialidad.
Figura 1
Todavía no contamos con una teoría moral general capaz de determinar con precisión cuándo las
consideraciones utilitarias se vuelven “lo bastante grandes” como para justificar violaciones limitadas
de un derecho, una norma de justicia o una exigencia del cuidado que están en conflicto con dicha
utilidad. Tampoco podemos ofrecer una regla general que nos diga cuándo las consideraciones de jus-
ticia se vuelven “lo bastante importantes” como para justificar violaciones de derechos opuestos o de
las exigencias del cuidado. Los filósofos morales no han podido ponerse de acuerdo en un conjunto
de reglas absolutas para emitir tales juicios. No obstante, existen varios criterios aproximados que
nos pueden guiar en estas cuestiones. Supongamos, por ejemplo, que sólo violando el derecho que
mis empleados tienen a su intimidad (con cámaras ocultas e intervenciones legales de los teléfonos
de la empresa) podré poner un alto al constante robo de varios fármacos, necesarios para salvar la
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 119
Normas Morales:
Figura 2.1:
vida, que algunos de ellos obviamente están sustrayendo. ¿Cómo puedo determinar si en este caso los
beneficios utilitarios son “lo bastante grandes” como para justificar una infracción de su derecho? En
primer lugar, podría preguntarme si los tipos de valores utilitarios en cuestión son a todas luces más
importantes que los tipos de valores que el derecho protege (o que la norma de justicia distribuye).
En el presente caso, los beneficios utilitarios incluyen la salvación de vidas humanas, mientras que el
derecho a la intimidad protege (digamos) los valores de no tener que sufrir vergüenza o chantajes y
de la libertad para vivir la vida como se quiera. Considerando esto, yo podría decidir que aquí la vida
humana es obviamente el tipo de valor más importante, pues sin vida la libertad no tiene mucho valor.
Después, podría preguntar si el tipo más importante de valor también afecta a un número considerable
mente mayor de personas. Por ejemplo, dado que los fármacos recuperados van (suponemos) a salvar
varios cientos de vidas, mientras que la invasión de la intimidad sólo afectará a una docena de individ-
uos, los valores utilitarios sí afectan a muchas más personas. En tercer lugar, puedo preguntar si las
lesiones reales sufridas por las personas cuyos derechos son violados (o contra las que se comete una
injusticia) son menores o no. Por ejemplo, supongamos que yo puedo garantizar que mis empleados
no sufrirán vergüenza, chantaje o restricción de su libertad como resultado de que yo descubra infor-
mación acerca de su vida privada (yo tengo la intención de destruir toda esa información). En cuarto
lugar, puedo preguntar si la posible destrucción de relaciones de confianza que la vigilancia pone en
riesgo es más o menos importante que el hurto de recursos vitales. Supongamos, por ejemplo, que
el posible daño que la vigilancia infligirá sobre las relaciones con los empleados no es muy grande.
Entonces, parece ser que mi invasión de la intimidad de los empleados se justifica.
Así pues, existen criterios aproximados que pueden guiar nuestro razonamiento cuando parece
que en una situación dada las consideraciones utilitarias podrían ser lo bastante importantes como
para supeditar derechos, normas de justicia y exigencias del cuidado que están en conflicto; y pode-
mos usar criterios similares para determinar si en una situación dada las consideraciones de justicia
deben supeditar los derechos de un individuo, o cuándo las exigencias del cuidado son más o menos
importantes que las exigencias de la justicia. Sin embargo, esos criterios no dejan de ser aproximados
e intuitivos; están en los bordes de la luz que la ética puede arrojar sobre el razonamiento moral.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 120
tar, ser duro y agresivo, y hablar de forma mesurada y melosa, ser encantador y cortés”.
Boesky también era perverso en su búsqueda de información. “Cuando alguien tenía in-
formación que le daba ventaja en algún negocio, se volvía loco.” . . . En lo tocante al dinero
y a los negocios, era implacable y perseguía su meta sin pensar en nada más. . . . Aunque
su primer amor era el dinero, ansiaba el respeto y el status que generalmente se niega a
los nuevos ricos.132
El relato de la caída de Ivan Boesky es el de un hombre arruinado por la codicia. Lo que sobresale
en este asunto son las descripciones de su carácter moral, la personalidad de un hombre impulsado por
un “amor” obsesivo hacia el dinero. A Boesky se le describe como “codicioso”, “enfermo”, “perverso”
e “implacable”. Dado que lo que él decía de sí mismo no coincidía con los tratos que llevaba a cabo en
secreto, algunos dijeron que “carecía de integridad”, otros, que era “hipócrita” y “mentiroso”. Todas
estas descripciones son juicios acerca del carácter moral del hombre, no juicios acerca de la moralidad
de sus acciones. De hecho, aunque es evidente que sacar provecho de información privilegiada es
ilegal, el hecho de que la práctica sea legal en muchos países y que muchos economistas la apoyen
sugiere que no es inherentemente inmoral.
Como pone de manifiesto el caso Boesky, nosotros evaluamos la moralidad del carácter de las
personas, no sólo de sus acciones. Todos los enfoques de ética que hemos examinado hasta ahora se
centran en la acción como tema clave de la ética y hacen caso omiso del carácter del agente que realiza
la acción. El utilitarismo, por ejemplo, nos dice que “las acciones son correctas en la medida en que
tienden a promover la felicidad”, mientras que la ética kantiana nos dice que “nunca debo actuar de
manera tal que no pueda desear que mi máxima se convierta en ley universal”. Sin embargo, el tema
central que surge del caso de Boesky, y de muchos relatos similares de hombres y mujeres en los
negocios, no es lo incorrecto de sus acciones sino la naturaleza defectuosa de su carácter.
Muchos estudiosos de la ética han criticado el supuesto de que las acciones son el tema funda-
mental de la ética. La ética, han asegurado ellos, no sólo debe examinar los tipos de acciones que un
agente debe efectuar, sino que también debe prestar atención al tipo de persona que el agente debería
ser. Una orientación “basada en agentes” hacia lo que deberíamos ser, en contraste con una orientación
“basada en acciones” hacia la forma en que deberíamos actuar, examinaría detenidamente el carácter
moral de una persona, y en particular el hecho de si el carácter moral de la persona demuestra vicio
o virtud. Según estos estudiosos de la ética, un enfoque apropiado de esta ciencia usaría las virtudes
(como honradez. valor. templanza, integridad, compasión, mesura) y los vicios (como deshonestidad.
crueldad, codicia, falta de integridad, cobardía) como punto de partida básico para el razonamiento
ético.
Aunque la ética de la virtud examina las cuestiones morales desde una perspectiva muy diferente
que la ética basada en actos, ello no quiere decir que las conclusiones de la ética de la virtud vayan a
diferir radicalmente de las de una ética basada en actos. Como veremos, hay virtudes que se correla-
cionan con el utilitarismo (como la virtud de la benevolencia), virtudes que se correlacionan con los
derechos (como la virtud del respeto) y virtudes que se correlacionan con la justicia y el cuidado. Así
pues, no debemos ver las virtudes como una quinta alternativa además de la utilidad, los derechos, la
justicia y el cuidado. Más bien, podemos considerar que las virtudes ofrecen un punto de vista que
examina el mismo terreno que los cuatro enfoques, pero desde una perspectiva muy diferente. Lo que
los principios de utilidad, derechos, justicia y cuidado hacen desde la perspectiva de evaluación de las
acciones, una ética de la virtud lo hace desde la perspectiva de la evaluación del carácter.
132 S.Prakash Sethi y Paul Steidlmeier, Up Against the Corporate Wall: Cases in Business and Society (Upper Saddle
River, NJ: Prentice Hall, 1997) p. 47.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 122
sostener que las virtudes morales permiten a las personas seguir a la razón al manejar sus deseos,
emociones y acciones, y en cuanto a aceptar que las cuatro virtudes morales fundamentales o car-
dinales son: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Sin embargo, al ser cristiano, a diferencia
de Aristóteles, Aquino sostuvo que el propósito del ser humano no es meramente el ejercicio de la
razón en este mundo, sino la unión con Dios en el siguiente. Por tanto, a la lista de virtudes morales
propuesta por Aristóteles, Aquino añadió las virtudes “teologales” o cristianas de Fe, Esperanza y
Caridad, las virtudes que permiten a una persona alcanzar la unión con Dios. Además, Aquino amplió
la lista de virtudes morales de Aristóteles para incluir otras que tienen sentido dentro de la vida de
un cristiano pero habrían sido ajenas a la vida del ciudadano griego aristócrata en la que se centró
Aristóteles. Por ejemplo, Aquino sostenía que la humildad es una virtud cristiana y que el orgullo es
un vicio para el cristiano, mientras que Aristóteles había afirmado que para el aristócrata griego el
orgullo es una virtud y la humildad es un vicio.
En fechas más recientes, el filósofo estadounidense Alasdair MacIntyre ha asegurado que una vir-
tud es cualquier disposición humana que recibe elogio porque permite a la persona alcanzar el bien
al que están encaminadas las “prácticas” humanas: “Las virtudes . . . deben entenderse como aquel-
las disposiciones que no sólo sostienen las prácticas y nos permiten lograr los bienes propios de las
prácticas, sino que también nos sostienen en el tipo pertinente de búsqueda del bien, permitiéndonos
vencer los perjuicios, peligros, tentaciones y situaciones con que nos topamos, y que nos proporcio-
nan un conocimiento de nosotros mismos cada vez mayor y un conocimiento cada vez mayor del
bien”133 . Sin embargo, sus críticos han alegado que el enfoque de MacIntyre no parece ser del todo
congruente con la realidad. Por ejemplo, cuando se criticó a Ivan Boesky por ser “codicioso”, “men-
tiroso”, “implacable”, etc., la gente no lo estaba criticando por carecer de las virtudes propias de las
prácticas dentro de las que él estaba dedicado a su visión de “el bien”. Los defectos morales por los
que se criticó a Boesky fueron sus supuestas deficiencias como ser humano, independientemente del
éxito que haya tenido o no en las diversas prácticas humanas a las que se dedicaba. Al parecer, las
virtudes morales son aquellas disposiciones que le permiten a uno vivir una vida humana moralmente
buena en general y no únicamente las que le permiten a uno dedicarse con éxito a algún conjunto de
prácticas humanas.
Edmund L. Pincoffs, en particular, critica a Maclntyre por decir que las virtudes incluyen única-
mente aquellos rasgos requeridos por algún conjunto de prácticas sociales. Pincoffs sugiere, más bien,
que las virtudes incluyen todas aquellas disposiciones para actuar, sentir y pensar de ciertas maneras,
que usamos como base para escoger entre las personas o entre posibles versiones futuras de nosotros
mismos134 . Por ejemplo, al decidir quién será nuestro amigo, cónyuge, empleado o gerente, exami-
namos sus disposiciones: ¿Son honrados o deshonestos, sinceros o mentirosos, codiciosos o egoístas,
confiables o inestables, fieles o infieles, constantes o veleidosos? De forma similar, al meditar una de-
cisión moral, a menudo pensamos no tanto en lo que tenemos obligación de hacer, sino más bien en el
tipo de persona que seríamos si lo hiciéramos: ¿Al efectuar la acción sería yo honrado o deshonesto,
sincero o insincero, egoísta o generoso?
Pero, ¿qué convierte a una disposición en una virtud moral y a otra en un vicio moral? Pincoffs
afirma que no existe una respuesta simple a esta pregunta. Algunas disposiciones, señala él, ofrecen
bases específicas para preferir a una persona porque hacen que esa persona sea buena o mala para
tareas específicas como pintar casas. Tales disposiciones específicas no son virtudes. En cambio,
otras disposiciones son deseables en general porque hacen que una persona sea buena para manejar
133 Alasdair MacIntyre, After Virtue (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 1981), p. 204.
134 Vea Edmund L. Pincoffs, Quandaries and Virtues, (Lawrence, Kansas: University Press of Kansas, 1986). Todas las
citas de los párrafos que siguen son de esta obra.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 124
los tipos de situaciones que suelen presentarse en la vida humana. Las virtudes consisten en tales
“disposiciones generalmente deseables” que nos interesa que la gente tenga en vista de la “situación
humana, es decir, de las condiciones en que los seres humanos deben vivir (dada la naturaleza del
mundo físico y de la naturaleza humana y de la asociación humana)”. Por ejemplo, dado que la
situación humana a menudo requiere un esfuerzo concertado, es deseable que seamos persistentes y
valerosos. Dado que es común que la gente se enoje, necesitarnos tolerancia y tacto. Puesto que en
muchas Ocasiones los bienes se deben distribuir según criterios congruentes, necesitarnos equidad
e imparcialidad. Por otra parte, el egoísmo, la falsedad, la crueldad y la injusticia son vicios: son
generalmente indeseables porque destruyen las relaciones humanas. Las virtudes morales, entonces,
son aquellas disposiciones que en general queremos que la gente tenga en los tipos de situaciones que
normalmente enfrenta al vivir en sociedad. Las virtudes son deseables porque son útiles “para todo el
mundo en general o bien para el que posee la cualidad”.
La teoría de la virtud de Pincoff parece más apropiada que una teoría, como la de MacIntyre, que
limita la virtud a los rasgos relacionados con las prácticas, pues las virtudes parecen ser disposiciones
que nos permiten manejar bien todas las exigencias de la vida humana y no meramente las exigencias
de las prácticas. Por ejemplo, tanto Aristóteles como Aquino sintieron que al plantear las virtudes
morales estaban planteando los hábitos que permiten a una persona vivir bien una vida humana Y no
simplemente prosperar en las prácticas sociales.
Sin embargo, como ya vimos, Aristóteles y Aquino tenían diferencias de opinión en cuanto a qué
es exactamente lo que la vida humana requiere. Esto sugiere que hasta cierto punto lo que califique
como virtud moral dependerá en las propias creencias en cuanto a los tipos de situaciones que los seres
humanos enfrentarán. No obstante, como Pincoffs sugiere, “compartimos una buena cantidad de ideas
bien fundamentadas en cuanto a quién es una buena persona en general”, porque los miembros de to-
das las sociedades tienen que enfrentar problemas similares cuando viven juntos. Los católicos, por
ejemplo, pueden reconocer cuando un budista no sólo es un buen budista, sino también una persona de
buen carácter moral: “La fortaleza no es más una virtud católica que una virtud budista; la honradez
es deseable tanto para los presbiterianos como para los coptos.” Las virtudes morales, entonces, in-
cluyen esa amplia variedad de disposiciones que miembros de todas las sociedades reconocen como
deseables porque “sirven como razones para preferir en las exigencias ordinarias y no tan ordinar-
ias de la vida”. Las cuatro virtudes clásicas en las que tanto Aristóteles como Aquino estuvieron de
acuerdo -Fortaleza, Templanza, Justicia y Prudencia- pertenecen a esta clase. Sin embargo, las tres
“virtudes teologales” -Fe, Esperanza y Caridad- que Aquino añadió debido a su especial importancia
para la vida cristiana, no contarían como virtudes morales porque sólo son deseables dentro de un
tipo especial de vida dedicado a alcanzar objetivos religiosos especiales. De forma similar, el orgullo,
que era una cualidad admirada por la sociedad griega, no contaría como virtud moral porque también
es deseable únicamente dentro de una clase de sociedad específica.
tener; lo que se necesita es un consejo respecto a los tipos de acciones que son apropiados en esa
situación, y la teoría de las virtudes no parece ser capaz de proporcionar tal consejo. Esta crítica -de
que la teoría de las virtudes no sirve para guiar nuestras acciones- es natural porque la teoría de las
virtudes se desliga a propósito de las acciones y se concentra en el carácter moral como categoría
moral fundamental. Aunque la virtud es la base de la teoría de las virtudes, esto no implica que dicha
teoría no pueda guiar nuestras acciones.
Según la teoría de las virtudes, el objetivo de una vida moral es desarrollar las disposiciones
generales que llamamos virtudes morales, y ejercitarlas y ponerlas de manifiesto en las múltiples
situaciones que la vida pone frente a nosotros. En la medida en que ejercitemos las virtudes en nuestras
acciones, o en la medida en que nuestras acciones manifiesten las virtudes, o en la medida en que
nuestras acciones nos hagan virtuosos, tales acciones serán moralmente correctas. En cambio, en la
medida en que nuestras acciones sean el ejercicio del vicio o en la medida en que nuestras acciones
desarrollen un carácter vicioso, en esa misma medida son moralmente incorrectas las acciones. La
implicación clave de la teoría de las virtudes para guiar nuestras acciones se puede resumir entonces
en la aseveración de que:
Así pues, desde este punto de vista, lo incorrecto de una acción se puede determinar examinando el
tipo de carácter que la acción tiende a producir o el tipo de carácter que tiende a producir la acción, En
ambos casos, la ética de la acción depende de Su relación con el carácter del agente. Por ejemplo, se
ha argumentado que, la moralidad del aborto, del adulterio o de cualquier otra acción debe evaluarse
estudiando el tipo de carácter que manifiestan las personas que realizan tales acciones. Si la decisión
de realizar tales acciones tiende a desarrollar el carácter de una persona haciéndola Más responsable,
más atenta, con principios más sólidos, más honesta, más abierta, más sacrificada, entonces tales
acciones son moralmente correctas. En cambio, si la decisión de efectuar tales acciones tiende a hacer
a las personas más absortas en sí mismas. más irresponsables, más deshonestas. más descuidadas.
más egoístas. entonces tales acciones son moralmente incorrectas. Las acciones no sólo se evalúan
según el tipo de carácter que desarrollan; también reprobamos ciertas acciones, precisamente porque
son el resultado de un carácter moralmente vicioso. Por ejemplo, reprobamos las acciones crueles
porque son manifestación de un carácter vicioso, y reprobamos las mentiras porque son producto de
un carácter deshonesto.
La teoría de las virtudes no sólo proporciona un criterio para evaluar acciones; también ofrece un
criterio valioso para evaluar nuestras instituciones y Prácticas sociales. Por ejemplo, se ha argumen-
tado que algunas instituciones económicas hacen que la gente se vuelva codiciosa. que las grandes
organizaciones burocráticas hacen a la gente menos responsable, y que la práctica de dar “limosnas”
del gobierno hace a las personas perezosas y dependientes. Todos estos argumentos, en el fondo,
evalúan las instituciones y prácticas con base en una teoría de las virtudes. Aunque tales argumentos
puedan ser falsos, todos hacen un llamado a la idea de que las instituciones son moralmente defectu-
osas si tienden a formar caracteres moralmente defectuosos.
Tal vez no haya una forma sencilla de clasificar todas las virtudes. Hemos sugerido que las virtudes
morales son disposiciones que en general son deseables porque las requiere la situación humana que
todo el mundo en todos los lugares debe enfrentar. Por ejemplo, algunas disposiciones son virtudes
morales porque gente de todos lados es tentada por sus emociones y deseos a no hacer lo que sabe
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 126
que debe hacer. La fortaleza, la templanza, y en general las virtudes de autocontrol, son de este tipo.
Algunas virtudes son disposiciones a realizar de buena gana acciones morales de tipos específicos
que son valorados por todas las sociedades, como la honestidad. Pincoffs sugiere que algunas disposi-
ciones se pueden clasificar corno “virtudes instrumentales” porque permiten a personas del lugar que
sea perseguir sus metas de forma eficaz como individuos (persistencia, cuidado, determinación) o co-
mo parte de un grupo (cooperación), mientras que otras son “virtudes no instrumentales” porque son
deseables en todos lados por sí mismas (serenidad, nobleza, buen humor, gracia, tolerancia, sensatez,
delicadeza, calidez, modestia, urbanidad). Algunas virtudes son cognoscitivas y consisten en entender
las exigencias de la moralidad hacia nosotros mismos y hacia los demás, como sabiduría y prudencia.
Otras virtudes son disposiciones que nos inclinan a actuar según principios morales generales. La
virtud de benevolencia, por ejemplo, nos inclina a maximizar la felicidad de las personas; la virtud
del respeto por los demás nos inclina a ejercitar consideración por los derechos de los individuos; la
virtud de equidad nos inclina a comportarnos según los principios de la justicia; y la virtud de bondad
nos inclina a sujetarnos a los preceptos del cuidado.
las virtudes asociadas al utilitarismo, las asociadas a los derechos, las asociadas a la justicia y las
asociadas al cuidado. Además (y en este aspecto una ética de la virtud va más lejos que una ética, de
principios), dicha ética examina las virtudes que las personas necesitan para ceñirse a sus principios
morales cuando sus sentimientos, deseos y pasiones los tientan a abandonarlos; y examina las muchas
otras virtudes que los principios del utilitarismo, los derechos, la justicia y el cuidado exigen a las
personas cultivar. En síntesis, una ética de la virtud contempla las mismas cuestiones que contempla
una ética de principios, pero además también aborda cuestiones relacionadas con la motivación Y los
sentimientos de los que una ética de principios generalmente hace caso omiso.
Las prácticas comunes también pueden diferir notablemente entre las naciones. Mientras que en
Estados Unidos todas las formas de sobornar personal del gobierno se consideran incorrectas, en
México no sólo se practican abiertamente muchas formas de soborno menor del personal guberna-
mental de bajo nivel, sino que gozan de aceptación universal como prácticas estándar aunque ofi-
cialmente sean reprobadas. El nepotismo y el sexismo, aunque reprobados en las compañías públicas
estadounidenses, se aceptan como cosa natural en algunos entornos de negocios públicos árabes. Los
salarios obreros de 2 dólares la hora sin prestaciones se aceptan como práctica común en Jamaica,
mientras que los salarios obreros en Estados Unidos promedian cerca de 12 dólares la hora más
prestaciones.
Las multinacionales también suelen operar en países con niveles de desarrollo muy diferentes136 .
Algunos países disponen de niveles elevados de recursos tecnológicos, sociales y económicos, mien-
tras que los recursos de otros países en éstas y otras áreas están muy poco desarrollados. La sofisti-
cación tecnológica, sindicatos, mercados financieros, seguros de desempleo, seguro social y edu-
cación pública están generalizados en las naciones más desarrolladas pero prácticamente se descono-
cen en los países del tercer mundo. Dow Chemical, por ejemplo, ha sido acusada periódicamente de
introducir plaguicidas, para cuyo uso seguro se requiere que el trabajador sepa leer y tenga acceso
a equipo protector tecnológicamente avanzado, en países en desarrollo cuyos obreros sin educación
no están preparados para manejar sin peligro tales plaguicidas. También la compañía suiza Nestlé
ha sido acusada de comercializar leche en polvo para bebés, cuyo uso seguro requiere un consumi-
dor que sepa leer y cuente con un abasto de agua pura, en naciones menos desarrolladas en las que
madres analfabetas han usado agua impura para preparar y diluir el alimento en polvo, que luego
proporcionan a sus bebés, muchos de los cuales han muerto a consecuencia de ello.
Lo que más llama la atención es que las prácticas culturales de las naciones pueden diferir de for-
ma tan radical que la misma acción puede tener un significado muy distinto en dos culturas diferentes.
Por ejemplo, en Estados Unidos se consideraría que una compañía miente si entrega al gobierno es-
tados de ingresos y egresos para fines fiscales en los que se indica que las ganancias de la compañía
fueron menores de lo que realmente fueron. Sin embargo, en algunos periodos de la historia italiana
se aceptaba como cosa normal que todas las empresas redujeran en una tercera parte sus ganancias an-
uales declaradas cuando presentaban su declaración de impuestos al gobierno al término del ejercicio.
Sabiendo esto, el gobierno inflaba automáticamente los estados de ingresos de cada compañía en un
tercio y luego gravaba esta estimación, que era más cercana a la realidad, mientras que las empresas
pagaban sin chistar los impuestos correspondientes. Así pues, debido a una práctica cultural conocida
tanto por la comunidad de los negocios como por el gobierno, las compañías italianas no mentían real-
mente al gobierno cuando subdeclaraban sus ingresos: lo que un extranjero vería como una mentira
era, dentro del contexto cultural, una indicación perfectamente entendida de los verdaderos ingresos
de una compañía.
Al enfrentar un contexto extranjero, en el que las leyes y decretos gubernamentales, prácticas
prevalecientes, niveles de desarrollo y convenciones culturales son muy diferentes de las que prevale-
cen en el país de origen del gerente, ¿qué debe hacer el gerente de una multinacional? Por ejemplo, al
operar en un país extranjero, ¿el gerente de la multinacional debe adoptar las prácticas de su país de
origen o las que prevalecen en el país anfitrión?
Algunos han asegurado que al operar en países menos desarrollados las multinacionales de país-
es más desarrollados siempre deben seguir las prácticas aceptadas en el país más desarrollado, que
se ajustan a normas más altas o más estrictas137 . Sin embargo, al afirmar esto se está haciendo caso
136 La importancia de destacar cuestiones de desarrollo fue señalada por Thomas Donaldson en op. cit., pp. 102-103.
137 Arnold Berleant, “Multinationals and the Problem of Ethical Consistency”, Journal of Business Ethics, vol. 3 (agosto
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 129
omiso del hecho de que la introducción de prácticas que han evolucionado en un país altamente desar-
rollado, en uno menos desarrollado, podría hacer más daño que bien, lo cual constituye una violación
de las normas de ética utilitaristas. Por ejemplo, si una compañía estadounidense que opera en México
paga a los obreros locales salarios estadounidenses. podría atraer a los trabajadores más capacitados
que trabajaban en compañías locales que no pueden costear salarios tan elevados. El resultado po-
dría ser que los esfuerzos de México por desarrollar las compañías locales se vinieran abajo, y que
los mercados locales de mano de obra se convulsionaran. Además, si se exigiera a las compañías
estadounidenses que operan en México ajustarse a las normas de salarios, protección de consumi-
dores, ecológicas y de seguridad más costosas que prevalecen en Estados Unidos, dichas compañías
no tendrían incentivo para invertir en México, y el desarrollo de México se vería frenado. Precisa-
mente porque ellos necesitan y desean la inversión y la tecnología extranjeras es que los gobiernos
de muchas naciones menos desarrolladas, con un interés genuino en promover los intereses de sus
pueblos, han insistido en normas menos costosas capaces de atraer a compañías extranjeras. Así pues,
es evidente que las condiciones locales, sobre todo las condiciones de desarrollo, deben por lo menos
considerarse al determinar si se debe o no importar prácticas de un país desarrollado a uno en vías
de desarrollo, y que es un error aceptar la afirmación general de que siempre hay que adoptar las
prácticas “más elevadas” del país de origen más desarrollado.
Hay quienes se han ido al otro extremo y afirman que las multinacionales siempre deben seguir las
prácticas locales, sean cuales sean, o que deben hacer cualquier cosa que les pida el gobierno local, ya
que es el representante de la gente. Sin embargo, también es evidente que en muchos casos es tan poco
ético ajustarse a las prácticas o exigencias del gobierno locales como oponerse a ellas. Por ejemplo,
las normas ecológicas menos estrictas de México podrían ser tan blandas que permiten niveles de
contaminación que perjudican la salud e incluso matan a quienes viven cerca de las plantas químicas,
violando así de manera flagrante los derechos humanos básicos de esas personas. O bien, las políticas
de apartheid del gobierno sudafricano podrían requerir niveles de discriminación contra los negros
de ese país que son graves violaciones de la justicia. O bien, el interés de las élites gubernamentales
de Haití podría llevarlas a apoyar políticas que las enriquecen pero que perjudican a los ciudadanos
que supuestamente representan. Por tanto, la afirmación general de que siempre hay que adoptar las
prácticas locales también es errónea.
Es evidente, pues, que si bien hay que tomar en cuenta las leyes o decretos gubernamentales,
prácticas comunes, niveles de desarrollo y convenciones culturales locales al evaluar la ética de las
políticas y acciones de negocios en un país extranjero, el gerente multinacional no puede adoptar
simplemente el statu quo local sin cuestionamiento alguno, sino que debe someterlo a un análisis
ético. ¿Qué factores debemos considerar al evaluar la ética de una acción o una política en un contex-
to extranjero? La exposición anterior sugiere que debemos hacer las preguntas siguientes acerca de
cualquier acción o política corporativa considerada por una compañía que opera fuera de sus fronteras.
tiene consecuencias que son aceptables desde el punto de vista del utilitarismo, los derechos,
la justicia y el cuidado, o desde el punto de vista del carácter moral? ¿Los requisitos o prácti-
cas legales más estrictos comunes en los países más desarrollados se pueden implementar sin
dañar al país anfitrión ni a su desarrollo? Y, dentro del contexto, ¿tal implementación sería más
congruente con las normas éticas del utilitarismo, los derechos, la justicia y el cuidado? ¿Dicha
implementación fomentaría el ejercicio o el desarrollo de un carácter moralmente bueno?
3. Si la acción o política corporativa está permitida o es requerida por las leyes o decretos del
gobierno local, ¿este gobierno representa verdaderamente la voluntad de todo su pueblo? Pese
a ello, la acción o política corporativa viola los principios del utilitarismo, los derechos, la
justicia o el cuidado, o es reprobable desde la perspectiva del carácter moral? En tal caso, y si
la acción o política es obligatoria por ley para operar en el país extranjero, ¿la violación ética
es lo bastante importante para obligar a retirarse de ese país?
4. Si la acción o política corporativa tiene que ver con una práctica local común que es moralmente
dudosa según las normas del país de origen (como la discriminación sexual o el soborno de
personal del gobierno), ¿es posible operar en el país anfitrión sin adoptar dicha práctica?138 Si
no, ¿la práctica viola los principios del utilitarismo, los derechos, la justicia y el cuidado a tal
grado que exija retirarse del país en cuestión? ¿La práctica es ta, perniciosa desde la perspectiva
del carácter moral como para hacer necesario retirarse de ese país?
Desde luego, el hecho de hacerse estas preguntas no resuelve automáticamente todos los dilemas
morales que surgen en los contextos internacionales. No obstante, las Preguntas indican los tipos de
cuestiones que es preciso considerar al aplicar los principios éticos en contextos internacionales.
3. En su opinión, ¿el utilitarismo proporciona una norma más objetiva para determinar lo correcto
y lo incorrecto, que los derechos morales? Explique con detalle su respuesta. ¿El utilitarismo
proporciona una norma más objetiva que los principios de justicia? Explique.
138 Ésta es una sugerencia de Thomas Donaldson en op. cit., pp. 104-5.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 131
5. “Una ética del cuidado está en conflicto con la moralidad porque ésta requiere imparcialidad.”
Analice esta crítica de la ética del cuidado.
6. “Una ética de la virtud implica que el relativismo moral es correcto, mientras que una ética
centrada en acciones no tiene esa implicación.” ¿Está usted de acuerdo? Explique.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 132
cias médicas en todos los paquetes de cigarrillos, ley que enmendó en 1969 para exigir advertencias
más severas y una vez más en 1985 para hacer obligatoria la rotación de advertencias médicas que
indicaban la relación entre el tabaquismo y el cáncer pulmonar, las enfermedades cardiacas, el en-
fisema, las lesiones fetales y los Partos prematuros. Una nueva preocupación había surgido en 1986
cuando el Cirujano General de Estados Unidos y la National Academy of Sciences informaron que
los no fumadores incrementaban su riesgo de contraer cáncer pulmonar y enfermedades respiratorias
si estaban expuestos a entornos que contenían humo de segunda mano.
En 1994 la Food and Drug Administration dirigió su atención a la naturaleza adictiva de los
cigarrillos. El Cirujano General ya había emitido un informe en 1998 en el que resumía investiga-
ciones que concluían que la nicotina era adictiva. Ahora la FDA anunció que estaba preparada para
recomendar que, a causa de su naturaleza adictiva, los cigarrillos -un “dispositivo de suministro de
nicotina”-deberían regularse como una droga bajo la jurisdicción de la FDA.
En 1994 el Congreso celebró sesiones para estudiar la cuestión de si la nicotina de los cigarril-
los es una droga que causa adicción y si la industria tabacalera estaba o no manipulando los niveles
de nicotina en los cigarrillos. Se convocó a los ejecutivos de todas las tabacaleras para rendir testi-
monio. En las sesiones, William Campbell, director de la unidad de tabaco de Philip Morris, en una
declaración hecha bajo juramento, negó que la nicotina fuera adictiva y dijo que la compañía “no ma-
nipula ni controla de forma independiente el nivel de nicotina de nuestros cigarrillos. . . . La nicotina
contribuye al sabor de los cigarrillos y al placer de fumar. Sin embargo, la presencia de nicotina no
convierte a los cigarrillos en una droga, ni al hábito de fumar en una adicción”.4
El 1o de abril de 1994, el congresista Henry A. Waxman anunció que un comité que él encabezaba
había encontrado pruebas de que Philip Morris había suprimido un estudio efectuado en 1983 por el
doctor Victor DeNoble, el cual había revelado pruebas definitivas de las características adictivas del
tabaco en ratas, y que por tanto Philip Morris había sabido desde entonces que el tabaco era adictivo.
Waxman dijo que tal descubrimiento “atañe la pregunta básica que surgió en nuestra sesión: ’¿Los
estadounidenses han sido manipulados para creer que el hábito de fumar es cuestión de gusto, cuando
la realidad es que se les ha negado esa decisión mediante la posible manipulación intencional de los
niveles de nicotina para mantenerlos adictos?’ “5 Los hallazgos de Waxman se corroboraron cuando
el 19 de marzo de 1996 la FDA publicó declaraciones hechas bajo juramento por dos investigadores
científicos de Philip Morris y un gerente de planta de Philip Morris que contradecían el testimonio
de Campbell6 . Jerome Rivers, el gerente de planta, delineó un avanzado proceso de fabricación en el
que los niveles de nicotina del tabaco se vigilaban cuidadosamente y durante el cual el tabaco cuyos
niveles de nicotina “no cumplían con la especificación” se retiraba y reprocesaba. lan Uydess, uno
de los investigadores científicos, atestiguó que “Philip Morris fijaba y ajustaba de forma rutinaria
un objetivo de niveles de nicotina objetivo en sus diversos productos, al menos en parte” y que “las
investigaciones del doctor DeNoble sobre análogos de la nicotina” se conocían en la compañía donde
“estaba aumentando la preocupación de los gerentes de Philip Morris” acerca del uso del término
“adictivo” y donde “la gerencia de Philip Morris escudriñaba cada vez más los informes internos”.
El doctor W. Farone, ex director del departamento de investigación aplicada de la compañía, también
4 Alix M. Freedman, “Philip Morris Memo Likens Nicotine to Such Drugs as Cocaine, Morphine”, Wall Street Journal,
8 de diciembre de 1995.
5 Philip J. Hilts, “Philip Morrís Blocked ‘83 Paper Showing Tobacco Is Addictive, Panel Finds”, New York Times, lo.
USA Today, 19 de marzo de 1996, p. B2; Dough Henry, “Whistleblowers Wreak Havoc”, USA Today, 19 de marzo de
1996, P. B2.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 135
atestiguó que la compañía había “ocultado muchas investigaciones científicas valiosas”. Ya antes
había salido a la luz un documento interno de Philip Morris escrito alrededor de 1992 por un empleado
de Philip Morris en el que se planteaba que la gente fumaba principalmente “para suministrar nicotina
a su cuerpo” y se comparaba la nicotina con “la cocaína, la atropina y la morfina” en cuanto a sus
efectos sobre el cerebro7 . Jeffrey Wigand, un antiguo gerente de Brown & Williamson, uno de los
Principales competidores de Philip Morris, había atestiguado el 29 de noviembre de 1995 que el
CEO de Brown & Williamson también había mentido al Congreso durante las sesiones cuando había
dicho: “Creo que la nicotina no es adictiva”8 . Después de esto, el gobierno de Estados Unidos inició
una investigación criminal en ejecutivos de la industria tabacalera estadounidense para determinar si
habían mentido en las sesiones y ocultado fraudulentamente al público la naturaleza adictiva de fumar
productos con nicotina. Se presentaron varias demandas colectivas contra Philip Morris alegando
daños a la salud causados por la omisión de la compañía al no advertir de la naturaleza adictiva del
tabaco. En agosto de 1995 la Food and Drug Administration anunció que estaba considerando nuevas
reglas muy amplias para regular la publicidad y la venta de tabaco, sobre todo a menores de edad.
Además, varios estados y dos compañías de seguros habían presentado nuevas demandas exigien-
do el reembolso de los costos médicos en que supuestamente habían incurrido al atender a ciudadanos
que habían usado los Productos de las tabacaleras. Philip Morris, junto con las demás tabacaleras,
había respondido que ya compensaba a los estados por los costos médicos de los fumadores al pagar
sustanciosos impuestos de consumo, que el tabaquismo no impone muchos costos al gobierno e in-
cluso podría ahorrar dinero a los estados por la muerte prematura de personas enfermas, y que si se
toman en cuenta las aportaciones de la industria del tabaco a la economía, se hace evidente que esa
industria contribuye de forma positiva a la economía de un estado. No obstante, un informe publicado
a fines de enero de 1996 por los Centers for Disease Control calculó que el costo médico directo
del tabaquismo asciende a 50.000 millones de dólares al año, más del doble de los $21.000 millones
de ingresos que obtienen los estados por el cultivo y fabricación del tabaco9 . Por otra parte, un in-
forme anterior emitido en 1993 por la Office of Technology Assessment aseguraba que en 1993 los
fumadores habían pagado 13.300 millones de dólares en impuestos de consumo y venta pero habían
costado a los gobiernos sólo $8.900 millones en gastos médicos.
Al 31 de diciembre de 1995 había más de 125 casos pendientes contra la compañía en los que se
solicitaban pagos compensatorios y, en algunos casos, punitivos por el cáncer y otros efectos sobre
la salud que se aseguraba habían sido resultado del hábito de fumar cigarrillos o de la exposición al
humo de los cigarrillos. Aunque anteriormente las tabacaleras habían sido demandadas legalmente
más de 300 veces, nunca habían perdido un caso. Entre las defensas que Philip Morris usó en los
litigios estaba el argumento de que el cumplimiento de la Ley Federal de Etiquetación y Publicidad
de Cigarrillos de 1965, sobre todo después de la enmienda de 1969, protegía a la compañía contra
reclamaciones de que no había advertido a los fumadores que los cigarrillos eran peligrosos, defensa
que cinco cortes federales de apelaciones habían confirmado10 .
Philip Morris también argumentó que los estudios que vinculaban el tabaquismo con el cáncer
pulmonar no eran concluyentes. En particular, la compañía aseguró que, puesto que no todos los fu-
madores contraían cáncer pulmonar, no existía una relación de causa-efecto que pudiera demostrarse
entre el tabaquismo y el cáncer pulmonar. La compañía también argumentó que el tabaquismo no era
7 Íbid.
8 Alix Freedman, “Cigarette Defector Says CEO Lied to Congress About View of Nicotine”, Wall Street Journal, 26
de enero de 1996, p. Al.
9 “Does Tobacco Pay Its Way?” Business Week, 19 de febrero de 1996, p. 89-90
10 Philip Morris Companies, Inc., Securities and Exchange Commission Form 10-K, 1991, p.4.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 136
una adicción y que, por ende, los fumadores estaban en libertad de dejar de fumar en cualquier mo-
mento que quisieran. Fumar, aseguró la compañía, era una cuestión de decisión personal, y todos los
individuos deberían estar en libertad de ejercer su derecho personal a fumar cuando, donde y cuanto
quisieran. Además, la compañía afirmó que incluso si el tabaquismo fuera peligroso, las advertencias
que el gobierno federal exigía en los cigarrillos informaban a los fumadores de los riesgos asociados
al hábito de fumar y no podía argumentarse que los fumadores no asumieran voluntariamente tales
riesgos.
Aunque la creciente preocupación por la salud estaba mermando el mercado en Estados Unidos,
los ciudadanos de otros países que no conocían tan bien los riesgos de filmar eran una oportunidad
cada vez más atractiva. Los gobiernos de muchos países, sobre todo en el Tercer Mundo, no gastaban
mucho dinero en campañas contra el tabaquismo, y muchos se mostraban reacios a renunciar a los
ingresos fiscales asociados a los cigarrillos. Por tanto, al decaer los mercados estadounidenses, las
tabacaleras, y en especial Philip Morris, incursionaron en mercados extranjeros, sobre todo en el
Tercer Mundo y, en fechas más recientes, en los mercados de Europa Oriental. Philip Morris fue
una de las primeras compañías estadounidenses en vender cigarrillos en China, y se había expandido
vigorosamente en Europa Oriental después del colapso de la Unión Soviética en 1990. Mientras que
el consumo per cápita de cigarrillos en Estados Unidos había disminuido en un 25 % entre 1985 y
1994, las exportaciones de tabaco estadounidenses aumentaron en un 367 %, de 64.000 millones a
235.000 millones de cigarrillos. Una buena parte del incremento en las exportaciones fue resultado de
las presiones del gobierno de Estados Unidos que habían derribado las barreras para la importación
en Turquía, Japón, Taiwán. Corea del Sur. Tailandia y los miembros de la ex Unión Soviética, todos
países donde los cigarrillos de mezclas estadounidenses, sobre todo la marca Marlboro de Philip
Morris, se estaban popularizando mucho. Turquía fue considerada como un punto clave porque tiene
fronteras con la ex Unión Soviética y es un camino de ingreso en Asia. Además, los turcos son
fumadores consuetudinarios y se esperaba que el consumo de cigarrillos en ese país creciera entre un
3 % y un 9 % al año.
El negocio cervecero de Philip Morris también estaba sintiendo presiones. La creciente conciencia
de los enormes costos sociales asociados al consumo de alcohol y a la conducción de vehículos en es-
tado de ebriedad había estado acicateando a los legisladores para que aprobaran diversos reglamentos
relacionados con el alcohol. La Ley de Etiquetado de Bebidas Alcohólicas de 1988 ya exigía que to-
das las bebidas alcohólicas llevaran advertencias que asociaban el consumo de alcohol con problemas
de salud, el riesgo de defectos congénitos y la merma en la capacidad para conducir un automóvil u
operar maquinaria.
Los críticos incluso estaban atacando las incursiones de la compañía en el negocio de los ali-
mentos. Dichos críticos señalaban que Philip Morris estaba usando los ingresos generados por sus
unidades tabacaleras para comprar compañías de alimentos. Según los críticos, la compañía estaba en
realidad “lavando” su dinero “sucio” obtenido de la venta de cigarrillos, transfiriéndolo a la industria
alimentaria donde estaría protegida de los pleitos legales que amenazaban a su división de cigarrillos.
Preguntas
1. Analice las cuestiones utilitarístas, de derechos, de justicia y de cuidado a las que dan pie las
actividades de Philip Morris en las industrias del tabaco, la cerveza y los alimentos.
2. Tanto la industria del tabaco como la de los alimentos se han caracterizado como “industrias
del pecado”. Comente el grado en que la teoría de las virtudes arroja luz sobre las actividades
de la compañía en estas industrias.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 137
3. En su opinión, ¿cuál sería un proceder moralmente correcto para las dependencias gubernamen-
tales que intervienen en el caso?
Cuando hablamos por primera vez acerca de Birmania prometí mantenerlo al tanto
del asunto. Por ello, ahora quise enterarlo de un cambio en nuestros negocios ahí. Hemos
decidido vender la participación minoritaria de PepsiCo en nuestro franquiciatario em-
botellador y esperamos dar por terminada la desinversión pronto. Como resultado de esto,
dejaremos de tener empleados o activos en ese país. Estamos tomando esta decisión por
varias razones, que incluyen los sentimientos expresados por usted y otros acerca de in-
vertir en Burma en la coyuntura actual. No obstante, permítame reiterar nuestra creencia
de que el libre comercio da pie a sociedades libres2 .
Sin embargo, la carta no mencionó el hecho de que PepsiCo seguiría vendiendo su jarabe concentrado
a la embotelladora de Birmania y seguiría permitiendo a la embotelladora vender Pepsi en ese país.
Birmania es un país asiático con una población de 42 millones y un área comparable con la del
estado de Texas, que colinda con la India, China, Tailandia y el océano. El país es pobre con un
producto interno bruto per cápita de sólo 408 dólares, una elevada tasa de mortalidad infantil (95
decesos por cada 1000 nacimientos vivos) una esperanza de vida reducida (53 años para los hombres
y 56 para las mujeres) y una inflación de más del 20 %.
Birmania obtuvo su independencia de la Gran Bretaña en 1948. En julio de 1988, al empeorar las
condiciones económicas, estallaron sangrientos disturbios generalizados en las ciudades birmanas.
En septiembre de 1988 el ejército, al mando del general U. Saw Maung, asumió el control y reprimió
brutalmente cualquier disidencia, asesinando, según se cree, a miles de estudiantes y civiles. El gener-
al Maung reemplazó el gobierno por el Consejo Estatal para Restablecer la Ley y el Orden (SLORC),
un grupo de oficiales militares. En 1990 el SLORC, creyendo que contaba con el apoyo del pueblo,
convocó un nuevo gobierno y permitió elecciones libres, confiado en que ganada. Sin embargo, la
abrumadora mayoría de los asientos en el nuevo gobierno propuesto (80 %) fue ganada por el partido
de oposición civil encabezado por Suu Kyi. Rehusándose a entregar el poder a un gobierno civil, el
SLORC anuló la elección, declaró al partido de oposición fuera de la ley y arrestó a sus dirigentes,
incluida Suu Kyi. El SLORC invitó a inversionistas privados y compañías extranjeros a que invirtieran
en Birmania con la esperanza de mejorar la economía.
PepsiCo fue una de muchas compañías estadounidenses que respondieron favorablemente a las
invitaciones del SLORC. Otras fueron fabricantes de ropa como Eddie Bauer, Liz Claibome, Spiegel’s
y Levi Strauss, fabricantes de calzado como Reebok y compañías petroleras como Amoco, Unocal y
Texaco. Estados Unidos fue el quinto más grande inversionista extranjero en Birmania.
1 “PespsiCo to Exit From Burma Bottling Joint-Venture”, Bloomberg Business News, 23 de abril de 1996.
2 Carta fechada el 22 de abril de 1996, enviada al padre Joseph La Mar de la orden de Maryknoll. uno de varios
accionistas que han pedido a PepsiCo que se salga de Birmania.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 138
El país era atractivo por varias razones. No sólo contaba con mano de obra extremadamente barata,
sino que como la cultura valoraba mucho la educación, las tasas de alfabetismo entre los trabajadores
eran muy altas. Los recursos petroleros del país eran irresistibles para las compañías petroleras, y sus
muchos otros recursos no aprovechados presentaban grandes oportunidades. Birmania no sólo ofrecía
un mercado potencialmente grande, sino que también ocupaba una posición estratégica que podía
servir como vínculo con los mercados de China, la India y otros países del Sudeste Asiático. Además,
con la dictadura militar para mantener la ley y el orden, el entorno político era en extremo estable.
No obstante, los militares presentaban un problema. Muchos grupos, incluido el Departamento de
Estado de Estados Unidos, acusó al SLORC de numerosas violaciones de los derechos humanos. El
Departamento de Estado informó:
El inaceptable desempeño del gobierno en materia de derechos humanos casi no cam-
bió en 1994. Los ciudadanos birmanos siguieron estando sujetos en cualquier momento
y sin apelación posible a los dictados arbitrarios y a veces brutales de los militares. El
uso de alistadores por parte del ejército -con el consiguiente maltrato, enfermedad e in-
cluso muerte de aquellos obligados a servir- siguió siendo una práctica estándar . . . Los
militares birmanos obligaron a cientos de miles, si no millones, de birmanos ordinarios
(incluidos mujeres y niños) a “contribuir” con su mano de obra, a menudo en condiciones
de trabajo arduas, a proyectos de construcción en todo el país. También continuó la reubi-
cación forzada de civiles. Cuatrocientos o más prisioneros políticos siguieron detenidos,
incluidos cerca de 40 miembros del parlamento elegidos en 1990 . . . El SLORC siguió
restringiendo severamente los derechos básicos de libre expresión, asociación y reunión.
En julio y agosto las autoridades arrestaron a cinco personas por tratar de sacar del país
información acerca de las condiciones que prevalecen en Birmania . . . Durante todo 1994,
el gobierno siguió gobernando por decreto y no estuvo limitado por ningún precepto con-
stitucional que garantice juicios públicos justos ni ningún otro derecho . . . Los servicios
de seguridad siguieron reprimiendo a quienes expresaban opiniones políticas contrarias
. . . Los trabajadores no estuvieron en libertad de formar [sindicatos] y los líderes de las
asociaciones laborales no oficiales siguieron estando sujetos a arresto. Las condiciones
de excedente de mano de obra y falta de protección por las autoridades gubernamentales
hacen que las condiciones de los trabajadores sigan siendo deficientes.3
No obstante, a la gerencia de PepsiCo le pareció interesante la invitación del gobierno para invertir
en Birmania. En 1991 PepsiCo decidió participar en una empresa conjunta con Myanmar Golden
Star Co., una compañía birmana propiedad de un hombre de negocios birmano llamado Thein Tun.
Myanmar Golden Star sería dueña del 60 % de la empresa mientras que PepsiCo se quedaría con el
40 %. La empresa establecería una planta embotelladora con una licencia de 10 años para embotellar
y distribuir productos propiedad de PepsiCo en Birmania, incluidas las bebidas gaseosas Pepsi Cola,
7 Up y Miranda.
La empresa embotelladora prosperó. En 1995 PepsiCo informó que los ingresos obtenidos por la
embotelladora birmana habían ascendido a 20 millones de dólares, de los cuales 8 millones de dólares
correspondieron a PepsiCo. La compañía esperaba que en 1996 los ingresos en Birmania aumentarían
en un 25 %. Los productos Pepsi se habían convertido en la principal fuente de ingresos de Thein Tun,
quien era amigo íntimo de los generales del SLORC. Los estrechos lazos de Tun con la junta militar
habían sido uno de los factores por los que PepsiCo lo había escogido como socio.
3 Department of State. Country Reports on Human Rights Practices for 1994 (Washington, DC: U.S. Government
Printing Office, 1995), pp. 539-48.
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 139
Sin embargo, en Estados Unidos los críticos estaban cuestionando la ética de hacer negocios en
Birmania. En numerosas universidades los estudiantes estaban presionando a las autoridades esco-
lares para que se deshicieran de las acciones de cualquier compañía que hiciera negocios en Birmania.
Varias ciudades prohibieron al municipio comprar cualquier bien o servicio a compañías que hicier-
an negocios en Birmania. Una red de estudiantes de unas 100 universidades lanzó un boicot contra
los productos Pepsi. Los estudiantes de Harvard presionaron a esa universidad para que se negara a
otorgar a PepsiCo un contrato (valuado en un millón de dólares) para vender Pepsi en el campus.
Accionistas de la compañía habían presentado resoluciones pidiendo a PepsiCo que se saliera de
Birmania. La compañía había recibido cientos de cartas exigiendo su salida de Birmania.
Los críticos alegaban que al hacer negocios en Birmania las compañías estadounidenses estaban
ayudando a mantener el represivo gobierno militar. de ese país a través de sus impuestos Y Otros
medios. Si las compañías extranjeras abandonaran a Birmania, los militares fracasarían en sus inten-
tos por crear una economía de mercado floreciente. La decadencia en las condiciones económicas
ejercería presión sobre los militares para que instituyeran reformas democráticas que volverían a
atraer inversiones extranjeras al país.
Por añadidura, muchas de las compañías estadounidenses que operaban en Birmania participa-
ban en una práctica llamada comercio de intercambio que, según los críticos, estaba asociada a los
trabajos forzados que ahora eran cosa común en las áreas rurales. La moneda birmana no tenía valor
fuera del país, lo que hacía prácticamente imposible que una compañía estadounidense transfiriera sus
utilidades de Birmania a Estados Unidos. Para superar este problema. muchas compañías intercam-
biaban sus utilidades obtenidas en Birmania por productos agrícolas birmanos, los cuales entonces
exportaban a otros países donde los vendían a cambio de dinero que sí podían transferir a Estados
Unidos. PepsiCo había admitido practicar el intercambio, lo mismo que muchas otras compañías. El
problema del intercambio, decían los críticos, es que en el sector agrícola se hacía uso extenso de
trabajos forzados, sobre todo en las muchas granjas que ahora controlaban los militares. El ejército
había confiscado una buena parte de las mejores tierras de cultivo de Birmania, había expulsado a
los campesinos, y luego los había obligado a regresar para trabajar como esclavos en el cultivo de
los productos que los militares después cosechaban y vendían, quedándose con el pago. Así pues, era
probable que una porción importante de los productos agrícolas que las compañías estadounidenses
compraban y vendían en el extranjero hubiera sido producida con trabajo forzado.
No obstante, PepsiCo y otras compañías se declararon a favor de una política a la que llamaron
intervención constructiva. Según ellos, la mejor forma de hacer que los militares instituyeran reformas
era permaneciendo en Birmania y presionando a los militares para que cambiaran su proceder. La
mejoría en las condiciones económicas crearía una floreciente clase media que exigiría democracia.
“El libre comercio genera sociedades libres”, era un eslogan muy socorrido por PepsiCo y otros.
Sin embargo, en 1992 Levi Strauss se retiró de Birmania diciendo “no es posible hacer negocios
en [Birmania] sin apoyar directamente al gobierno militar y a sus constantes violaciones de los dere-
chos humanos”. En 1994 Reebok y Liz Claiborne se retiraron diciendo que no podían hacer negocios
en Birmania en tanto no se instauraran “mejoras significativas en la situación de los derechos hu-
manos”. En 1995 Eddie Bauer y Amoco se salieron del país citando un aumento en la oposición de
los estadounidenses a la participación de las compañías en Birmania.
Las crecientes presiones sobre PepsiCo para que saliera de Birmania por fin convencieron a la
compañía en 1996 de que debía deshacerse de su participación en la embotelladora birmana. En abril,
la compañía vendió su participación en la planta a su socio, Thein Tun, pero PepsiCo decidió seguir
respetando su licencia a 10 años que permitía a la embotelladora vender Pepsi en Birmania, y seguir
proporcionando a la embotelladora el jarabe necesario para preparar las bebidas gaseosas. Los críticos
CAPÍTULO 2. PRINCIPIOS DE ÉTICA EN LOS NEGOCIOS 140
objetaron que esa acción a medias no significaba que PepsiCo ya no estuviera haciendo negocios en
Birmania, y prometieron seguir presionando a la compañía.
Preguntas
1. ¿Cree usted que PepsiCo tuviera una obligación moral de deshacerse de todos sus activos en
Birmania? Explique su respuesta. ¿Qué enfoque ético -utilitarismo, derechos, justicia, cuidado
o virtud- es el más apropiado para analizar los sucesos en este caso?
2. ¿Cree usted que PepsiCo ahora tenga una obligación moral de retirar sus productos y su marca
de Birmania? Explique su respuesta.
Parte II
141
142
El sistema comercial1
Introducción
Durante las décadas de 1980 y 1990, la economía estadounidense sufrió turbulentas convulsiones,
en parte como resultado de la mermada capacidad de ese país para competir con otras naciones. La
economía padeció una baja en la productividad (por ejemplo, en las industrias textil, automovilística
y siderúrgica), altos niveles de desempleo, creciente competencia internacional (sobre todo por parte
de los japoneses), déficit comerciales de proporciones astronómicas, repetidas recesiones económicas
(a principios de los años ochenta, y de nuevo a principios de la siguiente década), y un aumento en las
tasas de pobreza. Al acercarse el siglo a su fin, varias otras naciones estaban comenzando a dominar
en varios segmentos de las industrias de alta tecnología e información en las que Estados Unidos
había sido pionero. Estos retos al liderazgo económico internacional de Estados Unidos dieron pie
a un debate nacional acerca de la necesidad de una “nueva política industrial” que fortaleciera las
industrias estadounidenses, de modo que pudieran competir de forma más vigorosa en el extranjero2 .
Los partidarios de una política industrial han recomendado una y otra vez al gobierno adoptar
medidas económicas coherentes para ayudar a las industrias en decadencia y a sus trabajadores a
ajustarse a las nuevas condiciones económicas, y a nutrir y proteger a las industrias tecnológicas que
recién están emergiendo hasta que sean lo bastante fuertes como para competir en el extranjero. Entre
las propuestas están la aprobación de leyes que restrinjan las importaciones; la creación de agencias de
planificación en las que las empresas, el gobierno y representantes de los trabajadores puedan nego-
ciar planes industriales coherentes; y la creación de instituciones financieras públicas que supervisen
el otorgamiento de préstamos directos a industrias selectas. Sólo con estos tipos de mecanismos coor-
dinadores, se ha afirmado, es posible resolver los problemas económicos que presenta el aumento en
la competencia de otros países, la decadencia de las industrias y el empleo. El economista Ray Mar-
1 Nota: Los lectores interesados en investigar el tema general de ideologías de mercado en Internet podrían comen-
zar con una visita a la página Web de la Essential Organization que presenta listas de varias organizaciones, tan-
to radicales como no muy radicales, que tienen opiniones opuestas acerca del capitalismo y las organizaciones cor-
porativas, como el Multinational Monitor (http://www.essential.org); el Environmental Fund ofrece otra vista opuesta
(http://www.efund.com/investors_action.html).
2 Entre los muchos libros que se han escrito sobre el tema están Gar Alperovitz y Jeff Faux, Rebuilding America (Nueva
York: Pantheon Books, 1984); George C. Lodge, Perestroika for America: Restructuring Business-Government Relations
for World Competitiveness (Boston, M A: Harvard Business School Press, 1990); Stephen S. Cohen y John Zysman,
Manufacturing Matters: The Myth of the Post Industrial Economy (Nueva York: Basic Books, 1987); Robert B. Reich,
The Next American Frontier (Nueva York: Times Books, 1983), Robert Reich, The Work of Nations (Nueva York: Alfred
A. Knopf, Inc., 1991).
143
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 144
shall, por ejemplo, en su testimonio durante una de varias sesiones del Congreso que se han celebrado
para tratar estas cuestiones, dijo:
Las soluciones a los problemas económicos se deben basar en una división sensata
del trabajo entre el gobierno, el mercado y los mecanismos que promueven la resolución
cooperativa de problemas. Y yo haría hincapié en esto último, porque creo que es una de
las principales desventajas que tiene Estados Unidos frente a otros países. Aunque el mer-
cado puede ser una maravilla para promover la eficiencia a corto plazo, no puede resolver
problemas mayores: no puede evitar la recesión, la inflación, ni crear un comercio y una
competencia abiertos y justos. Los mercados por sí solos no pueden proteger al entorno,
promover oportunidades equitativas y un ingreso adecuado para nuestro pueblo, fomentar
la investigación básica a largo plazo y la innovación, y garantizar la seguridad nacional.
Efectivamente, sin la intervención del gobierno para preservar las condiciones competiti-
vas, los mercados serían menos eficaces de lo que ahora son. Aunque nos debemos apo-
yar primordialmente en las fuerzas del mercado, nadie puede dudar de la necesidad de
una colaboración positiva entre el gobierno y el sector privado para enfrentar los grandes
problemas nacionales. Existe una importante gama de problemas, sobre todo en lo tocante
a combatir la inflación y fortalecer la competitividad internacional de la industria esta-
dounidense, que no cederán ante las acciones no coordinadas del sector público o bien del
privado por sí solos. Es preciso forjar una sociedad entre ambos sectores, estableciendo
una nueva institución de gobierno3 .
Sin embargo, quienes se oponen a estas propuestas de “política industrial” han afirmado que el
gobierno no debe intervenir en la economía de esta manera, porque tal intervención no es una función
propia del gobierno. Mucha gente de negocios se muestra especialmente hostil hacia las propuestas,
sosteniendo que a la larga la competencia en mercados libres crea industrias más fuertes, mientras
que la intervención gubernamental está condenada al fracaso. Por ejemplo, Robert Anderson, director
de Rockwell International Corporation, rindió este testimonio en otra sesión del Congreso:
Economic Stabilization of the Committee on Banking, Financeand Urban Affairs of the House of Representatives, 98o.
Congreso, la. sesión, parte I, 9, 14,21, 22, 28, y 30 de junio de 1983 (Washington, DC: U.S. Government Printing Office,
1983), p. 12.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 145
La controversia sobre una “política industrial” es sólo un episodio dentro de un gran debate,
con duración de siglos, acerca del sistema comercial estadounidense: ¿el gobierno debe regular y
coordinar las actividades de las empresas o éstas deben tener libertad de buscar sus propios intereses
dentro de mercados no regulados? ¿El sistema comercial debe ser una economía “planeada” o debe
ser una economía de “libre mercado” ? Los argumentos que presentaron Marshall y Anderson son
claros ejemplos de los dos puntos de vista opuestos acerca de esta cuestión tan importante. Un lado
asegura que los sistemas de mercado no regulados son defectuosos porque no pueden manejar los
problemas de recesión, inflación, asegurar un comercio y una competencia abiertos y justos, proteger
el entorno, dar oportunidades iguales, combatir la pobreza, la necesidad de fomentar la investigación
básica a largo plazo y la innovación, y garantizar la seguridad nacional. El otro lado argumenta que la
regulación es defectuosa porque viola el derecho a la libertad y da pie a un reparto ineficiente de los
recursos. En este capítulo examinaremos estos argumentos en pro y en contra de los mercados libres
y la regulación gubernamental.
Ideologías
Al analizar estos argumentos relacionados con los mercados libres y los gobiernos, estaremos de
hecho analizando lo que los sociólogos llaman “ideologías". Una ideología es un sistema de creencias
normativas que comparten los miembros de algún grupo social. La ideología expresa las respuestas
que el grupo da a preguntas acerca de la naturaleza humana (como, ¿los seres humanos sólo están
motivados por incentivos económicos?), acerca del propósito fundamental de nuestras instituciones
sociales (como, ¿para qué sirve el gobierno?, ¿los negocios?, ¿el mercado?), acerca de la forma en
que funcionan realmente las sociedades (como, ¿los mercados son libres?, ¿las grandes empresas
controlan el gobierno?) y acerca de los valores que la sociedad debe tratar de proteger (como, ¿la
libertad?, ¿la productividad?, ¿la igualdad?). Entonces, una ideología de los negocios es un sistema
normativo de creencias acerca de estas cuestiones, pero específicamente uno que es utilizado por
grupos en el campo de los negocios, como los gerentes.
La importancia de analizar las ideologías de los negocios son obvias: la ideología de una persona
de negocios a menudo determina las decisiones de negocios que toma, y a través de estas decisiones
la ideología influye en el comportamiento de la persona. Por ejemplo, la ideología de una persona de
negocios da cierto matiz a la forma en que esa persona percibe los grupos con los que tiene que tratar
(empleados, funcionarios del gobierno, los pobres, sus competidores, los consumidores); estimula a
la persona para que ceda ante ciertas presiones de esos grupos (tal vez hasta que los apoye) y se
oponga a otras; le hace considerar que algunas acciones se justifican y son legítimas, mientras que
otras (tanto de la persona como de los otros grupos) le parecen injustificadas e ilegítimas. Aunque
nunca se examinara la ideología de una persona, de todos modos tendría una influencia profunda y
ubicua sobre la toma de decisiones de esa persona, una influencia de la que tal vez muchas veces no
se percate y que podría derivar de lo que en realidad es una ideología falsa y éticamente inaceptable.
En un análisis muy ampliamente leído de las ideologías de negocios que tienden a dominar en la
sociedad estadounidense, y de la necesidad de adecuar esas ideologías al entorno tan competitivo en
el que actualmente operan las compañías de ese país, George Lodge, de la Harvard Business School,
identificó dos ideologías importantes, la “individualista” y la “comunitaria", que son características
de diferentes sociedades.
En una sociedad individualista, el papel del gobierno es limitado. Sus propósitos fun-
damentales son proteger la propiedad, hacer cumplir los contratos y mantener abierto el
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 146
mercado de modo que la competencia entre las compañías pueda ser lo más vigorosa y
libre que sea posible. El gobierno es en esencia distinto de los negocios; interviene en los
asuntos de los negocios sólo cuando están en juego la salud y la seguridad nacionales. Así
pues, la intervención depende de las crisis -epidemias, contaminación, desastre económi-
co, guerra- y es temporal, una excepción al estado normal de autonomía individual y
comercial . . . Una sociedad individualista se muestra inherentemente suspicaz hacia el
gobierno, se pone nerviosa cuando el poder está centralizado y se resiste a permitir que
el gobierno planee, sobre todo a largo plazo.
El papel del gobierno en una sociedad comunitaria es muy distinto. Aquí, el gobierno
es prestigioso y con autoridad (y a veces autoritario). Su función es definir las necesidades
de la comunidad a largo y a corto plazo, y cuidar que se satisfagan dichas necesidades
(aunque no necesariamente por conducto suyo). El gobierno establece una visión para
la comunidad; define y garantiza los derechos y las obligaciones de los miembros de la
comunidad, y desempeña un papel central en la creación -y a veces la imposición- de un
consenso para apoyar la decisión en la que decide que la comunidad debe avanzar. Lograr
un consenso a menudo requiere coacción de un tipo u otro, la cual se podría aplicar de
forma centralizada o descentralizada, fluyendo desde una elite hacia abajo o desde las
bases hacia arriba. Las sociedades comunitarias pueden ser jerárquicas o igualitarias . . .
Aunque es una simplificación excesiva, podría decirse que entre los países llamados
capitalistas, Estados Unidos ha tendido tradicionalmente a ser el más individualista y
Japón el más comunitario. Otras naciones se pueden colocar en algún punto dentro del
continuo entre estos dos extremos. Alemania es más comunitaria que el Reino Unido,
pero menos que Japón. Francia es una mezcla compleja . . .
La economía occidental tradicional está arraigada en el individualismo, y sostiene que
el libre comercio entre compañías independientes no constreñidas por la mano del gobier-
no produce el resultado óptimo para todos los participantes. Las compañías se benefician
de los dones naturales de su país o de su ventaja comparativa.
Sin embargo, el impresionante éxito de Japón y otros países asiáticos en los últimos
veinte años ha puesto en entredicho esta ideología. Esas naciones y sus compañías se
han beneficiado sobremanera al actuar en contra de los preceptos del individualismo. Sus
gobiernos y compañías no practican ni el libre comercio ni la libre empresa, según la
concepción tradicional, y están perfectamente preparados para restringir la libertad del
mercado si así conviene a sus propósitos5 .
Lodge, al igual que muchos otros, está sugiriendo que la gente de negocios estadounidense debe
modificar la ideología individualista que han adoptado, porque obstruye su capacidad para aceptar los
muchos cambios que deben efectuar si quieren que las empresas estadounidenses recuperen su ventaja
competitiva en la economía mundial. La ideología individualista que Lodge identifica incorpora varias
ideas tomadas del pensamiento de Adam, Smith, John Locke y otros influyentes pensadores cuyas
opiniones normativas examinaremos y evaluaremos en este capítulo6 . Analizaremos estas ideas no
5 George C. Lodge, Perestroika for America: Restructuring Business-Government Relations for World Competitiveness
(Boston, MA: Harvard Business School Press, 1990), pp. 15, 16, 17.
6 Se habla de investigaciones interesantes sobre sociedades individualistas y colectivistas en Geertz Hofstede, Culture’s
Consequences: International Differences in Work related Values, (Beverly Hills, CA: Sage, 1980) y Geertz Hofstede,
Cultures and Organizations: Software of the Mind (Londres: McGraw Hill, 1991). Se tratan investigaciones recientes
sobre individualismo y colectivismo en U. Kim, H. Triandis, C. Kagitcibasi, S. Choi, G. Yoon, eds., Individualism and
Collectivism (Thousand Oaks, CA: Sage, 1994).
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 147
sólo por la gran influencia que han tenido sobre las ideologías de la gente de negocios, sino también
por la creciente insistencia de muchos estadounidenses que piden que dichas ideologías se adapten a
las necesidades contemporáneas de los negocios. Sería un valioso ejercicio para el lector identificar
su propia ideología y examinar y criticar sus elementos a medida que lea este capítulo.
y 6 donde se contrastan estas dos abstracciones y se hace una críticas útil de qué tan apropiadas son.
9 George Dalton, Economic Systems and Society: Capitalism, Communism, and the Third World (Nueva York: Penguin
Books, 1974), pp. 122-24; Otis L. Graham, Jr., Toward a Planned Society: From Roosevelt to Nixon (Nueva York: Oxford
University Press, 1976), pp. 69-86.
10 Ibid., pp. 121-31.
11 Lindblom, Politics and Markets, p. 33.
12 Milton Friedman, Capitalism and Freedom (Chicago: The University of Chicago Press, 1962), P. 14; vea también,
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 148
sistema de mercados, deberá mantener un sistema de leyes sobre la propiedad (incluida una ley de
contratos) que asigne a individuos privados el derecho a tomar decisiones acerca de los bienes que
poseen, y que reasigne esos derechos cuando los individuos intercambian sus bienes entre sí. Y, desde
luego, un sistema de libre mercado no puede existir si los individuos no están legalmente en libertad
de reunirse en “mercados” para intercambiar voluntariamente sus bienes entre sí.
En un sistema de libre mercado puro, no habría restricción alguna sobre las propiedades que uno
puede poseer, ni sobre lo que uno puede hacer con dichas propiedades, sobre los intercambios volun-
tarios que uno puede efectuar. La esclavitud sería perfectamente legal, lo mismo que la prostitución
y todas las drogas, incluidas las más fuertes. Sin embargo, no existen sistemas de mercado puros. En
todas las economías hay algunas cosas que no pueden ser propiedad de nadie (como los esclavos),
algunas cosas que no pueden hacerse con la propiedad privada (como contaminar), algunos inter-
cambios que son ilegales (el trabajo infantil) y algunos intercambios que son obligatorios (mediante
el pago de impuestos). Desde luego, tales limitaciones de los mercados libres son intrusiones de un
sistema de mandato: la preocupación del gobierno por el bienestar público lo lleva a emitir directri-
ces que indican cuáles bienes se pueden o no producir o intercambiar. El resultado es una regulación
gubernamental en una forma o en otra.
Desde el siglo XVIII, ha habido intensos debates acerca de si el gobierno debe intervenir o no en
el mercado y si los sistemas de mercado deben o no mantener se libres de toda injerencia guberna-
mental13 . ¿Las economías deben coordinarse de forma parcial total mediante un sistema de mandato
creado por el gobierno? ¿o debe permitirse que los derechos a la propiedad privada y los intercambios
libres operen con pocas restricciones o ninguna? El debate sobre política industrial fue en esencia un
debate acerca de estas cuestiones.
Por lo regular se presentan dos argumentos principales en favor del sistema de libre mercado. El
primer argumento, propuesto originalmente por John Locke, se basa en una teoría de derechos morales
que utiliza muchos de los conceptos que examinamos en la segunda sección del capítulo 2. El segun-
do, que Adam Smith propuso por primera vez en forma clara, se basa en los beneficios utilitarios
que los mercados libres proporcionan a la sociedad, y descansa sobre los principios utilitaristas que
expusimos en la primera sección del capítulo 2. Un tercer argumento importante, pero opuesto, es el
de Karl Marx, quien sostuvo que los sistemas capitalistas promueven la injusticia. A continuación ex-
aminaremos todos estos argumentos. Como veremos, en todos los casos los argumentos se entretejen
con afirmaciones acerca del tipo de carácter moral que los sistemas de libre mercado fomentan.
397-99. Si desea leer un tratamiento de controversias en el siglo XX, vea Graham, Toward a Planned Society.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 149
Un estado de libertad perfecta para ordenar sus acciones y disponer de sus posesiones
y personas como lo crean conveniente, dentro de los límites de la ley natural, sin pedir
permiso ni depender de la voluntad de ningún otro hombre. Un estado también de igual-
dad, dentro del cual todo el poder y jurisdicción es recíproco y nadie tiene más que otro
. . . sin estar subordinado o sujeto [a otro] . . . Pero . . . el estado de naturaleza tiene una ley
natural que lo rige, que obliga a todos: y la razón, que es esa ley, enseña a toda la hu-
manidad, que sólo tiene que consultarla, que al ser todos iguales e independientes nadie
debe dañar a otro en su vida, salud, libertad ni posesiones15
La ley natural, según Locke, “enseña” a cada hombre que tiene derecho a la libertad y que, por
tanto, “a nadie se puede sacar de dicho estado [natural] y someter al poder político de otro sin su
propio consentimiento” 16 . La ley natural también nos informa que todo hombre tiene derechos de
propiedad sobre su propio cuerpo, su propio trabajo y los productos de su trabajo, y que tales derechos
de propiedad son “naturales”, es decir, no fueron inventados ni creados por un gobierno ni son el
resultado de una concesión del gobierno:
Todo hombre tiene una propiedad en su propia persona: a esto nadie más que él
mismo tiene derecho. La labor de su cuerpo, y el trabajo de sus manos, podríamos decir,
son propiamente suyos. Sea entonces lo que sea que él quita del estado que le proporcionó
la naturaleza y en el cual lo dejó, él ha mezclado su trabajo con ello, y le ha juntado algo
que es suyo, y de tal manera lo convierte en su propiedad . . . [Pues] siendo este trabajo
la indudable propiedad del trabajador, ningún hombre más que él puede tener derecho
a lo que ese [trabajo] trae aparejado, al menos siempre que sea suficiente, e igualmente
bueno, en común para los demás17 .
El estado de naturaleza, empero, es un estado peligroso, en el que los individuos están en constante
riesgo de ser dañados por otros, “pues siendo todos reyes tanto como él, todo hombre su igual, y en su
mayor parte no propensos a observar estrictamente la equidad y la justicia, el disfrute de la propiedad
que él tiene en tal estado es muy inseguro, muy frágil” 18 . Por ello, los individuos siempre se organizan
en un cuerpo político y crean un gobierno cuyo propósito primordial es ofrecer la protección de sus
derechos naturales que no tienen en el estado de naturaleza. Puesto que el ciudadano consiente en ser
gobernado “sólo con la intención . . . de preservar su persona, su libertad y propiedad . . . nunca puede
suponerse que el poder de la sociedad o legislatura constituida por ellos se extiende más allá” de lo
14 La bibliografía sobre Locke es muy amplia; vea Richard I. Aaron, John Locke, 3a. ed. (Londres: Oxford University
Press, 1971), pp. 352-76 si desea materiales bibliográficos.
15 John Locke, Two Treatises of Government, ed. rev., Peter Laslett, ed. (Nueva York: Cambridge University Press,
que se necesita para preservar tales derechos19 . Es decir, el gobierno no puede interferir el derecho
natural de cualquier ciudadano a la libertad, ni su derecho natural a la propiedad, excepto en la medida
en que tal interferencia es necesaria para proteger la libertad o la propiedad de una persona contra la
invasión de otras personas.
Aunque Locke mismo nunca usó explícitamente su teoría de los derechos naturales para justificar
los mercados libres, varios autores del siglo XX han utilizado su teoría con ese fin20 . Friedrich A.
Hayek, Murray Rothbard, Gottfried Dietze, Eric Mack y muchos otros han afirmado que toda persona
tiene los derechos a la libertad y a la propiedad que Locke asigna a cada ser humano y que, por tanto,
el gobierno debe dejar a los individuos en libertad de intercambiar su trabajo y sus propiedades como
decidan hacerlo voluntariamente21 .
Sólo una economía de intercambio de libre empresa privada en la que el gobierno se mantiene al
margen del mercado y protege los derechos de propiedad de individuos privados puede hacer posible
tales intercambios voluntarios. La existencia de los derechos lockeanos a la libertad y la propiedad,
entonces, implica que las sociedades deben incorporar instituciones de propiedad privada y mercados
libres.
New Liberty (Nueva York: Collier Books, 1978); Gottfried Dietz, In Defense of Property (Baltimore: The Johns Hopkins
Press, 1971); Eric Mack, “Liberty and Justice", en John Arthur y William Shaw, eds., Justice and Economic Distribution
(Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1978), pp. 183-93; John Hospers, Libertarianism (Los Angeles: Nash, 1971); T. R.
Machan, Human Rights and Human Liberties (Chicago: Nelson-Hall, 1975).
22 Locke, Two Treatises, p. 311; si desea un tratamiento de las opiniones de Locke acerca de la ley natural, vea John
Locke, W. Von Leyden, ed., Essays on the Law of Nature (Oxford: The Clarendon Press, 1954).
23 William K. Frankena, Ethics, 2a. ed. (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1973), pp. 102-5.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 151
En segundo lugar, incluso si los seres humanos tienen el derecho natural a la libertad y a la
propiedad, de ello no se sigue que ese derecho deba supeditar a todos los demás derechos. El derecho
a la libertad y la propiedad es un derecho “negativo” en el sentido que definimos en el capítulo 2.
Sin embargo, como vimos ahí, los derechos negativos pueden entrar en conflicto con los derechos
positivos de las personas. El derecho negativo a la libertad, por ejemplo, podría chocar con el derecho
positivo de otra persona al sustento, la atención médica, la vivienda o el aire limpio. ¿Por qué debemos
creer que en tales casos el derecho negativo tiene prioridad sobre el derecho positivo? De hecho, los
críticos alegan que no tenemos razón alguna para creer que los derechos a la libertad y la propiedad
sean preponderantes. Por tanto, tampoco tenemos por qué dejamos convencer por el argumento de
que es preciso preservar los mercados libres porque protegen ese supuesto derecho 24 .
La tercera crítica importante de la defensa lockeana de los mercados libres se basa en la idea de
que los mercados libres crean desigualdades injustas25 . En una economía de libre mercado la capaci-
dad productiva de una persona es proporcional a la cantidad de trabajo o propiedad que ya posee. Los
individuos que han acumulado una gran riqueza y que tienen acceso a la educación y la capacitación
podrán acumular más riqueza todavía adquiriendo más activos productivos. Los individuos que no
tienen propiedades, que no pueden trabajar o que carecen de habilidades (como los discapacitados,
los endebles, los pobres y los ancianos) no podrán adquirir ningún bien sin la ayuda del gobierno. El
resultado es que sin la intervención del gobierno la brecha entre los más ricos y los más pobres se
ensanchará hasta que surjan grandes disparidades en cuanto a riqueza. A menos que el gobierno inter-
venga para ajustar la distribución de la propiedad que es resultado de los “mercados libres", grandes
grupos de ciudadanos se mantendrán en un nivel de subsistencia mientras que otros se enriquecen
todavía más.
Como prueba de lo que dicen, los críticos citan los elevados niveles de pobreza y las grandes
desigualdades en naciones “capitalistas” como Estados Unidos. En 1995, por ejemplo, durante un pe-
riodo de relativa prosperidad económica en el que la riqueza de los estadounidenses más acaudalados
aumentó, 36.4 millones de estadounidenses, lo que equivale al 13.8 % de la población aproximada-
mente, siguieron viviendo en la pobreza (según la definición del Consejo de Asesores Económicos)26 .
Unos 40.6 millones de personas (15.4 % de la población) carecían de seguro médico. Se estimó que
entre 300,000 y 3 millones carecían de hogar y estaban viviendo en las calles27 . Uno de cada cinco
niños estadounidenses menores de 18 años vivía en la pobreza. Por otra parte, el 1 % superior de la
población poseía una cuarta parte de toda la riqueza personal del país, controlaba más de la mitad de
todas las acciones estadounidenses, y tenía el 60 % de su riqueza en títulos28 . Los críticos señalan la
muy desigual distribución del ingreso y la riqueza entre los diferentes quintos de la población que ha
surgido durante las últimas dos décadas, y que se resume en la tabla 3.1. Según las medidas estándar
de la desigualdad, como el llamado “índice Gini”, la desigualdad ha estado aumentando marcada-
24 Se dan otras versiones de este argumento en Lindblom, Politics and Markets, pp. 45-51.
25 Arthur M. Okun, Equality and Efficiency (Washington, DC: The Brookings Institution, 1975), pp. 1-4; vea también
Paul Baron y Paul Sweezy, Monopoly Capitalism (Nueva York: Monthly Review, 1966), cap. 10; Frank Ackerman y
Andrew Zimbalist, “Capitalism and Inequality in the United States”, en Richard C. Edwards, Michael Reich, Thomas
E. Weisskopf, eds., The Capitalist System, 2a. ed., (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1978), pp. 297-307; Jonathan
H. Turner y Charles E. Starnes, Inequality: Privilege & Poverty in America (Pacific Palisades, CA: Goodyear Publishing
Company, Inc., 1976), pp. 44-45, 134-38.
26 Vea U.S. Census Bureau, “Press Briefing on 1995 Income, Poverty, and Health Insurance Estimates", por Daniel H.
Cuadro 3.1: Distribución del ingreso y la riqueza entre las familias estadounidenses
Grupo familiar Porcentaje del Porcentaje de Porcentaje del Mediana del
ingreso esta- la riqueza es- valor neto es- valor neto
dounidense tadounidense tadounidense total (1993)
total (1994) total (1983) total (1993)
Quinto más pobre 3.60 % -0.2 % 7.20 % $ 4,249
Segundo quinto 8.9 % 1.8 % 12.20 % $20,230
Tercer quinto 15.0 % 5.9 % 15.90 % $30,788
Cuarto quinto 23.40 % 13.6 % 44.10 % $50,000
Quinto más pobre 49.10 % 78.8 % 44.10 % $118,996
Fuentes: Ingreso estadounidense, de Bureau of the Census, Current Population Reports,
p60-189.
Riqueza estadounidense de Levy, The Economic Future of American Families, 1991.
Valor neto y Mediana del Valor Neto: de Bureau of The Census, Current Population Re-
ports. P70-47.
mente en Estados Unidos, como se aprecia en la figura 3.1 29 . La figura 3.2 muestra la brecha en
constante aumento entre “los que tienen” y los “desposeídos”, y la figura 3.3 muestra cómo el 20 %
más acomodado de los hogares estadounidenses ya está cerca de tener tantos ingresos como todo el
resto combinado.
Por último, los críticos han asegurado que el argumento de Locke supone que los seres humanos
son individuos aislados con derechos personales a la libertad y la propiedad que emanan de su nat-
uraleza personal independientemente de sus relaciones con la comunidad más amplia. Puesto que se
supone que tales derechos son previos a la comunidad e independientes de ella, ésta no puede hacer
reclamaciones sobre la propiedad ni la libertad del individuo. Sin embargo, tales supuestos individu-
alistas, según los críticos, son totalmente falsos: hacen caso omiso del papel clave de las relaciones de
cuidado en las sociedades humanas y las exigencias del cuidado que emanan de tales relaciones. Los
críticos de Locke señalan que los seres humanos nacen dependiendo del cuidado de otros; a medida
que crecen siguen dependiendo del cuidado de otros para adquirir lo que necesitan para convertirse
en adultos capaces; e incluso cuando se vuelven adultos dependen de la cooperación cariñosa de otros
miembros de su comunidad para prácticamente todo lo que hacen o producen. Por ejemplo, el grado
de libertad que una persona tiene depende de lo que la persona puede hacer: cuanto menos pueda
hacer una persona, menos estará en libertad de hacer.
Figura 3.1: Aumento en la desigualdad en Estados Unidos desde 1968, medida por el índice Gini.
Nota: El índice Gini mide el grado de desigualdad. La gráfica muestra el porcentaje en que el cociente
de Gini ha aumentado más allá de su nivel en 1968. Fuente: U.S. Bureau of the Census, Current
Population Reports, Serie P60 núm. 189 (1996), tabla B2.
Figura 3.2: Aumento de la desigualdad familiar. Fuente: Census Bureau, P60, núm. 191.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 154
Figura 3.3: Proporción de los ingresos de los hogares, 1973-1994. Participación del 20 % más rico y
del 80 % restante. Fuente: U. S. Bureau of tnhe Census, Serie P60, núm. 189, tabla 2.
recursos que consumen. Así pues, el mercado libre, aunado a la propiedad privada, asegura que la
economía produzca lo que los consumidores quieren, que los precios estén en los niveles más bajos
posibles y que los recursos se usen deforma eficiente. Con ello se maximiza la utilidad económica de
los miembros de la sociedad.
Adam Smith (1723-1790), el “padre de la economía moderna", fue quien originó este argumento
utilitarista en favor del libre mercado30 . Según Smith, cuando se deja a individuos privados en libertad
de buscar sus propios intereses en mercados libres, se verán guiados de forma inevitable por una
“mano invisible” a buscar el bienestar público.
Al dirigir [su] industria de tal manera que su producto tenga el mayor valor, [el indi-
viduo] sólo procura su propia ganancia, y en ello, como en muchos otros casos, es guiado
por una mano invisible para promover un fin que no formaba parte de su intención . . . Al
perseguir su propio interés él a menudo promueve el de la sociedad de forma más eficaz
que cuando deliberadamente busca promoverlo31 .
La “mano invisible", por supuesto, es la competencia en el mercado. Todo productor busca ganarse
la vida utilizando sus recursos privados para producir y vender los bienes que, en su opinión, la gente
quiere comprar. En un mercado competitivo, numerosos negocios privados de ese tipo deben competir
entre sí por los mismos compradores. Por tanto, si quiere atraer clientes, cada uno de los que venden
se ve obligado no sólo a proporcionar lo que los consumidores quieren, sino a bajar el precio de los
bienes hasta que esté lo más cercano posible a lo “que realmente le cuesta a la persona que lo saca al
mercado” 32 . Para incrementar sus utilidades, cada productor debe recortar sus costos, reduciendo así
30 Vea Patricia Werhane, Adam Smith and His Legacy for Modem Capitalism (Nueva York: Oxford University Press,
1991); S. Hollander, The Economics of Adam Smith (Toronto: Universíty of Toronto Press, 1973).
31 Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations [1776] (Nueva York: The Modern
los recursos que consume. Así pues, la competencia que una multiplicidad de vendedores privados
egoístas genera sirve para bajar los precios, ahorrar recursos y hacer que los productores respondan a
los deseos de los consumidores. Motivados sólo por su interés, los negocios privados se ven obligados
a servir a la sociedad. Como lo expresó Smith en un pasaje famoso:
Smith también argumentó que un sistema de mercados competitivos reparte los recursos de forma
eficiente entre las diversas industrias de una sociedad34 . Cuando el abasto de cierto producto básico
no es suficiente para satisfacer la demanda, los compradores pujan por él y hacen subir su precio
hasta rebasarlo que Smith llamó el precio natural (es decir, el precio que apenas cubre los costos
de generar el producto, incluida la tasa vigente de utilidades que pueden obtenerse en otros merca-
dos). Quienes producen ese bien cosecharán entonces utilidades más altas de las que pueden obtener
quienes producen otros bienes. Las mayores utilidades inducirán a quienes generan estos otros pro-
ductos a destinar sus recursos a la producción del bien más redituable. El resultado es que la escasez
de ese bien desaparece y su precio vuelve a bajar a su nivel “natural". En cambio, cuando el abasto de
un producto básico es mayor que la cantidad requerida, su precio bajará induciendo a sus productores
a destinar sus recursos a la producción de otros bienes más redituables. Así pues, la fluctuación de
los precios de los bienes en un sistema de mercados competitivos obliga a los productores a asignar
sus recursos a las industrias donde es mayor la demanda y a retirar recursos de las industrias en las
que hay un abasto excesivo de bienes. En síntesis, el mercado asigna recursos a modo de satisfacer la
demanda de los consumidores de la forma más eficiente, promoviendo así la utilidad social.
Por tanto, la mejor política de un gobierno que quiere promover el bienestar público es no hacer
nada: dejar que cada individuo persiga su propio interés en “libertad natural” 35 . Cualquier interven-
ción en el mercado por parte del gobierno sólo puede servir para interrumpir el efecto autorregulador
de la competencia y reducir sus múltiples consecuencias benéficas.
A principios del siglo XX los economistas Ludwig Von Mises y Friedrich A. Hayek complemen-
taron las teorías del mercado de Smith con un ingenioso argumento36 . Alegaron que un sistema de
mercados libres y propiedad privada no sólo sirve para asignar recursos de forma eficiente, sino que
en principio es imposible que el gobierno o cualquier ser humano asigne recursos con la misma efi-
ciencia. Los seres humanos no pueden asignar recursos de forma eficiente porque nunca pueden tener
suficiente información ni calcular con la suficiente rapidez como para coordinar con eficiencia los
cientos de miles de intercambios diarios que requiere una economía industrial compleja. En un mer-
cado libre, los precios altos indican que se necesitan recursos adicionales para satisfacer la demanda
de los consumidores, y motivan a los productores para que asignen sus recursos a esos consumidores.
Así, el mercado asigna recursos de forma eficiente, día tras día, mediante el mecanismo de fijación de
precios. Si una agencia humana tratara de hacer lo mismo, afirmaron Von Mises y Hayek, la agencia
tendría que conocer, día con día, qué cosas desea cada consumidor, qué materiales va a necesitar cada
33 Ibíd., p. 14.
34 Ibíd., pp. 55-58.
35 Ibíd., p. 651.
36 Friedrich A. Hayek, “The Price System as a Mechanism for Using Knowledge", y Ludwig Von Mises, “Economic
Calculation in Socialism”, ambos en Morris Bornstein, ed., Comparative Economic Systems: Models and Cases (Home-
wood, IL: Richard D. Irwin, Inc., 1965), pp. 39-50 y 79-85.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 156
productor para elaborar el sin número de cosas que los consumidores desean, y luego tendría que cal-
cular la mejor forma de asignar los recursos entre los productores interrelacionados para que pudieran
satisfacer los deseos de los consumidores. La cantidad infinita de elementos de información detal-
lados y el número astronómico de cálculos que requeriría semejante agencia, aseguraron Von Mises
y Hayek, rebasaban la capacidad de cualquier ser humano. Por tanto, los mercados libres no sólo
asignan los bienes de forma eficiente, sino que es imposible que los planificadores gubernamentales
alcancen la misma eficiencia.
38 .La naturaleza humana sigue la regla de “racionalidad económica” : dar lo menos que se pueda a
cambio de lo más que se pueda obtener. Puesto que de todos modos un ser humano “sólo busca su
propia ganancia", el mejor sistema económico será uno que reconozca esta motivación “natural” y le
permita actuar libremente en mercados competitivos que obligan al interés personal a servir al interés
público. Sin embargo, según los críticos, esta teoría de la naturaleza humana es a todas luces falsa.
Primero, los seres humanos muestran una y otra vez una preocupación por el bienestar de otros y
limitan su interés personal a favor de los derechos de otros. Aun al comprar y vender en los mercados,
las limitantes de la honradez y la equidad afectan nuestra conducta. Segundo, los críticos aseguran
que no es necesariamente “racional” seguir la regla de “dar lo menos que se pueda a cambio de
lo más que se pueda obtener", En numerosas situaciones todo el mundo sale beneficiado si todos se
preocupan por otros, y en tal caso es racional mostrar tal preocupación. Tercero, si los seres humanos a
menudo se comportan como “hombres económicos racionales", no es porque tal comportamiento sea
natural, sino porque la amplia adopción de relaciones de mercado competitivas obliga a las personas
a relacionarse como “hombres económicos racionales". El sistema de mercado de una sociedad hace
egoístas a las personas, y este egoísmo tan difundido nos hace entonces pensar que el motivo del
lucro es “natural” 39 . Son las mismas instituciones del capitalismo las que engendran el egoísmo, el
materialismo y la competitividad. En realidad, los seres humanos nacen con una tendencia natural a
preocuparse por otros miembros de su especie (en sus familias, por ejemplo). De hecho, un defecto
moral importante de una sociedad construida alrededor de mercados competitivos es que dentro de
tales sociedades esta tendencia benevolente natural hacia la virtud es sustituida gradualmente por
tendencias interesadas que tienden al vicio. En síntesis, tales sociedades son moralmente defectuosas
porque fomentan un carácter moralmente malo.
En cuanto al argumento de Von Mises y Hayek de que los planificadores humanos no pueden
asignar recursos de manera eficiente, los ejemplos de la planificación francesa, holandesa y sueca han
demostrado que la planificación dentro de algunos sectores de la economía no es tan imposible como
imaginaron Von Mises y Hayek 40 . Es más, el argumento de Von Mises y Hayek fue refutado con bases
teóricas por el economista socialista Oskar Lange, quien demostró que “una junta de planificación
central” puede repartir bienes de forma eficiente en una economía sin tener que conocer todo acerca
de los consumidores y productores y sin tener que efectuar cálculos excesivamente complejos41 . Lo
único que se necesita es que los planificadores centrales reciban informes acerca del tamaño de los
inventarios de los productores, y fijen los precios de sus productos de manera acorde. Un exceso
de inventarios indicaría la necesidad de bajar los precios, mientras que una escasez de inventarios
indicaría que hay que subir los precios. Al fijar de este modo los precios de todos los bienes, la
junta de planificación central podría crear un flujo eficiente de recursos por toda la economía. No
obstante, hay que reconocer que el tipo de planificación a gran escala que intentaron algunas naciones
comunistas -en especial la ex Unión Soviética- ha fracasado a gran escala. La planificación sólo es
posible en tanto siga siendo sólo un componente dentro de una economía en la que los intercambios
se basan principalmente en las fuerzas del mercado.
38 Perovea Werhane, op. cit., quien argumenta que Smith no sostuvo que los individuos sólo están motivados por
su interés personal. Más bien, dice ella, las opiniones de Smith en The Wealth of Nationsse deben complementar con
sus opiniones acerca de “simpatía”, “aprobación", “corrección”, “virtud” y “sentimiento”, que se plantean en su tratado
anterior Theory of the Moral Sentiments.
39 Vea, por ejemplo, J. Philip Wogaman, The Great Economic Debate: An Ethical Analysis (Philadelphia: The West-
1936). Si desea un resumen accesible de las opiniones de Keynes, vea su artículo “The General Theory of Employment",
Quarterly Journal of Economics, 51 (septiembre de 1937): 209-23.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 159
inflación y desempleo, llamados estanflación. El análisis keynesiano estándar nos habría hecho creer
que ambas cosas no pueden ocurrir al mismo tiempo: el aumento en el gasto del gobierno, aunque
inflacionario, debería haber acrecentado la demanda y con ello aliviado el desempleo. Sin embargo,
durante esa década el remedio keynesiano estándar para el desempleo (incremento en los gastos del
gobierno) tuvo el efecto esperado de crear una mayor inflación pero no curó el desempleo.
Se han sugerido varios diagnósticos para la aparente incapacidad de la economía keynesiana de
manejar el doble problema de inflación y desempleo crónico, sobre todo durante los años seten-
ta44 . Entre ellos sobresalen los nuevos enfoques keynesianos que está explorando la llamada “escuela
postkeynesiana” 45 . Por ejemplo, John Hicks, desde hace mucho un gran entusiasta keynesiano y aho-
ra un “postkeynesiano", ha sugerido que en muchas industrias actuales los precios y los salarios ya no
están siendo determinados por las fuerzas competitivas del mercado como Keynes supuso: más bien,
están siendo fijados por acuerdos convencionales entre los productores y los sindicatos46 . El efecto
final de estas convenciones de fijación de precios es una inflación persistente frente a un desempleo
persistente. Sea correcto o no este análisis de Hicks, una floreciente escuela postkeynesiana ha estado
desarrollando últimamente nuevos enfoques de los conceptos de Keynes que pueden explicar defor-
ma más satisfactoria los problemas de la “estanflación”. Las teorías postkeynesianas, como las de
Hicks, mantienen la afirmación clave de Keynes de que el desempleo puede curarse incrementando
la demanda total (el “Principio de Demanda Efectiva” ) a través de gastos del gobierno. Sin embargo,
a diferencia de Keynes, Hicks y otros postkeynesianos toman más en serio la naturaleza oligopólica
de la mayor parte de las industrias modernas y de los mercados de mano de obra sindicatizados, y el
papel que las convenciones y acuerdos sociales desempeñan en esos mercados oligopólicos cuando
los grandes sindicatos y las grandes compañías se pelean las proporciones del ingreso. Así pues, el
papel del gobierno es aún mayor que el previsto por Keynes. El gobierno no sólo debe impulsar la
demanda total aumentando su gasto; también debe frenar el poder de los grandes grupos oligopólicos.
presiones competitivas del mundo animal. Como resultado de esta “lucha por la existencia” compet-
itiva, sostuvo Darwin, las especies cambian gradualmente, dado que sólo los “más aptos” sobreviven
para transmitir sus características favorables a su progenie.
44 Si desea una reseña general de la llamada “escuela postkeynesiana”, vea la recopilación de artículos en J. Pheby,
ed., New Directions in Post Keynesian Economics (Aldershot: Edward Elgar, 1989), y M. C. Sawyer, Post Keynesian
Economics, Schools of Thought in Economics Serie 2, (Aldershot: Edward Elgar, 1988).
45 Vea Sheila C. Dow, “The Post-Keynesian School”, en Douglas Mair y Anne G. Miller, eds., A Modem Guide to
1883), p. 63.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 160
Incluso antes de que Darwin publicara sus teorías, el filósofo Herbert Spencer (1820-1903) y otros
pensadores ya habían comenzado a sugerir que los procesos evolutivos que Darwin describía también
actuaban en las sociedades humanas. Spencer afirmó en Social Statics que, así como la competencia
en el mundo animal garantiza que sólo sobrevivirán los más aptos, la libre competencia en el mundo
económico garantiza que sólo los individuos más capaces sobrevivirán y ascenderán a la cúspide. La
implicación es que
Las molestias, el sufrimiento y la muerte son los castigos que asigna la Naturaleza a
la ignorancia y a la incompetencia y también son los medios para remediar esos defectos.
En parte extirpando a los de más bajo desarrollo y en parte sometiendo a los que quedan
a la incesante disciplina de la experiencia, la Naturaleza asegura el crecimiento de una
raza que entiende las condiciones de la existencia y también puede actuar a la altura de
ellas48 .
Los individuos cuyos tratos de negocios agresivos les permiten tener éxito en el competitivo mun-
do de los negocios son “los más aptos” y por ende los mejores. Así como la supervivencia de los más
aptos asegura el progreso y el mejoramiento continuos de una especie animal, la libre competencia
que enriquece a algunos individuos y reduce a otros a la pobreza dará como resultado el mejoramiento
gradual de la raza humana. No debe permitirse al gobierno que interfiera en esta severa competencia
porque ello sólo impediría el progreso. En particular, el gobierno no debe prestar ayuda económi-
ca a quienes se rezagan en la competencia por la supervivencia. Si estos inadaptados económicos
sobreviven, transmitirán sus cualidades inferiores y la raza humana entrará en decadencia.
No fue difícil para pensadores posteriores modificar las ideas de Spencer a fin de despojarlas de
su aparente insensibilidad. Las versiones modernas del spencerismo sostienen que la competencia es
buena no porque destruya al individuo débil, sino porque elimina a la compañía débil. La competencia
económica asegura que las “mejores” compañías sobrevivan y, en consecuencia, el sistema económi-
co mejore gradualmente. La lección del darwinismo social moderno es la misma: el gobierno debe
mantenerse al margen mercado porque la competencia es benéfica.
Las deficiencias de las opiniones de Spencer eran obvias incluso para sus contemporáneos49 . Los
críticos no tardaron en señalar que las habilidades y características que ayudan a los individuos y
a las compañías a progresar y “sobrevivir” en el mundo de los negocios no son necesariamente las
que ayudarán a la humanidad a sobrevivir en el planeta. El adelanto en el mundo de los negocios
podría lograrse mediante una despiadada indiferencia hacia otros seres humanos. La supervivencia
de la humanidad, en cambio, bien podría depender del desarrollo de actitudes de cooperación y de la
disposición de la gente a ayudarse mutuamente.
El problema básico que subyace en las opiniones del darwinista social, empero, es el supuesto
normativo fundamental de que la “supervivencia del más apto” significa la “supervivencia del mejor".
Es decir, que sea cual sea el resultado del funcionamiento de la Naturaleza, necesariamente es bueno.
Esta falacia, que los autores modernos llaman “falacia naturalista", implica, desde luego, que todo lo
que sucede naturalmente siempre es lo óptimo. Sin embargo, es una falla básica de lógica inferir que
aquello que es necesariamente debería ser, o que lo que la Naturaleza crea es necesariamente lo que
más conviene.
48 Herbert Spencer, Social Statics, Abridged and Revised (Nueva York: D. Appleton and Company, 1893), pp. 204-5;
si desea una reseña del spencerismo en Estados Unidos vea Richard Hofstadter, Social Darwinism in American Thought
(Boston: Beacon Press, 1955).
49 Vea los ensayos recopilados en R. J. Wílson, Darwinism and the American Intellectual (Homewood, II: The Dorsey
Press, 1967); vea también Donald Fleming, “Social Darwinism", en Arthur Schlesinger, Jr. y Morton White, eds., Paths
of American Thoughts (Boston: Houghton Mifflin Company, 1970), pp. 123-46.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 161
3.3.1. Alienación
Las condiciones de vida que el capitalismo imponía a las clases trabajadoras inferiores contrasta-
ban marcadamente con lo que Marx consideraba como la forma en que debían vivir los seres humanos.
Marx sostenía que se debía facultar a los seres humanos para desarrollar su naturaleza humana ha-
ciendo crecer libremente su potencial de autoexpresión y satisfaciendo sus verdaderas necesidades
humanas52 . A fin de desarrollar su capacidad para expresarse en lo que hacen y en lo que producen, la
gente debe poder dedicarse a actividades que desarrollan su potencial productivo y debe tener control
sobre lo que produce. Para satisfacer sus necesidades, las personas deben saber cuáles son realmente
sus necesidades humanas y ser capaces de formar relaciones sociales satisfactorias. Desde la perspec-
tiva de Marx, el capitalismo “alienaba” a las clases trabajadoras inferiores al no permitirles desarrollar
su potencial productivo y tampoco satisfacer sus verdaderas necesidades humanas.
50 El resurgimiento actual del interés en Marx ha dado lugar a varios estudios excelentes: David McLellan, Karl Marx:
His Life and Thought (Nueva York: Harper and Row Publishers, Inc., 1973); John McMurtry, The Structure of Marxs
Worldview (Princeton: Princeton University Press, 1978); Anthony Cutler, Barry Hindess, Paul Hirst y Arthur Hussain,
Marx’s Capital and Capitalism Today (Londres: RoutIedge and Kegan Paul, 1977); Ernest Mandel, An Introduction to
Marxist Economic Theory (Nueva York: Pathfinder Press, 1970); Shlomo Avineri, The Social and Political Thought of
Karl Marx (Nueva York: Cambridge University Press, 1968); Robert Heilbroner Marxism: For and Against (Nueva York:
W. W. Norton & Co., Inc., 1980).
51 Éstas y otras ilustraciones citadas por Marx se pueden consultar en su Capital, vol. l., Samuel Moore y Edward
Aveling, trad. (Chicago: Charles H. Keff & Company, 1906), pp. 268-82.
52 McMurtry, Structure of Marx’s World-View, pp. 19-37.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 162
Según Marx, las economías capitalistas producen cuatro formas de “alienación” en los traba-
jadores, es decir, cuatro formas de “separación” de lo que en esencia es suyo53 . Primera, las so-
ciedades capitalistas otorgan el control de los productos de los trabajadores a otros. Los objetos que
el trabajador produce con su labor le son arrebatados por el patrón capitalista y se usan para fines que
van en contra de los intereses del trabajador. En palabras de Marx:
La vida que él ha dado al objeto se vuelve en contra suya como fuerza ajena y hostil
. . . El trabajo ciertamente produce maravillas para los ricos, pero produce privación para
el trabajador. Produce palacios, pero pocilgas para el trabajador. Produce belleza, pero
deformidad para el trabajador. Reemplaza la mano de obra humana por máquinas, pero
arroja a algunos de los trabajadores de vuelta a labores propias de bárbaros y convierte
a otros en máquinas. Produce inteligencia, pero también estupidez y cretinismo para los
trabajadores54 .
Segunda, el capitalismo aleja al trabajador de su propia actividad. Los mercados de mano de obra
obligan a la gente a ganarse la vida aceptando trabajo que no les da satisfacciones, que no les permite
realizarse y que es controlado por las decisiones de otra persona. Marx pregunta:
¿Qué constituye la alienación del trabajo? Que el trabajo es externo al trabajador,
que no forma parte de su naturaleza, por lo que el trabajador no se realiza trabajando,
sino que se niega a sí mismo, tiene una sensación de sufrimiento en lugar de bienestar, no
desarrolla libremente sus energías físicas y mentales, sino que queda físicamente exhausto
y mentalmente rebajado . . . su carácter ajeno queda claramente de manifiesto por el hecho
de que tan pronto como desaparece toda coacción física o de otro tipo, se le evita como a
la peste . . . no es su propio trabajo, sino trabajo para alguien más55 .
Tercera, el capitalismo aliena a las personas de sí mismas al inculcar en ellas ideas falsas acerca de
sus verdaderas necesidades y deseos humanos. Marx describe esta alienación respecto al verdadero
yo en un retrato muy gráfico de los rasgos de carácter del economista capitalista.
[Su] principal tesis es la renuncia a la vida y a las necesidades humanas. Cuanto
menos se coma, se beba, se compren libros, se vaya al teatro o a bailes, o a la cantina, y
cuanto menos se piense, se ame, se especule, se cante, se pinte, o se toquen instrumentos,
etc., más se podrá ahorrar y más crecerá el tesoro propio que ni la polilla ni el orín podrán
corromper: el capital. Cuanto menos se sea, cuanto menos se exprese la vida, cuanto más
se tenga, mayor será su vida alienada y mayor será el ahorro de su ser alienado56 .
Cuarta, las sociedades capitalistas alejan a los seres humanos de sus congéneres al dividirlos en clases
sociales antagónicas y desiguales que destruyen la comunidad y las relaciones de cariño57 57. Según
Marx, el capitalismo divide a la humanidad en un “proletariado", una clase trabajadora, y una “bur-
guesía”, una clase de propietarios y patrones: “La sociedad en general se está dividiendo de forma
cada vez más marcada en dos grandes campos hostiles, en dos grandes clases que se enfrentan direc-
tamente: la burguesía y el proletariado” 58 .
53 Karl Marx, “Estranged Labor”, en Dirk Struik ed., The Economic and Philosophic Manuscripts of 1844, Martin
Milligan, trad, (Nueva York: International Publishers, 1964), pp. 106-19.
54 Ibíd., pp. 108-9.
55 Ibíd., pp. 110-11.
56 Ibíd., p. 150.
57 Ibíd., p. 116.
58 Karl Marx y Friedrich Engels, Manifesto of the Communist Party (Nueva York: International Publishers, 1948), p. 9.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 163
Así pues, la propiedad capitalista y los mercados no regulados necesariamente producen desigual-
dades en cuanto a riqueza y poder: una clase “burguesa” de dueños que poseen los medios de produc-
ción y que acumulan cantidades siempre crecientes de capital y una clase “proletaria” de trabajadores
que deben vender su trabajo para subsistir y que sufren alienación de lo que producen, de su propio
trabajo, de sus propias necesidades humanas y de sus congéneres con quienes deberían constituir una
comunidad que cuida. Aunque la propiedad privada y los mercados libres tal vez garanticen la “lib-
ertad” de la clase acomodada de los propietarios, lo hacen creando una clase trabajadora alienada en
la que desaparecen las relaciones de cuidado. Tal alienación es injusta y choca con las exigencias del
cuidado.
ed. (Nueva York: The International Library Publishing Co., 1904), pp. 11-13.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 164
Marx también asegura que los tipos de relaciones de producción que una sociedad adopta de-
penden de los tipos de fuerzas de producción que esa sociedad tiene. Es decir, los métodos que una
sociedad usa para producir bienes determinan la forma en que esa sociedad organiza y controla sus
trabajadores. Por ejemplo, el hecho de que la sociedad medieval tenía que depender de los métodos
de cultivo manuales para sobrevivir la obligó a adoptar un sistema social en el que una clase reducida
de señores organizaba y dirigía la numerosa clase de siervos que proporcionaban la mano de obra
que la sociedad necesitaba en sus granjas. De forma similar, el hecho de que la sociedad moderna
depende métodos de producción en masa nos ha obligado a adoptar un sistema social en el que una
clase reducida de propietarios acumula el capital necesario para construir grandes fábricas, y en el que
una clase numerosa de obreros proporciona la mano de obra que las líneas de ensamble mecanizadas
de dichas fábricas requieren. En síntesis, las fuerzas de producción de una sociedad determinan sus
relaciones de producción, y éstas su vez determinan las clases sociales de la sociedad.
Eso en cuanto a la subestructura económica: ¿Qué es la “superestructura social” de una sociedad
y qué la determina? La superestructura de una sociedad consiste en su gobierno y sus ideologías
populares. Según Marx, la clase gobernante creada por la subestructura económica forzosamente
controlará esta superestructura. Es decir, los miembros la clase gobernante controlarán el gobierno
y se asegurarán de que utilice su fuerza para proteger su posición privilegiada; y, al mismo tiempo,
ellos popularizarán las ideologías que justifiquen su posición de privilegio. Los reyes medievales,
por ejemplo, se seleccionaban de la clase de los señores y hacían cumplir la ley feudal, al tiempo
que los señores ayudaban a diseminar la ideología de que su status de nobles se justificaba por la
sangre aristocrática que corría por sus venas. De forma similar, en las sociedades modernas, Marx
sugiere que la clase de propietarios tiene un papel preponderante en la selección de funcionarios
del gobierno, y que el gobierno entonces hace obligatorio el sistema de propiedad del que depende
la riqueza de esta clase; por añadidura, la clase de propietarios, a través de sus economistas y de
sus escritores popularizadores, inculca ideologías de la libre empresa y del respeto por la propiedad
privada, las cuales apoyan sus posiciones privilegiadas. Así pues, el gobierno moderno no se crea por
“consentimiento", como había asegurado Locke, sino por una especie de determinación económica.
Según Marx, el gobierno de una sociedad y sus ideologías están diseñados para proteger los in-
tereses de sus clases económicas gobernantes. Estas clases, a su vez, son creadas por las relaciones
de producción subyacentes de la sociedad, las cuales a su vez están determinadas por las fuerzas de
producción subyacentes. De hecho, Marx afirmó que todos los cambios históricos importantes son
en última instancia resultado de cambios en las fuerzas de producción de la sociedad. Las fuerzas
económicas o “materiales” determinan el curso de la historia, así como determinan las funciones del
gobierno. A medida que se encuentran o inventan nuevas fuerzas materiales de producción (como la
máquina de vapor o la línea de ensamblado), las viejas fuerzas se hacen aun lado (como sucedió con
la potencia hidráulica y las artesanías) y la sociedad se reorganiza con base en los métodos de pro-
ducción económicos recién desarrollados. Se crean nuevas estructuras legales y clases sociales (como
la corporación y la clase gerencial) y las viejas estructuras y clases sociales son demolidas (como
la casa señorial y la aristocracia). Durante estos periodos de “transformación” se libraron grandes
batallas ideológicas” por el control de as mentes humanas, pero las ideas nuevas siempre triunfan:
la historia siempre sigue a las fuerzas de producción más nuevas. Esta perspectiva marxista de una
historia determinada por los cambios en los métodos económicos con los que la humanidad produce
los materiales que necesita para vivir, recibe actualmente el nombre de “materialismo histórico".
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 165
trabajadores en países capitalistas están en una situación mucho mejor ahora que en la que sus abuelos
estaban hace un siglo. No obstante, los escritores marxistas contemporáneos señalan que muchas de
las predicciones de Marx se han cumplido. Los obreros de las fábricas actuales siguen considerando
a su trabajo alienante porque es deshumanizante, carente de significado y no les produce satisfacción
personal65 . El desempleo, la inflación, las recesiones y otras “crisis” se siguen presentando en nuestra
economía66 . La publicidad trata incesantemente de inculcar en nosotros el deseo de tener cosas que
realmente no necesitamos67 . Persiste la desigualdad y la discriminación68 . Nuestras sociedades se
siguen caracterizando por el desmoronamiento de la comunidad69 .
and the Crisis of the l970s”, en Richard C. Edwards, Michael Reich, y Thomas E. Weisskopf, eds., The Capítalist System,
2a. ed. (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1978); pp. 441-61.
67 Herbert Marcuse, One Dimensional Man (Boston: Beacon Press, 1964), pp. 225-46.
68 Frank Ackerman y Andrew Zimbalist, “Capitalism and Inequality in the United States”, en Edwards, Reich, Weis-
skopf, eds., The Capitalist System, pp. 297-307; y Michael Reich, “The Economics of Racism", en Ibíd., pp. 381-88.
69 Vea D. Miller, “In What Sense Must Socialism Be Communitarian?", Social Philosophy and Policy, 6 (1989), pp.
51-73.
70 Irving Kristol, “A Capitalist Conception of Justice", en Richard T. De George y Joseph A. Pickler, eds., Ethics, Free
Enterprise and Public Policy (Nueva York: Oxford University Press, 1978), p. 65; vea también H. B. Acton, The Morals
of Markets (Londres: Longman Group Limited, 1971), pp. 68-72.
71 John Bates Clark, The Distribution of Wealth (Nueva York: The Macmillan Co., 1899), pp. 7-9, 106-7; si desea ver
una crítica de este argumento, vea Okun, Equality and Efficiency, pp.40-47.
72 Milton Friedman, Capitalism and Freedom, pp. 168-72.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 167
mercados libres desintegran las comunidades. Su argumento es que los mercados libres se basan
en la idea de que las preferencias de los gobernantes no deben determinar las relaciones entre los
ciudadanos. Por ejemplo, el gobierno no puede favorecer un tipo de comunidad religiosa o relaciones
eclesiásticas por sobre otro, ni puede favorecer los valores o formas de relacionarse de una comunidad
por sobre los de otras. En las sociedades caracterizadas por tal libertad, la gente puede reunirse en
asociaciones en lasque puede dedicarse a cualesquiera valores -religiosos o no religiosos- que desee73 .
En tales asociaciones libres -apoyadas por el derecho a la libertad de asociación- pueden florecer las
verdaderas relaciones de comunidad y comunales. En pocas palabras, la libertad en que se basan los
mercados libres ofrece la oportunidad de formar libremente comunidades plurales. Tales comunidades
no son posibles en sociedades -como en la ex Unión Soviética- en las que los gobernantes deciden
qué asociaciones están permitidas y cuáles prohibidas.
Así pues, la fuerza del argumento de que hay que apoyar los mercados no regulados porque son
eficientes y protegen el derecho a la libertad y a la propiedad depende, en última instancia, de la im-
portancia que atribuimos a varios factores éticos. ¿Qué tan importantes son los derechos a la libertad
y a la propiedad, en comparación con una justa distribución de los ingresos y la riqueza? ¿Qué tan
importantes son los derechos negativos de libertad y propiedad en comparación con los derechos pos-
itivos de los trabajadores necesitados y de quienes no tienen propiedades? ¿Qué tan importante es la
eficiencia en comparación con las exigencias de la justicia? ¿Qué tan importantes son los bienes de la
comunidad y del cuidado en comparación con los derechos de los individuos?
leyes sindicales y ) tras formas de legislación laboral sirven para proteger a los trabajadores contra la
explotación. Los monopolios se regulan, nacionalizan o se prohíben. Las políticas monetarias y fis-
cales del gobierno intentan garantizar el empleo. Las dependencias reguladoras del gobierno vigilan
a las compañías para asegurar que no se comporten de formas que perjudiquen a la sociedad.
¿Qué tan eficaces son las políticas de esta índole? Podría ser útil comparar la economía esta-
dounidense con otras economías que han llegado mucho más lejos en cuanto a implementar las políti-
cas de una “economía mixta". Suecia, Alemania, Dinamarca, Japón, los Países Bajos, Bélgica, Norue-
ga, Finlandia y Suiza son economías mixtas con elevados niveles de intervención gubernamental. Var-
ios estudios han comparado el de,empeño de las economías de estos países con la de Estados Unidos
y otros países que tienen niveles más bajos de intervención gubernamental77 . Las conclusiones son
interesantes. Por principio de cuentas, Estados Unidos tiene una desigualdad mucho más marcada que
cualquiera de estos países. Por ejemplo, el 10 % superior de todos los hogares estadounidenses recibe
quince veces más ingresos que el 10 % inferior, mientras que en Suecia la proporción es de siete veces,
en Alemania Occidental es de once veces y en Japón es de diez veces. Aunque la desigualdad en Esta-
dos Unidos es comparativamente alta. la productividad ha estado en comparativa decadencia y desde
la década de1970 la productividad ha sido significativamente más baja en Estados Unidos que en mu-
chos de estos países. Durante los años setenta, por ejemplo, la tasa de crecimiento de la productividad
sueca fue 11 % mayor que la estadounidense, y la de Japón fue 25 % mayor que la estadounidense.
En términos de PIB per cápita, Estados Unidos ha sido superado periódicamente por Japón, Suecia,
Suiza, Dinamarca, Noruega y Alemania Occidental. Aunque el desempleo en promedio ha sido más
alto en Estados Unidos que en esos otros países, la inflación media también ha sido más alta.
Si bien estas breves comparaciones no son todo el panorama, sí indican al menos que una economía
mixta podría tener ciertas ventajas. Es más, si comparamos el desempeño de la economía esta-
dounidense en diferentes periodos de su historia, llegamos a la misma conclusión. Antes de la in-
trusión de la regulación gubernamental y los programas de asistencia social, la tasa de crecimiento
en el PIB per cápita más alta que Estados Unidos experimentó durante una sola década fue la tasa de
crecimiento del 22 % que se dio entre 1900 y 1910. Durante la década de 1940, en la que la economía
estadounidense se manejó como una economía de mandato en tiempos de guerra, la tasa de crec-
imiento del PIB per cápita subió al 36 % (la más alta de su historia), y durante la década de 1960, en
la que Estados Unidos introdujo sus principales programas de asistencia social, la tasa de crecimiento
del PIB per cápita alcanzó el nivel del 30 %. Una vez más, estas comparaciones no presentan todo el
panorama pero sí sugieren que la “economía mixta” podría ser una buena idea.
La conveniencia de las políticas de la economía mixta también sigue siendo tema de los mismos
debates que giran en tomo a los conceptos de mercados libres, propiedad privada e intervención guber-
namental. Desde los años ochenta estos debates han tendido a centrarse en la “crisis de productividad”
que sigue sufriendo Estados Unidos al competir con otras naciones en mercados globales78 . Durante
las dos décadas entre 1948 y 1968, la producción por hora delos trabajadores aumentó a razón del
3.2 % anual; luego entre 1968 y 1973 la tasa de incremento anual bajó al 1.9 %; y de 1970 a 1990 ha
promediado cerca del 0.5 % 79 . Así pues, el crecimiento en la productividad de Estados Unidos siguió
77 Vea, por ejemplo, Lane Kenworthy, In Search of National Economic Success: Balancing Competition and Cooper-
ation (Thousand Oaks, CA: Sage Publications, 1995) y Lester C. Thurow, The Zero-Sum Society (Nueva York: Basic
Books, Inc., 1980).
78 Vea “The Productivity Crisis", News week, 8 de septiembre de 1980, pp. 50-69, especialmente el debate entre Fried-
datos posteriores hasta 1990 en Lane Kenworthy, In Search of National Economic Success (Thousand Oaks, CA: Sage,
1995), p. 50.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 169
frenándose hasta los años noventa, cuando mejoró. Algunos han achacado esta crisis a una interven-
ción excesiva del gobierno en el mercado. Según estos críticos, la legislación ambiental y las leyes
que protegen la salud de los trabajadores han obligado a las compañías a invertir mucho en equipo de
control de la contaminación “no productivo” y en seguridad de los trabajadores, y ello ha consumido
capital que debería haberse utilizado para mejorar o sustituir planta y maquinaria ineficiente. Otros
han alegado que una buena parte del problema radica en las estrategias a corto plazo de los gerentes
de negocios que se han mostrado reacios a invertir en investigación y desarrollo arriesgados y en pro-
gramas de cambio de herramental que podrían perjudicar sus utilidades a corto plazo, y que se han
interesado más en expandir sus compañías mediante fusiones y adquisiciones que no crean ningún
valor nuevo80 .
No obstante, los defensores de los mercados libres encuentran muy alentador lo que algunos han
descrito como el abandono total del comunismo en varias naciones que antes eran comunistas, prin-
cipalmente en la URSS. El 24 de septiembre de 1990 la legislatura soviética votó en favor del cambio
a una economía de libre mercado y de desechar setenta años de economía comunista que habían dado
pie a ineficiencias y a escasez de productos para el consumidor. Después, en el verano de 1991, el Par-
tido Comunista mismo fue prohibido después de que sus líderes fracasaron en un intento de apoder-
arse del gobierno soviético. La Unión Soviética se fragmentó y sus estados reorganizados desecharon
sus ideologías marxistas-leninistas radicales en favor de perspectivas mundiales que incorporaban
elementos tanto socialistas como capitalistas. Las nuevas naciones iniciaron experimentos para inte-
grar la propiedad privada y los mercados libres en sus economías que seguían teniendo una fuerte
orientación socialista.
Sin embargo, estas históricas reformas comunistas no han marcado realmente el “abandono total”
del socialismo. Sin excepción, todas estas reformas han tenido como objeto desplazar los sistemas
comunistas hacia economías basadas en los mejores rasgos de las ideologías tanto socialista como de
libre mercado. En pocas palabras, las reformas han tratado de desplazar los países comunistas hacia
la misma ideología de economía mixta que domina las naciones capitalistas occidentales. El debate
que está teniendo lugar ahora en el mundo ex comunista, igual que en el mundo capitalista, se centra
en la combinación óptima de regulación gubernamental, derechos de propiedad privada, y mercados
libres.
Los seguidores de Smith y Locke siguen insistiendo en que el nivel de intervención gubernamental
que la economía mixta tolera hace más daño que bien. Sus oponentes siguen contestando que, en
nuestra economía mixta, el gobierno favorece los intereses de los negocios, y que permitir a los
negocios establecer sus propias políticas exacerba nuestros problemas económicos. Sin embargo, a
fin de cuentas, podría ser que la economía mixta sea la que más se acerca a la combinación de los
beneficios utilitarios de los mercados libres con el respeto por los derechos humanos, la justicia y el
cuidado, que son los puntos fuertes característicos de las economías planificadas.
libertad natural, demanda total, oferta total, economía keynesiana, supervivencia del más apto,
darwinismo social, falacia naturalista, economía mixta, crisis de productividad.
2. Contraste las opiniones de Locke, Marx, Smith, Keynes y Spencer acerca de la naturaleza y
las funciones propias del gobierno y acerca de su relación con los negocios. ¿Qué opiniones
le parece que ofrecen el análisis más apropiado de las relaciones contemporáneas entre los
negocios y el gobierno? Explique plenamente su respuesta.
3. “Las opiniones de Locke acerca de la propiedad, las opiniones de Smith acerca de los mercados
libres y las opiniones de Marx acerca del capitalismo son obviamente falsas cuando se aplican
a la estructura de organización y a las operaciones de las corporaciones modernas.” Comente
esta aseveración. ¿Qué reformas, si acaso, recomendarían Locke, Smith y Marx respecto a la
organización y el desempeño de las corporaciones actuales?
4. “La igualdad, justicia y respeto de los derechos son características del sistema económico esta-
dounidense.” ¿Está usted de acuerdo con esta afirmación? ¿Por qué sí o por qué no?
5. “Los mercados libres reparten los bienes económicos de la forma más benéfica para la sociedad
y garantizan el progreso.” ¿Qué tanto tiene de válida esta afirmación? ¿Qué tanto cree usted que
tenga de falsa o inexacta?
mama es por lo menos equivalente a muchos otros procedimientos que efectuamos a diario”. Ese mis-
mo día, empero, Health Net determinó en Los Ángeles que no pagaría por un trasplante para Christy,
porque había decidido clasificar tales trasplantes como “de investigación” o experimentales, y Health
Net no estaba obligada por su contrato a pagar por procedimientos “de investigación”. Cuando los de
Meurers regresaron a Los Ángeles, se encontraron con que el doctor Gupta ya no quería recomendar-
les un trasplante.
Health Net fue fundada como compañía independiente en 1979 por Blue Cross of Southem Cali-
fornia. La nueva compañía ganó 17,000 dólares en su primer año, y 17 millones de dólares en el se-
gundo. Health Net operó como compañía independiente hasta 1994 cuando fue vendida a otra HMO,
llamada QualMed. Al ser una HMO, Health Net cobra primas mensuales a los patrones a cambio de
proporcionar a sus empleados atención médica. En 1995 Health Net cobró un total de 2,000 millones
de dólares a los patrones. La HMO celebra contratos con doctores y hospitales a los que paga para
que proporcionen la atención médica en sí. A cada paciente se le asigna un hospital y un médico de
“cuidado primario” a quien el paciente visita con regularidad y quien debe autorizar cualquier servicio
médico que el paciente reciba. Todos los especialistas que el paciente vea deben ser autorizados por
el médico de cuidado primario y deben tener un contrato con la HMO. A fin de mantener bajos los
costos, las HMO utilizan un sistema llamado de “capitación”.
En un sistema de capitación, una HMO paga a los médicos, especialistas, grupos de médicos y
hospitales una cuota mensual fija por cada paciente que se les asigna. Si el médico, especialista, grupo
de médicos u hospital gasta menos de la cuota de capitación por concepto de servicios médicos para
el paciente, se puede quedar con la diferencia; si gasta más que la cuota de capitación, debe cubrir
la pérdida. Así, el sistema de capitación proporciona un incentivo económico para prestar niveles
reducidos de atención médica. Como comentó un antiguo médico de Health Net: “Hay que entender
que cada vez que un paciente llega al consultorio de un doctor, es un pasivo, no un activo, porque él
está recibiendo un ingreso fijo”.
De hecho, el sistema de capitación es en parte responsable de poner un freno a los costos médicos
que se habían disparado durante la década de 1980 y que a su vez habían hecho que las primas por
seguro médico subieran a niveles estratosféricos. El aumento en los costos médicos había precipitado
una crisis en la que cada vez más compañías veían que ya no podían costear un seguro para sus
empleados, y en la que un número creciente de personas veía que ya no podía costear la atención
médica de enfermedades graves. Las HMO y el sistema de capitación controlaron esta crisis. Por
ejemplo, una encuesta de HMOs reveló que las primas de las HMO incluso habían bajado entre 1994
y 1995, y que el número de días que los pacientes de una HMO pasaban en el hospital había bajado
de 315 por 1000 pacientes, a 275.
Al utilizar el sistema de capitación y al introducir otros tipos de controles de costos del mundo de
los negocios al mundo de la medicina, las HMO se habían convertido en negocios muy rentables. Con-
sideremos al doctor Malik M. Hasan, por ejemplo, el fundador de QualMed, una compañía con fines
de lucro que posee varias HMO y que adquirió a Health Net en 1994. Cuando Hasan fundó QualMed,
vio que al imponer controles estrictos de los costos y sistemas gerenciales corporativos diseñados para
obligar a los médicos y hospitales a volverse económicamente eficientes, él podía encargarse de las
HMO en problemas y convertirlas en centros de utilidades lucrativos. Cuando QualMed se convirtió
en una compañía pública, la participación accionaría de Hasan en la empresa de repente valía 150
millones de dólares y, como él dijo, “Todos nos volvimos muy ricos”.
En diciembre de 1995 Health Net fue acreditada por el National Committee for Quality Assurance
(NCQA), un grupo de la industria que acredita las HMO que cumplen con ciertas normas. La NCQA
también publica encuestas comparativas de HMOs. Según un informe de una encuesta emitido por la
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 172
NCQA, Health Net gastó menos que las demás en atención médica, y más que las demás en mercadeo,
salarios y otros gastos administrativos.
Cuando el doctor Gupta se negó a recomendar un trasplante para Christy, ella solicitó ver a otro
especialista en cáncer, el doctor Schinke, que también era un médico de Health Net. El doctor Schinke
examinó a Christy y convino en que se debía considerar un trasplante, recomendándole que se evaluara
con ese propósito en el UCLA Medical Center. El doctor Schinke, empero, recibió posteriormente una
llamada telefónica de un administrador de Health Net y, como dijo luego el doctor, “No entendí cómo
un administrador podía llamarme y decir en tono cortante: ‘¿Cómo es posible, en qué se basa, por qué
está recomendando a esta paciente considerar semejante opción?’ ”. No obstante, el doctor Schinke
no retiró su recomendación. El UCLA Medical Center al cual el doctor Schinke envió a Christy era
uno de los hospitales con los que HealthNet tenía contrato.
Christy, para estas alturas muy desconfiada, no reveló que era paciente de Health Net cuando
visitó al doctor John Glaspy, especialista en cáncer del UCLA Medical Center el 25 de junio de 1993.
Sin saber que Christy era miembro de Health Net, el doctor Glaspy convino que un trasplante estaba
“en la lista racional” de opciones que ella tenía. Sin embargo, él también dijo que ella tendría que
someterse a un tratamiento farmacológico inicial para probar qué tan bien respondía su cáncer a los
fármacos. Dos meses después, cuando las pruebas mostraron que estaba respondiendo favorablemente
a los fármacos, Christy y su familia firmaron un acuerdo por el cual se comprometía a pagar al hospital
92,000 dólares de sus propios bolsillos, para cubrir el costo total del trasplante.
Christy y su familia apelaron ante Health Net para que reconsiderara su política de clasificar
los trasplantes como tratamiento de investigación y de negarse a pagarlos. De hecho, en 1990 el
funcionario médico en jefe de Health Net había encargado un estudio para evaluar la situación de
los trasplantes, y el estudio había llegado a la conclusión de que tres de cada cuatro aseguradoras
pagaban tales trasplantes y que para 1991 esos trasplantes se convertirían en “práctica común de
médicos, proveedores y suscriptores.” Sin embargo, el doctor Ossorio, un administrador de Health
Net, siguió negándose a autorizar el pago del trasplante. Después, según los hallazgos de un panel de
arbitraje que posteriormente estudió el caso, el doctor Ossorio llamó al jefe de la unidad de oncología
de la UCLA Medical Clinic y, en una declaración diseñada para “influir en el hospital o provocar
intimidación”, exigió que le explicaran por qué UCLA estaba permitiendo un trasplante a De Meurers
que contravenía las normas de Health Net. Sacudido, el jefe de la unidad de oncología dijo que no
tenía conocimiento del caso, pero que lo investigaría. Según los términos de su contrato, Health Net
podía dar por terminado su contrato con el hospital avisando 90 días antes, acción que podría crear una
importante crisis financiera en UCLA ya que una participación apreciable de sus ingresos provenía
de Health Net. Una semana después, UCLA Medical Center notificó a Health Net que absorbería los
costos del tratamiento porque ya se había aprobado.
El 23 de septiembre de 1993 Christy por fin inició su tratamiento en el hospital de UCLA. Para
entonces ella ya casi no tenía fuerzas para caminar de una habitación a otra. Unas pocas semanas
después de ser dada de alta del hospital, Christy se sintió lo bastante saludable como para podar
el césped. Christy se mantuvo libre de cáncer durante cuatro meses más, pero luego descubrió, en
la primavera de 1994, que el cáncer había reaparecido. Ese verano ella y su familia realizaron un
viaje acampando por todo Estados Unidos. Su familia recuerda con cariño ese periodo y la Navidad
siguiente. El viernes 10de marzo de 1995, Christy murió.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 173
Preguntas
1. ¿La atención médica debe estar sujeta a las fuerzas competitivas del libre mercado? ¿La prestación
de servicios médicos se debe convertir en un negocio? Explique su respuesta.
2. En su opinión, ¿es moralmente correcto que una HMO use un sistema de capitación que pro-
porcione incentivos económicos para mejorar la eficiencia en la prestación de atención médica?
Explique su respuesta.
3. Evalúe la ética de las actividades de los distintos individuos que intervinieron en este caso.
La franquicia de Brian
Brian, un estadounidense acomodado de veintitantos años, está viviendo ahora en Amsterdam.
Hasta hace unos cuantos años, él era propietario de una gran cadena de franquicias de pequeñas
granjas en interiores que se especializaban en el cultivo de marihuana. Habiéndose convertido en un
experto en la reproducción y el cultivo de marihuana en interiores mientras estaba en la universidad,
él había dejado sus estudios y había establecido una cadena de pequeños huertos de marihuana en
interiores que cuidaba en casas rentadas en Washington DC y sus inmediaciones. Una variedad de
marihuana que él desarrolló personalmente -“Potomac Indica”- pronto se popularizó y él tuvo la idea
de vender sus conocimientos y sus plantas a otros. Brian encontró varios socios en poblados de la costa
este de Estados Unidos a los que proporcionó el equipo y las plantas necesarias, instrucciones para
cultivar marihuana en interiores, y consultas regulares a domicilio. A cambio, sus socios le entregaban
un porcentaje de las utilidades de cada cosecha. De hecho, Brian había establecido una cadena de
franquicias siguiendo el modelo de otras organizaciones descentralizadas como McDonald’s.2
La marihuana es el cultivo comercial más grande de Estados Unidos. Su volumen, estimado en
32,000 millones de dólares al año en 1995, deja muy atrás a otros cultivos de ese país como el maíz
($14,000 millones) o el frijol de soya ($11,000 millones). Sin embargo, a diferencia de otras industrias
agrícolas, una porción importante -tal vez la mayor parte- de la marihuana que se produce en Estados
Unidos se cultiva ahora en interiores y no se vende a través de los canales de distribución agrícola
tradicionales.
La producción de marihuana en Estados Unidos se originó a principios de los años setenta cuando
los hippies dejaron ciudades como San Francisco y Berkeley y emigraron a comunidades rurales en el
norte de California3 . Hasta mediados de esa década, casi toda la marihuana que se fumaba en Estados
Unidos se importaba de México. En 1975, empero, el gobierno federal de Estados Unidos intensificó
su lucha contra la introducción de marihuana por la frontera sur. Las comunidades hippies del norte de
California respondieron comenzando a cultivar su propia marihuana, primero en pequeñas cantidades
para su uso personal, y luego en cantidades cada vez mayores para venderla a otros. La naciente
industria interna creada por las restricciones del gobierno de los abastos externos poco a poco se
extendió a varios condados del norte de California, incluidos Mendocino, Humboldt y Siskiyou, área
que ahora se conoce como el “Triángulo Esmeralda” por analogía con el “Triángulo Dorado” del
Sudeste Asiático, donde se cultiva una buena parte de todo el opio del mundo4 .
2 Michael Pollan, “Americas’s No. 1 Cash Crop”, New York Times Magazine, 19 de febrero de 1995.
3 Ed Pope, “Grower Brings New Life to Land”, San Jose Mercury, 21 de octubre de 1979, p. 3A.
4 Bill Weinberg, “Into the Emerald Triangle”, High Times, abril de 1996, vol. 248. Ed Pope, “Marijuana Is Cash Crop
for North Coast Farmers”, San Jose Mercury, 21 de octubre de 1979, p. 3A.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 174
El clima del norte de California, un área boscosa rural, resultó especialmente favorable para cul-
tivar cannabis indica, una especie de marihuana que tolera bien las heladas. A medida que el negocio
de la marihuana creció de unas cuantas parcelas en 1975 para convertirse en una industria de 300
millones de dólares tan sólo en el condado Humboldt para 1979 (el heno, que era el segundo cultivo
más grande, se valuaba en 7 millones de dólares, y se estimó que sólo la industria de la madera era
más grande), la tasa de desempleo del condado cayó desde un máximo del 22 % en 1975 al 9 % en
1979.
La industria clandestina de marihuana de California creó un revuelo político considerable. Debido
a su importancia económica, los gobiernos locales tendían a desanimar los esfuerzos de la policía por
restringir a los productores de marihuana vetando el financiamiento para tales campañas. Como dijo
un supervisor del condado en 1979: “Algunos hombres de negocios importantes creen que la industria
de la marihuana es muy importante para la economía. Usted sabe: gente que vende automóviles,
ferretería, cercas y herramientas para el jardín.”
No obstante, los esfuerzos del gobierno por erradicar la industria se intensificaron considerable-
mente durante la era Reagan, cuando, en 1982, el gobierno federal lanzó la “Campaña Contra el
Cultivo de Marihuana”, o ’“CAMP”, por sus siglas en inglés. Con un presupuesto anual para CAMP
de hasta 2 millones de dólares en California, el gobierno federal usó helicópteros para localizar a
los cultivadores y controles en las carreteras para cercenar sus sistemas de distribución. Además, se
aprobaron leyes de “pérdida de activos” que permitían a las autoridades confiscar cualquier propiedad
relacionada con la producción, venta o posesión de marihuana, sea que se encontrara al verdadero
dueño de la propiedad culpable o inocente de algún delito. La agencia confiscadora podía quedarse
con lo recaudado por la venta de la propiedad confiscada y gastar el dinero como considerara conve-
niente.
Presionados por los esfuerzos de la CAMP para erradicar las granjas de marihuana en Estados
Unidos, los productores realizaron investigaciones intensivas que dieron pie a variedades todavía más
pequeñas y potentes de la planta que podían cultivarse en interiores y que se podían cosechar en
poco tiempo, así como al desarrollo de métodos tecnológicamente avanzados para manipular el en-
torno cerrado, a modo de maximizar la producción en un mínimo de espacio, y nuevos métodos de
clonación que eliminaron la impredecibilidad que implica cultivar con semillas. Para 1989 las nuevas
variedades de sombra de marihuana contenían en promedio 10 % de THC, en comparación con el
0.5 % que era común en los años setenta. En un espacio de las dimensiones de una caseta telefóni-
ca, utilizando cantidades cuidadosamente controladas de luz, agua, circulación del aire, dióxido de
carbono y nutrimentos, era posible cultivar un centenar de las nuevas plantas enanas y obtener los
mismos rendimientos que antes se habían producido en medio acre.
Fue en este punto que Brian dejó sus estudios universitarios y estableció su operación de fran-
quicias, después de desempeñar un papel en las investigaciones que habían dado como resultado el
desarrollo de las nuevas razas y de la nueva tecnología de cultivo en interiores. Sin embargo, el 26
de octubre de 1989 el gobierno lanzó una nueva ofensiva llamada “Green Merchant” cuyo objetivo
era erradicar los nuevos huertos de marihuana interiores. Se aprobaron nuevas leyes federales que
imponían sentencias más largas a los cultivadores (5 años por tener 100 plantas, 10 años por 1000).
Ahora, el gobierno estaba gastando hasta 1,700 millones de dólares en programas contra la marihua-
na. Al intensificarse las campañas del gobierno contra la marihuana a principios de los años noventa,
Brian vendió su negocio y se mudó a Amsterdam, donde el cultivo de marihuana no está perseguido
por la ley.
En Amsterdam, Brian se dedicó a desarrollar huertos unitarios autosuficientes en interiores op-
erados totalmente por computadora y que podían monitorearse a distancia por medio de un módem
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA COMERCIAL 175
conectado a Internet. De este modo, un cultivador de marihuana podía establecer huertos unitarios
en áreas aisladas, visitándolos únicamente para plantar y recoger la cosecha. La computadora de la
unidad enviaba un mensaje a través de Internet si alguien se introducía en el local y luego destruía
automáticamente el huerto y todos los datos de la computadora. El cultivador sabía entonces que de-
bía abandonar ese huerto y no volver a visitarlo jamás. Brian estaba seguro de que la computarización
revolucionaría la floreciente industria.
Preguntas
1. ¿Cómo analizaría Marx los sucesos relatados en este caso? ¿Cómo los analizaría Smith? ¿Cómo
los analizaría Locke? ¿En qué medida, si acaso, serían correctos esos análisis?
2. “Cuando el gobierno interfiere con las actividades de libre mercado distorsiona el mercado,
hace que suban los precios al consumidor y pocas veces logra sus objetivos.” Comente esta
afirmación a la luz de la historia de la industria de la marihuana en Estados Unidos.
3. ¿Cree usted que el gobierno debe prohibir actividades económicas como cultivar y vender mar-
ihuana? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Qué tipos de actividades de negocios debe prohibir el gob-
ierno, y qué tipos no debe prohibir? Justifique plenamente su postura. Identifique la ideología
que su postura implica.
4. Desde un punto de vista ético, ¿qué recomendaciones haría usted a Brian? Explique sus re-
comendaciones en términos de los principios morales que usted piense que están implicados en
esta situación.
Capítulo 4
La ética en el mercado 1
Introducción
Considere los siguientes artículos noticiosos recientes:
American, United, Delta y USAir acordaron el lunes pagar 412.5 millones de dólares
para que se renunciara a la demanda colectiva que había acusado a la mayor parte de las
grandes aerolíneas estadounidenses de colusión para fijar precios . . . La demanda afirma-
ba que las líneas aéreas utilizaban un código en sus sistemas de reservaciones para revelar
las tendencias en el precio de los pasajes y castigaban a las aerolíneas que no colabora-
ban2 .
Desde 1985, los fiscales generales de los estados han presentado o investigado al
menos 70 casos antimonopolio en la industria médica, según los resultados preliminares
de un estudio reciente. . . De esos casos, 34 implicaron acusaciones de boicots en grupo
¡legales o esfuerzos concertados de competidores en contra de terceros. Diecisiete ca-
sos implicaron acusaciones de colusión para fijar precios; once casos implicaron recla-
maciones por fusiones anticompetitivas, y ocho casos implicaron diversas sospechas de
violaciones a otras leyes antimonopolios3 .
Abbott Laboratories, American Home Products y Bristol-Myers Squibb, los tres pro-
ductores más grandes de leche en polvo para bebés en Estados Unidos, han sido acusados
de conspirar para elevar el precio de la leche en polvo para bebés. Los precios del alimen-
to aumentaron en un 155.4 % entre 12/79 y 12189, en comparación con un aumento del
36.4 % en el precio de la leche y del 50.8 % en el precio de los comestibles en general.
Las tres compañías mencionadas en la demanda. . . controlan más del 95 % del mercado
de la leche en polvo para bebés de Estados Unidos4 .
1 Los lectores que quieran investigar los aspectos del mercado tratados en este capítulo a través de la Internet podrían
comenzar con la Antitrust Organization que ofrece casos, artículos y vínculos relacionados con la colusión para fijar pre-
cios, fusiones, restricciones verticales de los precios, etc. (http://www.antitrust.org); la Federal Trade Conmission ofrece
acceso a sus decisiones y actas antimonopolios (http://www.ftc.gov); el lector puede encontrar más vínculos e importantes
casos legales relacionados con todas estas cuestiones a través de los copiosos recursos, con excelente organización, de
Hieros Gamos (http://www.hg.org); o a través de la American Bar Association (http://www.abanet.org).
2 USA Today, “Airfare suit settled; fliers to benefit”, 23 de junio de 1992, p. lA.
3 Modern Healthcare, 17 de diciembre de 1990, p. 41.
4 New York Times, 5 de enero de 1991, p. 21.
176
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 177
En vista del papel clave que la competencia desempeña en la economía estadounidense, tanto en
la práctica como desde un punto de vista normativo, resulta sorprendente que las prácticas anticom-
petitivas sean tan comunes. Un informe sobre compañías de la Bolsa de Valores de Nueva York reveló
que el 10 % de las compañías habían estado implicadas en demandas antimonopolios durante los cin-
co años anteriores6 . Una encuesta entre ejecutivos de corporaciones importantes indicó que el 60 %
de los entrevistados cree que muchos negocios realizan colusión para fijar precios7 . Un estudio reveló
que tan sólo en un periodo de dos años, más de sesenta compañías importantes habían sido sometidas
a proceso por dependencias federales acusadas de prácticas anticompetitivas.
Si los mercados libres se justifican, es porque reparten recursos y distribuyen bienes de forma
equitativa, maximizando la utilidad económica de los miembros de la sociedad, y porque respetan la
libertad de decisión tanto de quienes compran como de quienes venden. Estos aspectos morales de
un sistema de mercados dependen de manera crucial de la naturaleza competitiva del sistema. Si las
compañías se juntan y utilizan su poder combinado para fijar los precios, sacar del mercado a sus
competidores con prácticas desleales, o para obtener utilidades monopolistas a expensas de los con-
sumidores, el mercado deja de ser competitivo y los resultados son injusticia, una baja en la utilidad
social y una restricción de la libertad para decidir de las personas. En este capítulo examinaremos la
ética de las prácticas anticompetitivas, las justificaciones para prohibirlas y los valores morales que
pretende promover la competencia en el mercado.
Antes de estudiar la ética de las prácticas anticompetitivas es indispensable entender claramente
el significado de la competencia en el mercado. Desde luego, todos tenemos una idea intuitiva de lo
que es la competencia: una rivalidad entre dos o más partes que tratan de obtener algo que sólo una
de ellas puede poseer. Existe competencia en las elecciones políticas, en los partidos de fútbol, en
el campo de batalla y en los cursos en los que las calificaciones se distribuyen “según la curva”. La
competencia en el mercado, empero, implica más que una simple rivalidad entre dos o más compañías.
Para tener una idea más clara de la naturaleza de la competencia en el mercado examinaremos tres
modelos abstractos que describen tres grados de competencia en un mercado: competencia perfecta,
monopolio puro y oligopolio. También examinaremos las cuestiones éticas que presenta cada tipo de
competencia.
mente permanentes (el mercado del petróleo abarca varios continentes y ha estado operando desde
hace décadas).
Un mercado libre perfectamente competitivo es uno en el que ninguna de las partes que compran
o que venden tiene el poder para afectar de forma significativa los precios a los que se están inter-
cambiando los bienes8 . Los mercados libres perfectamente competitivos se caracterizan por los siete
rasgos siguientes:
1. Hay numerosas partes que compran y que venden, ninguna de las cuales posee una participación
sustancial en el mercado.
2. Todas las partes que compran y venden pueden entrar o salir del mercado de forma libre e
inmediata.
3. Todas las partes que compran y venden tienen un conocimiento cabal y perfecto de lo que todas
las demás partes están haciendo, incluido el conocimiento de los precios, cantidades y calidad
de todos los bienes que se están comprando y vendiendo.
4. Los bienes que se están vendiendo en el mercado son tan similares entre sí que a nadie le
importa de quién compra o a quién vende.
5. Los costos y beneficios de producir o usar los bienes que se están intercambiando corren total-
mente por cuenta de quienes están comprando o vendiendo los bienes, y no de cualquier otra
parte externa.
6. Todas las partes que compran y venden tratan de maximizar la utilidad: todas tratan de obtener
lo más posible a cambio de lo menos posible.
7. Ninguna parte externa (corno el gobierno) regula el precio, cantidad o calidad de ninguno de
los bienes que se están comprando y vendiendo en el mercado.
Los primeros dos rasgos son las características básicas de un mercado “competitivo”, ya que
garantizan que las partes que compran y que venden tienen todas aproximadamente el mismo poder
y ninguna puede obligar a las otras a aceptar sus condiciones. El séptimo rasgo es lo que hace que
un mercado alcance la categoría de mercado “libre”: uno que no está sujeto a restricciones impuestas
externamente que regulen el precio, la cantidad o la calidad. (Sin embargo, los llamados mercados
“libres” no necesariamente están libres de toda restricción, como habremos de ver.)
Además de estas siete características, los mercados libres competitivos también necesitan un sis-
tema de propiedad privada que se pueda hacer respetar (de lo contrario las partes que compran y que
venden no tendrían “derechos de propiedad” que intercambiar), un sistema subyacente de contratos
(que permita a los que compran y a los que venden establecer convenios que transfieran la propiedad)
y un sistema subyacente de producción (que genere los bienes o servicios cuya propiedad podrá in-
tercambiarse).
En un mercado libre perfectamente competitivo, el precio que quienes compran están dispuestos a
pagar por los bienes sube cuando hay menos bienes disponibles, y este aumento en los precios induce
a quienes venden a proporcionar mayores cantidades de bienes. Por otra parte, a medida que aumenta
la oferta de bienes, los precios tienden a bajar y ello induce a quienes venden a reducir las cantidades
8 La
descripción elemental que sigue se puede encontrar en cualquier libro de texto de economía estándar, como Paul
A. Samuelson, Economics, 11a. ed. (Nueva York: McGraw-Hill Book Company, 1980), pp. 52-62.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 179
de bienes que ofrecen. Estas fluctuaciones generan un interesante resultado: en un mercado perfecta-
mente competitivo, los precios y las cantidades siempre se mueven hacia lo que se conoce como punto
de equilibrio. El punto de equilibrio es el punto en el que la cantidad de bienes que los compradores
quieren adquirir es exactamente igual a la cantidad de bienes que los vendedores quieren vender y
en el cual el precio más alto que los compradores están dispuestos a pagar es exactamente igual
al precio más bajo que los vendedores están dispuestos a aceptar. En el punto de equilibrio todas
las partes que venden encuentran un comprador dispuesto, y todo comprador encuentra un vendedor
dispuesto. Además, este sorprendente resultado de los mercados libres perfectamente competitivos
tiene una consecuencia todavía más asombrosa: satisface tres de los criterios morales justicia, utilidad
y derechos). Es decir, los mercados libres perfectamente competitivos logran cierta clase de justicia,
satisfacen cierta versión del utilitarismo y respetan ciertas clases de derechos morales.
¿Por qué los mercados perfectamente competitivos producen estos tres sorprendentes resultados
morales? Podemos usar las conocidas curvas de oferta y demanda para explicar el fenómeno. Nuestra
explicación tendrá dos etapas. Primero veremos por qué los mercados libres perfectamente competi-
tivos siempre se desplazan hacia el punto de equilibrio. Luego veremos por qué los mercados que se
desplazan hacia el equilibrio de esta forma logran los tres resultados morales mencionados.
Este fenómeno se explica por un principio al que supondremos que la naturaleza humana siempre se
ajusta, el llamado “principio de utilidad marginal decreciente”. Este principio dice que cada artículo
adicional que una persona consume es menos satisfactorio que cada uno de los artículos que la per-
sona consumió anteriormente: cuanto más consumimos, menos utilidad o satisfacción obtenemos de
consumir más. La segunda pizza que una persona come en el almuerzo, por ejemplo, es mucho menos
satisfactoria que la primera; la tercera será considerablemente menos sabrosa que la segunda; mientras
que la cuarta podría ser positivamente repelente. A causa del principio de la utilidad marginal decre-
ciente, cuantos más bienes adquieren los consumidores en un mercado, menos satisfactorios son para
ellos los bienes adicionales y menor valor asignan a cada bien adicional. Así pues, la curva de deman-
da del comprador baja hacia la derecha porque el principio de utilidad marginal decreciente asegura
que el precio que los consumidores están dispuestos a pagar por los bienes disminuye a medida que
aumenta la cantidad que compran.
Por tanto, la curva de demanda indica el valor que los consumidores asignan a cada unidad de un
producto, a medida que compran más unidades. Si el precio de un producto estuviera por arriba de
su curva de demanda, el comprador típico pensaría que está perdiendo, es decir, que está pagando por
el producto más de lo que éste vale para él. En cualquier punto por debajo de la curva de demanda,
los compradores pensarían que están ganando, es decir, que están pagando por un producto menos
de lo que éste vale para ellos. Por consiguiente, si los precios se elevan por arriba de la curva de
demanda, los compradores tendrán pocos motivos para comprar y tenderán a abandonar el mercado
para gastar su dinero en otros mercados. En cambio, si los precios caen por debajo de la curva de
demanda, nuevos compradores tenderán a acudir al mercado porque percibirán una oportunidad de
adquirir el producto por menos de lo que vale para ellos.
Veamos ahora el otro lado del mercado, el de la oferta. Una curva de oferta es una linea en una
gráfica que indica los precios que los productores deben cobrar para cubrir los costos medios de
proporcionar una cantidad dada de un bien. Más allá de cierto punto (que explicaremos en breve),
cuantas más unidades generan los productores, mayor será el costo medio de producir cada unidad,
así que la curva tiene una pendiente ascendente a la derecha. En la curva de muestra de la figura 4.2,
por ejemplo, a los agricultores les cuesta en promedio 1 dólar por canasta cultivar 100 millones de
toneladas de patatas, pero les cuesta 4 dólares por canasta cultivar 500 millones de toneladas.
A primera vista podría parecer extraño que los productores o vendedores deban cobrar precios
más altos cuando están produciendo grandes volúmenes que cuando están produciendo cantidades
menores. Estamos acostumbrados a pensar que cuesta menos producir bienes en grandes cantidades
que en pequeñas cantidades. Sin embargo, el aumento en los costos de producción se explica por
un principio que llamaremos principios de costos marginales crecientes. Este principio dice que, de-
spués de cierto punto, cada artículo adicional que el vendedor produce le cuesta más que los artículos
anteriores. ¿Por qué?
Por una característica desafortunada de nuestro mundo físico: sus recursos productivos son limita-
dos. Un productor usa los mejores recursos, y los más productivos, para producir sus primeros bienes,
y en este punto sus costos sí bajan a medida que él expande su producción. Un cultivador de patatas
que siembra en un valle, por ejemplo, plantará primero las hectáreas fértiles y planas del piso del
valle, donde cuantas más hectáreas plante menores serán sus costos unitarios. Pero si el agricultor
sigue expandiendo su cultivo, tarde o temprano ocupará todos estos recursos altamente productivos y
tendrá que recurrir al uso de tierras menos productivas. Una vez que el cultivador de patatas ha planta-
do todo el piso del valle, se ve obligado a comenzar a plantar en las tierras inclinadas, menos fértiles,
de las orillas del valle, que podrían ser pedregosas y requerir irrigación más costosa. Si el agricultor
sigue aumentando su producción, llegará el momento en que tendrá que comenzar a plantar en las
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 181
laderas de la montaña y sus costos subirán todavía más. Tarde o temprano, el agricultor se encontrará
en una situación en la que, cuanto más produzca, más le costará producir cada unidad, porque se ve
obligado a usar materiales cada vez menos productivos. El apuro del cultivador de patatas ilustra el
principio de los costos marginales crecientes: después de cierto punto, un aumento de la producción
siempre implica mayores costos por unidad. Ésta es la situación que ilustra la curva de oferta. Esta
curva sube hacia la derecha porque representa el punto en el que quienes venden necesitan comenzar
a cobrar más por unidad para cubrir los costos de ofrecer bienes adicionales.
La curva de oferta, entonces, indica cuánto deben cobrar los productores por unidad para cubrir
los costos de producir cantidades dadas de un bien. A fin de evitar malentendidos, es en extremo
importante señalar que los “costos” de producir un bien incluyen más que los costos “ordinarios”
de mano de obra, materiales, distribución, etc. Los “costos” de producir un bien incluyen también
las utilidades “normales” que quienes venden deben obtener a fin de estar motivados para invertir
sus recursos en la producción del bien y renunciar a la oportunidad de obtener utilidades invirtiendo
en otros mercados. Los “costos” de producir un bien, entonces, incluyen los costos ordinarios de
producción más una utilidad normal. ¿Qué es una utilidad “normal”? Para nuestros fines, podemos
decir que una utilidad normal es la utilidad promedio que los productores podrían obtener en otros
mercados que tienen riesgos similares. Así pues, los precios de la curva de oferta son suficientes para
cubrir los costos ordinarios de la producción más una utilidad normal. Las utilidades cuentan como
parte de los “costos” necesarios de sacar un producto al mercado.
Los precios de la curva de oferta, entonces, representan el mínimo que los productores deben
recibir para cubrir sus costos ordinarios y obtener una utilidad normal. Por tanto, cuando los precios
caen por debajo de la curva de oferta, los productores consideran que están perdiendo: están recibien-
do menos de lo que les cuesta producir el bien (tenga presente que los “costos”’ incluyen los costos
ordinarios más una utilidad normal). Por consiguiente, si los precios caen por debajo de la curva de
oferta, los productores tenderán a dejar el mercado e invertir sus recursos en otros mercados más
rentables. Por otra parte, si los precios se elevan por arriba de la curva de oferta, nuevos productores
ingresarán en el mercado, atraídos por la oportunidad de invertir sus recursos en un mercado en el que
obtienen mayores utilidades que en otros mercados.
Desde luego, las partes que venden y las que compran operan en los mismos mercados, así que
sus curvas de oferta y demanda respectivas se pueden superponer en la misma gráfica. Por lo regular,
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 182
cuando se hace esto, las curvas de oferta y de demanda se cruzan en algún punto. El punto en el que
se cruzan las curvas es el punto en el que el precio que los compradores están dispuestos a pagar por
cierta cantidad de bienes coincide exactamente con el precio que quienes venden deben cobrar para
cubrir los costos de producir esa misma cantidad (es decir, el “precio de equilibrio”). Este punto de
intersección se indica en la figura 4.3, donde el punto “E”, en el que se cruzan las curvas de la oferta
y la demanda, es el llamado “punto de equilibrio” o “precio de equilibrio”. En esta gráfica ese precio
es de 2 dólares.
Ya mencionamos que en un mercado libre perfectamente competitivo los precios, las cantidades
provistas y las cantidades demandadas tienden a desplazarse hacia el punto de equilibrio. ¿Por qué
sucede esto? Observe en la figura 4.3 que si los precios de las patatas suben más allá del punto de
equilibrio, digamos a 4 dólares por canasta, los productores ofrecerán más bienes (500 millones de
toneladas) que en el nivel del precio de equilibrio (300 millones de toneladas). Sin embargo, a este
precio alto los consumidores comprarán menos bienes (sólo 100 millones de toneladas) que al precio
de equilibrio. El resultado será un excedente de bienes no vendidos (500 - 100 = 400 millones de
toneladas de patatas no vendidas). Para deshacerse de su excedente no vendido, los que venden se
verán obligados a bajar sus precios y reducir la producción. Tarde o temprano, se llegará a los precios
y las cantidades de equilibrio.
Por otra parte, si el precio cae por debajo del punto de equilibrio de la figura 4.3, digamos a 1 dólar
por canasta, los productores comenzarán a perder dinero y por tanto suministrarán menos de lo que
los consumidores quieren a ese precio. El resultado será una demanda excesiva que dará pie a escasez.
La escasez hará que los compradores ofrezcan pagar más, y el precio subirá. Después, los precios en
ascenso atraerán a más productores al mercado, incrementando así la oferta. Tarde o temprano, el
equilibrio se restablecerá.
Observe también lo que sucede en la figura 4.3 si la cantidad que se está ofreciendo, digamos 100
millones de toneladas, por alguna razón es menor que la cantidad de equilibrio. El costo de suministrar
tal cantidad (1 dólar por canasta) está por debajo de lo que los consumidores están dispuestos a pagar
(4 dólares por canasta) por esa misma cantidad. Los productores podrán elevar sus precios hasta el
nivel que el consumidor esté dispuesto a pagar (4 dólares) y quedarse con la diferencia (3 dólares), que
sería una utilidad anormalmente alta (es decir, utilidades muy por arriba de la “utilidad normal” que
hemos definido). Sin embargo, esas utilidades anormalmente altas atraerán a productores externos
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 183
al mercado, lo que elevará las cantidades suministradas y causará una baja correspondiente en el
precio que los consumidores están dispuestos a pagar por las cantidades mayores. Gradualmente, las
cantidades suministradas aumentarán hasta el punto de equilibrio, y los precios caerán al precio de
equilibrio.
Sucede lo contrario si la cantidad suministrada, digamos 500 millones de toneladas, por alguna
razón es mayor que la cantidad de equilibrio. En estas circunstancias quienes venden tendrán que
bajar sus precios hasta los niveles muy bajos que los consumidores están dispuestos a pagar por
cantidades tan grandes. En esos niveles de precio tan bajos, los productores se saldrán del mercado
para invertir sus recursos en otros mercados más rentables, reduciendo así la oferta, elevando el precio
y restableciendo una vez más los niveles de equilibrio.
En este punto, es posible que el lector esté tratando de pensar en una industria que se ajuste a
la descripción de una competencia perfecta que acabarnos de presentar. El lector tendrá problemas
para encontrar una. Sólo unos cuantos mercados agrícolas como los de granos y las patatas se acercan
siquiera a los seis rasgos que caracterizan a un mercado perfectamente competitivo9 .9 La realidad
es que el modelo de competencia perfecta es una construcción teórica del economista que no existe.
Aunque el modelo no describe muchos mercados reales, sí nos permite entender claramente las ven-
tajas de la competencia y por qué es deseable mantener los mercados lo más competitivo que sea
posible.
de la curva de oferta de la parte que vende, los consumidores estarán aprovechándose injustamente
del que vende porque le están pagando menos de lo que aportó para producir esos bienes en esas
cantidades. Si los precios se elevan por arriba de la curva de oferta del que vende, éste, en promedio,
estará aprovechándose injustamente de los consumidores porque les estará cobrando más de lo que
sabe que valen esos bienes en términos de lo que cuesta producirlos. Así pues, desde el punto de vista
de la aportación de la parte que vende, el precio es justo (es decir, el precio es igual a los costos de su
aportación) únicamente si cae en algún punto de la curva de oferta de la parte que vende.
Consideremos ahora la situación desde el punto de vista del comprador típico. La curva de de-
manda indica el precio más alto que los consumidores están dispuestos a pagar por ciertas cantidades
de bienes. Entonces, si los precios (y las cantidades) de los bienes se elevaran por arriba de la curva
de demanda del consumidor, el consumidor medio estaría aportando más por esos bienes que lo que
los bienes (en esas cantidades) valen para él. Si los precios (y las cantidades) cayeran por debajo de
la curva de demanda del consumidor, el consumidor medio estaría aportando injustamente a los que
venden menos de lo que valen (para él) los bienes que está recibiendo. Así pues, desde el punto de
vista del valor que el consumidor medio asigna a las diferentes cantidades de bienes, la aportación es
justa (es decir, el precio es igual al valor que esos bienes tienen para el consumidor) sólo si cae en
algún punto de la curva de demanda del consumidor.
Obviamente, sólo hay un punto en el que el precio y la cantidad de un bien quedan tanto sobre
la curva de demanda del que compra (y son por tanto justos desde el punto de vista del valor que el
comprador medio asigna a los bienes) y sobre la curva de demanda del que vende (y son por tanto
justos desde el punto de vista de lo que le cuesta al productor medio llevar esos bienes al mercado): el
punto de equilibrio. Por tanto, el punto de equilibrio es el único punto en el que los precios promedio
son justos tanto desde el punto de vista de los que compran como del de los que venden. Si los precios
y las cantidades se desvían del punto de equilibrio, el comprador medio o bien el vendedor medio está
recibiendo injustamente menos de lo que le corresponde: uno o el otro tendrá que aportar más de lo
que está recibiendo.
Así, el mercado perfectamente competitivo restablece continuamente -casi por arte de magia- la
justicia capitalista para sus participantes al obligarlos continuamente a comprar y vender bienes en
la única cantidad y al único precio en los que cada uno recibe el valor de lo que aporta, sea que este
valor se calcule desde el punto de vista del comprador medio o del vendedor medio10 .
Además de establecer una forma de justicia, los mercados competitivos también maximizan la
utilidad de quienes compran y de quienes venden porque los obligan a repartir, usar y distribuir sus
bienes con eficiencia perfecta. Para entender este aspecto de los mercados perfectamente competitivos
debemos considerar lo que sucede no en un solo mercado aislado, sino en una economía que consiste
en un sistema de muchos mercados. Un sistema de mercados es perfectamente eficiente cuando todos
los bienes de todos los mercados se reparten, usan y distribuyen de tal manera que se obtiene el nivel
más alto posible de satisfacción de esos bienes. Un sistema de mercados perfectamente competitivos
logra esa eficiencia principalmente de tres formas11 .
10 El lector tal vez recuerde que una de las principales críticas que se hacen a la concepción capitalista de la justicia es
que dice que se debe pagar a la gente el valor exacto de las cosas que aporta, pero no ofrece un criterio para determinar
el “valor” de una cosa. Puesto que diferentes personas dan distintos valores a las cosas, esta indeterminación parece hacer
que la concepción capitalista de la justicia sea irremediablemente vaga: un precio que es “justo ”en términos del valor que
una persona da a una cosa podría ser “injusto” en términos del valor que otra persona da a la misma cosa. Sin embargo,
los valores que dan a las cosas los mercados perfectamente competitivos son justos desde el punto de vista de todos los
participantes, ya que en el punto de equilibrio todos los participantes (tanto quienes compran como quienes venden) dan
el mismo valor a los bienes y los precios convergen hacia este valor justo único.
11 Vea Robert Dorfman, Prices and Markets, 2a. ed. (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1972), pp. 170-226.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 185
estrecha con ellas. Sin embargo, un sistema de libre mercado opera como si los individuos fueran
totalmente independientes unos de otros y no toma en cuenta las relaciones humanas que podrían
existir entre ellos. Es más, como ya mencionamos, un mercado libre presiona a los individuos para
que gasten sus recursos (su tiempo, su trabajo, su dinero) de forma eficiente: un sistema de mercados
competitivos presiona a los individuos para que inviertan, usen y distribuyan los bienes de modo
que produzcan un rendimiento económico máximo. Si los individuos no invierten, usan y distribuyen
sus recursos con eficiencia, saldrán perdiendo en la competencia que crean los mercados libres. Esto
implica que si los individuos desvían sus recursos para gastarlos en cuidar de aquellos con quienes
tienen relaciones estrechas, en lugar de invertirlos, usarlos y distribuirlos de manera eficiente, saldrán
perdiendo. Por ejemplo, cuando un patrón a quien le agradan sus trabajadores, por los cuales siente
aprecio, les paga salarios más altos que los que otros patrones están pagando, sus costos subirán.
Entonces, este patrón tendrá que cobrar más por los bienes que otros patrones, lo cual ahuyentará a
los clientes, o aceptar utilidades más bajas que otros patrones, lo que permitirá a estos últimos hacer
más dinero que entonces podrán invertir en mejoras que, en última instancia, podrían permitirles sacar
del negocio al patrón en cuestión. En síntesis, las presiones hacia la eficiencia económica creada por
un sistema de mercados libres perfectamente competitivos no sólo hace caso omiso de, sino que a
menudo puede estar en conflicto con, las exigencias del cuidado15 .
En quinto lugar, los mercados libres perfectamente competitivos podrían tener un efecto perni-
cioso sobre el carácter moral de las personas. Las presiones competitivas que están presentes en esos
mercados pueden llevar a los individuos a poner atención constante en la eficiencia económica. Los
productores sienten una presión constante para reducir sus costos e incrementar sus márgenes de util-
idades. Los consumidores están bajo una presión constante de comprar a quienes les proporcionan el
más alto valor al más bajo costo. Los empleados están bajo una presión constante de buscar patrones
que pagan mejores salarios y abandonar a los que pagan salarios más bajos. Se ha argumentado que
tales presiones hacen que la gente desarrolle rasgos de carácter asociados con la maximización del
bienestar económico individual y descuide los rasgos asociados a la creación de relaciones estrechas
con otros. Las virtudes de lealtad, bondad y cuidado pierden fuerza, mientras que se fomentan los
vicios de la codicia, el egoísmo, la avaricia y la frialdad.
Por último, lo más importante: cabe señalar que los mercados libres producen los tres valores de
justicia capitalista, utilidad y derechos negativos sólo si cumplen con las siete condiciones que definen
la competencia perfecta. Si una o más de estas condiciones no se cumplen en un mercado real dado,
ya no podrá decirse que estén presentes estos tres valores. Como veremos en el resto del capítulo -y, de
hecho, en el resto del libro- ésta es la limitación más crucial de la moralidad del libre mercado, porque
los mercados reales no son perfectamente competitivos y por ende no logran los tres valores morales
que caracterizan a la competencia perfecta. No obstante, a pesar de esta limitación crítica, el mercado
libre perfectamente competitivo nos da una clara idea de cómo deben estructurarse los intercambios
económicos en una economía de mercado si se quiere que las relaciones entre quienes compran y
quienes venden alcancen los tres logros morales que indicamos. Ahora veremos qué sucede cuando
están ausentes algunas de las características que definen la competencia perfecta.
15 No obstante, se ha argumentado que una compañía en la que florece el cuidado tiene una ventaja competitiva económi-
ca sobre una compañía en la que no se da tal cuidado. Vea Jeanne M. Liedtka, “Feminist Morality and Competitive Reality:
A Role for an Ethic of Care?”Business Ethics Quarterly, vol. 6, núm. 2 (abril de 1996), pp.179200.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 188
ejemplo, H. Robert Heller, The Economic System (Nueva York: Macmillan Inc., 1972), p. 109.
17 Vea Douglas F. Greer, Industrial Organization and Public Policy (Nueva York: Macmillan, Inc. 1984), pp. 189-91.
Cabe señalar, empero, que algunos investigadores ponen en duda la validez de este enfoque tradicional del caso Alcoa,
por ejemplo, Dominick T. Armentano, Antitrust and Monopoly, Anatomy of a Policy Failure (Nueva York: John Wiley &
Sons, Inc. 1982), pp. 100-12.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 189
Figura 4.4:
tan alta que permite a la compañía cosechar una “utilidad monopolista” en exceso, cobrando precios
que están muy por arriba de la curva de oferta y por arriba del precio de equilibrio. Una empresa así,
por ejemplo, podría fijar precios por arriba de su nivel de equilibrio, digamos en 3 dólares. Al limitar
el abasto a las cantidades que los compradores están dispuestos a adquirir a los elevados precios de
monopolio (300 unidades), la compañía monopolista puede estar segura de que venderá todos sus pro-
ductos y de que obtendrá utilidades sustanciales por tal venta. Desde luego, la empresa monopolista
calculará los cocientes precio/cantidad que garanticen una utilidad total máxima (es decir, la utilidad
por unidad multiplicada por el número de unidades), y entonces fijará sus precios y su producción en
esos niveles. Por ejemplo, a principios del siglo XX la American Tobacco Company, que antes había
logrado monopolizar la venta de cigarrillos, estaba obteniendo utilidades equivalentes al 56 % de sus
ventas.
Claro que si el ingreso en el mercado fuera abierto, este exceso de utilidades atraería a otros
productores al mercado, y el resultado sería un aumento en la oferta de bienes y una caída en los
precios hasta llegar al equilibrio. En un mercado monopolista, en el que el ingreso está prohibido o es
prohibitivo, nunca sucede eso, y los precios se mantienen en niveles altos.
ista dice que lo que cada persona recibe debe tener el mismo valor que aquello con lo que contribuye.
Como vimos, el punto de equilibrio es el único punto en el que quienes venden y quienes compran
reciben a cambio el valor exacto de la aportación de cada parte, sea que dicho valor se determine
desde el punto de vista del comprador medio o del vendedor medio. En un mercado de monopolio,
en cambio, los precios de los bienes se establecen por arriba del nivel de equilibrio, y las cantidades
se establecen por debajo del nivel de equilibrio. El resultado es que el que vende cobra al que compra
mucho más de lo que los bienes valen (desde el punto de vista del vendedor medio), ya que cobra
mucho más de lo que le cuesta producir esos bienes. Así pues, los elevados precios que quien vende
obliga a pagar a quien compra son injustos, y son la fuente de las excesivas utilidades del que vende.
Un mercado monopolista también es deficiente en cuanto a la eficiencia con que asigna y dis-
tribuye los bienes. En primer lugar, el mercado permite usar los recursos de modo que produzcan
una escasez de las cosas que los compradores quieren, para poder venderlas a precios más altos
que lo necesario. Las elevadas utilidades de un mercado monopolista indican una escasez de bienes
pero, dado que otras compañías no pueden ingresar en el mercado, sus recursos no pueden utilizarse
para subsanar la escasez que las altas utilidades indican. Esto implica que los recursos de esas otras
compañías se desviarán hacia otros mercados no monopolistas que ya tienen un abasto suficiente de
bienes. Por tanto, la escasez no desaparecerá. Además, el mercado de monopolio permite a la com-
pañía monopolista fijar sus precios muy por arriba de sus costos, en lugar de obligarla a bajar sus
precios hasta los niveles de los costos. El resultado es un precio inflado para el consumidor, que éste
se ve obligado a aceptar porque la ausencia de otras partes que vendan ha limitado sus opciones. Estas
utilidades en exceso absorbidas por el monopolista son recursos que no se necesitan para proveer las
cantidades de bienes que el consumidor está obteniendo.
En segundo lugar, los mercados de monopolio no estimulan a los proveedores para que usen sus
recursos en formas que minimicen el costo de producir una cantidad dada de un bien. El monopolista
no tiene estímulos para reducir sus costos y por tanto no tiene motivos para encontrar métodos de pro-
ducción menos costosos. Puesto que de todos modos las utilidades son altas, no hay mucho incentivo
para desarrollar nuevas tecnologías que podrían reducir los costos o que podrían conferir una ventaja
competitiva sobre otras compañías, ya que no hay empresas competidoras.
En tercer lugar, un mercado monopolista permite al que vende introducir diferenciales de precio
que impiden a los consumidores armar el conjunto más satisfactorio de bienes que pueden adquirir
dados los bienes disponibles y el dinero que pueden gastan Puesto que todo el mundo debe comprar
a la compañía monopolista, ésta puede fijar sus precios de modo que algunos compradores se vean
obligados a pagar un precio más alto por el mismo bien que otros. Por ejemplo, la compañía puede
ajustar sus precios de modo que los consumidores que desean con mayor fuerza sus bienes deban
pagar un precio más alto por los mismos bienes que los consumidores que los desean con menos
fuerza. Por consiguiente, quienes tienen mayor deseo ahora compran menos, y quienes tienen menor
deseo ahora compran más, de lo que ambos comprarían si el precio fuera el mismo. El resultado es
que algunos consumidores se ven imposibilitados de adquirir el conjunto más satisfactorio de bienes
que podrían comprar.
Los mercados de monopolio también incorporan restricciones de los derechos negativos que los
mercados perfectamente libres respetan. En primer lugar, los monopolios son por definición mercados
en los que no pueden entrar otros que quieren vender. En segundo lugar, los mercados monopolistas
permiten a la empresa monopolista forzar a sus compradores a adquirir bienes que tal vez no quieran,
en cantidades que tal vez no deseen. Por ejemplo, la compañía puede obligar a los consumidores a
comprar el bien X sólo sí también compran el bien Y a la compañía. En tercer lugar, los mercados de
monopolio están dominados por una sola parte que vende, cuyas decisiones determinan los precios y
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 191
cantidades de un bien que se ofrece en venta. El poder de la compañía monopolista sobre el mercado
es absoluto.
Así pues, un mercado monopolista pierde de vista los ideales de justicia capitalista, utilidad
económica y derechos negativos. En lugar de establecer todo el tiempo un equilibrio justo, el mercado
impone al comprador precios injustamente altos y genera utilidades injustamente altas para la parte
que vende. En lugar de maximizar la eficiencia, los mercados monopolistas ofrecen incentivos para
desperdiciar o asignar de forma ineficiente los recursos, aunque ello reduzca las utilidades. En vez de
respetar los derechos negativos de libertad, estos mercados crean una desigualdad de poder que per-
mite a la empresa monopolista dictar condiciones al consumidor. Es así como el productor sustituye
al consumidor como “soberano” del mercado.
simplemente la unificación de dos o más compañías que antes estaban compitiendo en el mismo cam-
po comercial. Si se fusionan suficientes compañías de una industria competitiva, la industria puede
convertirse en un oligopolio formado por unas cuantas empresas muy grandes. Por ejemplo, durante
los años cincuenta los 108 bancos que competían en Filadelfia comenzaron a fusionarse, hasta que
en 1963 el número de empresas bancarias se había reducido a 4221 . El Philadelphia National Bank
emergió como el segundo banco más grande (como resultado de nueve fusiones), y el Girard Bank
emergió como el tercero más grande (como resultado de seis fusiones). A principios de los años
sesenta, el Philadelphia National Bank y el Girard Bank propusieron fusionarse en una sola compañía.
Si la fusión se hubiera aprobado (se detuvo por una acción legal), los dos bancos juntos habrían
controlado mucho más de un tercio de las actividades bancarias del área metropolitana de Filadelfia.
¿Cómo afectan al mercado las industrias oligopólicas? Dado que un oligopolio altamente concen-
trado tiene un número relativamente pequeño de compañías, es relativamente fácil para los gerentes
de esas compañías unir sus fuerzas y actuar como una sola unidad. Al acordar de forma explíci-
ta o tácita fijar sus precios en los mismos niveles y restringir su producción de manera acorde, los
oligopolistas pueden funcionar casi como una sola empresa gigante. Esta unión de fuerzas, junto con
las barreras para el ingreso que caracterizan a las industrias oligopólicas, pueden dar como resultado
los mismos precios altos y bajos niveles de oferta que caracterizan a los mercados monopolistas. Por
ello, los oligopolios, igual que los monopolios, no tienen niveles de utilidades justos, pueden generar
una baja en la utilidad social y pueden burlar las libertades económicas básicas. Por ejemplo, se ha
demostrado en general que, cuanto más concentrada está una industria oligopólica, más altas son las
utilidades que puede sacar22 . Ciertos estudios han estimado también que la baja general en la utilidad
como resultado de la asignación ineficiente de recursos por las industrias de un monopolio altamente
concentrado representa entre el 0.5 y el 4.0 % del producto interno bruto de Estados Unidos, o sea,
entre 10,000 y 80,000 millones de dólares al año23 .
Cuadro 4.1: Participación en el mercado de las compañías más grandes por producto, 1989
Porcentaje del mercado
controlado por las com-
pañías más grandes
Índice
Herfindahl-
Producto 4 más grandes 8 más grandes Hirschman
Fuente: Robert S. Lazich,Market Share Reporter, 1996 (Detroit, NE: Gale Research,
1996).
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 195
stienen de celebrar convenios de colusión que eliminan la competencia y reproducen los efectos de
los mercados monopolistas. En particular, se han identificado como faltas de ética los siguientes tipos
de prácticas del mercado.
Colusión para fijar precios Cuando las compañías están operando en un mercado oligopólico,
para sus gerentes es fácil reunirse en secreto con el fin de convenir en fijar sus precios en niveles
artificialmente altos. Ésta es la colusión para fijar precios directa. Por ejemplo, en 1978 varios gerentes
de compañías que fabricaban bolsas de papel para empacar alimentos, café y otras mercancías fueron
multadas por reunirse y conspirar para fijar los precios de dichas bolsas24 . Los gerentes trabajaban
para Continental Group, Inc., Chase Bag Co., American Bag and Paper Corp. y Harley Corp., cuatro
de las empresas dominantes en los mercados de bolsas de papel.
Manipulación de la oferta Las compañías de una industria oligopólica podrían acordar limitar su
producción de modo que los precios suban a niveles más altos que los que prevalecerían en una com-
petencia libre. Cuando los productores de maderas duras se reunían periódicamente en asociaciones
del ramo a principios del siglo XX, a menudo se ponían de acuerdo en políticas de producción que
les garantizarían grandes utilidades25 . En cierto momento, la American Column and Lumber Com-
pany fue procesada legalmente bajo la Ley Sherman Antimonopolios y se le obligó a desistir de tales
prácticas. Semejante “manipulación de la oferta” también da pie a escasez en el mercado.
Arreglos de distribución exclusiva Una compañía instituye un arreglo de distribución exclusiva
cuando vende a un detallista a condición de que éste no compre productos a otras compañías y/o
no venda afuera de un área geográfica dada. Por ejemplo, durante los años cuarenta la American
Can Company sólo arrendaba sus máquinas para cerrar latas (a precios muy bajos) a los clientes que
convenían en no comprar latas a la Continental Can Company, su principal competidor26 . Los arreglos
de distribución exclusiva tienden a eliminar la competencia entre detallistas que venden los productos
de la misma compañía, y en ese sentido están en conflicto con los valores de la competencia libre.
Sin embargo, un arreglo de distribución exclusiva también puede motivar a los detallistas que están
vendiendo los productos de una sola compañía a que lo hagan de forma más agresiva. De este modo,
un arreglo de distribución exclusiva podría incrementar de hecho la competencia entre detallistas que
venden los productos de diferentes compañías. Por esta razón, este tipo de arreglos se debe examinar
con minuciosidad para determinar si su efecto general es frenar o promover la competencia27 .
Arreglos con ataduras Una compañía participa en un arreglo con ataduras cuando vende a un
comprador cierto producto sólo a condición de que el comprador acepte adquirir ciertos otros produc-
tos de la compañía. Por ejemplo, Chicken Delight otorga franquicias a establecimientos de comida
de entrega a domicilio y de pasar a recoger cuyo producto principal es pollo cocinado en una mezcla
especial. En 1970, Chicken Delight sólo vendía una franquicia a una persona si ésta también aceptaba
comprar cierto número de estufas, freidoras y otros insumos28 . Posteriormente se obligó a la compañía
a descontinuar esa práctica, mediante acciones legales.
Convenios de mantenimiento de precios al detalle Si un fabricante vende a los detallistas sólo a
condición de que acepten cobrar el mismo precio al detalle fijo por sus productos, está practicando
24 “Paper Companies Get Heavy Fines for Price-Fixing”, Wall Street Joumal, 21 de septiembre de 1978, p. 2. Si desea
un análisis de la colusión para fijar precios vea Jeffrey Sonnenfeld y Paul R. Lawrence, “Why do Companies Succumb to
Price-Fixing?” Harvard Business Review, 56, núm. 4 (julio-agosto de 1978): 14557.
25 Almarin Phillips, Market Structure, Organization, and Performance (Cambridge: Harvard University Press, 1962),
pp. 138-60.
26 Waffen, Antitrust, pp. 233-35.
27 Newman S. Peery, Jr., Business, Government, & Society: Managing Competitiveness, Ethics, and Social Issues (En-
Cuadro 4.3: Algunas conspiraciones para fijar precios en industrias estadounidenses, 1961-1970
Porcentaje
del merca-
do contro-
lado por
las cuatro Número
com- Número Su partici- de com-
Alcance pañías más de com- pación en pañías en el
Mercado geográfico grandes pradores las ventas mercado
Fuente: William G. Shepherd, The Economics of Industrial Organization (Englewood Cliffs, NJ:
Prentice-Hall, Inc., 1979), p.306.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 197
“mantenimiento de precios al detalle”. Por ejemplo, la Eastman Kodak Company, antes de que la
Federal Trade Commission la obligara a desistir, solía establecer los precios a los que los detallistas
debían vender sus películas “Kodachrome” y “Magazine Cine Kodak-Film” y no vendía a los de-
tallistas si éstos no aceptaban acatar esos precios29 . Un fabricante puede publicar precios al detalle
sugeridos e incluso puede negarse a vender a detallistas que suelen vender sus productos a precios
más bajos. Sin embargo, la ley prohíbe a los detallistas celebrar un convenio para acatar los precios
del fabricante, y a los fabricantes obligar a los detallistas a firmar ese tipo de convenios. El manten-
imiento de precios al detalle frena la competencia entre los detallistas y elimina la presión competitiva
que podría obligar al fabricante a bajar sus precios y recortar sus costos.
Discriminación por precio Cobrar diferentes precios a diferentes compradores por bienes o servi-
cios idénticos es practicar discriminación por precio. La Continental Pie Company utilizó esta práctica
durante los años sesenta en un intento por socavar las ventas de la Utah Pie Company, que había lo-
grado arrebatarle a Continental una buena parte de su clientela en Salt Lake City. Durante varios años,
Continental vendió sus tartas en Salt Lake City a precios sustancialmente más bajos que los que co-
braba por los mismos productos en otras áreas. La Suprema Corte de Estados Unidos determinó que
tales prácticas de fijación de precios eran “depredadoras”. La diferencias de precios sólo son legítimas
si se basan en diferencias de volumen o en otras diferencias relacionadas con los verdaderos costos
de fabricar, envasar, vender, transportar o dar servicio a los bienes.
¿Por qué la gente de negocios adopta tales prácticas anticompetitivas? En un estudio detallado de
varias compañías cuyos empleados se habían visto implicados en casos de colusión para fijar precios,
los investigadores Sonnenfeld y Lawrence llegaron a la conclusión de que varios factores industriales
y de organización tendían a fomentar la colusión. Esos factores incluían los siguientes30 :
Un mercado maduro con muchos participantes Cuando la proliferación de participantes o una
baja en la demanda crean una saturación en el mercado, la consiguiente baja en las ganancias y las
utilidades crea presiones sobre los gerentes de nivel medio. Ellos podrían responder permitiendo,
animando, e incluso ordenando a sus equipos de ventas conducirse para fijar precios.
Negocios cotizados por trabajo/pedido Si los pedidos se cotizan individualmente, de modo que
las decisiones de fijación de precios son frecuentes y se tornan en niveles bajos de la organización, la
colusión entre los vendedores de nivel bajo es más probable.
Productos no diferenciados Si el producto que ofrece cada compañía de una industria es tan similar
a los de otras compañías que la competencia se debe basar únicamente en el precio, con rebajas
continuas de los precios, los vendedores suelen sentir que la única forma de evitar que los precios se
colapsen es reunirse para fijar los precios.
Cultura del negocio Cuando los vendedores de una organización sienten que la colusión para fijar
precios es práctica común y que la organización la desea, condona, acepta, racionaliza o incluso la
fomenta, dicha práctica se vuelve más probable. La alta gerencia debe contrarrestar esto mediante su
ejemplo personal y mediante la comunicación congruente de un compromiso con las prácticas éticas,
además de desarrollar un código de ética que mencione explícitamente la colusión para fijar precios
con todos sus detalles, que esté respaldado por sanciones, y que se someta con regularidad a auditorías
corporativas.
Prácticas personales Si se evalúa y recompensa a los gerentes única o primordialmente con base
en las utilidades y el volumen de ventas, de modo que las bonificaciones, comisiones, promociones
y otras recompensas dependan de esos objetivos, los gerentes sentirán que la compañía quiere que
29 Ibíd.,pp. 161-62.
30 Jeffrey Sonnenfeld y Paul R. Lawrence, “Why Do Companies Succumb To Price-Fixing?” en Kenneth R. Andrews,
ed., Ethics in Practice (Boston, MA: Harvard Business School. Press, 1989), pp. 71-83.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 198
alcancen dichos objetivos a como dé lugar. La compensación debe basarse en otros factores, y la
organización debe esforzarse por inculcar en los empleados un orgullo profesional en el respeto de la
ética por parte de la compañía.
Decisiones de precios Si las organizaciones están descentralizadas y las decisiones de fijación de
precios se toman en un nivel bajo de la organización, es más probable que haya colusión para fijar
precios. Las decisiones en cuanto a los precios se deben tomar en niveles más altos de la organización.
Asociaciones del ramo Sí se permite a los vendedores interactuar con sus competidores en re-
uniones de asociaciones del ramo, se les estará dando la oportunidad de hablar acerca de los precios
y comenzar a contemplar arreglos de fijación de precios con sus contrapartes en compañías de la
competencia. Los vendedores deben tener prohibido reunirse con sus competidores.
Personal legal corporativo Si los departamentos legales no guían al personal de ventas sino hasta
después de que se ha presentado un problema, aumentará la probabilidad de que haya colusión para
fijar precios. El personal legal debe proporcionar con regularidad capacitación individual acerca de
los aspectos legales de la colusión para fijar precios, dirigida a quienes toman las decisiones sobre
precios y ventas.
Cuando la alta gerencia no se ocupa de estos factores industriales y de organización, individuos
que están tratando de hacer lo que es mejor para la compañía podrían estar sometidos a fuertes pre-
siones. Un funcionario ejecutivo en jefe describe las presiones que una gerencia irresponsable puede
ejercer sobre los vendedores jóvenes nuevos:
Creo que somos especialmente vulnerables cuando tenemos un vendedor con dos hijos, consid-
erables necesidades financieras e inseguridad en cuanto a su empleo. Un conjunto nuevo de reglas
tiene cierto juego. El vendedor podría aceptar prácticas dudosas y creer que lo que pasa es que to-
davía no conoce el sistema. No existen procedimientos específicos que él pueda seguir, fuera de lo
que los demás vendedores le dicen. Al mismo tiempo, él está en una industria en la que es evidente
que la aceptación de su producto y el nivel de rentabilidad están bajando. Por último, intensificamos
sus presiones al señalarle quién ocupará su puesto si no logra niveles de precio y volumen aceptables.
Creo que todo esto hace que una persona se olvide de su conciencia31 .
ios de estas compañías no han celebrado ningún acuerdo explícito de actuar en concierto; sin jamás
haber hablado del asunto, cada uno de ellos se da cuenta de que todos se beneficiarán en tanto sigan
actuando de forma unificada. Por cierto, en 1945 la Suprema Corte de Estados Unidos determinó que
las cigarreras dominantes eran culpables de colusión tácita, pero las compañías continuaron con la
imitación de precios después de arreglarse el caso.
A fin de coordinar sus precios, algunas industrias oligopólicas reconocen a una compañía como
“líder de precios” de la industria32 . Cada compañía conviene tácitamente en establecer sus precios
en los niveles anunciados por el líder de precio, sabiendo que todas las demás compañías seguirán su
liderazgo en ese sentido. Puesto que cada oligopolista sabe que no tendrá que competir con los precios
más bajos de otra compañía, no se ve obligada a reducir su margen de utilidades a los niveles a los
que la competencia abierta los reduciría. No es necesario que haya colusión abierta en esta forma
de establecimiento de precios, sólo un entendimiento tácito de que todas las compañías seguirán
el liderazgo de precio de la compañía dominante y no adoptarán las tácticas de recorte de precios
características de la libre competencia.
Sea que los precios de un mercado oligopólico se establezcan por convenios explícitos o en-
tendimientos implícitos, es evidente que la utilidad social se reduce en la medida en que los precios
se elevan artificialmente por encima de los niveles que establecería un mercado perfectamente com-
petitivo. Los consumidores deben pagar los precios injustos del oligopolista, los recursos ya no se
asignan y usan con eficiencia, y hay un menoscabo de la libertad tanto de los consumidores como de
los posibles competidores.
4.3.3. Soborno
Cuando el soborno político sirve para asegurar la venta de un producto, también puede introducir
deseconomías en el funcionamiento de los mercados. Éste es un defecto de los mercados que recibió
intensa atención pública a fines de los años setenta cuando se descubrió que un grupo sustancial de
compañías estadounidenses habían tratado de conseguir contratos con gobiernos extranjeros pagando
sobornos a diversos burócratas. La Lockheed Aircraft Corporation, por ejemplo, pagó varios millones
de dólares a funcionarios de los gobiernos de Arabia Saudita, Japón, Italia y los Países Bajos con el
fin de influir en las ventas de aviones en esos países33 .
Cuando se usan sobornos para asegurar la compra de un bien, el efecto neto es una baja en la com-
petencia del mercado34 . El producto del sobornador ya no compite en igualdad de condiciones con el
producto de otras partes vendedoras con base en su precio o sus cualidades. En vez de ello, el soborno
actúa como barrera para evitar que otros vendedores ingresen en el mercado gubernamental del sobor-
nador. A causa del soborno, el gobierno en cuestión compra sólo a la compañía que proporciona el
soborno, y ésta se convierte de hecho en un monopolio.
Si el sobornador logra evitar que otras partes vendedoras tengan la misma oportunidad de ingresar
en un mercado gubernamental, podrá incurrir en las ineficiencias características de los monopolios.
La compañía que soborna puede imponer precios más altos, desperdiciar recursos y descuidar la
calidad y los controles de costos porque el monopolio logrado a través del soborno asegura utilidades
32 Jesse W. Markham, “The Nature and Significance of Price Leadership”, The American Economic Review, 41 (1951):
891-905.
33 Willard E Mueller, “Conglomerates: A Nonindustry”, [pp. 442-8 1] en Adams, ed., The Structure of American Indus-
try, p. 459.
34 Neil H. Jacoby, Peter Nehemkis, y Richard Fells, Bribery and Extortion in World Business (Nueva York: Macmillan
sustanciales sin la necesidad de hacer que el precio o la calidad de los productos sean competitivos
respecto a los de otras partes vendedoras.
Desde luego, los sobornos empleados para asegurar la venta de productos excluyendo a otras
partes vendedoras difieren de los utilizados con otros fines. Un funcionario podría insistir en que se
le pague por realizar sus obligaciones legales en favor de un solicitante cuando, por ejemplo, un fun-
cionario de aduana pide una “propina” para agilizar el procesamiento de un permiso de importación.
O bien, un funcionario del gobierno podría ofrecerse a reducir un arancel elevado a cambio de un
pago subrepticio. El análisis anterior no aplica a sobornos de este tipo, que se están usando con un
propósito que no es erigir barreras para el ingreso en el mercado.
Al determinar la naturaleza ética de los pagos que sirven para otras cosas que no son excluir a
otros competidores del mercado, las siguientes consideraciones son pertinentes:
1. ¿ El ofrecimiento de pago fue iniciado por el que paga el soborno, o el que recibe el pago lo
exigió amenazando con lesionar los intereses del que paga? En este último caso el pago no es un
soborno sino una forma de extorsión y si la lesión amenazada es lo bastante grande el que paga
podría no ser moralmente responsable por su acto, o cuando menos la responsabilidad moral
sería menor.
2. ¿ El pago se efectúa para inducir a quien lo recibe a que actúe de alguna forma que viole su
deber oficial jurado de actuar pensando en lo que más conviene al público, o se efectúa para
inducir a quien recibe el pago a desempeñar lo que ya es su deber oficial? Si el que recibe el
pago está siendo inducido a violar sus obligaciones oficiales, el que paga está cooperando en un
acto inmoral porque el que recibe el pago celebró un convenio comprometiéndose a desempeñar
esos deberes.
2. La concentración produce una interdependencia reconocida entre las compañías, y no hay com-
petencia por precio en las industrias concentradas.
4. Existe una correlación positiva entre la concentración y la rentabilidad que pone de manifiesto
el poder monopolista en las industrias concentradas: la capacidad para elevar precios y la per-
sistencia de márgenes de utilidad amplios. No hay ingreso de otras compañías que elimine las
utilidades excesivas.
6. Existe coordinación oligopólica mediante señales que se dan en boletines de prensa u otros
medios40 .
Con base en estos supuestos, los partidarios del punto de vista antimonopolios llegan a la con-
clusión de que al dividir las grandes corporaciones en unidades más pequeñas habrá niveles de com-
petencia más altos en las industrias que actualmente están muy concentradas. El resultado será una
disminución en la colusión explícita y tácita, precios más bajos para los consumidores, mayor inno-
vación y mayor desarrollo de tecnologías que recorten los costos y nos beneficien a todos.
Environment, actas de una conferencia celebrada por la Graduate School of Management en UCLA, 24 de julio-3 de
agosto de 1977, pp. 232-33; vea también John M. Blair, Economic Concentration: Structure, Behavior and Public Policy
(Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1972).
41 J. A. Schumpeter, Capitalism, Socialism, and Democracy (Nueva York: Harper, 1943), pp. 79 y siguientes.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 203
es posible si se aprovecha la acumulación altamente centralizada de activos y mano de obra que ha-
cen posible las grandes corporaciones. Además, la concentración de activos permite a las grandes
compañías aprovechar las economías que la producción a gran escala hacen posibles en las plantas
grandes. Estos ahorros se transfieren a los consumidores en forma de productos más baratos y más
abundantes.
Aunque no es conveniente dividir las compañías, ello no quiere decir que no se les deba reg-
ular. Según este tercer punto de vista, la concentración confiere a las grandes compañías un poder
económico que les permite coludirse para fijar precios y comportarse de otras formas que no con-
vienen al interés público. A fin de asegurar que los consumidores no resulten perjudicados por las
grandes compañías, se deben establecer agencias y leyes reguladoras que restrinjan y controlen las
actividades de las grandes corporaciones.
De hecho, algunos observadores proponen que, en los casos en que las compañías grandes no
se puedan controlar eficazmente con las formas de regulación acostumbradas, la regulación debe
adoptar la forma de una nacionalización. Es decir, el gobierno se debe hacer cargo de la operación de
las compañías de las industrias42 en las que únicamente la propiedad pública puede garantizar que las
empresas operen pensando en el interés público.
Sin embargo, otros partidarios de la regulación aseguran que la nacionalización en sí no es lo
que más conviene al público. Según ellos, la propiedad pública de las compañías siempre da pie a la
creación de burocracias anquilosadas e ineficientes. Además, las empresas de propiedad pública no
están sujetas a las presiones competitivas del mercado y el resultado son precios más altos y costos
más altos.
¿Cuál de estos puntos de vista es el correcto: el de no hacer nada, el antimonopolios o el de
regulación? Los lectores tendrán que decidir esta cuestión por sí mismos, pues de momento no parece
haber suficientes bases para contestar esta pregunta de forma inequívoca. Sea cual sea el punto de
vista que al lector le parezca más convincente, es obvio que los beneficios sociales que los mercados
libres generan no se pueden obtener si los gerentes de las compañías no mantienen relaciones de
mercado competitivas entre sí mismos. Las reglas éticas que prohíben la colusión son en esencia
reglas que buscan asegurar una estructura competitiva en los mercados. Estas reglas se pueden seguir
voluntariamente o porque la ley así lo ordena, y se justifican en la medida en que la sociedad esté
justificada en su esfuerzo por lograr los beneficios utilitarios, la justicia y los derechos de libertad
negativa que los mercados competitivos libres pueden garantizar.
2. “Desde un punto de vista ético, las grandes empresas son siempre malas empresas”. Comente
los pros y contras de esta afirmación.
3. ¿Qué tipo de política pública cree usted que debería tener su país respecto a la competencia en
42 L. Von Mises, Planned Chaos (Nueva York: Foundations for Economic Education, 1947).
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 204
los negocios? Presenta argumentos morales que apoyen su respuesta (es decir, argumentos que
demuestren que los tipos de políticas que usted favorece promoverán el bienestar público, o que
garantizarán ciertos derechos importantes, o que asegurarán ciertas formas de Justicia).
4. Según usted, ¿una compañía estadounidense que opera en un país en el que la colusión para
fijar precios no está prohibida por ley debe obedecer las leyes de Estados Unidos en contra de
la colusión? Explique su respuesta.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 205
Es política de la compañía cumplir estrictamente en todos sus aspectos con las leyes
antimonopolios. No habrá excepción alguna a esta política y ningún empleado actuando
por o a nombre de la compañía deberá comprometerla o aminorarla. Ningún empleado
intervendrá en algún entendimiento, convenio, plan o conspiración, expreso o implícito,
formal o informal, con ningún competidor en materia de precios, términos o condiciones
de venta, producción, distribución, territorios o clientes; ni intercambiará ni comentará
con un competidor los precios, términos o condiciones de venta, o cualquier otra infor-
mación competitiva; ni actuará de cualquier otra manera que en opinión de la compañía
viole cualquiera de las leyes antimonopollos2 .
A todo gerente se le pedía periódicamente confirmar por escrito que estaba cumpliendo con la
política. La carta estándar que el gerente firmaba decía:
Recibí una copia de la directriz de política general Núm. 20.5, con fecha de ____. He
leído y entendido esta política. La estoy cumpliendo y la cumpliré en el futuro3 .
Desde luego, la carta no se firmaba bajo juramento, ni los gerentes tenían que rendir cuentas a su
superior local inmediato respecto a cumplir con la política. La carta venía desde la oficina central de
GE, y se devolvía a esa oficina por correo. Cualquier medida disciplinaria que se tomara para hacer
cumplir la directriz también tenía que originarse en la oficina matriz.
En 1945 Clarence Burke fue promovido a Gerente de Ventas del departamento de transformadores
de distribución de GE. Ahí, él trabajó bajo las órdenes de H. L. “Buster” Brown, gerente general
1 Congreso, Senado de Estados Unidos, Administered Prices: Hearings Before the Subcommittee on Antitrust and
Monopoly of the Committee on the Judiciary, 87o. Congreso, Primera Sesión, mayo-junio de 1961, p. 17111. En adelante
citado como “Administered Prices”.
2 Ibíd., p. 17120.
3 Ibíd., p. 16737.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 206
encargado de las ventas de todos los departamentos de transformadores. En julio de 1945, un mes
después de que Clarence ocupó su nuevo puesto como gerente de ventas departamental, su superior,
el señor Brown, le dijo que tendría que asistir a las reuniones programadas con regularidad de la
National Electrical Manufacturers Association en Pittsburgh, reuniones a las que también asistían
los gerentes de ventas de los otros tres o cuatro productores importantes de equipo eléctrico. Las
conversaciones durante las reuniones poco a poco comenzaron a tocar el tema de los precios, y pronto
los gerentes estaban efectuando acuerdos informales de cotizar “un precio convenido” a todos sus
clientes. Clarence Burke no protestó y aceptó la práctica, sobre todo después de que “Buster” Brown
aseguró a los gerentes que la directriz antimonopolios de la compañía no se refería a los tipos de
acuerdos informales que estaban celebrando. Según Brown, los únicos acuerdos que eran ¡legales
eran aquellos que “se aprovechaban del público”. Varios años después Clarence Burke recordó que él
y otros habían “entendido” que lo que estaban haciendo era lo que la compañía quería4 .
Clarence Burke no fue el único gerente de GE que participó en arreglos para fijar precios con las
otras compañías eléctricas importantes. Para fines de los años cincuenta, W. W. Ginn, un vicepres-
idente de GE, se estaba reuniendo con competidores para fijar los precios de los transformadores
de potencia; Frank Stelilik, un gerente general de GE, se estaba reuniendo para fijar precios de las
unidades de conmutación de potencia; W. F. Oswalt, otro gerente general, estaba coludiéndose para
fijar los precios de equipos de control industrial; y G. L. Roark, un gerente de mercadeo de GE,
estaba coludiéndose para fijar los precios de equipos de conmutación de potencia. De hecho, como
revelaron investigaciones posteriores, los gerentes de todas las compañías principales que fabricaban
equipo eléctrico pesado (General Electric, Westinghouse, Allis-Chalmers y Federal Pacific) se reunían
con regularidad para fijar los precios de sus productos5 . Durante toda la segunda mitad de la década
de 1940, Clarence Burke fue conociendo gradualmente los detalles de una práctica que gozaba de
aceptación en toda la industria, no sólo en su propia compañía:
Mis superiores me enseñaron [las técnicas] ya desde 1945, pues me llevaron consigo
a reuniones con ellos y me dijeron que en lugar de indicar Pittsburgh [el sitio de las
reuniones] en la relaci6n de gastos todos debíamos indicar esto o lo otro. . . A partir de
entonces, simplemente se me inculcó. . . Comprobé que [era la forma acostumbrada de
actuar] porque mis superiores en Pinsfield lo estaban haciendo y me estaban pidiendo
que lo hiciera. Por tanto, era práctica suya. [Declaración de C. Burke.]6 .
papel diciendo que cumpliría con la política 20.5, se negaba a hablar con los competi-
dores. Así que “no era lo bastante abierto para el puesto” y ellos esperaban que yo seria
“lo bastante abierto” para conservar ese puesto. [Declaración de Clarence Burke.]7 .
En parte, lo que había llevado a muchos gerentes a adoptar la colusión para fijar precios fueron las
presiones que sentían para cumplir con las metas corporativas. Clarence Burke recordó varios años
después que el gerente general de la división de equipo de conmutación de GE siempre insistía en un
“presupuesto de alcance”, es decir un presupuesto que incrementara el porcentaje de utilidades netas
sobre ventas, respecto a su valor del año anterior. Burke aseguró que él y los demás gerentes sintieron
que si querían “progresa” y contar con la “buena voluntad” de sus superiores tendrían que alcanzar
esas metas; y la única forma de alcanzarlas, pensaban ellos, era coordinarse con sus competidores8 .
Los acuerdos de fijación de precios que las cuatro principales compañías de equipo de con-
mutación eléctrico celebraron en 1950, según Burke, pretendían “estabilizar” los precios y al mismo
tiempo asegurar que cada compañía conservara su participación en el mercado. Los gerentes de las
cuatro compañías se reunían en un cuarto de hotel al menos una vez al mes y se turnaban para pre-
sentar las licitaciones más bajas de contratos inminentes, de modo que GE se quedara con el 45 %
de los trabajos, Westinghouse con el 35 %, Allis-Chalmers con el 10 % y Federal Pacific con el 10 %.
Éstos eran los porcentajes aproximados del mercado que cada compañía había controlado antes de los
acuerdos.
Un temor importante de las compañías era que, sin los acuerdos, se vieran forzadas a enfrascarse
en lo que Burke describió como “una competencia encarnizada que arruinaría a todos”. Ese temor
pareció justificarse en 1954 cuando GE decidió retirarse de las reuniones para fijar precios. El resul-
tado fue una baja financiera de toda la industria, pues cada compañía trataba de ofrecer precios más
bajos que las otras, a tal grado que los recortes de precios llegaron al 50 %. Después de dos años, el
efecto perjudicial de la guerra de precios obligó a las cuatro compañías eléctricas a recurrir otra vez a
la colusión de precios, a fin de “recuperar la estabilidad” del mercado:
En la segunda mitad de 1953 (General Electric] notificó al resto de la gente de la
industria que ya no nos reuniríamos más con ellos. . . En todo 1954 no hubo reuniones. . . y
fue entonces cuando los precios comenzaron a deteriorarse gradualmente. . . Los precios
se alejaban más y más de los libros hasta que a fines de 1954 llegaron a ser 15 % más
bajos. Luego, en enero de 1995 los precios realmente se fueron hasta el fondo, cerca de
45 o 50 % más bajos que en libros. . . Ese verano -creo que fue en junio o julio de 1955- el
señor Burens [gerente general de la división de equipo de conmutación de GE] me pidió
pasar a su oficina y me dijo que tenía que comenzar a reunirse con la competencia otra
vez. . . Y dijo algo en el sentido de que no tenía otra alternativa. [Declaración de Clarence
Burke.]9
Las reuniones se reanudaron hasta que en el invierno de 1957 Westinghouse decidió retirarse de los
acuerdos de fijación de precios y el mercado volvió a bajar. En unos cuantos meses los precios bajaron
un 60 %. Sin embargo, en otoño de 1958 los acuerdos se restablecieron y los precios volvieron a sus
niveles anteriores donde permanecieron hasta que las reuniones para fijar precios se suspendieron
definitivamente, en 1960. Las utilidades de General Electric durante los años de vigencia de estos
acuerdos se muestran en la tabla 4.410 .
7 Ibíd., p. 16736.
8 Smith, “Incredible Electrical Conspiracy”, p. 172.
9 Administered Prices, p. 16740.
10 Ibíd., 1743.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 208
Cuadro 4.4: Utilidad neta y tasa de rendimiento de la participación de accionistas, y utilidad como
porcentaje de las ventas, 1940 y 1947-1960 para la General Electric Company
Utilidad neta después de im- Utilidades como porcentaje
Año puestos (millares) Tasa de rendimiento ( %) de las ventas ( %)
Fuente: Congreso, Senado de Estados Unidos, Administered Prices: Hearings Before the Subcom-
mittee on Antitrust and Monopoly of the Committee on the Judiciary, 87o. Congreso, Primera Sesión,
mayo-junio de 1961, p. 17743.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 209
Clarence Burke no se sentía totalmente cómodo respecto a su participación en los acuerdos para
fijar precios. Sus reflexiones giraban en tomo a lo que él consideraba el efecto de esos acuerdos:
Tengo que decir que no cobrábamos todo [lo que el mercado aguantaba]. Nuestro
propósito al reunirnos con la competencia no era aprovecharnos de los clientes ni nada
por el estilo. Simplemente tratábamos de obtener un valor de mercado justo que produjera
una utilidad equitativa para la industria y la mantuviera saludable. Y creo que si ustedes
examinan las cifras de la industria durante ese periodo, verán que no obtuvimos utilidades
enormes. Lo más que obtenía la General Electric Company era menos de 6 centavos por
cada dólar de ventas. No nos estábamos reuniendo con el propósito de conseguir lo más
que pudiéramos. Se trataba de obtener lo que valía nuestro producto. . . Sé que violé los
tecnicismos de la ley. Acallé mi conciencia diciéndome que no estaba violando el espíritu
de la ley. Porque no estaba fijando precios que esquilmaran al público, y en mi opinión el
espíritu de la ley era evitar el establecimiento de precios anormales, de obtener utilidades
enormes. [Declaración de Clarence Burke.]11 .
En junio de 1960 un gran jurado federal formuló cargos contra las compañías y los gerentes
implicados en los acuerdos de fijación de precios. Se concedió inmunidad a Clarence Burke a cambio
de su disposición a atestiguar en contra de las otras compañías y gerentes. Siete ejecutivos de las
compañías se declararon culpables y fueron sentenciados a prisión; otros 38 gerentes fueron multados,
lo mismo que las compañías. Aunque Clarence Burke no fue procesado por el gobierno, fue despedido
por GE:
Entre 1960 y 1963, surgió un patrón de vigorosa competencia en muchos de los mercados que
habían estado sujetos a los acuerdos de fijación de precios. Los precios bajaron entre un 15 y un
20 %13 . Luego, en mayo de 1963, General Electric publicó un sistema de precios que (como revelaron
después documentos internos de GE), tenía la esperanza de que hiciera posible otra vez que la indus-
tria controlara los precios, pero esta vez sin colusión explícita. El sistema de precios que GE publicó
declaraba que (1) la compañía publicaría todos sus precios de lista, (2) que todas sus licitaciones
y descuentos serían exactamente el 76 % de los precios de lista, (3) que si GE ofrecía a cualquier
comprador un descuento mayor estaría obligada por contrato (y por tanto legalmente) a castigarse a sí
misma, porque garantizaba públicamente a todos sus clientes que aplicaría cualquier descuento mayor
retroactivamente a todas las ventas de los seis meses anteriores, y (4) que todas las ventas y pedidos se
publicarían. Westinghouse adoptó de inmediato el mismo sistema de precios, y los gerentes de las dos
empresas ahora coordinaron sus precios utilizando comunicaciones públicas y castigos públicos en
11 Ibíd., pp. 16745 y 16790.
12 Ibíd., p. 16785.
13 Ibíd., p. 17093.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 210
lugar de los métodos secretos que habían llevado a algunos de ellos a la cárcel en 1961. Este sistema
de precios continuó durante décadas14 .
Preguntas
1. ¿Dónde estimaría usted que estaba el precio de equilibrio durante los acuerdos de fijación de
precios (10 % por debajo del precio de lista o precio “en libros”? ¿30 %? ¿60 %?). Identifique
las condiciones dentro de GE y dentro de la industria que propiciaron las conspiraciones para
fijar precios
2. Evalúe la conspiración para fijar precios desde un punto de vista ético (su evaluación deberá
describir los efectos de la conspiración sobre el bienestar de la sociedad, sobre los derechos
morales de los miembros de la sociedad y sobre la distribución de beneficios y cargas dentro
de la sociedad). En opinión suya, ¿Clarence Burke actuó incorrectamente? ¿Por qué? ¿Era él
moralmente responsable de sus acciones? ¿Por qué?
3. ¿Por qué no era eficaz la política antimonopolios por escrito de GE? En su libro White Collar
Crime, Edwin Suthertand sugirió la hipótesis de que “la conducta criminal [en los negocios] se
aprende en asociación con quienes definen tal conducta de manera favorable y en aislamiento
de quienes la definen de manera desfavorable. . . Como parte del proceso de aprender la práctica
de los negocios, un joven que es idealista y piensa en los demás es inducido a cometer delitos
gerenciales” (pp. 234 y 240). ¿Hasta qué punto se comprobó esta hipótesis en el caso de GE?
¿Qué implicaciones, si acaso, tiene esto para la responsabilidad moral dentro de GE? ¿Dentro
de cualquier empresa?
4. Aparte de su legalidad, ¿el plan para fijar precios ideado en 1963 difería en alguna forma moral-
mente importante de los esquemas anteriores para fijar precios?
5. ¿Qué políticas internas podrían haber modificado el clima moral de GE? ¿Qué políticas públicas
podrían haber alterado las prácticas de la industria?
Un soborno japonés
En julio de 1976, Kukeo Tanaka, antiguo primer ministro de Japón, fue arrestado acusado de acep-
tar sobornos (1.8 millones de dólares) de la Lockheed Aircraft Company para asegurar la compra de
varios aviones a reacción Lockheed. El secretario de Tanaka y varios otros funcionarios del gobierno
fueron arrestados junto con él. El público japonés respondió exigiendo airadamente que se revelaran
en su totalidad los tratos de Tanaka. A fines del siguiente año, los japoneses habían destituido al
sucesor de Tanaka, Takeo Miki, quien, en opinión de muchos, había estado tratando de encubrir las
acciones de Tanaka.
En los Países Bajos ese mismo año, el príncipe Bernhard, esposo de la reina Juliana, renunció
a 300 puestos que tenía en el gobierno, en el ejército y en organizaciones privadas. La razón: se le
acusaba de haber aceptado 1.1 millones de dólares en sobornos de Lockheed en relación con la venta
de 138 aviones a reacción F-104 Starfighter.
14 William G. Shepherd y Clair Wilcox, Public Policies Toward Business, 6a. ed. (Homewood, IL.: Richard D. Irwin,
Inc., 1979), p. 215.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 211
En Italia, Giovani Leone, presidente en 1970, y Aldo Moro y Mariano Rumor, ambos primeros
ministros, fueron acusados de aceptar sobornos de Lockheed. en relación con la compra de aviones por
valor de 100 millones de dólares a fines de los años sesenta. Todos quedaron excluidos del gobierno.
Escandinavia, Sudáfrica, Turquía, Grecia y Nigeria también se contaron entre los quince países en
los que Lockheed admitió haber entregado pagos, y al menos 202 millones de dólares en “comisiones”
desde 1970.
Se reveló que la implicación de Lockheed Aircraft en los sobornos japoneses se había iniciado
en 1958 cuando Lockheed y Gruminan Aircraft (otra compañía estadounidense) estaban compitiendo
por un contrato de aviones a reacción para la Fuerza Aérea Japonesa. Según el testimonio del señor
William Findley, socio de Arthur Young & Co. (auditores de Lockheed), en 1958 Lockheed contrató
los servicios de Yoshio Kodama, un criminal de guerra de ultraderecha con fama de figura del bajo
mundo que tenía fuertes vínculos políticos con funcionarios del Partido Liberal Democrático gober-
nante. Con la ayuda de Kodama, Lockheed obtuvo el contrato del gobierno. Diecisiete años después se
reveló que en ese entonces la CIA había sido informada (por un empleado de la embajada de Estados
Unidos) de que Lockheed había entregado varios sobomos, mientras negociaba el contrato.1
En 1972 Lockheed volvió a contratar a Kodama como consultor para que le ayudara a vender sus
aviones en Japón. Lockheed estaba desesperada por vender aviones a cualquier línea aérea japonesa
importante, porque estaba tratando de recuperarse de una serie de desastres financieros. Los costos
excesivos de un contrato con el gobierno habían llevado a Lockheed al borde de la quiebra en 1970.
Fue sólo gracias a una controvertida garantía de préstamo de emergencia del gobierno por 250 mil-
lones de dólares, en 1971, que la compañía había logrado evitar apenas la ruina. El señor A. Carl
Kotchian, presidente de Lockheed de 1967 a 1975, estaba especialmente ansioso de lograr la ven-
ta porque la compañía no había podido conseguir tantos contratos en otras partes del mundo como
hubiera deseado.
Esta sombría situación hacía casi obligatorio un esfuerzo intenso por conseguir ven-
tas en el más grande de los mercados que todavía no se habían aprovecha do: Japón.
Este esfuerzo, si tenla éxito, bien podría redituar ganancias de más de 400 millones de
d6lares. Una inyección de efectivo semejante ayudaría mucho a restaurar la salud fiscal de
Lockheed y, por supuesto, salvarla los empleos de miles de trabajadores de la compañía.
[Declaración del señor Kotchian.]2
Finalmente, Kodama logró negociar un contrato para Lockheed con All-Nippon Airways, vencien-
do incluso a McDonnell Douglas, que estaba compitiendo activamente con Lockheed por las núsinas
ventas. A fin de asegurar la venta, Kodama pidió a, y recibió de, Lockheed cerca de 9 millones de
dólares, durante el periodo de 1972 a 1975. Gran parte del dinero fue a dar supuestamente a manos
del entonces primer ministro Kukeo Tanaka y otros funcionarios del gobierno, quienes supuestamente
intercederían por Lockheed ante All-Nippon Airways.
Según el señor Carl Kotchian, “sabía desde el principio que ese dinero iba a dar a la oficina del
primer ministro”3 . No obstante, él estaba convencido de que al pagar ese dinero tendría garantiza-
do el contrato con All-Nippon Airways. Las negociaciones finalmente consiguieron para Lockheed
contratos por valor de más de 1,300 millones de dólares.
Además de Kodama, Lockheed también había sido asesorado por Toshiharu Okubo, funcionario
de la compañía comercial privada Marubeni, quien actuó como representante oficial de Lockheed.
1 James Post, Corporate Behavior and Social Change (Reston, VA: Reston Publishing Co., 1978), p. 207.
2 A. Carl Kotchian, “The Payoff. Lockheed’s 70-Day Mission to Tokyo”, Saturday Review, 9 de julio de 1977, p. 8.
3 Ibíd.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 212
Posteriormente, el señor A. Carl Kotchian defendió los pagos, que él veía como una de muchas “prác-
ticas comerciales japonesas” que él había aceptado siguiendo el consejo de sus asesores locales. La
compañía estaba convencida de que los pagos eran congruentes con las “prácticas comerciales” lo-
cales4 .
Además, como he señalado, tales desembolsos no violaron las leyes de Estados Unidos.
También quiero hacer hincapié en que mi decisión de efectuar tales pagos se originó en
mi opinión de que los (contratos) . . . darían empleo a los trabajadores de Lockheed y así
redundarían en beneficio de sus dependientes, sus comunidades y los accionistas de la
corporación. Quiero hacer hincapié en que todos los pagos a los llamados “altos fun-
cionarios de¡ gobierno japonés” fueron solicitados por Okubo y no fueron sugeridos de
mi parte. Cuando él me dijo “se necesitan quinientos millones de yenes para lograr esas
ventas”, desde una posición puramente ética y moral yo habría rechazado tal solicitud.
Sin embargo, al hacerlo yo habría sacrificado sin duda alguna el éxito comercial. . . [Si]
Lockheed no hubiera seguido siendo competitiva según las reglas del juego, tal como se
jugaba entonces, no habríamos vendido [nuestros aviones]. . . Yo sabía que si queríamos
que nuestro producto tuviera una oportunidad de ganar por sus propios méritos, teníamos
que seguir el sistema en funciones. [Declaración de A. Carl Kotchian.]5
En agosto de 1975 investigaciones realizadas por el gobierno de Estados Unidos obligaron a Lock-
heed a admitir que había hecho pagos secretos por un monto de 22 millones de dólares6 . Investiga-
ciones subsecuentes del Senado en febrero de 1976 hicieron públicos los tratos de Lockheed con
funcionarios del gobierno japonés7 . Posteriormente Japón canceló su contrato de mil millones de
dólares con Lockheed.
En junio de 1979 Lockheed se declaró culpable de ocultar del gobierno los sobornos japoneses
declarándolos falsamente como “costos de marketing”8 . La ley hacendaria estadounidense dice en
parte, “No se permitirá ninguna deducción. . . por ningún pago efectuado, de forma directa o indirecta,
a un funcionario o empleado de cualquier gobierno. . . si el pago constituye un soborno o cohecho
ilegal”43 . No se acusó específicamente a Lockheed de soborno porque la ley estadounidense que
prohíbe el soborno no entró en vigor sino hasta 1978. Lockheed se declaró culpable de cuatro cargos
de fraude y cuatro cargos de efectuar declaraciones falsas al gobierno. No se formularon cargos contra
el señor Kotchian, pero la mesa directiva lo presionó para que renunciara a Lockheed. En Japón,
Kodama fue arrestado junto con Tanaka.
Preguntas
1. Explique plenamente los efectos que pagos como los que Lockheed hizo a los japoneses tienen
sobre la estructura de un mercado.
2. En su opinión ¿los pagos de Lockheed a las diversas partes japonesas fueron “sobornos” o
fueron “extorsiones”. Explique con detalle su respuesta.
4 “Lockheed Says It Paid $22 Million to Get Contracts”, Wall Street Journal, 4 de agosto de 1975.
5 Kotchian, “The Payoff”, p. 12.
6 Wall Street Journal, op. cit.
7 “Payoffs: The Growing Scandal”, Newsweek, 23 de febrero de 1976.
8 “Lockheed Pleads Guilty to Making Secret Payoffs”, San Francisco Chronicle, 2 de junio de 1979.
43 Internal Revenue Code, 1975, Section 162C.
CAPÍTULO 4. LA ÉTICA EN EL MERCADO 213
3. En su opinión, ¿el señor A. Carl Kotchian actuó de forma correcta desde un punto de vista
moral? (Su respuesta debe tomar en cuenta los efectos de los pagos sobre el bienestar de las
sociedades afectadas, sobre los derechos y obligaciones de las diversas partes implicadas, y
sobre la distribución de beneficios y cargas entre los grupos implicados.) En su opinión, ¿el
señor Kotchian era moralmente responsable de sus acciones? En última instancia, ¿recibió él
un trato justo?
4. En su número del 27 de octubre de 1980, Business Week afirmó que toda corporación tiene una
“cultura corporativa”, es decir, un conjunto de valores que establecen un patrón para las ac-
tividades, opiniones y acciones de sus empleados (pp. 148-60). Describa, si puede, la “cultura
corporativa” de Lockheed y relaciónela con las acciones del señor Kotchian. Describa algu-
nas estrategias para modificar esa cultura de modo que los pagos en el extranjero sean menos
probables.
Parte III
214
215
Ética y medio 1
Introducción
La industria moderna nos ha proporcionado una prosperidad material sin precedentes en la his-
toria, pero también ha creado amenazas ecológicas nunca antes vistas para nosotros y para las gen-
eraciones futuras. La misma tecnología que nos ha permitido manipular y controlar la naturaleza
ha contaminado nuestro entorno y ha agotado rápidamente nuestros recursos naturales. Cada año se
vierten más de 150 millones de toneladas de contaminantes al aire que respiramos, se producen más
de 41 millones de toneladas de desechos tóxicos y se vacían 15 millones de galones de contaminantes
a las vías de agua de Estados Unidos. El consumo total de energía de Estados Unidos cada año es
equivalente a unos 13 millones de barriles de petróleo. A cada ciudadano estadounidense corresponde
un consumo de 590 kg de metal y 8,400 kg de otros minerales.
Aunque ese país ha logrado avances importantes en el control de ciertos tipos de contaminación y
en la conservación de la energía, persisten problemas ecológicos importantes, sobre todo en el nivel
internacional. En 1996 el informe del Worldwatch Institute sobre el estado del planeta llegó a la
conclusión:
La economía mundial . . . se ha expandido de una producción de 4 billones de dólares en 1950
a más de 20 billones en 1995. Tan sólo en los 10 años de 1985 a 1995 esa producción creció en 4
billones: más que desde los albores de la civilización hasta 1950. Los países que actualmente se están
industrializando lo están haciendo a un ritmo mucho más rápido que en el pasado. . . Entre 1991 y
1995 la economía china se expandió un asombroso 57 %. . .
Al duplicarse la población desde mediados del siglo XX, mientras el tamaño de la economía
global casi se quintuplicaba, la demanda de recursos naturales ha aumentado a un ritmo fenomenal.
Desde 1950 casi se ha triplicado la necesidad de granos. El consumo de mariscos se ha incrementado
casi cuatro veces. El uso de agua se ha triplicado. La demanda de los principales productos de los
pastizales, carne de res y de cordero, también se ha triplicado desde 1950. La demanda de leña se ha
triplicado, la de madera es ahora más del doble, y la de papel ha aumentado seis veces. La quema de
combustibles fósiles ha aumentado casi cuatro veces, y las emisiones de carbono se han elevado de
1 Los lectores interesados en investigar cuestiones ambientales a través de Internet harían bien en tomar como punto de
partida la página Web de Envirolink que contiene vínculos a numerosos recursos de Internet (http://www.envirolink.com);
la Environmental Protection Agency también ofrece numerosos vínculos y una base de datos propia muy amplia
(http://www. epa.gov); se puede acceder a varias organizaciones y publicaciones ecológicas a través de la página Web
Essential Organization (http://essential.org); hay más vínculos en la Pacific Net Page (http://www.pacific.net) y el fondo
Greenmoney (http://www.greenmoney.com/index. htm).
216
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 217
manera acorde.
Esta demanda exponencial de recursos de la humanidad está comenzando a rebasar la capacidad
de los sistemas naturales de la Tierra, y la economía global está dañando los cimientos sobre los que
descansa. Hay indicios de los daños que está sufriendo la infraestructura ecológica del planeta en el
colapso de la industria de la pesca, el hundimiento de los mantos acuíferos, la desaparición de los
bosques, la erosión de los suelos, la muerte de los lagos, las ondas de calor que secan las cosechas y
las especies que se extinguen. . .
Las demandas de nuestra generación ya exceden los ingresos, el rendimiento sostenible, de la
herencia ecológica de la Tierra. Desde mediados del siglo XX los umbrales de rendimiento sostenible
de los sistemas naturales se han rebasado en un país tras otro. Es difícil, si no imposible, encontrar un
país en desarrollo que no esté perdiendo áreas arboladas. Todos los principales países productores de
alimentos están sufriendo cuantiosas pérdidas de las capas superiores de los suelos por la erosión del
viento y el agua. En todos los países africanos, los pastizales se están degradando por el sobrepastoreo.
Los bosques de toda Europa sufren por la contaminación del aire y la lluvia ácida.
Para 1989 todas las áreas pesqueras del océano estaban siendo explotadas a toda su capacidad, o
incluso más intensamente. De las 15 principales áreas pesqueras del mundo, 13 están en decadencia. . .
Ahora que el uso del agua está excediendo el rendimiento sostenible de los mantos acuíferos en
gran parte del mundo, el sobrebombeo se ha convertido en práctica común. Incluso en los niveles de
consumo actuales, los mantos freáticos están bajando de nivel en la parte sudoeste de Estados Unidos,
en las Grandes Llanuras de ese país, en vanos estados de la India (incluidos el Punjab, la zona agrícola
más importante de ese país), en gran parte del norte de China, en todo el norte de África, en el sur de
Europa y en todo el Medio Oriente. . .
La demanda de leña, madera y papel está rebasando el rendimiento sostenible de los bosques de
muchos países. . . La desforestación generalizada del Sudeste Asiático para proveer madera a Europa
y el Noreste de Asia ya se está extendiendo al África y a la cuenca del Amazonas. . .
Dado que la capacidad del planeta para fijar [absorber] el dióxido de carbono atmosférico prácti-
camente no ha cambiado, el aumento en el uso de combustibles fósiles y las emisiones de carbono han
perturbado el equilibrio natural, elevando los niveles de dióxido de carbono año tras año. Al mismo
tiempo, las temperaturas medias también están subiendo, alterando el clima de la Tierra. . .
Dado que la demanda excesiva de productos silvícolas causa desforestación, el suelo se queda sin
protección. . . Los escurrimientos pluviales . . . arrastran las capas superiores del suelo, reduciendo la
fertilidad de la tierra y azolvando los ríos y las presas. . .
Al avanzar la década de 1990, apareció un patrón preocupante. Prácticamente todos los umbrales
rebasados que acabamos de describir -la sobrepesca, el sobrepastoreo, el agotamiento de mantos
acuíferos, la desforestación, la erosión de suelos y el aumento en las temperaturas- hacen que sea
más difícil expandir el abasto de alimentos. . .
Se proyecta que en 1996 las existencias almacenadas de granos en todo el mundo -la cantidad que
hay en los graneros cuando se inicia la nueva cosecha- bajarán a 245 millones de toneladas, cuando
en 1995 eran de 294 millones de toneladas. Esta tercera baja anual consecutiva reducirá las reservas
a unos 49 días de consumo estimados, el nivel más bajo del que se tiene registro. . .
Económicamente, el rezago en la producción de alimentos se refleja en el aumento en el precio de
los mismos. Los precios de los mariscos han estado subiendo desde hace varios años. Los del trigo,
arroz y maíz aumentaron en un tercio entre principios de la primavera y finales del otoño de 1995. . .
Al bajar las reservas de granos, está surgiendo una política de escasez. . . Al generalizarse la es-
casez, los países exportadores tal vez traten de controlar internamente los incrementos en los precios
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 218
de los alimentos restringiendo las exportaciones, lo cual exacerbará la escasez en el resto del mundo2
Los problemas originados por estas amenazas ecológicas son tan difíciles y complejos que mu-
chos observadores los consideran insolubles. Por ejemplo, William Pollard, un físico, ha perdido la
esperanza de que podamos enfrentar de forma adecuada esos problemas.
Mi opinión es que [la humanidad] no lo hará hasta que haya sufrido mucho y gran parte lo que aho-
ra necesita haya sido destruido. En unas cuantas décadas, cuando la Tierra albergue a una población
dos veces mayor que ahora, y las sociedades humanas enfrenten la desaparición de los recursos y
la acumulación de montañas de desechos, y el entorno se deteriore más y más, parecen inevitables
paroxismos sociales con una intensidad mayor que cualquiera que se haya presentado antes. Los prob-
lemas son tan variados y tan extensos, y los mecanismos para resolverlos están tan fuera del alcance
de los recursos de la ciencia y la tecnología en que nos hemos apoyado, que simplemente no hay
tiempo para evitar la inminente catástrofe. Así pues, nos encontramos en el umbral de una época en
que sin duda seremos juzgados más severamente que en ningún otro momento de la historia3 .
Es así como los problemas ecológicos hacen surgir importantes y complicadas preguntas éticas
y tecnológicas para nuestra sociedad comercial. ¿Qué alcance tiene el daño ecológico producido por
la tecnología industrial actual y proyectada? ¿Qué tan grande es la amenaza que esos daños repre-
sentan para nuestro bienestar? ¿A qué valores deberemos renunciar para detener o frenar esos daños?
¿Qué derechos viola la contaminación y a quién se debe responsabilizar por el pago de los costos de
contaminar el entorno? ¿Cuánto durarán nuestros recursos naturales? ¿Qué obligaciones tienen las
compañías para con las generaciones futuras, en cuando a preservar el medio ambiente y conservar
nuestros recursos? En este capítulo exploraremos estas cuestiones ecológicas. Comenzaremos con un
panorama general de diversos aspectos técnicos del uso de recursos ambientales. Luego expondremos
las bases éticas de la protección ambiental. La secciones finales se ocupan de dos cuestiones contro-
vertidas: nuestras obligaciones para con las generaciones futuras y las posibilidades de que continúe
el crecimiento económico.
NJ: Prentice Hall, 1972), pp. 95-96; vea también Robert L. Heilbroner, An Inquiry into the Human Prospect, Updatedf fo
the 1980s, (Nueva York: W. W. Norton & Company, Inc., 1980).
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 219
16-17; el estudio más importante de los efectos de la contaminación atmosférica sobre la salud sigue siendo Lester Lave
y Eugene Seskind, Air Pollution and Human Health (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1977); si desea una
reseña de la bibliografía vea A. Myrick Freeman, III, Air and Water Pollution Control (Nueva York: John Wiley & Sons,
Inc., 1982), pp. 36-85.
5 Council on Environmental Quality, Environmental Trends (Washington, DC: U.S. Govemment Printing Office, 1989),
pp. 62-63.
6 John Gribbin, Future Weather and the Greenhouse Effect (Nueva York: Delacorte Press/ Eleanor Friede, 1982). Tim
contracción de la capa de ozono y el subsecuente aumento en los rayos ultravioleta causará varios
cientos de miles de casos nuevos de cáncer de la piel, y podría causar una destrucción considerable
en el 75 % de los cultivos importantes que son sensibles a la luz ultravioleta. Otros estudios advierten
que el plancton que flota en las capas más altas de los océanos, y del cual depende en última instancia
toda la cadena alimenticia marina, es sensible a la luz ultravioleta y podría sufrir una destrucción
masiva. Convenios internacionales recientes han comprometido a los países firmantes a descontinuar
gradualmente el uso de gases CFC hasta suspenderlo al término del siglo. Sin embargo, los científicos
advierten que incluso si se suspendiera de inmediato el uso de los gases CFC, los niveles de esos
gases en la atmósfera continuarán con su peligroso ascenso, pues los gases ya liberados van a seguir
subiendo durante una década más y van a persistir durante tal vez un siglo8 . Además, no todos los
países han acordado dejar de producir gases CFC.
Una contaminación atmosférica menos catastrófica pero en extremo preocupante la constituyen
los 1.1 millones de toneladas de sustancias tóxicas suspendidas en el aire que son liberadas anual-
mente a la atmósfera por Estados Unidos y que incluyen fósgeno, un gas nervioso empleado en la
guerra, e isocianato de metilo, que mató a más de 2000 personas en Bhopal, India. La mezcla química
que se libera hacia la atmósfera cada año incluye 107,000 toneladas de carcinógenos como benceno y
formaldehído, y 239,000 toneladas de neurotoxinas como tolueno y tricloroetileno. Aunque los nive-
les de otras formas “convencionales” de contaminantes del aire han estado disminuyendo durante la
última década, los de las sustancias tóxicas no han bajado. La Environmental Protection Agency de
Estados Unidos estimó en 1989 que 20 de las más de 329 sustancias tóxicas que se liberan al aire
causan por ’sí solas más de 2000 casos de cáncer cada año y que vivir cerca de una planta química
eleva la probabilidad de contraer cáncer a más de 1 en 1000. Se han observado tasas de incidencia
de cáncer excepcionalmente altas cerca de plantas en varios estados, incluidos Virginia del Oeste y
Louisiana.
La lluvia ácida es una amenaza para el medio ambiente que todavía no se entiende bien pero que
no por ello deja de ser muy real, La lluvia ácida se forma cuando óxidos de nitrógeno y azufre del aire
se combinan con vapor de agua en las lluvias para formar ácido nítrico y ácido sulfúrico, que luego
son acarreados hacia la superficie de la Tierra por la lluvia. Se cree que esta lluvia ácida -a veces tan
agria como el vinagre- mata a los peces en los lagos y ríos y destruye extensas áreas boscosas. La
lluvia ácida se ha convertido en un grave problema internacional. Gran parte de Canadá, el nordeste
de Estados Unidos, Alemania Occidental y los Países Bajos han padecido lluvia ácida, y muchos
investigadores temen que las emisiones futuras devasten los bosques de todo el mundo9 .
Sin embargo, las formas más extendidas de contaminación del aire son los gases y partículas
que emiten los automóviles, los combustibles de la hulla y el petróleo, y los procesos industriales.
Los efectos de estos contaminantes se reconocieron hace más de dos décadas cuando un informe del
Departamento de Salud, Educación y Bienestar de Estados Unidos los resumió así:
En los niveles que a menudo prevalecen donde hay tráfico pesado, el monóxido de car-
bono produce dolores de cabeza, pérdida de agudeza visual y merma en la coordinación
muscular.
8 Council on Environmental Quality, Environmental Trends p. 63; Barry Meier, “Ozone Demise Quickens Despite ’78
Ban on Spray Propellant; New.Curbs Debated”, Wall Street Journal, 13 de agosto de 1986, p. 21; “Ozone Industry Is
Getting Its Head Out of the Clouds”, Business Week, 13 de octubre de 1986, pp. 110-14.
9 Si quiere leer descripciones generales amenas e informales del problema, vea Thomas Pawlick, A Killing Rain (San
Francisco: Sierra Club Books, 1984); Jon R. Luorna, Troubled Skies, Troubled Waters (Nueva York: The Viking Press,
1984); Sandra Postel, “Trotecting Forests from Air Pollution and Acid Rain”, en Lester Brown et al., eds., State of the
World, 1985 (Nueva York: W. W. Norton & Company, Inc., 1985), pp. 97-123.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 221
Los óxidos de azufre, que se encuentran en los lugares en que la hulla y el petróleo
son combustibles comunes, corroen el metal y la piedra y, en las concentraciones que
a menudo se observan en las ciudades grandes, reducen la visibilidad, lesionan la veg-
etación y contribuyen a la incidencia de enfermedades respiratorias y muerte prematura.
Además de su aportación al esmog fotoquímico, que se describe más adelante, los
óxidos de nitrógeno son los causantes de la bruma parda que no sólo obstruye la vista
en algunas de nuestras ciudades, sino que pone en peligro los aviones al despegar y ater-
rizar. En concentraciones más altas que las que normalmente prevalecen, estos óxidos
pueden interferir la función respiratoria y, según se sospecha, pueden contribuir a enfer-
medades respiratorias. Estos compuestos se forman por la combustión de todo tipo de
combustibles.
Los hidrocarburos son una clase muy amplia de compuestos químicos, algunos de los
cuales, en forma de partículas, han producido cáncer en animales de laboratorio, mientras
que otros, emitidos principalmente por los automóviles, desempeñan un papel importante
en la formación del esmog fotoquímico.
El esmog fotoquímico es una compleja mezcla de gases y partículas que la luz del
sol produce a partir de las materias primas -óxidos de nitrógeno e hidrocarburos- que
expulsan a la atmósfera principalmente los automóviles. El esmog, cuyos efectos se han
observado en todas las regiones del mundo, pueden dañar gravemente los cultivos y los
árboles, deteriorar el caucho y otros materiales, reducir la visibilidad, causar irritación en
los ojos y la garganta y, se cree, reducir la resistencia a las enfermedades respiratorias.
Las partículas suspendidas en el aire no sólo ensucian nuestra ropa, se acumulan en
los alféizares de las ventanas, y dispersan la luz para emborronar las imágenes de lo
que vemos; también actúan como catalizador en la formación de otros contaminantes,
contribuyen a la corrosión de los metales y, si tienen el tamaño apropiado, pueden trans-
portar a nuestros pulmones gases irritantes que de otra manera podrían haberse disipado
sin causar daño en las vías respiratorias superiores. Algunas partículas contienen venenos
cuyos efectos sobre el ser humano son graduales, a menudo resultado de la acumulación
de años10 .
Estudios más recientes a largo plazo han indicado que el deterioro de la función pulmonar en el
ser humano causado por su exposición crónica al aire contaminado, sea esmog producido por au-
tomóviles o emisiones de chimeneas industriales, dura mucho tiempo y a menudo es irreversible.
Algunos de los 2500 sujetos de los estudios sufrieron una pérdida de hasta el 75 % de la capaci-
dad pulmonar durante un periodo de diez años de vivir en comunidades de Los Ángeles -una región
con niveles peligrosamente altos de contaminación atmosférica- quedando vulnerables ante las enfer-
medades respiratorias, enfisema y pérdida de vigor. Los daños a los pulmones de los niños, que están
en desarrollo, fue especialmente problemático11 .
Como muestra la tabla 5.1, las principales fuentes de contaminación del aire son las plantas de
electricidad, las chimeneas industriales y los automóviles. En áreas urbanas congestionadas como
Los Ángeles, las estimaciones de la proporción de contaminación atmosférica causada por los au-
tomóviles ascienden hasta el 70 %. La contaminación industrial es generada principalmente por las
10 Citado en Huey D. Johnson, ed., No Deposit-No Return,(Reading, MA: Addison-Wesley Publishing Co., Inc., 1970),
pp. 166-67.
11 “Bad Air’s Damage to Lungs Is Long-lasting, Study Says”, San Jose Mercury News, 29 de marzo de 1991, p. 1 y
siguientes.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 222
plantas de electricidad y las plantas que refinan y fabrican metales básicos. Las plantas de electri-
cidad que dependen de combustibles fósiles como petróleo, hulla o gas natural vierten toneladas de
óxidos de azufre, óxidos de nitrógeno y cenizas en la atmósfera. Cuando los óxidos de azufre entran
en los pulmones, forma ácido sulfúrico que daña las paredes internas de los pulmones y causa en-
fisema y bronquitis. También se ha descubierto que los óxidos de azufre son un factor importante en
las muertes infantiles, y las partículas suspendidas han estado implicadas en decesos causados por
pulmonía e influenza12 . Como se mencionó antes, los óxidos de azufre y de nitrógeno también pro-
ducen lluvia ácida. Las refinerías y fundidoras de cobre producen grandes cantidades de óxidos de
cobre y cenizas, mientras que las plantas siderúrgicas, de níquel, de cemento y químicas producen
muy diversas partículas suspendidas en el aire.
En la última década ha mejorado de manera considerable la calidad del aire en varias regiones
de Estados Unidos, en buena medida como resultado de leyes en materia ambiental. En la tabla 5.2
se indican las cantidades de diversos contaminantes del aire emitidas durante la década de 1986 a
1995. Como se aprecia en la tabla, las emisiones de todos los contaminantes importantes del aire
se han reducido en esta década, sobre todo las de plomo (reducción del 32 %) y de monóxido de
carbono, dióxido de nitrógeno y dióxido de azufre (una reducción de cerca del 17 % en cada caso).
Sin embargo, se siguen inyectando en el aire que respiramos toneladas de contaminantes, y en 1995
unos 80 millones de estadounidenses vivían en áreas que no cumplían con las normas de calidad del
aire de ese país.
Los costos de no controlar la contaminación atmosférica son elevados. Se estima que, sin controles
ambientales, los daños por la contaminación del aire en 1978 se habrían incrementado otros 23,300
millones de dólares en términos de costos13 . Estos costos adicionales habrían incluido daños a la salud
(tanto muertes como enfermedades) por $17,000 millones; pagos por limpieza de $3,000 millones;
daños a la vegetación y materiales externos por $1,000 millones; y una disminución en el valor de
las propiedades de $2,300 millones. Un estudio anterior realizado por la Environmental Protection
Agency estimó que en 1968, antes de promulgarse la Ley del Aire Limpio de, 1970, los costos totales
de la contaminación del aire eran de 16,500 millones de dólares de 1968 (unos 61,900 millones de
dólares de 1990)14 . Ciertos estudios han indicado que si las concentraciones de óxidos de azufre sobre
las principales ciudades de Estados Unidos se redujeran a la mitad de los niveles que tenían en 1960,
aumentaría en promedio un año la esperanza de vida de todos sus residentes15 . Si la contaminación
atmosférica en las áreas urbanas se redujera a los niveles de las regiones rurales que disfrutan de aire
limpio, las proporciones de decesos por asma, bronquitis y enfisema bajarían en cerca de un 50 %16 ;16
y los decesos por enfermedades cardíacas bajarían en cerca del 15 %17 . Se cree que la reducción en la
contaminación del aire desde 1970 salva unas 14,000 vidas cada año18 .
12 Vea Philip E. Graves, Ronald J. Krumm, y Daniel M. Violette, “Issues in Health Benefit Measurement”, en George
S. Tolley, Philip E. Graves, y Alan S. Cohen, ed., Environnient Policy, Volume II (Cambridge, MA: Harper & Row,
Publishers, Inc.; 1982).
13 A. Myrick Freeman, III, Air and Water Pollution Control, A Benefit-Cost Assessment, (Nueva York: John Wiley &
Sons, Inc., 1982), p. 128; vea también Allen V. Kueese, Measuring the Benefits of Clean Air and Water (Washington,
DC: Resources for the Future, 1984).
14 U.S. Enviromnental Protection Agency, “The Challenge of the Environment: A Primer on EPMs Statutory Author-
ity”, en Arthur Elkíns y Dennis W. Callaghan, eds., A Managerial Odyssey: Problems in Business and Its Environment,
(Reading, MA: Addison-Wesley Publishing Co., Inc., 1975), p. 252
15 Lester Lave y Eugene Seskind, Air Pollution and Human Health (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1977).
16 Ibíd., pp. 723-33.
17 Ibíd.
18 Freeman, Air and Water Pollution Control, p. 69.
Cuadro 5.1: Emisiones de contaminantes por fuente, 1993 (en miles de toneladas)
Partículas Compuestos
suspendi- Dióxido de Óxido de orgánicos Monóxido
Fuente das azufre nitrógeno volátiles de carbono Plomo Totales
Quema de combustibles, total 1,212 19,266 11,690 648 5,433 497 38,746
Plantas eléctricas 270 15,836 7,782 36 322 62 24,308
Industrias 219 2,830 3,176 271 667 18 7,181
Otra quema de combustibles 723 600 732 341 4,444 417 7,257
Procesos industriales, total 553 1,852 905 3,091 5,219 2,281 13,901
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE
Cuadro 5.2: Tendencia en las emisiones de contaminantes en el aire (en miles de toneladas)
Partículas Compuestos
suspendi- Dióxido de Óxidos de orgánicos Monóxido
Año das azufre nitrógeno volátiles de carbono Plomo
Los desechos orgánicos en el agua consisten en buena parte de desechos humanos no tratados y
aguas negras, pero una porción sustancial también se deriva del procesamiento industrial de diversos
productos alimenticios, de la industria de la pulpa y el papel, y de la crianza de ganado y otros
animales22 . Los desechos orgánicos que van a dar a las reservas de agua son consumidos por diversos
tipos de bacterias, que al hacerlo consumen el oxígeno disuelto en el agua. El agua sin oxígeno no
puede sostener la vida de peces y otros organismos.
Los compuestos de fósforo también contaminan muchas de nuestras reservas de agua23 . Estos
compuestos se encuentran en detergentes de uso tanto doméstico como industrial, en fertilizantes
empleados en agricultura, y en las aguas negras humanas y animales no tratadas. Los lagos que tienen
concentraciones elevadas de fósforo nutren expansiones explosivas de las poblaciones de algas que
bloquean las vías de agua, excluyen a otras formas de vida, agotan el oxígeno disuelto en el agua y
limitan severamente la visibilidad en el agua.
Diversos contaminantes inorgánicos presentan graves peligros para la salud cuando van a dar al
agua que se usa para beber y preparar alimentos. El mercurio ha estado llegando a las reservas de agua
dulce y a los océanos proveniente de la quema de combustibles fósiles, de escurrimientos de plantas
de papel antiguas que usaban fungicidas a base de mercurio, y por el uso de ciertos plaguicidas24 .
Ciertos microorganismos transforman el mercurio en compuestos orgánicos, y así la concentración de
este metal va aumentando conforme sube en la cadena alimentaria hacia los peces y las aves. Si los
seres humanos consumen estos compuestos, pueden sufrir daño cerebral, parálisis y muerte. Algunas
compañías han vertido grandes cantidades de kepone en los ríos de Estados Unidos25 . Se trata de un
compuesto a base de cloro que es tóxico para los peces y causa daños nerviosos, esterilidad y posible-
mente cáncer en los seres humanos. El cadmio de las refinerías de cinc, del uso de ciertos fertilizantes
en agricultura, y de baterías eléctricas desechadas también va a dar a las reservas de agua, donde se
concentra en los tejidos de peces y moluscos26 . El cadmio causa una enfermedad degenerativa de los
huesos que deja lisiadas a algunas víctimas y mata a otras; induce calambres severos, vómito y di-
arrea, y produce hipertensión y enfermedades cardíacas. Muchas compañías mineras han depositado
residuos contaminados con asbesto en fuentes de agua dulce27 . Las fibras de asbesto pueden causar
cáncer del aparato gastrointestinal.
El calor también es un contaminante del agua28 . El agua se utiliza como refrigerante en diversos
procesos de fabricación industriales y en la industria eléctrica, que es una importante contaminadora
térmica. La transferencia de calor al agua eleva la energía térmica del agua a niveles que reducen
su capacidad para contener el oxígeno disuelto que los organismos acuáticos requieren. Además, las
oscilaciones en la temperatura del agua impiden que los peces puedan vivir en ella, pues casi todos
los organismos acuáticos están adaptados a un entorno en el que la temperatura es estable.
8.8.
22 Wagner, Environment, pp. 102-7.
23 J. H. Ryther, “Nitrogen, Phosphorus, and Eutrophication in the Coastal Marine Environment”, Science, 171, núm.
3975 (1971): 1008-13.
24 L. J. Carter, “Chemical Plants Leave Unexpected Legacy for Two Virginia Rivers”, Science, 198 (1977): 1015-20; J.
Holmes, “Mercury Is Heavier Than You Think”, Esquire, mayo de 1971; T. Aaronson, “Mercury in the Environment”,
Environment,mayo de 1971.
25 F. S. Sterrett y C. A. Boss, “Careless Kepone”, Environment, 19 (1977): 30-37.
26 L. Friberg, Cadmium in the Environment (Cleveland, OH: C.R.C. Press, 1971).
27 Vea Presson S. Shane, “Case Study-Silver Bay: Reserve Mining Company”, en Thomas Donaldson y Patricia H.
Werhane, eds., Ethical Issues in Business (Englewood Cliffs, NJ: Prentíce Hall, 1979), p. 358-61.
28 C. T. Hill, “Thermal Pollution and Its Control”, en The Social Cost of Power Production(Nueva York: Macmillan
Inc., 1975); J. R. Clark, “Thermal Pollution and Aquatic Life”, Scientific American, marzo de 1969.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 226
Los derrames de petróleo son una forma de contaminación del agua que se ha vuelto más fre-
cuente a medida que aumenta nuestra dependencia del petróleo. Desde 1973 el número de incidentes
de contaminación con petróleo que se han informado se ha mantenido más o menos constante, aunque
el volumen de petróleo derramado ha sido muy variable. Los derrames de petróleo tienen su origen en
los pozos perforados en la plataforma continental, en las descargas de todos de los buques tanque, y
en accidentes sufridos por buques tanque. En 1989, el supertanquero Valdez de la Exxon Corporation
encalló en la Sonda del Príncipe Guillermo, en Alaska, derramando 240,000 barriles (un barril equiv-
ale a 159 litros) de petróleo crudo en una extensión de 900 millas cuadradas dentro de la Sonda29 .
Unos cuantos años antes dos tanqueros de la Standard Oil of California chocaron en la Bahía de San
Francisco, derramando cientos de miles de litros de petróleo a lo largo de unos 80 kilómetros de costa
en California; ocho meses después un tanquero de la Marina derramó 870,500 litros en las playas de
San Clemente, y el mes siguiente un tanquero sueco derramó entre 55,000 y 100,000 litros de petróleo
más en la Bahía de San Francisco. La contaminación producida por los derrames de petróleo es direc-
tamente letal para la vida marina, incluidos peces, focas, plantas y aves acuáticas; requiere costosas
operaciones de limpieza para los residentes, e impone pérdidas costosas a las industrias turísticas y
de pesca cercanas. En 1985 se registraron unos 11,000 derrames de petróleo, con un volumen total de
cerca de 90 millones de litros, en aguas estadounidenses y en sus inmediaciones30 .
En el pasado, los océanos se han utilizado como “basureros” para tirar desechos radiactivos de
mediano y bajo nivel (de los que hablaremos con mayor detalle posteriormente). Desde mediados de
los años setenta los oceanógrafos han encontrado en el agua de mar trazas de plutonio, cesio y otros
materiales radiactivos que al parecer se han filtrado de los recipientes sellados en los que se colocan
los desechos radiactivos31 . También se han encontrado concentraciones inusitadamente altas de cad-
mio, cromo, cobre, plomo, mercurio y plata en los estuarios costeros y en los sedimentos marinos.
Además, se han encontrado concentraciones elevadas de hidrocarburos aromáticos policíclicos o PAH
(sustancias emitidas durante la quema de combustibles fósiles) en aguas costeras como las cercanas
a la Bahía de Boston y la Bahía de Salem. Los PAH causan mutaciones y cánceres en algunos or-
ganismos marinos y son extremadamente tóxicos para otros. Los bifenilos policlorados (PCB), que
se empleaban como fluidos de enfriamiento en transformadores eléctricos, como lubricantes y como
retardantes de la flama hasta que su producción se prohibió en Estados Unidos en 1979, se han difun-
dido ampliamente en el medio ambiente y se están acumulando gradualmente en los océanos, sobre
todo en las aguas costeras. Bastan cantidades diminutas de estos tóxicos compuestos para causar la
muerte de los seres humanos y de muchas otras formas de vida, y aun en cantidades menores pueden
producir diversos efectos tóxicos que incluyen incapacidad para reproducirse, defectos congénitos,
tumores, desórdenes hepáticos, lesiones cutáneas y supresión del sistema inmune. Los PCB, que se
siguen produciendo en otros países y que todavía no se desechan de forma apropiada en muchos ca-
sos en Estados Unidos, han causado honda preocupación porque son persistentes y se concentran al
ascender por la cadena alimentaria32 . Periódicamente, partes del río Hudson en Nueva York se han
cerrado a la pesca debido a la contaminación con PCB; en 1986 se prohibió totalmente la pesca.
Las reservas de agua subterráneas también se están contaminando cada vez más. Según un informe
reciente del gobierno de Estados Unidos, los “incidentes de contaminación de aguas freáticas -por sus-
tancias orgánicas, sustancias inorgánicas, radionúclidos [desechos radiactivos] o microorganismos- se
29 Sharon Begley, “Smothering the Waters”, Newsweek, 10 de abril de 1989.
30 Council on Enviromnental Quality, Environmental Quality, 1987-1988 (Washington, DC: U.S. Government Printing
Office, 1989).
31 D. Burnham, “Radioactive Material Found in Oceans”, New York Times, 31 de mayo de 1976, p. 13.
32 Council on Environmental Quality, Environmental Trends, p. 47.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 227
están informando con creciente frecuencia y ya han ocurrido. . . en todos los estados de la nación”.33
Las fuentes de contaminación incluyen los materiales empleados para rellenar terrenos, los depósitos
de desecho, los basureros legales e ilegales y los depósitos de agua superficiales. Más del 50 % de
la población de Estados Unidos depende de fuentes de agua subterráneas para obtener agua potable.
Los contaminantes del agua subterránea se han vinculado a cánceres, enfermedades del hígado y los
riñones, y daños al sistema nervioso central. Un problema importante es que la exposición a menudo
ocurre sin que la persona se dé cuenta a lo largo de varios años, porque las aguas freáticas contami-
nadas muchas veces son inodoras, incoloras e insípidas.
¿Qué tanto nos cuesta la contaminación del agua, y qué beneficios podríamos esperar de su
limpieza? Lamentablemente, existen pocas estimaciones fiables de los costos de la contaminación
del agua, y algunas de esas estimaciones han perdido actualidad. En 1973 la Environmental Pro-
tection Agency estimó que los costos anuales de la contaminación del agua, en dólares de 1973,
ascendían a $10,100 millones (o cerca de 29,570 millones de dólares de 1990 al año)34 . Estimaciones
más recientes de los costos anuales adicionales en los que se habría incurrido en 1985 si no se hu-
bieran implantado controles de la contaminación del agua han variado entre $18,000 millones y 800
millones de dólares (entre $21,740 millones y 960 millones de dólares de 1990)35 .
Acropolis Books, Ltd., 1982); “The Poisoning of America”, Time, 22 de septiembre de 1980, 58-69; “The Poisoning of
America Continues”, Time, 14 de octubre de 1985, pp. 76-90.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 228
cionando; para 1988 había menos de 6,000, y más de la tercera parte de éstos se habrán rellenado
para cuando termine el siglo, mientras que otros se cerrarán por razones de seguridad. Florida, Mas-
sachusetts, New Hampshire y New Jersey son unos cuantos de los estados que cerraron prácticamente
todos sus tiraderos de basura durante la década de 1990. Además, el número de tiraderos que se in-
auguran es cada vez menor. A principios de los años setenta se abrían entre 300 y 400 instalaciones
nuevas cada año en todo Estados Unidos; hoy día esa cifra ha bajado a entre 50 y 200.
Los basureros municipales mismos son fuentes importantes de contaminación, pues contienen
sustancias tóxicas como cadmio (proveniente de baterías recargables), mercurio, plomo (de baterías
para automóvil y cinescopios de televisor), vanadio, cobre, cinc y PCBs (de refrigeradores, estufas,
motores y aparatos electrodomésticos construidos antes de 1980 y que se desecharon posteriormente).
Sólo cerca de una cuarta parte de todos los tiraderos municipales prueba las aguas freáticas para
detectar una posible contaminación; menos del 16 % cuenta con forros aislantes; sólo el 5 % junta
los desechos líquidos contaminantes antes de que se filtren a los mantos freáticos; menos de la mitad
impone algún tipo de restricciones en cuanto a las clases de desechos líquidos que se pueden verter
en ellos. No es sorprendente que casi una cuarta parte de los sitios que se identifican en la Lista de
Prioridades Nacionales Superfund como los que representan el mayor peligro químico para la salud
pública y el entorno sean tiraderos municipales41 .
No obstante, la cantidad de basura residencial que los estadounidenses producen parece poca en
comparación con las cantidades de desechos sólidos que producen los procesos industriales, agrícolas
y mineros. Mientras que se estima que la basura residencial asciende, como ya mencionamos, a las
160 millones de toneladas al año, las industrias estadounidenses generan más de 7,600 millones de
toneladas de desechos sólidos al año, mientras que los productores de petróleo y gas generan entre
2,000 y 3,000 millones de toneladas, y las operaciones mineras, unos 1,400 milllones de toneladas42
Estos desechos se tiran en unos 220,000 cerros de desechos industriales, que en su mayor parte son
tiraderos abiertos sin forro.
Se han descubierto miles de tiraderos abandonados que contienen desechos peligrosos, creados
en su mayor parte por las industrias química y del petróleo43 . Casi todos los sitios que contienen
desechos peligrosos se encuentran en regiones industriales. En total, se estima que cerca del 80 %
de los desechos industriales se depositaron en estanques, lagunas y rellenos de terrenos que no son
seguros44 . Los esfuerzos iniciados en 1980 por identificar todos los sitios peligrosos no controlados
habían logrado identificar en 1986 más de 24,000 de esos sitios. En muchos lugares los desechos
han estado migrando desde los sitios donde se tiraron, filtrándose en la tierra para contaminar los
suministros de agua de varias comunidades. Un número importante de esos casos requirió acciones
de emergencia porque representaban peligros inmediatos. Se ha estimado que los costos de limpiar
estos tiraderos ascienden a entre $28,400 millones y $55,000 millones de dólares45 .
Ha sido difícil precisar las cantidades netas de desechos peligrosos que se están produciendo. La
Environmental Protection Agency ha estimado que entre el 10 y el 15 % de los desechos industriales
que se producen cada año son tóxicos, lo que representa cerca de 15 millones de toneladas anuales
en total. En fechas más recientes la agencia ha anunciado que cada año se están generando seis veces
más desechos peligrosos que lo que había estimado anteriormente. Estudios nuevos sugirieron que en
41 Ibíd.
42 Ibíd. , p. 5.
43 Council on Environmental Quality, Environmental Trends, p. 139.
44 Time, 14 de octubre de 1985, p. 77.
45 Ibíd.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 230
Mixed Oxide Fuel in Light Water Cooled Reactors”, NUREG-0002, vol. 1, agosto de 1976.
49 Vea Theodore B. Taylor y Mason WilIrich, Nuclear Theft: Risks and Safeguards (Cambridge, MA: Ballinger Pub-
bate (Washington, DC: Investor Responsibility Research Center, 1980); vea también William Ranisay, Unpaid Costs of
Electrical Energy (Baltimore: Joluis Hopkins University Press for Resources for the Future, 1978).
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 231
Facilities-A Multibillion Dollar Problem”, EMD-7746 (Washington, DC: U.S. Govermnent Printing Office, 1977), 16
de junio de 1977.
53 Sam H. Schurr, et al., Energy in Americas Future (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1979), p. 35.
54 Ellen Winchester, “Nuclear Wastes”, Sierra, julio/agosto de 1979.
55 J. Fisher, N. Simon, y J. Vincent,Wildlife in Danger (Nueva York: The Viking Press, 1969).
56 C. S. Wong, “Atmosplieric Input of Carbon Dioxide from, Burning Wood”, Science, 200 (1978): 197-200.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 232
que las selvas tropicales del planeta están siendo destruidas a razón del 1 % anual57 . Si las tendencias
actuales continúan, las extensiones boscosas totales se habrán reducido en un 40 % para cuando acabe
el siglo XX. Se espera que la pérdida de hábitats boscosos, combinada con los efectos de la contami-
nación, habrá causado la extinción de entre medio millón y dos millones de especies -del 15 al 20 %
de todas las especies del planeta- para principios del Siglo XXI58 .
Meadows, Jergen Randers y Williani W. Belirens III, The Limits to Growth (Nueva York: Universe Books, 1972).
60 W. Jackson Davis, The Seventh Year (Nueva York: W. W. Norton & Co., Inc., 1979), pp. 38-40; vea también, U.S.
Congress Office of Technology Assessment, World Petroleum Availability: 1980-2000 (Washington, DC: U.S. Goverim-
ient Printing Office, 1980).
61 M. K. Hubbert, “U.S. Energy Resources: A Review as of 1972”, Document No. 93-40 (92-72) (Washington, DC:
comience a bajar, sin que se llegue nunca a un agotamiento total. La figura 5.2 ilustra este tipo de “tasa
de agotamiento en decadencia”, en la que el consumo del recurso se reduce gradualmente al aumentar
la dificultad para extraerlo, en lugar de culminar en un agotamiento total y repentino en un periodo
relativamente corto. De hecho, el aumento en los precios de la energía durante la década de 1970 dio
pie a reducciones drásticas en el consumo mundial de petróleo para 198062 . Esta baja en la demanda,
aunada a la desintegración de la OPEP, causó un descenso gradual en los precios del petróleo. Desde
1987, el consumo mundial de petróleo ha estado aumentando otra vez, pero muchos investigadores
creen que nuestro consumo de combustibles fósiles no volverá a las tasas de crecimiento exponencial
de las décadas anteriores63 .
Si suponemos que la rapidez con que consumimos nuestros recursos está representada con mayor
fidelidad por el modelo“en decadencia” que por el modelo“exponencial”, los combustibles fósiles
no se agotarán dentro de los cortos plazos predichos por los modelos de crecimiento exponencial
anteriores. La extracción de las reservas estimadas de hulla probablemente alcanzará un máximo en
unos 150 años y luego continuará, pero a un ritmo más bajo, durante otros 150 años; la extracción
de las reservas estimadas de petróleo probablemente alcanzará un máximo en unos 40 años y luego
bajará gradualmente; la extracción de las reservas estadounidenses de gas natural ya pasó su máximo
y se espera que baje gradualmente durante los próximos 30 o 40 años64 .
Así pues, nuestros recursos naturales tienen límites físicos: no se pueden explotar indefinidamente.
Tarde o temprano, los recursos se agotarán y los costos de extracción aumentarán exponencialmente.
Podrían encontrarse sustitutos más abundantes para muchos de esos recursos, pero es probable que
ello no sea posible en todos los casos. Los sustitutos que se encuentren también tendrán límites, así
que el momento de rendir cuentas sólo se habrá aplazado.
Así pues, los problemas de contaminación tienen diversos orígenes y su tratamiento requiere un
conjunto de soluciones igualmente variadas. No obstante, en lo que sigue nos concentraremos en una
sola gama de problemas: las cuestiones éticas que hace surgir la contaminación causada por empresas
comerciales e industriales.
“nave espacial Tierra” en Kenneth Boulding, “The Economies of the Coming Spaceship Earth”, en Henry Jarret ed.,
Environmental Quality in a Growing Economy (Baltimore: Johns Hopkins Press for Resources for the Future, 1966).
78 George Perkins, Man and Nature (1864) (Cambridge: Harvard University Press, 1965), p. 76.
79 Si quiere leer exposiciones en favor de este punto de vista, y también críticas, vea los ensayos recopilados en Donald
Scherer y Thornas Attig, eds., Ethics and the Environment (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1983); vea también W.
K. Frankena, “Ethics and the Environment”, K. E. Goodpaster y K. M. Sayre, eds., en Ethics and Problems of the 21st
Century (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 1979), pp. 3-20; William T. Blackstone, “The Search for
an Environmental Ethic”, en Tom Regan, ed., Matters of Life and Death (Nueva York: Random House, Inc., 1980), pp.
299-335; puede encontrar una excelente y muy amplia bibliografía con anotaciones en Mary Anglemyer, et al., A Search
for Environmental Ethics, An Initial Bibliography (Washington, DC: Smithsonian Institution Press, 1980).
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 237
2. La riqueza y la diversidad de las formas de vida contribuyen a hacer realidad esos valores y
también son en sí valores.
3. Los seres humanos no tienen derecho a reducir la riqueza y diversidad como no sea para satis-
facer necesidades vitales.
4. La prosperidad de la vida y las culturas humanas es compatible con una reducción sustancial
de la población humana. La prosperidad de la vida no humana exige tal reducción.
5. La interferencia humana actual con el mundo no humano es excesiva y la situación está empe-
orando rápidamente.
6. Por tanto, es necesario modificar las políticas. Los cambios en las políticas afectan estructuras
económicas tecnológicas e ideológicas básicas. La situación resultante será muy diferente de la
que prevalece en la actualidad.
8. Quienes están de acuerdo con los puntos anteriores tienen la obligación de participar de forma
directa o indirecta en la lucha por implementar los cambios necesarios80 .
Así pues, una “ética ecológica” es aquella que asegura que el bienestar de al menos algunos
seres no humanos es intrínsecamente valiosa y que, debido a este valor intrínseco, los seres humanos
tenemos la obligación de respetarlos y preservarlos. Estos preceptos éticos tienen importantes impli-
caciones para las actividades de negocios que afectan al entorno. Por ejemplo, en junio de 1990 los
ecologistas lograron que el U.S. Fish and Wildlife Service prohibiera a la industria maderera talar
bosques viejos del norte de California, que podían ser muy lucrativos, con el fin de salvar el hábitat
de la lechuza manchada, una especie en peligro de extinción81 . Se estima que esto costó a la indus-
tria maderera millones de dólares, hizo que desaparecieran hasta 36,000 empleos en las madereras, y
elevó los precios de los productos de maderas finas para el consumidor, como muebles e instrumen-
tos musicales. Durante toda la década de 1980, miembros de la Sea Shepherd Conservation Society
sabotearon plantas de procesamiento de ballenas, hundieron varios barcos e impusieron varios otros
costos a la industria ballenera82 . Miembros de Earth First! han insertado clavos en árboles escogidos
al azar en áreas de bosque programadas para tala, con el fin de que las sierras mecánicas para talar
se rompan al cortar los árboles así “saboteados”. Quienes opinan que los animales tienen un valor
intrínseco también han impuesto costos sustanciales a los ranchos de ganado, mataderos, granjas aví-
colas, peleteras y corporaciones farmacéuticas y cosméticas que usan animales para probar sustancias
químicas.
80 Citado en Bill Devall, Simple in Means, Rich in Ends, Practicing Deep Ecology (Salt Lake City, UT: Peregrine Smith
Books, 1988), pp. 14-15.
81 Ted Gup, “Owl vs. Man”, Time, 25 de junio de 1990, pp. 56-62; Catherine Caufield, “A Reporter at Large: The
Hay diversas variedades de ética ecológica, algunas más radicales y de mayor alcance que otras.
La que tal vez sea la versión más popular afirma que, además de los seres humanos, otros animales
tienen un valor intrínseco y merecen nuestro respeto y protección. Algunos utilitaristas han asegurado,
por ejemplo, que el dolor es un mal, ya sea que recaiga en los seres humanos o en los miembros de
otras especies animales. El dolor de un animal debe considerarse igual al dolor comparable de un
ser humano, y es una forma de prejuicio “de especie” (similar a la predisposición racista o sexista
contra miembros de otra raza o sexo) pensar que la obligación de no infligir dolor en miembros de
otra especie no es igual a nuestra obligación de evitar infligir un dolor comparable en miembros de
nuestra propia especie.83 .
Ciertos no utilitarios han llegado a conclusiones similares por una ruta distinta. Ellos aseguran que
la vida de cada animal “tiene valor en sí”, con independencia de los intereses de los seres humanos.
Debido al valor intrínseco de su vida, todo animal tiene ciertos “derechos morales”, en particular el
derecho a ser tratado con respeto84 . Los seres humanos tienen la obligación de respetar este derecho,
aunque en algunos casos el derecho de un ser humano podría supeditar el de un animal.
Ambos argumentos que apoyan las obligaciones humanas hacia los animales, tanto el utilitarista
como el de derechos, implican que no es correcto criar animales para alimento en las condiciones de
hacinamiento y dolor en que las empresas agrícolas actualmente crían vacas, cerdos y pollos; también
implican que no es correcto usar animales en dolorosos procedimientos de laboratorio como se hace
en algunos negocios (digamos, para probar la toxicidad de los cosméticos)85 .
Las versiones más amplias de la ética ecológica extienden nuestras obligaciones más allá del
mundo animal para incluir a las plantas. Así pues, algunos estudiosos de la ética han asegurado que es
“arbitrario” y “hedonista” confinar nuestras obligaciones a las criaturas que pueden sentir dolor. Más
bien, dicen ellos, debemos reconocer que todos los seres vivos, incluidas las plantas, tienen “un interés
en mantenerse vivos” y que por tanto merecen una consideración moral por sí mismos86 . Otros autores
han afirmado que no sólo los seres vivos, sino incluso una especie natural, un lago, un río salvaje, una
montaña, e incluso toda la “comunidad biótica” tienen derecho a conservar su “integridad, estabilidad
y belleza”87 . Si estas opiniones son correctas, tendrían importantes implicaciones para las empresas
que se dedican a operaciones de explotación minera a cielo abierto y tala de bosques.
Algunas versiones de la ética ecológica han renunciado a hablar de “deberes” y “obligaciones” y
prefieren abogar por un enfoque hacia la naturaleza más afín con las nociones de virtud y carácter.
Una de las primeras versiones de este tipo de enfoques se debe a Albert Schweitzer, quien escribió,
83 Peter Singer, Animal Liberation (Nueva York: Random House, Inc., 1975).
84 Tom Regan, The Case for Animal Rights (Berkeley, CA: University of Califórnia Press, 1983); con un tono similar,
Joel Feinberg argumenta que los animales tienen intereses y por tanto tienen derechos, en “The Rights of Animals and
Unborn Generations”, en William T. Blackstone, ed., Philosophy and Environmental Crisis (Athens, GA: University of
Georgia Press, 1974).
85 Vea William Aiken, “Ethical Issues in Agriculture”, en Tom Regan, ed., Earthbound. New Introductory Essays in
Environmental Ethics (Nueva York: Random House, Inc., 1984), pp. 247-88.
86 Kenneth Goodpaster, “On Being Morally Considerable”, Journal of Philosophy, 75 (1978): 308-25; vea también
Paul Taylor, “The Ethics of Respect for Nature”, Environmental Ethics, 3 (1981): 197-218; Robin Attfield, “The Good of
Trees”, The Journal of Value Inquiry, 15 (1981): 35-54; y Christopher D. Stone, Should Trees Have Standing? Toward
Legal Rights for Natural Objects (Boston: Houghton Mifflin, 1978).
87 Aldo Leopold, “The Land Ethic”, en A Sand County Almanac (Nueva York: Oxford University Press, 1949), pp. 201-
26; vea tambiéA J. Baird Callicott, “Animal Liberation: A Triangular Affair”, Environmental Ethics,2, núm. 4 (invierno
de 1980), pp. 311-38; John Rodman, “The Liberation of Nature?” Inquiry, 20 (1977): pp. 83-131; K. Goodpaster afirma
que la “biosfera” en su totalidad tiene valor moral en “On Being Morally Considerable”; Holmes Rolston, III defiende una
postura similar en “Is There an Ecological Ethic”, Ethics, 85, 1975 pp. 93-109; puede encontrar diversos puntos de vista
sobre el tema en Bryan G. Norton, ed.: The Preservation of Species, (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1986).
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 239
mientras viajaba por un río en África: “En el momento mismo en que, al ponerse el sol, estábamos
atravesando una manada de hipopótamos, me vino a la mente, de forma imprevista y sin intención,
la frase “Reverencia por la Vida” ”88 . Posteriormente, Schweitzer lo expresó diciendo que una per-
sona que siente reverencia por la vida ve a la vida misma,en todas sus formas, como algo con valor
inherente, valor que inspira un rechazo a destruir y un deseo de preservar:
El hombre que se ha convertido en un ser racional siente el impulso de conferir a
todo deseo de vivir la misma reverencia por la vida que confiere a la suya propia. Él
experimenta esa otra vida en la suya. Él acepta que es bueno: preservar la vida, promover
la vida, elevarla al valor de vida más alto que puede alcanzar; y que es malo: destruir la
vida, lesionar la vida, reprimir la vida que es capaz de desarrollarse. Éste es el principio
absoluto, fundamental, de la moral89 .
En fechas más recientes, el filósofo Paul Taylor ha recomendado un enfoque similar, escribiendo
que los “rasgos del carácter son moralmente buenos en virtud de que expresan o encaman cierta acti-
tud moral definitiva, a la que llamo respeto por la naturaleza”90 . Este respeto por la naturaleza, afirma
Taylor, se basa en el hecho de que todo ser vivo busca su propio bien y por tanto es el “centro tele-
ológico de una vida”: “Decir que es el centro teleológico de una vida es decir que su funcionamiento
interno, así como todas sus actividades externas están orientadas hacia metas, y tienen la tendencia
constante de mantener la existencia del organismo a través del tiempo y permitirle realizar con éxito
las operaciones biológicas por las que reproduce su especie y continuamente se adapta a los cam-
biantes sucesos y condiciones ambientales”91 . La naturaleza orientada hacia metas de todos los seres
vivos, según Taylor, implica que todos los seres vivos tienen un ”bien propio” inherente que debe re-
spetarse. Tal respeto es la única actitud congruente con una “perspectiva biocéntrica” que se da cuenta
de que nosotros mismos somos miembros vivos de la comunidad de vida de la Tierra, que formamos
parte de un sistema de interdependencia con otros seres vivos, que los seres vivos tienen su propio
bien, y que no somos inherentemente superiores a otros seres vivos dentro de ese sistema.
Sin embargo, estos intentos por extender derechos morales a seres no humanos o asegurar que la
moral exige una actitud de respeto por toda la naturaleza son motivo de grandes controversias, y al-
gunos autores las han calificado de “increíbles”92 . Por ejemplo, es difícil ver por qué el hecho de que
algo esté vivo implica que deba estar vivo y que, por tanto, tengamos la obligación de mantenerlo vivo
o expresar respeto o incluso reverencia por ello; y es difícil ver por qué el hecho de que un río o una
montaña exista implica que debe existir y que tenemos la obligación de mantenerlo en existencia o
reverenciarlo. Los hechos no implican valores de forma tan fácil93 . También causa controversia la idea
de que podamos afirmar que los animales tienen derechos o un valor intrínseco94 . Sin embargo, no
88 Albert Schweitzer, Out Of My Life and Thought, trad. A. B. Lemke (Nueva York: Holt, 1990), p. 130.
89 Ibíd., p. 131.
90 Paul Taylor, Respect for Nature (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1986), p. 80.
91 Ibíd., pp. 121-2.
92 W. K. Frankena, “Ethics and the Environment”C, en K. E. Goodpaster y K. M. Sayre, eds., Ethics and Problems of
the 21st Century (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 1979), pp. 3-20.
93 Si desea leer otras críticas de estos argumentos, vea Edward Johnson, “Treating the Dirt: Environmental Ethics and
Moral Theory”, en Tom Regan, ed., Earthbound. New Introductory Essays in Environmental Ethics (Nueva York: Random
House, 1984), pp. 336-65; vea también la discusión entre Goodpaster y Hunt en W. Murray Hunt, “Are Mere Things
Morally Considerable?” Environmental Ethics, 2 (1980): pp. 59-65, y Kenneth Goodpaster, “On Stopping at Everything:
A Reply to W. M. Hunt”, Environmental Ethics, 2 (1980): pp. 281-84.
94 Vea, por ejemplo, R. G. Frey, Interests and Rights: The Case Against Animals (Oxford: Clarendon Press, 1980), y
Martin Benjamin, “Ethics and Animal Consciousness”, en Manuel Velasquez and Cynthia Rostankowski, eds., Ethics:
Theory and Practice (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1985).
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 240
tenemos que apoyamos en estos puntos de vista extraordinarios para desarrollar una ética ecológica.
Para nuestros fines, sólo necesitamos examinar enfoques más tradicionales de los problemas ambi-
entales95 . Uno se basa en una teoría de los derechos humanos; el otro se basa en consideraciones
utilitaristas.
La gente tiene derecho a disfrutar de aire limpio, agua pura y a la preservación de los
valores escénicos naturales, históricos y estéticos del entorno. Los recursos naturales de
Pennsylvania. . . son propiedad común de todo el pueblo, incluidas las generaciones por
venir. Como fideicomisaria de esos recursos, la comunidad los preservará y mantendrá
para el beneficio de todas las personas.
(Athens, GA: University of Georgia Press, 1974); vea también su artículo posterior, “On Rights and Responsibilities
Pertaining to Toxic Substances and Trade Secrecy”, The Southern Journal of Philosophy, 16 (1978): 589-603.
97 Ibíd. , p. 31; vea también William T. Blackstone, “Equality and Human Rights”, Monist , vol. 52, Núm. 4 (1968); y
William T. Blackstone, “Human Rights and Human Dignity”, en Human Dignity, Laszlo and Grotesky.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 241
tratado de alcanzar esta meta. La Ley de Control de la Contaminación del Agua de 1972 exigió a las
empresas aplicar, a más tardar en 1977, la “mejor tecnología práctica” para eliminar la contaminación
(es decir, tecnología utilizada por varias de las plantas que, dentro de una industria en particular,
son las que menos contaminan). La Ley del Agua Limpia de 1977 exigió que a más tardar en 1984
las compañías debían eliminar todos los desechos tóxicos y no convencionales utilizando la “mejor
tecnología disponible” (es decir, tecnología utilizada por al menos una planta contaminante). La Ley
de Calidad del Aire de 1967 y las Enmiendas por un Aire Limpio de 1970 y 1990 establecieron
límites similares a la contaminación atmosférica proveniente de fuentes estacionarias y automóviles, y
crearon los mecanismos necesarios para hacer respetar tales límites. Estas leyes federales no se apoyan
en un análisis utilitarismo de costo-beneficio; es decir, no dicen que las compañías deben reducir la
contaminación en tanto los beneficios sean mayores que los costos; lo que hacen es simplemente
imponer prohibiciones absolutas en materia de contaminación, cueste lo que cueste. La mejor forma
de justificar tales restricciones absolutas es apelar a los derechos de la gente.
Los estatutos federales en vigor en Estados Unidos imponen límites absolutos a los derechos
de propiedad de los dueños de empresas, y los argumentos de Blackstone ofrecen una justificación
racional para limitar los derechos de propiedad de formas absolutas como éstas en aras del derecho
humano a un entorno limpio. Es obvio que el argumento de Blackstone descansa en una teoría kantiana
de los derechos: puesto que los seres humanos tienen la obligación moral de tratar a los demás como
fines y no como medios, tienen una obligación correlativa de respetar y promover el desarrollo de la
capacidad de los demás para tomar decisiones de forma libre y racional.
El principal problema del punto de vista de Blackstone es que no proporciona pautas detalladas
para tomar varias decisiones ecológicas urgentes. ¿Qué tanto control de la contaminación se necesita
realmente? ¿Debemos prohibir absolutamente la contaminación? ¿Hasta dónde debemos llegar en
cuanto a limitar los derechos de propiedad por el bien del entorno? ¿Qué productos, si acaso, debemos
dejar de fabricar para detener o frenar los daños al entorno? ¿Quién debe pagar los costos de preservar
el entorno? La teoría de Blackstone no nos dice cómo contestar estas preguntas porque impone una
prohibición simple y absoluta de la contaminación.
Esta falta de matices en el enfoque de derechos absolutos causa problemas sobre todo cuando los
costos de eliminar ciertas cantidades de contaminación son altos en comparación con los beneficios
que se obtendrán. Consideremos la situación de una planta de pulpa de madera según informes de su
presidente:
Estudios realizados a lo largo del curso inferior del río Columbia desde que se termi-
naron las instalaciones de tratamiento primario en nuestras plantas muestran que se está
cumpliendo con las normas de calidad del agua y que el río se está usando para pesca,
natación, abasto de agua y recreación. Por tanto, en todos sentidos se están cumplien-
do [en 19751 las metas de 1985 de la ley [Federal de Control de la Contaminación del
agua]. Sin embargo, los requisitos técnicos de la ley estipulan la instalación de sistemas
de tratamiento secundario en nuestras plantas de Camas y Wauna. El costo será de unos
20 millones de dólares y no logrará un mejoramiento apreciable de la calidad del agua
del río. Al contrario, el efecto total sobre el entorno será negativo. Calculamos que se
requieren unos 57 millones de kwh de electricidad y casi 8000 toneladas de sustancias
químicas para operar estas instalaciones innecesarias. El consumo total de energía re-
querirá la quema de 90,000 barriles de petróleo al año, un recurso escaso, con la consigu-
iente producción de 900,000 lb de contaminantes en la planta generadora. . . Sacrificios
similares se tienen que hacer en el campo de la tecnología para controlar la calidad del
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 242
Otro aspecto preocupante es el posible impacto que las exigencias para abatir la contaminación
podrían tener sobre los cierres de plantas y el empleo99 . Algunos investigadores han afirmado que las
leyes para controlar la contaminación han hecho que se pierdan hasta 160,000 empleos al año. Sin em-
bargo, tales estimaciones parecen muy infladas y poco confiables. La Environmental Protection Agen-
cy estudió el periodo entre 1971 y 1981 y encontró sólo 153 cierres de plantas que pudieran atribuirse
a las leyes ecológicas, y esos cierres sólo representaron 32,611 empleos, o sea que sólo se perdieron
en promedio 3,200 empleos al año100 . Aunque muchos, y tal vez todos, los trabajadores afectados
por estos cierres encontraron otros empleos, y aunque se han creado muchos empleos nuevos en las
compañías que diseñan, fabrican e instalan dispositivos para controlar la contaminación, es innegable
que las leyes ecológicas podrían imponer costos a algunos trabajadores.
Debido a las dificultades que presentan las prohibiciones absolutas, a principios de los años ochen-
ta el gobierno federal comenzó a recurrir a métodos para controlar la contaminación que tratan de
equilibrar los costos y beneficios de tal control y que no imponen prohibiciones absolutas. Los plazos
para cumplir con las normas de la Ley del Aire Limpio se extendieron para que los costos de sujetarse
a ellas se pudieran solventar más fácilmente. Se permitió a las compañías aumentar las descargas de
contaminantes cuyo control es costoso si aceptaban efectuar reducciones equivalentes en contami-
nantes cuyo control no cuesta tanto101 . La Orden del Ejecutivo núm. 12291, convertida en ley por el
presidente Reagan el 17 de febrero de 1981, exigió someter todos los nuevos reglamentos en materia
ecológica a un análisis de costo-beneficio antes de implementarse102 . Estos nuevos reglamentos no se
basan en la idea de que la gente tiene derechos ambientales absolutos, sino en un enfoque utilitarismo
del entorno.
1979), p.4.
100 Richard Kazis y Richard L. Grossman, “Job Blackmail: It’s Not Jobs or Environmen”, p. 260, en Mark Green, ed.,
The Big Business Reader (Nueva York: The Pfigrim Press, 1983), pp.259-69.
101 La llamada “política de burbuja” de la Environmental Protection Agency, vea Time, 17 de diciembre de 1979, p. 71;
Environmental Policy Under Reagans Executive Order (Chapel Hill, NC: The University of North Carolina Press, 1984).
103 Hay varios textos que describen este enfoque. Un texto elemental es Tom Tietenberg, Environmental and Natural
Resource Economics (Glenview, IL: Scott, Foresman & Company, 1984); un tratamiento más compacto es Edwin S.
Mills, The Economics of Environmental Quality, (Nueva York: W. W. Norton & Co., Inc., 1978), cap. 3; si quiere conocer
varios puntos de vista, consulte Robert Dorfman y Nancy Dorman, eds., Economics of the Environment (Nueva York: W.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 243
pues, los utilitaristas argumentan que los individuos deben evitar la contaminación. porque deben
evitar cualquier perjuicio al bienestar de la sociedad. En los párrafos que siguen explicaremos este
argumento utilitarista con mayor detalle, y explicaremos el enfoque más matizado de la contaminación
que al parecer ofrece el análisis costo-beneficio utilitarista.
Externalities: An Interpretative Essay”, Journal of Economic Literature, 9, núm. 1 (marzo de 1971): 1-28.
105 La industria de la energía eléctrica no sólo se ha monopolizado totalmente, sino que la demanda, al menos a corto
plazo, es relativamente inelástica. A largo plazo la demanda podría tener las características más elásticas que suponemos
en el ejemplo.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 244
Figura 5.3:
Figura 5.4:
los productores deben pagar para generar cada kilowatt de electricidad. El precio de mercado estará
entonces en el punto de equilibrio E, donde la curva de oferta basada en estos costos privados cruza
la curva de demanda.
En la situación hipotética de la figura 5.3, las curvas se intersecan en el precio de mercado de 3.5
centavos de dólar y una producción de 600 millones de kilowatts hora. Sin embargo, supongamos que
además de los costos privados en que los productores incurren al generar electricidad la producción
también impone costos Figura 5.3externos” sobre los vecinos en forma de contaminación ambien-
tal. Si sumáramos estos costos externos a los costos privados de los productores, obtendríamos una
nueva curva de oferta, S’, que tomaría en cuenta todos los costos de generar cada kilowatt hora de
electricidad, como en la figura 5.4.
La nueva curva de oferta de la figura 5.4, S’, que está por arriba de la curva de oferta S (que sólo
incluye los costos privados del fabricante), muestra las cantidades de electricidad que se ofrecerían
si se tomaran en cuenta todos los costos de producir la electricidad, y los precios que tendrían que
pagarse por cada kilowatt hora sí se tomaran en cuenta todos los costos. Como indica la nueva curva,
S’, cuando se toman en cuenta todos los costos el precio de mercado del producto, 4.5 centavos, es
más alto y la producción, 350 millones de kilowatts hora, es más baja que cuando sólo se incluyen
los costos privados. Así pues, cuando sólo se toman en cuenta los costos privados la electricidad está
subvaluada y sobreproducida. Esto, a su vez, implica que el mercado de la electricidad ya no está
asignando recursos y distribuyendo bienes con el fin de maximizar la utilidad. En particular, podemos
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 245
al turismo y a la pesca, daños a la recreación y a la propiedad, y pérdida de vida marina). Union Oil
pagó unos 10,400,000 dólares de estos costos voluntariamente al solventar todas las actividades de
limpieza y contención del petróleo, y también pagó cerca de 6,300,000 dólares en daños y perjuicios a
las partes afectadas como resultado de un pleito legal107 . Así pues, los costos del derrame de petróleo
se La nueva curva de oferta de la figura 5.4, S’, que está por arriba de la curva de oferta S (que
sólo incluye los costos privados del fabricante), muestra las cantidades deinternalizaron” en parte por
una acción voluntaria y en parte por una acción legal. Cuando la compañía contaminadora paga una
indemnización a aquellos sobre quienes sus procesos de fabricación imponen costos, como hizo Union
Oil, tiene que incluir esos costos en sus cálculos subsecuentes para determinar precios. Entonces, los
mecanismos del mercado la obligan a encontrar formas de reducir la contaminación a fin de reducir
sus costos. Por ejemplo, desde el derrame de Santa Bárbara, Union Oil y otras compañías petroleras
han invertido cantidades sustanciales de dinero en el desarrollo de métodos que minimizan los daños
por contaminación que causan los derrames de petróleo.
Sin embargo, un problema de esta forma de internalizar los costos de la contaminación es que
cuando intervienen varios contaminadores no siempre queda claro exactamente quién está siendo
perjudicado por quién. ¿Qué tanto de los daños ambientales causados por varios contaminadores se
debe contar como daños a mi propiedad y cuánto se debe contar como daños a tu propiedad, cuando
los daños se infligen a cosas como el aire o cuerpos de agua públicos, y por qué fracción de los daños
se debe responsabilizar a cada contaminador? Además, los costos administrativos y legales de evaluar
los daños para cada contaminador individual y de otorgar compensaciones individuales a cada parte
que reclama pueden ser sustanciales.
Un segundo remedio es que el contaminador detenga la contaminación en su origen instalan-
do dispositivos para controlar la contaminación. De este modo los costos internos de contaminar el
entorno se traducen en costos internos que la compañía misma paga para instalar controles de la
contaminación. Una vez que los costos se internalizan de esta manera, los mecanismos del mercado
proporcionan incentivos para recortar los costos y aseguran que los precios reflejen los verdaderos
costos de producir el bien. Además, la instalación de dispositivos para controlar la contaminación
sirve para eliminar los efectos a largo plazo de la contaminación en todo el mundo, que podrían ser
desastrosos.
5.2.6. Justicia
Esta forma utilitarista de manejar la contaminación (es decir, internalizando los costos) parece ser
congruente con las exigencias de la justicia distributiva en la medida en que la justicia distributiva fa-
vorece la igualdad. Algunos observadores han señalado que la contaminación a menudo tiene el efecto
de aumentar la desigualdad108 . Si una compañía contamina, sus accionistas se benefician porque su
empresa no tiene que absorber los costos externos de la contaminación y esto los deja con mayores
utilidades, y los clientes que adquieren los productos de la compañía también se benefician porque
la empresa no les cobra todos los costos que implica la producción del bien. Los beneficiarios de la
contaminación, pues, tienden a ser quienes pueden pagar las acciones de una compañía y sus produc-
tos. Por otra parte, los costos externos de la contaminación los pagan principalmente los pobres109 .
Los valores de las propiedades en las zonas contaminadas generalmente son más bajos, y por ello los
107 S.Prakesh Sethi, Up Against the Corporate Wall (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1977), p. 21.
108 Vea Mishan, “The Postwar Literature on Externalities”, p. 24.
109 William J. Baumal y Wallace E. Oates, Economics, Environmental Policy, and the Quality of Life (Englewood Cliffs,
ricos las abandonan y los pobres habitan en ellas. Así pues, la contaminación podría generar un flujo
neto de beneficios de los pobres hacia los acomodados, aumentando de ese modo la desigualdad. En
la medida en que esto ocurre, la contaminación viola la justicia distributiva. Internalizar los costos
de la contaminación, como requiere el utilitarismo, rectificaría la situación quitando las cargas de los
costos internos de los hombros de los pobres y colocándolas sobre los de los ricos: los accionistas
de la compañía y sus clientes. Así pues, en general la exigencia utilitarista de que se internalicen los
costos externos de la contaminación es congruente con las exigencias de la justicia distributiva.
No obstante, debemos señalar que si una compañía produce bienes básicos (alimentos, ropa,
gasolina, automóviles) para los cuales los pobres deben apartar una proporción más grande de sus
presupuestos que las clases acomodadas, la internalización de los costos podría hacer recaer sobre
los pobres una carga más pesada que sobre los ricos, porque los precios de estos productos básicos
subirán. Los pobres también podrían sufrir si los costos de controlar la contaminación son tan altos
que se produce desempleo (aunque los estudios actuales indican que los efectos de desempleo de
los programas de control de la contaminación son transitorios y mínimos)110 . Existen algunas prue-
bas rudimentarias que tienden a indicar que las medidas de control de la contaminación hacen que
recaigan cargas más grandes sobre los pobres que sobre los ricos111 . Esto sugiere la necesidad de
integrar criterios de distribución en nuestros programas de control de la contaminación.
La internalización de los costos externos también parece ser congruente con las exigencias de la
justicia retributiva y compensatoria112 . La justicia retributiva exige que quienes son responsables por
una lesión y se benefician de ella deben encargarse de rectificar la lesión, mientras que la justicia
compensatoria exige que quienes han sido lesionados sean compensados por quienes los lesionan.
En conjunto, estas exigencias implican que (1) los costos del control de la contaminación deben
ser cubiertos por quienes causan la contaminación y quienes se han beneficiado por las actividades
contaminadoras, mientras que (2) los beneficios del control de la contaminación deben fluir hacia
quienes han tenido que cubrir los costos externos de la contaminación. La internalización de los costos
externos al parecer satisface estos dos requisitos: (1) los costos del control de la contaminación recaen
sobre los accionistas y los clientes, que son quienes se benefician por las actividades contaminadoras
de la compañía, y (2) los beneficios del control de la contaminación fluyen hacia los vecinos que antes
tuvieron que aguantar la contaminación de la compañía.
Sin embargo, una compañía podría invertir demasiado en dispositivos para controlar la contami-
nación. Supongamos, por ejemplo, que la contaminación que produce cierta empresa causa daños al
entorno que tienen un costo de 100 dólares, y que el único dispositivo que puede eliminar esa contam-
inación le costaría a la empresa por lo menos 1000 dólares. Entonces, es obvio que la compañía no
debe instalar el dispositivo, pues si lo hace la utilidad económica de la sociedad disminuirá: los costos
de eliminar la contaminación serán mayores que los beneficios que la sociedad obtendrá, y habrá una
disminución de la utilidad total.
¿Qué tanto debe invertir entonces una compañía en controlar la contaminación? Consideremos que
los costos de controlar la contaminación y los beneficios que se obtienen por dicho control tienen una
relación inversa115 . Cuando unos aumentan, los otros disminuyen. ¿Por qué sucede esto? Pensemos
por un momento que si un cuerpo de agua está muy contaminado, probablemente será muy fácil y por
ende muy económico eliminar por filtración cierta cantidad limitada de contaminantes. Sin embargo,
filtrar unos cuantos contaminantes más va a requerir filtros adicionales más finos y por tanto más
costosos. Los costos seguirán aumentando por cada nivel adicional de pureza que se desee, y eliminar
las últimas moléculas de impurezas requerirá equipo adicional con un costo astronómico. Por otra
parte, eliminar esos últimos rastros de impurezas probablemente no será muy importante para la
gente y, por tanto, será innecesario. En cambio, en el otro extremo de la escala, eliminar las primeras
cantidades más abundantes de impurezas sena muy benéfico para la gente: los costos de los daños
que esos contaminantes producen son sustanciales. Por tanto, si graficamos los costos de eliminar la
contaminación y los beneficios de hacerlo (que son equivalentes a los costos externos que se evitan),
el resultado será dos curvas que se intersecan como se ilustra en la figura 5.5. ¿Cuál es la cantidad
óptima de control de la contaminación? Obviamente, el punto en que se cruzan las dos líneas. En
ese punto los costos de controlar la contaminación son exactamente iguales a sus beneficios. Si la
compañía invierte recursos adicionales en eliminar la contaminación, la utilidad neta de la sociedad
disminuirá. Más allá de este punto, la compañía debe recurrir a pagar a la sociedad de forma directa o
indirecta (es decir, mediante impuestos u otros tipos de inversión social) los costos de contaminar el
entorno.
Para que una compañía pueda efectuar este tipo de análisis de costo-beneficio, los investigadores
han ideado una serie de métodos teóricos y técnicas para calcular los costos y beneficios de eliminar
la contaminación. Estos métodos utilizan estimaciones del excedente de los consumidores, rentas,
precios de mercado y “precios sombra”, ajustes por “transferencias”, valores futuros descontados y
reconocimiento de factores de riesgo116 . Thomas Klein resume los procedimientos del análisis de
costo-beneficio como sigue:
1. Identificar los costos y beneficios del programa propuesto y las personas o sectores que incurren
en los costos o reciben los beneficios. Rastrear las transferencias.
2. Evaluar los costos y beneficios en términos de su valor para los beneficiarios y donantes. El
estándar de medición es el valor de cada unidad marginal para los demandantes y proveedores,
que idealmente queda capturado en los precios competitivos. Los refinamientos útiles implican:
3. Hacer la sumatoria de los costos y beneficios para determinar el beneficio social neto de un
proyecto o programa117 .
A fin de evitar un uso “errático” y “costoso” de estos procedimientos, Klein recomienda a las
compañías introducir un sistema de “contabilidad social” que “mida, registre e informe de forma
rutinaria los efectos externos a la gerencia y otras partes”118 .
Sin embargo, es en este punto que surge una dificultad fundamental del enfoque utilitarista hacia
la contaminación. Los análisis de costo-beneficio que acabamos de describir suponen que es posi-
ble medir con exactitud los costos y beneficios de reducir la contaminación119 . En algunos casos
(limitados y de carácter local), se cuenta con mediciones de costo-beneficio: por ejemplo, los costos
y beneficios de limpiar el petróleo derramado por Union Oil en Santa Bárbara hace varios años se
pudieron medir aproximadamente. Sin embargo, medir los costos y beneficios de eliminar la contam-
inación es difícil cuando se producen daños a la salud humana o pérdida de vidas. ¿Qué precio tiene
la vida?120 .
También es difícil hacer mediciones cuando los efectos de la contaminación son inciertos y, por
tanto, difíciles de predecir. ¿Qué efectos tendrá incrementar el contenido de dióxido de carbono de
la atmósfera quemando más hulla, como está comenzando a hacer ahora Estados Unidos? De he-
cho, el principal problema para obtener las mediciones que se requieren para aplicar el análisis de
costo-beneficio a los problemas de contaminación quizá sea el de estimar y evaluar el riesgo (esto es,
la probabilidad de consecuencias futuras costosas)121 . Muchas tecnologías nuevas implican grados
desconocidos de riesgo para las generaciones actuales y futuras. Por ejemplo, el uso de tecnología
nuclear implica cierta probabilidad de daños a la salud y pérdida de vida para las generaciones pre-
sentes y futuras: ahí están los riesgos de extraer, usar y disponer de los materiales radiactivos, más
los riesgos de sabotaje y de proliferación de los materiales empleados en las armas atómicas. Sin
embargo, la medición exacta de tales riesgos enfrenta obstáculos insuperables. No podemos usar un
117 Thomas A. Klein, Social Costs and Benefits of Business (Englewood Cliffs, NJ: PrenticeHall, 1977), p. 118.
118 Ibíd.,p. 119; la bibliografía sobre contabilidad social de las empresas es muy amplia; vea U.S. Department of Com-
merce, Corporate Social Reporting in the United States and Westem Europe (Washington, DC: U.S. Government Printing
Office, 1979); Committee on Social Measurement, The Measurement of Corporate Social Performance (Nueva York:
American Institute of Certified Public Accountants, Inc., 1977).
119 Vea Boyd Collier, Measurement of Environmental Deterioration, (Austin, TX: Bureau of Business Research, The
del uso de un análisis de costo-beneficio en áreas ecológicas en Mark Sagoff, “Ethics and Economics in Environmen-
tal Law”, en Regan, ed., Earthbound, pp. 147-78, y Rosemarie Tong, Ethics in Policy Analysis (Englewood Cliffs, NJ:
Prentice Hall, 1986), pp. 1429.
121 Gran parte del material de este párrafo y los siguientes se basa en el soberbio análisis de Robert E. Goodwin, “No
método de ensayo y error (como es común cuando se quiere determinar la probabilidad de que ocurra
un suceso) para conocer el riesgo de, digamos, un accidente nuclear, ya que la lección obviamente
sería muy costosa y algunos de los efectos de la radiactividad sobre la salud no aparecerían sino
hasta después de haber pasado décadas, cuando sería demasiado tarde para corregirlos. Además, los
modelos matemáticos en que nos tenemos que apoyar para medir el riesgo cuando no es posible usar
el método de ensayo y error no son útiles cuando no se conocen todas las cosas que podrían salir
mal con una tecnología. En casi todos los accidentes nucleares han intervenido errores humanos, de-
scuidos y malas intenciones. El factor humano es uno de los más difíciles de predecir y por ende es
imposible incorporarlo en una medición de los riesgos que conlleva el uso de la energía nuclear. Por
añadidura, aun si se conoce el riesgo numérico asociado a una tecnología nueva, no queda claro cómo
se le debe ponderar dentro de un análisis de costo-beneficio social. Imaginemos, por ejemplo, que la
sociedad actualmente acepta con cierta indiferencia un riesgo de 0.01 de muerte asociada a conducir
un vehículo. ¿Se sigue entonces que la sociedad también debe aceptar con indiferencia un riesgo de
0.01 de morir por la introducción de cierta tecnología nueva? Es obvio que no, porque el riesgo es
acumulativo: la nueva tecnología duplicará el riesgo de muerte de la sociedad a 0.02, y aunque la
sociedad pueda ver con indiferencia un riesgo de morir de 0.01, un riesgo de 0.02 podría parecerle
inaceptable. Así pues, conocer el riesgo de cierto suceso futuro costoso no nos dice necesariamente el
valor que la sociedad dará a ese riesgo una vez que se sume a todos los demás riesgos que la sociedad
ya enfrenta. Por si esto fuera poco, los individuos difieren sustancialmente en cuanto a su aversión al
riesgo: a algunos les gusta jugársela, mientras que a otros les horroriza hacerlo.
Los problemas casi insuperables que implica obtener mediciones exactas relacionadas con la con-
taminación se ponen de manifiesto si examinamos las pocas estimaciones federales estadounidenses
de los beneficios que producen las actividades de control de la contaminación122 . Los costos fi-
nancieros actuales del control de la contaminación son relativamente fáciles de obtener examinando
informes de gastos en equipo contra la contaminación. Sin embargo, los beneficios que tales gas-
tos producen no se pueden medir con exactitud. Por ejemplo, sabemos con certeza que los gastos
totales en control de la contaminación, incluidos los gastos del gobierno y privados, ascendieron a
$46,700 millones de dólares en 1978123 . Además, el gobierno federal de Estados Unidos estimó que
los beneficios anuales del control tan sólo de la contaminación atmosférica fueron de aproximada-
mente $21,400 millones en 1978, y estudios anteriores habían estimado que los beneficios anuales
tan sólo del control de la contaminación acuática serían de $12,300 millones en 1978124 . Sin embar-
go, tales estimaciones se basan en metodologías muy poco fiables y omiten muchos de los efectos
de la contaminación que hoy nos parecen muy importantes, sobre todo los efectos globales a largo
plazo como los de la acumulación de dióxido de carbono y el agotamiento del ozono, así como los
beneficios para la salud de la eliminación de la contaminación química del agua potable.
Los problemas que implica obtener mediciones exactas de los beneficios del control de la con-
taminación también se manifiestan en las dificultades que han tenido las empresas cuando tratan de
elaborar una “auditoría social” (un informe de los costos y beneficios sociales de las actividades de
la compañía). Quienes proponen que las corporaciones midan e informen los impactos sociales de
sus actividades se han visto obligados a “reconocer que la meta de medir todos los impactos de to-
das las acciones sobre todas las condiciones y todos los públicos, empleando técnicas y unidades
estándar, excede por mucho las capacidades actuales, por lo que es inevitable hacer concesiones y
122 Council on Environmental Quality, Environmental Quality, octavo informe anual (Washington DC: U.S. Government
Printing Office, 1979), pp. 323-25.
123 Council on Enviromnental Quality, Environmental Quality-1979, p. 667.
124 Ibíd., p. 655.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 251
modificaciones”125 . Como resultado de esta incapacidad para medir los beneficios, las llamadas “au-
ditorías sociales” por lo regular no son más que descripciones cualitativas de lo que una empresa está
haciendo. Sin mediciones cuantitativas de los beneficios que producen sus intentos por reducir la con-
taminación, una empresa no tiene forma de saber si sus esfuerzos son eficaces o no desde un punto de
vista social.
Estos fracasos en cuanto a medición presentan problemas técnicos importantes para aplicar los
enfoques utilitaristas hacia la contaminación. Además, el uso del análisis costo-beneficio utilitarista
a veces se basa en supuestos que no son congruentes con los derechos morales de la gente. Quienes
abogan por los análisis utilitaristas de costo-beneficio a veces suponen que si los beneficios de cier-
ta tecnología o proceso de fabricación superan “claramente” sus costos, es permisible moralmente
imponer el proceso a ciudadanos reacios. Por ejemplo, un informe reciente del gobierno de Estados
Unidos hace las siguientes recomendaciones:
Puesto que los problemas nucleares con cuestiones que despiertan fuertes emociones,
y esto va cada día en aumento, como indica el número de estados que se han negado
a permitir el almacenamiento de desechos nucleares dentro de sus fronteras, podría ser
imposible obtener el apoyo público y político necesario para que un estado dado acepte
desechos nucleares. En última instancia, si no es posible obtener dentro de un tiempo
preestablecido la aprobación de un estado para crear depósitos de desechos, el gobierno
federal podría tener que efectuar selecciones obligatorias. Aunque tales acciones no sean
fáciles, podrían ser necesarias para resolver el problema de los desechos en un tiempo
razonable.126
Sin embargo, las recomendaciones de este tipo aparentemente violan el derecho moral básico que
sustenta las sociedades democráticas: las personas tienen el derecho moral de ser tratadas sólo como
ellas han consentido previamente en ser tratadas (vea el Capítulo 2, segunda sección). Si la gente
no ha consentido en asumir los costos de una tecnología (y ha indicado esa falta de disposición, por
ejemplo a través de leyes locales, sesiones o encuestas de opinión), se está violando su derecho moral
de consentimiento si, de todos modos, se les imponen esos costos. Así pues, emplear sólo un análisis
de costo-beneficio para determinar si debe usarse o no una tecnología o proceso de fabricación nuevo
hace caso omiso de la pregunta de si los costos que ello implica son aceptados voluntariamente o no
por quienes deben asumirlos, o si otros se los imponen de manera unilateral.
Cabe señalar que aunque el derecho de consentimiento parece implicar que las decisiones en ma-
teria de control de la contaminación siempre corresponden al ciudadano ordinario, tal implicación no
necesariamente es correcta. Las personas sólo pueden dar su consentimiento informado a un proyecto
riesgoso si tienen un entendimiento suficiente del proyecto y de los riesgos que lleva acarreados. Sin
embargo, la tecnología contemporánea a menudo es tan compleja que ni los expertos se pueden poner
de acuerdo al estimar y evaluar los riesgos que podría implicar (por ejemplo, hay un gran desacuerdo
entre los científicos en cuanto a qué tan seguro es usar energía nuclear). Por tanto, podría ser imposi-
ble para los ciudadanos ordinarios entender y evaluar los riesgos que les impondrá una tecnología
contaminadora dada, y por ende podría ser imposible, en principio, que ellos den su consentimiento
informado.
125 Committee on Social Measurement, The Measurement of Corporate Social Performance, (Nueva York: American
Institute of Certified Public Accountants, Inc., 1977).
126 U.S. General Accounting Office, The Nations Nuclear Waste (Washington, DC: U.S. Government Printing Office,
1979), p. 12. Si desea leer una crítica de este tipo de análisis de políticas, vea Tong, Ethics in Policy Analysis, pp. 39-54.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 252
En vista de todos los problemas que tienen los enfoques utilitaristas hacia la contaminación, podría
haber otros enfoques más apropiados. En particular, podría ser que las prohibiciones absolutas de
contaminar que todavía están incorporadas en muchas leyes federales, y la teoría de derechos en la
que se apoyan tales prohibiciones absolutas sean, al menos por el momento, un enfoque más apropiado
hacia los problemas de la contaminación, que el utilitarismo. Como alternativa, algunos autores han
sugerido que si los riesgos no se pueden estimar de forma confiable, lo mejor es escoger únicamente
los proyectos que no implican riesgos de daños irreversibles. Por ejemplo, si hay alguna probabilidad
de que la contaminación que produce cierta tecnología tenga consecuencias catastróficas que no van a
desaparecer en el futuro previsible, esa tecnología deberá rechazarse en favor de otras que no eliminen
nuestras opciones de forma tan permanente. Otros sugieren que si no es posible evaluar los riesgos,
la justicia nos exige identificar las personas que son más vulnerables y que tendrán que sobrellevar
los costos más altos en caso de que salgan mal las cosas, y luego tomar medidas para garantizar su
protección. Por ejemplo, debemos proteger a las generaciones futuras y a los niños contra nuestras
decisiones contaminadoras. Por último, otros sugieren que cuando no es posible medir los riesgos el
único procedimiento racional es suponer que sucederá lo peor y luego escoger la opción que nos deje
en la mejor situación posible cuando lo peor suceda (ésta es la llamada “regla maximin” de la teoría
de probabilidad). No es obvio cuál de estos enfoques alternativos, si acaso, debemos adoptar cuando
el análisis utilitarista de costo-beneficio falla.
Debemos examinar las formas culturales de dominación que existen en la familia, en-
tre las generaciones, sexos, grupos raciales y étnicos, en todas las instituciones de admin-
istración política, económica y social, y sobre todo en la forma en que experimentamos
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 253
Bookchin sugiere que los sistemas de jerarquía y dominación facilitan el surgimiento de una “men-
talidad cultural amplia” que fomenta la dominación en muchas formas, que incluyen la dominación
de la naturaleza. El éxito se vuelve sinónimo de dominación y control: cuantas más personas trabajen
para alguien, mayor será la riqueza, el poder y el estatus de ese alguien, y se considerará que tiene más
éxito. El éxito también se identifica con la dominación de la naturaleza cuando la sociedad comienza
a identificar el “progreso” con una capacidad creciente para controlar y dominar a la naturaleza y sus
procesos. La ciencia, la tecnología y la agricultura unen sus fuerzas en este intento por dominar y con-
trolar la naturaleza. Dentro de esta perspectiva, los cálculos utilitarios de los costos y beneficios que
implica destruir la naturaleza son inevitables. Así pues, la destrucción generalizada de la naturaleza
que es el resultado no podrá detenerse hasta que nuestras sociedades se vuelvan menos jerárquicas,
menos dominadoras y menos opresoras. La sociedad ideal es una en la que se renuncia a toda domi-
nación y en la que todo el poder se descentraliza. La agricultura y la tecnología se restringirían a las
prácticas que son sostenibles, y en las que los seres humanos viven en armonía con la naturaleza.
Varios pensadores feministas han argumentado que la forma clave de jerarquía vinculada con la
destrucción del entorno es la dominación de las mujeres por los hombres. El ecofeminismo se ha de-
scrito como “la postura de que existen importantes relaciones -históricas, de experiencia, simbólicas,
teóricas- entre la dominación de las mujeres y la dominación de la naturaleza, y que entenderlas es
crucial tanto para el feminismo como para la ética ambiental”128 . Los ecofeministas han afirmado
que la raíz de nuestras crisis ecológicas está en un patrón de dominación de la naturaleza que está es-
trechamente ligado a las prácticas e instituciones sociales a través de las cuales las mujeres han estado
subordinadas a los hombres. En la base de esta subordinación de las mujeres a los hombres están for-
mas de pensar que justifican y perpetúan la subordinación. Un patrón de razonamiento clave -la “lóg-
ica de dominación”- establece dualismos (masculino-femenino, razón-emoción, artefacto-naturaleza,
mente-cuerpo, objetivo-subjetivo) que se usan para caracterizar a los hombres y las mujeres. Debido
a los papeles que desempeñan en el nacimiento de los hijos, su crianza y la sexualidad humana, se
considera a las mujeres más emocionales, más cercanas a la naturaleza y al cuerpo, más subjetivas
y pasivas; en cambio, los hombres son masculinos, más racionales, están más cerca de los artefactos
construidos y la vida de la mente, y son más objetivos y activos. Por ello, muchos creen que las car-
acterísticas masculinas son mejores y más valiosas que las femeninas (que la razón, la objetividad y
la mente son superiores a la emoción, la subjetividad y las sensaciones corporales), y se usa esto para
justificar la subordinación de las mujeres a los hombres. A su vez, esta subordinación de lo femenino
se transfiere a la naturaleza, que se ve como algo femenino (“la madre naturaleza”) con lo cual las
mujeres están asociadas más estrechamente. Así pues, la dominación de la naturaleza acompaña a la
dominación de las mujeres, y así como se explota a las mujeres en interés de los hombres, lo mismo
se hace con la naturaleza.
Si las formas de razonamiento que acompañan a la jerarquía y la dominación son la causa de la
destrucción del entorno, ¿qué debe sustituirlas? Los ecologistas sociales como Bookchin han afir-
mado que los seres humanos deben verse a sí mismos como guardianes de la naturaleza, no como
amos que deben dominar a la naturaleza. Algunos feministas han argumentado que las mujeres deben
tratar de lograr una cultura “andrógina” que erradique los papeles tradicionales de los sexos y haga
127 Murray Bookchin, Defending the Earth: A Dialogue Between Murray Bookchin and Dave Foreman, ed. Steve Chase
(Boston: South End Press, 1991), p. 58.
128 Karen J. Warren, “The Power and Promise of Ecological Feminism”, Environmental Ethics 12 (Verano de 1990), p.
126
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 254
desaparecer la distinción entre “femenino” y “masculino” que justifica una dominación destructiva
de la naturaleza. Muchos ecofeministas han alegado que más bien lo que hay que hacer es tratar de
“remediar los problemas ecológicos y de. otro tipo mediante la creación de una ‘cultura de mujeres’
alternativa. . . basada en la reevaluación, celebración y defensa de lo que el patriarcado ha devaluado,
incluido lo femenino, la naturaleza no humana, el cuerpo y las emociones”129 . En particular, ase-
guran algunos, es preciso que la perspectiva “masculina” destructora de dominación y jerarquía sea
sustituida por la perspectiva “femenina” del cuidado.
Desde el punto de vista de una ética del cuidado, la destrucción de la naturaleza que ha acom-
pañado a las jerarquías masculinas de dominación debe ceder el paso ante el cuidado y fomento de
nuestras relaciones con la naturaleza y los seres vivos. Nell Noddings, una partidaria feminista de la
ética del cuidado, afirma que “Cuando mí cuidado se dirige hacia los seres vivos, debo considerar su
naturaleza, formas de vivir, necesidades y deseos. Y aunque nunca puedo lograrlo a la perfección,
trato de captar la realidad del otro”130 . Aunque Noddings sostiene que las exigencias del cuidado se
extienden sólo a las partes de la naturaleza que están vivas y con las que uno está relacionado di-
rectamente, otros han extendido la ética del cuidado de modo que abarque las relaciones con toda la
naturaleza. Por ejemplo, Karen Warren, al hablar de la relación que una persona puede tener con una
roca o una montaña que está escalando, hace hincapié en la diferencia de actitudes y conductas hacia
una roca cuando uno está “tratando de llegar a la cima” y cuando uno se ve a sí mismo corno “amigo
de” o “interesado en” la roca que está trepando.
Los ecofeministas como Warren sostienen que, si bien los conceptos de utilitarismo, derechos y
justicia tienen un papel limitado que desempeñar en la ética ambiental, una ética ambiental apropiada
también debe tomar en cuenta en un papel central los puntos de vista de una ética del cuidado. La
naturaleza se debe ver como un “otro” por el cual uno puede sentir cuidado, y con el que uno tiene
una relación que se debe nutrir y cuidar. La naturaleza no se debe ver como un objeto que ha de
dominarse, controlarse y manipularse.
Aunque los enfoques ecofeministas hacia el entorno son interesantes, todavía no queda claro
cuáles podrían llegar a ser sus implicaciones específicas. Estos enfoques son demasiado recientes
como para haberse expresado cabalmente. No obstante, las deficiencias de los enfoques utilitarista y
basado en derechos hacia el entorno podrían estimular un desarrollo mucho más completo de esos
enfoques en el futuro cercano.
129 Val Plumwood, “Current Trends in Ecofeminism”, The Ecologist, vol. 22, núm. 1 (enero/febrero de 1992), p. 10.
130 Nell Noddings, Caring, A Feminine Approach to Ethics and Moral Education, (Berkeley: University of California
Press, 1984), p. 14.
131 Karen J. Warren,”The Power and the Promise of Ecological Feminism”, en Christine Pierce y Donald VanDeVeer,
People, Penguins, and Plastic Trees, Basic Issues in Environmental Ethics, 2a. ed. (Belmont, CA: Wadsworth, 1995), pp.
218 y 223.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 255
pero no puedo golpearlas, castigarlas, lastimarlas ni tratarlas indebidamente. La gente futura sólo
existe en la imaginación, y no podemos actuar sobre entidades imaginarias de forma alguna, como
no sea en la imaginación. Así mismo, no podemos decir que la gente del futuro posea cosas ahora,
cuando todavía no existen para poseerlas. Puesto que existe la posibilidad de que las generaciones
futuras nunca vayan a existir, no pueden “poseer” derechos.
En segundo lugar, si las generaciones futuras efectivamente tienen derechos, podríamos llegar a la
absurda conclusión de que debemos sacrificar toda nuestra civilización por su bien135 . Supongamos
que cada una del número infinito de generaciones futuras tuviera un derecho equitativo al abasto
mundial de petróleo. Entonces tendríamos que dividir el petróleo por partes iguales entre todas ellas,
y nuestra porción sería de unos cuantos litros cuando más. Entonces estaríamos en la posición absurda
de tener que “clausurar” toda nuestra civilización occidental para que cada persona futura pueda
poseer unos cuantos litros de petróleo.
En tercer lugar, podemos decir que alguien tiene un derecho dado sólo si sabemos que ese al-
guien tiene cierto interés, el cual ese derecho protege. A fin de cuentas, el propósito de un derecho
es proteger los intereses del derecho-habiente. Sin embargo, prácticamente no tenemos idea de qué
intereses van a tener las generaciones futuras. ¿Qué deseos van a tener ellas? Los hombres y mujeres
del futuro podrían “fabricarse” genéticamente sobre pedido, con deseos, placeres y necesidades in-
conmensurablemente distintos de los nuestros. ¿Qué tipos de recursos requerirá la tecnología futura
para satisfacer esos deseos? La ciencia podría encontrar tecnologías para crear productos a partir de
materias primas que tenemos en abundancia -los minerales del agua de mar, por ejemplo- y podría
encontrar fuentes de energía potencialmente ilimitadas, como la fusión nuclear. Además, las genera-
ciones futuras podrían crear sustitutos abundantes y de bajo costo para los recursos escasos que ahora
necesitamos. Puesto que no tenemos certeza alguna en lo tocante a estas cuestiones, tendremos que
permanecer en la ignorancia respecto a los intereses que las generaciones futuras van a querer prote-
ger (¿quién podría haber adivinado hace 80 años que las menas de uranio algún día se considerarían
un “recurso” en el cual la gente tendría interés?). Por tanto, no podernos saber qué derechos podría
tener la gente del futuro136 .
Si estos argumentos son correctos, entonces en la medida en que haya incertidumbre acerca de si
las generaciones futuras van a existir o no, y cómo serían, esas generaciones no tendrán derechos. Sin
embargo, no se sigue que no tengamos obligaciones hacia ninguna generación futura, ya que nuestras
obligaciones podrían tener otras bases.
lo que ellos se sentirían con derecho a reclamar a sus predecesores inmediatos. Así pues,
si ellos se imaginan ser padres, por ejemplo, deben determinar qué tanto apartarían para
sus hijos, pensando en lo que ellos se sentirían con derecho a reclamar a sus propios
padres137 .
En general, asegura Rawls, este método para determinar lo que generaciones anteriores deben a
generaciones posteriores según la justicia, lleva a la conclusión de que lo que la justicia exige de
nosotros es simplemente que entreguemos a la siguiente generación una situación que no sea peor
que la que recibimos de la generación que nos precedió:
La justicia, entonces, exige que entreguemos a nuestros sucesores inmediatos un mundo que no
esté en peores condiciones que el que recibimos de nuestros antepasados139 .
Las exigencias del cuidado que surgen de una ética del cuidado también sugerirían políticas de
conservación similares a las que propone la perspectiva de justicia de Rawls. Si bien la mayoría de la
gente aceptaría que tiene una relación de cuidado y preocupación muy directa con la generación que
sigue inmediatamente a la suya, no existe semejante relación directa con generaciones más distantes
y por ende más abstractas. Por ejemplo, la generación que sigue inmediatamente a la nuestra consiste
en nuestros propios hijos. Como hemos visto, las exigencias del cuidado implican que debemos in-
tentar ver las cosas desde la perspectiva de aquellos con quienes tenemos tales relaciones directas,
y que debemos intentar atender sus necesidades específicas. Un cuidado así implicaría que debemos
heredar a la generación que nos sigue inmediatamente al menos un mundo que no sea peor que el que
recibimos.
Algunos razonamientos utilitarios también apoyan la conclusión de Rawls. Por ejemplo, Robin
Attfield, un utilitarista, argumenta que el utilitarismo favorece lo que él llama el “principio lockeano”
de que“todos debemos dejar suficiente y de la misma calidad para otros”140 . En la interpretación de
Attfield, este principio implica que cada generación debe dejar para generaciones futuras un mundo
cuya “capacidad de producción” no sea menor que la del mundo que esa generación recibió de gen-
eraciones anteriores141 . Es decir, cada generación debe dejar un mundo no menos productivo que el
137 John Rawls, A Theory of Justice (Cambridge: Harvard University Press, 1971), p. 289.
138 Ibíd. , pp. 285 y 288.
139 Entre los autores que prefieren a Rawls en su tratamiento de nuestras obligaciones hacia las generaciones futuras están
R. y V. Routley, “Nuclear Energy and Obligations to the Future”, Inquiry, 21 (1.978): 133-79; K. S. Shrader-Frechette,
Nuclear Power and Public Policy (Dordecht, Boston and Londres: Reidel, 1980); E Patrick Hubbard, “Justice, Limits to
Growth, and an Equilibrium State”, Philosophy and Public Affairs, 7 (1978): 326-45; Victor D. Lippit y Koichi Hamada,
“Efficiency and Equity in Intergenerational Distribution”, en Dennis Clark Pirages ed., The Sustainable Sociery (Nueva
York y Londres: Praeger Publishers, Inc., 1977), pp. 285-99. Sin embargo, todos estos autores introducen modificaciones
a la postura de Rawls.
140 Attfield adopta este “principio lockeano” de G. Kavka, ibíd.
141 Attfield, The Ethics of Environmental Concern, pp. 107-10.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 258
que encontró. Attfield sugiere que dejar el mundo con la misma “capacidad de producción” no nece-
sariamente implica dejar el mundo con los mismos recursos. Más bien, el mantenimiento del mismo
nivel de producción se puede lograr mediante conservación, reciclaje o innovación tecnológica.
Otros utilitaristas han llegado a conclusiones un poco diferentes pero por lo demás similares
apoyándose en otros principios utilitaristas básicos. Los utilitaristas han argumentado que cada gen-
eración tiene la obligación de maximizar las consecuencias benéficas futuras de sus acciones y mini-
mizar sus consecuencias perjudiciales futuras142 . Sin embargo, los utilitaristas han afirmado que esas
consecuencias futuras deben ”descontarse” (recibir menos peso) en proporción a su incertidumbre y
su distancia en el futuro143 . Juntos, estos principios utilitaristas implican que al menos tenemos la
obligación de evitar las prácticas cuyas consecuencias dañinas para la generación que nos sigue in-
mediatamente con toda seguridad serán mayores que las consecuencias benéficas que nuestra propia
generación deriva de ellas. Por otra parte, nuestra responsabilidad hacia generaciones futuras más
distantes es menor, sobre todo en la medida en que somos incapaces de prever qué efectos tendrán
nuestras acciones actuales sobre ellas porque no sabemos qué necesidades o tecnologías van a tener.
Por desgracia, no podemos depender de que los mecanismos del mercado (es decir, los aumen-
tos de precios) aseguren que los recursos escasos se conserven para las futuras generaciones144 . El
mercado sólo registra las demandas efectivas de los participantes actuales y la oferta real que está
disponible actualmente. Los mercados “descuentan” tan drásticamente las necesidades y demandas
de las generaciones futuras, así como las escaseces potenciales en el futuro lejano, que prácticamente
no afectan a los precios145 . William Shepherd y Clair Wilcox resumen las razones por las que las
decisiones privadas representadas en los mercados y los precios de mercado no toman en cuenta la
futura escasez de recursos:
1. Múltiple acceso Si varios extractores individuales pueden usar un recurso, es inevitable que
el acceso compartido agote el recurso con demasiada rapidez. . . Como en el caso de las varias
personas que tienen pajillas en una sola leche malteada, el interés privado de cada propietario
es extraer la leche lo más rápidamente que pueda. . .
2. Preferencias de tiempo y miopía Las compañías a menudo tienen horizontes de tiempo cor-
tos, por las tensiones de la competencia comercial a las que están sometidas. Esto podría sub-
representar los legítimos intereses de las generaciones futuras. . .
3. Pronósticos insuficientes Los usuarios actuales podrían no prever los sucesos futuros. Esto
podría reflejar una falta de interés en la investigación y de suficiente capacidad para discernir
los cambios futuros. . .
4. Influencias especiales Impuestos específicos y otros incentivos podrían fomentar un uso exce-
sivamente rápido de los recursos. . .
5. Efectos externos Existen influencias externas importantes en el uso de muchos recursos, que
hacen que los usuarios privados hagan caso omiso de la contaminación y otros costos externos
considerables. . .
142 J. Brenton Steams, “Ecology and the Indefinite Unbom”, Monist, 56, núm. 4 (octubre de 1972): 612-25; Jan Narveson,
Obligations to Future Generations (Philadelphia: Temple University Press, 1978), pp. 74-90; pero vea Kavka, Ibíd., quien
argumenta en contra de descontar.
144 Passmore, Mans Responsibility for Nature, p. 85.
145 Joan Robinson, Economic Philosophy (Londres: Penguin Books, 1966), p. 115.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 259
6. Distribución Por último, las decisiones de mercado privadas se basan en el patrón existente de
distribución de la riqueza y el ingreso. Cuando los usuarios de recursos votan aprovechando
su poder económico, la demanda del mercado refleja de manera más marcada los intereses y
preferencias de los ricos146 .
Así pues, las únicas formas de ahorrar para el futuro parecen ser políticas de conservación volun-
tarias (o impuestas políticamente).
En términos prácticos, el punto de vista de Rawls implica que aunque no debemos sacrificar los
avances culturales que hemos logrado, debemos adoptar medidas voluntarias o legales para conser-
var los recursos y beneficios ambientales que podemos suponer, de manera razonable, que nuestra
posteridad inmediata va a necesitar para vivir vidas con una diversidad de opciones disponibles com-
parable, al menos, con la nuestra. En particular, esto implicaría que debemos preservar la vida silvestre
y las especies en peligro de extinción; que debemos tomar medidas para asegurar que la rapidez de
consumo de los combustibles fósiles y minerales no siga aumentando; que debemos reducir nuestro
consumo y producción de los bienes que dependen de recursos no renovables; que debemos reciclar
los recursos no renovables; que debemos buscar sustitutos de los materiales que se están agotando
con demasiada rapidez.
p. 152; vea también Herman E. Daly, Steady-State Economics (San Francisco; W. H. Freeman & Company, Publishers,
1977); Herman E. Daly, ed., Economics, Ecology, and Ethics (San Francisco: W. H. Freeman & Company, Publishers,
1980); Robert L. Stirers, The Sustainable Society: Ethics and Economic Growth (Filadelfia: Westminster Press, 1976), y
Lester R. Brown, Building a Sustainable Society (Nueva York: W. W. Norton & Co., Inc., 1981).
149 Vea, por ejemplo, Wilfred Beckerman, In Defense of Economic Growth (Londres: Jonathan Cape, 1974); Rudolph
Klein, “The Trouble with Zero Economic Growth”, New York Review of Books (abril de 1974); Julian L. Simon, The
Ultimate Resource (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1981).
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 260
Limits to Growth (Nueva York: Universe Books, 1973); William Nordhaus, “World Dynamics: Measurement Without
Data”,Economic Journal, 83 (diciembre de 1973): 1156-83; Herman Kahn, William Brown y Leon Martel, The Next 200
Years (Nueva York: William Morrow & Company, Inc., 1976); Charles Mauxice y Charles W. Smithson, The Doomsday
Myth (Stanford: Hoover Institution Press, 1984); y Piers Blaikie, “The Use of Natural Resources in Developing and
Developed Countries”, en R. J. Johnston y R J. Taylor, A World in Crisis (Cambridge, MA: Basil Blackwell, 1989), pp.
125-150.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 261
Figura 5.5: El modelo mundial “estándar” supone que no habrá cambios importantes en las relaciones
físicas, económicas o sociales que históricamente han regido el desarrollo de] sistema mundial. Todas
las variables que aquí se grafican siguen los valores históricos de 1900 a 1970. Los alimentos, la
producción industrial y la población crecen exponencialmente hasta que la rápida disminución en la
base de recursos obliga a frenar el crecimiento industrial. A causa de los retrasos naturales del sistema,
tanto la población como la contaminación siguen aumentando durante cierto tiempo después de que
la industrialización ha iniciado su decadencia. El crecimiento de la población finalmente se detiene
por el aumento en la tasa de defunciones causada por la reducción en los alimentos y los servicios
médicos. Fuente: Donella H. Meadows et al., The Limits to Growth (Nueva York: Universe Books,
1974), pp. 123-24). Reproducción autorizada por Universe Books.
posible poner en duda todos estos supuestos. Aunque es indudable que las generaciones futuras van
a tener una cantidad menor de los recursos naturales de los que dependemos, no podemos conocer
con exactitud el impacto que esto tendrá sobre ellas. Tal vez el impacto no sea tan catastrófico como
indican los pronósticos del Club de Roma157 . Sin embargo, tampoco podemos suponer que el impacto
será del todo benigno158 . Como sugiere la cita del Worldwatch Institute Report con que iniciamos
este capítulo, muchos observadores están llegando a la conclusión de que en lo esencial el Club de
Roma está en lo correcto. Dadas las incertidumbres extremas de esta situación es evidente que por lo
menos debemos comprometemos con la conservación. Si es necesaria o no una transformación total
de nuestra economía para que la civilización sobreviva es una pregunta difícil y perturbadora que tal
vez pronto tengamos que contestar.
Algo que causa igual preocupación son las dudas morales que surgen en relación con la distribu-
ción de los cada vez más escasos recursos energéticos entre los pueblos del mundo. Estados Unidos
es la nación más rica y el más grande consumidor de energía. El 6 % de la población mundial que vive
en Estados Unidos consume el 35 % del abasto anual de energía del planeta, mientras que el 50 % de
la población mundial que vive en naciones menos desarrolladas debe conformarse con cerca del 8 %
de su abasto energético. De hecho, cada estadounidense consume quince veces más energía que un
157 En un estudio más reciente, el Club de Roma ha moderado sus predicciones; vea Donella H. Meadows et al., The
Limits to Growth, 2a. ed. (Nueva York: Universe Books, 1974).
158 Helibroner, The human Prospect.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 262
sudamericano nativo, 24 veces más que un asiático nativo y 31 veces más que un africano nativo.
Las elevadas tasas de consumo energético de los estadounidenses no corresponden a tasas igual-
mente altas de producción de energía. De hecho, el consumo energético de Estados Unidos está sub-
sidiado por otros países, en particular por el Caribe, el Medio Oriente y África. Es decir, hay un flujo
neto de energía que sale de estas poblaciones menos consumidoras hacia la población de alto con-
sumo de Estados Unidos. Además, los estadounidenses gastan una buena parte del abasto de energía
del que disponen en usos no indispensables (productos que no necesitan, viajes innecesarios, comodi-
dades en el hogar y confort) mientras que las naciones más ahorradoras tienden a usar su abasto para
satisfacer necesidades básicas (alimentos, ropa, vivienda).
En vista de la inminente escasez de recursos energéticos, estas comparaciones por fuerza ha-
cen surgir la pregunta de si una nación de alto consumo tiene alguna justificación moral para seguir
apropiándose para su uso los recursos de energía de otros países más ahorradores que son demasiado
débiles económicamente para usar esos recursos o demasiado débiles militarmente para protegerlos.
Es obvio que cualquier intento por contestar esta pregunta requiere una indagación detallada de la
naturaleza de los sistemas sociales, económicos y políticos del mundo, la cual rebasa el alcance de
este libro. No obstante, los sucesos tal vez nos obliguen a enfrentar en poco tiempo esa pregunta159 .
3. Compare y contraste los puntos de vista de (a) una ética ecológica; (b) la ética de derechos
ambientales de Blackstone y (e) una ética utilitarista de control de la contaminación. ¿Qué
perspectiva le parece más apropiada? Explique su respuesta.
4. ¿Está de acuerdo con las aseveraciones de que (1) las generaciones futuras no tienen derechos
y (2) las generaciones futuras hacia las que tenemos obligaciones en realidad sólo incluyen la
generación que nos seguirá inmediatamente? Explique su respuesta. Si no está de acuerdo con
estas afirmaciones, exprese su propio punto de vista y presente argumentos de apoyo.
5. En su opinión, ¿expertos del gobierno son quienes deben tomar las decisiones importantes en
materia de contaminación y agotamiento de recursos (sobre todo política energética)? ¿Expertos
científicos? ¿Todo el mundo? Presente argumentos morales para apoyar su opinión.
6. “Cualquier ley en materia de contaminación es injusta porque es inevitable que viole los dere-
chos de libertad y propiedad de las personas”. Analice esta afirmación.
159 Si desea leer acerca de la relación entre el uso de recursos del entorno y la dispareja distri bución de la riqueza
mundial, vea Willy Brandt, North-South: A Program for Survival (Cambridge: MIT Press, 1980).
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 263
7. En su libro Energy Future, R. Strobaugh y D. Yerguin aseguran que en el debate sobre la energía
nuclear, la síntesis de las diferentes opiniones acerca de cómo manejar la incertidumbre, de qué
tanto riesgo es aceptable o de qué tan seguro es “bastante seguro”, requieren juicios en los que
los valores desempeñan un papel tan importante como los datos científico? (p. 100). Comente
esta afirmación.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 264
1, 27.
2 Keith Ervin, Fragile Majesty: The Battle for North American Last Great Forest (Seattle WA: The Mountaineers,
1989), p. 10.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 265
más común y representaba más del 60 % de la tala en bosques nacionales. Esto había causado varios
problemas ecológicos, como erosión de los suelos y destrucción de vida silvestre.
Como resultado de los problemas ambientales causados por la tala total, el Congreso aprobó
leyes en la década de 1970 que limitaban el uso de la tala total a superficies pequeñas de menos
de cien acres. Aunque estas leyes limitaban los daños, muchos ecologistas pensaban que no protegía
debidamente los bosques que la industria maderera quería destruir, principalmente los bosques de
árboles viejos del Pacífico Noroccidental.
Estos bosques son diferentes de los de otras regiones de Estados Unidos. Casi todos los bosques
de ese país son de crecimiento secundario, es decir, bosques que crecen después de que se talan los
bosques de árboles viejos o bosques antiguos. Después de cerca de un siglo de crecimiento, las copas
de los árboles de los bosques de crecimiento secundario forman un techo muy cerrado que bloquea
la luz del sol. La falta de luz impide el crecimiento de matorrales que la vida silvestre necesita como
alimento. Los biólogos creen que lo mejor es talar los bosques de crecimiento secundario cada 80-
120 años para que la luz del sol pueda penetrar. Se cree que este proceso de rotación es necesario
para sostener la vida silvestre y, por tanto, se considera una política ecológica racional. Los bosques
de árboles viejos, en cambio son bosques que nunca han sido talados. A diferencia de los bosques
de crecimiento secundario, las copas de los árboles de los bosques antiguos forman una trama más
abierta. Esto permite a la luz del sol llegar al suelo y nutrir un ecosistema rico y diverso. Por ello, la
mejor política ecológica para preservar el hábitat de bosque antiguo es no tocar para nada el bosque3 .
En los años ochenta, grupos ecologistas comenzaron a concentrar su atención en los peligros que la
destrucción de estos bosques representaba para la existencia de la Lechuza Manchada Septentrional.
Aunque no había leyes que protegieran de forma adecuada los bosques de árboles viejos, sí había
leyes que protegían a las especies amenazadas. Si los ecologistas podían demostrar que los bosques
de árboles viejos eran indispensables para proteger a una especie amenazada, sería posible proteger
los bosques amparándose en la ley de Especies Amenazadas.
El Congreso había aprobado la Ley de Especies Amenazadas en 1973. Esta ley estaba diseñada
para evitar la extinción de especies en todo el mundo y obligaba al U.S. Fish and Wildlife Service y al
National Marine Fisheries Service a compilar listas de especies y subespecies en peligro de extinción
o amenazadas con peligro de extinción. Una vez que una especie se clasifica como en peligro de
extinción, las dependencias mencionadas tienen la obligación de hacer todo lo que sea necesario para
proteger los individuos que quedan y su hábitat. La redacción de la Ley de Especies Amenazadas
de 1973 la convertía en una ley muy potente porque daba a la protección de especies en peligro de
extinción prioridad sobre todas las demás actividades del gobierno4 . Aunque la ley fue enmendada en
1978, sigue proporcionando gran protección a las especies amenazadas.
Los biólogos habían descubierto que la Lechuza Manchada Septentrional prefiere y medra de
forma óptima en los hábitat boscosos de árboles viejos de las regiones costeras de los estados de
Washington, Oregon y el norte de California. Los bosques de árboles viejos ofrecen a la lechuza un
entorno propicio para su supervivencia. La espesa vegetación proporciona sitios para anidar y posarse
que protegen a la lechuza de depredadores como el gran búho cornudo. El bosque de árboles viejos
también crea un clima propicio para la supervivencia de la lechuza y suministra abundantes cantidades
de su alimento primario. Los científicos creen que la tala de los bosques de árboles viejos explica
la merma en las poblaciones de lechuzas en años recientes. En 1987 los ecologistas solicitaron al
Departamento del Interior que incluyera a la Lechuza Manchada Septentrional en la lista de especies
3 Vea Roger L. DiSilvestro, Reclaiming the Last Places: A New Agenda for Biodiversity (Nueva York: John Wiley &
Sons, Inc., 1993), p.79-82.
4 Rockey Barker, Saving All The Parts (Washington, D.C.: Island Press, 1993), p.20.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 266
de las sierras como resultado de la táctica8 . Los taladores de Louisiana Pacific estaban en el frente
mismo de la batalla de clavado de árboles.
Louisiana Pacific Corporation (Louisiana Pacific) se incorporó inicialmente como subsidiaria de
propiedad total de la Georgia Pacific Corporation en julio de 1972, y se convirtió en una compañía
pública independiente en diciembre de ese año como parte de un arreglo antimonopolios entre Georgia
Pacific y la Federal Trade Commission que obligó a Georgia-Pacific a desprenderse del 20 % de sus
activos9 .
La separación de Georgia Pacific creó dos desventajas competitivas para Louisiana Pacific. Primera,
dado que Georgia-Pacific se quedó con la mayor parte de sus propiedades silvícolas, Louisiana Pacific
se vio obligado a comprar casi todos sus árboles en el mercado abierto, lo que hacía a la compañía
vulnerable a los ciclos del mercado. Segunda, como resultado de la desinversión de Georgia Pacific,
Louisiana Pacific perdió acceso a los extensos canales de distribución de Georgia Pacific de los que
antes había disfrutado.
A fin de compensar su relativa escasez de árboles y productos de madera en comparación con
otros fabricantes, Louisiana Pacific se concentró en crear productos de madera elaborados con ár-
boles menos costosos y de más rápido crecimiento. La compañía comenzó a fabricar aglomerados
(introducidos como “Wafferwood” y posteriormente llamada “Inner-Seal”[sello interior]) a fines de
los años setenta. El aglomerado ofrece una alternativa menos costosa y con mayor resistencia mecáni-
ca a las hojas de triplay. El triplay se fabrica separando chapas de árboles de diámetro grande, como
pino o abeto Douglas, y uniendo con pegamento las chapas bajo presión. El aglomerado se elabora
con árboles “herbáceos” de diámetro pequeño, menos costosos y de más rápido crecimiento, como el
álamo de Virginia. El aglomerado se fabrica aserrando troncos delgados (que pueden tener diámet-
ros de tan sólo 5 cm) para obtener obleas, mezclando las obleas con resina y prensándolas después
para formar láminas. El aglomerado es tan fuerte como el triplay, más uniforme, y cerca de un 15 %
más barato al mayoreo. La Waferwood no sólo redujo la dependencia de Louisiana Pacific de árboles
ajenos, aminorando su desventaja competitiva en la industria, sino que también protegió a la com-
pañía contra escaseces de otros tipos de árboles. Al usar árboles “herbáceos” pequeños, jóvenes y de
rápido crecimiento en lugar de árboles grandes, viejos y de lento crecimiento, la compañía redujo su
uso de los árboles que a los ecologistas más les interesaba preservar. El producto funcionaba bien en
pisos y dentro de las casas. Sin embargo, en 1985 la compañía decidió comercializarlo como material
para paredes exteriores, decisión que la compañía lamentaría diez años después.
A fin de subsanar su carencia de canales de distribución, Louisiana Pacific adquirió varios cen-
tros de materiales de construcción de Lone Star Industries en 1979. Esta adquisición proporcionó a
Louisiana Pacific los canales que tanto necesitaba para distribuir sus productos.
En 1986, Louisiana Pacific duplicó casi sus propiedades silvícolas gracias a dos importantes
adquisiciones. La compañía adquirió Kirby Forest Industries y también compró la propiedad californi-
ana de la Timber Realization Company. Estas adquisiciones incrementaron las propiedades silvícolas
de Louisiana Pacific en aproximadamente 830,000 acres.
Menos de una semana después del accidente de George Anderson en mayo de 1987, Louisiana
Pacific ofreció una recompensa de 20,000 dólares por información que condujera a la aprehensión
de la persona que había clavado el árbol. El clavado de árboles estaba creando publicidad negativa
para Earth First, y el accidente de George Anderson intensificó la creciente objeción del público a las
actividades de Earth First. Después del accidente, Dave Foreman respondió a la prensa declarando,
8 JudiBari, Timber Wars (Monroe Maine: Common Courage Press, 1994), p. 272.
9 Joan Harpham y Sand Schusteff, “Louisiana Pacific Corporation”, en International Directory of Company Histories,
v. IV (Chicago, IL: St. James Press, 1991), pp. 304-5.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 268
“Es lamentable que este trabajador haya sido lesionado y le deseo lo mejor. Sin embargo, la verdadera
destrucción y lesión es la que Louisiana Pacific y el Servicio Forestal están perpetrando al liquidar
los bosques de árboles viejos”10 .
En 1988, el congresista Bob Smith de Oregon condenó el clavado de árboles como “una versión
ecologista radical de colocar navajas de rasurar en dulces de la Noche de Brujas”11 . El mismo año, el
senador de Idaho James MeClure añadió una cláusula a un proyecto de ley antidrogas que convertía
el clavado de árboles en un delito federal grave.
Para 1990, la disensión dentro de Earth First y las presiones externas estaban haciendo que se
desmembrara la organización. El Earth First Journal dejó de publicarse en di ciembre de 1990, y
muchos de los líderes se separaron de Earth First para fundar sus propias organizaciones. En 1991,
en su libro Confessions of an Eco-Warrior, Dave Foreman declaró que había dejado de pertenecer
al movimiento Earth First. Aunque los activistas ecológicos radicales siguieron clavando árboles y
perpetrando otras formas de sabotaje ecológico, el movimiento Earth First ya no tenía la fuerza que
otrora había tenido.
Como resultado de la regulación ecológica, la escasez de árboles que cosechar en bosques tanto
privados como públicos siguió aumentando en 1988. Louisiana Pacific siguió expandiendo su línea de
productos Inner-Seal que no depende de los árboles viejos. A medida que aumentó la dificultad para
cosechar árboles viejos, los productos Inner-Seal de Louisiana Pacific se volvieron más competitivos.
La compañía estaba diseñando todos sus productos nuevos pensando en las restricciones ecológicas
que cada vez eran más estrictas. En 1988, uno de los productos nuevos que Louisiana Pacific estaba
desarrollando era una línea de vigas de sección 1 diseñadas por ingeniería y fabricadas con Aglomera-
do Inner-Seal, para usarse como soportes de pisos y techos. La compañía terminó el año con utilidades
de 135 millones de dólares sobre ventas de 1,800 millones de dólares.
Como parte de su política ecológica global, Louisiana Pacific había plantado más de 500 millones
de arbolitos de diversas especies para fines de los años ochenta. La compañía también estaba realizan-
do investigaciones para determinar cuál era la forma más eficiente de producir la mayor cantidad de
fibra de madera en el menor tiempo posible. Louisiana Pacific había implementado un programa de
aprovechamiento total empleando equipo especializado para talar que podía recoger las puntas de los
árboles, las ramas y otros residuos que normalmente se desperdiciarían pero que la compañía podía
incorporar en sus propios productos de madera diseñados por ingeniería.
A fines de los años ochenta, los grupos ecológicos de la corriente principal estaban peleando sus
batallas en las cortes y en la capital de Estados Unidos. En 1987 Greenworld, un grupo ecologista de
Massachusetts, presentó una petición al Fish and Wildlife Service para que incluyera a la Lechuza
Manchada Septentrional como especie en peligro de extinción. The Sierra Club presentó una deman-
da legal contra la decisión de no clasificar a la lechuza como especie en peligro. En mayo de 1988
una corte dictaminó que el Departamento del Interior había actuado de forma arbitraria y caprichosa
y ordenó una revisión de su decisión. En marzo de 1989 la Seattle Audubon Society presentó una de-
manda legal contra el Forest Service y el Bureau of Land Management acusándolos de malversación
de tierras públicas12 . Por fin, en junio de 1990, después de acalorados debates y de muchas batallas
legales de ambas partes, el U.S. Fish and Wildlife Service incluyó a la Lechuza Manchada Septentri-
onal en la lista de especies amenazadas. Una vez tomada esa decisión, cerca de 7 millones de acres de
bosques federales y estatales que previamente estaban abiertos a la explotación quedaron protegidos.
10 Daale Champion, “Tree Sabotage Claims Its First Bloody Victim”, San Francisco Chronicle, 15 de mayo de 1987, p.
1A
11 Judi Bari, p. 275.
12 Roger L. DiSilverstro, Reclaiming the Last Places (Nueva York: John Wiley & Sons, 1993), p.86.
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 269
Analistas de la industria estimaron que las tierras que antes habían estado disponibles y ahora estaban
protegidas representaban cerca del 25 % del total en el Pacífico Noroccidental y cerca del 11 % del
total nacional13 .
Los principales productores de madera y productos para la construcción obtuvieron excelentes
utilidades en 1992 como resultado de la escasez de árboles creada por el movimiento ecologista, lo
cual elevó los precios. Los precios de los productos subieron aún
más tanto por el aumento en la demanda de productos de la construcción como resultado de la
mejoría gradual de la economía estadounidense en 1992, como por la reducción en la oferta de madera
causada por las restricciones federales de la tala. Sin embargo, aunque la subida de los precios ayudó
a las compañías que tenían grandes propiedades silvícolas privadas, acabó con los aserraderos que
dependían mucho del abasto proveniente de bosques federales.
Corno resultado de sus innovadoras líneas de productos y técnicas de tala, y a pesar de lo reducido
de sus propiedades silvícolas en comparación con las de sus competidores, en 1992 Louisiana Pacif-
ic tuvo el mayor margen de ganancias de todas las compañías de productos madereros. Ese año la
compañía obtuvo utilidades de 177 millones de dólares sobre ventas de 2,185 millones de dólares,
A fines de 1992, Louisiana Pacific Corporation celebró su vigésimo aniversario. Las ventas de
la compañía en 1992 establecieron un récord. Este elevado nivel de ventas en 1992 fue sostenido
tanto por un incremento en la demanda de sus productos de construcción como por el aumento en los
precios de los productos.
La estrategia de Louisiana Pacífic de hacer hincapié en los productos para construcción inno-
vadores elaborados con fuentes de madera abundantes no implicadas en controversias, confirió a la
compañía una ventaja competitiva en la industria. De hecho, las crecientes restricciones ecológicas
sobre la tala estaban operando a favor de Louisiana Pacific, a diferencia de muchas otras compañías de
la industria. A medida que otros competidores se vieron obligados a reducir la producción de produc-
tos de construcción tradicionales como resultado de la escasez de madera, aumentó la demanda por
los productos no tradicionales de Louisiana Pacific, cuya participación en el mercado creció de forma
constante. Además, Louisiana Pacific: estaba aprovechando las crecientes ventajas de costo de sus
productos. Por ejemplo, en 1992 el costo de los troncos para triplay comprados en el mercado abierto
aumentó en hasta un 25 %, mientras que el costo de la madera para el aglomerado sólo aumentó en
un 7 %. Estos factores contribuyeron al éxito de la línea de productos Inner-Seal de Louisiana Pacific
que incluían paneles de construcción de tabla Strand aglomerada, revestimientos exteriores, molduras
y soportes con perfil 1 diseñados por ingeniería. Los productos Inner-Seal representaron más de la
mitad de las utilidades operativas de Louisiana Pacific en 1992. Así pues, mientras que las ventas de
pulpa habían bajado como resultado del deficiente mercado de la pulpa a nivel mundial, el alto nivel
de ventas y utilidades en los productos para construcción fue la base del excelente desempeño de
Louisiana Pacific en 1992.
El control de la contaminación en sus fábricas de pulpa había surgido como otro problema ambien-
tal de Louisiana Pacific, pero en este caso la compañía no estaba tan bien preparada. Los reglamentos
en materia de contaminación que rigen a las fábricas de pulpa y papel están orientadas hacía la cali-
dad del agua, la calidad del aire y los desechos sólidos. En los años noventa Louisiana Pacific se vio
envuelta en pleitos legales y tuvo que pagar multas por violar las leyes de contaminación del agua.
Otro problema ecológico que enfrentó Louisiana Pacific: fue el de la contaminación atmosférica.
La Ley del Aire Limpio de 1990 aumentó considerablemente los requisitos en materia de control de
la contaminación del aire en las fábricas de pulpa y papel y las plantas de paneles de madera. En
13 U.S. Industrial Out1ook 1994, 6-1
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 270
1992 Louisiana Pacific recibió notificaciones de violación contra quince de sus plantas, emitidas por
la Environmental Protection Agency. En su informe anual de 1994, Louisiana Pacific señaló como
uno de sus más grandes retos los “cambios constantes en las reglas y reglamentos relacionados con el
entorno”14 .
Sin embargo, ahora Louisiana Pacific enfrenta un tipo de problema distinto. Durante años se
habían escuchado rumores de que su sustituto de madera no podía resistir el tiempo lluvioso cuando se
utilizaba como revestimiento para exteriores. En 1990 varios dueños de casas en Florida se quejaron
de que los revestimientos de la compañía se hinchaban de agua y se deterioraban en la lluvia. Puesto
que el producto tenía una garantía de 25 años, la compañía tendría que pagar perjuicios. En 1993 la
compañía pagó 5 millones de dólares por reclamaciones de revestimientos defectuosos, y 10 millones
de dólares en 1994. En 1995 miles de demandas de propietarios de casas se consolidaron en doce
demandas colectivas contra la compañía, en las cuales se alegaba que el producto era defectuoso y
que la compañía debía reparar las casas que habían utilizado el producto como revestimiento exterior.
Louisiana Pacific llegó a un arreglo por 30 millones de dólares en 1995 para librarse de una demanda.
Los analistas estimaron que su responsabilidad total podría ascender a 300 millones de dólares15 .
Preguntas
1. Evalúe los métodos de Earth First. A la luz de los valores que están en juego, ¿piensa usted que
sus métodos se justifiquen moralmente? Explique su respuesta.
2. Evalúe las decisiones estratégicas de Louisiana Pacific desde el punto de vista de los enfoques
de ética ambiental que se bosquejan en este capítulo. ¿Cuál perspectiva cree usted que arroje
más luz sobre las cuestiones ecológicas que plantea este caso?
3. Se ha dicho que las compañías son combinaciones de bien y mal. ¿Le parece que esta afirmación
sea válida en el caso de Louisiana Pacific? Explique su respuesta.
Jose Mercury News, 1o. de diciembre de 1996, pp. IE, 5E; John W. Wright, ed., The Universal Almanac, 1996, (Kansas
City: Andrews and MeMeel, 1996).
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 271
su mayoría dentro de China, y fabricarse mediante convenios de empresa conjunta entre compañías
chinas y extranjeras. Los expertos esperaban que las plantas para fabricar los nuevos automóviles uti-
lizarían un mínimo de automatización, apoyándose más bien en tecnologías de mano de obra intensiva
que aprovecharan el abundante abasto de mano de obra de ese país. China veía el desarrollo de una
nueva industria automovilística como un paso clave en su esfuerzo por industrializar su economía.
El mercado chino era una oportunidad irresistible para General Motors, Ford y Clirysler, así como
para las principales compañías automovilísticas japonesas, europeas y coreanas. Con una población de
1,200 millones de personas, y tasas de crecimiento económico anuales de dos dígitos, China calculó
que en los 40 años siguientes los ciudadanos chinos comprarían entre 200 y 300 millones de los nuevos
vehículos. Los automóviles ya se habían convertido en un símbolo de una posición acomodada para
la naciente clase media china, y la locura por los coches había llevado a más de 30 millones de chinos
a tomar lecciones para conducir, a pesar del hecho de que el país sólo contaba con 10 millones de
vehículos, en su mayor parte camiones propiedad del gobierno.
Los ecologistas, empero, estaban en contra de la estampida de los fabricantes de automóviles por
responder al llamado del gobierno chino. El mercado mundial de energía, sobre todo el del petróleo,
señalaron los ecologistas, se basaba en parte en el hecho de que China, con su enorme población,
estaba usando niveles relativamente bajos de energía. En 1994 el consumo per cápita de petróleo en
China era únicamente una sexta parte del consumo en Japón y sólo una cuarta parte del consumo
en Taiwán. Si China alcanzara incluso el nivel de consumo por persona modesto de Corea del Sur,
estaría consumiendo dos veces más petróleo que el que Estados Unidos está usando. Estados Unidos
consume actualmente una cuarta parte del abasto total de petróleo del mundo, y casi la mitad de este
petróleo se importa de otros países.
Los críticos señalaron que si China llegara a tener tantos automóviles circulando por persona como
hay en Alemania, el mundo contendría el doble de automóviles de los que contiene actualmente. Por
poco contaminante que sea el diseño del nuevo automóvil, los efectos acumulativos de tantos coches
adicionales sobre el medio ambiente del planeta serían enormes. Incluso automóviles limpios tendrían
que generar grandes cantidades de dióxido de carbono al quemar el combustible, intensificando de
forma importante el efecto de invernadero. Los ingenieros señalaron que sería difícil, si no imposible,
construir un automóvil limpio por menos de 5000 dólares. Tan sólo los convertidores catalíticos, que
disminuyen la contaminación, cuestan 200 dólares por automóvil. Además, las refinerías de petróleo
chinas están diseñadas para producir únicamente gasolina con altos niveles de plomo. Modernizar
todas sus refinerías para elaborar gasolina baja en plomo requeriría una inversión que China no parecía
dispuesta a hacer.
Algunas de las compañías automovilísticas estaban considerando presentar planes para un au-
tomóvil eléctrico, ya que China tiene inmensas reservas de hulla que podría quemar para producir
electricidad. Esto reduciría la necesidad de apoyarse en el petróleo, que China tendría que impor-
tar. Sin embargo, China no cuenta con suficientes plantas eléctricas que quemen carbón, ni con un
sistema de distribución de electricidad que pudiera suministrar energía eléctrica adecuada a un gran
número de vehículos. La construcción de semejante sistema de energía eléctrica requeriría también
una enorme inversión que no parecía interesar mucho al gobierno chino. Además, dado que la hulla es
un combustible fósil, el cambio de un automóvil a base de petróleo, a un automóvil eléctrico basado
en el carbón, también tendría como consecuencia la adición de cantidades sustanciales de dióxido de
carbono a la atmósfera.
Muchos funcionarios del gobierno también estaban preocupados por las implicaciones de que
China se convirtiera en un importante consumidor de petróleo. Si China incrementara su consumo de
petróleo, tendría que importarlo todo de los mismos países que abastecen a otras naciones, lo cual
CAPÍTULO 5. ÉTICA Y MEDIO AMBIENTE 272
crearía grandes riesgos políticos, económicos y militares. Aunque Estados Unidos importa parte de
su petróleo de Venezuela y México, casi todas sus importaciones provienen de Oriente Medio, fuente
de petróleo a la que
China también tendría que recurrir. La creciente demanda de petróleo de Oriente Medio haría
subir considerablemente los precios del hidrocarburo, lo cual tendría fuertes repercusiones en las
economías de Estados Unidos y otras naciones que dependen mucho del petróleo. Funcionarios del
Departamento de Estado de Estados Unidos se preocuparon porque China comenzara a intercambiar
armas por petróleo con Irán o Irak, intensificando los riesgos de importantes confrontaciones militares
en la región. Si China se convirtiera en un importante socio comercial de Irán o Irak, se forjarían lazos
más estrechos entre estos dos grandes centros de poder del mundo no occidental, posibilidad que
también estaba cargada de riesgo. Desde luego, China también podría recurrir al uso de las grandes
reservas de petróleo que se cree yacen bajo Taiwán y otras áreas cercanas a sus costas. Sin embargo,
esto pondría a China en competencia con Japón, Corea del Sur, Tailandia, Singapur, Taiwán, las
Filipinas y otras naciones que ya están utilizando estas fuentes para abastecer sus propias economías
en auge. Muchas de estas naciones, previendo un aumento en las tensiones, ya estaban desviando
fondos hacia sus fuerzas militares, principalmente sus armadas. En síntesis, por lo limitado de las
reservas mundiales de petróleo, parecía probable que un aumento en la demanda aumentara también
el potencial de conflictos.
Preguntas
1. ¿Cree usted que sea incorrecto, desde un punto de vista ético, que las compañías automovilísti-
cas presenten a China planes para producir un automóvil? Explique su respuesta.
2. De los diversos enfoques de ética ambiental que se bosquejan en este capítulo, ¿cuál cree que
arroje más luz sobre las cuestiones éticas que plantea este caso? Explique su respuesta.
3. ¿El gobierno estadounidense debe intervenir de alguna forma en las negociaciones entre las
compañías automovilísticas estadounidenses y el gobierno chino? Explique.
Capítulo 6
Introducción
Consideremos la naturaleza de los productos para consumidor que se describen a continuación:
En 1996 la Food and Drug Administration informó que los productos del tabaco es-
taban matando a 400,000 estadounidenses cada año, más que el síndrome de inmunod-
eficiencia adquirida (SIDA), el alcohol, los accidentes automovilísticos, los asesinatos,
los suicidios, las drogas prohibidas y los incendios combinados. Ahora que sus mercados
tradicionales han dejado de crecer, los fabricantes estadounidenses de cigarrillos Phillip
Morris, R. J. Reynolds y American Brands se han concentrado en nuevas poblaciones.
En diciembre de 1991 el Journal of the American Medical Association publicó estudios
que mostraban que la campaña de dibujos animados con el nombre de Joe Camel, de R.
J. Reynolds, para promover sus cigarrillos Camel estaba incitando fuertemente a niños y
adolescentes a que fumaran2 .
Las campañas de marketing de las tabacaleras se han dirigido también a otros dos
grupos: minorías y mujeres. Los grupos minoritarios de barrios céntricos no tienen tanto
acceso a la educación en materia de salud, son menos conscientes de los riesgos que acar-
rea el fumar. son una población en rápido crecimiento y son especialmente vulnerables
y sensibles a la publicidad dirigida. Las mujeres, que ahora son más independientes y
tienen mayor poder de compra que nunca antes en la historia, son el grupo de fumadores
de más rápido crecimiento, y el cáncer pulmonar ya ha rebasado al cáncer de mama como
la principal causa de muerte por cáncer entre las mujeres.
En octubre de 1996, la Environmental Protection Agency realizó pruebas con varios
herbicidas comunes para prados que contienen compuestos químicos tóxicos y descubrió
que, después de rociar el jardín exterior de una casa, los niveles de contaminación dentro
1 Los lectores que deseen realizar investigaciones sobre asuntos del consumidor a través de Internet podrían recurrir
inicialmente a los sitios Web de las siguientes organizaciones: The National Safety Council (http://wwwnsc.org), el Con-
sumer Product Safety Commission (gopherJ/cpsc.gov); The Consumer Law Page (http://www.alexanderlaw.com); The
Federal Trade Commission (http://wwwftc.gov).
2 Indiana Prevention Resource Center, “Alcohol, Tobacco Campaigns Frequently Aini at Women, Children, Minori-
ties”, Prevention Newsline, primavera de 1992; vea también ’Poll Shows Camel Ads Are Eflective with Kids”, Advertising
Age, 27 de abril de 1992, p. 12.
273
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 274
de la casa eran de 10 a 100 veces mayores que los niveles en el césped3 . Las sustancias,
introducidas en la casa por los pies de las personas y mascotas, pronto se extendían de
manera invisible por los pisos y alfombras. Los bebés y niños que jugaban o gateaban
en las alfombras y pisos contaminados recogían las sustancias con sus manos, ropa y
juguetes, y las transferían a su boca.
Después de estudiar varios casos en los que se alegaba que encendedores de la BIC
Corporation habían lesionado a niños y otras personas, la Corte de Apelaciones de Es-
tados Unidos, Tercer Circuito, dictaminó en 1992 que “tomando todo en cuenta, el el-
evado valor social que se asigna a la seguridad de las personas y propiedades que se
ven amenazadas por los incendios causados por juegos de niños, lo grave del riesgo, la
considerable probabilidad del riesgo, y la posibilidad de crear una alternativa razonable
podrían pesar más que el interés de BIC en producir sus encendedores sin característi-
cas que los hicieran a prueba de niños”. En un caso relacionado, una mujer Ethel Smith,
accionó un encendedor de la BIC Corporation para prender su cigarrillo, y el dispositivo
estalló en sus manos, matándola e infligiendo quemaduras severas en su esposo. Antes,
Cynthia Littlejohn había sufrido fuertes quemaduras en el torso que requirieron siete do-
lorosos injertos de piel cuando un encendedor Bic que llevaba en el bolsillo se encendió
espontáneamente y la envolvió en llamas4 . La compañía confesó posteriormente que sus
propias pruebas indicaban que el 1.2 % de sus encendedores eran defectuosos. Expertos
aseguraron que los defectos podrían haberse corregido gastando “un par de centavos más
por encendedor”. Cerca de 200 personas, la mitad de ellas niños, mueren cada año por
lesiones relacionadas con un encendedor5 .
Los estadounidenses están expuestos diariamente a niveles asombrosamente altos de riesgo por
el uso de productos para consumidor. En 1995 más de 19 millones de personas sufrieron lesiones
accidentales graves, y 93,000 fallecieron, más de la mitad de ellas en accidentes en que intervinieron
productos para consumidor6 . Después de una baja de más del 20 % entre 1979 y 1992 (cuando los
decesos fueron 86,777, la cifra más baja en 68 años), las muertes por accidente aumentaron durante
tres años consecutivos en 1993, 1994 y 1995. El National Safety Council estimó que los costos totales
de estas lesiones en 1995 fueron de $435,000 millones de dólares.
Sin embargo, las lesiones por productos sólo son una categoría de costos impuestos a los consumi-
dores desprevenidos, quienes también deben cargar con los costos de las prácticas de venta engañosas,
de productos mal hechos, de productos que inmediatamente tienen desperfectos y de garantías que no
se respetan. Por ejemplo, hace varios años el motor de la camioneta Chevrolet de Martha y George
Rose comenzó a fallar, y salió un humo blanco por el escape cuando Rose la condujo seis millas para
ir a su trabajo7 . Dos mecánicos que no pertenecían a Chevrolet que más tarde examinaron el vehículo
atestiguaron que el radiador y el sistema de enfriamiento estaban “en condición satisfactoria”, que el
radiador “no se estaba derramando por ebullición” y que la lámpara indicadora de la temperatura en
el tablero del vehículo “no se encendía”. Después de desarmar el motor, un mecánico encontró que
3 Informe noticioso de CNN, octubre de 1996.
4 Frederick D. Sturdivant y Heidi Vemon-Wortzel,Business and Society: A Managerial Approach, 4a. ed. (Hornewood,
IL: Irwin, 1990), pp. 310-11.
5 Ibíd.
6 National Safety Commission, Accident Facts, 1996.
7 Los datos que se resumen en este párrafo se tomaron de Penny Addis, “The Life History Complaint Case of Martha
and George Rose: ‘Honoring the Warranty”’, en Laura Nader, ed., No Access to Law (Nueva York: Academic Press, Inc.,
1980), pp. 171-89.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 275
una grieta muy delgada en el monoblock del motor había permitido el ingreso de agua en la cabeza
del motor, lo que implicaba que el vehículo necesitaría un costoso motor nuevo. El motor todavía es-
taba cubierto por una garantía de “5 años o 50,000 millas”, así que los Rose pensaron que la división
Chevrolet de General Motors pagaría la reparación de lo que, según ellos, era un monoblock con un
defecto inherente. Sin embargo, cuando un gerente de servicio de Chevrolet examinó el automóvil
desmantelado, insistió en que el problema había sido que el termostato del radiador se había atascado
en la posición cerrada, y por ello no había llegado refrigerante al motor. Puesto que el termostato
sólo estaba protegido por una garantía de “12 meses o 12,000 millas” que para esas fechas ya había
expirado, y dado que, según el gerente de Chevrolet, el termostato defectuoso había hecho que el
motor se sobrecalentara y el monoblock se agrietara, Chevrolet no tenía responsabilidad alguna de
respetar la garantía. Además, el automóvil había sido desmantelado por mecánicos no autorizados,
quienes habían trabajado en él. Aunque los Rose señalaron que los otros mecánicos no habían encon-
trado indicios de sobrecalentamiento y que ningún mecánico de Chevrolet había sugerido cambiar el
termostato en ninguno de sus servicios de mantenimiento regulares, el gerente de campo de General
Motors y sus superiores, tanto en Nueva Orleans como en Detroit, se negaron a respetar la garantía.
Sin el motor, el automóvil que General Motors había vendido a los Rose valía sólo el 10 % de lo que
ellos habían pagado originalmente por él. Los Rose no podían pagar un abogado para entablar una
demanda que podrían perder, así que decidieron no demandar a General Motors.
Las prácticas de ventas de la Pacific Bell Telephone Company, que sirve a clientes telefónicos de
California, ofrecen otro ejemplo de las dificultades que los consumidores enfrentan. El 23 de abril
de 1986 la Pacific Utilities Commission of California publicó un informe en el que decía que los
representantes de servicio de Pacific Bell estaban engañando a sus nuevos clientes para inducirlos a
adquirir funciones opcionales costosas citando una cuota para el servicio telefónico nuevo que incluía
las funciones costosas, pero sin decirles a los nuevos clientes que esas funciones eran opcionales, que
se estaba cobrando extra al consumidor por ellas y que podían contratar el servicio bajo por una cuota
mensual mucho más baja. Un representante de ventas de la compañía telefónica describió la forma en
que manejaba un cliente nuevo que había llamado para solicitar una nueva conexión telefónica:
Deseo decirle que “usted obtendrá llamadas locales ilimitadas, servicio Touchtone,
nuestros cuatro servicios de llamadas personalizadas y un 20 % de descuento en el área
de servicio de Pacific Bell; la cuota que hay que pagar a la oficina central para activar
los servicios es de 37.50 dólares y usted puede obtener todas estas cosas por sólo 22.20
dólares al mes”. Casi todos los clientes dicen “Está bien.” En realidad es un buen precio,
pero ¿cuántas personas saben que no tienen que contratar todos esos servicios, que pueden
obtener el servicio básico por 9.95 dólares? La compañía dice: “La gente debe ser lo
bastante inteligente como para preguntar; PacBell no tiene por qué decírselo.” A la gente
que no habla inglés se le endilgan todos estos servicios. A veces ellos llaman y dicen:
“¿Qué es esto? Yo no quería esto”. [Representante de ventas de Pacific Telephone].8
Según el informe de la Utilities Commission, el 65 % de los centros de pedidos telefónicos de
Pacific Bell no menciona la tarifa básica mensual de 9.95 dólares que permite llamadas locales ilim-
itadas, sino que sólo cita un “precio estándar” que incluye funciones extra (como un dispositivo que
avisa al cliente que otra llamada está en espera, reenvío automático de una llamada a otro teléfono,
equipo para llamadas de tres interlocutores o de conferencia, códigos que marcan automáticamente
8 Citado
en Ed Pope, “PacBell’s Sales Quotas”, San Jose Mercury News, 24 de abril de 1986, p. 1C; vea también
“PacBell Accused of Sales Abuse”, San Jose Mercury News, 24 de abril de 1986, p. 1A; “PacBell Offers Refund for
Unwanted Services”, San Jose Mercury News, 17 de mayo de 1986, p. 1A.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 276
un número preestablecido y cargos extra por descuentos en llamadas efectuadas a ciertas horas o en
ciertas áreas) que cuestan hasta 27.20 dólares mensuales. Los representantes de ventas alegaron que
los gerentes de mercadeo de la compañía les imponían niveles mínimos de ventas muy elevados y
podían perder su empleo si no cumplían con esos niveles. En una ciudad, por ejemplo, se espera-
ba que los representantes vendieran servicios por un valor de entre 197 y 238 dólares cada hora que
pasaran al teléfono con los clientes. Un empleado de la Utilities Commission comentó que “al parecer
a la gerencia de marketing le preocupa más generar ingresos que tratar a los clientes de forma ética y
justa”9 .
Además, los consumidores son bombardeados a diario por una serie interminable de anuncios que
los instan a comprar ciertos productos. Aunque a veces se defiende a la publicidad como fuente de
información, también se le critica porque casi nunca ofrece mucho más que una idea muy escueta
de la función básica que supuestamente tiene un producto, y a veces falsea y exagera sus virtudes.
Los economistas convienen en que los gastos en publicidad representan un desperdicio de recursos,
mientras que los sociólogos lamentan los efectos culturales de los anuncios10 .
En este capítulo examinaremos las múltiples cuestiones éticas a que dan pie la calidad de los
productos y la publicidad. En las primeras secciones trataremos varios enfoques hacia los asuntos del
consumidor y posteriormente nos ocuparemos de la publicidad para consumidores. Comenzaremos
por analizar lo que tal vez sea el problema más urgente: las lesiones por productos para el consumidor
y las responsabilidades de los fabricantes.
dice el autor de un importante libro de texto sobre economía, “Los consumidores guían, por sus gus-
tos innatos o aprendidos, expresados en su forma de gastar el dinero, los usos finales hacia los que se
canalizarán los recursos de la sociedad”13 .
En el enfoque de “mercado” hacia la protección del consumidor, la seguridad del consumidor
se ve como un bien cuyo suministro es más eficiente a través del mecanismo de libre mercado, por
el cual quienes venden deben responder a las exigencias de los consumidores. Si los consumidores
quieren que los productos sean más seguros, indicarán esta preferencia en los mercados pagando de
buena gana más por productos más seguros, y mostrando preferencia por los fabricantes de productos
seguros y rechazo por los fabricantes de productos inseguros. Los productores tendrán que responder
a esta demanda incorporando más seguridad en sus productos, so pena de perder clientes en favor de
los competidores que sí satisfacen las preferencias de los consumidores. Así pues, el mercado garan-
tiza que los productores responderán de forma apropiada al deseo de seguridad de los consumidores.
Por otra parte, si los consumidores no asignan un valor elevado a la seguridad y no muestran una dis-
posición a pagar más por la seguridad ni una preferencia por los productos más seguros, es incorrecto
forzarlos a pagar por niveles más altos de seguridad mediante regulación gubernamental que obliga a
los productores a incorporar en sus productos más seguridad que la que los consumidores exigen. Tal
interferencia por parte del gobierno, como vimos antes, distorsiona los mercados y los hace injustos,
irrespetuosos de los derechos, e ineficientes. Es tan incorrecto que la gente de negocios decida por su
cuenta que los consumidores deben recibir más protección de la que están exigiendo, como que se les
obligue a pagar por costosos dispositivos de seguridad que no comprarían voluntariamente. Sólo los
consumidores pueden decir qué valor tiene para ellos la seguridad, y debe permitírseles expresar sus
preferencias a través de sus decisiones libres en los mercados, sin que las empresas o los gobiernos
los coaccionen para pagar por niveles de seguridad que tal vez no deseen.
Por ejemplo, un aparato electrodoméstico que cuesta 100 dólares podría indicar que se sobreca-
lentará si se le usa durante más de una hora y media, mientras que uno que cuesta 400 dólares podría
indicar que se puede operar sin peligro todo el día y toda la noche sin parar. Algunos compradores
preferirán el modelo más barato, aceptando de buena gana el riesgo mayor a cambio del diferencial
de precio de 300 dólares, mientras que otros preferirán el aparato más caro. Si los reglamentos del
gobierno obligaran a todos los fabricantes de aparatos electrodomésticos a producir únicamente el
modelo más seguro, o si los fabricantes decidieran voluntariamente producir sólo el modelo más se-
guro, los consumidores que no creen que el aumento en la seguridad valga 300 dólares más tendrán
que aguantar. Si el aparato les es indispensable, tendrán que pagar los 300 dólares extra aunque hu-
bieran preferido gastarlos en otra cosa que consideraran más valiosa. Así pues, estos constituidores se
ven obligados injustamente a pagar dinero por algo que no quieren. y sus recursos se gastan de forma
ineficiente en algo que no les produce mucha utilidad.
Sin embargo, quienes critican este enfoque de mercado responden que los beneficios de los mer-
cados libres sólo se obtienen con certeza si tales mercados poseen las siete características que los
definen: (1) hay numerosas partes que compran y que venden. (2) todo mundo puede entrar en el
mercado y salir de él libremente, (3) todo mundo tiene información cabal y perfecta, (4) todos los
bienes del mercado son similares, (5) no hay costos externos, (6) todas las partes que compran y que
venden son maximizadores de utilidad racionales, y (7) el mercado no está regulado. Quienes critican
el enfoque de mercado hacia los problemas del consumidor argumentan que estas características están
ausentes en los mercados de consumidores, sobre todo las características (3) y (6).
Los mercados son eficientes, señalan los críticos, sólo si se cumple la condición (3); es decir, si
13 Paul A. Samuelson y William D. Nordhaus, Macroeconomics, 13a. ed. (Nueva York: McGraw-Hill Book Company,
1989), p. 41.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 278
los participantes tienen información cabal y perfecta acerca de los bienes que están comprando. Sin
embargo, es obvio que en muchos casos los consumidores no están bien informados acerca de los
productos que compran simplemente porque los sofisticados productos para consumidor que se ofre-
cen en el mercado contemporáneo son demasiado complejos, y sólo un experto puede saber suficiente
acerca de ellos. No es una gran sorpresa que muchos fabricantes, que sí conocen sus productos, no
proporcionen voluntariamente a los consumidores información acerca de los niveles de seguridad o
defectos de sus productos. Puesto que la obtención de información es costosa, un consumidor po-
dría carecer de los recursos necesarios para adquirir la información por su cuenta, digamos probando
varias marcas competidoras para determinar cuál ofrece más seguridad a un costo dado.
En teoría sería posible que los consumidores que desean información recurran a organizaciones
como Consumers Union que se dedican a adquirir y vender información acerca de los productos. Es
decir, los mecanismos del mercado deberían crear un mercado de información para el consumidor si
eso es lo que los consumidores quieren. Sin embargo, por dos razones relacionadas con la naturaleza
de la información, es difícil para tales organizaciones cubrir sus costos vendiendo información a los
consumidores. En primer lugar, como han señalado varios economistas, una vez que se proporciona
información a una persona que paga por recibirla, es muy fácil filtrarla a muchos otros que no la
pagan, sobre todo en esta era de las fotocopiadoras14 . Puesto que las personas saben que pueden con-
vertirse en “gorrones” y adquirir la información compilada por otros sin pagar por ella, el número
de personas que de buena gana paga por la información es demasiado pequeño como para subsanar
los costos de la organización. En segundo lugar, los consumidores a menudo se resisten a pagar por
información porque no saben qué valor tendrá para ellos antes de recibirla, y después de recibirla
ya no necesitan pagar por ella porque ya la poseen. Por ejemplo, un consumidor podría pagar por la
información contenida en un informe de investigación y luego darse cuenta de que ya sabía lo que se
revela en el informe, o que el informe trata de productos distintos de los que quiere comprar, o que es
información trivial acerca de esos productos. Puesto que los consumidores no pueden saber con an-
telación precisamente qué están comprando cuando compran información, no están muy dispuestos a
pagar lo que la organización tiene que cobrarles para cubrir los costos de obtener la información15 . Así
pues, los mercados por sí solos no pueden mantener organizaciones que proporcionen a los consum-
idores la información que necesitan. Esto obliga a tales organizaciones a depender de contribuciones
caritativas o subvenciones del gobierno. Una segunda crítica del argumento de que los mercados li-
bres pueden resolver todos los problemas de los consumidores se centra en la característica (6) de
los mercados libres: el supuesto de que el consumidor es un “maximizador racional de la utilidad”.
Como lo expresó un autor, el consumidor que tales argumentos suponen es un “inidividuo racional,
consciente de su presupuesto, que incansablemente busca maximizar su satisfacción. . . [que puede]
prever con gran anticipación, ’esperar’, considerar. El consumidor definido por la teoría vigila cada
centavo”16 . En términos más precisos, el “maximizador racional de la utilidad” que supuestamente es
el consumidor, es una persona que tiene un conjunto bien definido y coherente de preferencias, y que
sabe con certeza cómo sus decisiones afectarán esas preferencias.
Desafortunadamente, casi todas las decisiones de los consumidores se basan en estimaciones de
probabilidad que efectuamos acerca de la posibilidad de que los productos que adquirimos funcio-
nen como creemos que lo harán. Todas las investigaciones realizadas muestran que nos volvemos
14 Vea Robert N. Mayer, The Consumer Movement: Guardians of the Marketplace (Boston: Twayne Publishers, 1989),
p. 67; y Peter Asch, Consumer Safety Regulation (Nueva York: Oxford University Press, 1988), p. 50.
15 Peter Asch, Consumer Safe Regulation, p. 51.
16 Lucy Black Creighton, Pretenders to the Throne: The Consumer Movement in the United States (Lexington, MA:
1. Se hace caso omiso de las probabilidades anteriores cuando se obtiene información nueva,
aunque ésta no sea pertinente.
2. La importancia que damos a las causas de las cosas hace que subestimemos los indicios que
son pertinentes para determinar una probabilidad pero que no se perciben como “causales”.
5. La gente cree que ejerce algún control sobre sucesos que son puramente aleatorios19 .
En segundo lugar, como han demostrado varios investigadores, la gente es irracional e incongru-
ente cuando sopesa decisiones basadas en estimaciones de la probabilidad e incurrir en costos futuros
o recibir recompensas futuras. Por ejemplo, un equipo de investigadores descubrió que cuando se pide
a la gente que ordene según su importancia las probables recompensas, clasifican de forma incongru-
ente a una recompensa como mejor y también peor que otra. Otro investigador descubrió que cuando
se pregunta a la gente cuál de dos probables recompensas prefiere, a menudo dice que pagaría más
por la recompensa que menos prefiere. Otra serie de estudios reveló que, en muchos casos, la mayoría
de las personas prefiere una probable recompensa en vez de otra en un contexto dado, pero invierte
sus preferencias en un contexto distinto, aunque las probables recompensas sean idénticas en ambos
contextos20 .
Por último, como han señalado varios críticos, y como vimos en el capítulo 4, muchos mercados
no poseen la característica más fundamental de los mercados competitivos: la presencia de numerosas
partes que compran y que venden. Aunque en casi todo, los mercados los compradores o consumi-
dores son numerosos, muchos mercados de consumidores, y tal vez la mayor parte, son monopolios
u oligopolios; es decir, están dominados por un solo productor grande, o por unos cuantos. Las partes
que venden en los mercados de monopolio u oligopolio pueden sacar utilidades anormalmente altas a
lo, consumidores asegurándose de que la oferta sea insuficiente para satisfacer la demanda. creando
así escaseces que hacen subir los precios.
En síntesis, no parece ser que las fuerzas del mercado por sí solas puedan resolver todas las pre-
ocupaciones que los consumidores tienen en cuanto a seguridad, protección contra el riesgo y valor.
Las deficiencias de los mercados, caracterizadas por información insuficiente para los consumidores,
17 Si desea un panorama general de las investigaciones sobre irracionalidad al tomar decisiones vea Max Bazerman,
Judgment in Managerial Decision Making, 3a. ed., (Nueva York: John Wiley & Sons, Inc., 1994), pp. 12-76.
18 Peter Asch, Consumer Safe Regulation, pp. 74, 76
19 Ibíd.
20 Si desea referencias a estos estudios, vea ibíd., pp. 70-73.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 280
irracionalidad en las decisiones de los consumidores y mercados concentrados, socavan los argu-
mentos que tratan de demostrar que los mercados por sí solos pueden proteger adecuadamente a los
consumidores. Más bien, lo, consumidores se deben proteger mediante las estructuras legales del
gobierno y mediante las iniciativas voluntarias de empresarios responsables. Por tanto, pasaremos a
examinar varios puntos de vista acerca de las responsabilidades de los negocios hacia lo, consumi-
dores, los cuales son la base de muchas leyes que buscan proteger al consumidor y de los cada vez
más frecuentes llamados a las empresas por que acepten la responsabilidad de proteger al consumidor.
Por supuesto, es evidente que una parte de la responsabilidad por las lesiones que sufren los con-
sumidores debe recaer sobre los consumidores mismos. La gente a menudo es descuidada en la forma
en que usa los productos. Los aficionados al “hágalo usted mismo” utilizan sierras de potencia sin
protecciones, o líquidos inflamables cerca de flamas abiertas. La gente a menudo usa herramientas e
instrumentos sin contar con la habilidad, los conocimientos o la experiencia apropiados para mane-
jarlos. También se producen lesiones por defectos en el diseño de los productos, en los materiales con
que se fabrican los productos o en los procesos que se siguen para fabricarlos. Los defensores del
consumidor afirman que, en la medida en que los defectos de fabricación son el origen de lesiones
relacionadas con los productos, la obligación de minimizar las lesiones debe recaer en el fabricante.
El productor es quien está en la mejor posición para conocer los peligros que lleva consigo cierto pro-
ducto y eliminar dichos peligros en el punto de fabricación. Además, los conocimientos del productor
lo convierten en el más indicado para escoger los materiales y métodos de fabricación más seguros
y le permiten incorporar protecciones en el diseño del producto. Por último, dado que el productor
conoce íntimamente el funcionamiento del producto, es quien mejor puede informar al consumidor
cuál es la forma más segura de usar el producto y qué precauciones hay que tomar Entonces, ¿dónde
termina la obligación del consumidor de proteger sus propio, intereses y dónde inicia la obligación
del fabricante de proteger los intereses del consumidor? Se han desarrollado tres teorías distintas ac-
erca de los deberes,éticos de los fabricantes, cada una de las cuales establece un equilibrio distinto
entre la obligación del consumidor para consigo “sino y la obligación del fabricante para con el con-
sumidor: la perspectiva de contrato, la perspectiva de “debido cuidado” y la perspectiva de costos
sociales. La perspectiva de contrato asigna la mayor responsabilidad al consumidor, mientras que las
perspectivas de “debido cuidado” y de costos sociales asignan la mayor responsabilidad al productor.
Examinaremos cada una de estas perspectivas.
1986), p. 88.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 281
cadas, y el consumidor tiene el derecho correlativo de recibir un producto con esas características.
La teoría de contrato de las obligaciones de una empresa hacia sus clientes descansa en el punto
de vista de que un contrato es un convenio libre que impone a las partes la obligación básica de
cumplir con lo estipulado en el convenio. Ya examinamos antes este punto de vista (capítulo 2) y
señalamos las dos justificaciones que Kant ofrece: una persona tiene la obligación de hacer lo que
por contrato se compromete a hacer porque no respetar los términos de un contrato es una práctica
que (1) no se puede universalizar y (2) trata a la otra persona como un medio y no como un fin22 .
La teoría de Rawls también ofrece una justificación de ese punto de vista, pero basada en la idea
de que nuestra libertad crece si reconocemos los derechos y obligaciones contractuales: un sistema
obligatorio de reglas sociales que exige a la gente hacer lo que por contrato se compromete a hacer
proporciona la seguridad de que los contratos se respetarán. Sólo si la gente tiene esta seguridad se
sentirá con libertad de confiar en la palabra de los demás, y así obtener los beneficios de la institución
del contrato23 . También señalamos en el capítulo 2 que los moralistas tradicionales han afirmado que
el acto de celebrar un contrato está sujeto a varias restricciones morales secundarias:
1. Ambas partes de un contrato deben tener pleno conocimiento de la naturaleza del convenio que
están celebrando.
2. Ninguna de las partes de un contrato debe falsear intencionalmente las realidades de la situación
contractual ante la otra parte.
3. Ninguna de las partes del contrato debe ser obligada a celebrar el contrato bajo coacción o
influencia impropia.
Estas restricciones secundarias se pueden justificar con el mismo tipo de argumentos que Kant y
Rawls utilizan para justificar la obligación básica de cumplir con los contratos que uno celebra. Kant,
por ejemplo, demuestra fácilmente que un engaño en la celebración de un contrato no puede univer-
salizarse, y Rawls argumenta que si no se prohibiera el engaño el temor a ser engañados haría que
los miembros de una sociedad se sintieran con menos libertad para celebrar contratos. Sin embargo,
estas restricciones secundarias también se pueden justificar con el hecho de que un contrato no puede
existir si no se cumplen estas restricciones, ya que un contrato es en esencia un convenio libre entre
dos partes. Dado que no puede existir un convenio si las dos partes no saben qué es lo que están
conviniendo, los contratos requieren conocimiento cabal y ausencia de engaño. Puesto que la libertad
implica la ausencia de coacción, los contratos deben celebrarse sin coacción ni influencia impropia.
Así pues, la teoría contractual de las obligaciones de la empresa hacia los consumidores asegura
que una empresa tiene cuatro obligaciones morales principales: la obligación básica de (1) cumplir
con las condiciones del contrato de venta, y las obligaciones secundarias de (2) revelar la naturaleza
del producto, (3) evitar engaños y (4) evitar la coacción y las influencias impropias. Si una empresa
actúa de acuerdo con estas obligaciones, estará respetando el derecho de los consumidores de ser
tratados como personas libres e iguales, es decir, de ser tratados sólo como han consentido libremente
en ser tratados.
22 Immanuel Kant, Groundwork of the Metaphysic of Morals, H. J. Paton, ed. (Nueva York: Harper & Row, Publishers,
Inc., 1964), pp. 90, 97; vea también, Alan Donagan, The Theory of Morality (Chicago: Tlie University of Chicago Press),
1977, p. 92.
23 John Rawls, A Theory of Justice (Cambridge: Harvard University Press, Belknap Press. 1971), pp. 344-50.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 282
Cualquier afirmación de un hecho, o cualquier promesa hecha por la parte que vende
a la parte que compra, que esté relacionada con el producto y forme parte de la base
del convenio, crea una garantía expresa de que los bienes se ajustan a la afirmación o
promesa.
Además de las obligaciones que son resultado de la afirmación expresa que una empresa hace
acerca del producto, la perspectiva de contrato también postula que la parte que vende tiene la obli-
gación de estar a la altura de cualquier afirmación implícita que haga a sabiendas acerca del producto.
Por ejemplo, la parte que vende tiene la obligación moral de entregar un producto que se pueda usar
sin peligro para los fines ordinarios y especiales para los que el cliente, confiando en el juicio de la
parte que vende. cree que se puede usar, porque así se le ha hecho creer. La parte que vende está obli-
gada moralmente a cumplir con lo que sabe que el comprador entendió que se le estaba prometiendo,
ya que en el punto de venta la parte que vende debió haber corregido cualquier malentendido del que
tuviera conocimiento25 .
Esta idea de “convenio implícito” también se ha incorporado en la ley. Por ejemplo, la sección
2-315 del Código Comercial Uniforme dice:
Si la parte que vende, en el momento de celebrar el contrato, tiene razones para cono-
cer cualquier propósito específico para el que los bienes se necesitan, y que el comprador
está confiando en la habilidad o juicio de la parte que vende para que le venda o propor-
cione bienes adecuados, existe. . . una garantía implícita de que los bienes serán adecuados
para tal propósito.
Las afirmaciones expresas o implícitas que una parte que vende podría hacer acerca de las cuali-
dades del producto abarcan diversas áreas y pueden ser afectadas por varios factores. Frederick Stur-
divant clasifica estas áreas en términos de cuatro variables: “La definición de calidad de producto que
usamos aquí es: el grado en que el desempeño del producto coincide con la expectativa predetermi-
nada respecto a (1) fiabilidad, (2) vida en servicio, (3) mantenimiento y (4) seguridad”26 .
24 Crocker v. Winthrop Laboratories, Division of Sterling Drug, Inc., 514 Southwestern 2d 429 (1974).
25 Vea Donagan, Theory of Morality, p. 91.
26 Frederick D. Sturdivant, Business and Society, 3ra. ed. (Homewood, IL: Richard D. Irwin. Inc., 1985), P 392.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 283
Vida en servicio Las afirmaciones acerca de la vida de un producto se refieren al lapso durante
el cual el producto funcionará de forma tan eficaz como se ha hecho creer al consumidor que lo hará.
En general, el consumidor entiende implícitamente que la vida en servicio dependerá de la cantidad
de uso y desgaste al que se someta el producto. Además, los consumidores también basan algunas de
sus expectativas en cuanto a vida en servicio en las garantías expresas que el fabricante otorga con
el producto. Un factor más sutil que influye en la vida en servicio es la obsolescencia29 . Los avances
tecnológicos podrían hacer que algunos productos se vuelvan obsoletos cuando aparece un nuevo pro-
ducto que realiza las mismas funciones de forma más eficiente. O bien, cambios exclusivamente de
estilo podrían hacer que el producto del año pasado parezca anticuado y menos deseable. La perspec-
tiva de contrato implica que una empresa que sabe que cierto producto se va a volver obsoleto tiene la
obligación de corregir cualesquier creencias erróneas que sepa que los compradores se van a formar
acerca de la vida en servicio que pueden esperar del producto.
Durante el primer año de posesión, todos los componentes del aparato (excepto las
bombillas) que consideremos defectuosos en sus materiales o su manufactura serán repara-
dos o reemplazados sin cargo alguno por Whirlpool, quien pagará todos los cargos por
mano de obra. Durante el segundo año, seguiremos asumiendo la misma responsabilidad
excepto que usted pagará cualquier cargo que surja por concepto de mano de obra.30
Sin embargo, los fabricantes a menudo implican que un producto es fácil de reparar incluso de-
spués de expirar la garantía expresa. Sin embargo, en algunos casos la reparación de un producto
podría ser costosa, o incluso imposible, por la falta de disponibilidad de piezas de recambio.
27 Ibíd.,p. 393.
28 Los avisos de la U.S. Consumer Products Safety Commission’s de productos para consumidor peligrosos se pueden
consultar en la página Web de la Comisión en gopher://cpse.gov.
29 Una exposición de esta cuestión un poco carente de actualidad pero que sigue siendo incisiva se encuentra en Vance
Packard, The Wastemakers (Nueva York: David McKay Co., Inc., 1960).
30 Citado en un discurso de S. E. Upton (vicepresidente de Whirlpool Corporation) ante la American Marketing Asso-
Los riesgos de daño corporal para los usuarios son razonables cuando los consumi-
dores entienden que existen riesgos, pueden evaluar su probabilidad y severidad, saben
cómo enfrentarlos y los aceptan voluntariamente para obtener beneficios que no podrían
obtener de maneras menos riesgosas. Cuando existe un riesgo de esta índole, los consum-
idores tienen una oportunidad razonable de protegerse, y las autoridades públicas deben
pensarlo bien antes de sustituir sus juicios de valor acerca de qué tan deseable es el riesgo,
por los de los consumidores que deciden incurrirlo. Por otra parte, un riesgo que se puede
prevenir no es razonable (a) cuando los consumidores no saben que existe; o (b) cuan-
do, aunque son conscientes de él, no pueden estimar su frecuencia ni su severidad; o (e)
cuando los consumidores no saben cómo enfrentar el riesgo y por tanto es probable que
sufran daños innecesarios: o (d) cuando el riesgo es innecesario en cuanto a que se podría
reducir o eliminar a cambio de un costo, sea en dinero o en desempeño del producto, que
los consumidores de buena gana pagarían si tuvieran toda la información y se les diera la
oportunidad de escoger.31
Así pues, quien vende un producto (según la teoría contractual) tiene una obligación moral de
entregar un producto cuyo uso no implique mayores riesgos que los que el que vende comunica
expresamente al comprador o los que comunica implícitamente por las afirmaciones implícitas que
se hacen cuando se vende un producto para un uso cuyo nivel de riesgo normal es bien conocido.
Por ejemplo, si la etiqueta de una botella indica únicamente que el contenido es altamente tóxico
(“Peligro: Veneno”), el producto no debe incluir riesgos adicionales por inflamabilidad. O bien, si
una compañía fabrica y vende esquíes, el uso de los esquíes no deberá implicar riesgos adicionales
inesperados distintos de los riesgos bien conocidos que corre cualquier esquiador (por ejemplo, no
debe implicar la posibilidad adicional de ser perforado por astillas si los esquíes se quiebran). En
síntesis, el que vende tiene la obligación de proporcionar un producto con un nivel de riesgo no
mayor que el que dice expresa o implícitamente que tiene, y que el consumidor asume libremente y a
sabiendas al celebrar el contrato.
de informar al comprador cualquier hecho relacionado con el producto que afectaría la decisión del
comprador de adquirir el producto. Por ejemplo, si el producto que el consumidor está comprando
tiene un defecto que representa un riesgo para la salud o la seguridad del usuario, se debe informar
de ello al consumidor. Hay quienes afirman que el que vende también debe revelar los componentes
o ingredientes del producto, sus características de desempeño, sus costos de operación, los intervalos
de uso del producto y cualquier otra norma aplicable32 . Detrás de la afirmación de que para celebrar
un contrato de venta es necesario revelar toda la información pertinente está la idea de que un con-
venio sólo es libre en la medida en que se conozcan las alternativas disponibles: la libertad depende
del conocimiento. Cuanto más sepa el comprador acerca de los diversos productos disponibles en el
mercado, y cuantas más comparaciones pueda efectuar el comprador entre ellos, más correctamente
podrá decirse que el convenio del comprador es voluntario33 . No obstante, el punto de vista de que
quienes venden deben proporcionar una gran cantidad de información a los compradores ha sido crit-
icada aduciendo que la información es costosa y, por tanto, debe tratarse también como un producto
por el cual el consumidor debe pagar si no quiere prescindir de él. En pocas palabras, los consum-
idores deben celebrar libremente un contrato para adquirir información cuando celebran libremente
un contrato para adquirir bienes, y los productores no deben estar obligados a proporcionar esa infor-
mación34 . El problema con esta crítica es que la información en que la persona basa su decisión de
celebrar un contrato o no celebrarlo es una entidad de índole un tanto diferente del producto que se va
a intercambiar mediante el contrato. Puesto que los contratos se deben celebrar libremente, y puesto
que la libertad para decidir depende del conocimiento, las transacciones contractuales se deben basar
en un intercambio abierto de información. Si los consumidores tuvieran que negociar para obtener la
información, el contrato difícilmente sería libre.
competidor de más alta calidad; el fabricante podría escribir “lana” o “seda” en material hecho parcial
o totalmente con algodón; el fabricante podría marcar un “precio normal” ficticio en un artículo que
siempre se vende a un precio “rebajado” mucho más bajo; un negocio podría anunciar un precio
inusitadamente bajo para un objeto que el negocio realmente piensa vender a un precio mucho más
alto una vez que se atraiga al consumidor para que entre en la tienda; una tienda podría anunciar un
objeto a un precio extraordinariamente bajo usándolo como carnada para atraer compradores incautos
a los que después se les convence de comprar otro producto más caro en lugar del anunciado; un
productor podría solicitar “testimonios” pagados a profesionales que nunca han usado realmente el
producto. Volveremos a algunos de estos problemas cuando nos ocupemos de la publicidad.
El volante giró violentamente obligándola a soltarlo, el vehículo viró a la derecha y chocó contra una
pared de tabique. La señora Henningsen demandó al fabricante, Chrysler Corporation. La opinión del
tribunal decía:
Así pues, se determinó que la Chrysler Corporation debía pagar por las lesiones de la señora
Henningsen, sobre la base de que su publicidad había creado una relación contractual con la señora
Henningson, y que dicho contrato creaba una “garantía implícita” respecto al automóvil que Chrysler
tenía la obligación de cumplir.
Una segunda objeción a la teoría contractual se centra en el hecho de que un contrato es una es-
pada de dos filos. Si un consumidor puede convenir libremente en comprar un producto con ciertas
cualidades, también puede convenir libremente en comprar un producto sin esas cualidades. Es decir,
la libertad de contrato permite liberar a un fabricante de sus obligaciones contractuales si éste niega
explícitamente que el producto sea fiable, práctico, seguro, etc. Muchos fabricantes añaden tales ne-
gaciones a las descripciones de sus productos. De hecho, el Código Comercial Uniforme estipula en
la sección 2-316:
a. A menos que las circunstancias indiquen otra cosa, todas las garantías implícitas quedan exclu-
idas por expresiones como “en el estado en que se encuentra”, “con todos sus defectos” u otras
frases que en lenguaje común llame la atención del comprador hacia la exclusión de garantías
y deje en claro que no hay garantía, y
Así pues, la perspectiva de contrato implica que si el consumidor tiene oportunidad de sobra para
examinar el producto y las negaciones de responsabilidad, y consiente voluntariamente en comprarlo
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 288
de todos modos, él asume la responsabilidad por los defectos cuya ausencia el fabricante negó, así
como por cualquier defecto que el cliente pudiera no haber percibido por descuido. Las negaciones
de responsabilidad pueden anular efectivamente todas las obligaciones contractuales del fabricante.
Una tercera objeción a la teoría de contrato critica el supuesto de que la parte que vende y la que
compra participan como iguales en el convenio de venta. La teoría contractual supone que quienes
compran y quienes venden tienen la misma habilidad para evaluar la calidad de un producto y que
los compradores pueden proteger de forma adecuada sus intereses contra la parte vendedora. Éste es
el supuesto incorporado en el requisito de que los contratos se deben celebrar libremente y a sabien-
das: ambas partes deben saber qué están haciendo y ninguna de las dos debe hacerlo por coacción.
Esta igualdad entre el que compra y el que vende, que la teoría contractual da por hecho, se deriva
de la ideología de “dejar hacer” (laissez-faire) que acompañó al desarrollo histórico de la teoría de
contratos37 . La ideología de “dejar hacer” clásica sostenía que los mercados de la economía son com-
petitivos y que en los mercados competitivos el poder de negociación del consumidor es igual al de
la parte vendedora. La competencia obliga a la parte vendedora a ofrecer al consumidor condiciones
iguales o mejores que las que éste podría obtener de otras partes vendedoras competidoras, así que
el consumidor tiene el poder de amenazar con comprar a otras partes vendedoras. En virtud de esta
igualdad entre la parte que compra y la que vende, era justo dejar que cada una tratara de sacar la
mejor parte al negociar con la otra, e injusto imponer restricciones a cualquiera de las dos. En la prác-
tica, esta ideología de “dejar hacer” dio origen a la doctrina del “caveat emptor”: que el comprador
se cuide.
En realidad, las partes que compran y las que venden no exhiben la igualdad que estas doctrinas
suponen. Un consumidor que debe comprar cientos de bienes de diferentes tipos no tiene posibili-
dades de conocerlos tan bien como un fabricante que se especializa en elaborar un solo producto.
Los consumidores no cuentan ni con los conocimientos ni con el tiempo necesario para adquirir y
procesar la información en la que deben basar sus decisiones de compra. Por ello, los consumidores
normalmente deben depender del juicio del fabricante para tomar sus decisiones de compra, y son es-
pecialmente vulnerables si el fabricante quiere perjudicarlos. La igualdad, lejos de ser la regla, como
supone la teoría contractual, suele ser la excepción.
Hoy, como nunca antes, el producto en las manos del consumidor es las más de las
veces un artículo muy complejo e incluso misterioso. No sólo suele emerger como una
37 Vea Friedrich Kessler y Malcolm Pitman Sharp, Contracts (Boston: Little, Brown and Company, 1953), p. 1-9.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 289
unidad sellada con un exterior atractivo en lugar de un ensamble visible de partes com-
ponentes, sino que su validez funcional y utilidad a menudo dependen de la aplicación de
principios de electrónica, química o hidráulica que están muy fuera del alcance del con-
sumidor medio. Los adelantos en las tecnologías de materiales, de procesos, de medios
operativos, han hecho que para el consumidor sea casi imposible entender por qué o cómo
funciona el artículo, y por tanto todavía más difícil detectar si podría haber un defecto o
un peligro presente en su diseño o manufactura. En el mundo actual es común que sólo
del fabricante pueda decirse con justeza que entiende cuándo un artículo está debida-
mente diseñado y es seguro al usarse para el propósito para el cual se diseñó. Una vez
que salen al mercado, muchos artículos dejan, en un sentido práctico muy real, de ser
susceptibles a detección de defectos, excepto tal vez en manos de un experto después de
un desensamblaje laborioso y quizá hasta destructivo. Como ilustración directa, ¿cuán-
tos compradores o usuarios de automóviles tienen alguna idea de cómo opera o debiera
operar un mecanismo de dirección hidráulica, con su “unidad de trabajo y pistón circu-
lante y su flecha transversal enchavetada al brazo Pitman”? Por consiguiente, estamos
convencidos que desde el punto de vista de la justicia en lo tocante al aspecto operativo
de los productos actuales, la responsabilidad debe recaer sobre el fabricante, sujeta a las
limitaciones que estableceremos.38
Así pues, la perspectiva del “debido cuidado” sostiene que, como los consumidores deben de-
pender de los más amplios conocimientos del fabricante, éste no sólo tiene la obligación de entregar
un producto que esté a la altura de las afirmaciones expresas e implícitas que se hacen acerca de él,
sino que además el fabricante tiene la obligación de ejercer el debido cuidado para evitar que otros
sean lesionados por el producto, incluso si el fabricante niega explícitamente tal responsabilidad y el
comprador acepta tal negación. El fabricante viola este deber y es “negligente” cuando no ejercita el
cuidado que una persona razonable podría haber previsto que es necesario para evitar que otros sean
lesionados por el uso del producto. El debido cuidado debe incorporarse en el diseño del producto,
en la selección de materiales fiables para construir el producto, en los procesos de fabricación que in-
tervienen en el ensamblado del producto, en el control de calidad empleado para probar y monitorear
la producción, y en las advertencias, marbetes e instrucciones anexadas al producto. En todas estas
áreas, según la perspectiva del debido cuidado, el fabricante, en virtud de sus mayores conocimien-
tos y experiencia, tiene una obligación positiva de tomar todas las medidas que sean necesarias para
asegurarse de que cuando el producto sale de la planta sea lo más seguro posible, y el cliente tiene
derecho a tal seguridad. La omisión de tomar tales medidas es una violación de la obligación moral de
ejercer el debido cuidado y una violación del derecho que tiene la persona lesionada a esperar dicho
cuidado, derecho que se basa en la necesidad que tiene el consumidor de confiar en los conocimientos
del fabricante. Edgar Schein delineó los elementos básicos de la teoría del “debido cuidado” hace
varios años cuando escribió:
[Un] profesional es alguien que conoce mejor lo que conviene a su cliente que el
cliente mismo. . . Si aceptarnos esta definición de profesionalismo. . . podemos especu-
lar que es la vulnerabilidad del cliente lo que ha hecho necesario la creación de códi-
gos morales y éticos que se ocupan de la relación entre el profesional y el cliente. Se
debe proteger al cliente contra la explotación en una situación en la que no puede prote-
gerse a sí mismo porque carece del conocimiento pertinente para hacerlo. . . Si [un fabri-
cante] es. . . un profesional, ¿quién es su cliente? ¿Respecto a quién está ejerciendo él su
38 Codling v. Paglia, 32 New York 2d 330, 298 Northeastern 2d 622, 345 New York Supplement 2d 461 (1973).
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 290
Por supuesto, la perspectiva del debido cuidado se basa en el principio de que los agentes tienen
la obligación moral de no dañar o lesionar a otras partes por sus actos y que esta obligación es par-
ticularmente estricta cuando esas otras partes son vulnerables y dependen del juicio del agente. Este
principio se puede apoyar desde diversas perspectivas morales distintas, pero lo que más claramente
lo implica son las exigencias de una ética del cariño. De hecho, el principio es consecuencia casi
inmediata del requisito de que debemos cuidar del bienestar de aquellos con quienes tenemos una
relación especial, sobre todo una relación de dependencia como la que un niño tiene con su madre.
Además, una ética del cuidado impone el requisito de que debemos examinar con detenimiento las
necesidades y características específicas de la persona con la que tenemos una relación especial, a
fin de aseguramos de que el cuidado que le proporcionemos sea congruente con sus necesidades y
cualidades específicas. Como veremos, este hincapié en examinar con detenimiento las necesidades
y características específicas de la parte vulnerable, también es una parte explícita y crucial de la per-
spectiva del debido cuidado. Aunque las exigencias de una ética del cuidado son congruentes con
el principio del debido cuidado, según el cual los fabricantes tienen la obligación de proteger a los
consumidores vulnerables, el principio también se ha defendido desde otras perspectivas morales. Los
utilitaristas por reglas han defendido el principio apoyándose en la noción de que, si la regla se acepta,
redundará en bien de todos40 . También se ha defendido el principio con base en la teoría de Kant, pues
es una consecuencia aparente del imperativo categórico de que la gente se debe tratar como fines y no
como medios, es decir, que tienen un derecho positivo a recibir ayuda cuando no se pueden ayudar a sí
mismos41 . Rawls ha argumentado que los individuos en la “posición original” aceptarían el principio
porque sería la base para un entorno socia seguro42 . Así pues, el veredicto de que los productores
individuales tienen la obligación de no perjudicar o dañar a las partes vulnerables, está firmemente
cimentado en varias perspectivas éticas.
(1966): 3-11.
41 Donagan, Theory of Morality, p. 83.
42 Rawls, Theory of Justice, pp. 114-17; 333-42.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 291
un punto de vista moral, cuando la gente abusa imprudentemente de los automóviles que el fabricante
produce. Un fabricante de automóviles sólo sería moralmente negligente si hubiera permitido que
ciertos peligros no razonables persistieran en el diseño del auto, peligros que no puede esperarse
que conozcan los consumidores o contra los que éstos no se puedan proteger tomando sus propias
precauciones.
¿Qué obligaciones específicas impone al productor la obligación de ejercer el debido cuidado? En
general, las responsabilidades del productor se extenderían a tres áreas43 :
Diseño El fabricante debe verificar si el diseño de un artículo oculta algún peligro, si incluye
todos los dispositivos de seguridad factibles, y si usa materiales adecuados para el propósito al que
se destina el producto. El fabricante tiene la responsabilidad de conocer perfectamente el diseño del
artículo, y de realizar investigaciones y pruebas lo bastante extensas como para descubrir cualquier
riesgo que el uso del artículo en diversas condiciones pueda implicar. Esto requiere investigar a los
consumidores y analizar su comportamiento, probar el producto en diferentes condiciones de uso por
parte de los consumidores, y seleccionar materiales lo bastante fuertes como para resistir todos los
usos probables. También deben analizarse los efectos del envejecimiento y el desgaste, y tomarlos en
cuenta al diseñar el artículo. El personal de ingeniería debe familiarizarse con los riesgos que podrían
ser resultado de un uso y desgaste prolongado, y debe advertir al consumidor de cualquier peligro
potencial. Existe la obligación de tomar en cuenta los adelantos tecnológicos más recientes al diseñar
un producto, sobre todo si dichos adelantos pueden ayudar a diseñar un producto que tenga menor
probabilidad de dañar o lesionar a sus usuarios.
Producción El gerente de producción debe controlar los procesos de fabricación a modo de elim-
inar cualquier artículo defectuoso, identificar cualquier debilidad que se manifieste durante la pro-
ducción y asegurarse de que no se tomen atajos, no se sustituyan materiales más débiles ni se tomen
otras medidas para economizar en la fabricación que pudieran mermar la seguridad del producto final.
Para ello, se debe contar con controles de calidad adecuados sobre los materiales que se usarán en la
fabricación del producto y sobre las diversas etapas de la fabricación.
Información El fabricante debe incluir marbetes, avisos o instrucciones en el producto que ad-
viertan al usuario de todos los peligros que implica el uso o abuso del artículo y que permitan al
usuario protegerse debidamente contra daños o lesiones.
Dichas instrucciones deben ser claras y sencillas, y las advertencia de cualquier peligro relaciona-
do con el uso o abuso del producto también deben ser claras, sencillas y prominentes. En el caso
de los fármacos, los fabricantes tienen la obligación de advertir a los médicos de cualquier riesgo
o efectos colaterales peligrosos que las investigaciones o el uso prolongado hayan revelado. Es una
violación del deber de no dañar ni lesionar que el fabricante intente ocultar o minimizar los peligros
relacionados con el uso de fármacos.
Al determinar las protecciones que se deben incorporar en un producto, el fabricante también
debe considerar las capacidades de las personas que usarán el producto. Si un fabricante piensa que
un producto será usado por personas que son inmaduras, con deficiencias mentales, o sin suficiente
43 Puede encontrar tratamientos de los requisitos del “debido cuidado” en diversos textos, pero todos ellos enfocan las
cuestiones desde el punto de vista de la responsabilidad legal: Irwin Gray, Product Liability: A Management Response
(Nueva York: AMACOM, 1975), cap. 6; Eugene R. Carrubba, Assuring Product Integrity (Lexington, MA: Lexington
Books, 1975); Frank Nixon, Managing to Achieve Quality and Reliability (Nueva York: McGraw-Hill Book Co., 1971).
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 292
experiencia para ser conscientes de los peligros que trae consigo el uso del producto, el fabricante
debe ejercer con ellos un grado de cuidado mayor que si los usuarios probables tuvieran niveles de
inteligencia y prudencia ordinarios. Por ejemplo, no puede esperarse que los niños se den cuenta de
los peligros que implica el uso de equipos eléctricos. Por tanto, si un fabricante prevé la posibilidad
de que un artículo eléctrico sea usado por niños, debe tomar medidas para asegurar que una persona
con el entendimiento de un niño no resulte lesionada por el producto.
Si los posibles efectos perjudiciales de usar un producto son graves, o si no pueden entenderse
debidamente sin una opinión experta, la venta del producto deberá controlarse cuidadosamente. Una
compañía no debe oponerse a la regulación de la venta de un producto cuando ésta es la única forma
eficaz de asegurar que los usuarios del producto tengan plena conciencia de los riesgos que acarrea su
uso.
Taylor, “Product Liability: the New Morass”, New York Times, 10 de marzo de 1985; “The Product Liability Debate”,
Newsweek, 10 de septiembre de 1984.
48 “Sorting Out the Liability Debate”, Newsweek, 12 de mayo de 1986.
49 Ernest E Hollings, “No Need for Federal Product-Liability Law”, Christian Science Monitor, 20 de septiembre de
1984; vea también Harvey Rosenfield, “The Plan to Wrong Consumer Rights”, San Jose Mercury News, 3 de octubre de
1984.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 295
y la industria de los seguros en general sigue siendo muy rentable, y que los altos costos de los seguros
se deben a factores distintos de un aumento en el número de las demandas de responsabilidad50 .
Los argumentos a favor y en contra de la teoría de costos sociales merecen un análisis más pro-
fundo que el que podemos hacer aquí. En esencia, la teoría es un intento por resolver el problema
de distribuir los costos de las lesiones entre dos partes moralmente inocentes: el fabricante que no
pudo prever ni prevenir una lesión relacionada con un producto, y el consumidor que no pudo pro-
tegerse contra la lesión porque se trataba de un peligro desconocido. Este problema de asignación
surge en cualquier sociedad que, como la estadounidense, depende cada vez más de tecnología cuyos
efectos no se hacen evidentes sino hasta que han pasado años desde la introducción de la tecnología.
Lamentablemente, también es un problema que quizá no tenga una solución “justa”.
para el consumidor acerca del producto anunciado, y que sólo la mitad de todos los anuncios en
revistas contenía más de un elemento de información56 .
Consideremos qué tanta información comunican los siguientes anuncios:
Los anuncios a menudo casi no incluyen información objetiva por la sencilla razón de que su
función primordial no es proporcionar información objetiva. Más bien, la función primaria de los
anuncios comerciales es vender un producto a los posibles compradores, y si llevan alguna informa-
ción, ésta se supedita a dicha función básica, que, por lo regular, la determina. Una forma más útil
de caracterizar la publicidad comercial es en términos de la relación entre la parte compradora y la
vendedora: los anuncios comerciales se pueden definir como una especie de comunicación entre una
parte vendedora y los compradores en potencia. Dos características distinguen a la publicidad de otras
formas de comunicación.
Primera, se dirige abiertamente a un público masivo, a diferencia de un mensaje privado a un
individuo específico. A causa de este carácter público, la publicidad por fuerza tiene efectos sociales
extensos.
Segunda, la publicidad busca inducir a varios miembros de su público a que compren los productos
de la parte vendedora. En este sentido, un anuncio puede tener éxito de dos formas principales: (1)
creando en los consumidores un deseo por el producto de la parte vendedora y (2) creando en los
consumidores la creencia de que el producto puede satisfacer algún deseo que el comprador ya tiene.
El tratamiento de los aspectos éticos de la publicidad se puede organizar en torno a las diversas
características que se identifican en la definición anterior: sus efectos sociales, su creación de deseos
en el consumidor, y sus efectos sobre las creencias de los consumidores. Primero analizaremos los
efectos sociales de la publicidad.
56 Vea “Ads Infinitum”, Dollars & Sense, mayo/junio de 1984. Si desea leer un análisis ético del contenido de informa-
ción de la publicidad vea Alan Goldman, “Ethical Issues in Advertising”, pp. 242-49 en Tom Regan, ed., New Introductory
Essays in Business Ethics (Nueva York: Random House, Inc., 1984), pp. 235-70; la opinión de que la publicidad se jus-
tifica por la información “indirecta” que proporciona se propone en Phillip Nelson, “Advertising and Ethics”, en Richard
T. DeGeorge y Joseph A. Pichler, eds.,Ethics, Free Enterprise, and Public Policy, Nueva York: (0xford University Press
1978), pp. 187-98.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 297
Efectos psicológicos de la publicidad Una crítica común de la publicidad es que degrada los
gustos del público presentando exhibiciones irritantes y estéticamente molestas57 . Para ser eficaces,
los anuncios a menudo tienen que entremeterse, y ser de carácter estridente y repetitivo. Por tanto, para
que hasta las personas de menos alcances los entiendan, los anuncios suelen ser tediosos e insípidos,
e insultan la inteligencia del que los ve. Por ejemplo, al ilustrar el uso de dentífricos, enjuagues
bucales, desodorantes y ropa interior los anuncios a veces emplean imágenes que a muchas personas
les parecen vulgares, ofensivas, desagradables y de mal gusto. Sin embargo, a pesar de que este tipo
de críticas puedan ser muy ciertas, al parecer no atañen a cuestiones éticas importantes. Sin duda, es
lamentable que los anuncios no estén a la altura de nuestras normas estéticas, pero esto no implica
que también violen nuestras normas éticas.
Algo que viene más al caso es la crítica de que la publicidad degrada los gustos de los con-
sumidores al inculcar de forma gradual y sutil valores e ideas materialistas acerca de cómo puede
conseguirse la felicidad58 . Puesto que la publicidad necesariamente hace hincapié en el consumo de
bienes materiales, propicia que la gente olvide la importancia de sus otras necesidades más básicas y
de otras formas más objetivas de realizarse. El resultado es que los esfuerzos personales se desvían
de metas y objetivos “no materialistas” que tienen mayores posibilidades de aumentar la felicidad de
las personas, y se les empuja hacia un mayor consumo material. La defensora del consumidor Mary
Gardiner Jones escribe:
Sin embargo, el problema de esta crítica es que no sabemos si en verdad la publicidad tiene los ex-
tensos efectos psicológicos que la crítica le atribuye60 . Es notoriamente difícil modificar las creencias
y actitudes de una persona si en primera instancia no existe ya una disposición de aceptar el mensaje
que se ofrece. Así pues, el éxito de la publicidad podría depender más de su llamado a los valores
que los consumidores ya poseen, que de su capacidad para inculcar nuevos valores. Si esto es verdad,
57 Vea Stephen A. Greyser, “Irritation in Advertising”, Journal of Advertising Research, 13, núm. 3 (febrero de 1973):
7-20.
58 Vea Michael Schudson, Advertising, the Uneasy Persuasion (Nueva York: Basic Books, Inc., Publishers, 1984), p.
210; David M. Potter, People of Plenty (Chicago: Tlie University of Chicago Press, 1954), p. 188; International Commis-
sion for the Study of Communication Problems, Many Voices, One World (Londres: Kogan Page, 1980), p. 110.
59 Mary Gardiner Jones, “The Cultural and Social Impact of Advertising on American Society”, en David Aaker y
George S. Day, eds., Consumerism, 2a. ed., (Nueva York: The Free Press, 1974), p. 431.
60 Stephen A. Greyser, “Advertising: Attacks and Counters”, Harvard Business Review, 50 (10 de marzo de 1972):
22-28.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 298
entonces la publicidad no crea los valores de la sociedad tanto como los refleja.
Publicidad y desperdicio Una segunda crítica importante que se hace a la publicidad es que
desperdicia recursos61 . Algunos economistas distinguen entre “costos de producción” y “costos de
venta”. Los costos de producción son los costos de los recursos que se consumen para producir o
mejorar un producto. Los costos de venta son los costos adicionales de recursos que no modifican
el producto, sino que se invierten en convencer a la gente de que compre el producto. Según los
críticos, los costos de los recursos consumidos por la publicidad son en esencia “costos de venta”: no
sirven para mejorar el producto, sino simplemente para convencer a la gente de que lo compre. Los
recursos que la publicidad consume no añaden nada a la utilidad del producto. En conclusión, dicen
los críticos, esos recursos se “desperdician” porque se gastan sin aumentar en modo alguno la utilidad
para el consumidor.
Una réplica que se hace a este argumento es que la publicidad sí produce algo: produce y transmite
información acerca de la disponibilidad y la naturaleza de los productos62 . Sin embargo, como mu-
chos han señalado, incluso en estos sentidos el contenido de información de los anuncios es mínimo
y podría transmitirse por medios mucho menos costosos63 .
Otra réplica más convincente al argumento es que la publicidad produce un aumento benéfico en
la demanda de todos los productos. Este aumento general en la demanda, a su vez, hace posible la
producción en masa. El resultado final es una economía que se expande gradualmente y en la que
los productos se fabrican con una eficiencia cada vez mayor y a un costo cada vez más bajo. Así,
la publicidad aumenta la utilidad para el consumidor porque sirve como incentivo para un mayor
consumo y con ello motiva indirectamente una mayor productividad y eficiencia y una estructura de
precios más baja64 .
Sin embargo, existe una incertidumbre sustancial en tomo a la cuestión de si la publicidad causa
o no un aumento en el consumo total de bienes65 . Algunos estudios han revelado que la publicidad
a menudo fracasa en el intento de estimular el consumo de un producto, y en muchas industrias el
consumo ha aumentado a pesar de que casi no se gasta en publicidad. Así pues, parece ser que la
publicidad es eficaz en casos individuales no porque expanda el consumo, sino sólo porque desplaza
el consumo de un producto a otro. Si esto es verdad, entonces los economistas tienen razón cuando
aseveran que más allá del nivel requerido para impartir información, la publicidad se convierte en un
desperdicio de recursos porque no hace más que desplazar la demanda de una compañía a otra66 .
Es más, muchos autores han argumentado que incluso si la publicidad fuera un aliciente eficaz
del consumo, esto no necesariamente es una bendición. E. F. Schumacher, Herman E. Daly y otros
economistas han asegurado que la necesidad social más urgente en la actualidad es encontrar formas
61 Si desea ver un panorama general de la bibliografía económica sobre el tema, vea Mark S. Albion y Paul W. Farris,
The Advertising Controversy, Evidence on the Economic Effects of Advertising (Boston, MA: Auburn House Publishing
Company, 1981), pp. 69-86, 153-70; si desea leer un tratamiento informal del tema, vea Jules Backman, “Is Advertising
Wasteful?” Journal of Marketing (enero de 1968); 2-8.
62 Phillip Nelson, “The Economic Value of Advertising”, en Yale Brozen, Advertising and Society (Nueva York: Nueva
1972), p. 101.
64 David M. Blank, “Some Comments on the Role of Advertising in the American Economy-A Plea for Reevaluation”,
en L. George Smith, ed., Reflections on Progress in Marketing (Chicago: American Marketing Association, 1964), p. 151.
65 Vea el análisis en Thomas M. Garrett, An Introduction to Some Ethical Problems of Modern American Advertising
de reducir el consumo67 . El aumento en el consumo ha dado pie a una rápida expansión industrial que
ha contaminado buena parte del entorno natural y ha mermado en poco tiempo nuestros recursos no
renovables. Si no limitamos el consumo, pronto agotaremos los recursos naturales finitos de nuestro
planeta, con consecuencias desastrosas para todos. Si esto es verdad, entonces la afirmación de que la
publicidad induce niveles cada vez más altos de consumo no es un punto a su favor.
Publicidad y poder de mercado Desde mediados del siglo XX, Nicholas Kaldor y otros han
asegurado que las enormes campañas publicitarias de los fabricantes modernos les permiten lograr y
mantener un poder de monopolio (u oligopolio) sobre sus mercados68 . Los monopolios, como hemos
visto, originan precios más altos para el consumidor. El argumento de Kaldor era sencillo. Los grandes
fabricantes cuentan con los recursos financieros necesarios para montar grandes y costosas campañas
publicitarias que introduzcan sus productos. Estas campañas crean en los consumidores una “lealtad”
hacia la marca del fabricante, confiriendo a éste el control de una parte importante del mercado. Por
esta razón, las compañías pequeñas no pueden incursionar en el mercado porque no pueden financiar
las costosas campañas publicitarias que se requerirían para inducir a los consumidores a que cambien
sus lealtades de marca. El resultado es que unas cuantas compañías oligopolistas grandes se hacen del
control de los mercados de consumidor, de los cuales las compañías pequeñas quedan prácticamente
excluidas. Así pues, la publicidad supuestamente reduce la competencia y erige barreras para ingresar
en los mercados.
Sin embargo, ¿existe una relación entre la publicidad y el poder de mercado? Si la publicidad
aumenta los costos para los consumidores fomentando los mercados monopolistas, debería haber
una conexión estadística entre las cantidades que una industria gasta en publicidad y el grado de
concentración de los mercados en esa industria. La, industrias más concentradas y menos competitivas
deberían exhibir niveles elevados de gasto en publicidad, mientras que las menos concentradas y
más competitivas deberían exhibir niveles correspondientemente más bajos. El problema es que los
estudios estadísticos encaminados a descubrir una conexión entre la intensidad de la publicidad y la
concentración del mercado no han sido concluyentes69 . Algunas industrias concentradas (jabones,
cigarrillos, cereales para el desayuno) gastan grandes cantidades en publicidad mientras que otras
(medicinas, cosméticos) no lo hacen. Además, en por lo menos algunas industrias oligopolistas (la de
automóviles, por ejemplo) las compañías más pequeñas gastan más por unidad en publicidad que las
empresas grandes. Si la publicidad perjudica o no a los consumidores al aminorar la competencia es
una cuestión interesante pero que todavía no se ha resuelto. Las críticas de la publicidad basadas en sus
efectos sociales no son concluyentes, por la sencilla razón de que no se sabe si la publicidad es capaz
de producir los efectos que los críticos suponen que tiene. Fundamentar el caso a favor o en contra de
la publicidad apoyándonos en sus efectos sobre la sociedad, va a requerir muchas más investigaciones
acerca de la naturaleza exacta de los efectos psicológicos y económicos de la publicidad.
67 Vea E. E Schumacher, Small Is Beautiful (Londres: Blond and Briggs, Ltd., 1973); y Herman E. Daly, ed., Toward a
vea también William S. Comanor y Thomas Wilson, Advertising and Market Power (Cambridge: Harvard University
Press, 1975). Puede encontrar una amena reseña de la bibliografía económica sobre este tema en Albion y Farris, The
Advertising Controversy, pp. 45-68.
69 Vea L.G. Telser, “Some Aspects of the Economies of Advertising”, Journal of Business (abril de 1968), pp. 166-73;
si desea una reseña de estudios sobre el tema, vea James M. Ferguson,Advertising and Competition: Theory Measurement
and Fact (Cambridge, MA: Ballinger Publishing Company, 1974), cap. 5.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 300
Professional Ethics Journal, 3, núms. 3 & 4 (primavera/verano de 1984); 1-22; vea también en el mismo volumen la
respuesta crítica de R. M. Hare, “Commentary”, pp. 23-28.
74 Vea George Katova, The Mass Consumption Society (Nueva York: McGraw-Hill Bock Company, 1964), pp. 54-61.
75 F. A. Von Hayek, “The Non Sequitur of the ‘Dependence Effect,”’ Southern Economic Journal (abril de 1961).
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 301
pertenecen a esta clase, lo mismo que los anuncios dirigidos a los niños.
Por ejemplo, la Suppa Corporation de Fallbrook, California, probó brevemente anuncios de dulces
impresos en papel en el que estaba escrita la palabra “buy” (compra) de modo que se registrara en el
subconsciente pero no pudiera percibirse de forma consciente a menos que uno la buscara específi-
camente. Pruebas posteriores revelaron que los anuncios creaban un mayor deseo de comprar dulces
que los impresos en papel en el que aparecía la palabra “no” impresa de esa misma forma sublim-
inal76 . Los anuncios manipulativos dirigidos a los niños están ejemplificados por una crítica que la
División de Publicidad Nacional del Council of Better Business Bureaus hizo en fechas recientes a
un comercial de televisión de Mattel, Inc. dirigido a los niños que mezclaba secuencias de animación
con tomas de grupos de muñecas. El organismo opinó que los niños que todavía están aprendiendo a
distinguir entre la fantasía y la realidad no captaban “una representación exacta de los productos” que
aparecían en los anuncios77 . El organismo también criticó un anuncio de la Walt Disney Music Co.
acerca de una oferta de tiempo limitado que comunicaba una “sensación de urgencia” que para los
niños podría ser “abrumadora”. Los críticos también han asegurado que los programas de televisión
con personajes animados que se parecen a muñecas y figuras de juguete que se anuncian en el mismo
programa son en realidad anuncios prolongados de esos juguetes. El efecto de semejantes “anun-
cios de media hora”, acusan los críticos, es manipular al niño vulnerable suministrándole comerciales
disfrazados de entretenimiento78 . Además, tales “anuncios-programa” a menudo contienen elevados
niveles de violencia porque sus personajes -superhéroes como “He-Man”, “Rambo”, “She-Ra”, “GI
Joe” y “Transformers”- son en sí mismos violentos. La publicidad que promueve juguetes modelados
según personajes violentos o que promueven juguetes militares, promueven indirectamente la agre-
sión y la conducta violenta en niños que son muy sugestionables y fáciles de manipular, y por ello los
críticos la consideran poco ética79 . Los anuncios de este tipo son manipuladores en la medida en que
burlan el razonamiento consciente y tratan de influir en el consumidor para que haga lo que el anun-
ciante quiere y no lo que más conviene al consumidor80 . Es decir, esos anuncios violan el derecho del
consumidor a ser tratado como un ser racional libre e igual.
señala que en promedio un niño ve 800 anuncios de juguetes bélicos y 250 segmentos televisivos de juguetes bélicos en
un año, o el equivalente de 22 días en las aulas. Vea también Glenn Collins, “Debate on Toys and TV Violence”, New York
Times, 12 de diciembre de 1985.
80 Vea el análisis de la manipulación en publicidad en Tom L. Beauchamp, “Manipulative Advertising”, Business &
Professional Ethics Journal, 3, núms. 3 & 4 (primavera/verano de 1984); 1-22; y en el mismo volumen la respuesta crítica
de R. M. Hare, “Commentary”, pp. 23-28; vea también Alan Goldman, “Ethical Issues in Advertising”, pp. 253-60, y
Robert L. Arrington, “Advertising and Behavior Control”, pp. 3-12, en Journal of Business Ethics, 1, núm. 1 (febrero de
1982).
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 302
producto utilizando simulacros engañosos, empleando testimonios falsos pagados, insertando la pal-
abra “garantía” cuando no se garantiza nada, citando precios engañosos, no revelando los defectos de
un producto, atacando de forma equívoca los productos de un competidor o simulando marcas muy
conocidas. Algunas formas de publicidad fraudulentas implican tácticas más complejas. Por ejemplo,
la publicidad de carnada anuncia la venta de productos que después resulta que no están disponibles
o que son defectuosos. Una vez que se ha atraído al consumidor a la tienda, se le presiona para que
compre otro artículo más costoso.
Una larga tradición ética ha condenado de forma consistente los engaños publicitarios porque
violan los derechos que tienen los consumidores de escoger por sí mismos (un argumento kantiano) y
porque generan una desconfianza pública hacia la publicidad que menoscaba la utilidad de esta forma
de comunicación e incluso la de otras (el argumento utilitarista)81 . El problema central, entonces, no
es el de tratar de entender por qué la publicidad engañosa es incorrecta, sino más bien cómo se vuelve
engañosa y, por ende, poco ética.
Toda comunicación implica tres términos: (1) el o los autores que originan la comunicación, (2)
el medio que lleva la comunicación y (3) el público que recibe la comunicación. Puesto que la publi-
cidad es una forma de comunicación, implica estos tres términos, y los diversos problemas éticos que
derivan del hecho de que se trata de una forma de comunicación se pueden organizar en tomo a estos
tres elementos:
Los autores El engaño implica tres condiciones necesarias en el autor de una comunicación: (1)
el autor debe tener la intención de hacer creer al público algo que es falso, (2) el autor debe saber que
es falso, y (3) el autor debe hacer a sabiendas algo que haga que el público se crea la mentira. Esto
significa que el intento deliberado de hacer que un público crea algo falso simplemente implicándolo
es tan incorrecto como una mentira explícita, pero también significa que no se puede responsabilizar
moralmente al anunciante por las interpretaciones erróneas de un anuncio cuando éstas son resultados
imprevistos y no intencionales de un descuido no razonable por parte del público. Desde luego, el
“autor” de un anuncio no sólo incluye los directivos de una agencia publicitaria, sino también las
personas que crean el texto del anuncio y las que “avalan” un producto. Al ofrecer su cooperación
positiva en la elaboración de un anuncio, las personas adquieren una responsabilidad moral por sus
efectos.
El medio Una parte de la responsabilidad por la veracidad de los anuncios se basa en los medios
que difunden anuncios. Como participantes activos en la transmisión de un mensaje, los medios tam-
bién prestan su cooperación activa al éxito del anuncio y, por tanto, también adquieren una respons-
abilidad moral por sus efectos. Por tanto, los medios deben tomar medidas para asegurarse de que el
contenido de sus anuncios sea veraz y no engañoso. En la industria farmacéutica, los visitadores que
actúan como agentes de ventas de la compañía ante los médicos y hospitales son en realidad “medios”
publicitarios y tienen una responsabilidad moral de no engañar a los doctores en cuanto a la seguridad
y posibles riesgos de los medicamentos que promueven.
El público El significado que se atribuye a un mensaje depende en parte de las capacidades de
la persona que recibe el mensaje. Por ejemplo, un público inteligente y con amplios conocimientos
podría ser capaz de interpretar correctamente un anuncio que podría ser equívoco para un grupo con
menos experiencia o educación. Por tanto, el anunciante debe tomar en cuenta las capacidades de
interpretación del público cuando determina el contenido de un anuncio. Cabe esperar que la mayoría
81 Puedeencontrar un análisis crítico de varias definiciones del engaño en publicidad en Thomas L. Carson, Richard
E. Wokutch, y James E. Cox, “An Ethical Analysis of Deception in Advertising.” Journal of Business Ethics, 4 (1985);
93-104.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 303
Efectos sociales
1. ¿Qué efecto quiere el anunciante que tenga el mensaje publicitario?
2. ¿Qué efectos reales tiene el anuncio sobre los individuos y sobre la sociedad en general?
2. Analice los argumentos en favor y en contra de las tres principales teorías de las obligaciones
del productor para con el consumidor. En su opinión, ¿qué teoría es más satisfactoria? ¿Existen
áreas de marketing en las que una teoría sea más apropiada que las otras?
3. ¿Quién debe decidir (a) qué tanta información deben proporcionar los fabricantes, (b) qué tan
buenos deben ser los productos, (e) qué tan veraces deben ser los anuncios? ¿El gobierno? ¿Los
fabricantes? ¿Los grupos de consumidores? ¿El libre mercado? Explique sus opiniones.
4. “La publicidad se debería prohibir porque menoscaba la libertad de decisión del consumidor.”
Analice esta afirmación. Repase los materiales que pueda obtener en su biblioteca y decida si
está de acuerdo o no en que “las críticas de la publicidad basadas en sus efectos sociales no son
concluyentes”.
5. Examine con detenimiento dos o más anuncios tomados de diarios o revistas actuales y de-
termine el grado en que cumplen con lo que usted considera normas éticas adecuadas para la
publicidad. Prepárese para defender sus normas.
6. Un fabricante de cafeteras eléctricas retiró del mercado las cafeteras (valiéndose de anuncios
en los diarios) cuando se dio cuenta de que el asa a veces se desprendía sin previo aviso, der-
ramándose el contenido en ebullición. Sólo el 10 % de las cafeteras fue devuelto. ¿El fabricante
tiene otras obligaciones para quienes no devolvieron las cafeteras? Explique su respuesta.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 305
través del cuerpo, tal vez produciendo lesiones. Posteriormente, Talcott atestiguó que discutió con sus
superiores, pero ellos insistieron en que, incluso si el gel se fugaba, era biológicamente inerte. Cuando
ellos decidieron seguir con sus planes para el nuevo gel y la nueva bolsa, él renunció como acto de
protesta2
Mientras la compañía se preparaba para sacar al mercado sus implantes con el nuevo diseño, pidió
a un laboratorio independiente que realizara pruebas rápidas de los nuevos modelos en animales.
Una prueba de siete días en conejos, con fecha del 7 de febrero de 1975, informó de una “reacción
inflamatoria aguda de leve a ocasionalmente moderada”, pero el laboratorio atribuyó esto al trauma
de insertar los implantes bajo la piel de los animales3 . El 28 de febrero otro informe indicó que la
inflamación en los animales estaba persistiendo. Pruebas con tres monos descritas en un informe con
fecha del 14 de febrero habían detectado cierta migración del gel al interior del cuerpo de los animales,
pero los investigadores pensaron que, dado que el gel era biológicamente inerte, cualquier migración
sería inocua.
En 1976 A. H. Rathjen, director del grupo encargado de desarrollar y lanzar los nuevos implantes,
recibió varias quejas de médicos que habían observado reacciones inflamatorias severas en pacientes
poco tiempo después de haber instalado los implantes, además de indicaciones de que la silicona
estaba migrando en el cuerpo de las pacientes. En un memorándum con fecha de junio de 1976,
Rathjen escribió: “He propuesto una y otra vez que debemos iniciar un estudio a fondo de nuestro
gel, de la envoltura, y de las fugas.” En otro memorándum de ese mismo año, él se quejó de que en
lugar de datos científicos sobre el desempeño del nuevo implante, lo único que tenía la compañía
eran “especulaciones no calificadas”. Expresando su preocupación por la posibilidad de fugas en el
nuevo modelo, él escribió: “Ningún resultado hasta la fecha es en verdad cuantitativo. ¿Hay algo en
el implante que migre desde la prótesis mamaria? ¿Sí o no? ¿La fuga continúa durante toda la vida
del implante o es limitada o controlada durante cierto tiempo? ¿Cuál es la verdad?”4
Estudios realizados con ratas durante la segunda mitad de la década de 1970 sugirieron que el
gel de silicona producía tumores cancerosos en hasta el 80 % de las ratas investigadas. Sin embargo,
estas cifras eran tan altas que un panel de revisión de la FDA llegó a la conclusión de que los estudios
probablemente eran erróneos. Otra serie de estudios realizados diez años después también encontró
que la silicona podía inducir tumores en ratas, pero la FDA tampoco los tomó en cuenta, porque pensó
que las pruebas no demostraban que se producirían tumores similares en seres humanos5 . En enero
de 1985, diez años después de la salida al mercado de los nuevos implantes blandos, el doctor Robert
R. Levier, director técnico del ramo de atención médica de Dow Coming, escribió un memorándum
en el que señalaba que la FDA, en un giro “ominoso”, había comenzado a exigir pruebas en animales
que duraran toda la vida de los sujetos. Esto podría causar problemas para la compañía, porque “casi
todas nuestras afirmaciones a la fecha se han basado en un estudio de dos años con perros”.
En 1984 Maria Stern, una mujer que tenía un implante de silicona y que después sufrió lesiones
que supuestamente habían sido causadas por el implante, demandó a Dow Coming, alegando que la
compañía había omitido de forma fraudulenta revelar a los pacientes los riesgos que la compañía sabía
estaban asociados al uso de los implantes. El jurado de una corte federal de San Francisco le otorgó
1.5 millones de dólares de indemnización punitiva contra la compañía. La juez que presidió, Marilyn
Patel, declaró que en su opinión los estudios con animales realizados por la compañía “despertaban
considerables dudas acerca de la seguridad del producto”.
2 Tim Smart, “This Man Sounded the Silicone Alarm-in 1976”, Business Week, 27 de enero de 1992, p. 34.
3 Philip Hilts, “Maker of Implants Balked at Testing, Its Records Show”, New York Times, 13 de enero de 1992, p. 1.
4 Ibíd.
5 Tim Smart, “Breast Implants: What Did the Industry Know, and When?” Business Week, 10 de junio de 1991, p. 94.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 307
Después de perder este caso, Dow Coming decidió incluir en su producto un inserto en el que se
advertía a los médicos del riesgo de daños para el sistema inmunológico, así como otros problemas
médicos en caso de romperse el implante. No obstante, la compañía siguió insistiendo públicamente
en que el gel de silicona era seguro y que además ahora estaba usando una formulación más purificada
del gel. Sin embargo, el número de demandas contra la compañía iba en aumento. Por si fuera poco,
en 1989 alguien reveló un estudio interno de la compañía que mostraba “una incidencia creciente de
fibrosarcomas en el sitio del implante”. Después, por solicitud del Public Citizen’s Health Research
Group, un grupo de interés público con su oficina central en Washington, un juez de corte de distrito
de Estados Unidos ordenó a la FDA que publicara todos los estudios sobre la seguridad del gel de sil-
icona que Dow Coming había realizado en animales durante las dos décadas anteriores. Poco tiempo
después, el Congreso anunció que celebraría sesiones sobre la seguridad de los implantes.
Al paso de los años, la compañía había recibido numerosas quejas acerca de su producto, orig-
inadas por doctores que alegaban haber encontrado complicaciones como rupturas, filtraciones, in-
fecciones, endurecimiento, tumores, esterilidad y otros padecimientos. Las quejas, compiladas en las
oficinas centrales de la compañía, llegaron a ocupar 20 páginas de listados de computadora.
En 1991 la compañía perdió una importante demanda. Mariann Hopkins, una mujer que aseguraba
que sus implantes de 1976 se habían roto y dañado su sistema inmunológico, demandó a Dow Coming
y llamó a Thomas Talcott, el antiguo ingeniero de Dow Coming, para que declarara como testigo
experto en su favor. Talcott no sólo aceptó declarar, sino que también proporcionó varios documentos
confidenciales de la compañía que sugerían que ésta había sospechado durante más de una década
que el gel era inseguro, pero no había advertido de ello a los usuarios. Los documentos se entregaron
a funcionarios de la FDA, quienes los pasaron al Congreso. El jurado otorgó a Hopkins 7.34 millones
de dólares. El 14 de noviembre de 1991 la FDA convocó un panel asesor que, después de tres días
de sesiones en las que escucharon numerosas anécdotas de dolorosos padecimientos, votaron que
los implantes para senos sólo podían seguir vendiéndose si había una “necesidad médica pública”
urgente. El panel asesor había estudiado 10,000 páginas de informes de estudios que la compañía
había realizado en mujeres cuando la FDA había requerido tales estudios en 1987. El panel llegó
a la conclusión de que ninguno de los estudios era adecuado porque se había estudiado un número
excesivamente reducido de mujeres durante periodos demasiado cortos, y que por ello la compañía
todavía no tenía suficientes indicios de que los implantes eran seguros.
Mientras todos estos sucesos se desenvolvían a su alrededor, John Swanson no estaba seguro de
qué debería hacer. Su esposa Colleen había sufrido una serie de padecimientos debilitantes desde que
a ella, como a millones de otras mujeres, le habían insertado implantes Dow Coming en los senos.
En junio de 1991 Colleen hizo que le retiraran quirúrgicamente los implantes, y se descubrió que
uno se había roto y el otro había estado introduciendo silicona en su cuerpo. Ese mismo mes John
leyó artículos en la prensa que citaban indicios de que la compañía había tenido conocimiento desde
varios años atrás de los estudios con animales que vinculaban el gel de silicona con cáncer y otras
enfermedades. Swanson consideró renunciar a su puesto, pero no contaba con estudios científicos
concluyentes que demostraran que la silicona no era segura. Las facturas médicas de su esposa estaban
promediando más de 50,000 dólares al año. A Swanson sólo le faltaban dos años para poder optar por
el retiro y una pensión; además, todavía sentía afecto por la compañía. Su esposa le apoyó, diciendo
que su renuncia “no demostraría nada”6 . Aunque él había recomendado a la compañía retirar los
implantes del mercado, la empresa se había negado alegando que las cortes interpretarían tal acción
como una admisión de culpabilidad. Entonces, Swanson había pedido la “recusación” por cualquier
6 Byrne, “Informed Consent”, p. 112.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 308
Preguntas
1. Evalúe las acciones de Dow Coming en términos de las tres teorías de las obligaciones que el
fabricante tiene para con los consumidores. Explique qué teoría es la más apropiada en este
contexto.
2. En su opinión, ¿qué debió haber hecho Dow Coming que no hizo? Explique su respuesta.
3. Póngase en la situación de John Swanson. ¿Cree que debería haber hecho, y habría hecho, algo
que él no hizo? Explique plenamente su respuesta.
7 “Silicone-gelbreast implants resume with restrictions”, The Boston Globe, 4 de noviembre de 1992.
8 JenniferWashburn, “Reality Check: Can 400,000 Women Be Wrong?” Ms., marzo/abril de 1996,p. 51.
9 Byrne, “Informed Consent”, p. 116.
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 309
La nueva cerveza
Agobiada por la pesada carga de sus deudas, la G. Heileman Brewing Company, estaba buscando
un segmento del mercado de la cerveza del que pudiera apropiarse para mantenerse a flote. Además
de sus problemas financieros internos, la compañía estaba atrapada en una industria plagada de prob-
lemas.
En 1991 el mercado de la cerveza tendría una baja del 2.1 % respecto al año anterior, tendencia
que se achacaba a la creciente conciencia de los múltiples problemas médicos y sociales asociados al
alcohol. Los médicos señalaban una y otra vez que el abuso de la bebida producía un menoscabo en
el funcionamiento del hígado que podía acabar en cirrosis. Las preocupaciones acerca de los efectos a
largo plazo del alcohol sobre los órganos internos, sobre todo el hígado y el corazón, habían redundado
en la aprobación de la Ley de Etiquetado de Bebidas Alcohólicas de 1988 que exigía incluir en las
etiquetas de todas las bebidas alcohólicas advertencias de la relación entre el consumo de alcohol y
problemas de la salud, el riesgo de defectos congénitos y una capacidad mermada para conducir un
automóvil u operar maquinaria.
MADD (Mothers Against Drunk Driving [Madres Contra Conductores Ebrios]) y otros grupos de
interés estaban cabildeando para que el gobierno elevara la edad mínima para beber, aumentara los
castigos por conducir en estado de ebriedad y limitara la disponibilidad del alcohol para menores de
edad. Otros grupos estaban cabildeando para que se promulgaran leyes que restringieran la publicidad
de la cerveza, apoyándose tanto en la relación entre el alcohol y los problemas médicos como en
el atractivo que los anuncios de radio y televisión tenían para los menores de edad. La creciente
conciencia de los problemas sociales creados por el alcohol también fue una causa de la popularidad
del número cada vez mayor de impuestos “por pecar” nuevos que los políticos estaban cargando a la
cerveza y otras bebidas alcohólicas. En 1991 el impuesto federal interno sobre la cerveza aumentaría
de 16 centavos de dólar por “six-pack”, a 32 centavos. Además, varios estados, condados y municipios
estaban añadiendo impuestos adicionales al precio de la cerveza.
Una mirada a sus propias cifras de venta y a las características demográficas de sus principales
mercados mostró a la Heileman Brewery que una de sus cervezas, un licor de malta enlatado bajo
el nombre “Colt 45” se vendía mucho entre los jóvenes de los ghettos. De hecho, las ventas de Colt
45 en este sustancial y creciente segmento del mercado estaban aumentando mientras las ventas de
cervezas normales en otros mercados estaban en decadencia. La característica distintiva de Colt 45
era su elevado contenido de alcohol: 4.5 %, en comparación con el 3.5 % característico de la cerveza
normal. Por ello, Heileman introdujo en 1991 la PowerMaster, una nueva cerveza de malta dirigida a
jóvenes negros e hispanoestadounidenses de barrios céntricos que contenía 5.9 % de alcohol.
Para promover su nueva cerveza, la compañía contrató a músicos de rap populares que gustaban a
su mercado objetivo. Los anuncios de la nueva cerveza asociaban la cultura de pandillas de los barrios
céntricos con la nueva marca PowerMaster y sugerían sutilmente sensaciones de poder y dominio.
La nueva cerveza y su publicidad dirigida de inmediato se toparon con una oleada de críticas1 .1
La cirujano general de Estados Unidos, Antonia Novello, acusó a Heileman de que, al dirigir su
cerveza a los jóvenes negros de sexo masculino, había seleccionado “un grupo con un nivel de cirrosis
hepática más alto que el de otros”. El New York Times dio en un editorial que la compañía debía
“dejar de dirigirse específicamente a una población que ya estaba siendo devastada por problemas de
alcoholismo y drogas”. Ministros religiosos negros atacaron a la compañía y su nueva cerveza desde
sus púlpitos.
Respondiendo a las críticas, la Federal Bureau of Alcohol, Tobacco and Firearms (BATF) ordenó
1 “Barrage of Criticism Hits New Brew Aimed at Blacks”, Alcoholism & Drug Abuse
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 310
a la compañía en 1991 dejar de usar la marca “PowerMaster” para su producto de cerveza de malta2 .2
Según la BATF, el nombre de “PowerMaster” estaba diseñado ilegalmente para promover el elevado
contenido alcohólico de la cerveza. La BATF informó a la compañía que podía vender las existencias
que tuviera de la cerveza, pero que una vez que éstas se agotaran ya no podría usar la marca.
La compañía se reagrupó, y varios meses después sacó una nueva cerveza de malta con alto con-
tenido de alcohol en un envase que era visualmente similar a la lata de su descontinuada marca “Pow-
erMaster”, sólo que ahora la lata llevaba el nombre “Colt 45 Premium”. La BATF no objetó al uso de
este nuevo nombre3 .3
Preguntas
1. En su opinión, ¿la decisión de la G. Heileman Brewing Company de elaborar y comercializar
sus cervezas de malta fue moralmente incorrecta en cualquier sentido? Explique su respuesta.
3. Explique cómo las tres teorías de las obligaciones de la parte vendedora para con los consumi-
dores aplican a este incidente.
Guerras de juguete *
A principios de 1986 Tom Daner, presidente de la agencia de publicidad Daner Associates, recibió
una llamada de Mike Teal, gerente de ventas de Crako Industries. Crako Industries es una compañía
de propiedad familiar que fabrica juguetes para niños, y desde hacía mucho tiempo había sido un
cliente favorito e importante de Daner Associates. El gerente de ventas de Crako Industries explicó
que la compañía acababa de desarrollar un nuevo helicóptero de juguete. El modelo para el juguete
había sido un helicóptero militar empleado en Vietnam que también había aparecido en las películas
de Week, 3 de julio de 1991. “Rambo”. Mike Teal explicó que el juguete se había desarrollado como
respuesta a la locura por los juguetes militares que había barrido los Estados Unidos después de la
exhibición de las películas de Rambo. La compañía, propiedad de una familia, se había resistido al
principio a incursionar en el campo de los juguetes militares, porque miembros de la familia objetaban
la violencia asociada a tales juguetes. Sin embargo, a medida que los juguetes militares se apoderaban
de más y más segmentos del mercado de los juguetes, la familia comenzó a pensar que el ingreso en
esos segmentos era crucial para su negocio. Por tanto, la familia aprobó el desarrollo de una línea de
juguetes militares, con la esperanza de no estar ingresando en ese mercado demasiado tarde. Ahora
Mike Teal quería que Daner Associates creara un campaña publicitaria por televisión para el juguete.
El helicóptero de juguete que los diseñadores de Crako habían desarrollado medía cerca de medio
metro, funcionaba con baterías, y estaba hecho de plástico y acero. En un costado estaban montadas
copias fieles de ametralladoras que se podían separar y una camilla desmontable que imitaba las
camillas utilizadas para levantar soldados heridos del campo de batalla. Mike Teal de Crako explicó
2 “BATF Orders Heileman to Discontinue ‘PowerMaster’ Label for Malt Liquor Product”, Alcoholism Report, vol. 19,
que estaban tratando de desarrollar un juguete que debía percibirse como “más para machos” que la
línea de juguetes más vendida, “G.I. Joe”. Según el gerente de ventas, si la compañía quería compe-
tir con éxito en el mercado juguetero actual, tendría que adoptar un enfoque publicitario aún “más
rudo y duro” que el que otras compañías estaban adoptando. Por ello, continuó Teal, las secuencias
publicitarias desarrolladas por Daner Associates tendrían que ser “rudas y machistas”. Él sugirió que
los anuncios de televisión del juguete podrían mostrar al helicóptero cerniéndose sobre edificios y
destruyéndolos con explosivos. Cuanta más violencia y destrucción sugirieran los anuncios, mejor.
Crako Industries iba a depender mucho de las ventas del nuevo juguete, y algunos gerentes de Crako
incluso pensaban que el futuro de la compañía iba a depender de su éxito.
Tom Daner no tenía muchas ganas de pedir a su compañía que creara anuncios de televisión que
elevaran lo que el ya consideraba un nivel excesivo de violencia en la televisión dirigida a los niños.
En particular, él recordaba un anuncio de televisión de un triciclo con una ametralladora en miniatura,
montada en el volante. El anuncio mostraba a un niño pequeño pedaleando el triciclo por el bosque,
persiguiendo a varios otros chicos que huían de él por una vereda de tierra. En cierto punto la cámara
se acercaba por encima del hombro del niño, enfocaba a través de la mira y mostraba un aparente
intento de apuntar la ametralladora a las espaldas de los muchachos que huían ante el triciclo armado.
Anuncios de este tipo habían perturbado a Tom Daner y lo habían convencido de que los anunciantes
debían encontrar otras formas de promover ese tipo de juguetes. Por ello, él sugirió que en lugar de
promover el helicóptero de Crako a través de la violencia, se presentara el juguete de alguna otra
manera. Cuando Teal le preguntó qué tenía en mente, Tom se vio obligado a contestar que no sabía.
Pero de todos modos, señaló Tom, las tres cadenas de televisión se iban a negar a aceptar un anuncio
violento dirigido a los niños. Las tres cadenas respetaban un código publicitario que prohibía los
anuncios violentos, intensos o poco realistas dirigidos a los niños.
Sin embargo, este obstáculo no le pareció importante a Teal. Aunque las cadenas rechazaran los
anuncios demasiado violentos para niños, las estaciones de televisión locales no eran tan remilgosas.
Teledifusoras locales de todo Estados Unidos aceptaban con regularidad anuncios dirigidos a los
niños que las cadenas habían rechazado por considerarlos demasiado violentos. Las estaciones locales
insertaban los anuncios como spots en su programación no encadenada, burlando así los Códigos de
Publicidad de las tres cadenas nacionales. Daner Associates simplemente tendría que colocar los
anuncios que crearan para el helicóptero Crako en estaciones de televisión locales de todo el país.
Mike Teal se mostró firme: si Daner Associates no creaba una campaña “dura y ruda”, la compañía
juguetera se cambiaría a una agencia publicitaria que sí estuviera dispuesta a hacerlo. De mala gana,
Tom Daner aceptó desarrollar la campaña publicitaria. Crako Industries generaba ingresos de 1 millón
de dólares para Daner.
Al igual que Crako Industries, Daner Associates también era un negocio familiar. Iniciada por el
padre de Tom casi medio siglo antes, la compañía publicitaria que Tom dirigía ahora había crecido
de forma impresionante bajo su liderazgo. En 1975 el negocio había obtenido ganancias brutas de 3
millones de dólares; diez años después la cifra había crecido a 25 millones de dólares y la empresa
ofrecía una línea completa de servicios publicitarios. La compañía estaba dividida en tres departa-
mentos (creativo, medio y ejecutivo de cuenta), cada uno de los cuales tenía unos doce empleados.
Tom Daner achacaba una buena parte del éxito de la compañía a los numerosos empleados nuevos
que había contratado, sobre todo un grupo con maestrías en administración de empresas que habían
desarrollado nuevas estrategias de mercadeo basadas en análisis más exhaustivos de los mercados
y los consumidores. Sin embargo, casi todas las decisiones las tomaba un comité ejecutivo de cin-
co personas que consistía en Tom Daner, el contador senior y los tres jefes departamentales. Como
dueño-presidente, las opiniones de Tom solían matizar la mayor parte de las decisiones, dando origen
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 312
a lo que un miembro del comité llamaba una “dictadura benévola”. Tom era una persona entusiasta,
simpática, inteligente y amante de la lectura. Durante sus estudios universitarios, él había pensado en
convertirse en sacerdote misionero, pero había cambiado de opinión y ahora estaba casado y tenía tres
hijas. Sus héroes personales incluían Thomas Merton, Albert Schweitzer y Tom Doley.
Cuando Tom Daner presentó el asunto de Crako a su comité ejecutivo, vio que éste no com-
partía sus dudas. Los demás miembros del comité pensaban que Daner Associates debía entregar a
Crako exactamente el tipo de anuncio que Crako quería: uno rebosante de violencia. Además, los
escritores y artistas del departamento creativo estaban entusiasmados con la idea de dar rienda suelta
a su imaginación en este proyecto, y varios creían que fácilmente podían crear un anuncio que captara
la atención superando el nivel de violencia de la programación televisiva actual. De hecho, el depar-
tamento creativo ni tardo ni perezoso produjo un guión que usaba videos en los que el helicóptero
“aparecía del cielo escupiendo fuego de sus ametralladoras” contra una aldea en la selva. Según ellos,
este tipo de anuncios era exactamente lo que el cliente les estaba solicitando.
Sin embargo, después de ver el guión Tom Daner se negó a utilizarlo. Él insistió en que debían
producir un anuncio que satisficiera las necesidades del cliente pero que también respetara las pautas
de las cadenas nacionales. El anuncio no debería glorificar la violencia y la guerra, sino apoyar de
alguna manera la cooperación y los valores familiares. Decepcionado y un tanto frustrado, el departa-
mento creativo se puso a trabajar otra vez. Unos cuantos días después, el departamento presentó una
segunda propuesta: un anuncio que mostrara el helicóptero de juguete volando por la estancia de un
hogar y un niño pequeño jugando con él; luego la escena cambiaba para mostrar al niño sobre una
roca que surgía del suelo de la estancia; el helicóptero bajaba y recogía al niño como si lo estuviera
rescatando de la roca en la que había quedado atrapado. Aunque el departamento creativo estaba más
o menos complacido con su intento, les parecía demasiado “blando”. Pese a ello, a Tom le gustó y se
filmó una versión del anuncio.
Unas pocas semanas después Tom Daner se reunió con Mike Teal y su equipo y les mostró la
película. La exhibición no fue un éxito. Teal rechazó el anuncio. Haciendo alusión a los reglamentos
de las cadenas televisivas que otros anuncios de juguetes estaban violando con tanta frecuencia como
los automovilistas violaban el límite de velocidad de 55 millas por hora, él dijo que “ese comercial va
a sólo 55 millas por hora, mientras que yo quiero uno que vaya a 75”. Si la siguiente versión no era
“más dura y ruda”, Crako Industries se vería obligada a buscar otra agencia.
Decepcionado, Tom Daner regresó con la gente de su departamento creativo y les dio luz verde
para que diseñaran el tipo de anuncio que originalmente habían querido, pues “no se me ocurre qué
otra cosa hacer”. En poco tiempo el departamento creativo había puesto sobre su escritorio una prop-
uesta que incluía escenas en las que el helicóptero volaba aldeas por los cielos. Poco después se
construyó un pequeño escenario que representaba una aldea selvática establecida junto a un puente
tendido sobre un río. El anuncio se filmó utilizando el escenario selvático como fondo.
Cuando Tom vio el resultado no quedó muy contento, y decidió reunirse con su departamento
creativo para sincerarse. “La cuestión aquí”, dijo, “es básicamente la violencia. ¿Realmente queremos
presentar los juguetes como instrumentos para dar palizas a la gente? Este anuncio va a promover la
agresión y la violencia; va a glorificar la dominación y lo hará con niños que son en extremo impre-
sionables. ¿En verdad queremos hacer esto? Sin embargo, los miembros del departamento creativo
respondieron que simplemente estaban dándole al cliente lo que quería. Además, ese cliente era una
cuenta muy importante. El cliente quería un anuncio agresivo y “machista”, y eso era lo que le esta-
ban entregando. Tal vez el anuncio violaba las normas de las cadenas de televisión, pero había formas
de sortear esas normas. Por añadidura, alegaron ellos, todas las demás agencias publicitarias estaban
rebasando los límites contra la violencia establecidos por las cadenas. Tom hizo un último intento:
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 313
¿Por qué no comercializar el helicóptero como un juguete de aventura y fantasía? Él sugirió filmar
el anuncio otra vez utilizando el mismo escenario selvático, pero en lugar de que el helicóptero es-
tuviera disparando contra una aldea en llamas, estaría llegando para rescatar gente de una aldea que
se había incendiado. Había que crear un anuncio que mostrara emoción, aventura y fantasía, pero no
agresión. “Estaba tratando”, dijo Tom después, “de encontrar una nueva forma de enfocar este tipo de
publicidad. Tenemos que seguir el mercado o podemos ir a la quiebra tratando de predicar la morali-
dad en el mercado. Pero, ¿por qué no intentar un nuevo enfoque? ¿Por qué no promover los juguetes
como instrumentos que expanden la imaginación de los niños de una forma positiva, que promueve
los valores de la cooperación en lugar de la violencia y la agresión?”
Se produjo una nueva versión filmada del anuncio, en la que el helicóptero volaba sobre el es-
cenario selvático. Tomas rápidas y una música de fondo intensa daban la impresión de emoción y
peligro. El helicóptero hacía su entrada dramática a través de la jungla, sobre el río y el puente, para
rescatar a un niño de la aldea en llamas. Mientras fuertes destellos de luz salpicaban la escena, el
helicóptero se elevaba y escapaba hacia el cielo. El anuncio final era muy emocionante e intenso, y
promovía la salvación de una vida en lugar de la violencia contra la vida.
Sin embargo, cuando la versión final quedó terminada era evidente que no sería aprobada por los
censores de las cadenas de televisión. Las pautas de las cadenas requerían que los escenarios de los
anuncios para niños mostraran cosas que están dentro del alcance de la mayoría de los niños, para
evitar la creación de expectativas poco realistas. Era evidente que el detallado escenario selvático
(cuya construcción había costado 25,000 dólares) no estaba dentro del alcance de la mayoría de los
niños, y por tanto ellos no podrían recrear la escena del anuncio comprando el juguete. Además, los
reglamentos de las cadenas estipulan que los anuncios para niños deben filmarse con iluminación
normal que no cree demasiada intensidad. En este sentido también el anuncio del helicóptero, que
creaba emoción con la ayuda de cambios abruptos de iluminación y cortes rápidos no se ajustaba a
esos reglamentos.
Después de ver la película Tom Daner reflexionó sobre ciertas instrucciones de último minuto que
el gerente de ventas de Crako le había dado cuando vio la primera versión del anuncio. El anuncio
debía mostrar a las armas del pequeño helicóptero haciendo añicos algunas cosas, y tal vez hasta
un poco de sangre en el fuselaje del juguete; el anuncio debía ser violento. Ahora Tom tenía que
tomar una decisión. ¿Debería él arriesgar la cuenta presentando únicamente el anuncio de la misión
de rescate? ¿O debería mostrar a Teal también el anuncio en el que el helicóptero disparaba contra la
aldea, sabiendo que era muy probable que prefiriera esa versión si la veía? ¿Y en realidad el anuncio
de la misión de rescate era muy diferente del anuncio en el que se atacaba a la aldea? ¿Era importante
que el anuncio de la misión de rescate también violara algunas de las normas de las cadenas de
televisión? Y si él le ofrecía a Teal sólo el anuncio de la misión de rescate y Teal aceptaba el “enfoque
de rescate” pero exigía que fuera más violento; ¿debería Tom ceder? ¿Y debería Tom arriesgarse a
lanzar una campaña publicitaria basada en este nuevo enfoque no probado? ¿Qué pasaría si el anuncio
no lograba vender el juguete de Crako? ¿Era correcto experimentar con el producto de un cliente,
sobre todo un producto que era tan importante para el futuro de ese cliente? Tom no estaba seguro
de cómo proceder. Él quería mostrar a Teal sólo el comercial de la misión de rescate, pero sentía la
necesidad de resolver primero estas dudas en su propia mente.
Preguntas
1. Desde un punto de vista moral, ¿qué decisión final cree usted que Tom Daner deba tomar?
Justifique su respuesta. ¿Qué debe hacer Tom si le piden hacer la versión final más violenta que
CAPÍTULO 6. LA ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN Y EL MARKETING 314
2. Conteste las preguntas que se hizo Tom Daner: ¿El anuncio de la misión de rescate era realmente
muy distinto del que mostraba el ataque a la aldea? ¿Era importante que el anuncio de la misión
de rescate también violara algunas de las normas de las cadenas de televisión? ¿Era correcto
experimentar con el producto de un cliente, sobre todo uno tan importante para el futuro de ese
cliente?
Parte IV
315
316
Introducción
En un importante discurso intitulado “Mend It, Don’t End IC (Remiéndenlo, no lo tiren), el pres-
idente estadounidense Bill Clinton dijo:
Ante todo, nuestro país es un conjunto de convicciones: “Sostenemos que estas ver-
dades son indiscutibles, que todos los hombres fueron creados iguales; que su Creador les
confiere ciertos derechos inalienables; que entre esos derechos están la vida, la libertad y
la búsqueda de la felicidad.” Toda nuestra historia puede verse primero como una lucha
por preservar esos derechos y luego como una lucha por hacerlos reales en la vida de
todos nuestros ciudadanos . . .
El propósito de la acción afirmativa es que nuestro país por fin pueda atacar la ex-
clusión sistemática de individuos talentosos, con base en su sexo o raza, de oportunidades
para desarrollarse, desempeñarse, lograr y contribuir. La acción afirmativa es un esfuerzo
por desarrollar un enfoque sistemático que abra las puertas de las oportunidades de edu-
cación, empleo y desarrollo comercial a individuos calificados que incidentalmente son
miembros de grupos que han experimentado una discriminación antigua y persistente.
Ahora hay quienes dicen que incluso los buenos programas de acción afirmativa han
dejado de ser necesarios . . . porque ya no hay ninguna discriminación sistemática en nues-
tra sociedad. Consideremos los hechos.
Según el informe recién terminado por la Glass Ceiling Commission, patrocinada
por miembros republicanos del Congreso, en las compañías más grandes del país sólo
el 0.6 % de los puestos gerenciales de alto nivel está ocupado por afroestadounidenses,
el 0.4 % por hispanoestadounidenses y el 0.3 % por estadounidenses de origen asiático;
las mujeres ocupan entre el 3 y el 5 % de esos puestos. Los hombres blancos constituyen
el 43 % de nuestra fuerza de trabajo, pero ocupan el 95 % de esos puestos . . . Apenas la
semana pasada, el Chicago Federal Reserve Bank informó que la probabilidad de que
a un solicitante negro se le niegue un préstamo para hacerse de una casa es dos veces
mayor que en el caso de un solicitante blanco con las mismas calificaciones, y que es
1 Los lectores interesados en investigar el tema de la discriminación podrían comenzar por acceder a la página Web
de la U.S. Census Bureau donde pueden encontrar datos estadísticos detallados y actualizados sobre ingreso, ganancias,
pobreza y otros temas (http://www.census. gov); los aspectos legales de la discriminación pueden investigarse recurriendo
a los recursos que ofrece Hieros Gamos (http://www.hg.org) y la American Bar Association (http://www.abanet.org).
317
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 318
una y media veces más probable que a un solicitante de origen hispánico se le niegue un
préstamo, que a un blanco con las mismas calificaciones. Abundan los indicios de otras
formas de persistencia del tipo de prejuicios que pueden afectar la forma en que pensamos
aunque no seamos conscientes de ello, al contratar y al promover y al hacer negocios . . .
Hay personas que sinceramente creen que la acción afirmativa siempre implica prefer-
encias de grupo por sobre el mérito individual; que la acción afirmativa siempre produce
discriminación a la inversa; y que por ello, en última instancia, hace menos a quienes se
benefician por ella y discrimina contra quienes no reciben su ayuda . . . Pero yo creo que
si no hay proporciones mínimas -si no damos oportunidades a personas no calificadas- si
no tenemos discriminación a la inversa -y si, cuando el problema termina, el programa
termina- entonces, la crítica no tiene razón de ser.
Hoy estoy ordenando a todas las agencias federales que . . . apliquen las cuatro normas
de equidad que ya he planteado a todos nuestros programas de acción afirmativa: nada
de proporciones mínimas, ni en teoría ni en la práctica; nada de discriminación ¡legal
de ningún tipo, incluida la discriminación a la inversa; ninguna preferencia por personas
que no están calificadas para los empleos u otras oportunidades; y que, tan pronto como
el programa haya alcanzado el éxito, se descontinúe. Todo programa que no cumpla con
estos cuatro principios deberá eliminarse o reformarse para que cumpla con ellos . . . 2
Unos cuantos días después, el gobernador de California Pete Wilson respondió al Presidente en un
discurso que hizo hincapié en su apoyo de las leyes diseñadas para acabar con los programas de acción
afirmativa a los que llamó “tratamiento preferencial”:
características físicas, ropa y experiencia laboral. Del mismo modo, se formaron pares de hombres
hispanoestadounidenses jóvenes con pleno dominio del inglés y jóvenes de origen anglosajón. Se
capacitó y adiestró a cada miembro de cada par en simulacros de entrevistas para que actuaran de for-
ma idéntica. Luego, cada miembro de cada par solicitó personalmente los mismos empleos, que iban
desde trabajador general hasta aprendiz de gerente en las áreas de fabricación, hotelería, restaurantes,
ventas al detalle y trabajo de oficina. A pesar del hecho de que todos tenían calificaciones idénticas
para los mismos empleos, se ofreció empleo a los negros e hispanos con una frecuencia 50 % menor
que a los jóvenes blancos.5 El significado etimológico del término “discriminar” es “distinguir un
objeto de otro”, una actividad moralmente neutral y no necesariamente incorrecta. Sin embargo, en
la usanza moderna el término no es moralmente neutral: por lo regular se utiliza para referirse al acto
indebido de distinguir ilícitamente entre las personas no con base en su mérito individual sino con
base en un prejuicio o alguna otra actitud odiosa o moralmente reprobable.6 Esta idea moralmente
cargada de discriminación “odiosa”, aplicada al empleo, es de lo que nos ocuparemos en este capítu-
lo.7 En este sentido, discriminar en el empleo es tomar una decisión (o serie de decisiones) adversa
contra empleados (o prospectos de empleados) que pertenecen a cierta clase debido a un prejuicio
moralmente injustificado hacia los miembros de esa clase. Así pues, la discriminación en el empleo
debe implicar tres elementos básicos. Primero, una decisión en contra de uno o más empleados (o
prospectos de empleados) que no se base en los méritos individuales, como la capacidad para realizar
un trabajo dado, antigüedad u otras calificaciones moralmente válidas. Segundo, la decisión deriva
únicamente o en parte de un prejuicio racial o sexual, de falsos estereotipos o de alguna otra clase de
actitud moralmente injustificada contra los miembros de la clase a la que el empleado pertenece. Ter-
cero, la decisión (o serie de decisiones) tiene un impacto dañino o negativo sobre los intereses de los
empleados, tal vez haciéndoles perder empleos, promociones o mejores salarios. Históricamente, la
discriminación en el empleo en Estados Unidos se ha dirigido a un número sorprendentemente grande
de grupos. Éstos han incluido grupos religiosos (corno judíos y católicos), grupos étnicos (como ital-
ianos, polacos e irlandeses), grupos raciales (como negros, orientales e hispanos) y grupos sexuales
(como mujeres y homosexuales). Ese país tiene una historia vergonzosamente rica de discriminación.
crimination”, y se encuentra en cualquier diccionario relativamente reciente; vea, por ejemplo, Websters New Collegiate
Dictionary (Springfield, MA: G. & C. Merriam Company, 1974), p.326, donde un significado principal atribuido al tér-
mino“discriminate” es“hacer una diferencia en tratamiento o favor con base en otra cosa que no sea el mérito individual”,
y donde un significado atribuido a “discrimination” es “perspectiva, acción o tratamiento prejuiciado o prejuzgador”.
7 Puede encontrar una exposición un tanto larga del significado de la discriminación en Barry R. Gross, Discrimination
in Reverse (Nueva York: Nueva York University Press, 1978), p. 628. Aunque todos los diccionarios modernos dan el sig-
nificado con carga moral de “discriminación”, Gross trata de presentar un argumento en favor de que el término conserve
su significado moralmente neutral para poder usarlo en la expresión “discriminación contra hombres blancos” que no se
basa en un prejuicio racial. No obstante, en el texto me apoyo más en la idea moralmente cargada de “discriminación
odiosa” (invidious discrimination) que usó la Suprema Corte y que se desarrolla, por ejemplo, en Ronald Dworkin, “Why
Bakke Has No Case”, New York Review of Books, 10 de noviembre de 1977, p.15.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 321
Será práctica de empleo ilegal que un patrón (1) no contrate o se niegue a contratar,
o despida a cualquier individuo, o de alguna otra forma discrimine contra cualquier in-
dividuo en lo tocante a su compensación, términos, condiciones o privilegios de empleo
debido a la raza, color, religión, sexo u origen nacional de ese individuo; o (2) limite, seg-
regue o clasifique sus empleados o solicitantes de empleo en cualquier forma que prive
o tienda a privar a cualquier individuo de oportunidades de empleo, o que de alguna otra
manera afecte adversamente su situación como empleado a causa de la raza, color, sexo
u origen nacional de semejante individuo.9
Sin embargo, a fines de los años sesenta el concepto de discriminación se amplió para incluir algo
más que las formas intencionales, tradicionalmente reconocidas, de discriminación individual. Para
fines de los años setenta, se estaba usando con regularidad el término “discriminación” para incluir
8 Joe R. Feagin y Clairece Booker Feagin, Discrimination American Style, 2a. ed. (Malabar, FL: Robert E. Krieger
Selected Labor Laws Pertaining to Labor Relations, Part II, 93rd Congress, 2nd Session, 6 de septiembre de 1974, p.610.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 322
disparidades de representación minoritaria dentro del personal de una empresa, sea que dicha dispari-
dad se hubiera creado intencionalmente o no. Una organización discriminaba si la representación de
grupos minoritarios dentro de sus filas no era proporcional a la disponibilidad local de ese grupo. La
discriminación se remediaría cuando las proporciones de minorías dentro de la organización coinci-
dieran con sus proporciones en la fuerza de trabajo disponible mediante la aplicación de programas de
“acción afirmativa”. Por ejemplo, una guía para los patrones emitida por el Departamento del Trabajo
de Estados Unidos en febrero de 1970 declaraba:
Un programa de acción afirmativa aceptable debe incluir un análisis de las áreas den-
tro de las cuales el que contrata sea deficiente en la utilización de grupos minoritarios
y mujeres, además de metas y tiempos que deben gobernar los esfuerzos de buena fe
del que contrata para corregir las deficiencias y así incrementar sustancialmente la uti-
lización de minorías y mujeres en todos los niveles y en todos los segmentos de su fuerza
de trabajo en los que existan deficiencias . . . “Subutilización” se define como tener menos
minorías o mujeres en una clasificación laboral dada de la que cabría esperar con base en
su disponibilidad.10
Muchas personas han criticado el punto de vista de que una institución es “discriminatoria” si un
grupo minoritario está subrepresentado en sus filas. La discriminación es una acción de individuos,
argumentan estos críticos, y son mujeres y miembros de minorías individuales a los que trata mal; por
tanto, no debemos decir que existe discriminación hasta que no sepamos que se discriminó en contra
de un individuo específico en un caso específico. El problema con esta crítica es que, en general, es
imposible saber si se discriminó o no en contra de un individuo específico. La gente compite con otras
personas por los empleos y promociones, y el hecho de que una persona obtenga un empleo o una
promoción específicos depende en gran medida en factores casuales tales como quiénes fueron sus
competidores, qué capacidades tenían sus competidores, cómo la vieron los entrevistadores, y cómo
se desempeñó ella en los momentos cruciales. Por tanto, cuando un miembro de una minoría pierde en
este proceso competitivo, en general no hay forma de saber si dicha derrota individual fue resultado
de factores casuales o de discriminación sistemática. La única forma de saber si el proceso en sí
está discriminando sistemáticamente es examinando lo que sucede con las minorías como grupo:
si las minorías como grupo salen perdiendo con regularidad en un proceso competitivo en el que
sus capacidades como grupo coinciden con las del grupo no minoritario, podremos concluir que el
proceso es discriminatorio.11
No obstante, durante los años ochenta la política del gobierno bajo la administración Reagan
tendió a favorecer el punto de vista de que la sociedad no debía concentrar su atención en la discrim-
inación en sus formas institucionalizadas. A partir de 1981, aproximadamente, el gobierno federal
comenzó a oponerse activamente a los programas de acción afirmativa basados en análisis estadís-
ticos de discriminación sistemática. La administración sostenía que sólo los individuos que podían
demostrar que habían sido víctimas de una discriminación dirigida específica e intencionalmente
hacia ellos serían elegibles para un tratamiento especial en cuanto a contratación y promociones.
Aunque la administración Reagan en general no tuvo mucho éxito en su esfuerzo por desmantelar los
programas de acción afirmativa, logró nominar a una mayoría de jueces de la Suprema Corte cuyas
10 U.S. Equal Employment Opportunity Commission, Affirmative Action and Equal Employment: A Guidebook for
Employers, II (Washington, DC: Government Printing Office, 1974): D-28.
11 La necesidad de basar los análisis de la discriminación en cifras estadísticas y la futilidad de intentar un proced-
imiento individual, caso por caso, son tratadas por Lester Thurow en “A Theory of Grotips and Economic Redistribution”,
Philosophy and Public Affairs, 9, núm. 1 (otoño de 1979): 25-41.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 323
decisiones tendieron a socavar algunas bases legales de los programas de acción afirmativa (que ver-
emos más adelante). Estas tendencias se revirtieron otra vez en los años noventa cuando Bush llegó
a la presidencia y se comprometió a “derrumbar las barreras que había dejado la discriminación en
el pasado”. Además, el Congreso intervino para proponer leyes que apoyaran los programas de ac-
ción afirmativa y que revirtieran los dictámenes de la Suprema Corte que las habían socavado. Sin
embargo, cuando las elecciones produjeron una mayoría republicana en la Cámara de Representantes
en 1992, el Congreso comenzó a estudiar leyes para prohibir los programas de acción afirmativa. En
California se aprobaron en 1996 leyes que prohibían a todas las dependencias del gobierno usar pro-
gramas de “tratamiento preferencial”. Como indican sus discursos, el presidente Clinton se opuso a
tales leyes, mientras que el gobernador de California Pete Wilson las apoyó. No se han promulgado
leyes similares en el nivel del gobierno federal, y las leyes estatales han sido calificadas de “anti-
constitucionales”. Así pues, la sociedad estadounidense ha dudado y sigue dudando en cuanto a si
la discriminación debe verse sólo como un acto intencional y aislado o también como un patrón no
intencional e institucionalizado revelado por las estadísticas, y si debemos o no tratar de combatir
únicamente el primero o también el segundo. Para fines de análisis, es importante mantener separadas
las cuestiones éticas que plantean las políticas encaminadas a evitar que los individuos discriminen
intencionalmente contra otros individuos, y las que plantean las políticas de “acción afirmativa” que
buscan lograr una representación proporcional de las minorías dentro de las instituciones de negocios.
Trataremos por separado cada una de estas cuestiones, pero primero es necesario examinar el grado
en que las instituciones de negocios actuales son discriminatorias. Se cree comúnmente que aunque
las empresas solían ser discriminatorias, ahora ya no lo son gracias a los grandes avances que las
minorías y las mujeres han logrado durante los últimos años. Si esta creencia es correcta -y los exper-
imentos que describimos en los que pares similares de hombres y mujeres o blancos y miembros de
minorías solicitaban el mismo empleo por lo menos lo ponen en duda- entonces no tiene mucho caso
tratar el tema de la discriminación. Sin embargo, ¿es correcta dicha creencia?
claro que para algunos segmentos de la población minoritaria (como los hombres negros jóvenes con
educación universitaria) la discriminación no es tan intensa como solía serio.
Cuadro 7.1: Ingresos familiares medios por raza y como porcentaje de los blancos (en dólares de
1994)
Año Blancos Negros Negros como Hispanoestadounidenses Hispanoestadounidenses
porcentaje de como porcentaje de
los blancos los blancos
($) ($) ( %) ($) ( %)
1994 51,709 32,826 63 32,349 63
1993 50,836 30,805 61 31,906 63
1992 49,048 29,555 60 31,664 65
1991 49,263 30,000 61 32,641 66
1990 50,495 31,243 62 33,236 66
1989 51,874 31,570 61 34,895 67
1988 50,501 31,012 62 33,723 67
1986 49,241 30,800 63 33,046 67
1985 47,345 29,418 62 31,888 67
1984 46,246 28,211 61 32,190 70
1983 44,738 27,374 61 30,387 68
1982 44,341 26,755 60 30,596 69
1981 44,302 27,462 62 31,861 72
1980 44,908 26,462 59 31,720 71
1979 46,527 29,055 62 33,591 72
1978 45,799 29,440 64 32,180 70
1977 44,547 28,050 63 31,171 70
1976 43,724 28,133 64 30,089 69
1975 42,485 27,428 65 29,260 69
Fuente: U.S. Bureau of the Census, Current Population Reports, Series P60-189, tabla
b-3.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 326
Cuadro 7.2: Ganancias medias de trabajadores de tiempo completo de sexo masculino y femenino (en
dólares de 1995) e ingresos medios anuales de hombres y mujeres (en dólares de 1994)
Fuente:U.S. Bureau of the Census, Current Population Reports, Series P60, tablas P13 y P2.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 327
Cuadro 7.3: Ganancias medias de hombres y mujeres que salieron recientemente de la escuela y
trabajan, 1995
Fuente:U.S. Burcau of the Census, Current Population Reports, Series P60, tabla P10.
entre los 25 y los 34 años de edad –por tanto, iniciando apenas su vida laboral– podía esperar ga-
nar en promedio 16,555 dólares, mientras que su contraparte de sexo masculino estaría obteniendo
25,917 dólares; si ella tenía un título profesional (como abogada o maestría en administración de
empresas) estaría ganando $46,683, mientras que su contraparte de sexo masculino estaría ganando
$52,522. Como muestra la tabla 7.4, las mujeres que se han graduado recientemente de la universidad
siguen teniendo ingresos netos más bajos que los graduados recientes de sexo masculino; de hecho,
en promedio, una mujer tendría que graduarse de la universidad antes de tener la esperanza de igualar
los ingresos de un hombre graduado de educación media. No es una sorpresa que, como se aprecia en
la tabla 7.5, los ingresos de las mujeres queden de forma predominante en los intervalos de ingresos
más bajos, mientras que los ingresos de los hombres se agrupan alrededor de los más altos.
Aunque los hombres negros jóvenes graduados de la universidad (entre las edades de 22 y 27)
ganan casi lo que ganan los graduados blancos de la misma edad, no hay mucha mejora en las ganan-
cias relativas de los negros mayores.17 En general, la tasa de desempleo entre los negros en 1995 era
el doble que entre los blancos. En 1992, mientras que el desempleo entre los hombres jóvenes blancos
entre los 16 y los 19 años era del 18.4 %, entre los jóvenes negros de la misma edad era del 42 %. Así
pues, la decadencia en la situación de la gran mayoría de los negros ha anulado con creces los adelan-
tos logrados por el pequeño porcentaje (11 %) de jóvenes negros que se gradúan de la universidad. Las
disparidades en las ganancias entre hombres y mujeres abarcan todas las ocupaciones, como muestra
el resumen de la tabla 7.6.
17 Daniel S. Hamerinesh y Albert Rees, The Economics of Work and Pay, 3a. ed. (Nueva York: Harper & Row Publishers,
Cuadro 7.4: Ingreso medio de hombres y mujeres que trabajan,por educación, 1995
Fuente: U.S. Bureau of die Census, Current Population Reports, Series P60.
Cuadro 7.5: Distribución del ingreso entre hombres y mujeres que trabajan, 1994
1 a 2,499 7 14
2,500 a 4,999 4 10
5,000 a 9,999 12 21
10,000 a 14,999 13 15
15,000 a 24,999 20 19
25,000 a 49,999 29 17
50,000 a 74,999 10 3
75,000 o más 6 1
Fuente: U.S. Bureau of the Census, Current Population Reports, Series P60-184, tabla 26.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 329
Cuadro 7.6: Mediana de las ganancias semanales de hombres y mujeres por grupo ocupacional, 1995
Fuente: U.S. Bureau of Labor Statistics, Employment and Earnings, enero de 1996, tabla 39.
Cuadro 7.7: Porcentaje de blancos, negros, hispanos y asiáticos por debajo del nivel de pobreza
1995 11 29 30 15
1994 12 31 31 15
1993 12 33 31 15
1992 12 33 30 13
1991 11 33 29 14
1990 11 32 28 12
1989 10 31 26 14
1988 10 31 27 17
1987 10 32 28 16
1986 11 31 27 ND
1985 11 31 29 ND
1980 10 33 26 ND
1975 10 31 27 ND
Fuente: U.S. Bureau of the Census, March Current Population Survey, tabla 2.
una probabilidad tres veces mayor de ser pobres que las encabezadas por hombres. Así pues, los gru-
pos de ingresos más bajos en Estados Unidos se correlacionan estadísticamente con la raza y el sexo.
En comparación con los blancos y las familias encabezadas por hombres, proporciones mayores de
minorías y de familias encabezadas por mujeres son pobres.
1994 35 17
1993 36 17
1992 35 16
1991 36 13
1990 33 12
1989 32 12
1988 33 12
1987 34 12
1986 35 11
1985 34 13
Fuente: U.S. Bureau of the Census, Current Population Reports, Series P60?188, tabla
D-6.
“techo de cristal” a través del cual pueden mirar pero que no pueden superar.20 Estas estadísticas no
se pueden explicar cabalmente en términos de los niveles de educación más bajos de las minorías y
las mujeres.21 En 1994 un graduado de educación media de sexo masculino obtenía un ingreso medio
de 26,634 dólares, un poco más que lo que ganaba una mujer con grado universitario ($26,466).
En 1992 un trabajador blanco de sexo masculino con diploma de educación media ganaba 24,000
dólares, mientras que un trabajador negro con diploma de educación media ganaba 16,599 dólares; y
mientras que un trabajador blanco con grado universitario ganaba 37,360 dólares, un trabajador negro
con grado universitario ganaba sólo 29,392 dólares.
Tampoco pueden explicarse cabalmente las grandes disparidades entre los hombres y las mujeres
o minorías de raza blanca por las preferencias de las mujeres o de las minorías.22 A veces se sug-
iere que las mujeres escogen trabajar en empleos que tienen una paga y un prestigio relativamente
bajos. Por ejemplo, se ha sugerido que las mujeres creen que sólo ciertos trabajos (como secretaria o
educadora) son “apropiados” para las mujeres; que muchas mujeres escogen estudios que las hacen
apropiadas sólo para esos empleos; que muchas mujeres escogen esos empleos porque planean criar
niños y esos empleos son relativamente fáciles de abandonar y recuperar; que muchas mujeres esco-
gen esos empleos porque sus exigencias son limitadas y les dejan tiempo para criar niños; que muchas
20 Barbara Reskin e Irene Padavic, Women and Men At Work (Thousand Oaks, CA: Pine Forge Press, 1994), pp. 82-
84 y U.S. Department of Labor, Office of Federal Contract Compliance Programs, Glass Ceiling Commission, Good for
Business: Making Full Use of the Nations Human Capita/The Environmental Sear (Washington, DC: Government Printing
Office, 1995), pp. 11-12.
21 Bradley R. Schiller, The Economics of Poverty & Discrimination6a. ed. (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1995),
pp. 193-194.
22 Reskin y Padavic, Women and Men at Work pp. 39-3.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 332
Cuadro 7.9: Mediana de ganancias semanales de las ocupaciones, y porcentajes de hombres y mujeres
en cada grupo, 1995
Porcentaje
Ganancias
semanales Hombres Mujeres
Ocupaciones
Fuente:U.S. Bureau of Labor Statistics, Employment and Eamings, enero de 1996, tabla
39.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 333
Cuadro 7.10: Mediana de las ganancias semanales de ocupaciones selectas y porcentaje de hombres
y mujeres en esas ocupaciones, 1993
Secretarias 386 1 99
Recepcionistas 316 2 98
Maestras de jardín de niños 353 3 97
Mecanógrafas 366 6 94
Asistentes de maestros 270 7 93
Cajeros de banco 292 9 91
Tenedores de libros 375 10 90
Encargados del aseo doméstico y sirvientes 205 11 89
Operadores de máquinas de coser 226 14 86
Camareros y camareras 230 26 74
Trabajadores sociales 511 33 67
Operadores de computadora 437 39 61
Administradores de escuela 778 44 56
Contadores 612 49 51
Analistas gerenciales 775 53 47
Analistas de operaciones 793 60 40
Analistas de sistemas de cómputo 821 69 31
Gerentes de marketing 851 70 30
Médicos 1,019 72 28
Ingenieros industriales 861 84 16
Ingenieros químicos 996 91 9
Ingenieros acroespaciales 1,008 92 8
Pilotos de avión 1,086 97 3
Fuente:U.S. Bureau of Labor Statistics, Employment and Eamings, enero de 1994, tabla
56.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 334
mujeres dan prioridad a las exigencias de la carrera de su esposo y optan por renunciar al desarrollo de
su propia carrera. Aunque las decisiones desempeñan cierto papel en el mantenimiento de los diferen-
ciales de remuneración, todos los investigadores que han estudiado las diferencias entre lo que ganan
los hombres y las mujeres han llegado a la conclusión de que los diferenciales en la remuneración
no se pueden explicar simplemente con base en tales factores. Un estudio reveló que sólo la mitad
de la brecha en las ganancias podía explicarse por las decisiones de las mujeres, mientras que otros
estudios han determinado que podía explicar un poco más o un poco menos.23 Todos los estudios,
empero, han demostrado que sólo una porción de la brecha se puede explicar con base en las difer-
encias entre los hombres y las mujeres en cuanto a educación, experiencia de trabajo, continuidad de
trabajo, restricciones de trabajo autoimpuestas y ausentismo.24 Estos estudios muestran que incluso
después de tomar en cuenta tales diferencias, persiste una brecha entre lo que ganan los hombres y lo
que ganan las mujeres que sólo se puede explicar por una discriminación en el mercado laboral. Un
informe de la United Academy of Sciences llegó a la conclusión de que “entre el 35 y el 40 % de la
disparidad en las ganancias medias se debe a segregación sexual porque prácticamente se empuja a
las mujeres hacia trabajos de mujeres’ con salarios más bajos.25 Algunos estudios han revelado que
tal vez sólo la décima parte de las diferencias de remuneración entre hombres y mujeres se puede
explicar por diferencias en sus “personalidades y gustos”.26 Estudios similares han mostrado que la
mitad de las diferencias entre lo que ganan los trabajadores blancos y lo que ganan los trabajadores de
minorías no se puede explicar por diferencias en los antecedentes laborales, en la capacitación dentro
del empleo, en el ausentismo, ni en las restricciones autoimpuestas en cuanto a jornada y lugar de
trabajo.27 Por si fuera poco, varias tendencias inesperadas que aparecieron a principios de los años
noventa y que persistirán hasta el fin del siglo prometen incrementar las dificultades que enfrentan
las mujeres y las minorías. Un importante estudio de tendencias económicas y de población durante
los años noventa llegó a la conclusión de que esa década se caracterizaría por lo siguiente. En primer
lugar, la mayor parte de los nuevos trabajadores que ingresen en la fuerza de trabajo durante los años
noventa no serán hombres blancos, sino mujeres y minorías. Aunque hace una generación los hom-
bres blancos representaban la porción más grande del mercado de trabajo, entre 1985 y 2000 van a
representar sólo el 15 % de todos los trabajadores nuevos que ingresen en la fuerza de trabajo. Su
lugar será ocupado por mujeres y miembros de minorías. Tres quintas partes de todos los trabajadores
nuevos entre 1985 y 2000 serán mujeres, una tendencia creada por la simple necesidad económica
así como por redefiniciones culturales de la función de la mujer. Para el año 2000, cerca del 47 %
23 Jacob Mincer y Solomon W. Polachek, “Family Investments in Human Capital: Earnings of Women”, Journal of
Political Economy, 82 (marzo/abril de 1982, parte II): pp. s76-s108; vea también Reskin y Padavic, Women and Men at
Work pp. 39-43.
24 Vea Mary Corcoran, Greg J. Duncan, y Martha S. Hill,“The Economic Fortunes of Women and Children”, en Miche-
line R. Matson, Elisabeth Mudimbe-Boyi, Jean F. O’Barr y Mary Wyer, eds., Black Women in America (Chicago: The
University of Chicago Press, 1988), pp. 97-113; Mary Corcoran, “A Longitudinal Approach to White Women’s Wages”,
Journal of Human Resources, vol. 18, núm. 4 (otoño de 1983), pp. 497-520; y Paula England, “The Failure of Human
Capital Theory to Explain Occupational Sex Segregation”, Journal of Human Resources, 17, núm. 3 (verano de 1982):
358-70.
25 “Study Blames Barriers, Not Choices, For Sex Segregation”, San Jose Mercury News, 20 de diciembre de 1985, p.
21E.
26 Randall K. Filer, “Sexual Differences in Earnings: The Role of Individual Personalities and Tastes”, The Journal of
Races and Sexes”, The Journal of Human Resources, 19, núm. 1 (invierno de 1979): 3-20; vea también Gerald Jaynes
y Robin Williams, eds., A Common Destiny: Blacks and American Society (Washington, DC: National Acaderny Press,
1989), pp. 319-23.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 335
La relación de Cheryl Mathis con el señor Sanders se inició en términos que ella de-
scribió como buenos, pero después se hizo evidente que Sanders buscaba algún tipo de
relación personal con ella. Siempre que Mathis estaba en la oficina de él, él quería que
la puerta estuviera cerrada, y comenzaba a hablar de asuntos muy personales con ella,
como la falta de una relación sexual con su esposa. Luego él comenzó a bombardearla
con invitaciones no deseadas a tomar una copa, almorzar, cenar o desayunar, y a tratar
de que ella lo invitara a su casa. Mathis dejó bien claro que no le interesaba una relación
personal con su jefe casado . . . Sanders también hacía comentarios acerca del aspecto de
Mathis, con lujuriosas referencias a partes de su cuerpo. Cuando Mathis rechazaba las in-
sinuaciones de Sanders, él se ponía agresivo. Para la primavera de 1983 Mathis comenzó
a sufrir episodios severos de temblores y llanto que fueron empeorando constantemente
y que al final hicieron que tu vieran que hospitalizarla en dos ocasiones distintas, una du-
rante una semana en junio de 1983 y otra vez en julio durante unos cuantos días. Durante
todo este verano Mathis se ausentó con permiso médico, y no regresó a trabajar sino hasta
septiembre de 1993 . . . Tan pronto como ella regresó a su trabajo el acoso de Sanders se
30 Ibíd.,p. 67.
31 Schiller,Economics of Poverty & Discrimination, 6a. ed., pp. 175-6.
32 Dick Lilly, “City Staff Survey Finds Harassment”, Seattle Times, 8 de octubre de 1991, p.B3; “Female Execs See
Marketing as Fastest Track”, Sales & Marketing Management, agosto de 1993, p.10; “Survey Finds Most Women Rabbis
Have Been Sexually Harassed on Job”, United Press International, 28 de agosto de 1993; “Female Jail Guards Fight
Against Harassment by Male Colleagues”, Houston Chronicle, 17 de octubre de 1993, p. A5.
33 Informado en Terry Halbert y Elaine Inguilli, eds., Law and Ethics in the Business Environment (St. Paul, MN: West
reanudó . . . y otra vez ella se vio obligada a buscar atención médica y a faltar a su trabajo
. . . El acoso no sólo atormentó a . . . Mathis, sino que creó hostilidad entre ella y otros
miembros del departamento que al parecer resentían la familiaridad de la demandante
con Sanders.35
En 1992 se presentaron cerca de 5000 quejas de acoso sexual ante la Equal Employment Oppor-
tunity Commission del gobierno federal, y se presentaron miles de quejas más ante las comisiones de
derechos civiles de los estados. Es evidente, entonces, que al menos que cambien varias tendencias
actuales, las mujeres y las minorías, que representarán el grueso de los nuevos trabajadores al termi-
nar el siglo, se encontrarán en posiciones muy desventajosas al incorporarse a la fuerza de trabajo.
Las diversas comparaciones estadísticas que hemos examinado, junto con las extensas investigaciones
que demuestran que la causa de estas diferencias no son simplemente diferencias en preferencias o
capacidades, indican que las instituciones de negocios estadounidenses incorporan cierto grado de
discriminación sistemática, que en gran parte podría ser una reliquia inconsciente del pasado. Sea
que comparemos los ingresos medios, la representación proporcional en los puestos económicos más
altos, o la representación proporcional en los puestos económicos más bajos, es obvio que las mujeres
y las minorías no son iguales a los hombres blancos, y que en los últimos veinte años no se han visto
más que pequeñas mejorías en las brechas raciales y sexuales. Además, varias tendencias ominosas
indican que si no realizamos cambios importantes, la situación de las mujeres y las minorías no va
a mejorar. Desde luego, averiguar que nuestras instituciones económicas en general siguen incorpo-
rando un alto nivel de discriminación no demuestra que un negocio específico sea discriminatorio.
Para determinar si una compañía en particular es discriminatoria, tendríamos que efectuar, entre los
diversos niveles de empleo de la compañía, los mismos tipos de comparaciones que efectuamos entre
los diversos niveles económicos y de ocupación de la sociedad estadounidense en general. A fin de
facilitar tales comparaciones dentro de las empresas estadounidenses, los patrones están obligados a
informar al gobierno el número de miembros de minorías y mujeres que su compañía emplea en ca-
da una de nueve categorías: funcionarios y gerentes, profesionales, técnicos, trabajadores de ventas,
trabajadores de oficina, artesanos capacitados, operadores semicapacitados, obreros no capacitados y
trabajadores de servicio.
Guerra Civil no eran reconocidos como seres humanos, y por tanto no tenían poder legal, no tenían
derecho a su cuerpo ni a su trabajo, y la Suprema Corte, en una de sus opiniones, los consideró como
“seres de orden inferior . . . tan inferiores que no poseen derechos que el hombre blanco esté obligado
a respetar”.37 Las mujeres se trataban de forma comparable. Durante buena parte del siglo XIX, las
mujeres no podían ocupar puestos públicos, no podían votar, no podían servir en jurados ni presentar
demandas a su propio nombre; una mujer casada perdía el control sobre su propiedad (que el esposo
adquiría), se le consideraba incapaz de celebrar contratos vinculantes y, según una opinión importante
de la Suprema Corte, “no tenía existencia legal aparte de su esposo, a quien se le consideraba como su
cabeza y representante ante el estado social.”38 ¿Por qué son incorrectas estas formas de desigualdad?
¿Por qué es incorrecto discriminar? Los argumentos en contra de la discriminación se dividen gen-
eralmente en tres grupos: (1) argumentos utilitarios, que afirman que la discriminación da pie a un uso
ineficiente de los recursos humanos; (2) argumentos de derechos, que afirman que la discriminación
viola derechos humanos básicos; y (3) argumentos de justicia, que afirman que la discriminación da
pie a una distribución injusta de los beneficios y cargas de la sociedad.
7.3.1. Utilidad
El argumento utilitario estándar contra la discriminación racial y sexual se basa en la idea de que
la productividad de una sociedad se optima en la medida que los empleos se asignan con base en la
competencia (o “mérito”).39 Según el argumento, los diferentes empleos requieren diferentes habil-
idades y rasgos personales para poder desempeñarse de la forma más productiva posible. Además,
las diferentes personas tienen diferentes habilidades y rasgos de personalidad. Por tanto, si quere-
mos garantizar que la productividad de los empleos sea máxima, se deben asignar a los individuos
cuyas habilidades y rasgos de personalidad los califiquen como los más competentes para el trabajo
en cuestión. En la medida en que los empleos se asignen a individuos con base en otros criterios no
relacionados con la competencia, la productividad necesariamente bajará. Discriminar entre los solic-
itantes de empleo con base en su raza, sexo, religión u otras características que no tienen relación con
el desempeño en el trabajo por fuerza es ineficiente y, por tanto, opuesto a los principios utilitarios.40
Sin embargo, los argumentos utilitaristas de esta índole han enfrentado dos tipos de objeciones. En
primer lugar, si el argumento es correcto los empleos deberán asignarse con base en las calificaciones
relacionadas con el trabajo sólo en tanto tales asignaciones aumenten el bienestar público. Si, en una
situación dada, el bienestar público aumenta en mayor grado si se asignan los empleos con base en
algún factor no relacionado con el desempeño del trabajo, el utilitarista tendría que sostener que en
tales situaciones los empleos no deben asignarse con base en las calificaciones relacionadas con el
trabajo, sino con base en ese otro factor. Por ejemplo, si lo mejor para el bienestar de la sociedad es
que se asignen ciertos empleos con base en la necesidad (o el sexo o la raza) y no con base en las
37 Dred Scott V. Sanford, 60 U.S (19 How) (1857) en 407 y 421. Vea Don E. Fehrenbacher, The Dred Scott Case (Nueva
York: Oxford University Press, 1978).
38 Bradwell v. Illinois, 83 U.S. (16 Wall) (1873). Vea Leo Kanowitz, Women and the Law (Albuquerque, NM: University
The Economics of Discrimination, 2a. ed. (Chicago: The University of Chicago Press, 1971); Janice Fanning Madden,
The Economics of Sex Discrimination (Lexington, MA: D. C. Heath and Company, 1973). Hay una reseña crítica de
esta bibliografía en Annette M. LaMond, “Economic Theories of Employment Discrimination”, en Phyllis A. Wallace
y Annette M. LaMond, eds., Women, Minorities, and Employment Discrimination (Lexington, MA: D. C. Heath and
Company, 1977), pp. 1-11.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 339
calificaciones para el trabajo, el utilitarista tendría que conceder que la necesidad (o el sexo o la raza)
y no las calificaciones para el trabajo son la base correcta para asignar esos empleos.41 En segundo lu-
gar, el argumento utilitarista también debe contestar la acusación de sus oponentes de que la sociedad
en general podría beneficiarse de alguna forma de discriminación sexual. Por ejemplo, los oponentes
podrían afirmar que la sociedad funcionaría de forma más eficiente si un sexo se socializa de modo
que adquiera los rasgos de personalidad requeridos para criar una familia (no agresivo, cooperativo,
cariñoso, sumiso, etc.) y el otro sexo se socializa de modo que adquiera los rasgos de personalidad
necesarios para ganarse la vida (agresivo, competitivo, decidido, independiente).42 O bien se podría
sostener que un sexo adquiere los rasgos apropiados para criar una familia como resultado de su nat-
uraleza biológica inherente, mientras que el otro rasgo adquiere los rasgos apropiados para ganarse la
vida como resultado de su propia biología.43 En cualquier caso, sea que las diferencias sexuales sean
adquiridas o naturales, podría argumentarse que los empleos que requieren un conjunto de rasgos con
base sexual, y no otro, deben asignarse con base en el sexo porque colocar a las personas en puestos
congruentes con sus rasgos de personalidad promueve el bienestar de la sociedad.44 El argumento
utilitario en contra de la discriminación ha sido atacado en varios frentes. Sin embargo, al parecer
ninguno de esos ataques parece haber derrotado a sus partidarios. Los utilitaristas se han defendido
diciendo que es un hecho que usar factores distintos de las calificaciones relacionadas con el trabajo
nunca proporciona más beneficios que usar calificaciones relacionadas con el trabajo.45 Además, di-
cen ellos, los estudios han demostrado que hay muy pocas diferencias moralmente importantes entre
los sexos, o ninguna.46
7.3.2. Derechos
Los argumentos no utilitaristas contra la discriminación racial y sexual podrían adoptar el enfoque
de que la discriminación es incorrecta porque viola los derechos morales básicos de la persona.47 La
teoría kantiana, por ejemplo, sostiene que los seres humanos deben tratarse como “fines” y nunca
meramente como “medios”. Como mínimo, este principio implica que todo individuo tiene el derecho
moral de ser tratado como una persona libre igual a cualquier otra persona y que toda la gente tiene la
obligación moral correlativa de tratar a cada individuo como una persona libre e igual. Las prácticas
discriminatorias violan el principio de dos maneras. Primera, la discriminación se basa en la creencia
de que un grupo es inferior a otros grupos: que los negros, por ejemplo, son menos competentes o
menos merecedores de respeto que los blancos o tal vez que las mujeres son menos competentes o
41 Ibíd., p. 214.
42 Vea la exposición de este punto de vista en Sharon Bishop Hill, “Self-Determination and Autonomy”, en Richard
Waserstrom, eds., Today’s Moral Problems, 2a. ed., (Nueva York: Macmillan, Inc., 1979), pp. 118-33.
43 Vea Steven Goldberg, The Inevitability of Patriarchy (Nueva York: William Morrow & Co., Inc., 1973); y J. R. Lucas,
(Itasca, IL Peacock, 1974); y Joyce Trebilcot, “Sex Roles: The Argument from Nature”, Ethics, 85, núm. 3 (abril de
1975):249-55.
45 Vea, por ejemplo, Thomas Nagel, “Equal Treatment and Compensatory Discrimination”, Philosophy and Public
Affairs, 2 (1973): 360; y Ronald Dworkin, Taking Rights Serious1y (Cambridge: Harvard University Press, 1977), pp.
232-37.
46 Susan Haack, “On the Moral Relevance of Sex”, Philosophy, 49: 90-95: Jon J. Durkin, “The Potential of Women”,
en Bette Ann Stead, ed., Women in Management (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1978), pp. 42-46.
47 Richard Wasserstrom, “Rights, Human Rights, and Racial Discrimination”, The Journal of Philosophy, 61 (29 de
menos merecedoras de respeto que los hombres.48 La discriminación racial y sexual podría basarse,
por ejemplo en estereotipos que ven a las minorías como “perezosas” o “haraganas” y que ven a las
mujeres como “controladas por sus emociones” o “débiles”. Tales estereotipos degradantes socavan
la autoestima de los grupos contra los cuales se dirigen y al hacerlo violan su derecho a ser tratados
como iguales. Segunda, la discriminación coloca a los miembros de los grupos contra los que se
discrimina en posiciones sociales y económicas inferiores: las mujeres y las minorías tienen menos
oportunidades de empleo y se les pagan salarios más bajos. Una vez más, se viola el derecho de ser
tratados como personas libres e iguales.49 Un grupo de argumentos kantianos, relacionados con los
que ya mencionamos, sostiene que la discriminación es incorrecta porque la persona que discrimina
no quema que su conducta se universalizara.50 En particular, la persona no querría que se discriminara
contra ella con base en características que nada tienen que hacer con la capacidad de esa persona para
desempeñar un trabajo dado. Puesto que la persona que discrimina no querría que su propia conducta
se universalizara, es, según el primer imperativo categórico de Kant, moralmente incorrecto que esa
persona discrimine en contra de otras.
7.3.3. Justicia
Un segundo grupo de argumentos no utilitarios en contra de la discriminación la ve como una
violación de los principios de la justicia. John Rawls, por ejemplo, argumenta que entre los principios
de justicia que las partes ilustradas de la “posición original” escogerían por sí mismas está el princi-
pio de igual oportunidad: “Las desigualdades sociales y económicas se deben disponer de modo que
estén vinculadas a funciones y puestos abiertos para todos en condiciones de igualdad de oportunidad
equitativa.”51 La discriminación viola este principio al eliminar deliberadamente el acceso de las mi-
norías a los puestos y funciones más deseables dentro de una institución, de modo que no tienen la
misma oportunidad que otros. Dar de forma arbitraria a algunos individuos una menor oportunidad de
competir por los empleos es injusto, según Rawls. Otro enfoque de la moralidad de la discriminación
que también la ve como una forma de injusticia se basa en el “principio de igualdad” formal: los
individuos que son iguales en todos los sentidos pertinentes al tipo de tratamiento en cuestión deben
recibir el mismo trato, aunque sean disímiles en otros sentidos no pertinentes. Para muchas personas,
como indicamos en el capítulo 2, este principio es la característica definitoria de la justicia.52 La
discriminación en el empleo es incorrecta porque viola el principio básico de la justicia al distinguir
entre las personas con base en características (raza o sexo) que no son pertinentes para las tareas que
deben desempeñar. Un problema importante que enfrenta este tipo de argumentos contra la discrimi-
nación es el de definir con exactitud qué cuenta como ,aspecto pertinente” para tratar a las personas
de diferente manera, y también explicar por qué la raza y el sexo no son pertinentes, mientras que
algo corno inteligencia o servicio en el ejército podrían considerarse pertinentes.
48 Richard Wasserstrom, “Racism, Sexism, and Preferential Treatment: An Approach to the Topics”, UCLA Law Review,
24 (1977): 581-622.
49 Éste es, por ejemplo, el punto de vista que subyace John C. Livingston, Fair Game? (San Francisco: W. H. Freeman
criminación anterior o las tradiciones culturales actuales hacen que ciertas clasificaciones de empleos
estén ocupadas de forma desproporcionada por mujeres o minorías (como puestos secretariales, de
oficina o de medio tiempo), es preciso tomar medidas para que su compensación y prestaciones sean
comparables con las de otras clasificaciones.
Bajas Despedir a un empleado con base en su raza o sexo es una forma clara de discriminación.
Menos obvias pero aún discriminatorias son las políticas de recortes de personal que se basan en un
sistema de antigüedad en el que las mujeres y las minorías tienen la más baja antigüedad debido a una
discriminación previa.
Además, las guías declaran que el acoso sexual está prohibido y que un patrón es responsable por
todo acoso sexual perpetrado por sus empleados “con independencia de si el patrón sabía o debía haber
sabido” que estaba ocurriendo el acoso, y sin importar si “el patrón lo había prohibido” o no. En varios
sentidos importantes, las guías tienen una justificación moral clara: pretenden prohibir las situaciones
en las que se coacciona a un empleado para ceder ante las exigencias sexuales de otro empleado so
pena de perder algún beneficio importante del empleo, como una promoción, un aumento de sueldo,
o incluso el empleo mismo. Este tipo de coacción degradante ejercida sobre empleados vulnerables
e indefensos inflige daños psicológicos considerables al empleado, viola los derechos fundamentales
del empleado en cuanto a libertad y dignidad, y es un abuso intolerable del poder desigual que un
patrón puede ejercer sobre el empleado. Por tanto, se trata de una violación burda de las normas
morales del utilitarismo, los derechos, la justicia y el cuidado. No obstante, varios aspectos de estas
guías merecen un análisis más profundo. En primer lugar, las guías prohíben algo más que actos
específicos de acoso. Además de prohibir actos de acoso, también prohíben conductas que “creen”
un “entorno de trabajo intimidante, hostil u ofensivo”. Esto implica que un patrón es culpable de
acoso sexual si permite la existencia de un entorno hostil u ofensivo para las mujeres, incluso en
ausencia de incidentes específicos de acoso sexual. Sin embargo, esto hace surgir varias preguntas
54 Equal Employment Opportunity Commission, Title 29 Code of Federal Regulations, Section 1604.11, Sexual Harass-
ment.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 343
difíciles. Si los mecánicos de un taller están acostumbrados a colocar fotografías de modelos con
poca ropa en su lugar de trabajo y están acostumbrados a contar chistes subidos de tono y a usar
palabras altisonantes, ¿son culpables de crear un entorno “hostil y ofensivo” para una compañera de
trabajo de sexo femenino? En un caso célebre una corte federal describió la siguiente situación real:
Durante siete años la demandante trabajó en Osceola como única mujer en un puesto
gerencial asalariado. En las áreas de trabajo comunes [ella] y otros empleados de sexo
femenino estaban expuestas a diario a imágenes de mujeres desnudas o con poca ropa
pertenecientes a varios empleados de sexo masculino de Osceola. Un cartel, que estuvo
en la pared durante ocho años, mostraba a una mujer acostada con una pelota de golf entre
sus pechos y con un hombre de pie, sobre ella, palo de golf en mano, gritando “¡Fore!”
(¡Cuidado!). Una placa en un escritorio declaraba “Hasta los cerdos chovinistas necesitan
amor . . . ” Además, el supervisor de la división de cómputo Dough Henry profería con
frecuencia términos obscenos contra las mujeres, a las que solía llamar “ramera”,“coño”,
“panocha”y “tetas . . . ”. De la demandante, Henry comentó específicamente: “Lo único
que esa perra necesita es una buena acostada” y la llamó “culo gordo”.55
¿Este tipo de situación cae dentro del tipo de “entorno de trabajo intimidante, hostil u ofensi-
vo” que las guías prohíben como acoso sexual? La respuesta a esta pregunta legal no está clara, y
diferentes cortes han adoptado diferentes posturas al respecto. Sin embargo, una pregunta distinta,
más pertinente para lo que nos ocupa, es la siguiente: ¿Es moralmente incorrecto crear o permitir
este tipo de entorno? En general, la respuesta parece ser afirmativa, puesto que semejante entorno es
degradante, por lo regular lo imponen hombres con más poder sobre empleados vulnerables de sexo
femenino, e impone costos severos a las mujeres porque tales entornos tienden a menospreciarlas y
a dificultar que puedan competir con los hombres como sus iguales. No obstante, algunos críticos
objetan que estos tipos de entornos no se crearon con la intención de degradar a las mujeres, sino
que forman parte de la “moral social de los trabajadores estadounidenses [de sexo masculino]”, que
sería inútil tratar de modificarlos y que no perjudican injustamente a las mujeres porque ellas tienen
el poder necesario para cuidarse de sí mismas.56 Por ejemplo, un artículo aparecido en la revista
Forbes hacía esta pregunta retórica: “¿Las mujeres pueden pensar realmente que tienen derecho a un
entorno de trabajo prístino donde no se dé ninguna conducta grosera?”57 Tales opiniones dan muestra
de las incertidumbres que rodean a esta cuestión. Un segundo punto importante que cabe señalar es
que las guías indican que “contactos verbales o físicos de naturaleza sexual” constituyen acoso sex-
ual cuando tienen el “efecto de interferir en forma no razonable con el desempeño en el trabajo de
un individuo”. Muchos críticos han alegado que esto implica que lo que se considere acoso sexual
depende de los juicios puramente subjetivos de la víctima. Según las guías, los contactos verbales
–quizá conversaciones– de naturaleza sexual se consideran acoso sexual prohibido cuando interfieren
“en forma no razonable” con el desempeño en el trabajo. Sin embargo, las conversaciones sexuales
que son interferencias “no razonables” para una persona, dicen los críticos, bien podrían estar dentro
de límites razonables para otra persona porque la tolerancia –e incluso el disfrute– de las conversa-
ciones sexuales varía. Lo que una persona ve como un doble sentido o galanteo inocente, o una broma
sexual divertida, podría ser vista por otra como una insinuación ofensiva y debilitante. Los críticos
55 Rabidue v. Osceola Refining Company, 805 E 2d 611 (1986), U.S. Court of Appeals, Sixth Circuit, Circuit Judge
Keith, Dissenting in Part, citado en Terry Halbert y Elaine Inguilli, eds., Law and Ethics in the Business Environment (St.
Paul, MN: West Publishing Co., 1990), p. 301.
56 Ésta fue, por ejemplo, la postura de la opinión mayoritaria en Rabidue v. Osceola Refining Company.
57 Gretchen Morgenson, “Watch That Leer, Stifle That Joke”, Forbes, 15 de mayo de 1989, p. 72.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 344
aseguran que una persona que en toda inocencia hace un comentario que otra persona toma de forma
equivocada podría ser blanco de una acusación de acoso sexual. Sin embargo, los partidarios de las
guías contestan que los tribunales tienen mucha experiencia en definir lo que es “razonable” en los
términos más o menos objetivos de lo que un adulto competente ordinario consideraría razonable, de
modo que este concepto no debería presentar problemas importantes. No obstante, los críticos han
contraatacado diciendo que esto todavía deja pendiente la pregunta de si las guías deben prohibir las
conversaciones sexuales que a una mujer ordinaria le parecerían no razonables o las que un hom-
bre ordinario consideraría no razonables. La diferencia entre estos dos criterios tendría implicaciones
muy distintas. Una objeción más fundamental a la prohibición de “conductas verbales” que creen un
“entorno de trabajo intimidante, hostil u ofensivo” es que estos tipos de prohibiciones efectivamente
violan el derecho de las personas a la libertad de expresión. Esta objeción es común en los campus
universitarios en los que no es inusitado prohibir expresiones que creen un entorno hostil u ofensivo
para las mujeres o las minorías, y donde tales prohibiciones suelen caracterizarse como exigencias de
uso de lenguaje políticamente correcto’. Tanto estudiantes como profesores han objetado que la liber-
tad de expresión se debe preservar en los campus universitarios porque la verdad sólo puede hallarse
a través de la libre discusión y examen de todas las opiniones, por ofensivas que sean, y la verdad es
el objetivo de la universidad. Desde luego, por lo regular no pueden hacerse afirmaciones similares
acerca de una corporación comercial, ya que su objetivo no es encontrar la verdad a través de la libre
discusión y examen de todas las opiniones. No obstante, puede argumentarse que los empleados y
patrones tienen el derecho de libertad de expresión y que prohibir lenguaje que crea un entorno que
para algunos es ofensivo es incorrecto, aun en contextos corporativos, porque tales prohibiciones vi-
olan ese derecho básico. El lector tendrá que decidir si tales argumentos tienen o no mucho mérito.
Una tercera característica importante de las guías que debemos señalar es que un patrón es culpable
de acoso sexual, incluso si no sabía y no era razonable esperar que supiera que estaba ocurriendo, e
incluso si el patrón lo había prohibido explícitamente. Esto viola la norma moral común de que una
persona no puede ser moralmente responsable por algo de lo que no tuvo conocimiento y que había
tratado de prevenir. Muchas personas han sugerido que las guías son deficientes en este punto. Sin
embargo, quienes apoyan a las guías contestan que se justifican moralmente desde una perspectiva
utilitarista por dos razones. Primera, a la larga son un fuerte incentivo para que los patrones tomen
medidas que garanticen la erradicación de los daños causados por el acoso sexual de sus compañías,
incluso en las áreas de las que normalmente tienen poco conocimiento. Además, los daños inflingidos
por el acoso sexual son tan devastadores que cualquier costo impuesto por tales medidas se compen-
sará con los beneficios. Segunda, las guías efectivamente aseguran que los daños infligidos por el
acoso sexual siempre recaigan sobre el patrón, convirtiendo así esos daños en parte de los costos de
operar que el patrón querrá minimizar si quiere seguir siendo competitivo. Así pues, las guías inter-
nalizan efectivamente los costos del acoso sexual para que los mecanismos del mercado competitivo
los puedan manejar de forma eficiente. Las guías también son justas, afirman sus partidarios, porque
el patrón suele ser el que mejor puede absorber los costos del acoso sexual, en lugar del empleado
inocente lesionado que de otra forma tendría que cargar solo con todas las pérdidas que implica el
acoso.
la discriminación por edad hasta que los empleados cumplan 70 años.58 El 17 de octubre de 1986 se
promulgaron nuevas leyes que prohíben el retiro forzado a cualquier edad específica. Así pues, los
trabajadores mayores están protegidos por las leyes federales, al menos en teoría, contra la discrimi-
nación. Los discapacitados ya están protegidos también por la Ley de Estadounidenses con Discapaci-
dades de 1990 que prohíbe la discriminación con base en la incapacidad y que obliga a los patrones
a hacer “concesiones razonables” a sus empleados y clientes con discapacidad. No obstante, debido a
lo extendido de los estereotipos acerca de las habilidades y capacidades de los trabajadores mayores
y de los discapacitados, una discriminación sutil o abierta contra estos grupos sigue prevaleciendo
en Estados Unidos.59 Mientras que los trabajadores mayores e incapacitados al menos cuentan con
cierta protección legal contra la discriminación, no existe tal protección para los trabajadores con pref-
erencias sexuales poco comunes. Por ejemplo, una corte dictaminó que la Liberty Mutual Insurance
Company no estaba actuando contra la ley cuando se negó a contratar a un hombre alegando que era
“afeminado”, y una corte también absolvió a Budget Marketing, Inc., de acusaciones de actuar contra
la ley cuando esa compañía despidió a un hombre que comenzó a vestirse como mujer antes de una
operación de cambio de sexo.60 Aunque la ley prohíbe hacerlo, muchas compañías han encontrado ra-
zones para despedir o cancelar las prestaciones médicas de trabajadores en los que se detecta el virus
del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA).61 A partir de 1994, a más de 400,000 individ-
uos se les ha diagnosticado como portadores del virus en Estados Unidos, aunque sólo una fracción
de ellos ha padecido todavía síntomas de debilitación que hayan afectado su capacidad para desem-
peñarse bien en su trabajo. Varias decisiones de la corte han sostenido que el SIDA se califica como
“discapacidad” (bajo la Ley federal de Rehabilitación Vocacional de 1973 y, en fechas más recientes,
bajo la Ley de Estadounidenses con Discapacidades), y la ley federal prohíbe a los contratistas fed-
erales, subcontratistas o empleados que participan en programas financiados por el gobierno federal
despedir a tales personas discapacitadas, en tanto puedan desempeñar sus labores si se hacen conce-
siones “razonables”. Algunos estados y algunas ciudades han promulgado leyes locales para prevenir
la discriminación contra las víctimas del SIDA, pero muchos patrones no están sometidos a vigilancia
y algunos siguen discriminando contra las víctimas de esta terrible enfermedad. Muchas compañías
también tienen políticas contra la contratación de personas con exceso de peso, una clase de personas
que casi ninguna ley estatal protege. Por ejemplo, la Philadelphia Electric Company se negó a con-
tratar a Joyce English exclusivamente porque pesaba 136 kg y no porque fuera incapaz de cumplir
con las obligaciones del puesto que había solicitado.62 ¿Alguno de estos grupos –homosexuales, tran-
sexuales, personas obesas– debe estar protegido contra la discriminación en el empleo? Algunos han
argumentado que se les debe proteger por la misma razón que actualmente se protege a las mujeres y
a las minorías étnicas.63 De momento, esos grupos siguen siendo tan vulnerables como solían ser las
58 Barbara Lindemann Schlei y Paul Grossman, Employment Discrimination Law, 1979 Supplement (Washington, DC:
The Bureau of National Affairs, Inc., 1979), p. 109-20.
59 John Lawrie, “Subtle Discrimination Pervades Corporate America”, Personnel Journal, enero de 1990, pp. 53-55.
60 Vea Smith v. Liberly Mutual Insurance Company, 395 F. Supp., 1098 (1975), y Sommers v. Budget Marketing Inc.,
de 1985; Dorothy Townsend, “AIDS Patient Sues Kodak Over Firing, Claims Bias”, Los Angeles Times, 2 de abril de
1986; Jim Dickey, “Firing Over AIDS Test Claimed”, San Jose Mercury News, 11 de octubre de 1985, p. 1B.
62 Robert N. Webner, “Budding Movement Is Secking to Stop Fat Discrimination”, Wall Street Journal, 8 de octubre de
1979, p. 33.
63 Vea Richard D. Mohr, “Gay Rights”, en Patricia H. Werhane, A. R. Gini, y David Ozar, eds., Philosophical Issues
in Human Rights (Nueva York: Random House, Inc., 1986), pp. 337-41; David Margolick, “Court Blocks Job Denials
for Obesity”, New York Times, 8 de mayo de 1985, p. 18; Cris Oppenheimer, “A Hostile Marketplace Shuts Out Older
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 346
preferencia a las mujeres o a las minorías como grupo no se declararon ¡legales, sus efectos podrían
desaparecer durante los tiempos difíciles porque la regla de “último en ser contratado, primero en ser
despedido” de la antigüedad afectaría con más fuerza a las mujeres y minorías contratadas reciente-
mente a través de los programas.66 La decisión de la Suprema Corte en 1984 también incluyó una
cláusula “asesora” no obligatoria según la cual “si miembros individuales de una . . . clase demuestran
que han sido víctimas reales de la práctica discriminatoria, podría otorgárseles una antigüedad com-
petitiva y el lugar que les corresponde en las listas de antigüedad. Sin embargo,. . . la mera pertenencia
a la clase en desventaja no es suficiente para ameritar un otorgamiento de antigüedad; cada individuo
debe demostrar que la práctica discriminatoria lo afectó personalmente.”67 Para muchos, esto parecía
implicar que los programas de acción afirmativa que asignaban empleos con base en la pertenencia a
una clase en desventaja no eran del todo legales; otros, en cambio, interpretaron la cláusula “asesora”
de forma más estrecha, con el único significado de que el otorgamiento de antigüedad no se podía
basar en la mera pertenencia a una clase en desventaja.68 Otro dictamen de la Suprema Corte el 19
de mayo de 1986 al parecer apoyaba esta última interpretación al sostener que aunque los recortes
de personal basados en criterios de raza eran inconstitucionales, las metas de contratación raciales
eran un mecanismo permitido por la ley para remediar una discriminación en el pasado. La opinión
de mayoría de la Suprema Corte en 1986 señaló que los recortes de personal basados en la raza “im-
ponen toda la carga de lograr la igualdad racial a individuos (blancos) específicos, y el resultado es
con frecuencia una grave perturbación de su vida . . . Por otra parte, las preferencias raciales al con-
tratar simplemente niegan una oportunidad de empleo futura, no la pérdida de un empleo existente,
y podrían servir para curar los efectos de una discriminación en el pasado.”69 En 1989 la Suprema
Corte emitió varias decisiones que interpretaban las leyes anteriores en materia de derechos civiles
de una forma que debilitaba sustancialmente la capacidad de las minorías y las mujeres para buscar
reparaciones contra la discriminación, especialmente por medio de programas de acción afirmativa.
En 1991, empero, el Congreso aprobó la Ley de Derechos Civiles de 1991 que planteaba explícita-
mente cómo se debían interpretar esas leyes y anulaban efectivamente las decisiones de 1989 de la
Suprema Corte. Sin embargo, una decisión importante conservó su validez. En enero de 1989, en el
caso City of Richmond v. J. A. Croson Co., la Corte había dictaminado que el plan de acción afir-
mativa de un gobierno estatal o local que opera apartando cierto porcentaje de sus fondos públicos
para contratistas minoritarios es anticonstitucional. Según el dictamen, los organismos públicos sólo
podían usar semejantes programas de apartado como “último recurso” en un “caso extremo” y sólo
si había pruebas sólidas y específicas de una predisposición racial previa por parte de ese organismo
gubernamental. Adarand Constructors, Inc. v. Pena, un caso que la Suprema Corte escuchó en 1995,
reforzó esta decisión con el dictamen de que el gobierno federal también debía ceñirse a su dictamen
en City of Richniond v. J. A. Croson Co. Así pues, la Suprema Corte ha vacilado en cuanto a la consti-
tucionalidad de los programas de acción afirmativa. Dependiendo del periodo en cuestión, lo que se
juega, y la composición de la Corte en ese momento, ese organismo ha tendido a apoyar y también a
socavar los programas de acción afirmativa. Al igual que el público mismo, que sigue profundamente
dividido al respecto, la Suprema Corte ha tenido problemas para decidir si atacar o apoyar a estos pro-
66 Rogene A. Buchholz, Business Environment and Public Policy (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1982), pp. 287-
88.
67 Citadoen “High Court Dumps Quotas in Labor Case”, Washington Times, 13 de junio de 1984,p. 1.
68 “A Right Turn on Race?” Newsweek, 25 de junio de 1984, pp. 29-3 1; Stuart Taylor, “Reagan Attack on Quotas in
Jobs Goes to High Court”, New York Times, 6 de agosto de 1985, p. 17.
69 Aaron Epstein, “Layoffs Can’t Favor Minority Workers”, San Jose Mercury News, 20 de mayo de 1986, p. 1a.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 348
gramas.70 Los programas de acción afirmativa han sido atacados principalmente con el argumento de
que, al tratar de corregir los efectos de una discriminación previa, los programas mismos se han vuelto
racial o sexualmente discriminatorios.71 Al mostrar una preferencia hacia las minorías o las mujeres,
los programas instituyen una forma de “discriminación a la inversa” contra los hombres blancos.72
Por ejemplo, un electricista de 45 años que trabajaba en una planta de Westinghouse supuestamente
dijo:
Lo que me molesta es que la gente de color obtenga una preferencia porque son
negros. A eso es a lo que me opongo. A mí no me importa el color de una persona: si
tiene la capacidad necesaria para desempeñar el trabajo, debería dársele el empleo; no a
causa de su color. No es correcto que contraten al 20 % simplemente porque son negros.
En lo que a mí concierne, eso es discriminación a la inversa . . . Si quieren el empleo, que
se lo ganen como hice yo. No estoy diciendo que los priven de algo; absolutamente no.73
Se dice que los programas de acción afirmativa discriminan contra los hombres blancos porque
usan una característica que no viene al caso –raza o sexo– para tomar decisiones de empleo, y esto vi-
ola la justicia al violar los principios de equidad y de igualdad de oportunidades. Los argumentos que
se usan para justificar los programas de acción afirmativa ante estas objeciones tienden a pertenecer
a dos grupos principales.74 Un grupo de argumentos interpreta el tratamiento preferencial dado a las
mujeres y a las minorías como una forma de compensación por perjuicios anteriores que han sufrido.
Un segundo conjunto de argumentos interpreta el tratamiento preferencial como un instrumento para
lograr ciertas metas sociales. Mientras que los argumentos de compensación en favor de la acción
afirmativa miran hacia atrás en la medida en que se centran en lo incorrecto de acciones pasadas, los
argumentos instrumentalistas miran hacia adelante en la medida en que se centran en la bondad de
un estado futuro (y lo incorrecto de lo que sucedió en el pasado no viene al caso).75 Examinaremos
primero los argumentos de compensación y luego analizaremos los argumentos instrumentalistas.
contrastante en Alan H. Goldman, Justice and Reverse Discrimination (Princeton: Princeton University Press, 1979).
72 Vea, por ejemplo, los artículos recopilados en Barry R. Gross, ed., Reverse Discrimination (Buffalo: Prometheus
Books, 1977).
73 Theodore V. Purcell y Gerald F. Cavanagh, Blacks in the Industrial World (Nueva York: The Free Press, 1972), p.
164.
74 Vea Bernard Boxill, Blacks and Social Justice (Totowa, NJ: Rowinan & Allanheld, 1984), pp. 147-72; vea también
los ensayos recopilados en Marshall Cohen, Thomas Nagel, y Thomas Scanlon, eds., Equality and Preferential Treat-
ment (Princeton: Princeton University Press, 1977); y William T. Blackstone y Robert D. Hestep, eds., Social Justice &
Preferential Treatment (Athens, GA: The University of Georgia Press, 1977).
75 George Sher, “Reverse Discrimination, the Future, and the Past”, en Ethics, 90 (octubre de 1979): 81-87, y George
Shere, “Preferential Hiring”, en Just Business, Tom Regan, ed. (Nueva York: Random House, Inc., 1984), pp. 32-59.
Una excelente exposición de los programas de acción afirmativa es Robert K. Fultinwider, The Reverse Discrimination
Controversy (Totowa, NJ: Rowman and Littlefield, 1980).
76 Paul W. Taylor,“Reverse Discrimination and Compensatory Justice”. Analysis, 33 (1973): 177-82; vea también Anne
C. Minas, “How Reverse Discrimination Compensates Women”, Ethics, 88, núm. 1 (octubre de 1977): 74-79.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 349
intencional e injusta. Así pues, los programas de acción afirmativa se interpretan como una forma
de reparación por la cual las mayorías blancas de sexo masculino ahora compensan a las mujeres y
las minorías por lesionarlas injustamente al discriminar contra ellas en el pasado. Por ejemplo, una
versión de este argumento sostiene que los negros fueron perjudicados en el pasado por los blancos
estadounidenses y que en consecuencia ahora deben recibir una compensación de los blancos.77 Los
programas de tratamiento preferencial proporcionan esa compensación. El problema con los argu-
mentos que defienden la acción afirmativa basándose en el principio de la compensación es que dicho
principio requiere que la compensación provenga únicamente de los individuos específicos que in-
fligieron intencionalmente el daño, y los obliga a compensar únicamente a los individuos específicos
a los que perjudicaron. Por ejemplo, si cinco personas pelirrojas lesionan indebidamente a cinco per-
sonas de pelo negro, la justicia compensatoria sólo obliga a esas cinco personas pelirrojas a dar a esas
cinco personas de pelo negro lo que habrían tenido si los cinco pelirrojos no las hubieran perjudicado.
Sin embargo, la justicia compensatoria no exige que la compensación provenga de todos los miem-
bros de un grupo que contiene algunos delincuentes, ni exige que la compensación se entregue a todos
los miembros de un grupo que contiene algunos individuos lesionados. En este ejemplo, aunque la
justicia requiere que las cinco personas pelirrojas compensen a las cinco personas de pelo negro, no
exige que todas las personas pelirrojas compensen a todas las personas de pelo negro. Por analogía,
sólo a los individuos específicos que discriminaron en contra de las minorías o a las mujeres en el
pasado se les debería obligar ahora a ofrecer algún tipo de reparación, y sólo deberían ofrecerla a los
individuos específicos contra los que discriminaron.78 Puesto que los programas de acción afirmativa
por lo regular benefician a todos los miembros de un grupo racial o sexual, sin importar si antes fueron
blancos de una discriminación o no, y puesto que dichos programas ponen trabas a todos los hom-
bres blancos sin importar si ellos en particular discriminaron contra alguien en el pasado, se sigue
que tales programas preferenciales no se pueden justificar con base en la justicia compensatoria.79
En síntesis, los programas de acción afirmativa son injustos porque sus beneficiarios no son los mis-
mos individuos que fueron lesionados por discriminaciones pasadas, y quienes deben pagar por las
lesiones generalmente no son quienes las infligieron.80 Diversos autores han tratado de contestar esta
objeción al argumento de “acción afirmativa como compensación” afirmando que en realidad todas
las personas de color (o todas las mujeres) que están vivas hoy han sido lesionadas por la discrimi-
nación, y que todas las personas blancas (o todos los hombres) se han beneficiado de esas lesiones.
Por ejemplo, Judith Jarvis Thomson escribe:
Sin embargo, es absurdo suponer que los jóvenes negros y las mujeres que ahora
están en edad de solicitar empleo no han sido perjudicados . . . Incluso los negros jóvenes
y las mujeres jóvenes han experimentado un menosprecio por ser negros o mujeres . . . E
incluso quienes no han sido menospreciados personalmente por ser negros o mujeres han
sufrido las consecuencias del menosprecio a otros negros y mujeres: falta de confianza en
77 Bernard Boxhill, “The Morality of Reparations”, Social Theory and Practice 2, núm. 1 (1972): 113-22.
78 Alan H. Goldman, “Limits to the Justification of Reverse Discrimination”, Social Theory and Practice, vol. 3, núm.
3.
79 Vea
Karst y Horowitz, “Affirmative Action and Equal Protection”, Virginia Law Review, 60 (1974).
80 Hay
un sinnúmero de tratamientos de esta objeción a la justificación por compensación; vea, por ejemplo, la serie:
Michael Bayles, “Reparations to Wronged Groups”, Analysis, 33, núm. 6 (1973); L. J. Cowan, “Inverse Discrimination",
Analysis, 33, núm. 10 (1972); Roger Shiner, “Individuals, Groups, and Inverse Discrimination”, Analysis, 33 (junio de
1973); Paul Taylor, “Reverse Discrimination and Compensatory Justice”, Analysis, 33 (junio de 1973); James Nickel,
“Should Reparations Be to Individuals or Groups?” Analysis, 34, núm. 9: 154-160; Alan H. Goldman, “Reparations to
Individuals or Groups?” Analysis, 35, núm. 5: 168-70.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 350
También podría argumentarse que, sea que los [hombres blancos] de este país hayan
participado o no personalmente en actos de discriminación, han sido los beneficiarios –de
forma consciente o inconsciente– de una sociedad fundamentalmente racista. Por ellos,
se les puede considerar independientemente “responsables” ante las minorías oprimidas
por una forma de enriquecimiento injusto.82
No queda claro si estos argumentos logran justificar o no los programas de acción afirmativa que
benefician a grupos (a todos los negros o a todas las mujeres) en lugar de a individuos lesionados
específicos y que castigan a grupos (hombres blancos) en lugar de a ofensores específicos.83 ¿En
realidad todas las minorías y todas las mujeres han sido perjudicadas como afirma Thomson, y son
todos los hombres blancos realmente beneficiarios de la discriminación como implica Redish? E
incluso si un hombre blanco (por ninguna falla imputable a él) llega a beneficiarse por el perjuicio
que otra persona sufre, ¿lo hace eso “responsable” por ese perjuicio?
peting Arguments”, University of California at Los Angeles Review (1974), p. 389; vea también Bernard R. Boxill, “The
Morality of Preferential Hiring”, Philosophy and Public Affairs, 7, núm. 3 (primavera de 1978): 246-68.
83 Robert Simon, “Preferential Hiring: A Reply to Judith Jarvis Thomson”, Philosophy and Public Affairs, 3, núm. 3
(primavera de 1974): 312-20; Gertrude Ezorsky, “It’s Mine”, Philosophy and Public Affairs, 3, núm. 3 (primavera de
1974): 321-30; Robert K. Fullinwider, “Preferential Hiring and Compensation”, Social Theory and Practice, 3, núm. 3
(primavera de 1975): 307-20.
84 Si desea ejemplos de argumentos utilitaristas, vea Thomas Nagel, “Equal Treatment and Compensatory Discrimi-
nation”, Philosophy and Public Affairs, 2, núm. 4 (verano de 1973): 348-63; James W. Nickel, “Preferential Policies in
Hiring and Admissions, A Jurisprudential Approach”, Columbia Law Review, 75: 534-58; Ronald Dworkin, “The De
Funis Case: The Right to Go to Law School”, New York Review of Books, 23, núm. 1 (5 de febrero de 1976): 29-33.
85 Owen M. Fiss, “Groups and the Equal Protection Clause”, Philosophy and Public Affairs, 5, núm. 2 (invierno de
1976): 150-51.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 351
cual los programas de acción afirmativa distribuyen los beneficios. La raza es un indicador económico
de la necesidad, porque la discriminación del pasado ha creado una fuerte correlación entre la raza
y la necesidad. Y, por supuesto, la necesidad es un criterio de distribución justo.86 Además, apelar a
la reducción de la necesidad es congruente con los principios utilitaristas porque reducir la necesidad
aumenta la utilidad total. Los principales problemas que tienen estas justificaciones utilitaristas de
la acción afirmativa se relacionan, en primer lugar, con la pregunta de si los costos sociales de los
programas de acción afirmativa (como la frustración que sienten los hombres blancos) sobrepasa a
sus beneficios obvios o no.87 Desde luego, el defensor utilitarista de la acción afirmativa contestará
que los beneficios son mucho mayores que los costos. En segundo lugar, lo que es más importante, los
oponentes de estas justificaciones utilitaristas de la acción afirmativa han puesto en duda el supuesto
de que la raza es un indicador apropiado de la necesidad. Podría ser laborioso y costoso identificar la
crítica directamente, alegan los críticos, pero los costos podrían ser pequeños en comparación con las
ganancias que se obtendrían al contar con una forma más precisa de identificar a los necesitados.88
Los utilitaristas contestan esta crítica argumentando que todas las minorías (y las mujeres) han sido
empobrecidas y han sufrido daños psicológicos por la discriminación del pasado. Por consiguiente,
la raza (y el sexo) son indicadores precisos de la necesidad. Aunque los argumentos utilitaristas en
favor de los programas de acción afirmativa son convincentes, la serie más compleja y persuasiva de
argumentos propuestos para apoyar la acción afirmativa han procedido en dos etapas. Primero se ha
alegado que el fin que contemplan los programas de acción afirmativa es una justicia equitativa, y se-
gundo, se alega que los programas de acción afirmativa son medios moralmente legítimos de alcanzar
ese fin. El fin que supuestamente logran los programas de acción afirmativa se plantea de diversas
formas: (1) En nuestra sociedad actual, se dice, los empleos no se distribuyen de forma justa porque
no se distribuyen según los criterios pertinentes de habilidad, esfuerzo, aportación o necesidad.89 Los
datos estadísticos muestran que en realidad los empleos se siguen distribuyendo con base en la raza
y el sexo. Uno de los fines de la acción afirmativa es lograr una distribución de los beneficios y las
cargas de la sociedad que sea congruente con los principios de la justicia distributiva, y ello elimina la
importante influencia que la raza y el sexo tienen actualmente en la asignación de empleos.90 (2) En
nuestra sociedad actual, las mujeres y las minorías no tienen las mismas oportunidades que tienen los
hombres blancos y que la justicia exige. Las estadísticas lo demuestran. Esta falta de igualdad de opor-
tunidad se debe a sutiles actitudes racistas y sexistas que predisponen los juicios de quienes (por lo
regular hombres blancos) evalúan a los solicitantes de empleo y que están tan acendradas que prácti-
camente no se pueden erradicar aplicando medidas de buena fe en un tiempo razonable.91 Un segundo
fin de los programas de acción afirmativa es neutralizar esa predisposición consciente e inconsciente,
a fin de garantizar la igualdad de oportunidad a las mujeres y minorías. (3) La falta de igualdad de
oportunidad que padecen actualmente las mujeres y las minorías también se ha atribuido a las pri-
vaciones que sufrieron cuando niños. La privación económica dificultó que las minorías adquirieran
las habilidades, experiencia, capacitación y educación que necesitaban para competir en igualdad de
86 James W. Nickel, “Classification of Race in Compensatory Programs”, Ethics, 84, núm. 2 (1974): 146-50.
87 VirginiaBlack, “The Erosion of Legal Principles in the Creation of Legal Policies”, Ethics, vol. 84, núm. 3 (1974);
William T. Blackstone, “Reverse Discrimination and Compensatory Justice”, en Blackstone y Hestep, eds., Social Justice
and Preferential Treatment (Athens, GA: University of Georgia Press, 1977).
88 Robert K. Fullinwider, “On Preferential Hiring”, en Mary Vetterling-Braggin, Frederick A. Elliston, y Jane English,
eds., Feminism and Philosophy (Totowa, NJ: Littlefield, Adams and Company, 1978), pp. 210-24.
89 Vea Nickel, “Preferential Policies.”
90 Nagel, “Equal Treatment and Compensatory Discrimination.”
91 Lawrence Crocker, “Preferential Treatment”, en Feminism and Philosophy, Vetterling-Braggin et al., eds., pp. 190-
204.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 352
condiciones con los hombres blancos.92 Además, puesto que las mujeres y las minorías no han estado
representadas en los puestos prestigiosos de la sociedad, los jóvenes no han tenido modelos que los
motiven para competir por esos puestos, a diferencia de los jóvenes blancos de sexo masculino. Por
ejemplo, pocos jóvenes negros se sienten motivados para ingresar en la profesión legal:
Las juventudes negras en el norte, así como en el sur han carecido de la inspiradora
imagen del abogado negro, al menos hasta los últimos años. Al contrario, se les ha hecho
sentir intensamente la falta de respeto y dignidad que se otorga al abogado negro . . . Las
juventudes negras también saben en qué falta de estima se tiene al negro que se dedica
a cualquier aspecto del cumplimiento de la ley . . . Semejantes percepciones no hacen
mucho por inspirar al negro a que haga algo, como no sea evitar inmiscuirse con la ley en
todas sus formas.93
Un tercer propósito de los programas de acción afirmativa es neutralizar estas desventajas com-
petitivas que agobian actualmente a las mujeres y las minorías cuando compiten con los hombres
blancos, y así colocar a las mujeres y las minorías en el mismo punto de partida en su carrera com-
petitiva contra los demás. Lo que se busca es garantizar la misma capacidad para competir que tienen
los hombres blancos.94
El fin básico que buscan los programas de acción afirmativa es una sociedad más justa, una so-
ciedad en la que las oportunidades de un individuo no estén limitadas por su raza o por su sexo.
Esta meta es moralmente legítima en la medida en que es moralmente legítimo esforzarse por crear
una sociedad con mayor igualdad de oportunidad. Los medios por los que los programas de acción
afirmativa buscan lograr una sociedad justa es dar a las minorías y mujeres calificadas preferencia
sobre los hombres blancos calificados en cuanto a contratación y promoción, e instituir programas de
capacitación especiales para minorías y mujeres que los califiquen para mejores empleos. Se espera
que con estos mecanismos algún día nacerá la sociedad más justa que hemos bosquejado. Se ha ar-
gumentado que sin alguna forma de acción afirmativa ese fin no podrá lograrse.95 Sin embargo, ¿el
tratamiento preferencial es un medio moralmente legítimo para alcanzar ese fin? Se han propuesto
tres razones por las que no lo sería. Primera, se ha dicho a menudo que los programas de acción
afirmativa “discriminan” en contra de los hombres blancos.96 Sin embargo, quienes apoyan los pro-
gramas de acción afirmativa han señalado que existen diferencias cruciales entre la forma en que los
programas de tratamiento preferencial tratan a los hombres blancos y una conducta discriminatoria
inmoral.97 Discriminar, como indicamos antes, es tomar una decisión adversa contra un miembro de
un grupo, porque los miembros de ese grupo se consideran inferiores o menos dignos de respeto.
Los programas de tratamiento preferencial, en cambio, no se basan en un desprecio odioso por los
hombres blancos; al contrario, se basan en el juicio de que los hombres blancos están actualmente en
una posición de ventaja y que otros deben tener la misma oportunidad de lograr las mismas ventajas.
Además, la discriminación racista o sexista tiene como objetivo destruir la igualdad de oportunidad.
92 George Sher, “Justifying Reverse Discrimination in Employment”, Philosophy and Public Affairs, 4, núm. 2 (invierno
de 1975): 159-70.
93 Carl y Callaban, “Negroes and the Law”, Journal of Legal Education, 17 (1965): 254.
94 Kaplan, “Equal Justice in an Unequal World”, N. W. U. Law Review, 61 (1966): 365.
95 Theodore Y Purcell y Gerald F. Cavanagh, Blacks in the Industrial World (Nueva York: The Free Press, 1972), pp. 30-
44. Vea también los artículos sobre futuros feministas alternativos recopilados en Carol Gould, ed., Beyond Domination
(Totowa, NJ: Rowman and Allenheld, 1983).
96 Carl Cohen, “Race and the Constitution”, The Nation, 8 de febrero de 1975; Lisa H. Newton, “Reverse Discrimination
Los programas de tratamiento preferencial tienen como objetivo restaurar la igualdad de oportunidad
donde está ausente. Así pues, los programas de tratamiento preferencial no se pueden describir propi-
amente como “discriminatorios”clearpage” en el mismo sentido inmoral que una conducta racista o
sexista es discriminatoria. Segunda, a veces se afirma que el tratamiento preferencial viola el principio
de igualdad (“Los individuos que son iguales en todos los sentidos pertinentes al tipo de tratamiento
en cuestión se deben tratar del mismo modo”) al permitir que una característica que no viene al caso
(raza y sexo) determine las decisiones de empleo.98 Sin embargo, quienes defienden los programas
de acción afirmativa han contestado que las diferencias sexuales y raciales ahora sí son pertinentes
para tomar las decisiones de empleo. Dichas diferencias son pertinentes porque cuando la sociedad
distribuye un recurso escaso (como los empleos) puede optar legítimamente por asignarlos a los gru-
pos que mejor vayan a fomentar sus legítimos fines. Dado que, en nuestra sociedad actual, asignar
empleos escasos a mujeres y minorías es la mejor forma de lograr la igualdad de oportunidad, la raza
y el sexo son ahora características pertinentes para este fin. Es más, como hemos visto, la razón por
la que sostenemos que los empleos se deben asignar con base en las calificaciones relacionadas con
el empleo es que tal asignación sirve a un propósito socialmente deseable (utilitarista): maximizar la
productividad. Cuando este fin (productividad) entra en conflicto con otro fin socialmente deseable
(una sociedad justa), es válido tratar de lograr el segundo fin incluso si hacerlo implica no lograr ple-
namente el primero. Tercera, algunos críticos han objetado que los programas de acción afirmativa en
realidad perjudican a las mujeres y las minorías porque implican que las mujeres y las minorías son
tan inferiores a los hombres blancos que necesitan ayuda especial para competir.99 Según los críticos,
esta atribución de inferioridad debilita a las minorías y a las mujeres y, a fin de cuentas, inflige daños
tan grandes que superan por mucho los beneficios que tales programas proporcionan. Por ejemplo,
en un libro muy leído y aclamado, el escritor negro Shelby Steele criticó los programas de acción
afirmativa en los negocios y la educación:
En teoría, la acción afirmativa ciertamente tiene toda la simetría moral que la equidad
requiere: la injusticia de la ventaja blanca histórica e incluso contemporánea se compen-
sa con una ventaja negra; la preferencia sustituye al prejuicio, la inclusión contesta la
exclusión. Es reformista y correctiva, incluso arrepentida y redentora . . . No obstante, de-
spués de veinte años de implementarse, creo que la acción afirmativa ha demostrado ser
más mala que buena y que los negros . . . ahora se arriesgan a perder más con ella de lo
que ganan . . . Creo que uno de los efectos más preocupantes de las preferencias raciales
en favor de los negros es una especie de desmoralización, o dicho de otro modo, un acre-
centamiento de las dudas acerca de uno mismo. Bajo la acción afirmativa la cualidad
que nos hace acreedores de un tratamiento preferencial es una inferioridad implícita. Sea
como sea que se explique esta inferioridad –no es difícil explicarla por el sinnúmero de
privaciones que se derivaron de nuestra opresión– sigue siendo una inferioridad . . . Aun
cuando el negro no ve implicación alguna de inferioridad en las preferencias raciales,
sabe que los blancos la ven, de modo que –de forma consciente o inconsciente– el resul-
tado es prácticamente el mismo. El efecto de un tratamiento preferencial –el abatimiento
de los estándares normales para incrementar la representación negra– enfrenta los negros
a un oponente crecido que es la duda debilitante, y la duda misma se convierte en una
preocupación inconsciente que socava su capacidad para desempeñarse, sobre todo en
98 Ibíd.
99 Por ejemplo, Glenn C. Loury, “Performing Without a Net, en Curry, ed., Affirmative Action Debate.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 354
situaciones integradas.100
El punto de vista de Steele, expresado de forma tan elocuente, ha sido adoptado por muchas otras
minorías.101
Esta tercera objeción a los programas de acción afirmativa ha tenido respuesta en varios frentes.
En primer lugar, si bien muchas minorías aceptan que la acción afirmativa implica ciertos costos para
las minorías mismas, también sostienen que los beneficios de tales programas siguen superando a
los costos. Por ejemplo, se ha informado que un trabajador negro, quien consiguió varios empleos
gracias a la acción afirmativa, dijo: “Tuve que enfrentar el pesar que me causó, pero valió la pena.”102
En segundo lugar, los partidarios de los programas de acción afirmativa también argumentan que di-
chos programas se basan no en una supuesta inferioridad de las minorías o las mujeres, sino en un
reconocimiento del hecho de que los hombres blancos, de forma consciente o inconsciente, inclinarán
sus decisiones en favor de otros hombres blancos. El único remedio para esto, aseguran ellos, es algún
tipo de programa de acción afirmativa que obligue a los hombres blancos a contrarrestar esta predis-
posición obligándolos a aceptar la proporción de solicitantes minoritarios y de sexo femenino que,
según las investigaciones, están calificados y dispuestos a trabajar. Como han demostrado una y otra
vez los estudios, incluso cuando hay mujeres o miembros de minorías mejor calificados, los hombres
blancos otorgan a sus congéneres salarios y puestos más altos. Por añadidura, señalan ellos, las atribu-
ciones injustificadas de inferioridad que muchas minorías experimentan son resultado de resabios de
racismo por parte de los compañeros de trabajo y empleados, y tal racismo es precisamente lo que los
programas de acción afirmativa buscan erradicar. Una tercera respuesta de los partidarios de la acción
afirmativa es que si bien una porción de las minorías podría derivar un sentimiento de inferioridad
de los programas de acción afirmativa actuales, fueron muchos más aquellos a quienes se hizo sentir
una inferioridad infinitamente más devastadora por el racismo abierto y subrepticio, que la acción
afirmativa está erosionando en forma gradual. El racismo declarado y disimulado que prevalecía en el
lugar de trabajo antes de la implementación de los programas de acción afirmativa puso en desventaja,
avergonzó y socavó la autoestima de todas las minorías de forma sistemática y en grado mucho mayor
que en la actualidad. Por último, los partidarios de la acción afirmativa alegan que simplemente no es
cierto que mostrar preferencia hacia un grupo haga a los miembros de ese grupo sentirse inferiores:
durante siglos los hombres blancos han sido beneficiarios de la discriminación racial y sexual sin una
pérdida obvia de su autoestima. Si en verdad se está haciendo a los beneficiarios de los programas
de acción afirmativa sentirse inferiores, es por la persistencia del racismo, no por la preferencia que
se le otorga. Así pues, se pueden presentar argumentos de peso para apoyar los programas de acción
afirmativa, y también objeciones de peso en su contra. Puesto que ambos lados tienen argumentos
tan convincentes, el acalorado debate acerca de la legitimidad de los programas de acción afirmativa
continúa sin que se vislumbre una resolución. No obstante, el repaso de los argumentos parece sug-
erir que los programas de acción afirmativa son por lo menos un mecanismo moralmente permisible
de alcanzar fines justos, aunque no demuestren que sean un mecanismo moralmente obligatorio para
lograr esos fines.
100 Shelby Steele, The Content of Our Character: A New Vision of Race in America (Nueva York: St. Martin’s Press,
1990), pp. 112, 113, 117-118.
101 Sonia L. Nazario, “Many Minorities Feel Tom by Experience of Affirmative Action”, Wall Street Journal, 27 de junio
2. Si las calificaciones del candidato que pertenece a una minoría sólo son ligeramente más bajas
(o iguales, o más altas) que las del que pertenece a la mayoría, se deberá dar preferencia al
primero.
3. Si ambos candidatos, el que pertenece a una minoría y el que pertenece a la mayoría están cali-
ficados para ocupar un puesto, pero el segundo candidato está mucho más calificado, entonces:
El éxito o el fracaso de un programa de acción afirmativa también depende en parte de las conce-
siones que una compañía haga pensando en las necesidades especiales de una fuerza de trabajo racial
y sexualmente diversa. Tanto las mujeres como las minorías enfrentan problemas especiales en el
103 Sidney Hook, “Discrimination Against the Qualified?” New York Times, 1971.
104 Vea Nickel, “Preferential Policies”, p. 546.
105 Por ejemplo, Gross, Discrimination in Reverse, p. 108; si desea leer una respuesta a Gross vea Boxill, “The Morality
of Preferential Hiring.”
106 Theodore V. Purcell, “A Practica] Way to Use Ethics in Management Decisions”, trabajo para el Drew-Allied Chem-
lugar de trabajo, y las compañías necesitan idear mecanismos innovadores para subsanar esos prob-
lemas. Los principales obstáculos que enfrentan las mujeres tienen que ver con el hecho de que un
gran número de matrimonios tiene hijos, y son las mujeres quienes dan a luz físicamente a los hijos y
quienes en nuestra cultura asumen la mayor parte de la carga de criarlos y cuidarlos. Algunas personas
han sugerido que las compañías respondan creando dos trayectorias de carrera para las mujeres: una
trayectoria para las que indiquen que planean tener hijos y participar activamente en su crianza, al
tiempo que se dedican a su carrera, y la otra para mujeres que o bien no piensan tener hijos o planean
que otros (el esposo o una niñera, por ejemplo) críen sus hijos, mientras ellas se dedican plenamente
a su carrera trabajando horas extra, haciendo sacrificios en su vida personal, viajando y cambiando de
lugar de residencia si la carrera así lo requiere, y aprovechando todas las oportunidades de desarrol-
lo profesional.107 Sin embargo, este enfoque ha recibido críticas, calificándosele de injusto, porque
podría obligar a las mujeres, a diferencia de los hombres, a escoger entre su carrera y su familia, y
podría crear un grupo de “mamás” de más baja categoría contra las que se discrimina en favor de un
grupo de “mujeres de carrera”, de más alta categoría. Otros han sugerido que en tanto nuestra cultura
siga asignando la responsabilidad por el cuidado de los hijos primordialmente a las mujeres, las com-
pañías deberán ayudar a las mujeres ofreciendo políticas de permisos familiares más generosos (IBM
otorga hasta ocho semanas de permiso por maternidad pagado, hasta un año adicional de permiso, sin
goce de sueldo, en el caso del primer hijo, con la opción de trabajar medio tiempo durante ese año y
una garantía de conservar su empleo al regresar, y paga hasta 1750 dólares por concepto de gastos de
adopción); contemplando horarios de trabajo más flexibles (permitiendo a los padres que programen
sus horas de llegada y de salida adaptándolas a los horarios de sus hijos, o trabajar cuatro días de diez
horas a la semana en lugar de cinco días de ocho horas; permitiendo a las madres de niños en edad
escolar trabajar tiempo completo durante el año escolar y apoyarse con sustitutos temporales durante
las vacaciones o permitiendo a las madres que trabajen sólo medio tiempo); dando “permisos por en-
fermedad” a madres cuyos hijos están enfermos (o a empleados con necesidades especiales, aunque
no sean madres); contemplando arreglos laborales especiales para los padres (permitiendo a quienes
recién están teniendo hijos pasar varios años trabajando medio tiempo mientras sus hijos crecen y
garantizándoles que tendrán su empleo al final de ese periodo, o permitiendo a dos madres compartir
el mismo empleo); y proporcionando apoyo para la atención de los hijos (creando una guardería en
el lugar de trabajo o cerca de él, reembolsando a los empleados los gastos de guardería, creando un
servicio que recomiende cuidadores de niños, contratando personal de guardería especial que pueda
cuidar a los niños enfermos de los empleados, o estableciendo una clínica en el lugar de trabajo que
pueda cuidar a los niños enfermos mientras los padres trabajan). 108 Las necesidades especiales de las
minorías difieren de las de las mujeres. Las minorías tienen desventajas económicas y de educación
mucho mayores que las de la mayoría: menos habilidades laborales, menos años de educación for-
mal, educación de baja calidad, escaso o nulo conocimiento del inglés. Para atender estas necesidades
las compañías necesitan comenzar a ofrecer educación en el empleo en las áreas de capacitación;
lectura, redacción y computación básicas, e inglés. Por ejemplo, New Jersey’s Prudential Insurance
ofrece capacitación asistida por computadora en lectura y matemáticas a los solicitantes en el nivel
de ingreso. Northeast Utilities, de Hanford, Connecticut, proporciona cinco semanas de capacitación
en habilidades vocacionales e inglés a sus reclutas hispanoestadounidenses, mientras que Amtek Sys-
tems de Arlington, Virginia, ofrece programas similares para empleados de origen asiático. Por otra
parte, las minorías a menudo poseen valores culturales y creencias que pueden dar pie a malos enten-
107 FeliceN. Schwartz, “Management Women and the New Facts of Life”, Harvard Business Review (enero-febrero de
1989), pp. 65-76.
108 Bolick y Nesderoth, Opportunity 2000, pp. 28-50.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 357
didos, conflictos y bajo desempeño en el trabajo. Para resolver este problema, las compañías tienen
que capacitar a sus gerentes en el manejo de una fuerza de trabajo culturalmente diversa, educándolos
acerca de las culturas minoritarias representadas en su fuerza de trabajo y ayudando a los gerentes
a que sean más conscientes de las personas con antecedentes culturales diversos, las escuchen, se
comuniquen con ellas y las entiendan.109 La controversia acerca de la moralidad de los programas
de acción afirmativa todavía no termina. La Suprema Corte ha dictaminado que tales programas no
violan la Ley de Derechos Civiles de 1964, pero eso no quiere decir que no violen ningún principio
moral. No obstante, si los argumentos que hemos examinado son correctos, los programas de acción
afirmativa al menos son congruentes con los principios morales. Sin embargo, los argumentos mismos
siguen siendo tema de intensos debates.
(o más bajos). Se utilizan consideraciones del mercado laboral para determinar el salario real que
se pagará por trabajos con un número dado de puntos, pero si dos empleos tienen el mismo puntaje,
reciben el mismo salario. Por ejemplo, puesto que el mercado laboral paga a los técnicos en reparación
de instrumentos 9,432 dólares más que a las secretarias legales (aunque estos empleos tienen puntajes
aproximadamente iguales), un programa de paga comparable podría elevar los salarios de las secre-
tarias en $9,432 o tal vez bajar los salarios de los técnicos en la misma cantidad, o podría elevar los
salarios de las secretarias en la mitad de esa cantidad y bajar los de los técnicos de forma equivalente.
Así, las consideraciones del mercado laboral desempeñan un pequeño papel en el establecimiento de
salarios para puestos de valor comparable, pero no determinan el salario de un puesto relativo al de
otro. El argumento fundamental en favor de los programas de valor comparable se basa en la justicia:
la justicia requiere que los iguales se traten como iguales.112 Los partidarios de los programas de valor
comparable argumentan que hoy día los empleos ocupados por mujeres están peor remunerados por
los mercados laborales que los ocupados por hombres, aun cuando los empleos son equivalentes en
cuanto a que implican responsabilidades similares y requieren habilidades comparables. Según ellos,
si se evalúan objetivamente los empleos, será obvio que los empleos de muchas mujeres son equiva-
lentes a los de los hombres y, por justicia, deben recibir la misma remuneración aunque los mercados
laborales discriminatorios los coloquen en escalas salariales distintas. Es evidente que ciertos empleos
implican responsabilidades y capacidades equivalentes, afirman los partidarios del valor comparable,
y para ello basta con examinar los empleos mismos. Los principales argumentos en contra de los
programas de valor comparable se centran en lo apropiado de los mercados como determinantes de
los salarios.113 Los oponentes del valor comparable alegan que no existe ninguna forma “objetiva” de
evaluar si un empleo es “equivalente” a otro, como no sea recurrir a los mercados laborales que regis-
tran las evaluaciones combinadas de cientos de partes que compran y que venden.114 Sólo las fuerzas
del mercado de oferta y demanda pueden determinar el “verdadero” valor de un empleo, y sólo las
fuerzas de mercado pueden lograr una justicia capitalista aproximada asegurando que cada trabajador
reciba por su trabajo un precio exactamente igual al valor que tanto él como el comprador le asignan.
La asignación de salarios otorgando “puntos” a un trabajo es mucho más arbitrario y menos objetivo
que hacerlo apoyándose en las fuerzas del mercado. Además, afirman los oponentes, si el mercado
laboral paga un salario bajo a quienes ingresan en cierta ocupación, es porque existe una gran oferta
de trabajadores que desean esa ocupación, en comparación con la demanda de esa ocupación. Los lla-
mados “empleos de mujeres” tienen salarios bajos porque hay demasiadas mujeres que están tratando
de conseguir esos empleos, y esto hace que los salarios bajen. La solución no es distorsionar los mer-
cados asignando salarios de “valor comparable” más altos a empleos que ya están sobrepoblados. Es
mucho mejor dejar que persistan los salarios bajos para que impulsen a las mujeres a buscar otras
áreas de la economía en las que la demanda sea menor, lo que se manifiesta por los salarios más altos.
Por último, dicen los oponentes, los “empleos de hombres” mejor remunerados están tan abiertos a las
mujeres como a los hombres. Si las mujeres optan por ingresar en los empleos peor remunerados en
lugar de los mejor remunerados, es porque ello les reporta alguna utilidad (es decir obtienen benefi-
112 Encontrará éste y otros argumentos en “Paying Women What They’re Worth”, Report from the Center for Philosophy
& Public Policy, University of Maryland, 3, núm. 2 (primavera de 1983): 1-5.
113 Vea Pay Equity: Equal Payfor Work of Comparable Value, Joint Hearings before the Subcommittees on Human
Resources, Civil Service, and Compensation and Employee Benefits of the Committee on Post Office and Civil Service,
House of Representatives, 16, 21 y 30 de septiembre y 2 de diciembre de 1982 (Washington, DC: U.S. Government
Printing Office, 1983); Caroline E. Mayer, “The Comparable Pay Debate”, The Washington Post National Weekly Edition,
6 de agosto de 1984; Nina Totenberg, “Why Women Earn Less”, Parade Magazine, 10 de junio de 1984.
114 Joanne Jacobs, “Only the Market Can Establish Comparable Worth”, San Jose Mercury News, 12 de octubre de 1984,
p. 7B.
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 359
cios) que no pueden obtener de los empleos mejor remunerados: tal vez el empleo de salario más bajo
es más “limpio”, o más gratificante en lo personal, o menos arduo. Por tanto, las mujeres sí reciben
cierta compensación de los empleos que siguen seleccionando, aunque no consista en dinero. Los
defensores de los programas de valor comparable contestan estas críticas alegando que los mercados
laborales no son “objetivos”. Los empleos de mujeres tienen salarios más bajos, afirman ellos, porque
los mercados laborales actuales son discriminatorios: asignan arbitrariamente salarios más bajos a los
empleos “de mujeres” precisamente porque los ocupan mujeres. Como prueba de que los mercados
laborales asignan salarios más bajos a algunos empleos precisamente porque los ocupan mujeres,
estos partidarios de los programas de valor comparable señalan a cifras como las de la tabla 7.10,
que muestran que existe una relación consistente entre el porcentaje de mujeres en una ocupación y
el salario de esa ocupación: cuanto más dominan las mujeres una ocupación, más bajo es el salario.
Un patrón tan consistente indica que los bajos salarios de los empleos de mujeres no son cuestión de
una sobrepoblación aleatoria de mujeres en ésta u otra ocupación. Más bien, es indicación de que los
participantes en el mercado laboral perciben de forma consistente a las mujeres como menos capaces,
menos comprometidas o con menos habilidades que los hombres. A causa de estas predisposiciones
subjetivas y discriminatorias, los compradores de los mercados laborales asignan sistemáticamente
precios demasiado bajos a los talentos de las mujeres. El resultado es que los mercados laborales sub-
valúan los empleos que las mujeres toman. Por ello, los mercados laborales no son indicadores de las
escalas de remuneración apropiadas para los empleos de mujeres. Al igual que la acción afirmativa,
el valor comparable sigue siendo una cuestión que es objeto de gran controversia.
7.4.5. Conclusiones
En secciones anteriores examinamos varias tendencias futuras que afectarán la situación futura de
las mujeres y las minorías en la fuerza de trabajo. Un hecho de especial importancia es que sólo una
pequeña proporción de los nuevos trabajadores estadounidenses consistirá en hombres blancos. La
mayoría de los nuevos trabajadores serán mujeres y miembros de minorías, y a menos que se efectúen
grandes cambios para dar cabida a sus necesidades y características especiales, no se incorporarán sin
problemas al lugar de trabajo. Hemos reseñado varios programas que proporcionan ayuda especial
a las mujeres y minorías por razones morales. Sin embargo, debe quedar claro que, en vista de las
tendencias demográficas futuras, el egoísmo ilustrado también debe estimular a las empresas para que
proporcionen una ayuda especial a las mujeres y las minorías, ya que los costos de no facilitar la
incorporación de esta gran corriente futura de mujeres y minorías, con sus necesidades especiales, no
tendrán que pagarlo sólo las mujeres y las minorías. Lamentablemente, si las empresas no se ajustan
a estos nuevos trabajadores, las compañías estadounidenses no podrán encontrar a los trabajadores
que necesitan y sufrirán escaseces recurrentes y paralizantes durante la próxima década. La reser-
va tradicional de trabajadores de raza blanca y sexo masculino simplemente será tan pequeña que
las empresas no podrán depender de ella para cubrir todas sus necesidades de personal capacitado y
gerencial. Muchos negocios, conscientes de estas tendencias, han iniciado programas encaminados a
prepararlos para responder ya a las necesidades especiales de las mujeres y las minorías. Por ejem-
plo, para responder a las necesidades de las mujeres, muchas compañías han instituido servicios de
guardería y horarios de trabajo flexibles que permitan a las mujeres que tienen niños atenderlos. Otras
compañías han instituido agresivos programas de acción afirmativa encaminados a integrar grandes
grupos de minorías a sus empresas, donde se les proporciona educación, capacitación laboral, ha-
bilidades, asesoría y otras ayudas diseñadas para facilitar su asimilación en la fuerza de trabajo. La
creencia de tales compañías es que si actúan ahora para reclutar mujeres y minorías, estarán familiar-
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 360
izados con sus necesidades especiales y tendrán un contingente sustancial de mujeres y minorías que
podrán invitar a otras mujeres y miembros de minorías a unirse a ellos. Se han citado las siguientes
palabras de James R. Houghton, director de Coming Glass Works: “Valorar y manejar una fuerza de
trabajo diversa no sólo es lo correcto desde un punto de vista ético y moral. También es una necesidad
comercial. Los datos demográficos de la fuerza de trabajo para la próxima década dejan bien claro
que las compañías que no realicen una labor excelente de reclutar, retener, desarrollar y promover
mujeres y minorías simplemente no podrán satisfacer sus necesidades de personal”115
3. Investigue en su biblioteca o en Internet (por ejemplo, la Oficina del Censo de Estados Unidos
coloca sus estadísticas en la World Wide Web en http://www.census.gov) datos estadísticos
publicados durante el último año que tiendan a apoyar o refutar el panorama estadístico de
racismo y sexismo que desarrollamos en la sección 7.2 del texto. A la luz de sus investigaciones
y de los materiales del texto, ¿está o no de acuerdo con la afirmación de que “Ya no hay indicios
de que se practique ampliamente la discriminación en Estados Unidos”? Explique plenamente
su postura.
4. Compare y contraste los tres tipos principales de argumentos contra la discriminación racial y
sexual en el empleo. ¿Cuáles le parecen más sólidos? ¿Y los más débiles? ¿Puede pensar en
argumentos distintos que no se hayan tratado en el texto? ¿Hay diferencias importantes entre la
discriminación racial y la discriminación sexual?
5. Compare y contraste los principales argumentos que se usan para apoyar los programas de
acción afirmativa. ¿Está de acuerdo o no con esos argumentos? Si no está de acuerdo con un
argumento, diga claramente qué parte del argumento cree que sea errónea y explique por qué
cree que es errónea. (No basta con decir, “simplemente, no creo que sea correcto”.)
6. “Si los patrones sólo quieren contratar [a los] hombres blancos jóvenes [mejor calificados],
tienen derecho a hacerlo sin interferencia, ya que se trata de su negocio.” Comente esta afirma-
ción.
115 Citado en Investor Responsibility Research Center, “Equal Employment Opportunity, 1990 Analysis E” (Washington,
Cuadro 7.11:
Cuadro 7.12:
Cuadro 7.13:
Cuadro 7.14:
las utilidades por hora por departamento, con ciertos pequeños ajustes hacia arriba para asegurar que
los salarios fueran comparables y competitivos con los que otras tiendas del área estaban pagando. Al
paso de los años, Robert Hall estableció los salarios que se dan en la tabla 7.14. Aunque las diferen-
cias entre los salarios de los hombres y de las mujeres eran sustanciales, no eran tan grandes como las
diferencias porcentuales entre las ventas y utilidades de hombres y mujeres. La gerencia de Robert
Hall argumentó que sus empleadas recibían sueldos más bajos, porque los productos que vendían no
podían cargar con los mismos costos de venta que los productos que se vendían en el departamento
de hombres. Por otra parte, las empleadas afirmaban que las labores de venta y las responsabilidades
que tenían los vendedores tanto hombres como mujeres eran iguales “en lo sustancial”.
Preguntas
1. En su opinión, ¿los gerentes de la tienda Robert Hall tienen alguna obligación ética de modi-
ficar sus políticas salariales? Si no cree que deban modificarlas, explique por qué se justifican
éticamente; si cree que deban modificarlas, explique por qué están obligados a hacerlo y de-
scriba los tipos de cambios que deberían efectuar. Cambiaría en algo su análisis si en lugar de
dos departamentos de la misma tienda se tratara de dos tiendas Robert Hall distintas, una para
hombres y otra para mujeres? ¿Y si se tratara de dos tiendas (una para hombres y una para
mujeres) propiedad de diferentes compañías? Explique cada una de sus respuestas en términos
de los principios éticos pertinentes en los que se está apoyando.
2. Suponga que muy pocos hombres solicitan trabajo como dependientes en Wilmington, mientras
que el mercado laboral de dependientas está inundado de mujeres. ¿Este factor competitivo
justificaría pagar más a los hombres que a las mujeres? ¿Por qué? Suponga que el 95 % de las
mujeres de Wilmington que están solicitando empleo como dependientas son madres solteras
que dependen de la asistencia pública, mientras que el 95 % de los hombres son solteros sin
familia que mantener. ¿Este factor de “necesidad” justificaría pagar más a las mujeres que a
los hombres? ¿Por qué? Supongamos, sólo por discutir, que los hombres son más buenos para
vender que las mujeres; Justificaría eso una diferencia en los salarios?
3. Si piensa que los gerentes de la tienda Robert Hall deben pagar a sus dependientes tanto hom-
CAPÍTULO 7. LA ÉTICA DE LA DISCRIMINACIÓN EN EL EMPLEO 364
bres como mujeres el mismo salario porque realizan “el mismo trabajo en lo sustancial”, ¿tam-
bién piensa que en una situación ideal lo que gana cada trabajador debe depender de trabajo que
efectúa individualmente (digamos, pagando a cada dependiente comisiones sobre sus ventas)?
¿Por qué? ¿Un sistema de comisiones sería preferible desde un punto de vista utilitarista, con-
siderando los considerables costos de contabilidad que implicaría? ¿Y desde el punto de vista
de la justicia? ¿Qué significa para usted la frase “lo mismo en lo sustancial”?
de investigar, Weber averiguó que él tenía varios meses más de antigüedad que dos de los traba-
jadores negros que habían sido admitidos al programa de capacitación. Otros 43 trabajadores blancos
que también habían sido rechazados incluso tenían más antigüedad que él. Así, empleados recientes
negros estaban recibiendo capacitación en preferencia a empleados blancos con mayor antigüedad.
Weber descubrió después que ninguno de los trabajadores negros que habían sido admitidos al pro-
grama habían sido personalmente objeto de alguna discriminación previa en el empleo, por parte de
Kaiser.3
Preguntas
1. En su opinión, ¿la planta de Kaiser estaba practicando discriminación? Si cree que hubo dis-
criminación, explique de qué tipo era e identifique las pruebas en que se basó para su juicio; si
cree que no hubo discriminación, prepare respuestas para las objeciones más fuertes a su propio
punto de vista. ¿La gerencia de Kaiser tenía responsabilidad moral por la situación en su planta?
¿Por qué?
3. ¿Brian Weber fue tratado de forma justa o injusta? Explique su juicio con base en los princi-
pios morales que considere pertinentes. ¿Qué valor tiene la antigüedad en comparación con la
igualdad de oportunidad? Coma gerente, ¿qué habría hecho usted con Brian y los demás que
pensaban igual? ¿La antigüedad debe servir como base para decidir quién recibe capacitación
para un trabajo? ¿Qué tipos de calificaciones cree usted que se deban tomar en cuenta?
3 Weber posteriormente demandó a Kaiser y el caso fue escuchado en última instancia por la Suprema Corte de Estados
Unidos. La Corte dictaminó que el programa de acción afirmativa de Kaiser no violaba la Ley de Derechos Civiles de
1964.
Capítulo 8
El individuo en la organización1
Introducción
¿Cómo son las organizaciones? He aquí algunas descripciones de la vida dentro de las organiza-
ciones, en boca de tres personas ubicadas en diferentes niveles de la organización.
jadores, podrían comenzar con la página Web de la Occupational Safety and Health Association (http://www.osha.gov); la
lista de organizaciones laborales de la Essential Organization (http://essential.org); los temas de ley del trabajo y el empleo
en Hieros Gamos (http://www.hg.org) y la American Bar Association (http://www.abanet.org); la Employee Ownership
Page que presenta casos e información acerca de facultación de empleados (http://www.fed.org/fed).
2 Studs Terkel, Working: People Talk About What They Do All Day and How They Feel About What They Do (Nueva
366
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 367
haga. Para cuando regreso a la oficina ya tengo tres o cuatro llamadas: “¿Me puede ayudar
con esto?” Así es como uno se mantiene en contacto. . . El comité operativo se reúne por
lo regular cada tercer día: mis gerentes de planta adjuntos; un gerente de operaciones, que
trae a dos gerentes de producción; un controlador; un gerente de ingeniería; un gerente
de control de calidad; y un gerente de materiales. Ésas son las ocho personas clave de
la planta. . . No se puede manejar un negocio sentado en una oficina porque se divorcia
uno demasiado de la gente. La gente es la clave de toda la operación. Si uno no está
en contacto con la gente da la impresión de creerse superior, de ser distante. Eso no
funciona.3
E X PRESIDENTE DE UN CONGLOMERADO
No todo mundo experimenta estas situaciones en las organizaciones como lo hacen estas tres
personas. No obstante, estas descripciones de la vida en las organizaciones tocan muchas de las
características más problemáticas de las organizaciones de negocios: la alienación que sienten los
trabajadores al efectuar tareas repetitivas; las sensaciones de opresión creadas por el ejercicio de la
autoridad; las responsabilidades que recaen en los hombros de los gerentes; las tácticas del poder
utilizadas por gerentes ansiosos de lograr lo que ambicionan en su carrera; las presiones que los sub-
ordinados y superiores sienten al tratar de efectuar su trabajo. Podríamos añadir otros problemas a la
lista: problemas de salud creados por condiciones de trabajo peligrosas, conflictos de interés creados
por la lealtad de un empleado hacia otras causas, la ausencia de proceso ideal para los empleados no
sindicalizados; la invasión de la intimidad por la legítima preocupación de la gerencia por conocer
sus propios trabajadores. La lista es interminable.
En este capítulo exploraremos éstos y otros problemas a los que da pie la vida dentro de las
organizaciones de negocios. El capítulo está dividido en tres partes principales. La primera parte ini-
cia con una descripción del modelo tradicional de la organización: la organización como estructura
“racional”. En las secciones subsecuentes se tratan, primero, los deberes del empleado para con la
compañía, según los define este modelo tradicional, y segundo, los deberes del patrón para con el
empleado, también según los define dicho modelo. La segunda parte principal del capítulo se dedica a
3 Ibíd., pp. 178, 179.
4 Ibíd., pp. 405, 406.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 368
describir una perspectiva más reciente de la organización: la organización como estructura “política”.
Las secciones de esta parte del capítulo tratan los dos problemas éticos principales a que da pie este
análisis “político” más reciente de la compañía: derechos de los empleados y política dentro de las
organizaciones. La tercera parte principal del capítulo trata una perspectiva muy reciente de la orga-
nización: la organización como red de relaciones personales centrada en el cuidado. Por necesidad,
el tratamiento de esta tercera perspectiva, que es la más reciente y apenas está emergiendo, es mucho
más breve que las exposiciones anteriores, que han tenido una historia de desarrollo mucho más larga.
Figura 8.1:
ganización? Los contratos. El modelo concibe al empleado como agente que en libertad y a sabiendas
convino en aceptar la autoridad formal de la organización y dedicarse a sus metas, a cambio de apoyo
en forma de un salario y condiciones de trabajo justas. Estos convenios contractuales fijan sólida-
mente a cada empleado dentro de la organización definiendo formalmente los deberes y el alcance de
la autoridad de cada uno. En virtud de este convenio contractual, el empleado tiene la responsabilidad
moral de obedecer a su patrón dentro de la dedicación a las metas de la organización, y la organi-
zación, a su vez, tiene la responsabilidad moral de proporcionar al empleado los apoyos económicos
que le prometió. Pues, como ya explicamos con detalle, cuando dos personas libremente y a sabien-
das convienen en intercambiar bienes y servicios, cada parte del convenio adquiere una obligación
de cumplir con los términos del contrato. La teoría utilitarista proporciona apoyo adicional para la
noción de que el empleado tiene la obligación de dedicarse lealmente a las metas de la compañía: los
negocios no podrían funcionar con eficiencia ni ser productivos si sus empleados no se dedicaran en
cuerpo y alma a alcanzar las metas de su compañía. Si cada empleado estuviera en libertad de usar
los recursos de la compañía para dedicarse a sus propios fines, el resultado sería un caos y la merma
de la utilidad de todos.
Las obligaciones éticas básicas que emergen de estos aspectos “racionales” de la organización
se centran en dos obligaciones morales recíprocas: (1) la obligación del empleado de obedecer a
sus superiores en la organización, de dedicarse a las metas de la organización y de evitar cualquier
actividad que pudiera amenazar esas metas; y (2) la obligación del patrón de proporcionar al empleado
un salario justo y condiciones de trabajo justas. Se supone que todas estas obligaciones se definen a
través de las líneas formales de autoridad de la organización y de los contratos que especifican los
deberes y las condiciones de trabajo del empleado. Examinaremos por turno estas dos obligaciones
recíprocas.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 370
Inquiry”, en Dow Votaw y S. Prakash Sethi, eds., The Corporate Dilemma (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1973),
pp. 82-113.
9 Citado en Ibíd., pp. 87 y 88.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 371
que el empleado ejercite en su favor10 . O bien, en términos más sencillos, surgen conflictos de interés
cuando el autointerés de empleados en puestos de confianza los lleva a desempeñar sus funciones
de formas que podrían no ser lo más conveniente para la compañía. Por ejemplo, un funcionario de
una corporación se ve envuelto en un conflicto de interés si posee acciones de una de las compañías
que están presentando licitaciones para un contrato de construcción. Su interés en que el valor de las
acciones aumente podría tentarlo a otorgar el contracto a la compañía constructora de la cual posee
acciones, aunque no sea la que ofrece los mejores términos a la corporación para la cual trabaja.
Los conflictos de interés no tienen que ser financieros. Por ejemplo, si mi nuera trabaja como
vendedora de una compañía que fabrica el tipo de herramientas que mi compañía compra, me interesa
que ella tenga éxito y podría sentirme motivado a comprar a su compañía, aunque otras empresas
ofrezcan mejores condiciones.
También pueden surgir conflictos de interés cuando funcionarios o empleados de una compañía
tienen otro empleo o son consultores de una compañía externa, con la cual su propia compañía tiene
negocios o compite. Por ejemplo, el empleado de un banco podría verse envuelto en un conflicto
de interés si acepta un trabajo ocasional para un banco competidor o un trabajo en una compañía
aseguradora que arrienda el equipo o las instalaciones del banco del empleado. Como mínimo, la
lealtad del empleado estaría dividida entre servir a los intereses de las compañías competidoras. De
forma similar, se crearía un conflicto de interés si un contador que trabaja para una compañía de
seguros también presta servicios de auditoría “independientes” a algunas de las empresas a las que
su compañía asegura: el contador podría sentirse tentado a transmitir a la aseguradora información
privada que él haya obtenido al auditar los libros de esas otras empresas.
Los conflictos de interés pueden ser reales o potenciales11 . Ocurre un conflicto de interés real
cuando una persona desempeña realmente sus deberes de forma tal que perjudica a su compañía, y lo
hace por interés personal. Ocurre un conflicto de interés potencial cuando la persona simplemente se
siente motivada o tentada por su interés personal a actuar de una forma que sería perjudicial para la
compañía. Por ejemplo, en el primer caso citado, el funcionario de la corporación sólo está envuelto
en un conflicto de interés potencial, siempre que el hecho de poseer las acciones no lo predisponga
en su juicio y otorgue el contrato a la compañía constructora que ofrezca a su patrón las mejores
condiciones. El conflicto de interés se vuelve real si él inclina su juicio hacia la compañía constructora
de la cual posee acciones y actúa guiado por esa inclinación.
Si aceptamos el punto de vista (explicado en el capítulo 2) de que los convenios imponen obli-
gaciones morales, entonces los conflictos de interés reales van contra la ética, porque se oponen al
contrato implícito que un trabajador acepta libremente cuando entra a trabajar para una empresa. Se
contrata al personal administrativo de una compañía para que ejerza su juicio no predispuesto en el
logro de las metas de la compañía. Al aceptar el puesto dentro de la empresa, el empleado celebra un
contrato por el que se compromete a administrar los activos de la firma en congruencia con dichas
metas, y a cambio toma el salario asociado al desempeño de esa tarea administrativa. El incumplim-
iento de esta relación contractual viola los derechos y las obligaciones creadas por el contrato.
Los conflictos de interés potenciales podrían o no faltar a la ética, dependiendo de la probabilidad
de que el juicio del empleado se vea afectado por el conflicto de interés, o parezca verse afectado.
Es obvio que no existen reglas generales para determinar si los intereses privados en conflicto de un
10 Los conflictos de interés se tratan en M. Davis, “Conflict of Interest”, Business and Professional Ethics Journal, 1,
núm. 4 (verano de 1982): 17-29; vea también Twentieth Century Fund, ed., Abuse on Wall Street: Conflicts of Interest in
the Securities Markets (Westport, CT: Quorum Books, 1980).
11 Thomas M. Garrett y Richard J. Klonoski, Business Ethies, 2a. ed. (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1986), p.
55.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 372
empleado son lo bastante importantes como para influir en su juicio: mucho depende de la psicología
personal y las intenciones del empleado, del puesto que él ocupa en la compañía y de la naturaleza de
su trabajo, de qué tanto podría ganar por la transacción en cuestión, y del impacto que las acciones
del empleado tendrían sobre otros dentro y fuera de la compañía. A fin de evitarse problemas, muchas
compañías (a) especifican el monto de acciones de empresas proveedoras que la compañía permitirá
a sus empleados poseer, (b) especifican las relaciones con competidores, compradores o proveedores
que los empleados de la compañía tienen prohibidas, y (c) obligan a funcionarios clave a revelar todas
sus inversiones financieras externas.
Se pueden crear conflictos de interés por diversos tipos de situaciones y actividades distintas. Dos
tipos de situaciones y actividades exigen atención especial: los sobornos y los regalos.
Soborno y extorsión comerciales Un soborno comercial es una gratificación que una persona
ajena a la compañía da u ofrece a un empleado, en el entendido de que cuando el empleado efectúe
operaciones a nombre de su propia compañía, favorecerá a esa persona o a su compañía. La gratifi-
cación podría consistir en dinero, bienes tangibles, una “comisión confidencial” de una parte de un
pago oficial, un tratamiento preferente, o cualquier otra clase de beneficio. Un responsable de com-
pras, por ejemplo, acepta un soborno cuando recibe dinero de un proveedor, quien se lo entrega con
el fin de recibir un tratamiento preferente en las decisiones de compra del responsable de compras.
Por otra parte, un empleado comete extorsión comercial si exige una gratificación a personas ajenas
a la compañía como condición para tratarlas favorablemente cuando realice operaciones a nombre
de su compañía. Por ejemplo, un responsable de compras que sólo compra a los vendedores que le
proporcionan ciertos bienes o servicios está cometiendo extorsión. La extorsión y la aceptación de
sobornos obviamente crean un conflicto de interés que viola la obligación moral establecida por el
contrato de trabajo del empleado: es decir, el deber de ejercer un juicio objetivo en la consecución de
las metas legítimamente establecidas del patrón.
Regalos Aceptar regalos podría ser ético o no. Por ejemplo, el responsable de compras que acepta
regalos del vendedor con el que trata, sin haberlos solicitado y sin convertirlos en una condición
para tratar con el vendedor, podría estar actuando éticamente. Si el agente no otorga un tratamiento
preferente a quienes le han hecho obsequios que aceptó, y no se predispone en contra de quienes no
le dan “regalos” no se creará ningún conflicto de interés real. Sin embargo, podría existir un conflicto
de interés potencial, y el acto podría fomentar una práctica que en algunos casos se convierte en un
conflicto de interés real o que podría afectar sutilmente la independencia del juicio de una persona.
Vincent Barry sugiere considerar los siguientes factores al evaluar la moralidad de aceptar un regalo12 .
1. ¿Cuánto vale el regalo? Es decir, ¿es tan valioso que va a influir en las decisiones propias?
2. ¿Qué propósito tiene el regalo? Es decir, ¿el regalo pretende ser, o se acepta como un soborno?
3. ¿En qué circunstancias se da el regalo? Por ejemplo, ¿el regalo se dio abiertamente? ¿El regalo
se dio para celebrar una ocasión especial (Navidad, un cumpleaños, la inauguración de una
tienda)?
4. ¿En qué posición está quien recibe el regalo? Es decir, ¿esa persona está en condiciones de
influir en los tratos de su propia compañía a favor de quien da el regalo?
5. ¿Cuál es la práctica de negocios aceptada en el área? Es decir, ¿el regalo es parte de una práctica
abierta y bien conocida en la industria?
12 Vincent Barry, Moral Issues in Business (Belmont, CA: Wadsworth Publishing Company, Inc., 1986), pp. 237-38.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 373
6. ¿Qué política tiene al respecto la compañía? Es decir, ¿la compañía prohíbe aceptar tales rega-
los?
7. ¿Qué dice la ley? Es decir, ¿el regalo está prohibido por alguna ley, digamos una que prohíba
los regalos al reclutar a un atleta?
atañen al uso, es una forma de robo de propiedad y, por tanto, una falta a la ética. Secretos industriales
La “información propia” o “secretos industriales” consiste en información no pública (1) relacionada
con las actividades, tecnologías, planes futuros, políticas o expedientes propios de la compañía que,
si es del conocimiento de sus competidores, afectaría sensiblemente la capacidad de la compañía para
competir comercialmente contra dichos competidores; (2) que es propiedad de la compañía (aunque
no esté patentada ni protegida por los derechos de autor), porque fue creada por la compañía para su
uso privado empleando recursos de su propiedad o porque la compañía la adquirió de otros para su
uso privado, con sus propios fondos; y (3) que la compañía indica, a través de directrices explícitas,
medidas de seguridad o convenios contractuales con los empleados, que no quiere que nadie ajeno
a la compañía posea. Por ejemplo, si una compañía, utilizando sus propios recursos de ingeniería y
de laboratorio, desarrolla un proceso secreto para fabricar “disquetes” de computadora que puedan
almacenar más datos que los discos de todas las demás compañías, y toma medidas explícitas para
asegurarse de que nadie más conozca el proceso, la información detallada acerca de ese proceso con-
stituye un “secreto industrial”. De forma similar, las listas de proveedores o de clientes, los resultados
de investigaciones, fórmulas, programas de computadora, datos de computadora, planes de marketing
y producción, y cualquier otra información desarrollada por una compañía para su propio uso privado,
utilizando sus propios recursos, puede constituir “secreto industrial”. Puesto que los empleados, so-
bre todo los que participan en las actividades de investigación y desarrollo de la compañía, a menudo
tienen acceso a los secretos industriales que la compañía debe confiarles para poder operar, suelen
tener la oportunidad de utilizar tales secretos para provecho propio negociando con los competidores.
Semejante uso de los secretos industriales por parte de los empleados falta a la ética porque se está
usando la propiedad de otro agente para un propósito no aprobado por ese otro agente, y porque el
empleado ha celebrado un contrato implícito (y a veces explícito) por el que se compromete a no
usar los recursos de la compañía para fines no autorizados por ésta14 . Por ejemplo, una ingeniero que
es contratada para supervisar el desarrollo de un proceso de fabricación secreto que conferirá a su
compañía una ventaja competitiva sobre otras, actúa incorrectamente si decide dejar la compañía y
trabajar para un competidor que le promete un salario más jugoso a cambio de implantar el mismo
proceso que ella desarrolló mientras su antiguo patrón le pagaba por hacerlo.
Sin embargo, las habilidades que un empleado adquiere al trabajar para una compañía no cuentan
como secretos industriales porque éstos consisten en información y no en habilidades. Las habili-
dades que un empleado desarrolla se consideran parte de su propia persona y no son propiedad de
un patrón, como sucede con la información propia. Lamentablemente, no siempre es fácil distinguir
entre las habilidades y los secretos industriales. La situación podría parecerse, por ejemplo, a la de
Donald Wohlgemuth, un gerente general insatisfecho con su salario y sus condiciones de trabajo, que
supervisaba una tecnología secreta de B. E Goodrich para fabricar trajes espaciales solicitados por el
gobierno15 . Posteriormente, Wohlgemuth negoció un contrato con International Látex, un competidor
de Goodrich, por un salario mucho más alto. Sin embargo, en su nuevo empleo él debía manejar una
división que se ocupaba, entre otras cosas, de fabricar trajes espaciales para el gobierno. Los gerentes
de Goodrich objetaron que él trabajara para un competidor, pues podría usar la información y las
habilidades por cuyo desarrollo Goodrich había pagado. Cuando ellos pusieron en duda lo ético de su
decisión, Wohlgemuth contestó acaloradamente que “la lealtad y la ética tienen su precio e Interna-
tional Látex había pagado el precio”. El Tribunal de Apelaciones de Ohio dictaminó que Goodrich no
14 Si desea un tratamiento más extenso de la ética de los secretos industriales, vea DeGeorge, Business Ethics, pp.
292-98.
15 Este caso se relata en Michael S. Baram, “Trade Secrets: What Price Loyalty?”, Harvard Business Review (noviem-
bre/diciembre de 1968).
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 375
podía impedir a Wohlgemuth vender sus habilidades a otro competidor, pero impuso a Wohlgemuth
un mandamiento judicial que le prohibía revelar a Látex cualquier secreto industrial de B. E Goodrich.
Sin embargo, el tribunal no explicó como Wohlgemuth, Goodrich o Latex habrían de distinguir entre
la información y las habilidades que Wohlgemuth había adquirido núentras trabajaba para Goodrich.
Algunas compañías han tratado de evitar los problemas de los secretos industriales pidiendo a sus
empleados que firmen contratos por los que se comprometen a no trabajar para un competidor durante
uno o dos años después de salir de la compañía, pero los tribunales generalmente han rechazado la
validez de tales contratos. Otras compañías han manejado estos problemas conviniendo en propor-
cionar a los empleados que dejan la compañía una remuneración continuada o beneficios de retiro
futuros, a cambio de que no revelen información propia de la compañía.
La cuestión ética del abuso de información propia ha adquirido mucha mayor prominencia en
la última década, a medida que nuevas “tecnologías de información” (como la computadora) han
convertido la información en un activo cada vez más valioso al que los empleados tienen acceso con
regularidad. Al desarrollarse las tecnologías de información, la importancia de este asunto seguirá
creciendo.
Antes de dejar el tema de la información propia, vale la pena recordar que los derechos de
propiedad de una compañía sobre tal información no son ilimitados. En particular, esos derechos están
limitados por los derechos de otros agentes, como los derechos de empleados a conocer los riesgos
para la salud asociados a su trabajo. El derecho de una compañía a mantener secreta su información
no es absoluto, sino que debe equilibrarse con los derechos legítimos de otros.
general. Es obvio que nada tiene de incorrecto o injusto todo esto. En términos más generales, no es
fundamentalmente injusto o falto de ética poseer una ventaja de información sobre otros en la bolsa
de valores.
No obstante, quienes aseguran que la compraventa de acciones con base en información privile-
giada falta a la ética señalan que los defensores de tal práctica pasan por alto de forma conveniente
varios hechos importantes. En primer lugar, la información que el operador privilegiado usa es infor-
mación que no le pertenece. Los ejecutivos, gerentes, empleados y otros que trabajan en una compañía
y que tienen conocimiento de sucesos internos que afectarán el precio de las acciones de la compañía
no son dueños de la compañía. Los recursos con los que trabajan, incluida la información que la
compañía les proporciona, pertenecen colectivamente a los accionistas. Y los empleados tienen una
obligación ética (o “fiduciaria”) de abstenerse de usar la información acerca de la compañía para ben-
eficiarse o beneficiar a sus amigos. Así como todos los empleados tienen la obligación ética de usar
los recursos de la compañía únicamente en beneficio de los accionistas-propietarios, del mismo modo
tienen la obligación ética de usar la información de la compañía sólo en beneficio de los accionistas-
propietarios. Por tanto, un empleado que toma información confidencial interna de la compañía y la
usa para enriquecerse en realidad está robando algo que no es suyo. Al igual que cualquier ladrón
común que viola los derechos morales de sus víctimas, el que abusa de la información privilegiada
está violando los derechos morales de todos los accionistas, sobre todo de aquellos que inocentemente
le venden en sus acciones.
Un segundo argumento de quienes consideran que el uso de información privilegiada falta a la
ética es que la ventaja de información que el empleado posee sí es injusta. Puesto que él o ella robó
la información, su ventaja es muy diferente de la ventaja de información que poseen los expertos
o analistas de la bolsa. La ventaja de información del operador privilegiado es injusta porque se
tomó injustamente de otros –los dueños de la compañia– quienes hicieron las inversiones que en
última instancia produjeron la información que él robó. La ventaja del empleado proviene en última
instancia de robar los frutos del trabajo o los recursos de otros. Esto es muy diferente de la ventaja de
información del analista que posee la información que usa porque la obtuvo por su propio trabajo o
la compró.
Un tercer argumento de quienes afirman que esta práctica falta a la ética es que no es cierto
que nadie salga perjudicado por el abuso de la información privilegiada. Estudios tanto empíricos
como teóricos han revelado que esta práctica tiene dos efectos sobre el mercado accionario que son
perjudiciales para todos los participantes en el mercado y para la sociedad en general. En primer
lugar, el abuso de información privilegiada tiende a reducir el tamaño del mercado, y esto perjudica
a todo el mundo. Todos saben que el operador privilegiado tiene una ventaja sobre los demás, así
que cuanto más sospeche la gente que se está usando información privilegiada en el mercado, más
tenderán a abandonar el mercado y más se reducirá éste. Y la reducción en el tamaño del mercado
tendrá varios efectos adversos, que incluyen (1) una baja en la liquidez de las acciones porque es
más difícil encontrar personas dispuestas a comprarlas o venderlas; (2) un aumento en la variabilidad
de los precios de las acciones porque variaciones pequeñas tendrán efectos relativamente mayores
sobre el mercado reducido; (3) una baja en la capacidad del mercado para dispersar el riesgo porque
hay menos participantes entre las cuales repartirlo; (4) una baja en la eficiencia del mercado por la
reducción en el número de compradores y vendedores, y (5) una baja en las ganancias que pueden
obtener los operadores a causa de la disminución del número de operaciones disponibles18 .
El segundo efecto del abuso de información privilegiada es que eleva los costos de comprar y
18 VeaH. Mendelson, “Random Competitive Exchange: Price Distributions and Gains from Trade”, Journal of Eco-
nomic Theory (diciembre de 1985), pp. 254-80.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 378
vender acciones en el mercado (es decir, los costos de transacción) y esto es también perjudicial. Las
acciones de la bolsa de Nueva York siempre se compran y venden a través de un intermediario lla-
mado especialista que cobra una pequeña cuota por comprar las acciones de quienes quieren vender
y por retener las acciones en favor que quienes después las quieren comprar. Sin embargo, cuando
un especialista siente que operadores privilegiados están recurriendo a él, se da cuenta de la posi-
bilidad de que las acciones que le están vendiendo, y que él tendrá que retener antes de venderlas
a otros, valgan mucho menos posteriormente (¿por qué, si no, se habrían desecho de ellas los oper-
adores privilegiados, sabiendo lo que saben?). Por tanto, a fin de cubrirse contra Posibles pérdidas
futuras, el especialista comenzará a cobrar más por sus servicios como intermediario (incrementando
el diferencial entre lo que ofrece por las acciones y el precio que pide por ellas). Cuantos más oper-
adores privilegiados haya, más deberá elevar sus cuotas el especialista, y más costoso será efectuar
intercambios de acciones. Aunque en el caso extremo los costos podrían subir tanto que el mercado
de las acciones de una compañía se derrumbara, en el caso menos extremo el aumento en los costos
simplemente haría al mercado accionario menos eficiente, en esa misma medida. En todo caso, el
abuso de la información privilegiada tiene un efecto perjudicial sobre el mercado19 .
Así pues, hay razones de peso que apoyan el punto de vista de que la compraventa de acciones
con base en información privilegiada falta a la ética porque viola los derechos de las personas, se basa
en una ventaja de información injusta, y merma la utilidad general de la sociedad. En pocas palabras,
esta práctica viola nuestras normas de derechos, justicia y utilidad. No obstante, la cuestión se sigue
debatiendo acaloradamente y todavía no se ha llegado a un consenso al respecto.
Las leyes respecto al abuso de información privilegiada, en cambio, sí están bien establecidas,
aunque su alcance exacto todavía no queda perfectamente claro. La Securities and Exchange Com-
mission ha sometido a proceso legal un gran número de casos de abuso de información privilegiada, y
las decisiones de los tribunales en estos casos han tendido a establecer que la práctica es ilegal y que
consiste en operar un valor cuando se posee información no pública que puede tener un efecto sustan-
cial sobre el precio del valor, y que se adquirió, o se sabe que fue adquirida, violando la obligación que
tenía una persona de mantener en secreto esa información20 . Como indica esta definición, no son sólo
los empleados de la compañía los que pueden ser culpables de abuso de información privilegiada, sino
cualquiera que, a sabiendas, compra o vende acciones utilizando información que sabe fue adquirida
por una persona que tenía la obligación de mantenerla en secreto. Es decir, es culpable quienquiera
que opera acciones utilizando a sabiendas información privada que fue robada y que puede afectar el
precio de esas acciones.
California Management Review, vol. 30, núm. 4 (verano de 1988), pp. 115-123.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 379
y lo justo de las condiciones en que los empleados trabajan21 . Tanto los salarios como las condiciones
de trabajo son aspectos de la compensación que los empleados reciben por sus servicios, y ambos
están relacionados con la cuestión de si el empleado convino o no en tomar el empleo libremente y
a sabiendas. Si se “forzara” a un trabajador a aceptar un empleo con un salario inadecuado o con
condiciones de trabajo insatisfactorias, el contrato laboral sería injusto.
8.3.1. Salarios
Desde el punto de vista del empleado, los salarios son el principal medio (tal vez el único) para
satisfacer sus necesidades económicas básicas y las de su familia. Desde el punto de vista del patrón,
los salarios son un costo de producción que debe mantenerse bajo para que el precio del producto no
lo deje fuera del mercado. Por tanto, todo patrón enfrenta el dilema de fijar salarios justos: ¿Cómo
puede establecerse un equilibrio justo entre los intereses de empleador, de minimizar los costos y
los intereses de los trabajadores, de ganar suficiente para que él y su familia puedan tener una vida
decente? Por desgracia, no existe una fórmula sencilla para determinar un “salario justo”. La justicia
de los salarios depende en parte de los apoyos públicos que la sociedad ofrece al trabajador (seguro
social, atención médica, compensación por desempleo, educación pública, asistencia social, etc.), de
la libertad de los mercados laborales, de la aportación del trabajador, de las necesidades del trabajador
y de la posición competitiva de la compañía.
Aunque no hay manera de determinar el salario justo con precisión matemática, al menos podemos
identificar varios factores que se deben tomar en cuenta al determinar los sueldos y salarios22 .
1. El salario vigente en la industria y el área Aunque los mercados laborales de una industria o
un área pueden estar sometidos a manipulaciones o distorsiones (por una escasez de empleos,
digamos), en general proporcionan indicadores aunque sea burdos de los salarios justos, si es
que son competitivos y si suponemos que los mercados competitivos son justos. Además, es
preciso tomar en cuenta el costo de la vida en esa área si se quiere proporcionar a los empleados
un ingreso suficiente para cubrir las necesidades de sus familias.
2. Las capacidades de la compañía En general, cuanto más altas sean las utilidades de una com-
pañía, más puede y debe pagar a sus trabajadores, y cuanto más pequeñas sean sus utilidades,
menos podrá pagar. Aprovechar mano de obra barata en mercados cautivos cuando una com-
pañía bien puede pagar salarios más altos es explotación.
3. La naturaleza del trabajo Los empleos que implican mayores riesgos para la salud, que ofrecen
menos seguridad, que requieren mayor capacitación o experiencia, que imponen cargas físicas
o emocionales más pesadas, o que requieren un gran esfuerzo deben tener niveles más altos de
compensación.
4. Leyes de salarios mínimos Los salarios mínimos requeridos por ley establecen un límite inferior
para los salarios. En casi todas las circunstancias, salarios por debajo de este nivel son injustos.
5. Relación con otros salarios Para que la estructura salarial dentro de una organización sea justa,
trabajadores que efectúen labores más o menos similares deben recibir salarios aproximada-
mente iguales.
21 El análisis que sigue sobre salarios y condiciones de trabajo usa material de Garrett, Business Ethics, pp. 53-62.
22 Vea Garrett, Business Ethics, pp. 38-40, y Barry, Moral Issues in Business, pp. 174-75.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 380
6. La equidad de las negociaciones salariales Los sueldos y salarios que son resultado de negocia-
ciones “no libres” en las que una parte usa fraude, poder, ignorancia, engaño o ira para salirse
con la suya, casi nunca son justos. Por ejemplo, cuando la gerencia de una compañía utiliza
la amenaza de mudarse a otro lugar para obligar que una comunidad que depende mucho de
esa compañía haga concesiones salariales, o cuando un sindicato “chantajea” a una compañía
en problemas amenazándola con una huelga que seguramente baila que la compañía entrara en
quiebra, los salarios resultantes tienen muy baja probabilidad de ser justos.
En 1970 el Congreso aprobó la Ley de Seguridad y Salud Ocupacional y creó la Occupational Safety
and Health Administration (OSHA) “para garantizar en la medida de lo posible que todo trabajador de
23 National Safety Council, Accident Facts, 1996.
24 Ibíd.
25 William W. Lowrance, Of Acceptable Risk (Los Altos, CA: William Kaufmann, Inc., 1976), p. 147.
26 U.S. Department of Health, Education and Welfare, “Occupational Disease . . . The Silent Enemy”, citado en Ibíd., p.
147.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 381
Weisbrod, Joel E Handler y Neil K. Komesar, eds., Public Interest Law (Berkeley: University of California Press, 1978),
pp. 285-312.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 382
se esté manipulando injustamente al trabajador para aceptar un riesgo a ciegas, a fuerza o sin una
compensación apropiada. En particular:
1. Los patrones deben ofrecer salarios que reflejen la prima por riesgo vigente en otros mercados
laborales similares pero competitivos.
2. A fin de asegurar a sus trabajadores contra peligros desconocidos, el patrón debe propor-
cionarles programas de seguro médico apropiados.
3. Los patrones deben (individualmente o junto con otras compañías) recabar información acer-
ca de los peligros para la salud que acompañan a un trabajo dado, y proporcionar toda esa
información a los trabajadores.
Trabajé durante un tiempo en la Fair Plan Insurance Company, donde cientos de mu-
jeres estaban sentadas mecanografiando y separando formatos de seguro por sextuplica-
do. Mi trabajo era en la sección de endosos: Primera, tercera y cuarta copias, engra-
par/colocar la hoja color de rosa atrás de la amarilla/Si el endoso muestra un nuevo
acreedor hipotecario/poner sello en la quinta copia “se requiere certificado . . . ” Otras
secciones, como codificación, cheques, archivado y mecanografiado de endosos, realiza-
ban partes subdivididas similares del papeleo. Las mujeres de las otras secciones ocupa-
ban escritorios de acero como el mío, cada una trabajando individualmente con una pila
de formatos o tarjetas. Cada sección tenía una supervisora que contabilizaba y revisaba
el trabajo. Ella anotaba el número de formatos que terminábamos, y el número de errores
que cometíamos, en nuestras hojas de producción individuales. Estas hojas de producción
eran la base para nuestros aumentos de sueldo periódicos por mérito. Además de contar
32 Thompson, Organizations in Action, pp. 51-82.
33 Henry Mintzberg, The Structuring of Organizations (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1979), pp. 69-72.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 383
y revisar, la supervisora también trataba de evitar que la gente charlara y comiera en sus
escritorios.34
Los efectos debilitantes que la especialización en el empleo puede tener sobre los trabajadores
fueron señalados por primera vez hace doscientos años por Adam Smith, quien escribió:
Investigaciones más recientes sobre la salud mental de quienes trabajan en líneas de ensamble tien-
den a corroborar las sospechas incipientes de Smith. En un estudio de trabajadores automovilísticos,
por ejemplo, A. W. Kornhauser descubrió que cerca del 40 % sufría algún tipo de problema de salud
mental y que sólo del 18 % se podía decir que poseía “buena salud mental”36 . Un estudio posterior
encontró que muchos trabajadores estadounidenses padecían úlceras, falta de autoestima, ansiedad
y otros desórdenes psicológicos y psicosomáticos37 . En una reseña de quince años de investigación
sobre la satisfacción en el empleo, Stanislav Kasl comprobó que, entre otros factores, una baja satis-
facción en el empleo estaba relacionada con “una falta de control sobre el trabajo; incapacidad para
usar conocimientos y habilidades; tareas repetitivas muy fragmentadas que implicaban pocas opera-
ciones diversas; ninguna participación en la toma de decisiones”, y que la precaria salud mental estaba
relacionada con factores similares38 .
No todos los trabajadores acusan los mismos efectos de la especialización en el empleo. Los tra-
bajadores mayores y quienes trabajan en grandes áreas urbanas parecen tener una mayor tolerancia
por los trabajos monótonos rutinarios, quizá porque con el paso de los años estos trabajadores van
reduciendo la escala de sus expectativas, mientras que los trabajadores urbanos rechazan la ética pu-
ritana del trabajo y prefieren no involucrarse con su trabajo39 . No obstante, sólo el 24 % de todos
los obreros escogería el mismo tipo de trabajo si pudiera volver a comenzar desde el principio, in-
dicación de que una porción sustancial de los trabajadores no encuentra su empleo intrínsecamente
satisfactorio40 .
34 Barbara Garson, All the Livelong Day: The Meaning and Demeaning of Routine Work (Garden City, NY. Doubleday
& Co., Inc., 1975) p. 157. Reproducción autorizada por Doubleday & Co.
35 Adam Smith, The Wealth of Nations (Nueva York: Modem Library, 1937), p. 734.
36 A. W. Kornhauser, Mental Health of the Industrial Worker: A Detroit Study (Huntington, NY. R. E. Krieger, 1965).
37 H. Sheppard y N. Herrick, Where Have All the Robots Gone? (Nueva York: The Free Press, 1972).
38 Stanislav Kasl, “Work and Mental Health”, en W. J. Heisler y John W. Houck, eds., A Matter of Dignity (Notre Dame,
Los daños que el trabajo altamente especializado inflige en el bienestar de los trabajadores hace
surgir un importante problema de justicia para los empleados. Las formas más estrechamente espe-
cializadas de trabajo son las que requieren menos calificaciones (ya que una de las funciones de la
especialización es hacer innecesaria la capacitación). Y, por supuesto, la mano de obra no calificada
es la que recibe los niveles más bajos de compensación. Por ello, los costos psicológicos de un traba-
jo tedioso, insensato y repetitivo suelen recaer sobre el grupo de trabajadores peor remunerados: los
obreros no calificados.
No sólo pueden ser injustos muchos de los perjuicios de la especialización: en muchos casos
también están relacionados con una falta de libertad. Los trabajadores no calificados a menudo no
tienen realmente libertad para escoger: deben aceptar un trabajo insensato y debilitante o bien no
trabajar. Así pues, la libertad que es indispensable para un contrato de trabajo justo a menudo está
ausente.
Una especialización excesiva en el empleo es indeseable por otras razones, además de que repre-
senta una carga injusta para los trabajadores; hay muchos indicios de que no contribuye a la eficiencia.
Los hallazgos de investigaciones han demostrado que existe un vínculo entre la productividad de los
trabajadores y programas que mejoran la calidad de la vida laboral de los trabajadores haciéndoles
que participen más en diversas tareas y tengan un mayor control sobre ellas41 .
¿Cómo deberían resolverse estos problemas de insatisfacción en el empleo y daño mental? Hace
unos cuantos años, Hackman, Oldham, Jansen y Purdy argumentaron que hay tres determinantes de
la satisfacción en el empleo:
Sentido percibido. El individuo debe ver su trabajo como algo que vale la pena o es importante
según algún sistema de valores que él acepte.
Responsabilidad percibida. El individuo debe creer que es personalmente responsable por el resul-
tado de su labor.
Conocimiento de resultados. El individuo debe poder determinar, con cierta regularidad, si los re-
sultados de su trabajo son o no satisfactorios42 .
Los autores afirman que si se quiere influir en estas tres determinantes, los empleos se deben expandir
en cinco dimensiones:
1. Variedad de habilidades el grado en que un empleo exige al trabajador realizar actividades que
desafían sus habilidades y conocimientos.
2. Identidad de tarea el grado en que el empleo requiere completar un trabajo entero e identifica-
ble; efectuar un trabajo de principio a fin, con un resultado visible.
“Helping Labor and Management Set Up a Quality-Of-Worklife Program”, Monthly Labor Review (marzo de 1984).
46 Si desea un contraste compacto de las conductas racional y política, vea Robert Miles, Macro Organizational Be-
havior (Santa Monica, CA: Good Year Publishing, 1980), pp. 156-61. Un tratamiento más completo y más histórico de
los enfoques “racional” y “político” hacia las organizaciones es Henry Mintzberg, Power In, and Around Organizations
(Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1983), pp. 8-21.
47 Si desea análisis más recientes de la compañía basada en el modelo “político”, vea Mintzberg, Power In and Around
Organizations; Samuel B. Bacharach y Edward J. Lawler, Power and Politics in Organizations (San Francisco: Jossey-
Bass, Inc., Publishers, 1980), James G. March, “The Business Firm as a Political Coalition”, Journal of Politics, 24
(1962): 662-68; Tom Bums, “Micropolitics: Mechanisms of Institutional Change”, Administrative Science Quarterly, VI
(1962-62): 255-81; Michael L. Tushman “A Political Approach to Organizations: A Review and Rationale”, Academy of
Management Review (abril de 1977), pp. 206-16; Jeffrey Pfieffer, “The Micropolitics of Organizations”, en Marshall W.
Meyer, et al., eds., Environments and Organizations (San Francisco: Jossey-Bass, Inc., Publishers, 1978), pp.29-50.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 386
Figura 8.2:
Más bien, el modelo político de la organización ve a ésta como un sistema de coaliciones de poder en
competencia y de líneas de influencia y comunicación formales e informales que salen radialmente de
dichas coaliciones48 . En lugar de la ordenada jerarquía del modelo racional, el modelo político postula
una red más enmarañada y compleja de relaciones de poder agrupadas y canales de comunicación que
se entrecruzan (véase la figura 8.2).
En el modelo político de la organización, se considera que los individuos se agrupan para formar
coaliciones que luego compiten entre sí por recursos, beneficios e influencia. Por tanto, las “metas”
de la organización son las establecidas por la coalición que históricamente ha sido la más poderosa
o doniinante49 . Las metas no las fija la autoridad “legítima”, sino que se negocian entre coaliciones
más o menos poderosas. Según este modelo, la realidad fundamental de la organización no es la
autoridad formal ni las relaciones contractuales, sino el poder: la capacidad del individuo (o grupo
de individuos) para modificar la conducta de otros de la forma deseada sin que la conducta propia
sea modificada de formas no deseadas50 . Un ejemplo de coalición en una organización y del poder
no formal que puede ejercer incluso sobre las autoridades formales es el siguiente relato de cómo
transcurre la vida en una dependencia del gobierno.
48 Vea R. M. Cyert y J. G. March, A Behavioral Theory of the Firm (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1963); H.
Kaufman, “Organization Theory and Political Theory”, The American Political Science Review, 58, núm. 1 (1964): 5-14.
49 Walter R. Nord, “Dreams of Humanization and the Realities of Power”, Academy of Management Review (Julio de
nizational Life”, Harvard Business Review (mayo-junio de 1970), pp.47-60. La definición de “poder” del presente texto
se deriva de Virginia E. Schein, “Individual Power and Political Behaviors in Organizations: An Inadequately Explored
Reality”, Academy of Management Review (enero de 1977), pp. 64-72. Desde luego, las definiciones de poder son motivo
de controversia.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 387
Nos pusieron este nuevo jefe que venía de Recaudación de Hacienda [para dirigir
este de departamento de OEO]. Él quería ser muy, pero muy estricto. Solía convocar a
reuniones todos los viernes: acerca de la gente que llegaba tarde, de la gente que salía
temprano, de la que se excedía en el tiempo permitido para el almuerzo. . . Cada viernes,
todos nos sentábamos ahí a escuchar a este hombre. Y luego nos íbamos y seguíamos
haciendo lo mismo. El siguiente viernes había otra reunión y él nos volvía a decir las
mismas cosas, (Se fíe.) Y todos nos íbamos y volvíamos a hacer lo mismo. (Se ríe.) Él
trataba de hablar con alguien para ver si averiguaba algo acerca de otro, pero nosotros
habíamos estado trabajando juntos mucho tiempo. Ya sabe cómo es el juego. El día de
mañana uno podría necesitar un favor. Así que nadie decía nada. Si él quería averiguar a
qué hora llegaba alguien, ¿quién se lo iba a decir? Cuando quería averiguar dónde estaba
alguien, siempre decíamos: “Fue a sacar unas copias”. O a cualquier lado. Él no lograba
atravesar la coraza51 .
Como muestra el ejemplo, la conducta dentro de una organización podría no estar orientada hacia
las metas racionales de una organización como eficiencia y productividad, y tanto el poder como la
información podrían viajar totalmente por fuera (o incluso en contra) de las líneas formales de autori-
dad y comunicación. No obstante, las redes formales de autoridad y comunicación gerencial son ricas
fuentes de poder. El soldador de punto cuyas palabras citamos antes se estaba refiriendo al poder de
la autoridad formal cuando dijo “No me gusta la presión. . . Si uno no le agrada al capataz, le obligará
a que se aguante. . . Sí, claro, hay alguien que está siempre encima del capataz, presionándolo”. Y el
ex presidente del conglomerado, cuyas palabras también citamos antes, se estaba refiriendo en parte
al poder de la autoridad formal cuando dijo: “Se tiene gente trabajando para uno y también un jefe
arriba: hay presión por ambos lados. Esa presión aumenta con cada puesto que uno avanza”. As pues,
la autoridad formal y las sanciones que se ponen en las manos de los superiores son una fuente básica
del poder que tienen sobre sus subordinados.
Si nos concentramos en el poder como realidad básica de la organización, entonces los principales
problemas éticos que veremos al examinar una organización serán los relacionados con la adquisición
y el ejercicio del poder. Las cuestiones éticas fundamentales se centrarán no en las obligaciones
contractuales de los patrones y los empleados (como haría el modelo racional) sino en las restricciones
morales a las que debe sujetarse el uso del poder dentro de las organizaciones. La ética de la conducta
dentro de las organizaciones vista desde la perspectiva del modelo político, entonces, se concentrará
en esta pregunta: ¿Cuáles son los límites morales, si existen, del ejercicio del poder dentro de las
organizaciones? En las secciones que siguen trataremos dos aspectos de esta pregunta: (1) ¿Cuáles,
si es que existen, son los límites morales del poder que los gerentes adquieren y ejercen sobre sus
subordinados? (2) ¿Cuáles, si es que existen, son los límites morales del poder que los empleados
adquieren y ejercen unos sobre otros?
Arthur Selwyn Miller, The Modern Corporate State (Westport, CT: Greenwood. Press, 1976).
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 388
características: (1) un cuerpo de funcionarios centralizado que toman decisiones y que (2) cuentan
con el poder y la autoridad reconocidos para hacer que sus subordinados (“ciudadanos”) respeten sus
decisiones; estos funcionarios (3) toman decisiones que determinan la distribución pública de los re-
cursos, beneficios y cargas sociales entre sus subordinados y (4) monopolizan el poder al que están
sujetos sus subordinados. Algunos observadores han afirmado que estas mismas cuatro característi-
cas describen las jerarquías gerenciales que dirigen las grandes corporaciones: (1) Al igual que un
gobierno municipal, estatal o federal, los altos gerentes de una corporación constituyen un cuerpo
centralizado que toma decisiones; (2) estos gerentes esgrimen un poder y una autoridad legalmente
reconocidos sobre sus empleados, poder que se basa en su capacidad para despedir, bajar de categoría
o promover a empleados, y autoridad que se basa en la ley de agencia que está pronta para reconocer
y hacer cumplir las decisiones gerenciales; (3) las decisiones de los gerentes determinan la distribu-
ción del ingreso, el estatus y la libertad entre los integrantes de la corporación; y (4) a través de la
ley de agencia y contrato, a través de su acceso a dependencias del gobierno y a través de la palanca
económica que poseen, los gerentes de corporaciones grandes en efecto comparten el monopolio del
poder que tienen los gobiernos políticos53 .
Varios observadores han sostenido que estas analogías entre los gobiernos y las gerencias demues-
tran que el poder que los gerentes tienen sobre sus empleados es cabalmente comparable al que los
funcionarios de un gobierno tienen sobre sus ciudadanos. Por tanto, si existen límites morales para
el poder que los funcionarios de un gobierno pueden ejercer legítimamente sobre sus ciudadanos,
existirán límites sinifiares que limiten el poder de los gerentes54 . En particular, dicen estos autores,
así como el poder del jobierno debe respetar los derechos civiles de los ciudadanos, el poder de los
gerentes debe respetar los derechos morales de los empleados. ¿En qué consisten esos derechos de los
empleados? Los derechos morales de los empleados serían similares a los derechos civiles de los ciu-
dadanos: el derecho a la intimidad, el derecho de consentimiento, el derecho a expresarse libremente,
etcétera55 .
La principal objeción a esta perspectiva de los derechos de los empleados es que hay varias difer-
encias importantes entre el poder de los gerentes corporativos y el poder de los funcionarios guber-
namentales, y que dichas diferencias socavan el argumento de que el poder de los gerentes debe estar
limitado por derechos de empleados comparables a los derechos civiles que limitan el poder del go-
bierno. En primer lugar, el poder de los funcionarios del gobierno (al menos en teoría) se basa en el
consentimiento, mientras que el poder de los gerentes corporativos (también en teoría) se basa en la
propiedad: los funcionarios gubernamentales gobiernan porque fueron electos o porque los nombró
alguien que fue electo; los gerentes corporativos “gobiernan” (por decirlo de este modo) porque son
dueños de la compañía para la cual los trabajadores decidieron libremente trabajar, o porque fueron
nombrados por los dueños de la compañía. Por tanto, dado que el poder del gobierno descansa en el
consentimiento de los gobernados, ese poder se puede limitar legítimamente, si los gobernados deci-
den limitarlo. En cambio, dado que el poder de los gerentes descansa en la propiedad de la compañía,
ellos mismos tienen el derecho de imponer las condiciones que decidan imponer a los empleados que
libremente y a sabiendas celebraron un contrato para trabajar en las instalaciones de su compañía56 .
53 Vea Earl Latham, “The Body Politic of the Corporation”, en Edward S. Mason, ed., The Corporation in Modern
Society (Cambridge: Harvard University Press, 1960).
54 Vea, por ejemplo, David W. Ewing, Freedom Inside the Organization (Nueva York: McGraw-Hill Book Company,
empleado tiene de obedecer y ser leal hacia su patrón. Vea Blumberg, “Corporate Responsibility”, pp. 82-113.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 389
En segundo lugar, el poder de los gerentes corporativos, a diferencia del de la mayoría de los fun-
cionarios gubernamentales, está limitado de forma eficaz por los sindicatos: la mayoría de los obreros
y algunos empleados de oficina (“de cuello blanco”) pertenecen a un sindicato que les proporciona
cierto grado de poder compensador que limita el poder de la gerencia. Por ello, no es necesario invo-
car derechos morales para proteger los intereses de los empleados57 . En tercer lugar, mientras que un
ciudadano sólo puede escapar del poder de un gobierno dado pagando un costo muy alto (cambiando
de ciudadanía), un empleado puede escapar del poder de una gerencia dada con gran facilidad (cam-
biando de empleo). Debido a los costos relativamente altos de cambiar de ciudadanía, los ciudadanos
necesitan derechos civiles que puedan aislarlos del ineludible poder del gobierno. Los empleados no
necesitan derechos similares que les protejan del poder de una corporación de cuya influencia es fácil
escapar58 .
Quienes abogan por los derechos de los empleados han respondido a estas tres objeciones de varias
maneras. En primer lugar, dicen ellos, los activos corporativos ya no están bajo el control de dueños
privados; ahora están en las manos de un grupo disperso de accionistas que casi no tiene poder. Este
tipo de propiedad dispersa implica que los gerentes ya no funcionan como agentes de los dueños de
la compañía y que, por tanto, su poder ya no descansa sobre derechos de propiedad59 . En segundo
lugar, aunque algunos trabajadores están sindicalizados, muchos no lo están, y estos trabajadores
no sindicalizados tienen derechos morales que los gerentes no siempre respetan60 . En tercer lugar,
cambiar de empleo a veces es tan difícil y traumático como cambiar de ciudadanía, sobre todo en el
caso de un empleado que ha adquirido habilidades especializadas que sólo pueden usarse dentro de
una organización específica61 .
Así pues, persiste una controversia acerca de la validez del argumento general de que, puesto que
las gerencias son una especie de gobierno, los mismos derechos civiles que protegen a los ciudadanos
deben proteger también a los empleados. Sin embargo, sea que se acepte o no este argumento gen-
eral, se han presentado varios argumentos independientes para demostrar que los empleados tienen
ciertos derechos particulares que los gerentes deben respetar. A continuación exanúnaremos estos
argumentos62 .
ty, 1932; una exposición más reciente de temas similares es Adolf Berle, Power without Property (Nueva York: Harcourt
Brace Jovanovich, Inc., 1959); vea también John Kenneth Galbraith, “On the Economic Image of Corporate Enterprise”,
en Ralph Nader y Mark J. Green, eds., Corporate Power in America (Middlesex, England: Penguin Books, 1977); y John
J. Flynn, “Corporate Democracy: Nice Work if You, Can Get It”, en Ibíd.
60 Jack Stierber, “Protection Against Unfair Dismissal”, en Alan F. Westin y Stephen Salisbury, eds., Individual Rights
como el derecho que tienen las personas a determinar el tipo y el alcance de la información que
revelan acerca de sí mismas63 .
El derecho del empleado a la intimidad se ha vuelto especialmente vulnerable con el desarrollo de
varias tecnologías recientes64 . Los empleados que usan teléfonos y computadoras pueden ser vigila-
dos legalmente por su patrón, quien podría querer verificar con qué rapidez están trabajando, si están
realizando actividades personales o relacionadas con el negocio, o simplemente qué están haciendo.
Los detectores de mentiras, aunque en general están prohibidos por ley federal en la mayor parte de las
industrias, se permiten durante investigaciones internas cuando hay sospechas de robo por empleados
o pérdidas económicas, y también en varias industrias “exentas”. Los métodos computarizados para
obtener, almacenar, recuperar, compaginar y comunicar información han permitido a los patrones re-
copilar y conservar información personal acerca de sus empleados, como los expedientes médicos de
la compañía, historial crediticio, antecedentes delictivos y penales, información del FBI e historial
de empleo. Las pruebas genéticas, aunque todavía no son de uso generalizado entre las compañías,
ya permiten a los patrones detectar en un empleado cerca de cincuenta rasgos genéticos que indican
que el empleado tiene una probabilidad mayor que la normal de padecer ciertas enfermedades (como
fibrosis quística o anemia de células falciformes) o de ser afectado por ciertas toxinas del lugar de
trabajo o peligros ocupacionales. Se espera que en el futuro las pruebas genéticas en los trabajadores
y candidatos a trabajadores permitirán a los patrones excluir a una amplia gama de trabajadores cuyos
genes indican una alta probabilidad de que hagan crecer sus costos por seguro médico o por insta-
lación de protecciones en el lugar de trabajo. Las pruebas de orina permiten a las compañías detectar
empleados que usan drogas, beben alcohol o fuman tabaco en su hogar. Las pruebas psicológicas por
escrito, pruebas de inventario de personalidad y pruebas de “honestidad” permiten al patrón descubrir
una amplia gama de características y tendencias personales que la mayoría de la gente preferiría que
no se supieran, corno su nivel de honradez y su orientación sexual.
Estas innovaciones no sólo han hecho más vulnerable la intimidad de las personas, sino que han
aparecido en un momento en que los gerentes tienen un interés especial en saber más acerca de sus
empleados. Los adelantos en psicología industrial han demostrado la existencia de vínculos entre la
vida privada o los rasgos de personalidad de un empleado y el desempeño y la productividad en el
empleo.
Hay dos tipos básicos de intimidad: intimidad psicológica e intimidad física65 . La intimidad psi-
cológica es la intimidad respecto a la vida interior de una persona. Esto incluye los pensamientos y
los planes de la persona, sus creencias y valores personales, sus sentimientos y sus deseos. Estos as-
pectos interiores de una persona están unidos tan estrechamente a la persona que invadirlos equivale
casi a una invasión de la persona misma. La intimidad física es la intimidad respecto a las activi-
dades físicas de una persona. Puesto que la vida interior de una persona se revela en sus actividades
y expresiones físicas, la intimidad física es importante, en parte porque es una forma de proteger la
intimidad psicológica. Sin embargo, muchas de nuestras actividades físicas se consideran “privadas”
63 Vea Charles Fried, An Anatomy of Values: Problems of Personal and Social Choice (Cambridge: Harvard University
Press, 1970), p. 141.
64 Vea John Hoerr, “Privacy in the Workplace”, Business Week, 28 de marzo de 1988, pp. 61-65, 68; Susan Dentzer, “Can
You Pass Thr Job Test?” Newsweek, 5 de mayo de 1986; Sandra N. Hurd, “Genetic Testing: Your Genes and Your Job”,
Employee Responsibilities and Rights Journal, vol. 3, núm. 4 (1990), pp. 239-52; U.S. Congress, Office of Technology
Assessment, Genetic Monitoring and Screening in the Workplace, OTA-BA-455 (Washington, DC: U.S. Government
Printing Office, octubre de 1990); Arthur R. Miller, The Assault on Privacy: Computers, Data Banks and Dossiers (Ann
Arbor: University of Michigan Press, 1971.
65 Vea Garrett, Business Ethics, pp. 47-49, quien distingue entre estos dos tipos de intimidad (así como un tercer tipo,
intimidad “social”).
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 391
independientemente de su conexión con nuestra vida interior. Por ejemplo, una persona normalmente
se sentiría degradada si se le obliga a desnudarse públicamente o a realizar funciones biológicas o
sexuales en público. La intimidad física, entonces, también es valorada por sí misma.
El propósito de los derechos, según el análisis del capítulo 2, es permitir al individuo dedicarse a
sus intereses importantes y proteger dichos intereses contra la intromisión de otros individuos. Decir
que las personas tienen derecho moral a algo equivale por lo menos a decir que tienen un interés vital
en ese “algo”. ¿Por qué se considera la intimidad lo bastante importante como para rodearla de la
protección que confiere un derecho?66 Por principio de cuentas, la intimidad tiene varias funciones
protectoras. Primera, la intimidad asegura que los demás no obtendrán información acerca de nosotros
que, si se revelara, nos expondría a vergüenza, ridículo, embarazo, chantaje u otro perjuicio. Segunda,
la intimidad también evita que otros interfieran en nuestros planes, simplemente porque no tienen los
mismos valores que nosotros. Nuestros planes privados podrían implicar actividades que, aunque no
dañan a nadie, podrían ser vistas con rechazo por otras personas. La intimidad nos protege contra sus
intromisiones y así nos confiere la libertad de comportamos de formas no convencionales. Tercera,
la intimidad protege a nuestros seres queridos que podrían sentirse lastimados si alguien les obliga a
vernos de otra manera. Es concebible que haya cosas relacionadas con nosotros que, si se revelaran,
podrían lastimar a quienes amamos. La intimidad asegura que tales cuestiones no se harán públicas.
Cuarta, la intimidad también protege a los individuos cuando alguien trata de que se incriminen a
sí mismos. Al proteger su intimidad, la gente puede evitar perjudicar involuntariamente a su propia
reputación.
La protección de la vida privada también es importante porque tiene varias funciones facilitado-
ras o que tienen la cualidad de facultar. Primera, la intimidad permite a una persona crear lazos de
amistad, amor y confianza. Sin un contacto íntimo tales relaciones no podrían florecer. Sin embargo,
tal contacto íntimo requiere compartir información acerca de uno mismo que no se comparte con todo
el mundo, y también realizar actividades especiales con otros que no se efectúan en público. Así pues,
si no se protege la vida privada el contacto íntimo sería imposible y las relaciones de amistad, amor
y confianza no podrían existir. Segunda, la protección de la intimidad hace posible la existencia de
ciertas relaciones profesionales. En la medida en que las relaciones entre médico y paciente, abogado
y cliente, psiquiatra y paciente, requieren confianza y confidencialidad, no podrían existir si no se
pudieran desarrollar en privado. Tercera, la vida privada también permite a una persona desempeñar
papeles sociales distintos. Por ejemplo, una ejecutiva de una corporación podría querer, como ciu-
dadana privada, apoyar una causa que no goza de popularidad en su compañía. La protección de la
intimidad permite a la ejecutiva hacerlo sin temor a represalias. Cuarta, la intimidad permite a las per-
sonas determinar su identidad confiriéndoles el control de la forma en que se presentan a sí mismas
ante la sociedad en general y de la forma en que la sociedad en general las ve. Al mismo tiempo, la
intimidad permite a las personas presentarse de forma especial ante aquellos a quienes ellas seleccio-
nan. En ambos casos, esta autodeterminación se garantiza por el derecho del individuo a determinar
la naturaleza y el alcance de la información que puede revelarse acerca de uno mismo.
Es, pues, evidente que nuestro interés en la intimidad es lo bastante importante como para que
se le reconozca como un derecho. Sin embargo, este derecho se debe equilibrar frente a los derechos
y necesidades de otros individuos. En particular, los patrones a veces tienen un derecho legítimo de
indagar sobre las actividades de sus empleados o prospectos de empleados. Por ejemplo, se justifica
66 Los análisis de este párrafo y el siguiente se tomaron de Fried, Anatomy of Values, pp. 13752; Richard A. Wasserstrom,
“Privacy” en Richard A. Wasserstrom, ed., Today’s Moral Problems, 2a. ed., (Nueva York: Macmillan, Inc., 1979); Jeffrey
H. Reiman, “Privacy, Intimacy and Personhood”, Philosophy and Public Affairs, 6, núm. 1 (1976): 26-44; y James Rachels,
“Why Privacy Is Important”, Philosophy and Public Affairs, 4, núm. 4 (1975): 295-333.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 392
que un patrón quiera saber qué experiencia laboral anterior ha tenido un candidato y si se desempeñó
satisfactoriamente o no en sus empleos anteriores. También podría justificarse que un patrón quiera
identificar a los culpables cuando la compañía es víctima de hurtos por parte de empleados, y someter
a los empleados a vigilancia en el empleo, a fin de descubrir el origen de los robos. ¿Cómo deben
equilibrarse estos derechos, frente al derecho a la intimidad? Debemos considerar tres elementos al
recabar información que podría amenazar el derecho de un empleado a su intimidad: pertinencia,
consentimiento y método67 .
Pertinencia El patrón debe limitar su indagación de los asuntos del empleado a las áreas que
tienen que ver directamente con el asunto de que se trata. Aunque los patrones tienen el derecho
de conocer a la persona que están empleando y a saber cómo se está desempeñando el empleado,
no se justifica que investiguen áreas de la vida del empleado que no afecten directa y gravemente el
desempeño del trabajador en su empleo. Por ejemplo, investigar las creencias políticas o la vida social
de un empleado es una invasión de la intimidad. Es más, si la compañía adquiere información acerca
de la vida personal de un empleado en el curso de una indagación legítima, tiene la obligación de
destruir esa información, sobre todo si tales datos avergonzarían. O lastimarían de alguna otra manera
al empleado si se filtraran. Las líneas divisorias entre una investigación justificada y una injustificada
son relativamente claras en lo que respecta a los empleados de nivel bajo: es obvio que no se justifica
investigar los problemas matrimoniales, las actividades políticas o las características emocionales de
los oficinistas, vendedores u obreros. Sin embargo, la línea divisoria entre lo que es y no es pertinente
se vuelve menos nítida a medida que uno asciende por la jerarquía gerencial de la empresa. Los
gerentes deben representar a su compañía ante otros, y la reputación de la empresa podría sufrir
daños importantes a causa de las actividades privadas o la inestabilidad emocional de un gerente. Por
ejemplo, el problema de alcoholismo de un vicepresidente o su pertenencia a una asociación de dudosa
reputación afectarán la capacidad de vicepresidente para representar debidamente a la compañía. En
tales casos podría justificarse que la empresa indague acerca de la vida privada o las características
psicológicas de un funcionario.
Consentimiento Se debe dar a los empleados la oportunidad de que otorguen o nieguen su con-
sentimiento antes de que se investiguen los aspectos privados de su vida. Sólo se justifica que la
compañía indague sobre la vida privada del empleado si éste tiene bien claro que se está efectuando la
indagación y consiente explícitamente en ello como parte del empleo, o está en libertad de rechazar el
empleo. El mismo principio es válido cuando un patrón realiza algún tipo de vigilancia de empleados
con el propósito, digamos, de descubrir o impedir hurtos. Se debe informar a los empleados de tal
vigilancia para que puedan cuidarse de revelar inadvertidamente detalles de su vida personal bajo tal
vigilancia.
Métodos El patrón debe distinguir entre los métodos de investigación que son ordinarios y razon-
ables y los que no son ni ordinarios ni razonables. Los métodos ordinarios incluyen las actividades
supervisoras que normalmente sirven para controlar el trabajo de los empleados. Los métodos ex-
traordinarios incluyen dispositivos como micrófonos o cámaras ocultos, intervenciones telefónicas,
pruebas con detector de mentiras, pruebas de inventario de personalidad, y espías. Los métodos ex-
traordinarios no son razonables ni justificados si las circunstancias no son en sí extraordinarias. Po-
drían justificarse métodos extraordinarios de investigación si una compañía está sufriendo pérdidas
graves por robos cometidos por empleados que no se han podido frustrar mediante la supervisión
67 Los comentarios que siguen se basan en parte en Garrett, Business Ethics, pp. 49-53; si desea conocer una perspectiva
más estricta que llega a la conclusión de que los patrones jamás deben usar detectores de mentiras, por ejemplo, vea
George G. Brenkert, “Privacy, Polygraphs, and Work”, Business and Professional Ethics Journal, 1, núm. 1 (otoño de
1981): 19-35.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 393
ordinaria. Sin embargo, los dispositivos extraordinarios no se justifican por el mero hecho de que
el patrón tiene la esperanza de enterarse de algunos detalles interesantes acerca de la lealtad de los
empleados. En general, el uso de dispositivos extraordinarios sólo se justifica cuando se cumplen las
condiciones siguientes: (1) La compañía tiene un problema que no se puede resolver como no sea uti-
lizando medios extraordinarios; (2) el problema es grave y la compañía tiene bases firmes para creer
que el uso de medios extraordinarios identificará a los culpables o acabará con el problema; (3) el uso
de los dispositivos extraordinarios no se prolonga más allá del tiempo necesario para identificar a los
malhechores o después de que se hace evidente que los dispositivos no van a funcionar; (4) se hace
caso omiso de toda la información que se descubre pero que no tiene que ver directamente con’los
propósitos de la investigación, y se destruye; (5) se toma en cuenta la tasa de desaciertos de cualquier
dispositivo extraordinario que se emplee (como detectores de mentiras, ensayos para detectar drogas
o pruebas psicológicas) y toda la información derivada de dispositivos que tienen una tasa conocida
de desaciertos se verifica con métodos independientes que no estén sujetos a las mismas tasas de
desaciertos.
general todavía refuerza la obligación del empleado de mantener su lealtad hacia el negocio de su
patrón y la confidencialidad de dicho negocio71 . Al no haber protecciones legales del derecho a la
libertad de conciencia del empleado, algunos autores han apoyado la práctica de hacer una denuncia
o “hacer sonar la alarma”72 .
e, 1988.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 395
2. se ha intentado hasta donde es razonable prevenir el daño mediante una denuncia interna, pero
se ha fracasado en el intento;
4. la falta es lo bastante grave como para justificar los daños que la denuncia externa probable-
mente infligirá en uno mismo, su familia y otras partes.
Sin embargo, decir que una denuncia externa se justifica no equivale a decir que es obligatoria.
Aunque podría ser moralmente permisible para una persona denunciar a una compañía, esto no impli-
ca que la persona tenga la obligación moral de hacerlo75 . ¿En qué condiciones no es sólo permisible
sino también obligatorio efectuar una denuncia externa? La denuncia es simplemente un medio para
lograr un fin: el fin de corregir o prevenir una falta; por tanto, una persona tiene la obligación de
utilizar ese medio sólo en la medida en que tiene la obligación de lograr el fin. Es obvio, entonces,
que una persona tiene la obligación moral de hacer sonar la alarma sólo cuando tiene la obligación
moral de prevenir la falta que se evitará si se hace sonar la alarma. ¿Cuándo, entonces, tiene una
persona la obligación de prevenir una falta? Suponiendo que se cumplen las condiciones 1 a 4, de
modo que la denuncia al menos es permisible, una persona también tiene la obligación de hacer sonar
la alarma cuando (1) esa persona específica tiene la obligación moral de prevenir la falta, sea porque
forma parte de las responsabilidades profesionales específicas de la persona (p. ej., como contador,
funcionario ecológico, ingeniero, abogado, etc.) o porque nadie puede o quiere prevenir la falta en que
está implicada la compañía y (2) la falta implica una lesión grave al bienestar general de la sociedad,
o una injusticia grave en contra ’ de una persona o grupo, o una violación grave de los derechos
morales básicos de una o más personas. Por ejemplo, cuando una compañía está envuelta en activi-
dades que pueden causar perjuicios importantes a la salud de muchas personas que tienen derecho a
que se les proteja contra tales lesiones, y nadie más en la compañía está dispuesto a poner un alto
a tales actividades, entonces tengo la obligación de prevenir la falta, aunque esto requiera hacer una
denuncia.
No obstante, debe reconocerse que la ocurrencia de una denuncia externa justificada generalmente
indica una deficiencia en el sistema de comunicación interno de una organización. Una denuncia ex-
terna es síntoma de un problema estructural: la ausencia de mecanismos en la compañía que permitan
a los empleados preocupados expresar eficazmente sus preocupaciones a través de una denuncia in-
terna. Casi ninguna compañía tiene políticas o procedimientos claros que permitan a los empleados
expresar sus preocupaciones morales fuera de la cadena de mando estándar. Cuando los empleados
descubren despilfarros, fraudes, abusos o ineptitud gerencial, no tienen forma de presentar sus pre-
ocupaciones ante miembros de la organización que puedan hacer algo al respecto. Incluso cuando
las compañías tienen políticas de “puertas abiertas” y supuestamente pueden presentar sus preocu-
paciones a personas en niveles más altos de la organización, el temor a las represalias a menudo les
impide saltarse a su supervisor inmediato. El resultado es que los empleados frustrados o con fuertes
principios morales se salen de la organización o bien hacen una denuncia externa76 .
A fin de superar estos problemas, muchas compañías han implementado programas que establecen
canales y procedimientos para facilitar las denuncias internas. La Ford Motor Company, por ejemplo,
tiene una “línea ética directa” –un número telefónico sin cargo por larga distancia– a la que cualquier
75 Richard T. DeGeorge, Business Ethics 3a. ed. (Nueva York: Macmillan Publishing Company, 1990) p. 211; vea tam-
bién Richard DeGeorge, “Whistleblowing: Permitted, Prohibited, Required”, en E A. Elliston, ed., Conflicting Loyalties
in the Workplace (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 1985). Mi tratamiento se apoya mucho en DeGeorge.
76 Vea Rowe y Baker, “Are You Hearing Enough Employee Concerns?” Harvard Business Review, mayo-junio de 1984.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 397
empleado puede llamar para informar sospechas de violaciones legales o éticas a un “Funcionario de
ética” cuya responsabilidad de tiempo completo es responder a todas las llamadas que lleguen77 . Si
el empleado desea permanecer en el anonimato, se le asigna un número que permite identificarlo en
comunicaciones subsecuentes. El funcionario de ética está facultado para realizar una investigación
plena de las acusaciones y para presentar los resultados de la investigación a la alta gerencia, incluido,
si es necesario, el comité de auditoría del consejo de directores. Para garantizar que no se castigará
a los empleados por usar la línea directa, es política de la compañía que cualquier supervisor que
toma represalias contra un empleado que informa de una violación puede ser castigado. A fin de
asegurarse de que los empleados tengan conocimiento de la línea directa y no duden en usarla, FMC
recuerda a los empleados con frecuencia la existencia de la línea en el periódico de la compañía y
en otros documentos, y lo hace saber a todos los empleados nuevos en sus sesiones de orientación y
capacitación iniciales.
porate Ethics: Losing It, Having It, Getting It”, pp. 228-44 en Peter Madsen y Jay M. Shafritz, eds., Essentials of Business
Ethics (Nueva York: Meridian Books, 1990).
78 Robert G. Olson, Ethics (Nueva York: Random House, Inc., 1978), pp. 83-84.
79 Martin Carnoy y Derek Shearer, Economic Democracy, the Challenge of the 1980s (White Plains, NY. M. E. Sharpe,
Inc., 1980); Warren G. Bennis y Philip E. Stater, The Temporary Society (Nueva York: Harper & Row, Publishers, Inc.,
1968); Vincent P Mainelli, “Democrary in the Workplace”, America (15 de enero de 1977), pp. 28-30; vea también los
ensayos recopilados en Ichak Adizes y Elizabeth Mann Borgese, eds., Self-Management: New Dimensions to Democracy
(Santa Barbara, CA: Clio Books, 1975).
80 Marshall Sashkin, “Participative Management Is an Ethical Imperative”, Organizational Dynamics, 12, núm. 4
Un tercer paso hacia la extensión de los ideales de la democracia en el lugar de trabajo permitiría
a los trabajadores participar en las decisiones de política importantes que afectan a las operaciones
generales de la compañía. Por ejemplo, algunas empresas europeas, sobre todo en Alemania Occi-
dental, han adoptado el concepto de “codeterminación”81 . Desde 1951, la ley en Alemania ha exigido
a toda empresa dentro de las industrias básicas (hulla, hierro y acero) ser administrada por una mesa
directiva de once miembros formada por cinco directores elegidos por los accionistas, cinco direc-
tores elegidos por los empleados, y un director elegido por los otros diez. Una extensión adicional
de la ley a compañías con más de veinte trabajadores obligó a tales empresas a tener mesas directi-
vas de doce miembros compuestas por ocho directores elegidos por los accionistas y cuatro elegidos
por los empleados. Estos “Consejos de Trabajo” deciden cuestiones como el cierre o reubicación de
plantas, fusiones con otras compañías, diversificación sustancial de los productos o la introducción de
métodos de trabajo fundamentalmente nuevos.
La plena democracia en las organizaciones no ha sido muy popular en Estados Unidos. Una parte
de la razón, quizá, es que los empleados no han mostrado gran interés en participar en las decisiones
de política más amplias de la compañía. Sin embargo, una razón más importante es que la ideología
estadounidense distingue claramente entre el poder que se ejerce en las organizaciones políticas y el
que se ejerce dentro de las organizaciones económicas: mientras que el poder en las organizaciones
políticas debe ser democrático, el poder en las organizaciones económicas debe quedar en las manos
de los gerentes y propietarios82 . El lector debe decidir por su cuenta si esta distinción ideológica es
válida o no. Muchos autores siguen sosteniendo que, en vista del papel amplio y dominante que las
organizaciones de negocios desempeñan ahora en nuestra vida diaria, pronto la democracia sólo tocará
las áreas periféricas de nuestra vida si sigue estando restringida a las organizaciones políticas83 .
Además, algunas teorías gerenciales han recomendado a los gerentes adoptar un estilo de liderazgo
que se describe como “liderazgo participativo”, por las razones utilitaristas de que tal estilo de lider-
azgo incrementará la satisfacción de los trabajadores y afectará de manera favorable el desempeño y
la productividad de la organización. Tales teorías dependen en buena parte de ciertos supuestos acerca
de la naturaleza humana y la motivación humana. Por ejemplo, una de las primeras de esas teorías,
la de Douglas McGregor, describió dos “teorías” o conjuntos de supuestos que los gerentes pueden
hacer acerca de los empleados84 . En una teoría, la Teoría X, los gerentes suponen que los empleados
son por naturaleza indolentes y egoístas, prefieren que se les guíe, se resisten al cambio, y necesi-
tan que se les recompense, castigue y controle para que logren los objetivos de la organización. Los
gerentes que creen en la Teoría X tienden a ser más autoritarios, directivos, controladores y menos
consultivos. En la otra teoría, la Teoría Y, los gerentes suponen que los empleados quieren y pueden
desarrollar la capacidad para aceptar responsabilidad, están inherentemente dispuestos a apoyar las
metas de la organización, pueden determinar por sí mismos la mejor forma de alcanzar esas metas, y
encaminan de buena gana sus esfuerzos hacia esa forma de lograr las metas. McGregor sostuvo que
la Teoría Y es una descripción más exacta de la fuerza de trabajo moderna, y dirigir según la Teoría
Y implica que el gerente delegará decisiones, ampliará las responsabilidades del empleo, utilizará un
estilo gerencial participativo y consultivo, y permitirá a los empleados evaluarse a sí mismos con base
en el logro de los objetivos que se habían fijado como medios para alcanzar los objetivos más amplios
81 FrederickD. Sturdivant, Business and Society, 3a. ed. (Homewood, IL: Richard D. Irwin, Inc., 1985), pp. 326-27.
82 Vea Robert A. Dahl, After the Revolution? Authority in a Good Society (New Haven: Yale University Press, 1970),
pp. 117-18.
83 C. Pateman, “A Contribution to the Political Theory of Organizational Democracy”, Administration and Society, 7
(1975): 5-26.
84 Douglas McGregor, The Human Side of Enterprise (Nueva York: McGraw-Hill, 1960).
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 399
de la compañía. El liderazgo según la Teoría Y, afirmó McGregor, crea una organización más eficaz y
en última instancia más productiva.
Una teoría posterior, la de Raymond Miles, coincide a grandes rasgos con la de McGregor pero va
un paso más allá al distinguir no dos, sino tres “modelos” o conjuntos de supuestos que los gerentes
pueden hacer acerca de los empleados85 . El modelo “tradicional” supone que a la mayoría de los
empleados les desagrada trabajar, que la mayoría ni quiere ni puede ser creativa o dirigirse a sí misma,
y que a la mayoría le importa más cuánto gana que lo que hace. Bajo estos supuestos, el gerente debe
proporcionar toda la dirección, debe supervisar y controlar de cerca a los empleados, y debe establecer
todas las rutinas y procedimientos del trabajo. El segundo y más ilustrado modelo de “relaciones
humanas” supone que la mayoría de los empleados quiere sentir que es parte de una comunidad y se le
reconoce que quiere sentirse útil e importante, y que satisfacer esas necesidades es más importante que
cuánto dinero gana. El gerente de relaciones humanas trata de mantener a los empleados informados,
los escucha, les concede cierto grado de autodirección y autocontrol, y trata de hacer que todos se
sientan útiles e importantes. El tercer modelo y el más ilustrado es el de “recursos humanos”, que
supone que la mayoría de los empleados no siente que el trabajo sea inherentemente desagradable,
que la gente quiere contribuir a metas lógicas que ayudaron a establecer, y que la mayoría de los
empleados puede ser creativa y responsable y puede ejercer más autodirección y autocontrol que en la
actualidad. El gerente de recursos humanos trata de crear un entorno en el que todo el mundo puede
contribuir hasta los límites de su capacidad, fomenta la plena participación de los empleados en los
asuntos importantes, expande continuamente la autodirección y el autocontrol de los empleados, y
trata de aprovechar los recursos humanos “no utilizados”. Miles sostuvo que la satisfacción de los
trabajos y la eficacia y productividad de la organización aumentarían con el uso de la gestión de
recursos humanos.
Una teoría más, desarrollada por Rensis Likert, fue un paso más allá de la teoría de Miles para
postular no tres, sino cuatro “sistemas de organización”: el sistema 1, el “explotador-autoritario”; el
sistema 2, el “benévolo-autoritario”; el sistema 3, el “consultivo”; y el sistema 4, el “participativo”86 .
Como sugieren sus títulos, estos sistemas de liderazgo van desde la ausencia de confianza en el sistema
1, hasta la confianza mutua total entre el gerente y el empleado en el sistema 4; desde la falta de
libertad de los empleados para tratar los problemas, hasta la libertad total; desde ningún uso de las
ideas de los empleados, hasta un uso constante; desde ninguna intervención de los empleados en
las decisiones, hasta la plena participación; desde el control gerencial absoluto del trabajo hasta el
autocontrol de los empleados; desde ningún trabajo en equipo, hasta una cantidad sustancial de trabajo
en equipo cooperativo; desde una influencia y decisiones provenientes exclusivamente de la cúspide,
hasta influencia y decisiones que fluyen hacia arriba, hacia abajo y lateralmente. Likert argumenta que
el sistema 4, que incorpora los niveles más altos de participación y autodirección de los empleados,
tiene mayores probabilidades de producir los niveles más altos de eficacia y productividad de la
organización.
Si los estilos de gestión participativos como los que recomiendan de diferentes formas McGregor,
Miles y Likert realmente hacen a las organizaciones más eficaces y productivas, entonces, según los
principios utilitaristas, los gerentes tienen la obligación moral de tratar de implementar dichos estilos.
Sin embargo, las investigaciones que se han efectuado acerca de si la gestión participativa es o no más
eficaz y productiva no han llegado a conclusiones firmes. En algunos casos, la gestión participativa
85 Raymond E. Miles, Theories of Management: Implications for Organizational Behavior and Development (Nueva
York: McGraw-Hill, 1975), p. 35.
86 Rensis Likert, “From Production- and Employee-Centerdness to Systems 1-4”, Journal of Management, 5 (1979), pp.
147-156.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 400
Sólo faltaban unos cuantos días para Navidad, y los empleados de General Motors
que trabajaban en la moderna oficina de la División Chevrolet aquí esperaban con ansia
el largo periodo feriado con goce de sueldo, sin ninguna preparación para el calvario
que casi todos ellos estaban a punto de enfrentar. De repente, sin previo aviso, unos 25
empleados asalariados fueron convocados, uno por uno. A cada uno se le hizo pasar por
una “línea de ensamble” de tres habitaciones, donde funcionarios de GM llegados de
Detroit, con rostros solemnes, los despidieron, les quitaron su automóvil de la compañía
y otras prestaciones, y les dieron el dinero suficiente para tomar un taxi e irse a casa. Un
trabajador, con más de 20 años de servicio, recuerda haber mirado con incredulidad cómo
un funcionario de GM provisto de un mapa y una regla medía la distancia a su casa y le
entregaba 15 dólares. En unas cuantas horas todo había acabado. GM había eliminado
prácticamente todo el personal de la oficina de ventas y servicio de la zona que supervisa
los distribuidores de Chevrolet en el área de la ciudad de Nueva York89 .
Hasta hace poco, las leyes laborales estadounidenses habían concedido un lugar prominente al
principio de “empleo a capricho”: la doctrina de que, a menos que los empleados estén protegidos
por un contrato explícito (como los empleados sindicalizados), los patrones “pueden despedir a sus
empleados a capricho. . . por causa justificada, sin causa alguna, o incluso por causas moralmente
incorrectas, sin que por ello sean culpables de una falta legal”90 . La doctrina del empleo a capricho se
basa en el supuesto de que, como dueño de un negocio, el patrón tiene derecho a decidir libremente
quién trabajará en su negocio, en tanto el empleado acepte libremente y pueda rechazar libremente ese
empleo. Así pues, como dueño de la propiedad que constituye el negocio, el patrón tiene el derecho a
87 Vea, por ejemplo, William F. Dowling, “At General Motors: System 4 Builds Performance and Profits”, Organiza-
tional Dynamics, vol. 3, núm. 3 (1975), pp. 26-30.
88 Si desea una reseña de la bibliografía, vea Edwin A. Locke, David M. Schweiger y Gary P. Latham, “Participation in
Decision Making: When Should lt Be used?” Organizational Dynamics, vol. 14, núm. 3 (1986), pp. 58-72.
89 Greg Conderacci, “Motorgate: How a Floating Corpse Led to a Fraud Inquiry and Ousters by GM”, Wall Street
1405.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 401
contratar, despedir y promover a los empleados del negocio por cualquier causa que el patrón guste.
Desde este punto de vista, el empleado no tiene derecho a objetar ni impugnar las decisiones del
patrón, porque al no ser propietario no tiene derecho a decidir cómo debe dirigirse el negocio, y
porque al ser un agente libre el empleado convino libremente en aceptar la autoridad del patrón y
siempre está en libertad de trabajar en otro lugar.
La doctrina del empleo a capricho ha sido blanco de fuertes ataques91 . En primer lugar, los emplea-
dos a menudo no están en libertad de aceptar o rechazar un empleo sin sufrir un daño considerable, ya
que en muchos casos no tienen otro empleo disponible. Además, incluso cuando los empleados logran
encontrar otro empleo, tienen que pagar los elevados costos de buscar dicho empleo y de no recibir
paga alguna mientras lo encuentran. Por tanto, uno de los supuestos fundamentales en que se basa el
empleo a capricho –que los empleados aceptan “libremente” el empleo y que están “en libertad” de
encontrar empleo en otro lado– es erróneo. En segundo lugar, los empleados generalmente hacen un
esfuerzo concienzudo por contribuir a la compañía pero lo hacen en el entendido de que la compañía
los tratará con justicia y buena intención. Sin duda, los trabajadores no decidirían libremente trabajar
para una compañía si creyeran que ésta los iba a tratar injustamente. Por tanto, existe un acuerdo
tácito de que la compañía tratará con justicia a los trabajadores, y por tanto los trabajadores tienen
un derecho cuasi-contractual a tal tratamiento. En tercer lugar, los trabajadores tienen derecho a que
se les trate con respeto como personas libres e iguales. Una parte de este derecho es el derecho a un
tratamiento no arbitrario y el derecho a que no se les obligue a sufrir daños injustamente o con base
en acusaciones falsas. Puesto que los despidos y las reducciones de sueldo obviamente perjudican
a los empleados –sobre todo cuando no tienen otras alternativas de empleo– estas acciones violan
los derechos de los empleados cuando son arbitrarias o se basan en acusaciones falsas o exageradas.
Por estas razones, ha surgido una tendencia reciente a alejarse de la doctrina de empleo a capricho,
que gradualmente ha sido sustituida por el punto de vista de que los empleados tienen derecho a un
“proceso ideal”92 .
Para muchas personas, el derecho más crucial de los empleados es el derecho a un proceso ideal.
Para nuestros fines, “proceso ideal” se refiere a la justicia del proceso por el cual quienes toman
las decisiones imponen sanciones a sus subordinados. Un sistema de proceso ideal sería uno en el
que los individuos son apercibidos claramente y con antelación de las reglas que deberán seguir, que
escucha de forma justa e imparcial a aquellos de quienes se sospecha haber violado las reglas, que
administra todas las reglas de forma coherente y sin favoritismo ni discriminación, que está diseñado
para determinar la verdad de la forma más objetiva posible, y que no culpa a las personas de cosas
sobre las que no tienen ningún control.
Es obvio por qué mucha gente piensa que el derecho a un proceso ideal es el derecho más impor-
tante de los empleados: si no se respeta este derecho, los empleados no tienen mucha posibilidad de
que se respeten sus demás derechos. El proceso ideal garantiza que los individuos no serán tratados de
forma arbitraria, caprichosa o mal intencionada por sus superiores en la administración de las reglas
de la compañía, y establece un límite moral para el ejercicio del poder del superior93 . Si no opera
el derecho al proceso ideal en la compañía, entonces aunque las reglas de la compañía protejan los
demás derechos del empleado, tales protecciones podrían ejercerse de forma esporádica y arbitraria.
91 Vea, por ejemplo, Patricia H. Werhane, Persons, Rights, and Corporations (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall,
1985), pp. 81-93; Richard DeGeorge, Business Ethics, pp. 204-7.
92 Robert Ellis Smith, Workrights (Nueva York: E. P. Dutton, 1983), pp. 209-15.
93 Vea T. M. Scanlon, “Due Process”, en J. Roland Pennock y John W. Chapman, eds., Due Process (Nueva York: New
El área más importante en la que el proceso ideal debe desempeñar un papel es en la de escuchar
las quejas. Si detalla un procedimiento justo para escuchar y procesar las quejas de los empleados, una
compañía puede lograr que el proceso ideal se convierta en una realidad institucionalizada. He aquí
un ejemplo de una compañía que estableció un conjunto relativamente sencillo de procedin-úentos
para garantizar el proceso ideal en el caso de agravios.
Todos los problemas se deben tratar inicialmente con el supervisor inmediato del em-
pleado. Casi todos los problemas se resolverán en este punto a satisfacción del empleado.
No obstante, puede haber ocasiones en que la naturaleza del problema sea tal que el super-
visor no pueda dar una respuesta inmediata. En los casos en que el supervisor inmediato
no pueda resolver el problema en un plazo de dos días hábiles después de la fecha en
que el empleado lo presentó, el empleado puede tratar el problema con su gerente de-
partamental o superintendente. En las situaciones en que, después de tratar el problema
con su supervisor inmediato y su gerente departamental o superintendente, el empleado
todavía tiene dudas, puede tratar el problema con el gerente de personal, quien deberá
resolverlo.94
Trotta y Gudenberg identifican las siguientes características de los componentes indispensables
de un procedimiento eficaz para resolver agravios.
1. Tres a cinco pasos de apelación, dependiendo del tamaño de la organización. Por lo regular
basta con tres pasos.
2. Una descripción por escrito de la queja cuando pasa del primer nivel. Esto facilita la comuni-
cación y define los problemas.
3. Rutas alternativas de apelación para que un empleado pueda pasar por alto a su supervisor si lo
desea. El departamento de personal podría ser la ruta alternativa más lógica.
4. Un límite de tiempo para cada paso de la apelación, con el fin de que el empleado tenga una
idea de cuándo puede esperar una respuesta.
5. Permiso para que uno o dos compañeros de trabajo acompañen al empleado en cada entrevista
o sesión. Esto ayuda a vencer el temor a represalias95 .
U.S. Industrial Outlook, 1994, (Washington, D. C.: Government Printing Office, 1994).
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 403
de ese país, para 1994 las compañías estadounidenses ya sólo suministraban el 82 % del acero para
uso interno.
Varios factores han contribuido a la pérdida de competividad de las fábricas de Estados Unidos.
En primer lugar, los salarios de los obreros tienden a ser mucho más bajos en otros países: mien-
tras que en Estados Unidos un trabajador de la industria del acero gana 23 dólares la hora, incluidas
prestaciones, los obreros latinoamericanos ganan 2 dólares la hora. En segundo lugar, algunos com-
petidores extranjeros (como los fabricantes de acero japoneses) han invertido en equipo más eficiente,
han cultivado relaciones patrón-empleado más productivas, tienen reglas de trabajo más cooperativas
y han instituido otros programas que han elevado la productividad de los trabajadores en relación con
la de Estados Unidos. En tercer lugar, los gobiernos de algunas industrias manufactureras del extran-
jero (por ejemplo el de la industria francesa del acero) han proporcionado planificación, subsidios
financieros, aranceles protectores, tasas fiscales favorables y otras “políticas industriales” diseñadas
para apoyar y hacer crecer su base industrial, mientras que el gobierno estadounidense casi no ha
hecho nada en ese sentido.
A medida que las plantas manufactureras de Estados Unidos se han vuelto menos competitivas,
muchas se han cerrado, dejando a sus empleados sin trabajo. Por ejemplo, entre 1987 y 1994 la indus-
tria zapatera estadounidense cerró casi 100 plantas y perdió casi una tercera parte de sus empleos. En
total, entre 1980 y 1993, las compañías industriales incluidas en la lista Fortune 500 se deshicieron
de casi 4.4 millones de empleos, más de una cuarta parte del total de empleos que había en 1980
(por cierto, la compensación del director ejecutivo promedio durante este mismo periodo aumentó en
un factor de 6)97 . Entre 1993 y 1995, el 12 % de los trabajadores de sexo masculino con educación
universitaria perdió su empleo. Aunque la tasa nacional media de desempleo en 1995 osciló cerca del
6 % (cerca de 8 millones de personas), las ciudades y pueblos que antes habían dependido de fábricas
que luego cerraron siguieron padeciendo tasas de desempleo de dos dígitos.
Claro que la pérdida de competitividad no es la única razón del cierre de plantas. Las plantas tam-
bién cierran porque sus productos se vuelven obsoletos (como las fábricas de lámparas de queroseno);
porque su tecnología de fabricación se vuelve obsoleta (una fábrica que usa una corriente de agua para
obtener su energía, por ejemplo); porque la demanda se desplaza abandonando cierto diseño de pro-
ducto antes de que la planta tenga tiempo de renovar su maquinaria (en 1973, por ejemplo, una escasez
de gasolina en un plazo de meses hizo que la demanda se desplazara de los grandes automóviles esta-
dounidenses a los coches más pequeños que se fabricaban en otros países); porque otra compañía se
hace de la planta en una fusión y la nueva gerencia decide consolidar sus operaciones en unas cuantas
instalaciones grandes (por ejemplo, una pequeña siderúrgica podría cerrarse después de una fusión,
desplazando sus operaciones a otra planta que es más eficiente y tiene márgenes de utilidad más am-
plios); o porque los gerentes toman las decisiones equivocadas o dan prioridad a las utilidades a corto
plazo en lugar de a la inversión a largo plazo (por ejemplo, un equipo de gerentes podría aplazar la
compra de equipo nuevo para poder mostrar utilidades más altas en su informe trimestral).
Sea cual sea la causa –competencia extranjera, cambios en la demanda nacional o mala adminis-
tración– los cierres de plantas imponen costos elevados a los trabajadores y a sus comunidades. Los
ahorros de toda la vida de los trabajadores se agotan. Muchos pierden su hogar por no poder pagar la
hipoteca; se ven obligados a aceptar empleos de baja categoría con salarios y status mucho más bajos;
pierden su derecho a una pensión; y sufren angustia mental aguda que redunda en sentimientos de
menosprecio por uno mismo, de dudas de uno mismo, padecimientos psicosomáticos, alcoholismo,
riñas familiares, maltrato de hijos y del cónyuge, divorcio y suicidio98 . Las comunidades son lesion-
97 David C. Korten, When Corporations Rule the World (West Hartford, CT: Kumarian Press, 1995), p. 218.
98 Barry Bluestone y Bennett Harrison, The Deindustrialization of America (Nueva York: Basic Books, Inc., Publishers,
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 404
adas porque el cierre de las plantas implica una baja en los ingresos fiscales, una baja en las compras
que realizaban los trabajadores ahora desempleados, y un aumento en el gasto para proporcionar ser-
vicios sociales a los desempleados99 . En algunos casos, comunidades enteras se han visto reducidas a
“pueblos fantasmas” cuando la planta de la que dependía la mayor parte de la fuerza de trabajo cerró
sus puertas.
Los cierres de planta no siempre se pueden evitar en una economía de mercado como la esta-
dounidense. Sin embargo, aunque los cierres a veces son necesarios, los derechos morales de los
trabajadores afectados se deben seguir respetando, incluso cuando un negocio se ve obligado a cer-
rar100 . Entre los derechos que se deben respetar están el derecho de los trabajadores a ser tratados
sólo como han consentido, libremente y a sabiendas, en ser tratados, derecho que requiere que se les
informe acerca de cierres inminentes que les afectarán. Otros países, como Suecia, Alemania y Gran
Bretaña, exigen avisar con mucha anticipación del cierre inminente de una fábrica. Como reconocen
también las leyes de esos países, los trabajadores también tienen el derecho de participar (digamos, a
través de sus sindicatos) en las decisiones de cierre, y quizá incluso de que se les ofrezca la oportu-
nidad de comprar la planta y operarla ellos mismos. Es más, los principios utilitaristas implican que el
daño causado por los despidos se debe minimizar, y esto a su vez implica que los costos de los cierres
de plantas deben ser absorbidos por las partes que cuentan con más recursos y que por tanto sufrirán
menos daños por tener que pagar los costos. Por consiguiente, dado que el dueño corporativo de una
planta programada para cerrarse a menudo tiene mayores recursos que los trabajadores, deberá cargar
con una buena parte de los costos de recapacitación, transferencia, reubicación, etc., desarrollando y
financiando programas que se ocupen de estas actividades. Muchas compañías han implementado con
éxito tales programas. Por último, las consideraciones de justicia implican que los trabajadores y las
comunidades que han contribuido sustancialmente a una planta durante su vida operativa deben ser
recompensados con garantías por parte de la compañía de que no abandonará injustamente los planes
de pensiones, de atención médica y de retiro de los trabajadores, y que no privará a la comunidad
injustamente de ingresos fiscales.
Estas consideraciones éticas se encaman de forma muy apta en las sugerencias que William Diehl,
antiguo vicepresidente senior de la industria siderúrgica, hace respecto a los ocho pasos que las com-
pañías pueden seguir para núnimizar los efectos perjudiciales de los cierres de plantas101 .
1. Aviso anticipado Si la compañía puede notificar a los trabajadores de un cierre con entre 12 y
18 meses de antelación, ellos tendrán tiempo para prepararse. . . Avisar del cierre un día antes es
absolutamente injusto e inadmisible.
2. Indemnización por cese Una fórmula que se sugiere comúnmente es que cada trabajador reciba
como liquidación el equivalente a una semana de sueldo por cada año de servicio. . .
3. Prestaciones médicas La compañía deberá cubrir las prestaciones médicas del trabajador du-
rante por lo menos un año más después de cesar al empleado.
1982), pp. 140-90.
99 Don Stillman, “The Devastating Impact of Plant Relocations”, en The Big Business Reader Mark Green, ed. (Nueva
Owners, and Factory Closings”, Philosophy and Public Policy (enero de 1985).
101 William E. Diehl, Plant Closings (Nueva York: Division for Mission in North America, Lutheran Church in America,
4. Retiro temprano Los trabajadores a los que falten menos de tres años para su retiro normal
deberán retirarse con pensión completa, calculando los años de servicio como si hubieran tra-
bajado hasta la edad de 65 años.
5. Transferencia En el caso de una corporación con varias plantas, todos los trabajadores de la
instalación deberán tener la oportunidad de ser transferidos a un puesto con la misma remu-
neración en otra planta, y el patrón deberá cubrir todos los gastos de la mudanza.
7. Compra por empleados Los trabajadores y la comunidad local deberán tener la oportunidad
de adquirir la planta y operarla bajo un plan de propiedad accionaria de empleados (ESOP,
Employee Stock Ownership Plan). . . [si resulta] viable. . .
de 1985.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 406
podría haber negociado con el sindicato) y en tanto la huelga no viole los derechos morales legítimos
de terceros (como ciudadanos cuyo derecho a la seguridad y protección podría ser violado por huelgas
de servidores públicos, como bomberos o policías).
A pesar del punto de vista generalmente aceptado de que los sindicatos y las huelgas sindicales
son legítimas, ha habido una insatisfacción considerable al respecto. Mientras que en 1947 los sindi-
catos representaban el 35 % de la fuerza de trabajo estadounidense, a principios de los años noventa
sólo representaban el 16 %105 . Después de haber establecido un récord de ganar el 75 % de todas las
elecciones sindicales, los sindicatos estadounidenses ahora deben conformarse con ganar cerca del
45 % de los votos de los trabajadores106 . Los analistas predicen que para el año 2000 los sindicatos
representarán sólo el 13 % de la fuerza laboral estadounidense.
Hay varios factores que han causado esta baja en la pertenencia a sindicatos, incluidos un incre-
mento en el número de trabajadores de oficina (“de cuello blanco”) y de sexo femenino, un desplaza-
miento de la manufactura a las industrias de servicio y un menoscabo en la confianza pública en los
sindicatos. Sin embargo, una de las causas más importantes es la creciente oposición a los sindicatos
por parte de los gerentes y un preocupante aumento en el uso de tácticas ilegales para combatir las
campañas de organización sindical107 . Esto es lamentable y de criterio miope, porque la merma en la
eficacia de los sindicatos ha ido acompañada por un creciente llamado a las legislaturas y las cortes
para que establezcan procedimientos legales rígidos en contra de los abusos contra los que los sindi-
catos protegían originalmente a los trabajadores. A medida que se reduce la eficacia de los derechos
de los trabajadores a sindicalizarse y hacer huelgas, podemos estar seguros de que proliferarán leyes
para proteger los derechos que las organizaciones de trabajadores ya no pueden proteger.
El hecho de que las tácticas políticas normalmente sean subrepticias implica que fácilmente
pueden volverse engañosas o manipuladoras. Esto se hace evidente si examinamos más ejemplos
de tácticas políticas en las organizaciones. En un estudio reciente de personal gerencial, se pidió a
los encuestados describir las tácticas políticas que habían experimentado con mayor frecuencia en las
organizaciones en las que habían trabajado111 . Se informaron los siguientes tipos de tácticas.
108 Esta definición se tomó de Bronston T. Mayes y Robert W. Allen, “Toward A Definition of Organizational Poli-
tics”, Academy of Management Review (octubre de 1977), pp. 672-78; si desea leer una reseña popular de los problemas
causados por la política en las organizaciones, vea “Playing Office Politics”, Newsweek, 16 de septiembre de 1985, pp.
54-59.
109 Miles, Macro Organizational Behavior, pp. 161-64.
110 Schein, “Individual Power and Political Behaviors”, p. 67.
111 Robert W. Allen, Dan L. Madison, Lyman W. Porter, y Patricia A. Renwick, Bronston T. Mayes, “Organizational
Culpar o atacar a otros Minimizar la asociación propia con un resultado que está fracasando o fra-
casó, culpando del fracaso a los rivales propios, o “denigrar los logros de los rivales tachándolos
de triviales, poco oportunos, interesados o afortunados”.
Controlar la información Retener información que perjudicaría los objetivos propios o distorsionar
información “para crear una impresión por revelación selectiva, insinuaciones” o abrumando al
sujeto con datos “objetivos” (gráficas, fórmulas, tablas, sinopsis) diseñadas para crear una im-
presión de racionalidad o lógica y tapar detalles importantes que dañarían los intereses propios.
Crear una base de apoyo para las ideas propias Hacer que otros entiendan y apoyen las ideas propias
antes de que se convoque una reunión.
Construcción de una imagen Dar la impresión de ser considerado, honesto, sensible, partícipe de
actividades importantes, popular, confiado.
Crear deudas Hacer que otros se sientan en deuda con uno prestándoles servicios o haciéndoles
favores.
Algunos investigadores han afirmado que la fuente de poder básica es la creación de una depen-
dencia: A adquiere poder sobre B haciendo que B dependa de A para algo. Algunos autores identifican
las siguientes tácticas políticas para crear tales dependencias:112
Obtener el control de recursos escasos que otros quieren Controlar empleados, edificios, acceso a
personas influyentes, equipo, información útil.
Establecer relaciones favorables Hacer que otros se sientan en deuda con uno; hacer que otros
piensen que uno es su amigo; crearse la reputación de ser un experto en algo; animar a otros
para que crean que uno tiene poder y que ellos dependen de ese poder.
Cualquier persona que haya trabajado dentro de las organizaciones sin duda podrá citar muchos
ejemplos del uso de tácticas políticas en la vida dentro de una organización. He aquí la descripción
que un antiguo ejecutivo hace del uso de algunas “estratagemas” que observó durante su carrera
corporativa:
[Ésta es] una treta que usan muchos ejecutivos menores para obtener cierta informa-
ción: Me enteré de que van a transferir a Seattle al gerente de distrito de California. Él
sabe que se ha hablado acerca de cambiar gerentes de distrito. Al usar esta treta –“Sé
algo”– él está haciendo creer a su interlocutor que ha estado enterado todo el tiempo, así
que no hay por qué no decírselo. Los chismes son otra forma en que se da importancia la
persona que inicia el rumor. Él está enterado, forma parte del círculo interno. . . Cuando un
112 Éstos se extrajeron de las páginas de John P. Kotter, Power in Management (Nueva York: American Management
Association, 1979), un libro que afirma que “la conducta orientada hacia el poder hábilmente ejecutada” es característica
distintiva del “gerente con éxito”.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 409
Management Review (julio de 1980); Manuel Velasquez, Dennis J. Moberg y Gerald E Cavanagh, “Organizational States-
manship and Dirty Politics: Ethical Guidelines for the Organizational Politician”, Organizational Dynamics (otoño de
1983): 65-80.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 410
al negocio y deberá esforzarse por asegurar que la empresa desempeñe su función productiva con un
mínimo de desperdicio. Dos tipos de tácticas políticas contradicen directamente esta norma y, por
tanto, se les suele considerar faltas de ética: las tácticas políticas que implican la consecución de
metas personales a expensas de las metas productivas de la organización y las tácticas políticas que a
sabiendas dan pie a ineficiencia y despilfarro. Supongamos, por ejemplo, que el jefe de una unidad de
investigación oculta información crítica a otras unidades de investigación de la misma compañía con
el fin de que su propia unidad destaque sobre las otras. Como resultado de esto, sus propias ambiciones
profesionales avanzan y su unidad recibe un presupuesto más sustancioso el año siguiente. ¿Su táctica
de retener información para obtener una ventaja sobre otros es moralmente legítima? No: la táctica es
a todas luces incompatible con el desempeño eficiente de las funciones productivas de la compañía.
Desde luego, los negocios no siempre tienen metas socialmente benéficas y no dañinas. La con-
taminación, la obsolescencia planeada, la colusión para fijar precios y la fabricación de productos
peligrosos son algunas metas de las organizaciones que el utilitarismo obviamente condenaría. En la
medida en que una empresa se dedica a tales metas, el empleado tiene el deber de no cooperar (excep-
to, quizá, si amenazan al empleado con pérdidas personales de tal magnitud que constituyen en efecto
una coacción para que obedezca). Los principios utilitaristas implican que dedicarse voluntariamente
a metas que perjudican a la sociedad o cooperar voluntariamente en tales actividades es inmoral,
sean cuales sean las tácticas políticas que uno use. Lamentablemente, las metas de las organizaciones
no siempre son claras porque podría no existir un consenso acerca de su verdadera naturaleza. Esto
sucede sobre todo cuando, por ejemplo, una compañía está sufriendo un cambio en sus directivos o un
cambio de organización y se negocia de forma más o menos amplia el establecimiento de las nuevas
metas. Cuando se están redefiniendo de esta manera las metas de la organización, las distintas coali-
ciones e individuos dentro de la organización por lo regular intentan emplear tácticas políticas para
establecer las metas que prefieren, sea mediante un ejercicio unilateral de poder (por ejemplo, una
nueva gerencia podría tratar de deshacerse de todo el personal viejo y contratar su propio “equipo”)
o a través de concesiones políticas (la nueva gerencia podría tratar de convencer al personal viejo
que acepte nuevas metas). En situaciones tan fluidas el individuo no tiene más opción que examinar
las metas propuestas por las diferentes coaliciones y hacer un esfuerzo concienzudo por determinar
cuáles metas son a la larga las que más benefician a la sociedad. Mientras que el uso de tácticas políti-
cas a fin de instalar metas ilegítimas para la organización faltaría a la ética, se pueden usar tácticas
políticas para asegurar la instalación de metas moralmente legítimas siempre que las tácticas cumplan
con los dos criterios siguientes.
La congruencia de los medios políticos con los derechos morales Algunas tácticas políticas son
obviamente engañosas, como cuando una persona crea la impresión de que tiene conocimientos que
en realidad no posee. Otras tácticas son manipuladoras. Por ejemplo, es una manipulación fingir amor
para obtener favores de una persona. El engaño y la manipulación son intentos por hacer que una
persona haga (o crea) algo que esa persona no haría (o creería) si supiera qué está sucediendo en real-
idad. Estos tipos de tácticas políticas faltan a la ética en la medida en que no respetan el derecho que
tiene una persona de ser tratada no meramente como un medio sino también como un fin; es decir, no
respetan el derecho de las personas a ser tratadas sólo como han consentido libremente y a sabiendas
en ser tratadas. Tal falta de respeto es característica de muchas tácticas políticas que se aprovechan
de nuestras dependencias y vulnerabilidades emocionales, que son las dos palancas más asequibles y
confiables que otros pueden usar para adquirir poder sobre nosotros. Por ejemplo, un administrador
hábil puede fingir de forma muy convincente amistad e interés, o lograr fácilmente que otros lo vean
con afecto respeto, lealtad, deuda, confianza, gratitud, etc. Luego, el administrador puede explotar es-
os sentimientos para hacer que sus subordinados hagan por él cosas que normalmente no harían, sobre
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 411
todo si supieran que se les está engañando y conocieran los motivos ocultos que impulsan al admin-
istrador. Un administrador hábil también podría aprender a aprovechar las vulnerabilidades personales
de individuos específicos como vanidad, generosidad, sentido de responsabilidad, susceptibilidad a la
adulación, credulidad, inocencia o cualquiera de las otras cualidades que pueden llevar a una persona
a ponerse sin querer a merced de otros. Al aprovechar subrepticiamente tales vulnerabilidades, el ger-
ente puede hacer que los empleados se dediquen a sus objetivos, aunque jamás lo harían si conocieran
los motivos ocultos del gerente.
No obstante, ¿las tácticas políticas engañosas y manipuladoras siempre son incorrectas? ¿Qué tal
si me veo obligado a trabajar en una organización en la que otros insisten en utilizar tácticas engañosas
y manipuladoras en mi contra? ¿No debo defenderme? No necesariamente. Si los miembros de una
organización saben que ciertos tipos de tácticas políticas encubiertas son de uso común dentro de
una organización, y si pese a ello deciden libremente permanecer dentro de la organización y hacerse
diestros en el uso de tales tácticas y en defenderse contra ellas, podemos suponer que esas personas
han consentido tácitamente en permitir que se usen esas clases de tácticas políticas subrepticias contra
ellos. Puede decirse que esas personas han consentido en jugar un juego dentro de la organización, en
el que todo mundo sabe que engañar a los otros jugadores y maniobrar para sacarlos de las posiciones
ganadoras forma parte del juego. Tratar con ellos con base en este consentimiento tácito no violaría
su derecho a ser tratados como han consentido libremente y a sabiendas en ser tratados.
Sin embargo, el uso de tácticas políticas engañosas y manipuladoras es a todas luces incorrecto
cuando: (1) se utilizan contra personas que no saben, o no esperan, que ese tipo de tácticas se use
contra ellas, o (2) se usan contra personas que no están en libertad de salirse de la organización en la
que se están usando tales tácticas o (3) se utilizan contra personas que no son diestras para defenderse
contra tales tácticas. El uso de una táctica engañosa o manipuladora en cualquiera de estas situaciones
viola el respeto moral que debemos a las personas, sobre todo si la táctica lastima a una persona al
hacer que sin querer actúe en contra de sus propios intereses.
La equidad de las consecuencias Las tácticas políticas pueden crear injusticias distorsionando la
igualdad de tratamiento que la justicia exige. Por ejemplo, un individuo que controla el presupuesto
de una organización o su sistema de información podría administrar subrepticiamente ese sistema de
forma injusta favoreciendo a las personas o grupos que pueden coadyuvar a la carrera de ese individuo.
Tales tácticas políticas violan de forma clara el principio básico de la justicia distributiva que vimos
antes: los individuos que son similares en todos los aspectos pertinentes deben recibir un tratamiento
similar, y los individuos que son disímiles en aspectos pertinentes deben recibir un tratamiento disímil
en proporción a su diferencia.
Las tácticas políticas también pueden crear injusticias entre los empleados que tienen pocas ha-
bilidades políticas o ninguna. Quienes carecen de habilidad política son fácilmente víctimas de man-
iobras que los llevan a aceptar una porción más pequeña de los beneficios de la organización, que
la que podrían merecer por sus capacidades o necesidades, en comparación con otros. En tal caso,
los beneficios ya no se distribuyen a estas personas con base en sus características pertinentes, y se
comete una injusticia contra ellos.
Las tácticas políticas no sólo pueden beneficiar o perjudicar a otros más de lo que merecen, sino
que también se pueden utilizar para obtener ventajas injustas. Un ingeniero que está compitiendo con
otro por una promoción a jefe de departamento, digamos, podría cultivar y elogiar a sus superiores,
y al mismo tiempo emplear insinuaciones para desacreditar a su rival. El resultado podría ser que
ese ingeniero consiga la promoción aunque el otro haya estado mejor calificado. El uso de tácticas
políticas de esta forma para adquirir ventajas con base en características no pertinentes también es
injusto.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 412
de las personas con quienes trabajamos, nos llegan a importar, estamos pendientes de su bienestar y
tratamos de profundizar y preservar esas relaciones de afecto. Los patrones también pueden llegar a
sentirse cerca de sus empleados, ahondando sus relaciones con ellos y buscando formas de atender las
necesidades específicas de esos individuos en particular, tratando de desarrollar su pleno potencial.
Cuando un incendio destruyó la planta principal de Malden Mills, por ejemplo, el director ejecutivo,
Aaron Feuerstein, se negó a despedir a los trabajadores inactivos y continuó pagándoles de su propio
bolsillo aunque no estaban trabajando, aduciendo que eran una “parte de la empresa, no un centro
de costos que había que recortar. Han estado conmigo durante mucho tiempo. Hemos sido buenos
unos para otros y ello implica una profunda realización”. Los miembros de una organización incluso
pueden hacerse amigos de sus clientes, interesándose genuinamente por ellos y tratando de fomentar
y mejorar el bienestar de los clientes específicos con los que tratan. Tal cuidado del bienestar de los
clientes se hace más evidente, tal vez, en organizaciones de profesionales que prestan servicios a sus
clientes, como hospitales, bufetes de abogados y consultorías que tienen relaciones continuas con sus
clientes, así como en las compañías farmacéuticas que proporcionan medicinas que salvan la vida de
las personas. Por ejemplo, Merck, Inc., una compañía farmacéutica de gran éxito, desarrolló y regaló
una cura para la ceguera de los ríos que un grupo de clientes necesitaba desesperadamente pero no
podía pagar.
Este aspecto de la vida de las organizaciones no se describe adecuadamente con el modelo con-
tractual que subyace en la organización “racional”, ni por las nociones de poder en que se basa la
organización “política”. Tal vez la mejor forma de describirlo sea como “la organización que ejerce
el cuidado” en la que los conceptos morales dominantes son los que surgen de una ética del cuidado.
Jeanne M. Liedtka describe a la organización que ejerce el cuidado como aquella organización, o
parte de una organización, en la que este cuidado:
(a) se enfoca totalmente hacia las personas, no en la “calidad”, las “utilidades” o cualquiera de los
otros tipos de ideas alrededor de las cuales parece girar gran parte de los comentarios modernos
acerca del “cuidado”;
(b) se considera un fin en sí mismo, no simplemente como un medio para lograr calidad, utilidades,
etcétera;
(c) es básicamente personal, en cuanto a que en última instancia tiene que ver con individuos
específicos interesados, en un nivel subjetivo, en cuidar de otros individuos específicos;
(d) fomenta el crecimiento de aquellos a quienes se dirige, en cuanto a que los mueve hacia el uso
y desarrollo de sus plenas capacidades dentro del contexto de sus necesidades y aspiraciones
autodefinidas118 .
Se ha argumentado que las organizaciones de negocios en las que tales relaciones de cuidado flo-
recen tienen un mejor desempeño económico que aquellas que se restringen a las relaciones contrac-
tuales y de poder de la organización racional y política119 . En la organización que ejerce el cuidado,
la confianza florece porque “uno necesita confiar si se ve a sí mismo como un ser ínterdependiente
118 Jeanne M. Liedtka, “Feminist: Morality and Competitive Reality: A Role for an Ethic of Care?” Business Ethics
Quarterly, vol. 6, núm. 2 (abril de 1996), p. 185.
119 Thomas I. White, “Business Ethics and Carol Gilligan’s ‘Two Voices”’ Business Ethics Quarterly, enero de 1992,
vol. 2, núm. 1.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 414
y conectado”120 . Puesto que la confianza florece en la organización que ejerce el cuidado, ésta no
tiene que invertir recursos en monitorear a sus empleados y tratar de asegurarse de que no violen
sus convenios contractuales. Así pues, el cuidado reduce los costos de operar una organización y los
“costos de medidas disciplinarias, robo, ausentismo, bajo estado de ánimo y motivación”121 . (Desde
luego, en la organización que genuinamente ejerce el cuidado, éste no está motivado por el deseo de
reducir tales costos, sino que se busca por sí mismo.) También se ha afirmado que las organizaciones
de negocios en las que el cuidado florece, desarrollan un interés por servir al cliente y por crear valor
para los clientes que a su vez permite a tales organizaciones tener una ventaja competitiva respecto a
otras organizaciones. La razón es que en tales organizaciones de negocios el foco no está en gener-
ar productos diferenciados o de bajo costo para mercados en crecimiento, sino en crear valor para
clientes específicos y mantenerse en sintonía con sus necesidades cambiantes. Tal enfoque en conocer
y servir al cliente, se dice, permite a la compañía adaptarse continuamente a los rápidos cambios que
caracterizan a la mayor parte de los mercados actuales. Además, el cuidado que da pie a un enfoque
hacia el cliente también puede inspirar y motivar a los empleados para que hagan su mejor esfuerzo,
y puede lograrlo mejor que las relaciones contractuales y de poder. Por ejemplo, Bartlett y Ghoshal
afirman:
Podría haber pocas organizaciones que encarnen perfectamente la idea de la organización que
ejerce el cuidado, o quizá incluso ninguna, pero algunas compañías muy conocidas se acercan. Por
ejemplo, W L. Gore & Associates Inc., la compañía de tanto éxito que inventó y ahora fabrica la línea
de telas tan conocida “GORE-TEX” es una organización que no tiene gerentes, títulos ni jerarquía123 .
En vez de ello, cada empleado está en libertad de decidir por su cuenta qué tarea se comprometerá vol-
untariamente a realizar según lo que cada uno considere que es el área en que mejor puede contribuir.
Surgen líderes cuando los empleados están dispuestos a seguirlos porque están convencidos de que el
líder tiene una idea o proyecto que vale la pena. Cada empleado tiene uno o más “patrocinadores” que
trabajan de cerca con él o ella como “entrenadores” para ayudarle a desarrollar su pleno potencial, y
que actúan como sus “abogados” cuando un “equipo de compensación” (formado por compañeros de
trabajo) estudia la contribución hecha por el empleado para decidir qué compensación debe recibir el
año próximo. No se permite que crezcan demasiado las unidades de la compañía (menos de 200 per-
sonas) para que todo mundo pueda conocer a todos los demás y que todas las comunicaciones sean
abiertas, directas y de persona a persona. En una organización tan poco estructurada y controlada,
todo el trabajo que se efectúa dentro de la organización debe depender en última instancia de las rela-
ciones que los empleados crean entre sí. Y, con el tiempo, a los empleados comienzan a importarles
los demás y los clientes para quienes están tratando de crear valor.
120 John Dobson y Judith Vhite, “Toward the Feminine Firm: An Extension to Thomas White”, Business Ethics Quar-
terly, vol. 5, núm. 3 (julio de 1995), p. 466.
121 Ibíd.
122 C. Bartlett y S. Ghoshal, “Changing the Role of Top Management: Beyond Strategy to Purpose”, Harvard Business
“W. L. Gore & Associates, Inc.-1993”, en Alex Miller y Gregory G. Dess, Strategic Management, 2a. ed. (Nueva York:
McGraw-Hill, 1996)
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 415
Aunque las organizaciones como W L. Gore son raras, casi todas las organizaciones, en mayor
o menor grado, tienen aspectos de la organización que cuida. En algunas compañías, como W. L.
Gore, la organización que cuida domina a los aspectos racional y político de la organización. Sin
embargo, en casi todas las demás los aspectos contractuales y políticos son más prominentes. Pese
a ello, en muchas empresas hay al menos algunos empleados que responden a las exigencias del
cuidado cuidando y nutriendo las relaciones que tienen entre sí y atendiendo las necesidades concretas
y específicas de sus compañeros y sus clientes.
En el modelo contractual, los problemas éticos clave surgen del potencial para violar la relación
contractual. En el modelo político, los problemas éticos clave surgen del potencial de abuso del poder.
¿Cuáles son los problemas éticos clave desde la perspectiva de la organización que ejerce el cuidado?
Hay dos: la posibilidad de tener un cuidado excesivo y la posibilidad de no tener suficiente cuidado.
1. Los problemas morales de ejercer un cuidado excesivo. Las necesidades de quienes nos impor-
tan pueden exigir de nosotros una respuesta que puede abrumarnos, llevándonos finalmente a
un “agotamiento emocional”124 . Aquí el conflicto es entre las necesidades de otros y las necesi-
dades de uno mismo. Varios autores han afirmado que la ética del cuidado requiere establecer un
equilibrio maduro entre atender las necesidades de otros y atender las necesidades propias125 .
Otros han argumentado que el agotamiento emocional ocurre no porque la gente se sienta abru-
mada por las necesidades de otros, sino porque las organizaciones imponen cargas burocráticas
a quienes cuidan y limitan su autonomía y su influencia en la toma de decisiones126 . Además
de los conflictos entre las necesidades personales y las necesidades de otros, las exigencias del
cuidado pueden dar pie a un tipo distinto de conflicto: las necesidades de las personas que nos
importan podrían exigir una respuesta que está en conflicto con lo que creemos que debemos
a otros. Éste es el problema de equilibrar la parcialidad hacia quienes nos importan y las ex-
igencias imparciales de otras consideraciones morales, como las exigencias imparciales de la
justicia o de los derechos morales127 . Por ejemplo, una persona podría sentirse desgarrada en-
tre el cuidado por un amigo que está violando la política de la compañía y la equidad hacia la
compañía que requiere que se informe de tales violaciones. ¿Qué exigencias deben satisfacerse:
las del cuidado por la parcialidad o las de la moralidad imparcial?
2. Los problemas morales de no ejercer el suficiente cuidado. Algo más importante, empero, es
no estar a la altura de las exigencias del cuidado. Esto podría suceder en un nivel personal o
en el nivel de la organización. Podríamos ver que un compañero de trabajo o un cliente tiene
una necesidad, pero la fatiga, el egoísmo o el simple desinterés podrían llevamos a hacer caso
omiso de esa necesidad. 0 bien, en un nivel más amplio de la organización, la organización
en su totalidad podría eliminar sistemáticamente la práctica del cuidado a través de despidos
indiscriminados, la creación de grandes burocracias impersonales, el uso de estilos gerenciales
que ven a los empleados como costos desechables, o el uso de sistemas de recompensa que
desalientan el sentimiento de cuidado y recompensan la competitividad.
124 Vea Nell Noddings, Caring, p. 73 y sigs.
125 Por ejemplo, Carol Gilligan, In a Different Voice: Psychological Theory and Womens Development (Cambridge, MA:
Harvard University Press, 1982), caps. 3 y 4.
126 R. Scott, A. Aiken, D. Mechanic y S. Moravcsik, “Organizational Aspects of Caring”, Milbank Quarterly, vol. 73,
NY. Cornell University Press, 1993), en el capítulo 3, intitulado “The Social Self and the Partiality Debates”.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 416
¿Cómo deben resolverse estos tipos de problemas morales. Por desgracia, las respuestas todavía
no son claras. Las investigaciones y razonamientos acerca de la organización que ejerce el cuidado
son tan recientes que todavía no ha surgido un consenso claro en cuanto a cómo deben resolverse
problemas de esta índole. En este sentido hemos llegado a las fronteras mismas del pensamiento
moderno en materia de ética.
2. Relacione la teoría de las obligaciones del empleado para con la compañía que vimos en este
capítulo con el tratamiento de los derechos y deberes contractuales que se presentó en el Capí-
tulo 2. Relacione los seis criterios para determinar salarios justos que vimos en este capítulo
con las diversas normas de justicia que desarrollamos en el capítulo 2. Relacione los problemas
de satisfacción en el empleo que describimos en este capítulo con la exposición de la alienación
presentada en el capítulo 3. Relacione lo expuesto acerca de los derechos de los empleados en
este capítulo con la teoría de derechos morales que desarrollamos en el capítulo 2.
4. En vista del convenio contractual que todo empleado celebra y por el cual se compromete a ser
leal con su patrón, ¿cree que en algún caso se justifique “hacer sonar la alarma”? Explique su
respuesta.
5. ¿Está de acuerdo con la afirmación de que las gerencias corporativas son tan similares a los
gobiernos que a los empleados deben reconocérseles los mismos “derechos civiles” que tienen
los ciudadanos?
Los cientos de miles de jóvenes trabajadores (en su mayor parte de sexo femenino)
de Centroamérica que ganan una bicoca y a menudo viven en la miseria han sido una
bendición absoluta para ejecutivos de compañías de ropa estadounidenses como Donald
G. Fisher, director ejecutivo del imperio de The Gap y Banana Republic, quien vive en
gran lujo y se pagó a sí mismo más de 2 millones de dólares el año pasado. Judith Viera
es una chica de 18 años que trabajaba en una planta maquiladora de El Salvador confec-
cionando ropa para The Gap y otras compañías. Su patético sueldo era de 56 centavos
de dólar por hora. Donald Fisher debería conocer a Judith Viera, pasar algo de tiempo
con ella, escuchar cómo describe en una voz todavía infantil su sueño más inocente. Le
gustaría ganar suficiente dinero para comprar un poco más de comida para su mamá y dos
hermanas. Le gustaría asistir a la escuela secundaria. Pero Donald Fisher es un hombre
muy ocupado. Se necesita mucho tiempo para supervisar un imperio que se apoya en las
espaldas de jóvenes como la señorita Viera (y sus contrapartes en Asia).1
El artículo en el New York Times fue uno de cientos que aparecerían en diarios de todo Esta-
dos Unidos durante los meses siguientes describiendo violaciones a los derechos humanos y salarios
de subsistencia pagados por proveedores de maquila centroamericanos a quienes The Gap y otros
detallistas de ropa subcontrataban para producir sus prendas.
The Gap, Inc. es una cadena de tiendas de venta al detalle que venden ropa “casual”, zapatos y
accesorios para hombres, mujeres y niños. Con sus oficinas centrales en San Francisco, las tiendas
operan bajo diversos nombres que incluyen: Gap, Banana Republic, Old Navy Clothing Company,
GapKids y babyGap. Toda la mercancía que vende la cadena es de marca registrada2 .
The Gap se fundó en 1969 cuando Donald Fisher y su esposa, Doris, abrieron una pequeña tienda
de ropa cerca de la San Francisco State University. Para 1971 ellos estaban operando seis tiendas Gap.
En 1983 Fisher convenció a Millard Drexler, antigua presidente de Ann Taylor, de ocupar el puesto de
presidente de The Gap, mientras que Fisher se convertía en Director General (CEO) de la compañía.
Drexler transformó la compañía sustituyendo las líneas de ropa anodina que la tienda había estado
trabajando por nuevas y coloridas líneas de ropa de algodón, resistente y de alta calidad.
En 1995 Fisher se retiró como CEO y Drexler, que ya había cumplido 50 años, asumió el puesto.
A estas alturas The Gap ya tenía 1348 tiendas bien ubicadas en Estados Unidos y Puerto Rico, 72 en
Canadá, 49 en el Reino Unido y 3 en Francia. La competencia era intensa y previamente las tiendas R.
H. Macy y Federated se habían visto obligadas a declararse en quiebra bajo el capítulo 11. The Gap,
empero, había estado prosperando, con utilidades de 258 millones de dólares en 1994 sobre ventas de
$3,723 millones3 .
1 Bob Herbert, “Sweatshop Beneficiaries”, New York Times, 24 de julio de 1995.
2 PatrickJ. Spain y James R. Talbot, eds., Hoover’s Handbook of American Companies, 1996, (Austin, TX: The Ref-
erence Press, 1996), p. 394.
3 The Gap, Annual Report, 1995.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 418
Las tiendas de ropa como The Gap compran sus prendas a fabricantes de Estados Unidos y de
todo el mundo. Unos 20,000 maquiladores estadounidenses, que en su mayor parte empleaban entre 5
y 50 trabajadores, confeccionaban ropa para compañias como The Gap. La industria estadounidense
de confección de ropa estaba sometida a fuertes presiones por parte de las importaciones porque
hace uso intensivo de mano de obra, y la mano de obra está menos regulada y es mucho más barata
en muchos países en desarrollo, lo que deprimía tanto los salarios como las condiciones de trabajo
en Estados Unidos. Por ejemplo, se estima que en China los sueldos en la industria de la ropa son
aproximadamente una vigésima parte de los sueldos en Estados Unidos. Desde 1990 Estados Unidos
había perdido más de medio millón de empleos en las industrias textil y de la ropa, y las compañías
que batallaban por sobrevivir en Estados Unidos a menudo tenían condiciones de trabajo tan malas
como en cualquier país en desarrollo. Un estudio realizado en 1989 por la General Accounting Office
descubrió que dos terceras partes de los 7000 talleres de confección de la ciudad de Nueva York eran
centros de explotación4 . Una inspección breve del Departamento del Trabajo en el sur de California
había encontrado que el 93 % de los talleres inspeccionados presentaban violaciones a la salud y la
seguridad.
The Gap tenía contratos con más de 500 fabricantes de todo el mundo que confeccionaban la ropa
de marca privada de la compañía según sus especificaciones. Gap Inc. Compraba cerca del 30 % de su
ropa a fabricantes situados en Estados Unidos y 70 % a proveedores situados en 46 países extranjeros.
Ningún proveedor individual suministraba más del 5 % de su mercancía.
El 10 de mayo de 1993 un incendio en una fábrica de juguetes en Tailandia mató a más de 200
trabajadores y lesionó a 500. La fábrica era propiedad de Kader Industries, que fabricaba en esa
planta juguetes para algunas de las compañías jugueteras más grandes de Estados Unidos, incluidas
Toys R Us, Fisher-Price y Tyco. Documentos del Servicio de Aduanas de Estados Unidos revelaron
que, durante los tres primeros meses de 1993, compañías estadounidenses habían importado más de
270 toneladas de juguetes de la fábrica tailandesa. El accidente hizo que la atención se dirigiera no
sólo hacia las responsabilidades de la industria juguetera, sino también hacia las responsabilidades
de todas las industrias y consumidores estadounidenses de asegurar que sus productos se elaboren en
condiciones de trabajo seguras y humanas, sin importar dónde se produzcan.
A causa de la preocupación acerca de las condiciones de trabajo en el Tercer Mundo, The Gap
había adoptado un conjunto de “Principios y Normas en cuanto a Maquila”. En ellos se detallaban
normas que,los proveedores tenían que respetar, e incluían: no practicar ninguna forma de discrim-
inación; no utilizar mano de obra forzada ni prisioneros; no emplear a niños menores de 14 años;
ofrecer un entorno de trabajo seguro para los empleados; pagar el salario mínimo local o el estándar
local de la industria, el que sea mayor; cumplir con todos los reglamentos ecológicos locales aplica-
bles y cumplir con las normas ecológicas propias de The Gap, más estrictas; ni amenazar ni castigar
a los empleados por sus intentos de organizarse o negociar colectivamente; respetar todas las leyes
aduaneras locales. Para asegurar el cumplimiento de sus normas, The Gap enviaba a un “Represen-
tante de Campo Gap” para realizar una “entrevista a fondo” con el prospecto de proveedor de maquila
antes de iniciar una relación de negocios.
Entre los proveedores de maquila de los que The Gap obtenía su ropa estaba uno de El Salvador
operado por Mandarin International, una compañía de propiedad taiwanesa que operaba plantas de
confección de ropa en todo el mundo. The Gap había iniciado sus contratos con la planta de Mandarin
en El Salvador cerca de 1992. Un trabajador de esa planta recibía un pago de aproximadamente 12
centavos de dólar por armar una camiseta de manga tres cuartos o cuello de tortuga cuyo precio al
4 “Look Who’s Sweating Now: How Robert Reich is Turning Up the Heat on Retailers”, Business Week, 16 de octubre
de 1995.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 419
detalle era de 20 dólares en Estados Unidos. Los sueldos en la planta Mandarin promediaban 56
centavos la hora, nivel que supuestamente proporcionaba sólo el 18 % de la cantidad necesaria para
mantener una familia de cuatro pero que era congruente con el estándar de la industria para la región5 .
El Salvador es ahora una democracia constitucional6 . En 1992 el país por fin había terminado una
guerra civil de 12 años que había desgarrado a la nación con masacres y asesinatos de escuadrones de
la muerte y que había dejado 70,000 muertos. A pesar de una baja notable, la violencia en El Salvador
seguía siendo considerable, sobre todo asesinatos, asaltos y robos, incluidos crímenes contra mujeres
y niños. Cerca del 40 % de la población estaba viviendo por debajo del nivel de pobreza. A pesar de
los aumentos en el salario medio mensual, la inflación había causado una disminución en los salarios
reales. Esto a su vez había animado a los fabricantes de ropa extranjeros a establecer fábricas de ropa
ahí.
El gobierno mantenía seis “zonas de libre comercio” en las que se permitía a países extranjeros im-
portar y exportar bienes para ser ensamblados dentro del país sin pagar aranceles. Las compañías ex-
tranjeras que operaban dentro de las zonas de libre comercio se llamaban “maquiladoras‘ y a menudo
pagaban mejor que las compañías fuera de las zonas. Aunque la ley prohíbe a los patrones despedir
u hostigar a los empleados que tratan de formar un sindicato, las autoridades del gobierno a menudo
no hacen cumplir ese requisito. El Código del Trabajo también prohíbe hacer que menores de edad
entre los 14 y los 18 años trabajen más de 6 horas al día, y la semana laboral normal para los adultos
se estableció en 44 horas, a menos que se paguen tarifas de horas extras. Sin embargo, estas reglas
tampoco se respetan siempre.
Surgieron problemas en la planta Mandarin –que estaba ubicada en una de las zonas de libre
comercio– en febrero de 1995 cuando los trabajadores notificaron a la compañía su intención de for-
mar un sindicato, derecho protegido por el código de trabajo salvadoreño7 . El Ministerio del Trabajo
otorgó al sindicato categoría legal, el primer sindicato en ser reconocido en una zona de libre comercio
en El Salvador.
Se notificó a la compañía Mandarin de la situación legal del sindicato el 7 de febrero, y la com-
pañía respondió cerrando la planta el 8 de febrero. Los trabajadores pasaron ese día y esa noche
acampados frente a la fábrica. La mañana siguiente guardias de seguridad de la compañía atacaron
y golpearon a algunas de las trabajadoras8 . Se reunió una comisión de emergencia y la noche del 9
de febrero la compañía convino en abrir otra vez sus puertas, reconocer al sindicato y cumplir con el
Código de Trabajo de El Salvador. Sin embargo, unos cuantos días después Mandarin despidió a unos
150 miembros del sindicato y otros que los apoyaban9 .
A fines de marzo de 1995 gerentes de The Gap tuvieron conocimiento de afirmaciones en el
sentido de que la fábrica de Mandarin estaba resistiendo los esfuerzos del sindicato por organizarse,
lo cual era una violación de las normas de The Gap. Los sucesos en la planta estaban comenzando
a recibir publicidad en los medios, sobre todo ahora que había leyes pendientes en el Congreso de
Estados Unidos que afectarían las importaciones de esa área. Un ejecutivo de Gap, Stan Raggio,
acudió a El Salvador para investigar la situación10 .10 Mientras estaba ahí, Raggio entrevistó a varios
5 Carta de Charles Kernaghan, Director Ejecutivo, National Labor Committee Education Fund In Support of Worker
and Human Rights in Central America, 15 Union Square, Nueva York, NY 10003; fechada 18 de mayo de 1995.
6 La información de este párrafo y los siguientes se tomó de: U.S. Department of State’s Country Reports on Human
Rights Practices for 1994 (Washington: U.S. Government Printing Office), 1995.
7 Richard Rothstein, “USAID Teaching El Salvador How to Suppress Labor”, The Sacramento Bee (Edición Final), 8
de junio de 1995.
8 National Labor Committee, boletín de prensa, 28 de junio de 1995.
9 “Free Trade Zone Organizers Told ’Blood Will Flow”’,LaborLink, junio-agosto de 1995, núm. 4.
10 The Gap, boletín de prensa, informado en Business Wire Information Services, 28 de julio de 1995.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 420
trabajadores acerca de las condiciones en la fábrica. Al término de su visita él informó que no había
encontrado abusos de derechos humanos ni otras violaciones de las políticas de fuentes corporativas
de la compañía. No obstante, la compañía seguiría vigilando la situación en Mandarin. En abril The
Gap suspendió la colocación de nuevos pedidos en la planta Mandarin y anunció que no haría más
pedidos hasta que no determinara si las afirmaciones tenían o no fundamento11 .
El lunes 15 de mayo el sindicato de trabajadores convocó a una suspensión de labores como
protesta por los constantes despidos de miembros del sindicato. Se dijo que guardias de la compañía
habían atacado físicamente y golpeado a líderes sindicales cuando se pusieron de pie para anunciar el
paro de labores12 . Mandarin cerró otra vez la planta y despidió a todos los líderes sindicales. Una vez
más, se convocó a una comisión de emergencia y se volvió a llegar a un acuerdo con la compañía, la
cual reabrió sus puertas a la mañana siguiente. Sin embargo, la compañía se negó a recontratar a los
líderes sindicales el día siguiente. En mayo, Stanley P. Raggio de The Gap volvió a El Salvador para
investigar la situación, pero una vez más no pudo obtener testimonios claros de los trabajadores que
entrevistó en la planta en el que se estaban violando sus derechos sindicales.
Los sindicatos estadounidenses, como la International Ladies’ Garment Workers Union, habían
estado preocupados desde hace mucho por las condiciones en los talleres de explotación para con-
fección de ropa en el extranjero como la planta Mandarin, contra los que los fabricantes de ropa
estadounidenses tenían que competir. En tanto las condiciones de los trabajadores en las fábricas de
ropa de esos países no mejoraran, la situación apurada de los trabajadores de las fábricas de ropa es-
tadounidenses probablemente tampoco mejorarían, ya que las compañías estadounidenses no podían
costear mejoras en las condiciones si estaban compitiendo contra compañías extranjeras que propor-
cionaban a sus trabajadores lo menos posible. Por ello, los líderes sindicales se estaban interesando
cada vez más en mejorar las condiciones de los trabajadores fuera de Estados Unidos, con quienes los
trabajadores estadounidenses ahora estaban compitiendo.
El National Labor Relation Committee, una coalición de 25 sindicatos obreros, preparó planes
para lanzar una campaña nacional a principios del verano de 1995 protestando las duras condiciones
que enfrentaban los trabajadores en las plantas contratadas para producir ropa en el Caribe y América
Central. El sindicato decidió concentrar la atención en los intentos de los trabajadores por sindicalizar
la planta Mandarin, en los salarios de subsistencia preponderantes en el área, y en las condiciones de
explotación en la planta.
Durante el verano de 1995, el National Labor Committee hizo trámites para que dos jóvenes traba-
jadoras de la maquiladora –Judith Viera de 18 años de edad, una ex-empleada de Mandarin, y Claudia
Molina de 17 años, una ex-empleada de Orion Apparel, una maquiladora de propiedad coreana ubica-
da en Choloma, Honduras– pasaran 59 días recorriendo Estados Unidos y Canadá, visitando más de
20 ciudades para criticar a The Gap y otras compañías en conferencias de prensa y reuniones públicas
organizadas por el National Labor Committee. En las conferencias de prensa, las dos mujeres y repre-
sentantes del National Labor Committee acusaron a The Gap de “encubrir” la situación en Mandarin,
y describieron con detalle largas horas de trabajo por 56 centavos la hora; violencia contra quienes
apoyaban los sindicatos, acoso sexual de los supervisores, falta de agua potable limpia, prohibición
de visitar los sanitarios, y castigos que consistían en barrer los terrenos de la fábrica bajo el ardiente
sol. La publicidad concentró mucho la atención en The Gap y su proveedor en El Salvador. Amplios
reportajes basados en entrevistas con las dos empleadas aparecieron en todos los diarios importantes
11 Joyce Barrett, “Caribbean Rights Group Heading for Gap Offices”, Women‘s Wear Daily, 2 de agosto de 1995.
12 Ibíd.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 421
de Estados Unidos13 . El National Labor Relations Committee pidió a los consumidores boicotear a
The Gap y telefonear o escribir a ejecutivos de The Gap para hacerles saber su descontento acerca de
las condiciones en la fábrica de su proveedor. Funcionarios sindicales exigieron a The Gap iniciar una
investigación conjunta, con el National Labor Relations Committee, de la situación en Mandarin, que
presionara a Mandarin para que recontratara a los trabajadores sindicalizados que había despedido, y
se comprometiera a un monitoreo independiente, por terceros, del cumplin-dento del contratista con
el código de conducta de The Gap. El sindicato anunció planes de iniciar una “gama más amplia de
acciones coordinadas en tiendas GAP de todo Estados Unidos y Canadá, entregando folletos a con-
sumidores, etc.”, comenzando el día después del Día de Acción de Gracias, cuando se inicia la crucial
temporada de compras navideflas14 .
La semana del 27 de agosto, Stanley Raggio visitó una vez más El Salvador y se reunió con
funcionarios de los gobiernos de Estados Unidos y El Salvador, y con varios trabajadores y ex tra-
bajadores de la fábrica, en un intento por evaluar objetivamente las condiciones en la fábrica. En
una declaración pública emitida después de la visita, la compañía dijo que “A pesar de este intenso
esfuerzo, nuestra investigación no ha descubierto pruebas sustanciales que apoyen las acusaciones
o indiquen que ha habido violaciones graves de nuestras normas de subcontratación. Con base en
nuestra investigación, hemos determinado con confianza que la fábrica Mandarin trata bien a sus
trabajadores y cumple con nuestras normas de equidad y decencia”15 . El National Labor Relations
Committee respondió con boletines de prensa diciendo que varias “organizaciones de derechos hu-
manos” habían verificado sus acusaciones y que los trabajadores no habían hablado con la gente de
The Gap, por miedo a represalias.
La noche del miércoles 2 de agosto, Stanley Raggio se reunió con Charles Kernaghan, director
ejecutivo del National Labor Conimittee para comentar las acusaciones contra la planta que el comité
estaba haciendo en su campaña del verano. Antes ese mismo día el NLC había organizado una man-
ifestación en el centro de distribución de The Gap en San Francisco. Ambas partes sintieron que las
pláticas fueron productivas, pero no hubo cambios inmediatos16 .
Dos meses después, Bob Herbert, escritor del New York Times visitó El Salvador para investigar
la situación de primera mano. El 9 de octubre y el 13 de octubre el New York Times publicó artículos
escritos por él que criticaban duramente a The Gap por seguir afirmando que no había pruebas para
corroborar las acusaciones del National Labor Committee17 . Herbert aseguró haber entrevistado a
más de 30 mujeres en El Salvador que habían sido despedidas por pertenecer al sindicato. Él había
entrevistado al presidente de la planta de Mandarin quien confirmó que las mujeres habían trabajado
en la planta pero “se habían ido” a fines de junio. Entrevistas con grupos eclesiásticos locales y con la
Oficina del Gobierno para la Defensa de los Derechos Humanos, dijo él, habían confirmado también
13 Artículos aparecidos en: New York Times (21, 24 de julio), Washington Post (24 de julio), Los Angeles Times (julio,
fecha desconocida), Miami Herald (1o. de julio), Toronto Star (16 de agosto), Toronto Globe and Mail (16 de agosto),
Twin Cities’ Star Tribune (7 de julio), Hartford Journal (12 de julio), Toledo Blade (31 de julio), San Francisco Examiner
(2 de agosto), San Francisco Chronicle (1o. de agosto), Sacramento Bee (8 de junio, lo. de agosto), New York Newsday
(27 de junio), New York Daily News, Women’s Wear Daily (2, 4, 9, 11 de agosto), y en docenas de diarios metropolitanos
importantes más de todo Estados Unidos.
14 Carta intitulada “Outline/Proposal, The GAP Campaign, A Strategy to Win” del National Labor Cominittee Education
Fund in Support of Worker and Human Rights in Central America, 15 Union Square, Nueva York, NY 10003, fechada 18
de octubre de 1995.
15 Carta de Dotti Hatcher, Directora, Sourcing & Trade Compliance, The Gap, fechada 11 de septiembre de 1995.
16 “Gap Meets Rights Group on Salvador”, Womens Wear Daily, 4 de agosto de 1995.
17 Bob Herbert, “Not a Living Wage” (Op-Ed), New York Times, 9 de octubre de 1995, e “In Deep Denial” (Op-Ed),
Preguntas
1. ¿Qué curso de acción recomendaría a Stanley Reggio? ¿The Gap debe ceder ante la exigencia
del sindicato de “realizar una investigación conjunta, con el National Labor Relations Commit-
tee, de la situación en Mandarin, presionar a Mandarin para que recontrate a los trabajadores
sindicalizados que despidió, y comprometerse a un monitoreo independiente, por terceros, del
cumplimiento del maquilador con el código de conducta de The Gap”?
2. ¿Compañías como The Gap deben tratar de obligar a sus proveedores a pagar más que el están-
dar local de la industria cuando esto es insuficiente para vivir? ¿Deben ellas pagar salarios en el
Tercer Mundo que sean equivalentes a los salarios estadounidenses? ¿Deben proporcionar los
mismos niveles de prestaciones médicas que se proporcionan en Estados Unidos? ¿Los mismos
niveles de seguridad en el lugar de trabajo?
3. ¿Una compañía como The Gap es moralmente responsable por la forma en que sus proveedores
de maquila tratan a sus trabajadores? Explique su respuesta.
Unidos. Puesto que estas personas son alcohólicas, están relativamente desesperadas por conseguir
dinero. Dado que las pruebas de fase 1 pueden durar varios meses, los sujetos de prueba pueden ganar
hasta 4,500 dólares, una suma enorme para personas que difícilmente podrían encontrar empleo y que
sobreviven de limosnas. Entrevistas con varios hombres sin hogar que han participado en pruebas de
fármacos de Lilly y que se describen a sí mismos como alcohólicos que beben diariamente, sugieren
que en general están encantados de participar en un arreglo que les proporciona “dinero fácil”. Cuando
se le preguntó qué tipo de medicamento se estaba probando en él, un bebedor sin hogar contratado
para participar en un estudio de fase I dijo no tener idea, a pesar de haber firmado un contrato de
consentimiento explícito. Una ventaja para Lilly es que es poco probable que este tipo de sujeto de
prueba presente una demanda en caso de sufrir lesiones severas por causa del fármaco. Además, las
pruebas que se realizan con los hombres sin hogar proporcionan beneficios enormes a la sociedad. De
hecho, se ha sugerido que, en vista de la dificultad para conseguir sujetos de prueba, algunas pruebas
podrían retrasarse o incluso nunca llevarse a cabo, si no fuera por la numerosa reserva de hombres sin
hogar dispuestos a, e incluso ansiosos por, participar en las pruebas.
La Federal Drug Administration exige que las personas que convienen en participar en pruebas
de fase 1 den su “consentimiento explícito” y deben tomar una “decisión verdaderamente voluntaria
y sin coacción alguna”. Algunas personas han puesto en duda si las circunstancias desesperadas de
los hombres alcohólicos y sin hogar les permiten tomar una decisión verdaderamente voluntaria y sin
coacción, cuando aceptan tomar un fármaco no probado, potencialmente peligroso, por 85 dólares
al día. Algunos doctores aseguran que los alcohólicos corren un riesgo mayor porque podrían estar
padeciendo enfermedades que no se pueden detectar con un análisis de sangre estándar, y que las
hacen vulnerables a sufrir daños graves si toman ciertos fármacos. Un antiguo sujeto de prueba indicó
en una entrevista que el fármaco que le habían dado en una prueba varios años antes había hecho que
se le parara el corazón y “tuvieron que poner cosas en mi pecho para hacer que mi corazón volviera a
funcionar”. Lo mismo le sucedió a otro sujeto en la misma prueba. Otro sujeto indicó que el fármaco
que le dieron le había dejado inconsciente durante dos días, mientras que otros dijeron haber sufrido
terribles dolores de cabeza.
En los primeros años, las compañías farmacéuticas utilizaban prisioneros para probar fármacos en
estudios de fase I. Sin embargo, durante los años setenta esas compañías dejaron de usar prisioneros
cuando los críticos se quejaron de que su pobreza y la promesa de adelantar la libertad bajo palabra
en realidad estaban coaccionando a los prisioneros para ofrecerse como “voluntarios”. Cuando Lilly
comenzó a recurrir a indigentes durante los años ochenta, un médico de la compañía supuestamente
dijo: “Todo el tiempo hablábamos acerca de si estábamos explotando a los indigentes o no. Pero había
muchísimos que estaban dispuestos a quedarse en un hospital durante cuatro semanas”. Es más, añade
el médico, “Proporcionarles una cómoda cama y buena atención médica, y luego dejarlos ir libres de
fármacos y de alcohol era una acción positiva”.
Un alcohólico sin hogar indicó en una entrevista que cuando la prueba en que estaba participando
terminara, él rentaría un cuarto de motel barato donde “me conseguiré una caja de [cerveza] Miller
y una ‘acompañante’ para acostarme con ella. La chica me costará unos 200 dólares la hora”. Él
estimaba que tardaría unas dos semanas en gastarse los 4,650 dólares que Lilly le pagaría por sus
servicios. El gerente de otro motel barato dijo que cuando los sujetos de prueba terminaban su labor
en Lilly, generalmente llegaban a su motel con unos 2,500 dólares en efectivo: “Los conejillos de
Indias van a la cantina de al lado, se emborrachan e invitan un trago a todo mundo. De lo que se trata
es de estar de fiesta durante un par de semanas y luego regresar a Lilly para la siguiente prueba”.
CAPÍTULO 8. EL INDIVIDUO EN LA ORGANIZACIÓN 424
Preguntas
1. Comente este caso desde las perspectivas del utilitarismo, los derechos, la justicia y el cuidado.
¿Qué luz arroja la teoría de las virtudes sobre la ética de los acontecimientos que se describen
en este caso?
2. “En una sociedad de libre empresa debe permitirse a todos los adultos que tomen sus propias
decisiones acerca de cómo quieren ganarse la vida”. Comente esta afirmación a la luz del caso
de Lilly.
3. En su opinión, ¿la política de usar a alcohólicos indigentes como sujetos de prueba es moral-
mente correcta? Explique las razones de su juicio. ¿Qué implica su juicio acerca de la legitimi-
dad moral de un mercado libre en lo tocante a la mano de obra?