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GEORGES LAPA88ADE

SERIE RENOVACIÓN PEDAGÓGICA


Grupos, organizaciones e
instituciones
por

GEORGES LAPASSADE

Latransiormaclóndeiaiiürocracia

^5 editorial
Título del original francés:
Groupes, organisationes institutions
© Bordas, París, 1974

Diseño de cubierta: Marc Valls

Tercera edición, enero de 1999, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© ¿7y Editorial Gedisa,S.A.


Muntaner, 460, entlo., 1.'
Tel.201 60 00
08006 - Barcelona, España
e-mail: gedisa@gedisa.com
http.V/www.gedisa.com

ISBN: 84-74324)09-7
Depósito legal: B-4.179/1999

Impreso en Romanyá Valls


Verdaguer, 1. 08786 Capellades (Barcelona)

Impreso en España
Printed in Spain

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier me-


dio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en
castellano o cualquier otro idioma.
ÍNDICE

Prefacio a la tercera edición francesa 9


Prólogo de Juliette Favez-Boutonier 11
Prefacio a la segunda edición francesa . . . . 15
Introducción 39

Capítulo I- — Las fases A, B y C 43


Capítulo 11. — Los grupos: Investigación — For-
mación — Intervención . . . 69
Capítulo III. — Las organizaciones y el problema de
la burocracia 107
Capítulo IV. — Las instituciones y la práctica insti-
tucional 213
Capítulo V. — Dialéctica de los grupos, de las or-
ganizaciones y de las instituciones . 249

Apéndice
Uxico 289
Bibliografía 325
PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN EN FRANCES

Hacia 1963-1964, en momentos en que escribía este libro,


habíamos desarrollado en torno del movimiento de grupos una
ideología que luego hubo de hallar algún eco en el movi-
miento de mayo de 1968; de modo especial, la ideología de la
«liberación de la palabra». Pero hoy se trata antes bien, dentro
del nuevo movimiento de grupos, de incluir en el programa la
«liberación del cuerpo».
Esta nueva orientación es, en conjunto, antipalabrista, an-
tianalítica. Su horizonte político resulta bastante oscuro. Pero
es dable ver los vínculos del nuevo movimiento de grupos con
los movimientos de liberación sexual e igualmente con prácticas
terapéuticas mucho más antiguas, como las del trance...
La ideología microsociológica y micropolítica de la década
del sesenta y del número de Arguments de 1962 sobre la
psicosociología en sus relaciones con la política se ha vuelto
iflactual, y yo no asumo ya las tesis micropolíticas desarrolladas
en el presente libro. Pienso, por el contrario, que el nuevo
movimiento de grupos de bioenergía, gestait, encuentro y ex-
presión podría tener, dentro de un término más o menos largo,
un efecto liberador análogo a los efectos de la dinámica de
grupo de hace diez años.
Hoy me hallo asimismo muy lejos del análisis institucional
tal cual lo definía diez años atrás. La tarea consiste en des-
construir y reconstruir el concepto de institución.
Tan necesaria reconstrucción la exigen también los trabajos
desarrollados dentro del movimiento de la psicoterapia insti-
tucional que ejercían influencia sobre nuestras primeras inves-
tigaciones institucionales. Así, recientemente, F. Tosquelles
declara (en Connexions n." 7) que no se debe confundir ins-
titución y establecimiento, es decir, la escuela o el hospital...
Estas observaciones permiten despejar por el momento una
ambigüedad: ya no se definirá el análisis institucional en
situación de intervención por la referencia a establecimientos
«clientes»; no se trata de analizar esas instituciones. En una
palabra, tengo que retomar el problema por la base.'
El análisis institucional ha entrado en un período de crisis,
y debemos buscar nuevas formas de intervención.
La primera parte del libro, que trata de las fases A, B y C,
está directamente inspirada en trabajos de Serge Mallet, en su
libro sobre la nueva clase obrera, en nuestras charlas y nuestra
amistad. Serge Mallet murió en un accidente automovilístico
en julio de 1973. Siempre, hasta el día de su muerte, se preo-
cupó por los problemas que aquejaban al movimiento obrero
en Fos; al mismo tiempo militaba en el movimiento occitano.
Dedico esta nueva edición a su memoria.

Georges Lapassade

París, 15 de mayo de 1974.

1. Es lo que haré en mi próximo libro. Le désir et Vinstitution.

10
PROLOGO

El estudio de pequeños grupos ha generado entre especia-


listas de las ciencias humanas la gran esperanza de llegar a
descubrir leyes comunes y profundas que rigen tanto al indi-
viduo como a la sociedad. De este modo finalizaría un dilema
del que la psicología y la sociología de comienzos de siglo sólo
podían salir merced a una elección arbitraria, ya que resultaba
tan imposible comprender al hombre sin el medio social que
le es indispensable como a la sociedad sin los seres humanos
que la constituyen.
Ahora bien, en el nivel del pequeño grupo las relaciones
interprofesionales aparecen vinculadas a las conductas de los
individuos y a interreacciones que el observador puede adver-
tir con precisión. Y cuando el pequeño grupo es experimental
o casi experimental y está dirigido de acuerdo con diversos
modos de ejercicio de la autoridad o se encuentra artificial-
mente liberado de toda tarea común distinta de la de «estar
juntos», se hace presente, en efecto, que aquello que sucede
no es una cosa cualquiera, puesto que todos toman conciencia
de la presencia de los demás dentro de un clima en el que se
capta en vivo el estrecho lazo de cada existencia con la del
prójimo. La experiencia del grupo otorga así un sentido nuevo
al «Conócete a ti mismo», que sigue siendo la última palabra
de toda sabiduría y de toda cura psicológica, pero que también
proporciona la prueba de que ese conocimiento para ser cabal,
debe tomar en cuenta lo que otros nos revelan acerca de noso-

11
tros mismos, tanto por el papel que nos asignan como por el
que asumimos.
La experiencia así adquirida, por indiscutible que sea, plan-
tea muchos problemas. La utilización que, aquellos a quienes
tenemos la costumbre de llamar psicosociólogos, hacen de los
efectos de la experiencia del grupo para diagnosticar las ten-
siones que existen entre los miembros de ciertos pequeños
grupos naturales y para atenuarlas mediante la facilitación de !a
toma de conciencia por los individuos del origen de esas ten-
siones, ha llevado a pensar que, más allá de las aplicaciones
psicológicas o psicoterápicas de tales técnicas, hay posibles
consecuencias sociológicas. Si el conocimiento de las leyes que
rigen la vida de los pequeños grupos le permite al psicosoció-
logo establecer en el equipo y la empresa un clima de coope-
ración y buen entendimiento, reemplazando los conflictos de
autoridad o de avidez, ¿por qué no se habrían de utilizar los
mismos métodos para poner fin a la lucha de clases y hasta
a la guerra? Este optimismo tal vez ingenuo, pero que podría
parecer cuando menos simpático, ha sido criticado por razones
más políticas que científicas, hasta el extremo de que la extra-
polación de las leyes de la vida de los pequeños grupos a las
sociedades humanas en su conjunto no sólo se ha visto injus-
tificada, sino además acusada de tapar los designios inconfesos
de un política conservadora; peor aún, la sospecha de tal ma-
nera arrojada sobre el método se ha extendido hasta las expe-
riencias limitadas a los pequeños grupos. Los psicosociólogos
aparecen, así, como agentes de una sociedad que, para defender
instituciones caducas, organiza insidiosos y falaces artificios
destinados a convertir en sumisos a quienes se hallaban dis-
puestos a sublevarse. En alguna medida, un opio psicológico
que nada tiene que ver con la realidad social, a la que, an-
tes que revelar, oculta.
Indiferente a esas posiciones extremas había, no obstante
—y la hay aún—, una psicología social carente de toda razón
para renegar de los hechos hoy demasiado conocidos por mu-
chas experiencias para que se los considere como «artefactos»
sin valor. Acaso haya que extraer ante todo una primera lec-
ción de esas polémicas y preguntarse si en el seno de una

12
sociedad, sea la que fuere, se puede crear un grupo siquiera
efímero, poseedor de una nueva-estructura, sin ver aparecer
en él, o alrededor de él, fenómenos que muestren que a ese
grupo no se le puede aislar del medio social íntegro y sobre
todo de las instituciones a las que pertenecen los individuos
que le componen. Sin dejar, pues, de reconocer el valor de
las leyes descubiertas por la dinámica de grupos, hemos de ob-
servar que la confianza de los jefes de una institución en la
que se ha formado un «grupo experimental» resulta necesaria
para que el grupo pueda continuar su experiencia. Y si la
evolución de éste inquieta a las autoridades responsables o
pone en tela de juicio algunos aspectos de la institución, es el
conjunto de la institución quien va a verse reaccionar a la exis-
tencia del grupo. Desde luego, es normal y deseable que las
instituciones evolucionen. Pero entre la evolución y la revolu-
ción la confusión es fácil, sobre todo si, como nos lo enseña
la psicología, la resistencia al cambio es propia no sólo de los
individuos, sino también de los grupos, y suscita reacciones de
defensa que suelen ser extremadamente vivas. De este modo
la psicosociología, acusada por algunos de defender a una
sociedad conservadora, puede ser considerada por otros como
encubridora de peligrosos fermentos revolucionarios y artera
socavadora de la autoridad reconocida, de costumbres y tra-
diciones. Habrá quienes se sientan tentados de sacar la con-
clusión de que hay, más que una psicosociología, psicosoció-
logos con sus opciones teóricas y políticas personales. Pienso
que para darse cuenta de su error ha de bastarles leer este
libro de Georges Lapassade. Cierto es, en efecto, que, si el
autor toma a menudo posición, los hechos objetivos de que
informa, tanto en el campo de la historia de las ideas como
en el plano de la experiencia concreta, no admiten ser trata-
dos como si fueran puntos de vista subjetivos. Y porque he
asistido a la evolución de su pensamiento sé cuan respetuoso
es Georges Lapassade, de la objetividad de la información,
aun cuando aporta a la investigación una pasión que trae con-
sigo, ora el entusiasmo, ora, de ««cuerdo con los mecanismos
que recordábamos hace unos instantes, la protesta. Nadie olvida
de qué modo las discusiones que provoca, sin parecer buscarlas,

13
se mantienen vivas y enriquecedoras a causa de su vasta cultura
y de la honestidad con que se empeña en ellas sin la menor
reserva. No ha procurado tener alumnos, pero ha hecho es-
cuela. El hallazgo de este filósofo comprometido íntegramente
en una activa investigación ha signado espíritus y suscitado
vocaciones cuyos efectos a largo plazo me es dado comprobar,
especialmente entre aquellos que exploran, tras él, los difíciles
caminos de la «pedagogía institucional». Por eso este libro no
necesita, ante un público realmente numeroso, otro introductor
que Lapassade mismo.
Con todo, se me ha proporcionado la ocasión de testimo-
niar al autor de la presente obra mi estimación por su trabajo
y de destacar el interés que presentan sus investigaciones sobre
la autogestión educativa, en particular para la psicología y la
pedagogía. Yo no podría olvidar que su pensamiento se desa-
rrolla con una profunda continuidad, puesto que los temas
encarados en su tesis relativa a la entrada en la vida se en-
cuentran en este libro juntamente con esa crítica de las ilu-
siones de la «adultidad» que no aceptamos, quizá, sin reservas,
pero que nos parece justificar nuestra certidumbre de que en
un mundo difícil y nunca acabado Georges Lapassade nos
reserva otros descubrimientos y no nos dite, hoy, su última
palabra.

Juliette Favez-Boutonier

14
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN FRANCESA

Este libro que trata de los grupos, las organizaciones y las


instituciones ha nacido de preocupaciones vinculadas, esencial-
mente, a mi experiencia en materia de psicosociología. Se trata
de un trabajo que me había conducido a comprobar y demos-
trar, mediante experiencias instituidas, que el origen y el sen-
tido de lo que ocurre en los grupos humanos no es cosa que
se deba buscar tan sólo en aquello que aparece en el nivel
visible de lo que se ha dado en llamar dinámica de grupo.
Así hayan sido creados para la formación de los hombres o para
la experimentación e investigación de las «leyes», hay una
dimensión oculta, no analizada y, sin embargo, determinante:
la dimensión institucional. Propuse entonces (1963) denominar
análisis institucional al procedimiento que apunta sacar a luz
ese nivel oculto de la vida de los grupos, así como su funcio-
namiento.
El presente trabajo, elaborado a partir de una experiencia
pedogógica y psicosociólogica, me había llevado, pues, a con-
clusiones bastante aproximadas a las tesis desarrolladas por la
corriente de la psicoterapia institucional. De ésta se ha retenido
el hecho de que los psicoterapeutas institucionalistas han mos-
trado que la terapia de grupo practicada en colectividad de
hospital carece de efectos decisivos si no se toma en cuenta
la dimensión institucional de esa colectividad. Para tomarle en
cuenta, preciso es trabajar la institución misma; hay que cuidar
esmeradamente la institución. Es esta una advertencia dema-
siado breve para decir con algún rigor qué son hoy por hoy los

15
aportes decisivos de tales escuelas. Pero éstos nos bastan para
indicar de qué manera investigadores y expertos se han visto
llevados en el curso de estos últimos años a establecer difini-
tivamente que un «grupo» —y por «grupo» entiendo también
una «organización social»— se halla siempre sobredeterminado
por instituciones. Si se desea analizar lo que ocurre en un
grupo, ya sea éste «natural» o «artificial», pedagógico o expe-
rimental, hay que «dmitir como hipótesis previa que el sentido
de lo que ocurre aquí y ahora en este grupo tiene estrecha
relación con el conjunto del tejido institucional de nuestra
sociedad.
Existe, luego, una relación de interdependencia entre los
conceptos de grupo, organización e institución, así como entre
'.os niveles de la realidad social que estos conceptos querrían
circunscribir.
Desde un punto de vista tópico, las nociones de grupo,
organización e institución, que en el lenguaje corriente permi-
ten designar a tres niveles del sistema social, pueden también
servir para determinar tres niveles del análisis institucional
(o socióanálisis institucional).
El primer nivel es el del grupo. Definiremos, pues, el nivel
de «la base» y de la vida diaria. La unidad básica es el taller,
la oficina, el aula. En este nivel se sitúa la práctica socioana-
lítica del análisis y de la intervención. En este nivel del sistema
social ya hay institución: horarios, cadencias, normas de tra-
bajo, sistemas de control, estatutos y funciones cuya finalidad
consiste en mantener el orden y organizar el aprendizaje y la
producción. En el taller, las normas del trabajo expresan di-
rectamente, como dice Marx, el gobierno del capital dentro
de la empresa.
Lo que ocurre en esas unidades básicas, en esos grupos
reales —^y también en los grupos artificiales reunidos en semi-
narios de formación—, no tiene que ver, por tanto, con el mero
análisis psicosociológico, si por este término se entiende la
tentativa de reducir el sistema social a la suma de las interac-
ciones que en éste se producen. Por el contrario, hay que decir,
con Kurt Le win, que el análisis del campo de grupo implica
el análisis del campo social en su conjunto, o sea, que el

16
análisis de grupo sólo es cierto si se basa en el análisis insti-
tucional. En la base de la sociedad las relaciones humanas se
rigen por instituciones: bajo la superficie de las «relaciones
humanas» (e inhumanas) están las relaciones de producción,
de dominación, de explotación...
Todo el sistema institucional está ya allí, entre nosotros,
aquí y ahora. Se halla en la disposición material de sitios y
herramientas de trabajo, en horarios, programas, sistemas de
autoridad. En el taller y el aula está presente, aunque disimu-
lado, el poder del Estado. Y en ese mismo nivel básico hay
que situar a la familia, a la institución de la afectividad y la
sexualidad, a la organización exogámica de los sexos, a la pri-
mera división del trabajo, a la primera forma de la relación
entre las edades, entre las generaciones. El grupo familiar cons-
tituye el cimiento más firme del orden social establecido, el
punto donde se efectúa, como lo muestra Freud, la interiori-
zación de la represión, que prosigue en la escuela. Esa es la
base del sistema.
El segundo nivel es el de la organización. Es el nivel de
la fábrica en su totalidad, de la universidad, del estableci-
miento administrativo. En el nivel de la organización, grupo
de grupos regidos asimismo por nuevas formas, se lleva a cabo
la mediación entre la base (la «sociedad civil») y el Estado.
Para nosotros se trata de un segundo nivel institucional: nivel
de los aparatos, de las retransmisiones, del envío de órdenes;
nivel de la organización burocrática. En este caso vemos cómo
las instituciones ya adquieren formas jurídicas. Tal es, por
ejemplo, el nivel de la propiedad privada de los medios de
producción.
El tercer nivel es el de la institución, siempre que al tér-
mino se le reserve su significación habitual, que restringe su
empleo al nivel jurídico y político. Pero la sociología clásica,
sobre todo de Durkheim aquí ya ha desbordado su significación
restringida. Tanto para Durkheim como para los sociólogos
que le sucedieron, las instituciones definen todo aquello que
está establecido, es decir, en otro lenguaje, el conjunto de lo
instituido. El tercer nivel es, en realidad, el del Estado, que
hace la Ley, que da a las instituciones fuerza de ley. De donde

17
se infiere que en esta sociedad que todavía es la nuestra, lo
instituyeme se halla del lado del Estado, en la cumbre del
sistema.
En cambio, la «base» del sistema está instituida por la
cumbre, excepto en período de crisis revolucionaria. Cuando
se levanta la represión de la cumbre sobre la base, lo institu-
yente se revela en las unidades básicas. El habla social queda
liberada. Se vuelve posible la creatividad colectiva. Por doquier
se inventan nuevas instituciones, que ya no son, o que no
llegan a serlo todavía, instituciones dominantes, signadas por
la dominancia del Estado. Tal es el esquema a la vez anatómico
y dinámico del sistema aquí descrito con los términos de «gru-
pos, organizaciones e instituciones». Es un esquema general
que se debe poder aplicar al análisis de todo sistema, a una
empresa, una iglesia, un banco, un hospital, una escuela. Daré
un único ejemplo —el de la escuela— con el sólo fin de
ilustrar todo aquello que ha podido parecer un tanto abstracto
en su generalidad.

La práctica pedagógica se establece en tres niveles. E!


primero de éstos es el de la unidad pedagógica de base. Es
el nivel escolar de «la clase», de la práctica docente. En la
pedagogía tradicional domina el curso, la enseñanza magistral.
Las reformas introducen trabajos dirigidos, ejercicios prácticos,
seminarios, sobre todo en la enseñanza superior. Pero dentro
de estas nuevas disposiciones la relación entre educadores y
educandos conserva su estructura de poder, basada en la disi-
metría que opone «el saber» al «no saber». Convengamos en
decir, provisionalmente, que es el nivel del «gr«po-maestros-
alumnos». De un modo general, así se lo capta, y no se ve
que en este grupo está aquello que ha sido instituido. No se
ve que la institución determina radicalmente la relación maes-
tro-alumno, la relación de formación en su vivencia misma.
El segundo nivel es el del establecimiento: la escuela, el
liceo, la facultad universitaria. En el presente libro he denomi-
nado a este sistema de las instituciones externas.

18
Al establecimiento se le suele llamar «institución». (La
ley de orientación define «Instituciones Universitarias», que
son, precisamente, las universidades, deslindadas en Unidades
de Enseñanza y de Investigación. El término «institución» ha
designado a veces, asimismo, establecimientos de enseñanza.)
Este nivel es, ante todo, el de la organización. La estructura
de la administración universitaria es, por tradición, autoritaria,
bien porque la autoridad emana de una elección (los decanos
de las facultades), bien porque resulta de una designación (el
director de liceo). Los educandos no participan (siempre dentro
de la fórmula tradicional) en el poder administrativo; antes de
mayo del 68, las decisiones del decano sólo eran controladas
en las facultades por sus iguales, e„:j es, los profesores titu-
lares de cátedras (en el Consejo de Facultad) y los maestros
de conferencias (en la Asamblea de Facultad). Aun restringido,
ese control de la decisión se hallaba además limitado por el
hecho de que el decano estaba y está en relación directa con
el poder central, al que representa dentro de la facultad, y
por ser juez único de la gestión diaria del Establecimiento. Por
último, no corresponde a las instituciones modificar por sí
mismas sus estructuras; la reforma sólo puede provenir del
Estado. Se ha visto ya, con la promulgación de la «Ley de
Orientación», que decreta desde arriba la supuesta autonomía
de las universidades.
El Estado —tercer nivel— define las normas generales de
la universidad (los concursos, las líneas generales de los pro-
gramas, las nóminas de aptitud para la enseñanza superior).
Pero está ya directamente presente en el segundo nivel (aun-
que no pueda nombrar a su representante, el decano), y está
también en el primer nivel, puesto que los profesores contro-
lan la adquisición de los conocimientos. Es visible que los
docentes, como entregan los diplomas, son los representantes
de la autoridad estatal en la unidad pedagógica básica.
Esta descripción sólo es institucional en un nivel directa-
mente señalable: el del poder, de la organización, de los con-
troles. Pero tales criterios no agotan en modo alguno la lista
de las normas a las que debemos reconocer un carácter insti-
tucional, y éstas son las que definen, en el nivel del «grupo-

19
clase», los procedimientos de la enseñanza, su ritual, su ins-
talación dentro del espacio pedagógico, la fijación de los
horarios, las relaciones de formación en su extrema comple-
jidad, la total ignorancia del estudiante anónimo en los anfi-
teatros, hasta las relaciones personales y las direcciones de
trabajos, la institución de los contenidos como si se tratara
de «aquello que se debe retener para el día del examen», la
especificidad de la relación pedagógica, el examen...

*
* *

En el camino del análisis institucional encontramos, nece


sanamente, el Estado clasista y, por esta mediación, la estruc-
tura de clase de una determinada formación social. Así, a
partir de un grupo sometido al análisis deberíamos hallar, de
llevar el análisis todo lo lejos que podamos, el sistema de las
clases sociales y sus relaciones. Allí es donde nos conducía
hace un instante el ejemplo del sistema universitario. Hoy se
reconoce que la institución universitaria es una institución cla-
sista. Pero por ello se entiende, y hay quienes se limitan a
este punto del análisis, la segregación social efectuada por la
escuela, por el sistema de los exámenes y los concursos, por
el lenguaje, por todo aquello que, a partir de la desigualdad
cultural, explica la desigualdad real, disimulada por una desi-
gualdad formal, de los niños y los estudiantes situados ante el
sistema de enseñanza. Así es como se ha establecido que la
universidad es, en efecto, una institución clasista y no una
institución neutral del Saber, abierta a todos, protegida de los
conflictos de clases, como parece estarlo la Ciencia.
Este análisis no es falso, pero sí incompleto. Además hay
que mostrar que el sistema jerárquico de la universidad, tal
como se reproduce bajo el inmediato control del Estado, se
halla directamente ligado a la función de dominación que se
le atribuye al Saber dentro de la división del trabajo. La es-
cuela acostusmbra a los hombres a creer que el presunto
«saber» otorga un poder de dominación y explotación. El sis-
tema "burocrático —y esto no es nuevo— encuentra uno de

20
sus fundamentos esenciales en los misterios del conocimiento.
Marx definía el examen como el bautismo burocrático del
Saber. Y claro está que la posesión del Saber es el producto
de una iniciación que nos ubica del lado de quienes dominan
una sociedad, o que al menos nos f>one a su servicio. En
resumen, la universidad es una institución clasista precisamente
en la medida en que tiene la función de conservar las jerar-
quías en nuestra sociedad. Hecha para reproducir los sistemas
de dominación, ella misma es una institución dominante.
Ahora bien, el Estado clasista no se podría mantener si el
conjunto de las instituciones se derrumbara, como sucede en
toda crisis revolucionaria. Antes de mostrarlo, tenemos aún
que destacar un aspecto de la teoría de las instituciones.
Espontáneamente se sitúa al sistema de las instituciones
en un nivel de la estructura social. De este modo, toda socio-
logía tiende en nuestros días a distinguir la infraestructura y
la superestructura (en lenguaje marxista), o la base morfológica
y los sistemas institucionales (en el lenguaje de la sociología
surgida de Durkheim). Dentro de esta descripción se pondría
a las instituciones en el nivel de la «superestructura». Pero
es olvidar, por ejemplo, que las relaciones de producción se
hallan instituidas.
Y sobre todo, si volvemos una vez más al ejemplo del sis-
tema universitario, rápidamente vemos que a esta institución
sólo se la puede comprender como un sitio en el que se cruzan
la instancia económica (la universidad posee una función eco-
nómica vinculada a la plaza dentro de la producción), la ins-
tancia política (ya hemos visto su relación con el Estado) y la
instancia ideológica (hoy se sabe de qué manera la universidad
produce y difunde permanentemente ideología, afirmando, casi
siempre, que ésta es la Ciencia). Se puede generalizar el ejem-
plo de la universidad y decir que una institución no es un
nivel o una instancia de un modo de producción o de una
formación social. La institución no es, para emplear el lenguaje
marxista, una superestructura. Lo que se encuentra en la su-
perestructura de un sistema no es más que el aspecto institu-
cionalizado de la institución. Es la ley, el código, la regla
escrita. Es la constitución. Se admitirá que el sistema de las

21
instituciones políticas, del juego político, de los partidos, no
se limita a su aspecto institucionalizado, registrado en leyes
escritas. También está aquello que ha sido instituido, que no
es visible de un modo inmediato y que forma parte de la
institución. Esto nos conduce a plantear como principio que
la institución no es un nivel o una instancia de la formación
social, sino un producto del cruce de los niveles o las instan-
cias. Y este producto está sobredeterminado por el conjunto
del sistema a través de la mediación del Estado.

*
* *

El Estado se forma en el origen de las grandes civilizacio-


nes, no bien la producción se organiza en gran escala. Al mis-
mo tiempo aparece en ¡os sistemas del «despotismo oriental»
la primera clase dominante. Después, una civilización se libera
del Estado oriental: en la aurora griega de las sociedades occi-
dentales, el Estado y la clase dominante dejan de coincidir en
un todo. La nueva clase dominante fundamenta ahora su do-
minación en la propiedad privada, y el Estado pasa a ser su
«instrumento». En el curso de la historia occidental —una
historia específica, que rompió su nexo original con el «modo
de producción asiático»— las clases dominantes cambian al
mismo tiempo que los Estados. Pero la postura de la clase
dominante es siempre el control del aparato estatal.
Esto es particularmente claro en el paso de la sociedad
feudal a la sociedad burguesa. El Estado se establece entonces
en el compromiso de la lucha de clases, hasta el momento en
que se convierte, con el advenimiento de la Revolución Fran-
cesa, en lo que todavía hoy es para nosotros: el Estado bur-
gués. Marx primeramente y luego Lenin han mostrado este
nacimiento y esta función del Estado, lugar de descifre del
modo de producción. Para el movimiento revolucionario, esto
es determinante, hasta el extremo de que desde hace casi un
siglo el análisis político y la acción sólo alcanzan su verdadero
punto de legitimidad si el Estado, con su policía, su ejército

22
y su burocracia, se presenta visiblemente como tema primero
de la crítica y como el elemento que se debe destruir.
Es cierto, en efecto, que la clave del cambio revolucionario
estriba en la destrucción del aparato estatal burgués. La socie-
dad burguesa y capitalista sólo dejará efectivamente de existir
cuando haya perdido la cabeza, cuando se la haya decapitado.
Un rey guillotinado: ese es el símbolo más directo de una
revolución. La revolución no es, así, el golpe de Estado. Por
irrisión y mistificación quienes se aseguran el poder por esta
vía se proclaman, a veces, revolucionarios. Toda revolución
popular es siempre un proceso que comienza a reemplazar al
Estado por una soberanía polimorfa, por un nuevo sistema
institucional al que no sojuzgue ya la dominación central y
en el que las instituciones de la Sociedad dejen de ser insti-
tuciones dominantes. La conquista del aparato estatal será
posible, escribe Gramsci, cuando los obreros y los campesinos
hayan formado un sistema de instituciones capaz de sustituir
al sistema actual.
Desde la entrada de la revolución, nuevas instituciones,
suscitadas por el desarrollo mismo del proceso revolucionario,
prefiguran lo que puede llegar a ser la nueva sociedad. Las
instituciones de la revolución son los clubes, las asociaciones
y, de un modo más general, todo aquello que posibilita la
expresión y el ejercicio de la soberanía colectiva. Ea los mo-
mentos revolucionarios que conocemos —para atenernos a los
más clásicos, es decir, en el 89, en 1848, 1871 y 1917— vemos
surgir una y otra vez Asambleas Generales Permanentes que
expresan la liberación de lo instituyeme en la sociedad, que
instituyen nuevas formas de vida social y que inventan de
manera colectiva métodos de regulación.
Al mismo tiempo se entabla rápidamente una lucha entre
la revolución oficial y la «revolución dentro de la revolución».
En T790 se denuncia a la vez a los sostenedores del antiguo
régimen y a la anarquía, a los «izquierdistas» y a los «dere-
chistas». En competencia con las instituciones revolucionarias,
en la nueva legalidad se construyen instituciones surgidas de
la Revolución. Y es ya el reflujo. Con posterioridad a Trotsky,
a menudo se ha descrito esta dialéctica interna del proceso

23
revolucionario. La revolución permanente debería significar que
la revolución no podrá en rigor producir nunca instituciones
acabadas, consumadas, sino, por el contrario, instituir lo ins-
tituyente, hacer que la soberanía colectiva no se aliene ya en
instituciones que nuevamente se autonomicen.
Las instituciones tienden a estatizarse en momentos mis-
mos en que la revolución comienza por abolir el Estado. Las
instituciones tienden a volverse autónomas y con ello, nue-
vamente, dominantes, esto es, al servicio de la nueva clase
dominante. El proceso instituyente participa, pues, en la cons-
trucción de la nueva clase. Las instituciones pasan a ser insti-
tuciones de ésta. Por cierto que mediante un proceso semejante
se constituye la nueva ideología. En el 89, las ideas de libertad
e igualdad son compartidas por todos y tienen un alcance uni-
versal. Pero en seguida la clase dominante las desnaturaliza
—las «recupera»—, y la libertad se convierte en su libertad.
Restricciones y adaptaciones encauzan en la Declaración de los
Derechos del Hombre, desde los primeros textos, la subversión
ideológica y logran que las mismas armas sirvan para ocultar
y a la vez justificar la nueva dominación. Dentro mismo de la
ideología revolucionaria se entabla una lucha en pro de la des-
viación del sentido y para transformar un discurso verdadero
sobre la sociedad en ideología dominante.
Desviación de las instituciones, desviación de las ideologías:
ambos movimientos, solidarios, son el producto de la crisis
revolucionaria. La ideología y las instituciones se convierten
en nuevos diques, en nuevas formas de represión social. En-
tonces el nuevo Estado se mantiene penetrando en la sociedad
por todos sus poros, habituando a sus subditos a la obediencia,
controlando la información, la moral pública, los modos de
actuar y pensar, todo cuanto los sociólogos durkheimianos,
ideólogos servidores del Estado, denominaron precisamente, a
comienzos de siglo, instituciones. El análisis institucional se
propone sacar a luz este doble juego institucional, esta lucha
entre aquello intituyente y esto instituido, remontar el Estado
a partir de las instituciones dominantes presentes en nuestra
experiencia, aquí y ahora.
La ideología es un proceso de desconocimiento social. Pro-

24
híbe el acceso a la verdad, al conocimiento efectivo de la so-
ciedad. El análisis de las ideologías —y de las instituciones,
que son siempre sus soportes— sólo se puede emprender a
partir de una hipótesis sobre lo que no se ha dicho. ¿Por
qué existe lo no dicho, por qué hay «secreto» en los grupos?
El análisis sociológico tradicional formula una hipótesis apa-
rentemente parecida sobre el no saber en la sociedad. Es un
análisis que supone, en efecto, que la gente no sabe qué es
ni qué hace cuando escucha la radio, cuando compra, cuando
vota, cuando juzga a la sociedad y el lugar que ocupa en ésta.
La sociedad implica siempre por parte de sus miembros un
desconocimiento del sentido estructural de sus actos, de qué
determina sus elecciones, preferencias y rechazos, opiniones y
aspiraciones. Al sacar a luz los parámetros de la estructura
social, el sociólogo muestra por qué se prefiere determinado
oficio, por qué se decide proseguir tal tipo de estudios. Mues-
tra, al mismo tiempo, que ese análisis no puede ser inmediato,
que los sujetos interrogados no pueden encontrar espontánea-
mente qué los ha determinado. Es una crítica de las posibili-
dades de una verdad espontáneamente encontrada, pero no se
dice por qué se puede manifestar esa espontaneidad.
El análisis institucional debe tratar de dar razón de ese
desconocimiento, no mediante una simple ignorancia de las
estructuras y los funcionamientos sociales, sino por un meca-
nismo de represión colectivo. Formulará la hipótesis de que
al sentido se reprime, de que no podemos decir ni aun pensar
lo verdadero, porque una represión social nos prohibe de
manera permanente el acceso a la verdad sobre nuestra situa-
ción y sobre el conjunto del sistema. La constante represión
del habla social, aquello no dicho dentro de los grupos, pro-
vendría así en último análisis, de la represión permanente del
sentido en nuestra sociedad, represión que encuentra su origen
en la dominación mantenida por las clases dirigentes y por su
instrumento de opresión: el Estado, quien cumple su función
de ocultación «ideológica» a través de las mediaciones institu-
cionales que penetran por todas partes a la sociedad. El Estado
controla la educación, la información y la cultura. Mantiene
lo no dicho suscitando por doquier —en la prensa, en el in-

25
tercambio de todos los días— la autocensura, el juego de nor-
mas que prohiben la verdadera comunicación. La contraprueba
es la liberación de la palabra dentro de la crisis revolucionaria
cuando se levanta la represión.
La Revolución es el objeto central de la represión. Para
evitarla, las ideologías y las instituciones dominantes funcionan
y mantienen la adhesión colectiva a la dominación, al mismo
tiempo que tratan de evitar el conflicto y la lucha que pudie-
ran poner fin a la dominación.
En ese conflicto el sociólogo no es neutral. Su papel con-
siste, habitualmente, en fabricar ideología, en llenar el silencio
de la sociedad con un discuro falso en torno de éste, en colmar
permanentemente el «vacío» de las significaciones sociales, en
producir «significaciones» para eliminar el sentido. Debido a
ello, la sociología es un síntoma de la sociedad. Y por eso la
protesta de la Sociedad moderna implica la autoimpugnación
de los sociólogos.

Antes de la crisis de mayo, nuestras investigaciones insti-


tucionales remataban en un callejón sin salida. Hacía ya mucho
tiempo que buscábamos en vano superar desde adentro los
puntos de detenimiento de las «ciencias» sociales, en especial
de la psicosociología de grupos, de las organizaciones y las
instituciones. Al mismo tiempo queríamos desarrollar, con una
pequeña minoría de docentes, las técnicas de la pedagogía ins-
titucional y de la autogestión. La empresa, a la vez teórica y
práctica, exigía la reconstrucción del concepto de institución.
Aun cuando muchos sociólogos habían situado este concepto,
con posterioridad a Durkheim, en el centro de la teoría socio-
lógica, nosotros habíamos descubierto, a partir de determinadas
prácticas psicosociológicas y pedagógicas, la ocultación funda-
mental y permanente de la dimensión institucional en el aqut-
ahora de las relaciones de producción, de formación, de tra-
tamiento. ..
Después de un trabajoso redescubrimiento de la «dimen-
sión institucional» en la práctica y el análisis, algunos de no-

26
sotros pensábamos que era posible transformar radicalmente la
educación, el aula, la universidad y acaso hasta el Estado mer-
ced al establecimiento «subversivo» de nuevas instituciones
dentro del grupo-clase, y ello a la luz de tentativas paralelas
de los psiquiatras «institucionalistas», que inventan nuevas
instituciones terapéuticas para las necesidades del tratamiento.
Pero progresivamente llegamos a descubrir que este proyecto
era profundamente utópico.
La crisis de mayo disipó las ilusiones y las desinteligencias.
En adelante, la crisis de las instituciones pasó a ser evidente
en todos los niveles de nuestro sistema social. Desde luego,
las instituciones universitarias siguen en pie, apenas «reforma-
das»; pero es pura fachada. Detrás sólo hay vacío: la regulación
ha reemplazado a las tareas de aprendizaje. Se discute a todas
las finalidades, y no hay ya nadie que crea en la validez de
esta vieja institución, que sólo logra mantenerse gracias al
temor. Ya no se podrá detener la toma de conciencia de todo
el mundo, educandos y hasta educadores; respecto de qué sig-
nifican realmente las instituciones del saber, de la cultura y
del aprendizaje. Todo ha quedado al descubierto: relaciones
disimétricas entre docentes y alumnos, control de los conoci-
mientos y colación de títulos y formas autoritarias de la de-
signación de docentes. Todo es puesto en tela de juicio por la
crisis. Y el detenimiento —provisional— de ésta no ha dete-
nido la disgregación del sistema de enseñanza.
Es una crisis desencadenada y animada por los jóvenes.
A través de su intervención directa y decisiva en el desorden
político hemos verificado qué significa la institución del adulto
y su función represiva. La integración dentro del sistema de
la vida calificada de «adulta», con sus normas, sus mitos, sus
privilegios y sus sojuzgamientos, constituye uno de los instru-
mentos más eficaces del «control social», es decir, de la con-
trarrevolución permanente en nuestra sociedad. En el momento
de entrar en la vida, los jóvenes descubren el horizonte de la
represión, que ha de ser el de toda su vida. Pero lo rechazan,
y con ello rechazan al sistema social íntegro. Pese a las dife-
rencias de clase que opinen y separan a los estudiantes de los
obreros jóvenes, la solidaridad institucional es causa de que

27
la «clase de la edad» sirva de mediación evidente en las fases
de progresivo desencadenamiento de las luchas. En nuestra
sociedad, el conflicto central no es el «conflicto de las genera-
ciones»; es la lucha de clases. Pero el rechazo de la integración
social por la generación joven se vuelve —o, mejor dicho,
es desde un primer momento— un rechazo de la sociedad
clasista, descubierta y repelida a partir de una situación ins-
titucional específica. En nuestra sociedad los jóvenes se hallan
dominados. Pero de ellos y gracias a su rechazo puede advenir
un verdadero trastorno del sistema de formación y encuadra-
miento de la juventud.
Por mediación de los jóvenes, la crisis de las instituciones
ha alcanzado a las organizaciones capitalistas de producción,
pero también, y al mismo tiempo, a las organizaciones de la
clase obrera, cuya función institucional ha sido impugnada por
los trabajadores. Los obreros han rechazado las negociaciones
en la cumbre. Han entrado en la huelga sin previo aviso. Al-
gunos, sobre todo los jóvenes, han encontrado la eficacia de la
acción directa, de la transgresión de las normas ya instituidas.
La acción directa ha vuelto a ser una práctica subversiva cuya
eficacia se ha verificado. Esta crítica de las instituciones uni-
versitarias, económicas y sindicales mediante acciones directas,
mediante actos (huelga salvaje, ocupación y autogestión como
forma de huelga activa), va infinitamente más lejos que la crí-
tica formulada habitualmente contra la burocratización de los
establecimientos y los aparatos. En la crítica tradicional los so-
ciólogos muestran las disfunciones burocráticas de las organi-
zaciones, y los teóricos políticos de la burocracia denuncian
«la traición de los dirigentes». En otro volumen hemos exa-
minado ya estas críticas, hoy tan conocidas. Pero la crítica
activa va más lejos aún.
En la actualidad se critica en todas partes las regulaciones
institucionales fundamentales de nuestra sociedad. La funciór
integradora de las instituciones y el eludir o la disimulación per-
manente de los conflictos aparecen a la vista de todos. Lo
que se suele llamar «crisis de civilización» es fundamental-
mente crisis de las instituciones que dan basamento y protegen
a la «civilización», aseguran la difusión de sus mensajes, trans-

28
miten las ideologías dominantes y resguardan la estabilidad y
el mantenimiento del orden. Detrás de este orden están siem-
pre las fuerzas de la represión. En una sociedad de desigualdad
y dominación, las instituciones dominantes se hallan siempre
vinculadas, en mayor o menor grado, a la represión; ellas mis-
mas son represivas. Ya lo subrayaba el sociólogo Max Weber:
las instituciones no necesitan el consenso de los «participantes»
para existir; les basta con que se las articule sobre el poder
del Estado. Y se mantienen gracias a la amenaza.

*
*

Los acontecimientos de mayo fueron para nosotros, por pri-


mera vez, una confirmación y una refutación de todo cuanto
habíamos podido producir; por tanto, de este libro. Una con-
firmación, al parecer, si se considera la importancia que en el
curso de tales acontecimientos adquirió la ideología de la diná-
mica de grupo, modificada, mediante la crítica de la burocracia,
por los primeros ensayos de autogestión pedagógica. Peto a^l
mismo tiempo el acontecimiento hubo de refutar, como ya
hemos dicho, la ilusión consistente en tomar demasiado en
serio el trabajo de educadores autogestores, de animadores so-
ciales y de psicosociólogos de la intervención. Bien decíamos
que nuestro trabajo resultaba ambiguo, que la práctica de los
socioanalistas era reformista, aunque soliera presentar de una
manera filigranada la impugnación informal en la base de la
sociedad y el nacimiento de una sociedad salvaje. No habíamos
admitido suficientemente que el levantamiento de la represión
—que deja en libertad a las posibilidades y las reivindicaciones
instituyentes en los grupos, al mismo tiempo que la verdadera
palabra social— sólo podía llegar merced a la directa interven-
ción de los dominados en las escuelas, en las fábricas, en el
conjunto de la sociedad, y no por la intervención de aquellos
a quienes su estatuto de formadores o de analistas separados
sitúan, generalmente, del lado de la represión.
Utopía, reformismo, ilusiones sobre las posibilidades de
la intervención socioanalítica: esto se hizo evidente cuando la

29
transformación que pensábamos preparar con nuestra práctica
institucional llegó de otras partes, es decir, cuando otros abrie-
ron la primera brecha. Nuestra protesta permanecía encerrada
en artículos, libros, seminarios, ghettos de ideólogos y expertos,
nuestros colegas, que por otra parte, la trataban como una
aberración, como un extravío, hasta el día en que los controles
institucionales saltaron al nivel de un poder al que nuestras
intervenciones jamás podían alcanzar. Cuando estudiantes y
obreros pusieron en práctica la acción directa y la ocupación
de los sitios instituciones del poder, la liberación de la crea-
tividad instituyente, aguardada en vano en Jos grupos de aná-
lisis, invadió la vida diaria.
¿Hay, pues, que oponer la acción directa y revolucionaria
al análisis institucional? ¿Hay que renunciar a todo aquello
que propone este libro? ¿No se puede, por el contrario, rein-
ventar el análisis, admitiendo que su función es supletoria
mientras se halla separada y que el análisis sólo se realiza de
veras cuando la sociedad íntegra entra en análisis y conduce
el análisis? Si se procura a cualquier precio salvar el análisis,
en todo caso hay que reexaminar la regla analítica fundamen-
tal, importada del psicoanálisis y que opone el análisis a la
acción, excluyendo el paso al acto dentro del trabajo analítico.
¿De qué puede servir una actividad socioanajítica de formación
e intervención si nada cambia realmente? Esta es la pregunta
que con mayor claridad se les plantea hoy a los analistas.
Ciertos psicólogos ya han respondido que una «acción ana-
lítica» continua, pero progresiva y «prudente», introduce en
la sociedad cambios que en un primer momento son imper-
ceptibles, pero cuyo efecto acumulativo los vuelve eficaces a
largo término. Ahora bien, ¿de qué tipo de «cambio» se quiere
hablar? ¿Y en beneficio de quién? ¿No implica esta descrip-
ción, a lo sumo, una opción reformista no analizada —que es
el punto ciego del análisis— trasladada al análisis social?
¿Y hay, además, que continuar oponiendo, como hacen los
teóricos de la intervención prudente y controlada, el análisis
a la acción salvaje? Hemos visto, por el contrario, que la
acción directa puede tener una eficacia analítica que va más
lejos que nuestras intervenciones analíticas. No es necesario,

30
para lograr un análisis social, ser un analista diplomado, reco-
nocido, inmerso en el manejo del lenguaje esotérico de la pro-
fesión. Un animador de tipo revolucionario puede ejercer en
la acción una función analítica reconocida, facilitar con sus
observaciones tanto como con sus acciones la revelación de
las signifacaciones, mostrar las instituciones en su verdad y
obligarlas a decir qué son. Y, sobre todo, una práctica revo-
lucionaria eficaz puede mostrar todos los niveles del sistema
institucional que hemos descrito en el presente libro.
En mayo redescubrimos, a la luz del acontecimiento, que
el Estado no es nada apenas deja de encontrar apoyo en las
instituciones dominantes, y que éstas sólo se mantienen en pie
gracias al sostén del Estado y de su aparato de represión.
Así, por ejemplo, cuando la institución universitaria ya no
puede asegurar el orden interno de los establecimientos, la
policía estatal suple inmediatamente a todas las policías cul-
turales desfallecientes.
El Estado mantiene a las instituciones merced al miedo de
los subditos. Al mismo tiempo, éstas arraigan el Poder del
Estado y, con ello, de las clases dominantes en el conjunto de la
sociedad. Por lo demás, basta leer a Durkheim para compren-
derlo. Pero esta comprensión era meramente teórica y se en-
caminaba, sobre todo, hacia cierta legitimación. Durkheim era
un hombre de orden. Le gustaba lo «instituido». El orden
institucional descrito por los sociólogos parecía casi «natural»,
necesario, indispensable. Habíamos olvidado a Marx.
La crisis general de las instituciones, la impugnación institu-
cional visible en todas partes desde los acontecimientos de
mayo y el regreso del orden instituido revelaron en la práctica
lo que algunas investigaciones más teóricas y ciertas experien-
cias más limitadas, como por ejemplo la autogestión, ya nos
habían dejado entrever. Unos cuantos ensayos experimentales
limitados a las dimensiones de los seminarios de formación y
de las intervenciones socioanalíticas sugerían ya que las socie-
dades podrían y deberían administrarse de acuerdo con mo-
delos que fuesen rigurosamente lo contrario al funcionamiento
social habitual. Pero la percepción experimental de esas posi-
bilidades se veía rechazada por todo el aparato técnico y con-

31
ceptual de las ciencias sociales y de sus aplicaciones prácticas.
Bien fue visto cuando los primeros intentos de autogestión
pedagógica chocaron con la burocracia universitaria. Cinco aiíos
después, la autogestión se convirtió dentro de las facultades
ocupadas en el programa aceptado por todos... ¡durante el mes
de la ocupación! Por la misma época se ensayaba la autogestión
en las fábricas. £1 orden burocrático se encontraba amenazado
por doquier.
Durante aquel mayo de 1968 rechazamos colectivamente la
práctica de las decisiones reservadas a instancias separadas y
protegidas así por el secreto de las deliberaciones. Redescubri-
mos y experimentamos lo que significaba «el regreso a la base»,
no ya en el lenguaje burocrático de la consulta o la elección,
sino como una práctica permanente, una práctica que sitúa
«en la base» el sitio único de la soberanía. Así se rechazó la
institución de la separación en todos los niveles de la vida social
y política. De allí, la alienación de la soberanía popular a un
pequeño número de elegidos dejó de presentarse como una
evidencia, como una necesidad natural. Aprendimos a ver en
ello nada más que una forma de organización característica de
cierto tipo de sociedad. Marx muestra que la burguesía con-
sidera contingentes y perecederas las instituciones del feuda-
lismo, pero tiene a sus propias instituciones por naturales y
eternas. La entrada en la revolución significa la impugnación
activa de las instituciones corrientemente estimadas irreempla-
zables. Todavía no sabemos de qué modo se las puede exacta-
mente reemplazar. Pero sí sabemos, en cambio, que su destruc-
ción es el acto previo necesario para inventar otras instituciones.
Otra crítica, aún ayer limitada a algunos pequeños grupos
experimentales, se ha generalizado; es la crítica del voto, en-
cargado de decir la verdad sobre la voluntad de los grupos,
dando a conocer la orientación de su mayoría. Ya sabíamos
que la mayoría no es necesariamente democrática. Pero el mo-
vimiento de mayo reveló aún más: una minoría puede ser la
verdadera expresión de una mayoría incierta, funcionar como
revelador analítico y crear, merced a su práctica social, un
nuevo consenso. Tal es lo que sucede y lo que ya se ha pro-
ducido en toda revolución.

32
En 1871, durante la Comuna de París, los parisienses in-
ventaron una nueva vida y nuevas instituciones. Las viejas
instituciones estatales (el Estado burgués con su ejército, su
Ijolítica y su burocracia) habían sido provisionalmente abolidas
tlurante aquella primavera en que París era libre. La Comuna
era ya la «participación» verdadera: a un tiempo, el gobierno
directo y la celebración. Todas las significaciones —econó-
micas, políticas, lúdicras— de la «participación» directa de
todos en la vida social se hallaban mezcladas en ese momento
de la Revolución.
La entrada en la devolución (el «grupo en fusión») siem-
pre implica esa ruptura, esa falla en el sistema y ese despertar
de la invención política colectiva. En 1789 es en el Contrato
Social en acto; la soberanía de la Asamblea General institu-
yente; el deterioro del poder central (los departamentos se
administran por asambleas elegidas y sin representantes del
gobierno central). En clubes, iglesias, en múltiples lugares, la
gente se reúne todos los días para impugnar al Poder. 1848 es
el despertar de la palabra colectiva en clubes y asambleas, y
para comprender el proceso revolucionario ello resulta mucho
más significativo que las leyes sobre la organización del tra-
bajo, los talleres, las reformas, la nueva constitución. 1871, la
Comuna: tres meses más de debates políticos en las nuevas
instituciones de la soberanía. 1917, los soviets: el «sistema»
de la Asamblea General Permanente vuelve a encontrarse
nuevamente en fábricas, barcos y cuarteles. Todo aquello que
se descubre —y redescubre— cada vez es una nueva relación
con la política, con el conjunto del sistema institucional: nuevas
formas, nuevas instituciones también para la vida diaria. Y cuan-
do esto se consuma, la Revolución se suspende: en 1794, en
junio de 1848, en mayo de 1871, en 1918, a partir del
momento en que los Consejos comienzan a ceder su función
instituyente y su poder al nuevo Estado.
Sartre ha descrito esta soberanía colectiva e instituyente
como momento del grupo en fusión. Ve en ella una expresión
de la Revolución y tiende a presentarla en términos bastante
próximos a los de la psicología de multitudes, como si la
Revolución efectiva estuviera detrás de ello y en la toma del

33
poder, en el momento ideal del Estado. Para Sartre, el mo-
mento de la palabra social liberada por doquier, cuando «todos
son oradores» (según la expresión de Montjoie, retomada en
Crítica de la razón dialéctica), «significa», simplemente, ¡a
revolución. El habla social liberada es para él un significado,
no el significante revolucionario central. Además, Sartre no
muestra que en ese momento del grupo (las Asambleas de la
soberanía, los clubes, todos los concursos revolucionarios son,
en efecto, grupos en fusión) la institución ya está ahí, en su
condición de movimiento de lo instituyente, ante todo, y luego
como movimiento que se efectúa en nuevos grupos institu-
cionales, y porque, en fin, «la multitud» en trance es asimismo
«institucional». Sartre se aproxima sobremanera a los análisis
psicosociológicos, y de este modo se interpreta en el presente
libro, acentuando, incluso, este aspecto. En Crítica de la razón
dialéctica, el actor de la historia es el pueblo insurrecto. Pero
a la luz de la dinámica de grupo y de su utilización pedagógica,
habíamos concedido esta función de revelación social (que
Sartre otorga a la multitud en fusión) a un nuevo tipo de ani-
mador. En lugar de querer utilizar a Sartre para salvar a los
psicosociólogos, habríamos debido mostrar que la sociología
de grupos y organizaciones no es más que uno de los signos
desviados, deformados por la ideología, del proyecto revolu-
cionario, disimulado en el desorden del Estado, del sistema
de producción, de la organización capitalista. La psicosociología
anunciaba el proyecto —vago aún, muy mal formulado y en-
cerrado en experiencias demasiado artificiales— de una forma
nueva de la soberanía popular, o, para decirlo con mayor exac-
titud, de reencontrar y redescubrir ésta. En una palabra, en
lugar de detenerse en los «problemas» de la regulación y en
nuevas recetas, habría sido preferible analizar la impugnación
institucional escondida en la experiencia de los grupos. El
movimiento de mayo desarrolló esta impugnación con una efi-
cacia completamente distinta. En la crisis de mayo recupera-
mos, además de la ideología ya difundida en la experiencia
limitada de los seminarios, la práctica, sobre todo, del gobierno
directo: era la crítica actuante de modelos habitualmente re-
cibidos de la delegación de poder.

34
Desde luego, aquellos grandes temas de mayo de 1968
—el habla social liberada, la decisión colectiva, la crítica per-
manente del poder que nacía en los grupos, la búsqueda de la
verdadera comunicación— ya nos eran conocidos, y hasta fue-
ron descritos en este libro, aquí mismo, a partir de ciertas
experiencias activas de la dinámica de los grupos. En algunas
publicaciones del 22 de marzo, como por ejemplo en Es sólo
un comienzo, encontramos términos que habíamos empleado,
pero esta vez para describir, no ya aquello que ocurre en un
seminario de psicosociología, sino que ha sucedido en la calle.
Se ha dicho que todo el país —digamos, cuando menos,
París— se había vuelto por entonces un inmenso «grupo de
base». ¿Hay que extraer de allí la conclusión de que los psi-
cosociólogos de grupos prepararon la crisis, o quizá proporcio-
naron el lenguaje y la ideología? No es cosa que se haya pro-
bado. Es cierto que en la experiencia de mayo y en textos
surgidos de ella se descubren esquemas y lenguaje que llevan
a recordar, no a laboratorios de la dinámica de grupos en
estricto sentido, sino a la ideología que se había difundido
en las experiencias pedagógicas de pequeños grupos. Pero
cuando esto se destaca hay también que hacer observar, rápi-
damente, que esa liberación del habla social se produjo en la
calle, sin preceptores, sin consignas que instituyesen la expe-
riencia. Luego, si se hallan semejanzas, es porque las dos si-
tuaciones —el Seminario y la Revolución— tienen por rasgo
común el hecho de desenvolverse en cierto espacio libre, a
partir de un levantamiento de la represión.
La diferencia consiste en que el levantamiento de la re-
presión es mucho más limitado, mucho más ambiguo, en la
práctica de seminarios. Si bien es cierto, como recientemente
se ha hecho observar,' que el T. Group se ha visto influido

1. Bernard M. Bass, «The anarchist movement and the T-Group: some


possible lessons for organizational developpment», /. Appl. Behav. Set., 1967,
num. 2, págs. 211-227, citado por Robert Pages en «L'analyse psychosociologique
et le mouvement de mai 68», Communications, 1969, num. 12, págs. 46-53.
En el mismo artículo. R. Pages desarrolla un punto de vista cercano al nuestro:
«. .sería ingenuo creer que la experiencia técnica psicosocial vivida en medio

35
por ciertas corrientes del pensamiento anarquista, los anima-
dores de T. Groups no son, generalmente, anarquistas. Algu-
nas aspiraciones de tipo anarquista se abren paso a pesar de
ellos dentro del espacio de relativa libertad implicado por la
experiencia. Son aspiraciones que encuentran, pues, en el len-
guaje contemporáneo determinadas formas de expresión que
hallamos en un movimiento en el que los anarquistas militantes
han desempeñado un importante papel, al difundir una ideolo-
gía a través de una práctica. Pero hay que ir más lejos. Esa
afirmación de un pensamiento anarquista transformado que se
encuentra en experiencias al fin y al cabo tan diferentes como
un T. Group y una crisis de tipo revolucionario es el producto
mismo de la crisis. El T. Group instituye una situación mi-
crosocial en la que cierto número de estructuras quedan arti-
ficialmente abolidas; aquí aquello que ocurre se parece, en
efecto, a un momento naciente de la historia. De ahí las seme-
janzas.
La diferencia fundamental incumbe a la ausencia de precep-
tores en el «T. Group de la Revolución». El detonante no es
ya el que los psicosociólogos denominan intervención; es la
acción directa como práctica revolucionaria. Estas dos prácticas
sociales —la práctica de equipos de psicosociólogos interven-
cionistas y la de movimientos revolucionarios— no son identi-
ficables. La acción de psicosociólogos no directivos mantienen
una relación pedagógica que es una relación de poder. La acción
revolucionaria apunta, en cambio, a la abolición de las diferen-
cias, simplemente a abrir la brecha ^ que le permita a todo
grupo conducirse solo y analizarse sin el apoyo de anima-

estudiantil desde hace algunos años haya podido desempeñar un papel pro-
piamente causal. A lo sumo ha podido otorgar ciertas formas nuevas al actual
movimiento».
2. Decíamos: «Los tipos que están en la manifestación son capaces de
defenderse solos», y habíamos decidido que el 10 de mayo no habría servido
de orden, a fin de que todos se metieran dentto. Dany se habla apostado
con dos compañeros en la esquina del bulevar Saint-JMichel y el bulevar
Saint-Germain, diciendo; «Corten las cadenas. Nada de cadenas laterales. Que
la población pueda entrar en la multitud... Todo el mundo se vuelve su pro-
pio servicio de orden», etcétera. En «Mouvement du 22 mars», Ce n'est qu'n
debut, continuoHs le combat, Maspéro, 1968, pág. 7.

36
dores, que llevan a cabo, al mismo tiempo que el análisis, el
«servicio de orden» en grupos de formación.

He aquí un libro ambiguo.


La publicación de una obra en estas condiciones, todavía
inciertas, se justifica esencialmente por su capacidad de pro-
vocación más aún que por su función de información. En
términos más tranquilizadores, se ha de decir que un Ensayo
de este tipo, de intención fundamentalmente crítica, se jus-
tifica esencialmente en la medida en que puede provocar
cambios.
El porvenir dirá si es esta una función que todavía hoy se
le asigna, o si debemos considerar este libro y, sobre todo,
aquello que trata como la expresión de una etapa ya superada
en la historia de una crisis cuyos primeros comienzos apenas
conocemos.

Georges Lapassade.

Enero de 1970.

37
INTRODUCCIÓN

La experiencia inmediata de la vida social se sitúa siempre


en grupos: la familia, el aula, los amigos. En el caso del tra-
bajo, el horizonte inmediato de la experiencia lo constituye
siempre grupos: es el equipo en la empresa, y el grupo sin-
dical. Pero ya en estas organizaciones aparece, presto, un
elemento nuevo; se aprehende al grupo en un sistema institu-
cional: la organización de la Empresa, de la Universidad. En
este nivel, la posibilidad de una acción directa sobre las deci-
siones se aleja; de pronto tengo la sensación de una impo-
tencia, y me parece que las decisiones se toman a menudo en
otra parte, sin que se me consulte.
La experiencia —primero vivida y luego reflexionada—
de esta contradicción les ha planteado a los hombres, hace
ya mucho, un problema que la historia no ha podido resolver.
No bien una sociedad se organiza —y necesariamente debe
organizarse—, los hombres dejan de participar en decisiones
esenciales y descubren que están separados de los diferentes
sistemas de poder.
Esta separación es, como dice Marx, el modo fundamental
de la existencia en la «sociedad burguesa». Penetra en todas
las esferas de la existencia y hasta en la existencia privada.
Los pequeños grupos de la vida diaria se hallan sobredeter-
minados por la organización de la separación, que alcanza su
más alto grado en la moderna sociedad burocrática.
Ello ha entrañado reacciones. Primeramente fueron de tipo
político; en el siglo pasado algunos pensadores se sublevan

39
contra el orden establecido y anuncian tiempos en los que los
hombres al fin podrán organizarse en grupos libres, con que
liberarán la espontaneidad creadora de conjuntos sociales. Des-
pués, a comienzos del presente siglo, el proyecto se encamina
por vías que parecen más científicas, pero que están siempre
suscitadas por el progreso de la separación en la nueva sociedad.
Los psicosociólogos de grupos y sociólogos de la organi-
zación y la burocracia elaboran conceptos y técnicas que tien-
den, por caminos diversos, pero convergentes, a tratar las dis-
funciones de la sociedad industrial en el nivel concreto y coti-
diano de la existencia en común.
Con todo, si miramos más de cerca, descubrimos que esos
nuevos caminos y vías tienen por resultado real, no el abolir
la separación, sino sencillamente el acomodarla, hacerla más
soportable.
Las nuevas técnicas de la buena comunicación, de la coope-
ración, del mando denominado «democrático» facilitan la adap-
tación de las burocracias modernas a los cambios técnicos y
sociales. Inauguran la entrada en un nuevo orden neoburocráti-
co, aun cuando parezcan apuntar más lejos, en dirección de una
nueva sociedad controlada por todos sus miembros, que ven-
dría a ser una sociedad de autogestión.
Este reformismo burocrático se pone particularmente de
relieve en la incapacidad de los psicólogos del grupo para ma-
nejar, así en la práctica como en la teoría, el nivel institucional
dentro de los grupos. Es un problema que, aun siendo esen-
cial, no ha sido explícitamente encarado. Todo ocurre como
si el psicosociólogo fuera, sin desearlo expresamente, el agente
de la modernización que le abre camino a una nueva burocracia.
No será el psicosociólogo el único que ejerza esa función.
Ideólogos, jóvenes dirigentes sindicalistas y cuadros jóvenes
de empresas cumplen el mismo trabajo. La «nueva clase obrera»
prepara dirigentes para la sociedad neoburocrática y supuesta-
mente «autoadmínistrada» del porvenir,
El sistema de la verdadera autogestión es muy diferente.
Debería poner fin a la separación entre dirigentes y ejecutantes,
entre gobernantes y gobernados.
¿Pero quién admite hoy la validez de este programa? Nos

40
hemos acostumbrado desde la infancia a considerar estas rela-
ciones como datos naturales y eternos de la existencia social.
El papel de la escuela resulta esencial para preparar al hombre
a aceptar la organización de la separación.
Se comprende, así que haya que cambiar la escuela si se
desea verdaderamente cambiar la sociedad. La transformación
de la escuela no es suficiente, claro está. Pero nada, en cam-
bio, puede cambiar si los hombres no aprenden desde la in-
fancia a construir instituciones y a administrarlas. Este es el
origen de aquello que yo llamo autogestión pedagógica, que
apunta a modificar actitudes y comportamientos. Si el día de
mañana se establecen nuevas estructuras que apunten a permitir
por fin la participación de todos en las decisiones, es decir, la
autogestión social, de nada ha de servir si los hombres no han
aprendido ya a vivir en la nueva sociedad y a construirla de
manera permanente, a no fijar jamás el movimiento histórico
en instituciones inmutables y separadas del acto instituyente.
Así, la oposición histórica entre el «grupo en fusión»,v
como dice Sartre, y las Instituciones llegaría a su fin en un
mundo en el que los hombres estarían preparados para recha-
zar la propiedad privada de la organización, que es el signo
distintivo de nuestra vida social y su fundamento último.

Sidi Bou Said

Julio de 1966

41
CAPITULO I

LAS FASES A, B y C

El descubrimiento de los problemas de grupos, organiza-


(iones e instituciones, las funciones de psicosociólogos y orga-
nizadores consejos en empresas, y la definición de empresas
i'omo organizaciones y no ya tan sólo como instituciones eco-
nómicas: tal el movimiento que comienza, a nuestro parecer,
a principios del siglo xx. En rigor, tiene sus precursores y se
modifica con la historia. Preciso es situar la «era de los organi-
zadores» y el «capitalismo de organización» dentro del conjunto
lie un movimiento histórico.

I.A FASE A

En el curso de una primera fase —^la fase A, para retomar


el modelo de Touraine—, que es la de la sociedad industrial y
capitalista en el siglo xix, las organizaciones de trabajadores
se basan en oficios, y ello a pesar del gran desarrollo del tra-
bajo parcelario. Obreros profesionales, polivalentes, organizan
sindicatos y desarrollan reivindicaciones de gestión directa («la
mina para los mineros»). La ideología anarco-sindicalista es
liostil a la acción en el nivel «político», parlamentario. En esas
organizaciones no se plantea el problema de la burocracia. Pero
(I proletariado del siglo xix no se halla representado, en su
conjunto, por organizaciones de masas.

43
En ese momento se elaboran las primeras doctrinas socio
lógicas y políticas de la nueva sociedad. Hay que recordar en
este punto las grandes corrientes que siguen dominando nuestro
pensamiento y que aún hoy constituyen el marco de nuestra
acción y de nuestra reflexión.
En Fourier es dable ver al verdadero precursor de la psi-
cosociología de los pequeños grupos y hasta de las técnicas de
grupo. Esa es, al menos, la tesis que Robert Pages ha estable-
cido a partir de un análisis riguroso del movimiento furierista
considerado como portador de un proyecto de experimentación
social y político en el nivel en que es actualmente posible una
experimentación de ese tipo, o .sea, en el nivel de los pequeños
grupos y de las microorganizaciones sociales, ya que para
Fourier el grupo liega hasta la dimensión de una empresa.
Fourier es profundamente directivo. Propone el plan rigu-
roso y sistemático de una sociedad socialista en el que nada
se deja a la improvisación, en cuanto al sistema. Los grupos
básicos (de formación, de producción) se integran rigurosa-
mente en un sistema institucional, que asegura su coordinación
y sus intercambios.
Antes de Lewin y la dinámica de grupo, antes de los ciber-
néticos sociales, Fourier quiso hacerse el Newton de una so-
ciedad de pequeños grupos, analizar el orden o, mejor dicho,
el desorden de la naciente sociedad industrial con referencia
a un posible sistema de «armonía» organizado científicamen-
te a partir de las pasiones del hombre y, de un modo más
general, de su psicología. Este sistema social de compleja in-
teracción es una interpsicología que da su lugar a las nece-
sidades, es una interpsicología no represiva, no obstante la
subordinación del sistema a los planes establecidos por Charles
Fourier. Es, desde luego, la ambición «sociocrática», como
habrá de decir Auguste Comte, el Human Engeneering, el psi-
cosociólogo- rey.
Acíaradc) ío anterior, añadamos que Ja obra ¿e Fourier está
plena de anticipaciones de aquello que un siglo después pro-
pondrá la psicología de grupos. Muestra, por ejemplo, que los
cambios pedagógicos y políticos son necesariamente solidarios;
la organización colectiva y colectivista de la sociedad es lo que

44
habrá de permitir una pedagogía de grupo, y «dentro de los
grupos los mayores influyen sobre los más jóvenes y se enca-
minan respectivamente a las funciones útiles, como consecuencia
del impulso que imprimen las tribus superiores, las de los
querubines y los serafines, que ya forman parte de la armonía
activa».

Proudhon criticó severamente la «utopía» furierista. Es-


cribió: «En mi opinión, una idea desventurada de la escuela
falansteriana consistió en haber creído que arrastraría al mundo
con tan sólo permitírsele plantar su tienda y construir un
primer falansterio modelo. Se suponía que un primer ensayo,
más o menos exitoso, acarrearía un segundo, y luego, paulati-
namente, las poblaciones formarían un alud con las 37.000
comunas de Francia y un buen día se encontrarían metamor-
foseadas en grupos de armonía y falansterios. En política y
economía social, la epigénesis, como dicen los fisiólogos, es
un principio radicalmente falso. Para cambiar la constitución
de un pueblo hay que actuar a la vez sobre el conjunto y sobre
cada parte del cuerpo p>olítico; nunca podríamos recordarlo
demasiado».
Es una crítica que se anticipa a las que formulan hoy cier-
los sociólogos a los psicosociólogos: se «denuncia» el error de
una «revolución» por los grupos, la revolución sociométrica
de Moreno, el «seminario» lewiniano, y ello en nombre del
hecho previo necesario, que es el cambio social en su conjunto.
Pero cuando Proudhon reclama «una soberanía efectiva de las
masas trabajadoras, reinantes, gobernantes», da con los sis-
temas de los grupos y cae a su vez bajo los golpes de las
críticas irónicas de Marx. Según el sociólogo Georges Gurvitch,
l'roudhon anuncia mejor que Marx la autogestión social; por
tanto, el sistema generalizado y descentralizado de grupos. Pero
para Marx todo esto sólo representa en el caso de Proudhon
un andamiaje meramente abstracto y carente de fundamento.
\i\ pensamiento de los grupos es la «miseria de la filosofía»:
«...así como del movimiento dialéctico de las categorías sim-

45
pies nace el grupo, así también del movimiento dialéctico de
grupos nace la serie, y del movimiento dialéctico de las series
nace el sistema íntegro. ... No se espante el lector ante esta
metafísica con todo su andamiaje de categorías, grupos, series
y sistemas».
Con Saint-Simon comienza una corriente tecnocrática. Para
él hemos entrado, después del siglo de las revoluciones, en el
siglo de la organización. Los problemas actuales de la organi-
zación hallan aquí su fuente; Saint-Simon anuncia el reemplazo
de los «políticos» por los «administradores». En 1819 empieza
a publicar un «periódico», L'Organisateur, que es el antepa-
sado de las revistas modernas dedicadas a la gestión de las
empresas.
Auguste Comte prolonga en seguida esta doctrina cuando
define el papel de los «sociócratas», quc, sobre la base de la
naciente sociología, podrán ayudar a los gerentes de la sociedad
industrial en la regulación de ésta.
Todo un aspecto de la sociología y de la psicosociología
«intervencionista» se halla directamente vinculado a estas doc-
trinas de la tecnocracia y la «sociocracia». Comte asigna a los
sociócratas la misión de transformar los clubes revolucionarios
en lugares donde se analicen y traten los conflictos de la socie-
dad industrial, donde el proletariado aprenda a participar, a
ocupar su sitio en la vida de la nueva sociedad.
Comte advierte en las doctrinas socialistas de su tiempo
cierta verdad: muestran a su manera que la humanidad, llegada
al fin a su estado adulto, entrada en la edad positiva, va muy
pronto a conocer «la universal cooperación». Toma nota de
una «orientación espontánea» del proletariado hacia la socia-
bilidad efectiva, que se pone de manifiesto, especialmente, en
«el memorable apresuramiento de nuestra población en formar
por todas partes clubes sin ningún estímulo especial y pese
a la ausencia de todo verdadero entusiasmo». Tales soa los
clubes revolucionarios y, más cerca de nosotros, las asociacio-
nes obreras.
Pero en la era positiva esos clubes deberán perder su
función negativa y crítica, para integrarse al nuevo orden espi-
ritual; «...entonces proporcionarán el principal punto de apoyo

46
de la reorganización espiritual... En el fondo, el club está
sobre todo destinado a reemplazar provisionalmente a la iglesia,
o, mejor dicho, a preparar el nuevo templo». A tales clubes,
«templos del futuro», se oponen las doctrinas socialistas de-
sarrolladas por todos los «perturbadores occidentales». El
positivismo adopta, pues, la misión de reemplazar la agitación
por la cooperación, y la política revolucionaria por la nueva
religión, cuyos sacerdotes han de ser los sociólogos o, como con
tanta exactitud dice Auguste Comte, los sociócratas. Su papel
consistirá, pues, en educar al proletariado dentro de los pe-
queños grupos que éste organiza espontáneamente y en des-
truir, al mismo tiempo, las peligrosas utopías sociales que
consisten en «recurrir a los medios políticos allí donde deben
prevalecer los medios morales».
Pero lo temible de esas utopías es, sobre todo, su hostili-
dad para con la organización jerarquizada de la producción y
de la sociedad: «...esta utopía no se opone menos a las leyes
sociológicas, por el hecho de desconocer las constituciones na-
turales de la industria moderna, de las que querría descartar
a jefes indispensables. Sin oficiales no hay más ejército que
sin soldados; esta noción elemental conviene tanto al orden
industrial como al orden militar... Ninguna gran operación
sería posible si cada ejecuante debiera ser también administra-
dor, o si la dirección estuviese vagamente confiada a una comu-
nidad inerte e irresponsable», escribe Comte en su Discurso
sobre el conjunto del positivismo.

Marx piensa, por el contrario, que el problema no consiste


en organizar la sociedad capitalista, sino en trabajar en pro
de su desaparición. Para él, el análisis social no tiene la fina-
lidad de dar fundamento a una acción «sociocrática», sino que
debe servir al proletariado en su lucha por destruir la sociedad
clasista y poner fin a la acción política. Los clubes deben
transformarse, no en «seminarios» de educación, sino en parti-
dos del proletariado, en partidos que puedan escoger el atajo

47
de la lucha política para tomar el poder, para poner fin a la
separación entre poder y sociedad.
Marx vio la importancia de la palabra social y de la dis-
cusión de grupo: «En cuanto a la victoria final de las propo-
siciones enunciadas en el Manifiesto, Marx la esperaba única-
mente del desarrollo intelectual de la clase obrera, tal cual
debía necesariamente resultar éste de la acción común y de la
discusión» (Engels, último prólogo al Manifiesto comunista).
Hoy tenemos que comprender la importancia que Marx y Engels
asignaron a la discusión, la autoformación del proletariado, la
conciencia social y la crítica de las ideologías.
Pero en la obra de Marx no hay, ni puede haberlo —dados
los fundamentos de sus análisis—, lugar para una teoría posi-
tiva de grupos y organizaciones. El autor del Manifiesto y de
El capital muestra, por el contrario, que la sociedad industrial
y el reinado de la burguesía disuelven las relaciones humanas
en todas las esferas de la vida social. Sin embargo, debido a
esta necesaria disolución, en la existencia social se cumple un
trabajo dialéctico. Así, el estallido mismo del grupo familiar
prepara una forma nueva, futura, de las formas destrozadas:
«...tanto en la histo-ia como en la naturaleza, la podredumbre
es el laboratorio de la vida».
Los grupos de trabajo de los viejos oficios también han
estallado. la «cooperación» —título de un capítulo de El
capital— en las empresas modernas implica sólo una «solida-
ridad» completamente mecánica y de yuxtaposición; es el tra-
bajo desmigajado, en el que cada cual efectúa únicamente una
parte muy especializada en la preparación de los objetos fabri-
cados; los «grupos» no son más que los productos de la división
del trabajo y de la concentración industrial de los obreros en
fábricas-cuarteles. Pero la Comuna de París ya anuncia, según
Marx, el self government de los trabajadores, la autogestión
obrera como base del futuro sistema social. La revolución social
ha de restablecer, en un nivel superior, la verdadera coopera-
ción. El hecho previo es, necesariamente, el trastorno absoluto
del sistema, el cambio radical en la organización capitalista de
la producción.
Los textos más adelantados de los teóricos marxistas de-

48
sarrollan aquello que en la obra de Marx se encuentra apenas
esbozado. Lenin, por ejemplo, describe una sociedad futura de
participación integral de todos y de cada uno en las decisio-
nes: «...la cocinera debe poder gobernar el Estado». Pero en
la práctica conserva el modelo autoritario en la organización
de la producción, en las relaciones de producción, contra la
oposición obrera que desde 1921 reclama la autogestión obrera.
Y Trotsky se une a Lenin en este punto, pese a su capacidad
de análisis microsocial, que podemos ver, especialmente, en
Nuevo curso, donde se desarrolla anticipadamente una verda-
dera sociometría política de las relaciones dinámicas dentro
del Partido y el Estado entre la burocracia y los grupos
fracciónales. Sigue en pie la circunstancia de que para Marx
y los marxistas la sociedad de grupos se ve rechazada a un
lejano porvenir. Nacerá de la decadencia del Estado; por tanto,
de la burocracia. Supone una sociedad sin clases.

LA FASE B

En la fase B, a partir de principios de nuestro siglo, las


grandes empresas industriales se burocratizan; las teorías clá-
sicas de la organización (Taylor, Eayol, etc.) expresan y justi-
fican la burocratización. El acto mismo del trabajo, de la pro-
ducción, es «burocratizado» por el taylorismo, y al movimiento
de los ademanes productores se calcula, se mide, se decide en
otra parte, en oficinas de estudios. Se impulsa la alienación
hasta sus límites extremos. La separación está en todas partes.
Las organizaciones de trabajadores son la imagen contraria
y complementaria de las burocracias de producción. El obrero
parcelario —remate de un proceso que comenzó en la manu-
factura, y no ayer— delega todos sus poderes de defensa, re-
presentación y palabra en «voceros», en organizaciones que
poseen sus agentes permanentes, sus burocracias. Las decisio-
nes de lucha se toman en aparatos que escapan al control de
quienes los han elegido. En 1912, R. Michels describe la «ley
de bronce» de esas oligarquías, y poco después, en 1917, la
discusión se amplía dentro del movimiento marxista. El pro-

49
blema de la burocracia pasa a ser un problema fundamental
de la organización del poder.
Por la misma época, esto es, a partir de 1924, otro movi-
miento interno de las ciencias sociales alza su crítica de las
burocracias industriales y busca métodos de tratamiento. El
nacimiento de la sociología industrial puede definirse, de acuer-
do con la expresión de B. Mottez, como un manifiesto antibu-
rocrático. La misma observación sigue siendo válida para des-
cribir y explicar el nacimiento de la psicosociología en la in-
dustria a partir de los problemas de la fase B.
En 1924, la dirección de la Western Electric Company
llama en consulta a Elton Mayo. Se desea examinar ciertos
problemas atinentes a factores del rendimiento en la produc-
ción. En el curso de un primer período. Mayo observa a un
equipo de obreras sacadas de su taller y que trabajan en una
habitación especialmente elegida. Un observador-asistente va
a seguir el comportamiento diario de las obreras durante dos
años; a partir de esos resultados se intentará deslindar qué
factores influyen sobre el trabajo de las mismas en el sentido
de un mejoramiento del rendimiento. Se modifican determi-
nadas condiciones materiales del trabajo, y el rendimiento
aumenta; luego se aumentan los salarios, y el rendimiento sigue
aumentando. Un resultado análogo se obtiene con la disminu-
ción del número de horas de traba/o, o concediendo la «pausa-
café», en el curso de la cual se les sirve té. Son todas mejoras
que parecen favorables.
Después se vuelve a las condiciones iniciales, pero se ob-
serva, pese a todo, que el rendimiento ha mejorado con res-
pecto a lo que era antes de la intervención. Entonces se vuelve
necesario esclarecer un factor de rendimiento que no había sido
hasta ese momento considerado. Es el grupo. Las obreras man-
tienen entre ellas buenas relaciones interpersonales, relaciones
que facilitan su trabajo. Y esas relaciones «informales», que
persisten incluso a través de ciertos cambios en la organización
formal, oficial, del trabajo, desempeñan un papel positivo.
Se procede, pues, a una segunda experiencia dentro de la
misma empresa. En un taller trabajan nueve montadores, tres
soldadores y dos verificadores. El trabajo de los soldadores se

50
halla técnicamente subordinado (se trata de una división téc-
nica del trabajo) al de los montadores: deben aguardar a que
éstos preparen los bloques para soldar los hilos, y sólo entonces
intervendrán, por fin, los verificadores. Nuevos obreros obtie-
nen progresivamente una promoción de su competencia técnica,
y el salario se vincula a la producción colectiva.
La observación permitió sacar a luz la existencia en cada
equipo de un código implícito de existencia en común: ningún
obrero procuró llevar individualmente al máximo sus ganan-
cias. Por otra parte, el equipo funcionó como si se hubiera
propuesto no superar determinadas normas. Había cierta actua-
lizada solidaridad obrera dentro de una autorregulación del
equipo, un sistema «informal» al que era necesario tener en
cuenta para comprender correctamente los mecanismos de la
producción. Un análisis sociométrico más fino ha permitido
deslindar otros elementos: la existencia de subgrupos diferen-
ciados en su comportamiento, fenómenos de ayuda mutua en
el trabajo con algunos intercambios de puestos; en una palabra,
la vida social del equipo, con sus juegos, sus comportamientos
en la producción, sus relaciones, sus conflictos internos, su
sistema de roles: tal lo que se ha podido analizar, y la expe-
riencia coincide, así, con el nacimiento de una psicosociología
industrial centrada en el análisis de grupos de trabajo.
Consiguientemente, el problema de las relaciones humanas
dentro de la empresa se ha planteado con toda claridad. El
movimiento de las human relations encuentra aquí su fuente.
Primero va a dar con la corriente sociométrica y en seguida
con otro movimiento, surgido del laboratorio y la investigación:
la dinámica de grupo.
Ya podemos destacar, con Alain Touraine, que la psicoso-
ciología industrial define desde su nacimiento a la empresa
como una organización, es decir, como un sistema de redes,
estatutos y roles. Ello es a la vez un progreso y un peligro:
se corre el riesgo de encerrar en sí mismo al grupo-empresa,
sin ver que se halla situado dentro de un sistema social.
Tanto el progreso como el peligro se van a precisar con el
desarrollo de la sociometría.
A fines de la primera guerra mundial, J. L. Moreno, un

.•51
psiquiatra de origen rumano, organiza en Viena una escuela
de arte dramático inspirada de modo especial en investigacio-
nes de Stanislavsky. Pronto se vuelve una escuela de impro-
visación que escoge algunos de sus temas y tramas en la más
cotidiana actualidad: política, hechos diversos, etc.
Un día. Moreno le propone a una alumna suya, llamada
Bárbara, abandonar sus papeles habituales de ingenua y asumir
el de una vulgar prostituta agresiva e involucrada en un hecho
distinto. El compañero de la actriz comprueba entonces una
mejoría en el comportamiento privado de ésta; Moreno lo
atribuye al cambio de papel. El hecho de desempeñar el nuevo
papel tuvo consecuencias terapéuticas, o, como todavía dice
Moreno, catárticas. Es un término tomado de la teoría aristo-
télica del teatro; sin embargo, mientras el filósofo griego asig-
naba al teatro esa función catártica para con el público. Moreno
descubre que la catarsis puede ejercerse sobre los propios acto-
res. De ese modo se efectuó el paso del «teatro de la espon-
taneidad» al psicodrama, del arte dramático a la psicoterapia.
Pero a través de ese progreso se mantiene el tema de la
espontaneidad. Moreno asigna al psicodrama la misión de res-
taurar la espontaneidad perdida en nuestra civilización. Espon-
taneidad de los orígenes, y de la infancia: en la escena psico-
dramática, los encargados del drama recuperan un estado de
gracia análogo al del nacimiento, tal cual lo comprende Moreno:
nacimiento de un ser inacabado y creativo, creativo en razón
misma de ese inacabamiento. El psicodrama es regreso a la
infancia, a su genio; es descosificación de los papeles sociales
petrificados, recuperado impulso creador, con la capacidad de
inventar incesantemente soluciones adecuadas a las dificultades
de la vida diaria.
Al comenzar la sesión, vemos al grupo, a los «clientes», al
psicodramaturgo y ayudantes y a veces a un público que tam-
bién interviene. El primer momento es el de una «fusión» en
el grupo, de la creación de un clima, del worming up. Es el
necesario desencadenamiento, que habrá de posibilitar la bús-
queda progresiva de un tema merced al cual todos se sentirán
incumbidos. En seguida, sobre la base de ese tema se elabora
la trama, que servirá a la improvisación dramática, momento

52
culminante de la sesión seguido, en fin, de una evaluación
por el psicodramaturgo, o juntamente con él, de aquello que
se ha manifestado. Tal es la curva ideal de una sesión tomada
de un «psicodrama», ya que será conveniente llamar psicodrama
al conjunto de sesiones que constituyen el tratamiento de un
caso, como por ejemplo la disolución de una pareja, de la
misma manera que un «psicoanálisis» .es el conjunto de sesio-
nes que constituyen un tratamiento, una «cura» psicoanalítica.
Un conjunto de sesiones, por lo tanto, y, en el curso de ciertas
sesiones, una improvisación hablada y actuada: el pricodrama
no se limita, como vemos, a juegos de roles, a «sketches» de
intención terapéutica. Es una cosa muy distinta; especialmente,
constituye una técnica de grupo. Funciona como una psicotera-
pia de grupo, y por eso Moreno reivindica para sí, igualmente,
el título de fundador de las terapéuticas de grupo.
Es, en fin, el fundador de la sociometría.
Emigrado a los Estados Unidos, Moreno va a encarar en
otro plano, más genera!, el problema de grupos. En los jar-
dines de Viena había observado a grupos de niños, y el psico-
drama ya orientaba su reflexión hacia las dificultades de las
relaciones sociales. Preocupado por un campo de personas des-
plazadas, comprobaba que éstas se adaptaban con mayor faci-
lidad a la situación cuando se las autorizaba a reunirse según
su elección; una observación de este tipo se encuentra, siste-
matizada, en el «test» de las «elecciones sociométricas», que con-
siste en interrogar a los miembros de grupo o de organización
sobre los compañeros que les agradaría escoger para realizar
determinadas tareas o para entretenerse. A partir de los resul-
tados así obtenidos, se puede proceder a un análisis del grupo,
descubrir los líderes, situar los rechazos, los subgrupos y las
redes. El sociograma es la representación gráfica de esa organi-
zación interna del grupo. Es necesario distinguirlo del organigra-
ma, que es la representación gráfica de una estructura oficial:
jerarquía de personas y grupos en una fábrica, una escuela, un
hospital. La exploración sociométrica revela otras jerarquías y
otros sistemas de poder y dependencia. Es raro que sociograma
y organigrama coincidan: semejante coincidencia, de ser gene-
ral, significaría que se acepta íntegramente al sistema social,

53
que todos los miembros del grupo lo han elegido. Moreno ha
visto bien, por lo demás, la's implicaciones sociales y políticas
de sus investigaciones; su «revolución sociométrica» no es
sólo la expresión de un privilegio concedido a los pequeños
grupos dentro de un programa de cambio social; además ex-
presa la idea de una revolución permanente en el interior mismo
de la revolución social, y la exigencia de no dejar que las
sociedades nuevas se burocraticen, abandonen el impulso que
produce los cambios decisivos, echen abajo las viejas estructu-
ras y encuentren durante cierto tiempo la espontaneidad crea-
dora de grupos sociales «en fusión».
La sociometría se presenta, pues, como una técnica del
cambio social. La base es psicológica o, con mayor precisión,
interpsicológica: el test sociométrico saca a luz simpatías y
antipatías, las estructuras aceptadas y las estructuras rechaza-
das. Pero al mismo tiempo revela ese complejo sistema de
«redes informales» que son fundamentos psicosociológicos rea-
les de un grupo o de un sistema de grupos. Moreno posee el
sentido de la dimensión institucional dentro de los grupos; su
intervención, justamente célebre, en una entidad de delincuen-
tes jóvenes, descrita en Los fundamentos de la sociometría,
muestra con claridad que decide intervenir y situar las redes
y los pequeños grupos, modificándolos, en el nivel total de la
comunidad, o sea, del sistema institucional, con la distribución
social de funciones y todo cuanto hace la institución interna.
La intervención sociométrica en grupos e instituciones se
halla, luego, animada por una preocupación análoga a la del
psicodrama; siempre se trata de liberar la espontaneidad y la
creatividad, la capacidad de inventar una historia personal o
una historia colectiva. Se trata, por lo tanto, de conocer los
grupos, no con un propósito exclusivo de búsqueda, sino, por
el contrario, para facilitar los cambios.

El término «dinámica de grupo» aparece por primera vez


en un artículo publicado por Kurt Lewin en 1944. Es un

54
texto que precisa al mismo tiempo el vínculo entre práctica
y teoría: «En el terreno de la dinámica de grupo, más que en
cualquier otro terreno psicológico, teoría y práctica se encuen-
tran vinculadas metódicamente de una manera que, si se la
sigue con corrección, puede responder a problemas teóricos y
al mismo tiempo fortalecer el enfoque racional de nuestros
problemas sociales prácticos, que es una de las exigencias fun-
damentales de su resolución».' Al año siguiente (1945), Lewin
crea el Research Center of Group Dynamics,^ primero dentro
del marco del M.i.T. de la Universidad de Cambridge, para
adscribirlo luego, en 1948, r la Universidad de Michigan.
Sin embargo, la obra científica de Lewin comenzó en Ale-
mania, con trabajos de psicología individual que se deben
conocer si se desea comprender el origen y el contenido de
conceptos que fundamentan la dinámica de grupo. Podernos
distinguir, de acuerdo con Claude Faucheux,^ tres momentos
en la carrera de Lewin. Dentro de esta biografía intelectual,
el primer período culmina en 1930. Lewin se interesa enton-
ces en asuntos clásicos en psicología experimental: estudio de
la voluntad, de las percepciones, del movimiento, etc., y los
aborda continuando una importante corriente de la psicología
de laboratorio.
La psicología experimental pasó por dos fases. Hacia 1890,
los psicofísicos alemanes modificaron el método de la psicología
sin cambiar su objeto: en lugar de tomar la introspección como
vía de acercamiento a la realidad psicológica, el investigador se
dirige a los instrumentos de laboratorio. Pero conserva, como
objeto de investigación, viejas categorías heredadas de la filo-
sofía escolástica: la voluntad, la inteligencia, la asociación de
ideas. En el curso de este período, los teólogos vistieron blusas
blancas, como decía Georges Politzer, y ocultaron a Santo
Tomás en cilindros registradores. Por la misma época, no obs-

1. Kurt Lewin, «Constructs in psychology and psychological ecology»,


Univ. Iowa, St-Child Welf., 1944.
2. D. Cartwright, «The research Center for Group Dynamics», Ann. Arbor.
3. Claude Fauchex, «Introduction á K. Lewin», Psychilogie dynamique,
P.U.F., Paris, 1959.

55
tante, Freud da fundamento, mediante la práctica psicoanaJítica,
a una psicología del «drama humano» mucho más concreta y
que además cambia no sólo el método de la psicología, sino
también su objeto mismo. El objeto del psicólogo es el indi-
viduo existente —o la persona humana— en su historia y su
vida de todos los días. Esta nueva orientación va asimismo a
ejercer acción sobre el pensamiento y los trabajos de los psicó-
logos experimentalistas.
En el curso de un segundo período, a partir de 1930, Lewin
se interesa igualmente en la psicología individual, pero esta
vez con una visión diferente. El nuevo objeto de su investiga-
ción es la psicología topológica: se esfuerza en construir con
este nombre una representación espacial de las situaciones
psicológicas y de su medio circundante, en el cual se sitúan
regiones. De este modo nos vemos llevados a definir un campo
psicológico formado por la persona y el medio circundante.
Esta teoría del campo, inspirada en la física (particularmente
en el electromagnetismo), sería trasladada luego al estudio de
grupos. También se trasladará a otro concepto: el de dinámica
psicológica, elaborado ante todo en el nivel de la personalidad
y bajo la influencia, en especial, de Freud.
El tercer período de la carrera científica que nos ocupa es
también un período de investigación experimental. Comienza
en 1938, con la hoy célebre experiencia de Lewin y de sus
dos colaboradores, Lippitt y White, sobre los «climas socia-
les».* Todos conocemos hoy esta experiencia, que ha llegado a
ser célebre y que muestra claramente el primer paso experi-
mental en este terreno. Pero tenemos que recordar que la
carrera de Kurt Lewin conoció hasta 1947 un cuarto y último
período, prematuramente interrumpido por su muerte, en el
momento mismo en que Lewin, tras haber estudiado el campo
psicológico {del individuo) y luego el campo de grupo, encaraba
en su teoría y su práctica los problemas del campo social. Hay
excesiva tendencia a ver en Lewin, al fundador de una dinámica

4. K. Lewin, R. Lippitt y K. White, «'Patterns' de conduites agressives


dans des climats sociaux artificiellement críes» (1939), trad. frac, en: Lewin,
Psychologic dynamiquc, ed. cit.

56
de grupo que parece reducirse a la ciencia experimental de
pequeños grupos. Es un error. Basta leer lo que escribió Lewin
en 1943, en momentos de trabajar en el cambio de las cos-
tumbres alimentarias, para darse cuenta de que quería cada
vez más fundar una ciencia del campo social en la que la
intervención del psicosociólogo en situaciones sociales reales
ocupe el lugar de la experimentación en laboratorio. Por otra
parte, la actividad que aplica hacia el ocaso de su vida en la
elaboración de los métodos de formación (que habrían de
desarrollarse a partir del centro de formación de Bethel) da
asimismo testimonio de una nueva orientación, en la que el
dinamista de grupo elabora el conocimiento a partir de una
práctica social. El último aporte científico y teórico de Lewin
es, pues, la doctrina espistemológica de la action research —in-
vestigación activa, o, mejor, investigación comprometida—;
por último, el artículo inconcluso que se publicó en 1947,
considerado como su testamento científico,' se centra en el
proyecto de integración de las ciencias sociales. ¿De qué modo
explicar este compromiso de la ciencia?
La solicitud dirigida a psicosociólogos por organizaciones
industriales y luego por el conjunto de la Sociedad se explica
para nosotros, antes que nada, por dificultades de mando,
comunicación y funcionamiento que sociólogos como Merton,
Selznick y Gouldner definen, con posterioriad a Max Weber,
en términos de burocratización. Max Weber había mostrado
que la burocracia era la racionalidad en la organización de la
empresa. Ahora se viene a descubrir que esa racionalidad es
irracional, que la función implica disfunciones. Y al mismo
tiempo se advierte que, junto al nivel «formal», oficial, buro-
crático, existe otro nivel, el de las redes informales, de grupos,
de fracciones.
La tarea del psicosociólogo consistirá en encontrar el víncu-
lo entre lo formal y lo informal, entre la organización y la
motivación; consistirá, por tanto, en «desburocratizar la orga-
nización», o, para ser más exactos, en modernizar la burocracia

5. Kurt Lewin, «Frontiéres dans la dynamique de groupe», Psychohgie


dynamique, ed. cit.

31
mediante una terapéutica de la rigidez burocrática, de la impo
sibilidad de comunicarse efectivamente: consistirá en practicar
el trabajo en común.
Así, el psicosociólogo experto aparece como uno de los
agentes de modernización de la burocracia: el agente que, con
su trabajo, facilita el paso histórico de la fase B a una face C.
Vemos en qué medida este análisis nos separa de las críticas
políticas de la psicosociología que aún hoy tienen curso. Hacia
1948, algunos ideólogos «marxistas» han desatado la ofensiva
a la vez contra el psicoanálisis y la psicosociología de las rela-
ciones humanas, sin distinguirlas siempre correctamente, pero
deformando lo esencial de su acción. Se presentaba al psico-
sociólogo como el instrumento dócil de la patronal y hasta
como un policía de nuevo cuño, encargado de hacer hablar a
los obreros dentro de la empresa, para luego informar a la
dirección. Se dijo, igualmente, que el psicosociólogo tenía la
misión de reemplazar la «desgracia colectiva», política, por
una «desgracia privada» y afectiva, de romper la lucha de cla-
ses dentro de la empresa, estableciendo buenas relaciones, un
buen diálogo entre dirigentes y dirigidos. Al psicosociólogo se
lo definía, pues, en términos políticos. Y se lo denunciaba.
Se olvidaba que también era aquel gracias al cual salía
a la luz y se actualizaba la lucha informal y permanente en
ia empresa: perfectamente se puede sostener que ios psicoso-
ciólogos han profundizado los análisis de Marx e impulsado el
conocimiento de las relaciones de producción en la empresa; *
el carácter «reformista» de su acción y el valor revolucionario
de sus descubrimientos son ciertos por igual.

LA FASE C

El paso histórico a la fase C tiene bases tecnológicas; se


ve llevado en su movimiento tanto por la modernización de
las técnicas, el desarrollo de la automatización y las transforma-

6. A menudo se ha desarrollado esta tesis en la revista Socialisme ou


Barbarie; véase, por ejemplo, XXVII, pág. 31.

58
clones de las industrias modernas (electrónica, petroquímica,
etc.) como por modernas formas de gestión (bancos, etc.). Es
un movimiento a su vez coordinado con las transformaciones
económicas de la sociedad neocapitalista, con variaciones en
la composición del capital. Acarrea la aparición de una «nueva
clase obrera» que modifica la doctrina y Ja estrategia sindi-
cales.' Inspira el pensamiento de los nuevos planificadores. La
burocracia gestora de la fase C pierde su rigidez y es capaz
de integrar a los descarriados, de practicar la dinámica de
grupo y la democracia interna, de administrar el cambio y de
buscar la participación; pero esto no es democracia directa,
autogestión verdaderamente colectiva. En cambio, en eso es-
triba quizá nuestro futuro próximo.
La burocracia tradicional ha suscitado sublevaciones y opo-
siciones violentas en grupos sociales por ella dominados; así
fueron apareciendo, por ejemplo, grupos informales en empre-
sas, y grupos fracciónales en partidos y sindicatos. Pero en
los sindicatos de nuevo estilo la existencia de fracciones oposi-
toras tiende a desaparecer. Sigue sí en pie los conflictos por
el poder y por la modernización dentro de las direcciones
burocráticas. No se trata de conflictos entre «base» y «apa-
rato», sino de contradicciones dentro del «aparato».
En cuanto a la base, vemos que su voluntad de participación
y gestión disminuye en la medida que también disminuye la
compulsión, el autoritarismo. El experto en ciencias políticas
puede descubrirlo en las sociedades burocráticas en la época de
la «destalinización».
Esto no significa, sin embargo, la desaparición de todos los
problemas. La victoria sobre las enfermedades deja que aparez-
can otras enfermedades «de la civilización». Una sociedad neo-
burocrática habrá de conocer alteraciones individuales y so-
ciales; las sublevaciones de los jóvenes —los planificadores
autores de «reflexiones para 1985» lo reconocen— podrán
desarrollarse con otras formas y, al transformarse, agravarse.
Pero la sublevación no se transforma necesariamente en adap-

7. Serge Mallet, La nouvelle classe ouvriére. Le Seuil, París, 1963.

59
tación activa, en participación. Perfectamente puede ser la
expresión de un nihilismo complementario, al parecer, de la
modernidad. Y además preciso es seguir viendo que las contra-
dicciones dentro de la burocracia continúan: el conflicto chino-
soviético socava la base ideológica y la base política de la
unificación burocrática. Al directivismo burocrático se puede
oponer, en fin, el principio de la no directividad, profunda-
mente vinculado al proyecto de la autogestión social.

*
*
El psicoterapeuta norteamericano Cari Rogers ha introdu-
cido en psicología, como se sabe, el concepto de no directi-
vidad. En una reciente publicación * encontramos una genera-
lización del principio de la no directividad, que ya se había
hecho presente, con otros nombres, en épocas más lejanas de
nuestra historia cultural.
Como en el caso de Sócrates, como en el de Rousseau, el
punto de partida de la reflexión de Rogers, en educación al
menos, es, con absoluta evidencia, una decepción y una auto-
crítica. Con toda claridad lo dice en la conferencia denominada
«de Harvard», publicada en 1961 y cuya difusión en Francia
ha provocado no hace mucho algunas protestas (Education
Nationale, 18 de octubre de 1962). Rogers bosqueja en ella
una autobiografía profesional. «Voy a tratar de condensar lo
que he extraído de mi experiencia de docente y de la práctica
de la terapia individual y colectiva. No se trata de adelantar
aquí conclusiones para personas distintas de mí, ni de proponer
un modelo para aquello que haya o no haya que hacer. Son,
sencillamente, intentos de explicación actual, en abril de 1961,

8. Cari Rogers, Le développemenl de la personne, Dunod, París, 1966.


Véase igualmente al respecto: J. Nuttin, «La thérapeutique non directive», en
Psychanalyse et conceptions spiritualistes de l'homme, Lovaina, 1950; G, Palmade,
«Note sur l'interview non directif». Bull, Psycho., 8, 1954-55; Max Pages,
«Psychothérapie non directive de Carl Rogers», Enciclopédie medícale, vol.
«Psychiatrie», 3, 1955; C. Rogers y M. Kinget, Psychothérapie el relation!
humaines, Nauwelaerts, Paris, 1962; J.-C. Filloux y C. Rogers, «Le non-direc-
tivisme et les relations humaines», Bull. Psycho., 16, págs. 6-7, 1963.

60
de mi experiencia». Y sigue la exposición de tesis aparente-
mente paradójicas; citemos, entre las más características: «Mi
experiencia me ha conducido a pensar que no puedo enseñar
a algún otro a enseñar [... ] Me parece que todo cuanto se
le puede enseñar a otra persona es relativamente poco em-
pleado y tiene poca o ninguna influencia sobre su comporta-
miento [... ] He llegado a creer que los únicos conocimientos
que pueden influir el comportamiento de un individuo son
aquellos que él mismo descubre y de los que se apropia».
Estos pasajes que acabamos de leer son, por cierto, el primer
momento, el momento negativo y hasta destructor, del criterio
de Rogers. La consecuencia que éste extrae de ellos carece de
ambigüedad: «Mi oficio de docente ya no tiene para mí el
menor interés». Ya estamos viendo que se trata de un elemento
autobiográfico. Rogers «confiesa» su decepción, su escepticis-
mo de profesor. Pero lo hace sólo para introducir, como vamos
a ver, la'idea de que los verdaderos conocimientos no están
en el exterior ni son transmisibles, sino que se hallan en cada
uno de nosotros y en nuestra experiencia. Hemos reconocido
la mayéutica de Sócrates y la educación negativa de Rous.seau.
En el caso de Rogers, este pensamiento se hace explícito
en una teoría de la experiencia formativa: «Los conocimientos
descubiertos por el individuo, las verdades personalmente apro-
piadas y asimiladas en el curso de una experiencia no se pue-
den comunicar a otros de una manera directa [... ] Advierto
que sólo me intereso en aprender [...] Encuentro satisfactorio
aprender, ya sea en grupo, en relación individual, como ocurre
en terapia, o a solas. He descubierto que la mejor manera de
aprender, es para mí, aunque sea más difícil, abandonar siquiera
provisionalmente mi actitud defensiva, para intentar compren-
der de qué modo otra persona concibe y siente su propia expe-
riencia. Otra manera de aprender es, expresar mis incertidum-
bres, tratar de planificar mis problemas, a fin de comprender
mejor la significación de mi experiencia».
El último aserto citado, con el que da término a la confe-
rencia, parece sacar a luz otro aspecto esencial del piensa-
miento no directivo: es un pensamiento del inacabamiento.
Gjncluir es acabar un pensamiento, ponerle término a un pro-

61
ceso de desarrollo. Si Rogers puede declarar que las «conclu-
5Íones» transmitidas carecen de valor formativo, ello se debe
a la circunstancia de que, al término de su meditación, advierte
que el único conocimiento auténtico es conocimiento inacabado
y conocimiento de lo inacabado. Tal es el destino de las ciencias
en nuestros días: todo teórico de las ciencias, al igual que todo
práctico de las técnicas, lo descubre no bien reflexiona en el
devenir actual de nuestra civilización. Este elemento de los
principios de la no directividad pedagógica, o sea, el inacaba-
miento del mundo y del hombre, es quizás el aspecto de esta
concepción depagógica más recientemente esclarecido y actua-
lizado. Sin duda se hallaba latente en Sócrates tanto como en
Rousseau, pero estos dos «precursores» del no directivisrao
vivían en momentos históricos en que la posesión adulta de
los saberes y las técnicas era un objetivo al que hoy se llega
con mayor facilidad. Se comprende así que el tema del inaca-
bamiento, aun cuando esté presente y sea fundamental en sus
análisis dialécticos y en sus concepciones negativas de la edu-
cación, no se manifieste con el carácter radical que Rogers cree
darle. Otra manera de expresar el tema del inacabamiento en
pedagogía consiste en poner el acento, como hace Rogers,
sobre «las maneras de estudiar que provocan un cambio».'
La noción de cambio le permite a Rogers establecer una
relación entre su experiencia de psicoterapeuta y su experiencia,
más limitada, de profesor. El psicoterapeuta tiene que vérselas,
en efecto, con los problemas del cambio; la finalidad de toda
psicoterapia consiste en romper los diques que le impiden al
cliente desarrollarse o, como también dice Rogers, «crecer».
El hecho es que el principio observado por Rogers como fun-
damental para su empresa terapéutica es el de un crecimiento,
que no deja de recordar —a menudo se ha subrayado— la
bondad natural de Rousseau, en el sentido psicopedagógico
del concepto. Ya recordado este principio, se observará que lo
esencial en los análisis propuestos por Rogers se sitúa no tanto
en el nivel del crecimiento cuanto en el de la relación tera-
péutica. En el escrito cuya lección estamos siguiendo, Rogers

9. Carl Rogers, loe. cit.

62
evoca «la incondicional mirada positiva del terapeuta, su com-
prensión empática», es decir, otros tantos aspectos específicos
de una relación con el prójimo. La idea de no directividad
halla aquí su fundamento: implica, esencialmente, una relación
de poder. El libre desarrollo de un ser particular o de un grupo
es una consecuencia de este primer principio. En resumen, la
no directividad es una política antes de ser una psicología
genética, un método terapéutico o una nueva concepción de
la pedagogía.
Dicho lo anterior, bien se puede precisar, con Rogers, algu-
nos elementos para una depagogía no directiva. El primer
aspecto que Rogers propone observar es «el contacto con los
problemas». Por esta expresión Rogers entiende el hecho de
que «un conocimiento auténtico se adquiere con mayor faci-
lidad cuando está vinculado a situaciones que se captan como
problemas». La ilustración experimenta] citada en apoyo de
este principio es una observación de lo que ocurre en situa-
ciones menos «directivas» que la enseñanza de autoridad: «He
hallado más eficaces los trabajos en seminario que los cursos
regulares, y los cursos libres más que los cursos ex-cathedra.
Los individuos que acuden a seminarios o a cursos libres son
aquellos que están en contacto con problemas a los que reco-
nocen como propios».'"
Rogers analiza en seguida aquello que él denomina «el
realismo de la enseñanza» y luego las actitudes de «aceptación
y comprensión», para pasar de allí al estudio de los medios
pedagógicos y del uso que de éstos puede hacer el docente.
Un último e importante problema planteado por Rogers in-
cumbe a los propósitos de la educación. Pero el asunto no es
específico de la no directividad. Tiene que ver —siempre ha
tenido— con la problemática pedagógica. La especificidad de
la escuela no directiva sostiene, en cambio, esto: los propósitos
reconocidos son los de los individuos formados, y no ya los
de los docentes.

10. Ibidem.

63
La influencia de Cari Rogers en la pedagogía contemporá-
nea es aún limitada; " por el contrario, su capacidad de impug-
nación resulta decisiva. El ataque apunta al pedagogo en sus
posiciones mejor defendidas, más resguardadas. Y esa es la
diferencia fundamental con el reformismo pedagógico consti-
tuido por métodos nuevos, esto es, toda la corriente de la
escuela activa y de la nueva educación.
Hemos escogido en esta ocasión la palabra «reformismo»
a fin de inducir una comparación con la política. Sabido es
que en política el reformismo es la «revolución» efectuada p)or
la «burocracia». De ese modo se evita un cambio radical de la
organización social, es decir, el cuestionamiento por todo el gru-
po de las estructuras del poder. Lo mismo sucede con el refor-
mismo pedagógico: se cuestiona todo, excepto, precisamente, al
que cuestiona, o sea, al educador. En cambio, Rogers se cues-
tiona a sí mismo en su función y hasta en su ser. Se lanza
a dudar de su eficacia, y renuncia a las justificaciones y a la
buena conciencia. Debido a ello es, en verdad, el heredero de
Sócrates y de Rousseau. Pero desde el punto de vista peda-
gógico va más allá de sus precursores. El método no directivo
es más fino en nuestros días; hasta parece que puede llevar
a cabo la economía de la manipulación.'^ Por último, como ya
hemos dicho, la no directividad de Rogers se define más expdí-

11. El movimiento de la pedagogía no directiva se ha desarrollado en


Francia hace basunte poco, como lo atestigua un número colectivo: «Le groupc
maitre-éléve», Education NalionaU, junio de 1%2. Desde entonces, discusiones
y polémicas se han efectuado en la misma revista. Pero no por ello se puede
sacar la conclusión de que el no directivismo haya verdaderamente entrado,
a título de nueva «tendencia», en la pedagogía francesa contemporánea. Al
contrario; las reticencias y las resistencias son tan fuertes como las que en-
cuentra la dinámica de grupo no directiva en los medios sindicales y políticos.
En ambos casos, por lo demás, damos con la misma, profunda razón: la nega-
tiva de los educadores y los dirigentes a ponerse en tela de juicio.
12. A menudo se nos ha objetado este punto. Sócrates sabe, se nos dice,
a dónde quiere llegar, y su mayéutica es, por tanto, falaz. Se ha echado en
olvido, no obstante, que en este caso se trata del Sócrates de Platón, para
quien el método se halla finalmente subordinado a la doctrina. En cuanto
a las «manipulaciones» de Jean-Jacques gobernador, ellas son, o bien el
efecto de incertidumbrcs, o bien el efecto de las consecuencias del género
novelesco de Emilio.

64
citamente en función del cambio individual y colectivo, es
decir, en función del inacabamiento humano."
Si es posible, luego ver en ello un progreso en el plano
estrictametne pedagógico, en cambio bien se puede estimar
que el pensamiento de Rogers se encuentra, desde el punto
de vista de los fundamentos filosóficos y políticos, en regre-
sión con respecto a la actitud socrática y a la rusoniana, habida
cuenta de la temporalidad histórica.
En efecto, se condenó a Sócrates por agitador político, y
todo muestra que la actitud pedagógica y política, en el sen-
tido griego del término, nunca estuvieron separadas en el
fundador de la filosofía. En cuanto a Rousseau, es evidente
que al Emilio sólo se lo puede comprender en relación con el
Contrato social. No olvidemos que la última etapa de la for-
mación es en el Emilio la que corresponde a la experiencia
política.
A nuestro parecer, Rogers se refugia, por el contrario, en
cierto psicologismo. Y tras él hacen lo propio los rogersianos.
La neutralidad no directiva pretende ser hoy la neutralidad
de un rompimiento de compromiso, de un presunto apoliticis-
mo de científico y terapeuta, que viene a ser nada menos que
una opción política no declarada ni explicitada. Por ello, la
no directividad de Rogers se detiene a mitad de camino y se
encierra en la contradicción, que es la misma de la que adolece
la sociedad que ha posibilitado su desarrollo.
El rogersismo y, de una manera más general, la «forma-
ción no directiva» se desenvuelven dentro de un contexto
social propio de una sociedad industrial jerarquizada, en la que
se pide a los individuos la suficiente iniciativa como para
hacer todo aquello que no pueden hacer los robots: tomar
decisiones. Pero al mismo tiempo se aguarda de ellos la sufi-

13. Al comienzo del libro Psicoterapia y relaciones humanas, Rogers define


ante todo una norma de «la madurez». Pero en sus conclusiones desarrolla
y asume las aseveraciones de un «cliente» sobre el inacabamiento humano y
opone el ideal de una personalidad fluida, en permanente cambio, a la pato-
logía de una personalidad cosificada. Es, pues, la misma ambigüedad que
encontramos en Freud o en Moreno. Véase a este respecto L'entrée dans
la vie.

65
cíente «sumisión» o el suficiente self control como para que
no pongan en tela de juicio las estructuras, instituciones ni
los principios generales del funcionamiento de la sociedad.
De allí el pedagogismo calcado de la práctica terapéutica: se
considera al individuo y a los grupos como candidatos a una
«madurez» psicológica cuya norma llevan en sí y cuyo desa-
rrollo se ha de facilitar.
Para Rousseau, contrariamente, la madurez era política.
Y no cabe duda que la experiencia política viene a cerrar
en el Emilio la maduración individual, la iniciación. Pero
la comprensión de esta última etapa de formación nos lleva
al análisis del Contrato social, en el que Rousseau muestra
que el modelo, familiar de la relación niño-adulto no puede
ser fundamento del análisis político del poder. Tenemos aquí
dos órdenes diferentes. En cambio, el movimiento no directivo
contemporáneo psicologiza a la política en lugar de politizar
a la psicología.
Según el criterio original de Rogers, la no directividad in-
dividual o social no pone en discusión a la directividad estruc-
tural. En otros términos, la autoformación no directiva no se
basa en la autogestión de esa formación. He aquí su contra-
dicción central. Y no es dable esperar resolverla como no sea
reimiendo todo aquello que se ha separado: política y educa-
ción, o sea, elaborando principios y técnicas de una autofor-
mación que implique desde un primer momento la gestión de
la formación p)or quienes son sus «clientes». Esto no elimina
al monitor, al proceptor. No proponemos en pedagogía el
laisser-faire. Y el problema del preceptor sigue en pie. Pero
acaso el preceptor verdaderamente «no directivo» es aquel que
da al grupo de autoformación, y no ya al «grupo de forma-
ción», posibilidad de estructurar por sí sólo las condiciones de
la pedagogía.
Rogers ha hecho avanzar notablemente el problema de la
no directividad pedagógica. Pero le ha faltado un elemento
esencial: por mucho que formule con toda claridad el proble-
ma de la autoformación bajo la conducción del preceptor no
directivo, no llega hasta el fondo de su pensamiento, que impli-

66
ca autogestión de la formación, es decir, politización consciente
de la pedagogía.'"'

Pronto veremos que autoformación, autogestión educativa


y pedagogía institucional implican, por el contrario, una activi-
dad instituyente de los educandos. Esto permite superar los
límites del «trabajo libre por grupos», en donde el maestro
debe limitarse, según la expresión de R. Gausinet, a «organizar
la escuela». Descubriremos, así, que la verdadera no directivi-
dad educativa supone que nos elevemos del nivel de grupos al
de instituciones. -^
En este tramo de nuestro camino nos basta subrayar este
primer tema, que reúne e ¡lustra cuanto se ha dicho en el
presente capítulo sobre el nacimiento y desarrollo de la psico-
cología de grupos, de organizaciones y de instituciones. Hemos
traído a colación el horizonte político y, desde luego, el pro-
blema de la autogestión social. Pues bien, también en este
plano se plantea el problema de la relación entre grupos e ins-
tituciones: la verdadera autogestión social no es tan sólo auto-
gestión de empresas, de escuelas y de organizaciones sociales
básicas; es, de ser ello posible, la autogestión de la sociedad
en su conjunto. Es la decadencia del Estado y su reemplazo
por una autorregulación no burocrática de relaciones entre
grupos y organizaciones que constituyen una sociedad.
Es así como vemos que el problema de grupos —dando
a este término su más amplia significación— remite siempre
y necesariamente al de las instituciones. La democracia de los

14. En el artículo, ya citado, del Bulletin de Psychologie, J.-C. Filloux


arriba a conclusiones, bastante parecidas. Refiriéndose a la personalidad «ideal»
implicada por las ideas de Rogers, escribe: «Pero uno puede preguntarse si
semejante persona es posible en este mundo; con mayor exactitud, en el
sistema social tal cual es... Quizá una de las implicaciones raás estimulantes
de los conceptos de Rogers, tanto en el nivel de la psicoterapia como en
el de las aplicaciones psicosociológicas, es de índole tal, que muestra la
necesidad de transformar de cierta manera las estructuras si se desea huma-
nizar al .hombre y lograr en todos los niveles una autántica comunicación».

67
grupos significa poco menos que nada si no se integra dentro
de una democracia institucional.
Es una relación descubierta por vías separadas, pero con-
vergentes. Las reflexiones sobre problemas del socialismo, la
psicoterapia institucional y la autogestión educativa dan con
el mismo problema. No podemos encarar los problemas de
grupos sin abordar al mismo tiempo los de las organizaciones
y las instituciones.

68
CAPITULO II

LOS GRUPOS
(investigación, formación, intervención)

LA PALABRA SOCIAL

Todo grupo se distribuye tareas y elige responsables para


asumir determinadas funciones; en suma, todo grupo humano
se organiza. Y ello sea cual fuere su finalidad: producción,
práctica religiosa, gestión o agitación política. ¿Pero de dónde
proviene la organización? ¿Y de dónde proviene el grupo?
Un grupo está constituido por un conjunto de personas en
interrelaciones, que se han reunido por diversas razones: vida
familiar, actividad cultural o profesional, política o deportiva;
amistad o religión... Ahora bien, todos los grupos —equipos,
talleres, clubes, células— parecen funcionar de acuerdo con
procesos que les son comunes, pero que no tenemos costumbre
de observar espontáneamente. Vivimos en grupos sin tomar
conciencia de las leyes de su funcionamiento interno.
¿Qué «leyes» son éstas? En un equipo de trabajo, por ejem-
plo —y cualquiera que sea la tarea por realizar—, los princi-
pales factores de funcionamiento son un propósito (u «objeti-
vo») en principio común, comunes tareas concretas, un sistema
de participación (nos comunicamos según determinadas modali-
dades), un sistema de dirección o animación del grupo, un
conjunto de reglas denominadas de procedimiento (de voto,
de presidencia, de secretariado, etc.). El análisis sistemático y

69
científico de los caracteres generales de la vida de grupos ha
sido calificada por Kurt Lewin de «dinámica de grupo».
En una primera etapa, el giro «dinámica de grupo» designó
una ciencia experimental, practicada en laboratorio y en grupos
artificiales reunidos con fines de experimentación. Son expe-
riencias que obedecen a reglas fundamentales de toda inves-
tigación experimental: control de las variables, accesorios ex-
perimentales, cuantificación de las observaciones. Su objeto es
el funcionamiento del grupo, la cohesión y las comunicaciones,
la creatividad de los grupos, el mando.
En una segunda etapa, el mismo giro designó al trabajo
del dinamista del grupo, quien, fuera ya de su laboratorio, se
ocupará de la «resolución de los conflictos sociales». El psi-
coanalista «conoce» al individuo a partir de su intervención
terapéutica, que apunta a obtener la cura, es decir, un cambio
de personalidad. El práctico psicosociólogo «conoce al grupo
organizándolo», y a la sociedad modificándola. Su conocimiento
científico se establece esta vez a partir de una práctica social,
y su laboratorio son los grupos reales, las organizaciones so-
ciales.
No es posible conocer y comprender la dinámica de grupo
si se ignoran estas dos dimensiones, de investigación y acción.
En su sentido original, por tanto, la dinámica de grupo
constituye el sector de investigaciones abierto por Kurt Lewin
y sus ayudantes hacia 1938-1939. En un sentido más amplio,
más popular, el mismo giro tiende a designar también al con-
junto de investigaciones experimentales en pequeños grupos
y a todas las técnicas de grupo, que constituyen medios deno-
minados de aplicación. Estas técnicas son instrumentos de
formación, de terapia, de animación y de intervención que
tienen por común denominador la circunstancia de apoyarse
en el grupo.
Con posterioridad a la muerte de Kurt Lewin (1947), los
trabajos en pequeños grupos se multiplicaron, y la psicosocio-
logía de grupos pasó a ser un dominio autónomo de la inves-
tigación y la acción, con laboratorios, investigadores, sociedades
y también sectas e ideologías. En Francia, hoy, el «psicosoció-
logo» es aquel que trata las relaciones humanas en las em-

70
presas, o que forma cuadros y trabajadores sociales en semi-
narios de psicosociología; en resumen, es antes que nada un
práctico, como el psicoanalista, del que toma, conceptos y
modelos de intervención.
En cambio, en 1940 el dinamista de grupo era un labora-
torista, al margen de una práctica de grupo desarrollada en
otras partes, en el tratamiento de las «relaciones humanas» o
en la psicoterapia de grupo. Hay que señalar, pues, la con-
vergencia, al menos parcial, de la investigación y la acción.
Examinaremos esta convergencia, encarando sucesivamente:
1. Las investigaciones teóricas y experimentales en los
grupos;
2. Los problemas de la formación;
3. La intervención psicosociológica.

LA INVESTIGACIÓN

En dinámica de grupo, la investigación atañe de modo


esencial a la cohesión en los grupos, las comunicaciones, la
desviación, el cambio y la resistencia al cambio, la creatividad
de los grupos y el mando.

1. La cohesión
La concepción lewiniana de dinámica de grupo comporta
definir un grupo como un sistema de fuerzas. De este modo
se podrán distinguir, por ejemplo, fuerzas de progresión y
fuerzas de cohesión; las primeras son aquellas que «tiran» a
un grupo hacia los fines que éste se propone, y las segundas
son las que motivan a los miembros en el sentido de perma-
necer en él. (Fig. 1). En ciertos grupos llamados «naturales»
pueden dominar los factores de cohesión; así, en un grupo de
amigos que quieren antes que nada (persecución de una fina-
lidad común) «estar juntos». Se han adelantado varios criterios
de cohesión; por ejemplo, según Cartwright y Zander,' la

1. D. Cartwright y A. Zander, Group Dynamics: Research and Theory,


Tavistock Institute, Londres, 1954.

71
fuerzas

>- finalidad

cohesión

FiG. 1. La cohesión y la finalidad

cohesión se confunde con la atracción ejercida por el grupo


sobre sus miembros. Es posible separar dos series de factores:
ciertas propiedades del grupo (objetivos, talla, modo de virga-
ni2ación) por una parte, y por otra la propiedad que posee el
grupo de satisfacer las necesidades de sus miembros de rela-
ciones interpersonales, seguridad, etc.).
Entre los factores de cohesión del grupo podemos distin-
guir, en función de las finalidades:
—La pertinencia de las finalidades (¿se las ha ele,TÍdo
bien?);
—La claridad de las finalidades; esto implica una concor-
dancia en la percepción de las finalidades por los diferentes
miembros del grupo;
—La aceptación de la finalidad por los miembros.

FiG. 2. La divergencia de las finalidades


y el estallido del grupo.

12
Tales acuerdos de los miembros definen fuerzas de atrac-
ción; las divergencias constituyen, en cambio, fuerzas de repul-
sión. Si dominan las segundas, se pueden observar procesos de
estallido de los grupos (Fig. 2).

2. Las comunicaciones
La noción de «comunicaciones» ha sido importada de la
cibernética. Según Norbert Wiener, «la naturaleza de las comu-
nidades sociales depende en gran medida de sus modos intrín-
secos de comunicación».^ El problema de las comunicaciones
es el de los intercambios dentro del grupo. Podemos abordar
los problemas de la comunicación en grupws según varios
aspectos.
a) Claude Faucheux' distingue dos direcciones de la in-
vestigación:
—el estudio de las redes de comunicación, en el que, «si-
guiendo a Bavelas, se busca determinar los efectos de las
estructuras de los canales de comunicación sobre la circulación
de la información y su estructuración progresiva, así como
sobre la respectiva eficacia de ciertas estructuras en la resolu-
ción de problemas o en la aparición de determinadas funciones
(por ejemplo, el de líder), etc.»;
—la dinámica general de las comunicaciones, estudiada, en
especial, p)or Festinger.*
b) Dentro de una perspectiva de inspiración sociométrica
distinguimos:
—redes de comunicaciones formales (redes oficiales, tales
como las circulares dentro de una administración o una em-
presa, los informes y las notas de servicio, etc.);

2. Norbert Wiener, Cyhernétique et Sociélé, trad, franc., 1964.


3. Qaude Faucheux, «La Dynamique de groupe», AHHÓe psycholovQue,
1954.
4. L. Festinger et al,, «Theory and experiment in social communication»,
Ann. Arbor, 1950.

73
—redes de comunicaciones informales (ruidos de pasillos
en un congreso, rumores, etc.)
c) Además debemos distinguir:
—procesos de comunicaciones (¿quién habla a quién? ¿Se
habla mucho o poco?, etc.);
—actitudes y comportamientos de cada uno de los miem-
bros del grupo en la esfera de las comunicaciones (qué actitudes
de los animadores de una reunión facilitan o no la comunica-
ción de los miembros, etc.).
d) Existen comunicaciones:
—verbales;
—o no verbales (menear la cabeza, leer de manera osten-
sible el periódico en el curso de una discusión).

O -O- -O
FlG ). Comunicación en cadena.

(?) En un grupo la información circula:


—en cadena (Fig.3);
—en estrella (Fig. 4);
círculo (Fig. 5).

O' 1^ U^ ^ O

FlG. 4. Comunicación en estrella FlG. 5. Comunicación en circulo

74
Estas estructuras de comunicaciones tienen consecuencias
sobre la vida del grupo, sobre su «clima»: la comunicación en
estrella favorece el rendimiento, pero puede desarrollar frus-
traciones y, como consecuencia, manifestaciones agresivas, mien-
tras que la comunicación en círculo es más satisfactoria en el
nivel de los sentimientos de los miembros del grupo, pero
puede acarrear pérdidas de tiempo.

}. La desviación
También se puede observar en los grupos una presión hacia
la uniformidad, que implica en especial, como consecuencia, el
rechazo de los desviadores, es decir, de los miembros que no
adoptan los valores, normas y finalidades del grupo. Un miem-
bro desviador le plantea un problema al grupo: al mismo
tiempo que se tiende a rechazarlo, se puede formular la hipó-
tesis de que bien podría aportarle al grupo elementos nuevos,
soluciones a problemas que el grupo se plantea. De allí, pues,
los esfuerzos por adherirlo al grupo.
La relación con el desviador ha sido objeto de gran nú-
mero de experiencias. En una de ellas se estudia el rechazo
de los desviadores en función de la motivación del grupo:
cuanto más fuerte es la motivación, más crece la tendencia
a rechazar al desviador (grupos de niños construyen modelos
reducidos. Es un concurso. La recompensa para el grupo ven-
cedor puede ser la proyección de un filme, o bien un primer
vuelo en avión. En el segundo caso, el rechazo del desviador,
que sabotea el trabajo del grupo, será más fuerte que en el
primero, en que la motivación es más débil).
Otra experiencia. Se reúne un grupo experimental de diez
personas, de las cuales tres (psicólogos) tienen que desempeñar
un papel preciso, no conocido por los otros siete miembros.
El primer psicólogo asume el papel de «individuo modal» que
se adhiere a la mayoría; el segundo es el «individuo móvil»
que se opone y luego se adhiere, y el tercero es sistemática-
mente desviador (opuesto al grupo). Se propone organizar el
grupo, y el miembro modal y el móvil obtienen la presidencia,
pero al desviador se le propone el cargo de secretario, para

75
controlarlo y hacerlo callar al imponerle la obligación de es-
cribir. En el nivel de las comunicaciones en el grupo se observa
una significativa baja de los mensajes en dirección de la per-
sona móvil con posterioridad a su adhesión. El desviador
polariza las comunicaciones; luego se observa una baja que
tiende a aislarlo cuando se comprueba que no se adhiere. Esto
corresponde a una baja en la presión del grupo sobre el des-
viador con miras a la «uniformación» del grupo.

4. Las resistencias al cambio. La decisión del grupo


Kurt Lewin estudió en el curso de la primera intervención
psicosociológica, dedicada a los cambios de los hábitos alimen-
tarios,' la resistencia al cambio. Otra experiencia, citada a me-
nudo como «clásica», es la de Coch y French en la Harwood
Manufacturing Corporation.'* Insistiremos al respecto cuando
nos refiramos a la intervención.

5. La creatividad de los grupos


Los problemas de la inteligencia, el conocimiento y la in-
vención han sido hasta ahora mucho más estudiados en el
nivel del individuo que en el de grupos; en este aspecto, hasta
la psicología experimental del hombre-individuo está adelan-
tada medio siglo con respecto al estudio experimental de gru-
pos. Para mostrar, no obstante, lo que en este terreno se
comienza a hacer, vamos a presentar, aunque brevemente, los
trabajos efectuados en Francia por Claude Faucheux y Serge
Moscovici dentro del marco del C.N.R.S. y del Laboratorio de
Psicología Social de la Sorbona.'
Definen estos autores la creatividad como «un proceso de
elaboración de representaciones poseedoras de una riqueza
de información cada vez mayor». Es lo que sucede en el caso

5. Kun Lewin, «Forces behind food habits: methods of change», hull.


Nat. Res. Com. 108, 19i43, págs. 35-65.
6. L. Coch y J. French (h), «Overcoming resistance to change», en:
Cartwright y 2ander, Group Dynamics, ed. cit.
7. C. Faucheux y S. Moscovici, «Etudes sur la ctéativité des groupes».
Bull. Psycho., XI, 1958, pág. 15.

76
del descubrimiento de una ley o en el de una invención cien-
tífica.
Para estudiar experimentalmente la creatividad de los gru-
pos comparándola con la de los individuos, Faucheux y Mos-
covici han utilizado dos pruebas: las figuras de Euler (Fig. 6)
y los árboles de Riguet (Fig. 7).

A2 B2

B3 c,

FiG. 6 a FiG. 6 b
Figuras de Euler

En la primera prueba se proponen al sujeto tableros de


un número variable de casillas, que debe completar de acuerdo
con ciertas consignas. Por ejemplo, la figura Ga representa un
tablero en donde sólo encontramos una vez la misma cifra
en cada columna. Se le pide al grupo experimental que com-
plete la figura siguiente (Fig. 6b) en las mismas condiciones
(se ve que la casilla por completar, señalada con una x, sólo
puede contener la letra B (A y C ya figuran en la línea) y el
número 3 (en la columna ya figuran 2 y 1).

FiG. 7 a FiG. 7 b
Arboles de Riguet

77
En cuanto al árbol de Riguet, constituye una prueba en la
que se pide a los sujetos que dibujen árboles combinando siete
ramas (o palos) y tratando de encontrar el mayor número po-
sible de árboles diferentes. Los árboles de las figuras la y Ib
son semejantes; en cambio, el árbol de la figura 8 es diferente

FiG. 8

—debido a la combinación de los palitos— de los árboles an-


teriores.
En esta segunda prueba se ha aplicado a individuos y
grupos dos consignas diferentes:
—encontrar el mayor número posible de estructuras (Riguet
abierto);
—encontrar las 23 estructuras posibles (Riguet cerrado).

Sin entrar en el detalle de la experimentación, daremos las


conclusiones de estas investigaciones, llevadas a cabo de una
manera comparativa, recordémoslo, en individuos y grupos:
a) «La superioridad del grupo depende del tipo de tarea.
La interacción social no es una garantía de rendimiento más
económico;
b) Hay un efecto positivo de grupo cuando la organiza-
ción de la tarea permite una colaboración de los miembros,
colaboración capaz de hacer más flexible la percepción de cada
uno y de controlar, gracias a reglas existentes, su producción;

78
c) En una prueba en la que es posible un efecto de grupo,
estos son más originales que los individuos».

El lector verá con suficiente rapidez la importante conse-


cuencia de estas investigaciones en pedagogía experimental,
sobre todo, sin que sea necesario insistir más al respecto. Se-
mejantes investigaciones parecen permitir, la solución científica
de problemas planteados por la distinción «trabajo individual»
y «trabajo en equipo» y efectuar elecciones pedagógicas más
lúcidas (especialmente sobre problemas de trabajo en grupo).

LA FORMACIÓN

La historia de teorías y técnicas de la organización ha pa-


sado por tres fases:
1.° Una fase de racionalismo mecanicista (es el período
denominado «de las teorías clásicas», de Taylor, de Fayol);'
2° Una segunda fase, que comienza con Elton Mayo' y
se prolonga con la sociometría y la dinámica de grupo, por una
parte, y con el análisis de disfuncionamiento burocráticos, por
la otra;
3.° La tercera fase (que se esfuerza por superar a la pre-
cedente, sin rechazarla por completo, no obstante) se caracte-
riza por un neorracionalismo (March y Simon) así como por
la decidida importancia que se asigna a problemas de poder
(Crozier).

Las teorías de la formación siguen la misma evolución que


las teorías de la organización, de las que son complemento y
una de las dimensiones prácticas;
1.° A la primera etapa corresponde la técnica denomi-
nada del T.W.L;

8. Taylor, Fayol, en: March y Simon, Les organisations, problémes psychoso-


cidogiques, Dunod, París, 1964.
9. E. Mayo, en: March y Simon, ob. cil.

79
2° La reacción de la «formación no directiva», de los
seminarios de relaciones humanas y del adiestramiento en diag-
nósticos de grupos (Bethel, etc.) frente al T.W.I. es, evidente-
mente, la misma reacción que la de Elton Mayo frente a las
concepciones mecanicistas de la organización;
3." La tercera etapa en las teorías y las técnicas de la
formación se halla todavía en estado embrionario y experimen-
tal. Se apoya en análisis de fenómenos de poder y en un des-
cubrimiento de ías dimensiones institucionales y «políticas» de
la formación, sin rechazar, por ello, toda la adquisición de la
fase precedente. Llamemos «pedagogía institucional» '" a esta
tendencia de la formación. Hay un cuadro que resume el
paralelismo:
Organización Formación
Primera etapa Teorías clásicas (O.S.T., T.W.L
etc.)
Segunda etapa Relaciones humanas, di- Formación no di-
námicas de grupo, etc. rectjva. T. Group.
Tercera etapa Neorracionalismo, estu- Pedagogía institu-
dio de las relaciones de cional. Autofor-
poder. mación.

Ya delimitado de este modo el cuadro, vamos ahora a en-


carar los métodos de formación de la segunda etapa, basados
en la dinámica de grupo.
Poco antes de su muerte, acaecida en 1947, Kurt Lewin
se preocupa en problemas de formación. Muere demasiado
pronto para asistir a los comienzos de una experiencia que va
a permitir la difusión más intensiva, si no la más fiel, de las
conquistas de la dinámica de grupo, a saber, la invención del
grupo de formación (T. Group) en Bethel," en 1947-1948, así

10. Véase: Georges Lapassade, «Un probléme de pédagogie institutionneUe»,


Recherches Universitaires, VI, 1963.
11. Bethel, en: Leland P. Bradford, Jack R. Gibb y Kenneth D. Benne,
T. Group theory and laboratory method, 489 págs., John Wiley & Sons Nueva
York, 1964.

80
como a su difusión en Francia y toda Europa a partir de
1955-1956.
La invención del T. Group es fortuita, según Leland
P. Bradford, director del Seminario de Verano (N.T.L.) de
Bethel (EE.UU.) En efecto, en el curso de una temporada,
«los animadores habían contraído el hábito de reunirse al
margen de las sesiones para estudiar la dinámica de la sesión
transcurrida». (Se trataba, pues, de exposiciones y ejercicios
sobre la dinámica de grupo.) «Los participantes (practicantes),
enterados, se mostraron profundamente interesados por las
discusiones, que muy pronto no se desarrollaron ya sin ellos.»
Se trataba, como se dice en la «jerga» actual, de un staff
abierto, esto es, de una reunión del equipo de los animadores
delante de los practicantes, que de este modo escuchan el
diagnóstico de los miembros del equipo sobre el funcionamiento
de sus grupos;
Vemos, con ello, que los T, Groups, a que cierta repre-
sentación social define como esotéricos e iniciáticos, descansan
en rigor, desde sus orígenes, en un procedimiento pedagógico
muy sencillo: el preceptor o monitor formula nuevamente para
el grupo de practicantes las modalidades de funcionamiento, lo
que ha de posibilitar el aprendizaje, a partir de una experiencia
vivida aquí y ahora, de las nociones elementales de la diná-
mica de grupo (comunicaciones dentro del grupo, procedi-
mientos de tomas de decisión, tratamiento eventual de los
problemas de desviación, cohesión del grupo).
Esa es al menos la orientación que parece desprenderse de
las primeras «concepciones norteamericanas del grupo de diag-
nóstico»."
La forma preferida para la dinámica de grupo es el Training
Group o «grupo de formación» (en Francia se lo llama asi-
mismo grupo de base o grupo de diagnóstico). ¿De qué se
trata? Esencialmente, de una experiencia vivida de lo que su-
cede en todo grupo, experiencia discutida en común bajo la
conducción de un preceptor. Es una invención pedagógica que

12. Ibidem.

81
ha consistido, sobre todo, en constituir un grupo que sea a la
vez sujeto y objeto de experiencia: cada cual «se forma» y
aprende a «diagnosticar» el funcionamiento de los pequeños
grupos observando in vivo, dentro del grupo del que forma
parte, los diversos mecanismos, característicos, por hipótesis,
de la vida de todo grupo.
El principio de un grupo de formación es el siguiente.
Entre siete y quince personas (de edad, sexo y profesión di-
ferentes) que no conocen unas a otras se reúnen para efectuar,
juntas y durante cierto número de sesiones fijado de antemano,
un autoanálisis de grupo. En el grupo está presente un líder
de formación pedagógica y psicosociológica, pero no participa
en el contenido de los debates. Cuando lo juzga necesario,
comunica al grupo su diagnóstico de la situación. Sus «análisis»
se sitúan siempre en el nivel del grupo y no de los individuos
que lo componen: atañen al proceso, esto es, a la dinámica
del grupo, a la comunicación, al sistema de interrelaciones, a la
cooperación, a la determinación de las finalidades dentro del
grupo. El preceptor practica así la pedagogía no directiva,
según la expresión tomada de Cari Rogers."
El grupo de formación no tiene en un primer momento
fijada su tarea; con mayor exactitud, diremos que esta consiste
en expresar los procesos de funcionamiento del grupo, de
aprender la «dinámica de los grupos» mediante el autoanálisis
de lo que ocurre aquí y ahora. Tal es, en principio, el «pro-
grama» u «orden del día» enunciado en la circular de invita-
ción. Al comienzo, los papeles desempeñados por cada miembro
no se hallan definidos ni distribuidos. Pero progresivamente
y casi siempre de manera tácita el grupo se organiza, toma
conciencia de la distribución de los papeles y advierte, final-
mente que puede llegar a su autogestión.
El grupo de formación obedece a una regla que implica
tres «uiúdaes»:
—unidad de tiempo: el grupo debe respetar los límites de
tiempo previstos: una hora y medía o dos horas por sesión;

13. Véase: CaA Rogers, ob. cil.

82
—unidad de lugar: se reúne en la sala prevista al efecto
y a las horas indicadas;
—unidad de acción: el estilo de participación de cada uno
de los miembros y su papel se definen mediante la verbaliza-
ción, que excluye al acto. Los problemas tratados son, en prin-
cipio, los del grupo, y por lo demás este es el único nivel en
que interviene el preceptor. A los problemas individuales sólo
se los discute en la medida en que determinan al mismo tiempo
los problemas del grupo actual, aquí y ahora.

Según los momentos de la vida del grupo, la orientación y


el estilo del preceptor, el acento puede recaer sobre las comu-
nicaciones interpersonales, las «valencias» afectivas, las ope-
raciones, los procesos, las elecciones y los rechazos, la coopera-
ción, las funciones, los estadios de desarrollo del grupo. Pero
en todos estos casos el preceptor (animador, líder, formador)
se abstiene de participar en el contenido de la discusión, de
dar consejos, de distribuir tareas, de organizar el grupo, de pro-
poner temas de debates. Por eso se dice, trasladando a la
pedagogía de grupo la terminología de Cari Rogers, que el
preceptor es no directivo.^*
Los principales caracteres de esta actitud pedagógica son:
el preceptor no aporta al grupo ni directivas, ni juicios de
valor. A menudo se ha subrayado que el preceptor no direc-
tivo no debe suministrar informaciones que puedan ser utili-
zadas por el grupo como directivas de funcionamiento y vividas
como un «alimento gratificante» o arrebatadas mediante ma-
nipulaciones. El preceptor despoja, pues, de todo «don» su
participación en el grupo.
Una imagen cómoda, empleada con suma frecuencia, para
informar acerca de una actitud como ésa es la del «espejo».
Sin embargo, en la relación del preceptor con el grupo hay
más que un simple «reflejo». El preceptor no juzga, no aprue-
ba ni desaprueba; trata de comprender y ayudar al grupo. Así,
a su manera, participa en la vida del grupo. Se insiste en el

14. Véase: Cari Rogers, oh. cit., y M. Pages. VOrientation directive en


psychothérapie el en psychologie súdale, Dunod, París, 1965.

83
hecho de que se trata de sentimientos verdaderamente experi-
mentados por el preceptor, y no de actitudes artificiales y
meramente técnicas o estratégicas. Fuera de tales fundamentos
de la actitud del preceptor, las modalidades de la acción de
éste han de ser, como lo hemos destacado, tan variables como
el grupo mismo, puesto que participan de la tnisma evolución.
El preceptor puede intervenir mediante:
—la reformulación, es decir, el reflejo de su propia imagen
sobre el grupo; se efectúa según modos variables. No se trata
tanto de un frío reflejo óptico cuanto de una comunicación al
grupo de los sentimientos de un participante privilegiado —el
preceptor—, considerado como el más capaz de expresar el tra-
bajo dialéctico del grupo;
—la interpretación, o sea, el enunciado de causas ocultas
o mal percibidas de fenómenos aparentes. También en este
aspecto el preceptor sólo devuelve al grupo lo que ha surgido
de él.

La interpretación se puede efectuar:


—en el nivel del grupo:
—en el nivel de las relaciones interpersonales a título
excepcional (y dentro de una perspectiva más bien «sociomé-
trica» en este caso).

La elección del nivel y de la profundidad de la interpreta-


ción dependerán, evidentemente, del estadio de desarrollo del
grupo y de lo que éste puede aceptar en determinado mo-
mento. Esto supone, por tanto, la aplicación del momento
oportuno de intervención (timing) y la selección de lo que
resulta útil decir.
Con frecuencia se ha propuesto aplicar conceptos y modelos
psicoanalíticos a la comprensión de lo que sucede en el grupo
de formación. La comparación es válida por lo menos en un
punto: así como el psicoanalista no hace nada más que escla-
recerle al paciente su propio deseo, así también, en nombre
de su actitud pedagógica no directiva, el preceptor se conforma
con deslindar algunas potencialidades de cambio del grupo, es

84
decir, de deseos. Los dos modos de intervención que hemos
señalado son sólo dos niveles de esta acción. Mientras que la
reformulación es el enunciado del deseo expresado por el grupo,
la interpretación es el deslinde de un deseo aún «latente»,
inconsciente. Puede permitirle al grupo, por ejemplo, tomar
conciencia de lo que bloquea su funcionamiento.
Se ha subrayado la necesidad de una evolución de la actitud
del proceptor en función de la del grupo; su participación en
el grupo sufre esta opción fundamental. Según algunos autores,
la maduración de un grupo debería ir hacia la integración pro-
gresiva y finalmente realizada del preceptor al grupo. Se trata,
naturalmente, de una integración del preceptor al grup>o en
calidad de preceptor, pero no como participante emocional. No
entrega al grupo su experiencia ni sus emociones.
Más de una vez se ha comparado el desarrollo del grupo
con el de un individuo. Es una comparación que se debe for-
mular con reserva; tiene, no obstante, la ventaja de destacar
dos aspectos importantes de maduración:
—el proceso de desarrollo (nacimiento de un organismo,
infancia, aprendizaje, «madurez» o «estado adulto», decadencia
y muerte); mudanzas y crisis marcan esta evolución, que no es
corwinua;
—las relaciones sociales características de las grandes eta-
pas del proceso, de un estado de dependencia inicial a un
estado ideal de autonomía e independencia del grupo.

Diferentes modelos genéticos se han elaborado para infor-


mar acerca de esta evolución. Son modelos que datan de 1955
(Bethel) y 1959 (Francia). El porvenir podrá evaluar, sin duda,
la evolución de las concepciones francesas, especialmente la
declinación de la teoría de los estadios de desarrollo. Como
lo permite observar Claude Faucheux en su estudio sobre las
concepciones norteamericanas del grupo de diagnóstico, el aná-
lisis se sitúa en dos perspectivas diferentes. Bennis y Shepard "

15. Claude Faucheux, «Les conceptions américaines du grupe de diagnostic»,


hull. Psycho., num. especial, 1959.

85
ubicar su análisis en el nivel de las comunicaciones y de las
relaciones interpersonales; relaciones con el preceptor, escisio-
nes en subgrupos. Blake " lleva el diagnóstico al nivel de los
procesos del grupo, de cooperación, de elección de temas para
la discusión, de los modos de toma de decisión, del desenvol-
vimiento de la discusión y del trabajo en grupos. Estas diver-
gencias, vinculadas a los objetivos de la formación, conducen
a diferentes opciones del preceptor: con Bennis y Shepard, el
grupo se centra en una mejor comprensión interindividual,
mientras que con Blake se centra en las técnicas de progresión
que experimenta. En el primer caso se trata de comunicar de
manera eficaz; en el segundo, de operar de manera correcta.
Esto explica las variaciones en la descripción de los wo-
mentos del grupo. Así:

—Bennis y Shepard distinguen dos fases: una jase de de-


pendencia seguida de una fase de interdependencia, dividida en
secuencias; por lo tanto, fases de interrelaciones.
—Blake describe tres fases y muestra, a través de éstas,
la progresión del grupo hacia la organización.

Claude Faucheux distingue, con los primeros autores bethe-


lianos, cuatro estadios del desarrollo del grupo de «diagnós-
tico» o grupo de formación:
a) la incertidumbre inicial;
b) la resolución de los problemas de la relación del grupo
con el preceptor;
c) la resolución del problema de autoridad' interna del
grupo;
d) la conducta reflejada.
—Max Pages observa igualmente que «los teóricos del
T. Group concuerdan, en general, en distinguir tres o cuatro
fases»:

16. Véase el informe sobre el «T. Group», Bethel, 1955.

86
a) esfuerzos de los participantes para manipular al líder
y hacerle desempeñar un papel convencional; fracaso de esos
esfuerzos; tentativas de recurrir a métodos clásicos (designa-
ción de un presidente, asunto de discusión...); fracaso de tales
tentativas;
b) el grupo se interroga cada vez más sobre sus propios
problemas, pero ansiosamente y sin eficacia, con un recrude-
cimiento del sentimiento de fracaso;
c) intento de cooperación; concesiones mutuas entre los
miembros; pero esta solución se deja ver muy pronto como
superficial, y los desacuerdos subsisten;
d) el grupo parece retroceder cada vez más con respecto
a sus dificultades y busca sus verdaderas razones; autoevalua-
ción sin la ayuda del preceptor; progresión hacia las finali-
dades.

—Didier Anzieu ba desarrollado un modelo genético:


«...nacimiento, balbuceos y recurso del grupo al preceptor-
padre; actitud escolar, comentario de textos y espera de un
curso; crisis de adolescencia, dificultad para analizar sus moti-
vaciones y su dependencia, comienzo en la madurez, el senti-
miento del «nosotros» y la organización interna: explosión de
tensiones y estallido en subgrupos; acceso a una madurez su-
perior mediante el análisis y la resolución de tensiones, me-
diante el establecimiento de una organización democrática;
preparación para la muerte al recapitular la historia del grupo
y aspirar a una supervivencia». En un trabajo posterior, Anzieu
desarrolla tres «modelos» aplicables al funcionamiento del
grupo de formación. El primero es un modelo «cibernético»,
inspirado en los trabajos de J. y M. Van Bostaele, quienes
consideran el grupo como un «sistema en equilibrio cuyos
estados corresponden a una serie de operaciones observables».
Este modelo nos parece un pariente de los análisis lewinianos
sobre el equilibrio casi estacionario en los grupos. Tiende a
rendir cuenta del grupo como establecimiento y evolución de
una red de comunicación. El segundo modelo es de inspiración
psicoanalítica. Cierto número de analogías, de fructíferas com-

87
paraciones y de reales puntos comunes entre las enseñanzas
del psicoanálisis y las del grupo de formación se pueden evi-
denciar entre ambas técnicas. A decir verdad aparecen, tal
cual lo destaca Anzieu, como «complementarias para quien
quiere comprender al hombre en su riqueza y actuar en su
progresión». El tercer modelo es un modelo dialéctico, inspi-
rado en el análisis de Sartre en su Crítica de la razón dialéctica.
También nosotros hemos propuesto, al igual que J. Ardoino,
una concepción sartreana del grupo de formación. Pero hoy
por hoy pensamos que es esta una concepción a la que hay que
revisar profundamente, en función de los problemas de la
estructura de las prácticas.
De la aparente multiplicidad de concepciones acerca de la
progresión de un grupo de formación podemos desprender cier-
to número de momentos:
a) dependencia respecto del preceptor, que se traduce en
el pedido de informaciones y directivas;
b) fracaso de ese pedido y tentativa de funcionamiento
según modos clásicos de reunión; esta fase coincide con una
contradependencia y remata, en general, en el fracaso y en la
aguda conciencia del fracaso;
c) elucidación de las causas personales y de grupo del
fracaso, es decir, puesta en evidencia y resolución (por las
vías de la catarsis y de una toma de conciencia en niveles va-
riables) de tensiones interpersonales;
d) autoevaluación final del grupo, que se entrega a su
primer «trabajo» logrado, o sea, a la constitución de su «his-
toria». Este trabajo es también el único posible para el grupo
de formación. Significa su constitución como grupo y su
muerte.

Así podemos observar, que la concepción betheliana de la


formación es esencialmente pedagógica. Lo es:
—por sus orígenes: una parte importante de los precepto-
res de Bethel son pedagogos que cooperan con psicosociólogos;
—por sus fuentes teóricas: la técnica y la doctrina de
Bethel se ubican al encuentro de diferentes corrientes psicoló-

88
gicas (dinámica de grupo, psicoanálisis, sociometría) y métodos
activos;
—por sus métodos: la actividad básica de Bethel es, como
hemos visto, el Training Group o T. Group, que es, como su
nombre lo indica, un grupo de formación. Tal cual escribe
T. Meigniez: «En el T. Group, el preceptor habla gustosamente
de las leyes generales del grupo, de las que el grupo presente
no sería más una ilustración». Es una actividad didáctica. Esto
viene a poner en tela de juicio al rigor no directivo: en la
intervención del preceptor así descrita es dable ver, en efecto,
la transmisión indirecta de un saber.

El grupo de formación se presenta un poco, en efecto,


como el instrumento de una formación acelerada. La noción
misma de «preceptor» (o «monitor») adquiere aquí todo su
carácter pedagógico.
Junto al T. Group existen en Bethel otras actividades edu-
cativas: los talleres de adiestramiento (skill groups) en las
técnicas de grupo, las conferencias y exposiciones, etc. La
organización de las actividades presenta el mismo carácter
escolar; es el empleo del tiempo —bastante tradicional, en
definitiva— decidido por los preceptores, que distribuyen a lo
largo de la jornada y de la estada las diversas formas de un
aprendizaje. Únicamente en el nivel del T. Group, la pedagogía
betheliana tiende a ser no directiva. En cambio es directiva,
esto es, tradicional —o, diría Rousseau, «positiva»—, en el
nivel de estructuras de prácticas. Tal es la profunda contra-
dicción de la formación en Bethel; de ello se comienza a tomar
conciencia, al menos en Francia, sólo hoy.
En otros términos, y para resumir al respecto, la estada
de verano en Bethel constituye una pasantía o prácticas de
formación y perfeccionamiento en psicosociología sobre la base
de métodos no directivos. Estas prácticas se han organizado
tomando en cuenta a todos aquellos que consideran útil per-
feccionar sus conocimientos en psicología de grupos.

89
No parece que en el sistema betheliano llegue la psicología
hasta el análisis del conjunto institucional. Ocurre como si los
preceptores bethelianos limitasen el aprendizaje de practicantes
al nivel de pequeños grupos, pues no se considera al conjunto
de las prácticas como formador de un Grupo total de análisis.
En el campo de la psicología social se deslinda de ese modo
un sector de relaciones interpersonales y de operaciones micro-
sociológicas que no superan las dimensiones y atribuciones de
grupos restringidos (small groups). Para que fuese de otra
manera sería necesario, cuando menos, que la totalidad de las
prácticas (a saber, la institución betheliana) estuviesen a su
vez sometidas a un análisis psicosociológico análogo al que se
instituye en grupos de formación. Sería necesario que la peda-
gogía de Bethel fuese, además de una pedagogía de grupo,
una pedagogía institucional. Y no es así. Esta limitación se
debe, sin duda:
—A factores culturales y estructurales, que incumben a la
organización y a la ideología de la sociedad norteamericana,
así como a la del conjunto de la sociedad industrial y capi-
talista. Es esta una sociedad que requiere de sus trabajadores
cierta iniciativa y a la vez cierta adhesión a las estructuras exis-
tentes;
—A razones más técnicas: los grandes grupos funcionan
de acuerdo con procesos dinámicos menos inventariados y
consiguientemente menos controlables y analizables que los
grupos restringidos a diez o quince participantes;
—Al psicologismo ecléctico de los animadores de Bethel,
que implica la cooperación de las diferentes concepciones psi-
cosociológicas, psicopedagógicas y psicoterapéuticas (entre otras,
la concepción freudiana, rogersiana, lewiniana, moreniana, etc.).

El modelo betheliano tiene la ventaja de ser el primero en


abrir camino dentro de la formación activa en psicosociología;
pero conviene señalar sus límites si se desea llevar más lejos
aquello que permanece implícito en los modelos practicados
dentro de este primer modelo.
Debemos reconocerle a la escuela de Bethel por lo menos

90
una cualidad esencial: la invención y difusión de una peda-
gogía que, sin dejar de conservar ciertos lazos con la escuela
nueva, va, no obstante, mucho más lejos hacia la no direc-
tividad.
La no directividad tiende a ser completa y efectiva, como
hemos visto, al menos en el nivel del T. Group (actividad fun-
damental de Bethel). De allí ha nacido una nueva corriente
de pensamiento y acción, una corriente que discute al educador
en su relación pedagógica, en su praxis, y que abre camino
para un análisis crítico de las relaciones humanas y de la orga-
nización social en el mundo contemporáneo a través de la
crítica de las relaciones directivas de formación.
Tal es lo que subraya el estudio dedicado por J. Ardoino
al «grupo de diagnóstico, instrumento de formación»." ¿Ins-
trumento de formación? Hay quienes parecen llegar poco me-
nos que a reconocer en nuestros días que el T. Group tiende
a convertirse a veces en un instrumento terapéutico, aunque
no pertenezca explícitamente al repertorio de las diversas for-
mas de psicoterapia de grupo —o en grupo— presentadas, en
particular, por Slavson,'* Moreno," etcétera. El T. Group sigue
siendo, en principio, un instrumento que apunta a formar y no
a sanar. Su actual clientela se divide, sin embargo —como bien
lo ha destacado Pingaud—,'^° en clientela pedagógica (trabaja-
dores sociales, educadores, cuadros) y clientela terapéutica (los
mismos, a veces, y que acuden a título individual).
Hay otros métodos de formación en grupo y por él; cite-
mos la discusión de casos, utilización pedagógica del psicodra-
ma, etc.; en todas estas técnicas el aspecto «dinámica de grupo»
sigue estando presente, más o menos acentuado, más o menos
«manejado» según las circunstancias, escuelas y necesidades.
Se emplean estos métodos, o por lo menos algunos de ellos,
en Seminarios de formación en la dinámica de grupo, que

17. J. Ardoino, Prupos acíuels sur l'Education, Gauthier-Villars, París, 1964.


18. Slavson, La psychologie de groupe, trad, franc, P.U.F., París.
19. J. Moreno, The first book on group psychotherapy, Beacon House,
1932, 1957.
20. Bernard Pingaud, «Une experience de groupe». Les Temps Modernes,
marzo de 1963.

91
cada equipo organiza en Francia tomando en cuenta una varia-
da clientela (educadores, cuadros, sindicalistas), pues el prin-
cipio del T. Group y de los seminarios (en los cuales sigue
siendo el instrumento «básico») lo constituye la heterogeneidad
social de los participantes.
Ya podríamos considerar los grupos de diagnóstico o los
grupos de discusión de «casos» como técnicas de grupo. Pero
hay otros, que son más sencillos y que apuntan, sobre todo,
a animar encuentros, reuniones. Casi siempre son procedimien-
tos que no implican necesariamente el criterio psicosociológico
esencial, esto es, el análisis de grupo.
Se trata de técnicas y procedimientos que muestran a las
claras las ambigüedades de una psicosociología práctica que
alega ser a la vez liberadora y, dentro del mismo movimiento,
utilitaria y reformista. Es una ambigüedad aún más visible en
el nivel de las prácticas de la intervención.

LA INTERVENCIÓN

Para los psicosociólogos, intervención significa acción den-


tro de una organización social, a solicitud de ésta y con miras
a facilitar ciertos cambios.
Para esto proceden, en primer lugar, a entrevistas indivi-
duales o de grupos, y luego a una primera síntesis, que comu-
nican (feed-hack) al conjunto de Cuadros o, incluso, de tra-
bajadores de la organización «dienta». Comienza entonces una
segunda fase de trabajos en comisión (desde el primer momen-
to de la intervención se ha constituido un equipo de encuesta
que reúne a psicosociólogos y a responsables de empresa).
La intervención prosigue, así, a través de las reuniones de
equipos. Con el análisis de resultados de entrevistas, y por la
acción sobre ciertas estructuras de la organización y las reunio-
nes de comisiones, progresivamente se asiste al deshielo de las
comunicaciones; los servicios entran en contacto... Pero además
se necesita que la dirección sea capaz de asumir también ella
los cambios y las tensiones que suscita la socioterapia. Suele
ocurrir que, por diversos pretextos, se interrumpa el trata-

92
miento. En rigor, esto significa generalmente que se ha descu-
bierto la voluntad general del grupo. Cada cual ha podido
entreveer la posibilidad de participar en las decisiones, de
administrar la empresa. Tal es el horizonte último y verdadero
de la intervención psicosociológica: no el privilegio del grupo,
sino la autogestión de todos los grupos, de las organizaciones,
de la sociedad en su conjunto. La autogestión social no es,
como todos saben, un modelo psicosociológico; es un producto
del movimiento socialista, de la experiencia del proletariado.
Si la psicosociología da hoy con este problema, ello se debe
a varias razones; antes que nada, todas las investigaciones efec-
tuadas en grupos han mostrado que los mejores resultados se
obtienen en la productividad cuando todos «participan» en las
decisiones. En seguida, la autogestión social supone, si se desea
evitar la burocratización, un constante refinamiento de métodos
de decisión colectiva en el nivel de comités de gestión, de los
sistemas reguladores. Los yugoslavos comienzan a descubrirlo
y a practicar la dinámica de grupo. Por último, y quizá sobre
todo, la psicología les recuerda a los «políticos» y a los tecnó-
cratas que el socialismo no es tan sólo un asunto de economía
y de institucines jurídicas; también supone un cambio en la
cultura, én las motivaciones, en la vida afectiva de los grupos.
La primera intervención es la de Kurt Lewin hacia 1943,
lo vemos intervenir en conflictos sociales, como por ejemplo
los raciales, facilita modificaciones que se consideran necesarias
y trabaja en pro del cambio de las costumbres alimentarias en
períodos de escasez. En 1943 se trataba de facilitar la compra
y el consumo de menudos de vacunos en seis grupos de trece
a diecisiete amas de casa. Tres grupos asistieron a exposiciones
de 45 minutos dedicados a destacar la riqueza en vitaminas de
los menudos y a una serie de consejos culinarios. Los otros
tres grupos participaban en discusiones colectivas con un ex-
perto en nutrición puesto a dispiosición del grupo.
Se obtuvieron los siguientes resultados: el tres por ciento
de las amas de casa de los tres primeros grupos y el treinta
y dos por ciento de los otros grupos cambiaban sus «hábitos
alimentarios». Estos resultados muestran la eficiencia de las
decisiones adoptadas en grupo; muestran, igualmente, que el

93
psicosociólogo conoce los grupos al modificarlos, de acuerdo
con el principio lewiniano de la «investigación activa» (action
research), e inauguran, por último, un nuevo campo de in-
vestigación, que habrá de consistir en analizar y tratar los
problemas del cambio social.
Otra intervención citada muy frecuentemente es la que
se registró en una empresa de confección —la Harwood
Manufacturing Gjrporation— Coch y French. La empresa tro-
pezaba con la resistencia que ofrecía el personal a los cambios
en los puestos de trabajo realizados por la dirección en función
de la evolución de las técnicas, resistencia que se manifestaba
en la caída del rendimiento, los despidos, la hostilidad para
con la dirección, el retardo del reciclaje. La experiencia se
efectuó con cuatro grupos de obreros:
—en el primer grupo (dieciocho obreros) se explicó sim-
plemente la necesidad de cambios;
—en el segundo grupo, representantes del personal parti-
cipaban en las decisiones;
—en los otros dos grupos (siete obreros) todos los traba-
jadores participaban en las decisiones. En estos últimos grupos
fue donde mejor se aceptó el cambio, mientras que la mayor
resistencia la opuso el primero.^'

Es célebre la intervención que efectuó el doctor Elliot


Jaques ^ en una fábrica de cojines eléctricos —la Glacer Metal
Company— situada en los aledaños londinenses, que cuenta
con unos mil quinientos trabajadores. La intervención comienza
en abril de 1948 con una primera fase de implantación de la
intervención (se determina la función de los psicosociólogos,
que no tienen función de dirección de la empresa, que son
simplemente «consultores»). En julio de 1948, intervención
del equipo de ocho miembros, dirigidos por Jacques. Este
equipo se atiene a la disposición del colectivo. Entre 1948 y

21. Véase nota 20.


22. Elliot Jacques, The changing culture of a factory, Drvden Press,
Nueva York, 1952.

94
1951 lo consultan diferentes grupos, que solicitan su ayuda
para resolver problemas de remuneraciones, de comité de dele-
gados del personal, etc. A través de esas intervenciones se
analiza la estructura social de la empresa, su «cultura» (con-
venciones, costumbres y tabúes) y la personalidad de sus miem-
bros. Se trabaja especialmente en facilitar las comunicaciones
dentro de la empresa, en clarificar las funciones, en precisar
las resf>onsabilidades.
La intervención psicosociológica en empresas y, de un modo
más general, en organizaciones sociales presenta ciertos rasgos
fundamentales; podríamos ilustrarlos con un fragmento lite-
rario. En El castillo, de Kafka, vemos que K., el agrimensor,
llega a la aldea con la intención (¿o la misión?) de determinar
«fronteras»: es su oficio. Pero busca al «cliente» -—individuo
u organización— que lo ha llamado, y muy pronto choca con
las resistencias del grupo, que adquieten diferentes formas y
se ponen de manifiesto a través de ciertos síntomas: ¿cómo
telefonear al castillo? Las comunicaciones funcionan mal. El
castillo es una organización petrificada, «burocratizada», con
su secreta complejidad, que descubre el psicosociólogo cuando
aborda los problemas de su sociedad por el lado de una orga-
nización que lo llama para consultarlo.
La intervención psicosociológica en los grandes grupos (em-
presas, administraciones, escuelas, hospitales, etc.) implica cier-
to número de técnicas específicas. Se efectúa un primer diag-
nóstico a partir de entrevistas y cuestionarios: la finalidad
consiste en adquirir a la vez un conocimiento objetivo de la
organización dienta y en saber de qué modo sus miembros
perciben la organización. (Así, determinada organización prac-
tica una política de ventas, o de producción, o de publicidad,
etc., y sus miembros acusan con mayor o menor claridad esa
política, la aceptan o la rechazan.)
Además, toda empresa es un «grupo de grupos». Reúne
equipos, oficinas, talleres, según ciertas formas de organización.
Entre esos grupos, la información circula de acuerdo con mo-
dalidades formales (circulares, etc.) o informales (rumores...).
Tales comunicaciones tropiezan con ciertas barreras, que se
pueden levantar. Esta puede ser una de las finalidades de la

95
intervención, que alcanza una nueva fase gracias a la comuni-
cación (denominada feed-back) de los primeros resultados, a
los que se puede trabajar por grupos en el curso de reuniones
que implican ciertas técnicas de animación. Desde el comienzo
de la intervención, suele hallarse el esfuerzo por ubicar grupos
reguladores entresacados de los miembros de la organización
dienta. Con estos grupos o comités prosigue el trabajo y se
amplía, provocando la implicación cada vez mayor y más pro-
funda de los demás miembros de la organización.
He ahí, la finalidad buscada: provocar que los miembros
del grupo tomen a su cargo los problemas que en principio
les conciernen aquí y ahora; buscar con ellos las soluciones,
determinar los cambios necesarios y facilitar los que provocan
resistencias. Ya se ve el camino recorrido desde las primeras
investigaciones de Elton Mayo: hoy, el taller se sitúa dentro
de la totalidad de la empresa; a los pequeños grupos se los
analiza dentro de su contexto institucional, y no se concibe ya
que la intervención pueda limitarse a un sector parcial. La
experiencia llevada a término en la Glacier Metal Company
por Elliot Jaques, y que atañe a todo el sistema de la empresa,
adquiere, así, un sentido completamente distinto del de las
investigaciones proseguidas, veinte años antes por Elton Mayo,
en algunos talleres testigos de la Western Electric Company.
Otro tanto se puede decir respecto de las intervenciones
de Max Pages y D. Benusiglio ^' en empresa, y de la de André
Levy^* en una institución psiquiátrica.

*
*

23. D. Benusiglio, «Intervention psychosociologique dans une grande entre-


ptise de distribution», Hommes el Techniques, XV (169), 1959.
24. A. Levy, «Une intervention psychosociologique dans un service psychia-
trique», Sociologie du Travail, 1953. J. Dubost ha efectuado intervenciones en
medio rural: «Psychologie Industrielle», Hommes et Techniques, XV (169),
1959, y A. de Peretti lo ha hecho en medio educacional: «Relations entre
directeurs, professeurs et eleves», Education Nationale, núm. especial, 14 de
junio de 1962.

96
La intervención parte ^ «del funcionamiento psicosocial de
la empresa: problemas de coordinación entre servicios denomi-
nados funcionales y servicios llamados de ejecución, entre se-
des sociales y unidades descentralizadas; problemas vinculados
a la incomprensión de los políticos de la empresa, o a su in-
terpretación en sentidos divergentes; cuadros que no terminan
de aceptar las nuevas funciones propias de ellos; métodos de
mando inadaptados al contexto social; mecanismos inadecuados
de contrata, de formación, promoción y remuneración: todos
estos problemas interesan a la empresa en la medida que es
una organización social, es decir, un conjunto de grupos so-
ciales (grupos de trabajo tales como servicios o talleres, sin-
dicatos, sociedades, asociaciones patronales, clubes, partidos
políticos...). El funcionamiento psicosocial de la empresa es
el funcionamiento de cada uno de estos grupos y sus relaciones
mutuas; es, en términos más precisos aunque aún muy gene-
rales, la manera en que se vinculan las estructuras de grupo
(de finalidades, de funciones, de normas, de sanciones), las
comunicaciones entre los miembros del grupo y las motivacio-
nes o los deseos de los miembros del grupo».
Como vemos, a la empresa misma (o a la escuela, liceo,
hospital) se la puede definir como un grupo (o un «grupo de
grupos»), cuya dimensión excede, evidentemente a la de «pe-
queños grupos» (small groups), habitualmente estudiados en
laboratorio. La dinámica de grupo no es, o no es tan sólo, una
dinámica de pequeños grupos; también y al mismo tiempo es
una dinámica social que recae sobre «grupos» constituidos por
empresas, organizaciones sociales, instituciones.
El funcionamiento psicosocial de las empresas cambia ince-
santemente, como cambia el conjunto de la sociedad industrial.
En una primera aproximación, se puede decir que el psicoso-
ciólogo «consultor», que interviene en la empresa, es requerido
para facilitar los cambios, más o menos como el psicoanalista
y, de un modo más general, el psicoterapeuta son «prácticos

25. M. Pagís, «Elements d'une sociothérapie de l'entieprise». Hommes


el Techniques, XV (169), 1939.

97
del cambio». Pero ya hemos citado, precisamente a propósito
de las resistencias al cambio, los trabajos de Kurt Lewin (cam-
bio de los hábitos alimentarios) y los de Coch y French, ati-
nentes a la discusión de grupo y la decisión colectiva. Con
esa presentación nos encontrábamos ya, al nivel de la inter-
vención en el terreno de grupos sociales naturales más bien
que en el de experimentación de laboratorio.
Estas experiencias se orientan a la vez hacia la investigación
pura acerca del funcionamiento de los grupos (su «dinámica»)
y hacia la socioterapia de ciertos conjuntos sociales, pues así
como en biología humana el laboratorio y la clínica médica se
esclarecen de manera recíproca (tal como lo ha mostrado
Georges Canguilhem en El conocimiento de la vida), así tam-
bién en dinámica de grupo hay interacción entre el trabajo
experimental en laboratorio y el trabajo clínico en el terreno,
sin que por ello sea este una aplicación del primero.
Cx)n esta aclaración, ¿cómo se desarrolla una intervención?
Max Pages distingue tres etapas, que le parecen corresponder
a la de los grupos de formación (T. Group): una fase de toma
de conciencia, otra de diagnóstico y una tercera de acción.
La fase de toma de conciencia «consiste en localizar difi-
cultades sociales desconocidas hasta entonces. En el estadio de
la toma de conciencia se las advierte aún de una manera par-
celaria; no se las relaciona entre sí».
La fase de diagnóstico es aquella en el curso de la cual el
grupo (es decir, en este caso, la empresa) «descubre la existen-
cia de una compleja red de causas que actúan sobre el funcio-
namiento del grupo y sus dificultades».
La fase de acción es aquella en cuyo curso «se fija en una
empresa nuevos objetivos a una función, se reforma el organi-
grama, se establecen comités o comisiones de vinculación, se
toma posición respecto de las nuevas normas que rigen las
actitudes del personal de los servicios entre ellos».
La intervención supone técnicas: las encuestas, efectuadas
por medio de entrevistas o cuestionarios, que implican el in-
forme (denominado feed-back) a los interesados; las investiga-

98
dones sobre las comunicaciones y las estructuras; ^ las investi-
gaciones acerca de la diferencia de percepción de las finalidades
y las funciones en el interior de grupos de trabajo; el estudio
sistemático de las barreras a la comunicación a lo largo de un
circuito de trabajo que reúna diferentes operaciones tendentes
a una toma de decisión única (por ejemplo, registro de un
artículo nuevo en un almacén); estudio de las elecciones socio-
métricas dentro de un grupo; organización de reuniones para
examinar los resultados de una encuesta, implicando esto la
participación ampliada de los miembros de la empresa en la
intervención, que de este modo llega a convertirse en una «en-
cuesta-participación».
Ya se ve que en el curso de los últimos años el término
«dinámica de grupo» ha adquirido una significación cada vez
más amplia a partir de su estricta significación inicial, que
hacía de ella la ciencia experimental del funcionamiento de
los grupos.
Se ha podido comprobar que esta «ampliación » ya existía
en el proyecto lewiniano de acción social, de intervención refle-
xionada y rigurosa en procesos sociales, de action research.
1 ° Pero muy pronto la corriente lewiniana se halló mez-
clada con otras corrientes de investigación y acción, a las que
habría sido igualmente necesario presentar si nos hubiéramos
propuesto un estudio exhaustivo de todas las investigaciones
sobre los grupos: la corriente «interaccionista», en la que Clau-
de Faucheux " distingue una subtendencia «naturalista» en el
caso de Homans y una subtendencia «experimentalista» en
el de Bales,^' para citar sólo dos autores; la corriente sociomé-
trica, fundada por Moreno,^ pero ilustrada por un alto número
de investigaciones y prácticas; la corriente psicoanalttica, ilus-

26. Véase: Levy, Psychologie sociale. Textes fondamentaux, Dunod, París,


1965.
27. Claude Faucheux, La Vynamique de Groupe, ob. en.
28. Bales. Véase en: Hare, Borgatta, Bales, Small Croups, studies in
Social interaction, Knopf, Nueva York, 1955.
29. J. Moreno, Les fondements de la sociométrie, P.U.F., París, 1954.
trada sobre todo en la escuela inglesa por W. R. Bion; ^ la
corriente factorialista, ilustrada por Cattell.
2° En el nivel de difusión y utilización de la dinámica
de grupo por diferentes grupos sociales hemos visto desarro-
llarse:
—su utilización en medio familiar, animada en Francia por
la Escuela de los Padres;
—la utilización en medio pedagógico, a la que ilustra bien
un número especial de Education Nationalej ''
—la introducción de los métodos de grupo en sindicatos y
especialmente en el sindicalismo estudiantil, presentada por
Recherches Universitaires}^ La psicosociología se «politiza». Lo
vemos en su práctica y en los esfuerzos de elaboración teórica.
Ya no es posible ignorar el aporte relativamente indirecto y
crítico de Jean-Paul Sartre en su Crítica de la razón dialéctica?^
Hay asimismo que mencionar la colaboración de varios psico-
sociólogos franceses en un número de la revista Arguments?*
Aquí encaramos el problema esencial.
Las intervenciones psicosociológicas chocan siempre con las
mismas objeciones ideológicas. En ello sólo se quiere ver el
último descubrimiento de las clases dirigentes en su esfuerzo
por manosear a los trabajadores e instituir la colaboración de
clases dentro de la empresa capitalista. No es cierto que la
realidad sea tan simple. Sí lo es el hecho de que la interven-
ción en los grupos suele proponerse explícitamente reducir las
tensiones, hacer aceptar los cambios (de puestos, de personal,
de «política»). Pero cierto es también que toda intervención

30. W. R. Bion, Recherches sur les petits g,roupes, trad. £t. de


E. E. Herbert, P.U.F., París, 1965.
31. «Le groupe maitre-éléves», education Rationale (XXII), 14 de ju-
nio de 1962.
32. «Les méthodes de groupe et le mouvement étudiant», Recherches
Urtíversiíatres (4-5), 1963.
33. Jean-Paul Cartre, Critigue de la raison dialectique, Gallimard, París,
1960 [hay ed. en español: Crítica de la razón dialélica. Losada, Bs. As.].
34. «Vers une psychosociologie politique», Arguments (25-26), 1962.

100
incrementa la toma de conciencia de los problemas y deja al
descubierto todos los sistemas informales y conflictuales produ-
cidos por el antagonismo de intereses. Hay que entablar de
otro modo la discusión sobre la significación social y política
de la intervención.
Resulta notable que la crítica del burocratismo se desarrolle
actualmente en Francia en un número cada vez mayor de or-
ganizaciones y grupos.
Citaré los clubes, el sindicalismo estudiantil, el C.N.J.A., to-
dos los grupos en los que la ideología «modernista» expresa
una mudanza, un cambio. ¿Qué cambio? El que interesa a la
sociedad neocapitalista; el advenimiento de los managers, el
nacimiento de una nueva burocracia, más flexible, ágil, capaz
de administrar el cambio técnico y social, el paso histórico de
la fase B a la fase C.
Ahora bien, en esas organizaciones y esos grupos es donde
el psicosociólogo encuentra nuevos «clientes».^' El «cliente»
del psicosociólogo es siempre una organización, sea la que
fuere. Es importante proceder siempre al análisis sociológico
si se desea comprender quién es cliente y por qué. El primer
cliente lo constituían organizaciones industriales que trataban
de resolver problemas de la burocratización (de tipo B). Los
nuevos clientes no son las burocracias tradicionales de organi-
zaciones profesionales, sindicales y políticas. Estas se mantie-
nen a la defensiva y hasta en el rechazo. Los modernistas de la
burocracia, en cambio, solicitan la intervención de los psicoso-
ciólogos.
Pero aquí aparece un nuevo proceso, el mismo, en rigor,
que se podía describir a partir de intervenciones en empresas
industriales. En un momento dado, la colaboración tiende a
hacer lugar a la «crisis». El psicosociólogo no es completamente
el instrumento; no suministra el instrumento que de él se
esperaba. No es, como diría Sartre,^ «el arma que hay que

33. Estos nuevos clientes son las neoburocracias de tendencia modernista


de la Fase C.
36. Véase: Jean-Paul Sartre, Crítica de la razón dialéctica: «Problemas de
método», ed. cit.

101
arrancar de manos de capitalistas para volverla contra ellos»;
o, mejor dicho, sí es eso, pero al mismo tiempo es otra cosa.
Llamado jx)r la organización, desarrolla sobre esta base de par-
tida una acción que dice estar al servicio de todos los grupos
y que libera a un movimiento capaz de superar las nuevas
formas, aun las más modernistas, del poder, de la autoridad.
Consideremos un poco más detenidamente el fundamento
teórico de la práctica psicosociológica. Este fundamento es, en
estos momentos, la dinámica de grupo. Ahora bien, ocurre que
el proyecto fundamental de la dinámica de grupo es la auto-
gestión social. En efecto, el psicosociólogo práctico se consi-
dera siempre como si estuviera al servicio de todos los grupos
—acabamos de recordarlo—, y no de un grufx) entre los gru-
pos; esa es, por cierto, su paradoja, o, si se prefiere, su doble
juego. Convocado por la organización capitalista o por la orga-
nización burocrática, entrista en esas organizaciones, sólo
puede intervenir a pedido de ellas dando la palabra a todos
los grupos, a todos los individuos, a todos los miembros de la
organización. Claro está que justamente por ello suele llegar
el «cliente» a detener la intervención, es decir, cuando descu-
bre que ésta amenaza con desbordar su cálculo inicial, que no
se realiza íntegramente en su beneficio, en el sentido econó-
mico del término. ¿Y cómo podría ser de otra manera? El
psicosociólogo auténtico no quiere escoger. Se niega a ser el
instrumento manipulador de los manipuladores que lo han
contratado. Y si acepta el trato, lo hace a costa de un renun-
ciamiento a lo que fundamenta su práctica.
El fundamento de la intervención, o sea, la teoría psico-
sociológica verdadera, no se halla, por tanto, en discusión en
los desvíos que algunos puedan ejercer en su nombre, pues la
verdadera orientación teórica y práctica de la dinámica de
grupo entra en las miras de una sociedad igualitaria liberada
de los grupos dominantes, de las ideologías del desconocimien-
to, de la falsa conciencia.
No deseamos en manera alguna indicar que la psicosociolo-
gía pueda reemplazar a formas más antiguas de teoría y prác-
tica revolucionarias. Tampoco decimos que el psicosociólogo
no directivo prefigure al nuevo dirigente político, ni aun que

102
dirigentes del movimiento obrero deban integrar la psicoso-
ciología como han integrado a su saber y su práctica la teoría
económica.
Solamente afirmamos que dentro de su sector de acción, y
a partir de una situación ambigua como lo son hoy todas las
situaciones políticas, el psicosociólogo puede, si quiere y si
logra fundamentar su práctica en una teoría vigorosa, partici-
par en la superación de conflictos, y alienaciones que signan
la sociedad actual. Pero esto solamente podrá hacerlo si asume
parcialmente la situación tal cuál se le presenta y que hoy se
define, por la ideología del modernismo. El psicosociólogo
asume el modernismo, para al mismo tiempo y en el mismo
acto desbordarlo y preparar ya su declinación.
En este punto nos unimos a la posición definida por Max
Pages: «El psicosociólogo debería estar dispuesto a aceptar
todos los compromisos, pero sin comprometerse: tal es la esen-
cia del no directivismo. No comprometerse: no colusión. Se
puede actuar en el nivel de estructuras y conductas sin dejar
de abrirse a lo que significa en profundidad el comportamiento
respecto del cual se interviene... Por tanto, buscar significa-
ciones profundas sin confundirlas con el plano de la realización.
Por ejemplo, es importante la manera en que se toma la de-
cisión. Se puede efectuar un curso magistral, si no ha salido
éste de una decisión autoritaria. Es un compromiso. Se puede
organizar una encuesta estructurada y dar consejos. El psico-
sociólogo responde a esas demandas, pero apunta, no obstante,
más lejos...».

*
*

Este último aspecto de las contradicciones con que choca


la psicosociología aparece con mayor claridad en el momento
en que el práctico interviene en organizaciones políticas para
las cuales la política sigue siendo un asunto separado y «pri-
vado» dentro del conjunto del campo social. Al negar, en el
límite, la alienación en esa nueva voluntad política, «mana-
gerista*, el psicosociólogo apunta a un más allá de la política,

103
aun cuando el discurso que formula y la forma que da a lo
que libera posean caracteres de utopía.
Por el momento, las fuerzas informales llevadas a rechazar
esa ideología no aceptan que el psicosociólogo las determine
mientras éste sea parcialmente el delegado dentro de los grupos
de la nueva burocracia, a no ser que lo haga sólo como balbuceo
casi patológico, «zumbido» del individuo despolitizado y pri-
vatizado. Pero tal vez esos balbuceos son, en rigor, la más
visible, auténtica y «avanzada» expresión de la negatividad.
Tal vez se presenten un día como primeros síntomas de un
recuestionamiento práctico y «revolucionario», o, por el con-
trario, nihilista, pues el nihilismo es el complemento del mo-
dernismo de la sociedad neoburocrática en formación. Digamos,
a título provisional, que saca a luz a un «proletariado sociomé-
trico»," que es también, ya, un «proletariado político».^
Pero mientras trabaja en la superación de su propia aliena-
ción profesional y política, que acabamos de situar; mientras
se juzga a sí mismo un hombre en lucha en la historia, actor
y atento a la palabra social, el psicosociólogo (socioanalista), en
el momento mismo en que la sociedad política recurre a él,
sigue pareciendo inasimilable, marcado siempre en su acto por
el signo de la más profunda «despolitización», más allá de la
política separada, y difundiendo «modelos funcionales» o es-
tructurales separados radicalmente de su origen sociopolítico.
Por fin queda al descubierto, con esto, el lugar de la psi-
cosociología, la índole de su trabajo. No las organizaciones
sociales en condición de tales; no, siquiera, el aprendizaje de
la comunicación, de la cooperación y de la gestión, y no tam-
poco la educación social o terapéutica. Todo esto se presenta
siempre a la atención, a la escucha psicosociológica como expre-
sión debilitada de una dimensión más honda.
El psicosociólogo es aquel, que con su práctica, instituye
en la sociedad cierto campo del habla, de la palabra. Hay que
partir de esta evidencia inmediata, a la que, sin embargo, no

37. Expresión tomada de Moreno.


58. Georges Lapassade, «Bureaucratie dominante et esclavage politique»,
Socittlisme o Barbarie (XL), junio-agosto de 1965.

104
se la ha articulado hasta hoy. Así sea en el grupo de análisis
o en la intervención, el «material» es lenguaje, y el proyecto
consiste en liberar un habla plena, más allá de las ideologías,
más allá del desconocimiento, más allá de la utilización de la
palabra en los grupos para la dominación. La burocracia, el
grupo, la organización y el individuo sólo están allí, en el
aquí y ahora de este campo, en la medida en que se enuncian
en él, o, por el contrario, en la medida en que las instituciones
pueden impedir en el grupo, mediante la censura social, el sur-
gimiento de la expresión. En el grupo de análisis, las desinte-
ligencias son permanentes, como permanente es también el fra-
caso de la comunicación, a imagen de nuestro mundo. Al mismo
tiempo, todos se esfuerzan por comunicar, por decir quiénes
son y por aprender a hablar con su propia voz.
El sociólogo tiene que ver con el lenguaje. También él.
En la encuesta interroga y recibe respuestas. Pero éstas sólo
son para él un significante entre otros significantes (los esta-
tutos, datos económicos, signos de pertenencia social, funciona-
mientos institucionales). En cambio, gracias al psicosociólogo
queda la palabra no sólo privilegiada, sino además reconocida,
en definitiva, como el lugar exacto de su práctica. Así como el
significado de la escritura automática nace de la equivalencia
y la asociación establecidas entre todos los materiales del dis-
curso (con exclusión de toda referencia exterior), así también
el significado del grupo sólo aparece en el habla plena, hacien-
do transparentes para ellos mismos a los miembros del grupo.
La regla del grupo de análisis es «decirlo todo»; el principio
de la intervención es el compendio del habla del grupo y su
puesta en circulación. Estos dos ejemplos bastan para indicar
de qué modo el concepto de PALABRA SOCIAL debería permitir
elaborar por fin los principios del socioanálisis.
En este terrenq, todo está por hacerse, o poco menos. Pero
ya se han elaborado muchas indicaciones tanto en los análisis
de la «falsa conciencia»^' de la representación social* como

39. J. Gabel, La Fausse conscience, Ed. de Minuit, 1962.


40. S. Moscovia, La psychanalyse, son image et son puUic, P.U.F., París.
1961.

105
en las corrientes que consideran hoy al psicoanálisis como aper-
tura de un campo del lenguaje *' y al psicodrama analítico *^ y
la terapia institucional como búsqueda de los significantes.''^
Son éstas investigaciones que se sitúan de manera inmediata
en las fronteras de la investigación psicosociológica que hay
que emprender.''^
La psicosociología no es sólo, ni lo es ante todo, el sitio
de encuentro y de conflicto entre el individuo (psicología) y la
sociedad o la cultura (sociología). Tampoco es el punto donde
se debe estudiar la conciencia social (cosa que para algunos es
otra manera de finir el carácter «colectivo» de la psicología).
Parece ser, antes que nada, el enfoque de la palabra social con
sus deformaciones, su inconsciente y sus mecanismos de desco-
nocimiento tal como se dan en el lenguaje, «aquí y ahora»,
desde el instante en que se instituye la regla fundamental de
decirlo todo en el grupo y por él.

41. J. Lacan, «Champ de la parole et de la conscience», Psychanalyse (I),


1956.
42. 0 . Anzieu, Le psychodrame analytique chex Venfant, PU.F., París,
1956.
43. F. Tosquelles, Pédagogie et psychothérapie institutionelle, París, 1966,
44. Esta investigación define a la psicosociología como una técnica del
habla o palabra social.

106
CAPITULO III

LAS ORGANIZACIONES
Y EL PROBLEMA DE LA BUROCRACIA

El término organización tiene por lo menos dos significa-


ciones: 1) por una parte designa un acto organizador que se
ejerce en instituciones, y 2) por la otra apunta a realidades
sociales: una fábrica, un banco, un sindicato son organizaciones
(hacia 1900, la sociología decía «instituciones»).
Llamaré, pues, organización social a una colectividad insti-
tuida con miras a objetivos definidos, tales como la producción,
la distribución de bienes, la formación de hombres. Los tres
ejemplos propuestos designan a empresas, en el más amplio
sentido del término, y, con mayor precisión, a una empresa
industrial, a una empresa comercial y a una institución de
educación.
Hasta una época reciente, el estudio de la organización y
las organizaciones no eran objeto, como lo han destacado
March y Simon, de un enfoque autónomo. No se encontraba
un capítulo especial referido a organizaciones en manuales de
ciencias sociales. Era un estudio que no parecía ser capaz
de constituir una rama específica del saber y de la práctica.
Pero la situación ha evolucionado, y acaba de nacer una socio-
logía de las organizaciones. Se descubre que existe una «diná-
mica de organizaciones», como existe una dinámica de grupos,
lo cual implica, por hipótesis, que en el nivel de estructuras y
funcionamiento hay rasgos comunes entre conjuntos aparente-
mente tan diferentes, diremos para retomar ejemplos recién

107
citados, como la fábrica, el banco y el sindicato. Pero es cosa
que se ha descubierto con mucha lentitud y merced a aproxi-
maciones sucesivas.
De modo especial, el problema de las organizaciones se
ha planteado a través del problema de la burocracia. Es com-
prensible. La organización suscita un interés teórico y práctico
desde el instante mismo en que funciona mal. Pero este enfo-
que «funcional» ha ocultado al verdadero problema, que es
político. Vamos a ver cómo, y ello a través de un examen crí-
tico de las teorías de la burocracia.

I. UN PROBLEMA POLITICO

El Estado de Hegel debe ser el triunfo de la Razón: los


conflictos son sobrepasados, cuando no suprimidos, y de allí
en adelante la historia sólo tiene ya que desarrollar la sociedad
burocrática. Este es el fin de la disparidad que yuxtaponía
hasta entonces, en el curso de la historia pasada, las voluntades
individuales y la voluntad colectiva, las corporaciones y todos
los restos ya caducos de los tiempos antiguos. Lentamente, la
universalidad ha surgido del trabajo que fue cumpliéndose con
el correr de los siglos, y la historia ha alcanzado al fin su
edad adulta.
La filosofía hegeliana quiere ser, primero y principal, una
filosofía de la madurez. La madurez cumplida es la madurez
política, en la que los hombres superan el egoísmo subjetivo
del hombre privado, para cumplirse y realizarse plenamente
en la existencia política. Eso es lo esencial de la obra. Claro
está que se puede discutir acerca del punto de saber si el Estado
hegeliano es autoritario o, por el contrario, liberal, e interrogar
a Hegel sobre muchos otros problemas. Una vez más, sin em-
bargo, lo que cuenta ante todo es la proclamación de una
Razón que por fin se realiza, que se vuelve efectiva y que
pluebla el curso del mundo. Es la afirmación de que la histo-
ria está acabada.
Es esta una idea que sigue siendo profundamente actual.
Así, un siglo después de Hegel, Max Weber describe la buro-

108
cracia como empresa de racionalización integral de la produc-
ción y de la vida social, lo cual conduce a E. Morin a presentar
a Weber como «el Hegel de la burocracia».' Realmente, la
idea fundamental de Max Weber, que domina los análisis con-
temporáneos, ya se encuentra en Hegel.
Hegel proclama que la burocracia tiene por misión intro-
ducir la unidad en la diversidad, el espíritu del Estado en la
sociedad civil. La burocracia es la Razón en acto en el mundo;
es el advenimiento de una nueva sociedad, un poco como el
individuo adulto, salido ya de las vacilaciones de la infancia,
organiza su conducta y se vuelve al fin dueño de su historia.
Hegel anuncia de este modo, «justificándola», la era de la
burocracia como nuevo rostro de la historia, aurora de tiempos
modernos. Y muy cierto es que, de Hegel aquí ese destino de
la historia puede parecer haberse cumplido: acaso hemos en-
trado en la época de la burocracia mundial, es decir, en un
sistema burocrático que parece haber superado progresivamente
las diferencias entre los «regímenes», entre los sistemas polí-
tico-económico, para extender por doquier el mismo modelo
de organización social y preparar un Gobierno Burocrático
Mundial.

Marx
Rechaza el análisis de Hegel. Muestra así la negatividad
burocrática: es un sistema «racional» profundamente irracio-
nal. La burocracia estatal no es aquello que parece ser, y de
allí saca como conclusión que se la debe destruir. La paradoja
consiste en que la historia parece haber dado la razón a Hegel
en contra de Marx y en nombre de Marx. La destrucción del
capitalismo con la forma descrita por Marx ha dado origen a
sistemas burocráticos que parecen hallar su justificación teórica
en la filosofía hegeliana del Estado antes que en la Crítica de
Marx. Es este un enfrentamiento de las doctrinas que no ha
hallado, aún hoy, una conclusión verdadera. Cualesquiera que

1. E. Morin, «Ce que n'est pas la bureaucratie», Arguments (17), 1960.

109
sean nuestras preferencias, no sabemos de manera cierta cuál
es nuestro porvenir. Nuestra incertidumbre actual es la expre-
sión de un siglo y, sobre todo, de medio siglo de debates
dentro del pensamiento marxista, debates tendentes a decir
qué es la burocracia política cuál es su origen y cuál su estatuto
en el mundo de nuestros días.
En 1841-1842, según J. Molitor,^ Marx redacta una Crítica
de la filosofía hegeliana del Estado que contiene su primero
y más extenso estudio dedicado al problema de la burocracia.
Landshut y Mayer, editores de las obras de juventud de
Marx, presentan la significación general de ese escrito sobre
la filosofía política hegeliana: «Marx sigue siendo, quizá, el
hegeliano más cabal. En efecto, qué idea se adentraría más en
el sentido de la filosofía hegeliana que la de pensar que, con
posterioridad al acabamiento de la filosofía como filosofía, la
primera operación del espíritu debe ser forzosamente la no
filosofía absoluta» (Introducción).'
Y escriben ambos autores: «El punto de vista de que parte
Marx en su crítica es una negación pura y simple, no del todo
expresamente discutida, del punto de vista filosófico como tal.
Al referirle lisa y llanamente a lo que comúnmente se llama
realidad, corta por lo sano al problema filosófico de saber qué
es, propiamente hablando, la realidad... Como punto de par-
tida de su crítica del Estado hegeliano, Marx toma, pues, la
realidad empírica, efectivamente eficaz, de la experiencia in-
mediata».
A decir verdad, Marx encuentra descrita la «realidad empí-
rica» en el texto mismo de Hegel. En repetidas oportunidades
lo subraya en su crítica: la teoría de Hegel es «la simple des-
cripción de la situación empírica de algunos países», y «lo que
Hegel dice del poder gubernamental no merece llevar el nom-
bre de exposición filosófica. La mayoría de los párrafos podrían

2. (Ervres completes de Karl Marx, CEuvres philosophiques», trad, de


J. Molitor, t. IV: 'Critique de la philosophic de l'Etat de Hegel', A. Costes,
París, 1948. Salvo expresa indicación, tomamos nuestras citas de Marx de esta
edición.
i. Véase: G. Lapassade, «Le deuil de la philosophic (Kierkegaard et
Marx)», Etudes Philosophiques. 1963.

110
figurar, palabra por palabra, en el código civil prusiano»; por
último, «Hegel nos da una descripción empírica de la buro-
cracia».
La teoría hegeliana no es, por tanto, una «lógica» que
sustituya al objeto; es una lógica del objeto. De alguna manera,
Marx ve en Hegel a un sociólogo no crítico de la burocracia
prusiana, y su crítica de Hegel viene a ser, así una crítica
sociológica y política de esa burocracia, y, de allí, una críti-
ca más general de la burocracia del Estado, elaborada a través
de los conceptos y el modelo del análisis hegeliano: Estado, So-
ciedad Civil.
La burocracia es el cuerpo administrativo del Estado. El
gobierno es quien asegura su reclutamiento y su formación:
«Los individuos están obligados a probar que son aptos para
los asuntos de gobierno, esto es, rendir exámenes. Al poder
gubernamental corresponde elegir, para las funciones públicas,
determinados individuos». Los burócratas son asalariados del
Estado: «La función pública es el deber, la vida de los fun-
cionarios. Es, pues, necesario que el Estado les fije un sueldo».
El cuerpo de burócratas constituye una «clase media», que es
«la clase de la cultura». Tal es, en esencia, el rostro de la bu-
rocracia en la presentación de Hegel, y tal va a ser el punto
de partida de la crítica.
En primer término, «Hegel no desarrolla contenido alguno
de la burocracia, sino tan sólo algunas determinaciones gene-
rales de su organización 'formal', y es muy cierto que la bu-
rocracia no es más que el formalismo de un contenido situado
fuera de ella». Por oposición a la sociedad civil, que es lo real,
la burocracia es consiguientemente, pura «forma», a la que
Hegel le asignaba, no obstante, la misión de ser un tercer
mediador entre el gobierno y el pueblo. Esta misión de la
burocracia suscita otra fórmula irónica de Marx: es, dice,
«Cristo» con respecto a la sociedad civil, el Cristo enviado por
el Padre, que en este caso es el Príncipe, para que el mensaje
del Padre sea escuchado.
En la sociedad civil están las corporaciones: «...la corpo-
ración es la burocracia de la sociedad civil; la burocracia es la
corporación del Estado... Allí donde la 'burocracia' es un prin-

111
cipio nuevo, donde el interés general del Estado comienza a
convertirse en un interés aparte y, luego, un interés real, la
burocracia lucha contra las corporaciones [... ] El mismo espí-
ritu que crea en la sociedad la corporación crea en el Estado
la burocracia. No bien se ataca al espíritu de la corporación,
se ataca asimismo al espíritu de la burocracia, y si anterior-
mente ésta combatía la existencia de las corporaciones para
hacerle lugar a su propia existencia, ahora trata de salvaguardar
con todas sus fuerzas la existencia de las corporaciones para
salvar el espíritu corporativo, que es su propio espíritu».
La sociedad civil es la vida social real; es, de acuerdo con
la expresión de Jean Hyppolite, el mundo donde los individuos
trabajan, intercambian, concluyen contratos. En este ejemplo,
es, por tanto, «el mundo de la economía política».* Las cor-
poraciones —organizaciones de este «mundo»— son, según
Marx, su «burocracia». Pero además dice que es una «buro-
cracia inacabada». La burocracia estatal es, en cambio, «corpo-
ración acabada», pues «la corporación es la tentativa de la
sociedad civil de convertirse en Estado, y la burocracia es, así,
el Estado que se ha transformado realmente en sociedad civil».
Esta relación entre la burocracia y las corporaciones es conflic-
tiva. El conflicto es el del antiguo mundo, con diversidad de
estructuras, y el mundo nuevo, el Estado moderno, que quiere
unificar lo diverso, introducir en todas partes la ley de la buro-
cracia. En este sentido, el análisis de Hegel anuncia el de Max
Weber.
Marx pone de relieve el fracaso de ese análisis cuando pre-
tende transformarse en advenimiento de la racionalidad. Y mues-
tra que Hegel no puede disimular los conflictos y los antago-
nismos que estallan por doquier dentro de ese «sistema». El
orden es meramente formal: la burocracia «entra en conflicto
en todas partes con las finalidades reales». Y «todas las cosas
tienen, pues, dos significaciones: una real y otra burocrática».
De allí la disimulación: el «espíritu general de la burocracia
es el secreto, el misterio, guardado en su seno por la jerarquía,

4. Hegel, Principios de la filosofía del derecho. Noticias de Jcan Hyppolite.

112
y hacia afuera es su carácter de corporación cerrada». Por
último, la contradicción existe dentro mismo de la burocracia;
consecuentemente, de los burócratas. En ella y ellos coexisten
el espiritualismo vacío y el sórdido materialismo. Este último
estalla en el arrivismo del funcionario: «La finalidad del Estado
pasa a ser su finalidad privada; es la caza de puestos más en-
cumbrados: hay que abrirse paso».
La burocracia es un peligro que amenaza a la sociedad civil.
Hegel lo previo, y muestra las posibilidades de protección: la
jerarquía, el conflicto, las «instituciones de la soberanía de
arriba», la «formación moral e intelectual» de los funcionarios,
la «grandeza del Estado». Marx muestra el carácter ilusorio
de tales «protecciones». Del análisis hegeliano retiene simple-
mente esta declaración: el verdadero espíritu de la burocracia
es la «rutina administrativa» y el horizonte «de una esfera
limitada». En resumen, es lo contrario de la creación y es,
también. To contrario de la reconciliación. La burocracia es, por
tanto, lo contrario de la razón.
El segundo enfoque o aproximación marxista de la buro-
cracia se refiere al «despotismo oriental». Este sistema de orga-
nización social fue descrito por los viajeros y conquistadores *
(Pizarro, Barnier); en seguida, por la economía política inglesa
(Richard Jones en 1931 y John Stuart Mil} en 1848) y la filo-
sofía política del siglo xviii (sobre todo, Montesquieu en El
espíritu de las leyes), y últimamente por Marx y algunas co-
rrientes del marxismo. En su libro sobre el «despotismo orien-
tal», K. Wittfogel muestra de qué modo Marx enfocó y a la
vez marró el análisis de aquello que ya Stuart Mill llamaba
burocracia dominante y los marxistas llaman, con Marx modo
de producción asiático. En este sistema económico-político, la
sociedad se divide en dos clases: burócratas y gobernados.
Marx describe su funcionamiento económico y su superestruc-
tura política: el Estado, dirigido por el déspota. Pero nunca
dijo con claridad cuál era la clase dominante que «poblaba»
el Estado asiático. Engels dijo una vez que en la «sociedad

En español en el original. (N. del T.)

113
asiática» los individuos dominantes se hallan unidos para for-
mar una «clase dominante», y que la base de ese poder cla-
sista era la función de un Estado «empresario general de la
irrigación». Ahora bien, con posterioridad a Adam Smith y
Locke, Marx y Engels siempre sostuvieron que en la historia
occidental el Estado tiene por función «proteger la riqueza»
(Adam Smith), esto es, estar al servicio de la clase dominante.
También habrían debido mostrar, lógicamente, que el Estado
oriental era igualmente, sin propiedad privada y como aparato
de funcionarios, la primera clase dominante. No lo hicieron,
al menos de un modo sistemático. Pero las tesis sobre «la
nueva clase dominante» hallan aquí el principio de su análisis.
Es, pues, conveniente precisar qué fueron esos primeros
Estados de la historia —los Estados chinos, egipcios, indios—
cuya significación descubre Marx hacia 1853.
En la sociedad primitiva, la explotación de la tierra es
colectiva; la comunidad se basa en «los vínculos de sangre, de
lenguas y costumbres». La tierra pertenece a la comunidad, que
es la propietaria colectiva de ella; es lo que Marx y Engels
llaman «comunismo primitivo». En ese sistema comunitario,
el individuo posee la tierra sólo indirectamente. Un esquema
del sinólogo húngaro F. Tokei sitúa el papel mediador de la
comunidad entre el individuo y la tierra;' el grupo, la comu-
nidad, es quien tiene la función de «tercer» mediador: el grupo
es primero. Antecede al individuo.
Podemos distinguir en esta primera etapa dos subestadios:
el de la ocupación de la naturaleza por la caza, la recolección
y la pesca y luego el de su transformación por la agricultura.
La evolución continúa en seguida con la aparición de la arte-
sanía y la primera división social del trabajo; es una división
que constituye, como dice también Marx, una forma primera,
«primitiva», de separación. Pero además se trata, simplemente,
de una separación funcional; es una forma de organización
social, de distribución de tareas, y no de explotación y domi-
nación. Implícitamente seguimos admitiendo que esa «sociedad

5. F. Tokei, Sur le mode de production asiatique, Le CERM, París, 1%2.

114
primitiva», original, precede a las grandes formas políticas y
económicas de la separación. La Eolítica no es asunto de unos
pocos, sino de todos; la economía es colectiva.

-»C
(Individuo) ^.^^-"^"'^ (Comunidad)

T (Tierra)

Después, en el curso de una larga evolución, la sociedad


se divide en clases sociales sobre la base de'un nuevo sistema
de producción y organización: el modo de producción asiático,
en el curso del cual «los individuos dominantes se unen para
formar una clase dominante», la primera clase dominante en
la historia de las sociedades, que se encuentra separada de las
comunidades dominadas sobre la base de las funciones de
organización; progresivamente, individuos que sólo ejercían
en un primer momento «un poder de función» terminan por
ejercer «un poder de explotación». En este punto se efectúa
el primer paso de las funciones de organización al poder buro-
crático. La burocracia que nace en los grandes imperios «asiá-
ticos» no es definible en términos de disfunción de las organi-
zaciones, de patología organizativa. En su forma inmediata,
llamamos «burocracia» a la organización del poder.
La progresiva formación de la primera burocracia, su cons-
titución como clase, es muy conocida desde que se desarrollaron
las investigaciones acerca del «modo de producción asiático».
En determinadas circunstancias materiales —escasez del agua
necesaria para el riego, o, por el contrario, inundaciones que
exigen el concurso de todos los esfuerzos para drenar los sue-
los inundados— se hace necesario un trabajo de coordinación,
al mismo tiempo que la cooperación, su indispensable comple-
mento. Se necesita una «unidad concentradora»; de allí, orga-
nizar es coordinar, planificar los grandes trabajos, y es dirigir
y controlar la ejecución de tareas que no tienen ya la medida
del pequeño grupo, de la comunidad primitiva.
En ese momento nace el Estado: es el gran empresario de

115
la irrigación.' Las comunidades primitivas subsisten; el suelo
sigue siendo propiedad colectiva, pero poco a poco se vuelve
propiedad «eminente» del nuevo poder. Este puede efectuar,
ante todo para los grandes trabajos de interés colectivo, masi-
vos reclutamientos periódicos de los gobernados. La nueva
estructura se puede representar, como lo hace Maurice Gode-
lier,^ con un esquema nuevo:

(E) Estado

(I) ,(C) (C)< (I)


Individuo Comunidad Comunidad Individuo

T T
Tierra Tierra

Desde ese momento, el vínculo del individuo con su comu-


nidad y con la tierra «cae» dentro de una nueva estructura y
pasa por una nueva mediación. Por otra parte, el control so-
cial no es ya sólo asunto de toda la colectividad; ahora lo
ejercen funcionarios (así los llaman los historiadores del des-
potismo oriental), funcionarios que primeramente ejercion, en
efecto, una función técnica y que han pasado a ser burócratas
desde el instante en que esa función dio origen al poder
separado.

6. Friedrich Engels, Anti-Duhring, Editions Sociales, París, pág. 212 [hay


edición en español: F. Engels, Anti-Dühring, Editorial Hemisferio, Buenos
Aires. 1956].
7. Maurice Godelier, Le mode de production asiatique et les schémas
marxistes d'évolulion, Le CERM, París, 1962.

116
Tal es, pues, el primer gran paso de la organización fun-
cional a la burocracia dominante. Un grupo de funcionarios se
convierte en clase burocrática cuando determinado número de
condiciones entran a realizarse: paso de la división técnica a la
división social del trabajo; ejercicio únicamente por los fun-
cionarios de las tareas de dirección, innovación y regulación
del trabajo, y no ya por el conjunto de la comunidad; explo-
tación de los trabajadores mediante la prestación de un ser-
vicio y el descuento de un plus sobre la producción. La acu-
mulación de este plus es visible en los tesoros reales, tales
como los de los Incas en el momento de la conquista española.
El Rey Inca, cubierto de oro, se define a sí mismo como un
funcionario, el primer funcionario del Estado. El antropólogo
A. Caso' muestra que el Rey en los sistemas del despotismo
oriental posee las tierras, «no en condición de individuo, sino
como funcionario».
Esos son los rasgos específicos esenciales de la primera
burocracia. Las clases dirigentes han de basar con posterio-
ridad su dominación sobre la propiedad privada de los medios
de producción. Pero la primera clase dirigente asegura su do-
minación únicamente sobre la base de la función organiza-
tiva. Esta es, históricamente, la primera fuente de la burocra-
cia; se presenta, pues, como su raíz elementaL
De esta forma vemos que es el acto de organizar, la organi-
zación en el sentido activo del término, lo que fundamenta
a la burocracia en sus privilegios de clase dirigente, de grupo
social en el poder. Esa acción antes que nada reguladora es la
que da nacimiento a la forma específica de dominación social
sobre la base de la producción. La burocracia es, así una forma
de organización de la producción: hay burocracia cuando la
organización de la sociedad ha pasado a ser propiedad privada
de unos pocos. La burocracia es, pues, una estructura social
y un sistema de poder cuya primera forma histórica es el
modo de producción denominado «asiático», al que yo prefiero
llamar modo de producción burocrático.

8. A. Caso, «Land tenure among the ancient mexicans», American


Anthropologist, LXV (4), agosto de 1963, pág. %8.

117
Esta figura histórica, esta génesis de la burocracia, nos con-
duce a considerar como un momento histórico y lógicamente
posterior la definición de la burocracia y sus fuentes en tér-
minos funcionales y disfuncionales, en términos modernos. El
primer momento de la burocracia es el del paso de la gestión
a la dominación y la explotación. Es un momento político.
La primera definición de la burocracia sólo se puede enun-
ciar, por tanto, en términos de clase dirigente. Esto es lo que
no han visto autores tan diferentes en punto a criterio y pro-
yecto como Merton y Sartre: ambos hacen aparecer la buro-
cracia a partir de un proceso interno de burocratización de las
organizaciones. El análisis de las primeras burocracias muestra,
por el contrario, que hay que partir de las formas de organi-
zación de la producción para comprender de qué modo pueden
los organizadores convertirse en estadistas, llegar al poder y
dominar las sociedades.
En el modo burocrático de producción, característico de
los grandes imperios chinos, egipcios, aztecas e incas —para
citar no más que los ejemplos más conocidos—, en esos gran-
des imperios, decimos, la explotación de los campesinos y los
artesanos por una aristocracia de nobles y funcionarios del Es-
tado no es individual, puesto que la prestación suplementaria
de servicios es colectiva y la renta de bienes raíces se confunde
con el impuesto, y puesto, además, que una y otro son la exi-
gencia de un funcionario que no procede en su nombre, sino
en el de su función dentro de la comunidad superior. El indi-
viduo, hombre libre en el seno de su comunidad, no está pro-
tegido del déspota ni por la libertad ni por la comunidad de la
dependencia respecto del Estado. La explotación del hombre
por el hombre adquiere en el seno del modo burocrático de
producción una forma a la que Stuart Mill califica de «escla-
vitud política» y Marx de «exclavitud generalizada».
Es, como vemos, una esclavitud distinta de la esclavitud
privada, grecolatina, característica de otro modo de producción.
La esclavitud burocrática se realiza por la explotación directa
y colectiva de un grupo por otro grupo. Pero, «dentro de este
marco, la esclavitud y la servidumbre individuales pueden no
obstante aparecer como consecuencia de guerras y conquistas.

118
Esclavo y vasallo se vuelven propiedad común del grupo al
que pertenece su amo, que a su vez depende de su comunidad
y está sometido a la opresión del Estado».
La «sociedad asiática» realiza de ese modo el primer paso
histórico de la libertad de grupos a su esclavitud colectiva, de
la división funcional del trabajo a la división social y política,
de la organización a la burocracia. Tal fue el primer movimien-
to de la historia. Al mismo tiempo originó un gran desarrollo
de las fuerzas productivas, del saber y la cultura, que preparó
el advenimiento del mundo occidental. Occidente conoce, a
partir de su nacimiento en la Grecia antigua, un desarrollo
típico y singular. La historia se vuelve historia de la propiedad
privada y de la lucha de clases. En este nuevo curso de la his-
toria, el estatuto del Estado no es ya el del Estado llamado
«asiático», lo cual altera igualmente el estatuto histórico de la
burocracia.
El Estado occidental se convierte en un foco de conflictos,
en la postura de las luchas entre grupos y clases. La sociedad
se organiza de otra manera, esto es, de acuerdo con las nuevas
estructuras: democracia política en Grecia con organización
esclavista de la producción; organización de la sociedad feudal,
con un nuevo estatuto de la propiedad privada; organización
específica de la sociedad capitalista, en la que la burocracia
pasa a ser el instrumento del Estado. El estatuto de la buro-
cracia cambia, pues, con los momentos de la historia, Pero
siempre está sostenido por un movimiento hacia la dominación.
Es lo que muestra Tocqueville cuando se refiere, en El antiguo
régimen y la revolución, al movimiento de la centralización
administrativa y burocrática llevado a cabo por la monarquía
absoluta, y es lo que muestra asimismo Taine en sus Orígenes
de la Francia contemporánea.
Marx conoce, pues, ese primer origen de la burocracia, que
aparece no bien unos «organizadores» se separan del grupo y
toman el poder. Pero Marx no coloca el problema en el centro
de sus análisis.
Para él, la burocracia siempre ha de designar a la casta
parasitaria, al instrumento del Estado (con el ejército y la po-
licía), de un Estado que a su vez es también un «instrumento».

119
Hay que leerlo, por tanto, a partir de una perspectiva como
la nuestra, o que puede ser la nuestra, para encontrar en su
descripción de la sociedad asiática otra dimensión del problema,
otro posible estatuto —que ya ha existido en la historia— de
la burocracia. Sigue en pie la circunstancia de que para Marx la
burocracia desaparecerá con el advenimiento de la sociedad
socialista y la progresiva decadencia del Estado. La burocracia
desaparecerá juntamente con la compulsión estatal, para dejar
su lugar a la organización. Lo dice en lenguaje tomado de
Saint-Simon, quien describe el posible paso de la «administra-
ción de los hombres a la administración de las cosas». Pero
para el autor de El capital es un problema futuro: la sociedad
en la que él vive y a la que describe, esto es, la sociedad capi-
talista, no puede llegar a una verdadera organización de la
economía, y, sobre todo, la tarea no consiste en ayudarla a or-
ganizarse; consiste en destruirla. La perspectiva de Marx no
es lo que Herbert Marcuse llama «capitalismo de organiza-
ción»; es el socialismo. También para los utopistas lo es: des-
criben la organización futura e ideal de la sociedad. Pero para
Marx ser «utopista» es eso. Es anticipar, diríamos de manera
«directiva», la organización que ha de darse la sociedad cuando
haya hecho la revolución.
Y no obstante, en cierto modo, Marx ha «visto» que la
moderna burocracia puede nacer en la fábrica, en la empresa
industrial. Se lo ve a punto de formular esta génesis de la
organización cuando describe el movimiento que va de la coo-
peración al maquinismo moderno. Desde el punto de vista de
la estructura de los textos de El capital comprobamos, esen-
cialmente, que en las páginas dedicadas a la empresa Marx des-
cribe, a título de comparación, las viejas burocracias «orien-
tales», el modo de producción asiático.
Esa analogía estructural me lleva a creer que, para Marx,
la moderna burocracia industrial se construye formalmente
como las antiguas burocracias asiáticas.
Y aquí tenemos el tercer nivel de nuestro enfoque. Marx
describe las etapas que desembocan en el maquinismo indus-
trial a partir de la artesanía y la manufactura. Es una descrip-
ción que va a ser retomada destacando el aspecto que aquí

120
nos ocupa, a saber, la formación de los sistemas de organización
de la producción.
Marx comienza por describir la cooperación. El término
«cooperación» ha adquirido en el lenguaje actual un valor
positivo: significa el trabajo en común aceptado y hasta de-
seado, el equipo, el espíritu de grupo... No lo emplearemos
en esta primera fase con esta significación. Simplemente se
tratará, ante todo, de un «concurso de fuerzas»,' de una «soli-
daridad mecánica».'" Marx da de ello una definición precisa:
«...cuando varios individuos funcionan juntos con miras a una
finalidad común dentro del mismo proceso de producción o en
procesos, aunque diferentes, conexos, su trabajo adquiere la
forma cooperativa»." El autor de El capital descubre, sin em-
bargo, la importancia de la «moral del grupo» y anuncia, en
el lenguaje desusado de la psicología de su tiempo, los descu-
brimientos futuros de la psicosociología: «Además del nuevo
poder que resulta de la fusión de un alto número de fuerzas
en una fuerza común, el mero contacto social produce una
emulación y una excitación de los espíritus animales (animal
spirits) que hacen elevar la capacidad industrial de ejecución...
Esto proviene del hecho de que el hombre es por naturaleza,
si no un animal político, según la opinión de Aristóteles, un
animal social en todos los casos».'^
Así, aun cuando no deseada ni organizada desde el exterior,
la cooperación posee también su dinámica interna, y esta diná-
mica interna, y esta dinámica «psicológica» es descubierta por
Marx como uno de los factores aptos para incrementar la pro-
ductividad del grupo. Marx lo descubre —para ser más exactos,
lo publica— en 1867, y sólo sesenta años después, en 1927,

9. Destuft de Tracy, Elements d'idéologie, París, Í826, pág. 80.


10. Emile Durkiicim, La division du travail social.
11. Marx, Le capital, ed. cit.. I, 11, pág. 18.
12. Ihid. Marx cita además aqui, en apoyo de este punto de vista psico-
sociológico anticipado (uiu psicosociología al servicio de la productividad),
este pasaje de un informe de investigación: «En la época de la cosecha y en
otras ^pocas semejantes, cuando es necesario apresurarse, la urea se cumple
más rápido y mejor si se emplean muchos brazos a la vez». Véase igualmente
pág. 22, sobre los «espíritus animales».

121
Mayo y sus colaboradores verifican la intuición de Marx y
terminan por otorgarle un estatuto científico.
La primera organización del trabajo en común, la coopera-
ción, supone un medio de concentración que, al borde de Ja
civilización industrial, lo suministra la acumulación del capital:
«En general, los hombres no pueden trabajar en común si no
se hallan reunidos. Su reunión es la condición misma de la
cooperación. Y para que los asalariados puedan cooperar, es
necesario que el mismo capital y el mismo capitalista los em-
pleen simultáneamente y compren, por consiguiente, a la vez
su fuerza de trabajo»."
Esa cooperación sólo es posible y efectiva porque se la
organiza desde el exterior: «...la concentración de los medios
de producción en manos de los capitalistas industriales es, por
lo tanto, la condición material de toda cooperación de los asa-
lariados»." El organizador de la cooperación es el capital: «En
los comienzos del capital, su gobierno sobre el trabajo posee
un carácter puramente formal y casi accidental. El obrero tra-
baja, pues, a las órdenes del capital sólo porque le ha vendido
su fuerza; trabaja para él sólo porque carece de los medios
materiales para trabajar por cuenta propia. Pero no- bien hay
cooperación entre obreros asalariados, el gobierno del capital
se desarrolla como una necesidad para la ejecución del trabajo,
como una condición real de producción. En el campo de la
producción las órdenes del capital pasan a ser, de allí, tan in-
dispensables como lo son las del general en el campo de ba-
talla»."
Marx plantea en seguida, claramente, como un producto de
la necesidad histórica, el problema del poder y la dirección
en la empresa: «Todo trabajo social en común que se desa-
rrolle en una escala suficientemente grande reclama una direc-
ción '* para armonizar las actividades individuales. La dirección

13. Ibid., pág. 22. Seguimos los capítulos de El capital del Libro I. t. II,
capítulos XIII, XIV y XV [siempre Ed, Sociales].
14. Marx, ob. cii., pág. 23.
15. Ibid.
16. Claro es el razonamiento. Es análogo al que explica el nacimiento de
la burocracia en los grandes imperios asiáticos, nacimiento vinculado, como
hemos visto, a la necesidad de coordinar, de planificar, de organizar la coope-

122
debe llenar las funciones generales que extraen su origen de la
diferencia existente entre el movimiento de conjunto del cuerpo
productivo y los movimientos individuales de los miembros
independientes de que se compone. Un músico que ejecute un
solo se dirige a sí mismo, pero una orquesta necesita un direc-
tor. Esta función de dirección, de vigilancia y mediación pasa
a ser la función del capital desde que el trabajo a él subordi-
nado se vuelve cooperativo, y, como función capitalista, ad-
quiere caracteres especiales»."
Prosigamos con la lectura de El capital. Se puede delimitar
con exactitud el lugar en que Marx sitúa su análisis, mostrar
lo que ya advierte de la burocratización de la empresa, pero
mostrar también cómo y por qué dirige el aspecto esencial de
su atención, no a este nivel, sino al del sistema económico,
que dentro de la empresa da fundamento al sistema de poder.
Vemos que ese paso de un nivel al otro del análisis se efectúa
con toda nitidez cuando escribe: «En manos del capitalista la
dirección no es sólo la función especial que nace de la natu-
raleza misma del trabajo cooperativo o social, sino que también
es, y lo es eminentemente, la función de explotar el proceso
del trabajo social, función que descansa en el inevitable anta-
gonismo entre el explotador y la materia a la que explota»."
Saquemos una breve conclusión en lo que concierne a la
obra de Marx (y de Engels).
No encontramos en Marx una teoría completa y sistemá-
tica de la organización, pero sí:
a) una primera teoría de la burocracia, desarrollada en
1845 a partir de una crítica de Hegel y su filosofía del Estado;
b) un análisis del despotismo oriental, que habría podido
conducir a Marx a comprobar que, desde el instante en que la

ración y el trabajo (forzado) en común. Desde luego que estamos en el derecho


de afirmar que Marx identifica los dos modelos (agrícola e industrial) y que
debido a ello hace en estas páginas constante referencia al M.P.A.
17. Ibid., pág. 23.
18. Ibiá.

123
organización se vuelve propiedad privada, los organizadores
han tomado el poder y la burocracia ha pasado a ser una clase
dominante. Pero esto Marx no lo dice; lo dirán mucho tiempo
después, hacia 1940, algunos marxistas;
c) un análisis de la empresa industrial y capitalista, que
anuncia, a nuestro parecer, una teoría de la burocracia indus-
trial en su génesis y su estructura. Pero también aquí se trata
simplemente de un punto de partida, y la preocupación central
de Marx no estriba en ello. Ha de ser preocupación de sus
sucesores.

Lenin
La nueva burocracia rusa —la nueva clase— no nació sú-
bitamente, como un cáncer que crece sobre el deterioro pro-
gresivo, del «reflujo» y la degeneración del impulso revolu-
cionario inicial. Ya está en 1917. Está en el pasado político
de Rusia, en el modo de producción asiático de la época de los
zares. Está en determinadas concepciones teóricas de los bol-
cheviques, ganadas por los modelos de la sociedad burguesa-
burocrática de Occidente. Está en las primeras decisiones para
construir la nueva industria soviética, cuando Lenin y Trotsky
rechazan las tesis de la oposición obrera en favor de la direc-
ción colectiva de las fábricas y prefieren la dirección autori-
taria con los métodos de producción del taylorismo. La buro-
cracia es ya visible, en fin, en la represión de Cronstadt. No
se la puede hacer nacer, por tanto, en 1923, como pretenden
los trotskystas y, por ejemplo, Pierre Broue cuando escribe:
«El bolchevismo [...] desemboca, a partir de 1923, en la dic-
tadura del Partido, es decir, de la burocracia, sobre el proleta-
riado»." Lo que sí hay que decir es que en 1923 se vuelve
más clara la toma de conciencia del burocratismo. Y hay que
agregar que éste no es «privilegio» del nuevo Estado ruso,
sino que es la marca muy general de la sociedad industrial en
el primer cuarto de siglo; no es, pues, cosa de asombrarse ver

19. Pierre Broue, Arguments (25-26), pág. 61.

124
que lo descubran en el mismo momento Elton Mayo en los
Estados Unidos, Kafka en Praga, Moreno en Viena, Lukács en
Budapest y Breton en París.
Lenin plantea en 1921 el problema de la burocracia. Lo
hace en estos términos: «Al 5 de mayo de 1918 el burocratis-
mo no figuraba en nuestro campo visual. Seis meses después
de la Revolución de Octubre, tras haber destruido de arriba
abajo el antiguo aparato burocrático, no experimentábamos
aún los efectos de este mal. Pasa un año más. El Octavo Oan-
greso del Partido Comunista ruso, que se lleva a cabo del
18 al 23 de marzo de 1919, adopta un nuevo programa, y en
él hablamos francamente, sin temor a reconocer el mal, sino,
por el contrario, deseosos de desenmascararlo [...] hablamos
de un 'renacimiento' parcial del burocratismo en el seno del
régimen soviético. Dos años más transcurren. En la primavera
de 1921, con posterioridad al Octavo G^ngreso de los Soviets,
que ha discutido (diciembre de 1920) el problema del burocra-
tismo, y después del Octavo Congreso del Partido Comunista
ruso (marzo de 1921), que ha efectuado el balance de las dis-
cusiones estrechamente relacionadas con el análisis del burocra-
tismo, vemos que ante nosotros se levanta este mal, aún más
claro, más preciso, más amenazador».
Y Lenin se interroga sobre las fuentes del burocratismo,
sobre las fuentes de la burocratización: «¿Cuáles son los orí-
genes económicos del burocratismo? Son, principalmente, de
dos tipos: por una parte, una burguesía desarrollada necesita,
justamente para combatir al movimiento revolucionario de los
obreros y, en parte, de los campesinos, de un aparato burocrá-
tico, primero militar, luego judicial, etcétera. Esto no existe
entre nosotros. Nuestros tribunales y nuestro ejército están
dirigidos contra la burguesía. La burocracia no está en el ejér-
cito, sino en las instituciones a su servicio. Entre nosotros, el
origen económico del burocratismo es otro: es el aislamiento,
la dispersión de los pequeños productores, su miseria, su in-
cultura, la falta de carreteras, el analfabetismo, la ausencia de
intercambios entre la agricultura y la industria, la falta de vin-
culación, de acción recíproca entre ambas. Ese es, en conside-
rable medida, el resultado de la guerra civil. [...] El burocra-

125
tismo, herencia del 'estado de sitio' superestructura basada
en la dispersión y la desmoralización del pequeño productor,
se ha revelado en plenitud».
Como vemos, mediante un análisis socioeconómico de la
realidad soviética en sus comienzos procura Lenin informar
acerca de lo que sucede. No invoca, pues —como hacía, por
ejemplo, Rosa Luxemburg en su Historia de la Revolución
Rusa—, la política adoptada por el Partido, el papel esencial
del Partido. En función de su análisis, propone al fin los reme-
dios: «Para provocar una afluencia de fuerzas nuevas, para
combatir con éxito al burocratismo, para superar esta inercia
nociva, la ayuda debe provenir de las organizaciones locales, de
la base, de la ejemplar organización de un 'todo'. Se necesita
conceder la máxima atención a las necesidades de los obreros
y los campesinos; solicitud infinita para el restablecimiento -de
la economía, aumento de la productividad del trabajo, desa-
rrollo de los intercambios locales entre la agricultura y la
industria...».
Este análisis de Lenin con su riqueza y sus limitaciones,
volvemos a encontrarlo, en otro estilo, en Trotsky.

Trotsky
Examinaremos sucesivamente, a partir de Trotsky y dentro
del orden en que éste formuló históricamente los problemas:
1. La burocratizacíón dentro del Partido;*
2. La teoría de la burocracia definida como «casta para-
sitaria»;
3. Por último, la posición de Trotsky con respecto a la
teoría de la burocracia, «nueva clase dirigente» (B. Rizzi). Este
punto lo trataremos en el próximo capítulo. Pero ya que pre-
sentamos las concepciones de Trotsky, hay que decir desde
luego esto, y subrayarlo: nunca, en ninguna parte, consideró
Trotsky que la burocracia pudiera llegar a ser, ni en la URSS

20. León Trotsky, «Cours nouveau», De la devolution, Ed. de Minuit,


París, 1964.

126
ni en parte alguna, una nueva clase dominante. Hasta afirmó
lo contrario, al revés de lo que dice Rizzi. Son trotskystas
disidentes (Rizzi y Burnham, y luego en Francia el grupo de
Socialismo o Barbarie) quienes rompieron con Trotsky y el
trotskysmo precisamente sobre este problema fundamental. Mal
se comprende que aún hoy haya intelectuales, marxistas, con-
vencidos de buena fe de que las tesis de Rizzi y las de Djilas
son trotskystas. Insistiremos respecto de esta mala inteligencia.
Después de la Revolución, Lenin y especialmente Trotsky
plantean el problema de la burocratización (el Partido Qjmu-
nista [bolchevique] lo plantea en 1923).
La crítica trotskysta de la burocracia soviética —estrato
parasitario que produjo a Stalin— se desarrolla en el curso
de los años de destierro. Se trata de críticas que verdadera-
mente popularizaron la crítica de la burocracia en los medios
políticos.
Sin embargo, el análisis que del burocratismo formula
Trotsky comienza mucho antes; con exactitud, en el momento
mismo en que Lenin, poco antes de morir, descubre el peligro
del burocratismo. A este respecto, el documento más impor-
tante es la serie de artículos publicados por Trotsky en Pravda
bajo un título que ha llegado a ser célebre: Nuevo curso.
El análisis de la burocracia por Marx se centraba ante todo
en la filosofía de Hegel y era, como tal, especulativo. Después,
Marx vio, especialmente en La guerra civil en Francia, la ne-
cesidad de destruir en su conjunto la organización de la socie-
dad burguesa y, por tanto, echar abajo su «aparato burocrá-
tico». Pero esto sigue siendo un programa, una línea propuesta
a la acción.
En cambio, Trotsky descubre, como Lenin, el problema
de la burocracia en el corazón mismo de su experiencia, en
torno de él, en la realidad soviética al día siguiente de la
Revolución, sólo unos pocos años después de Rosa Luxemburg.
Para el Trotsky de 1923 el burocratismo es una enfermedad
de funcionamiento, cuya génesis y estructura describe y cuyas
fuentes busca. La- burocracia ha de ser en seguida una capa
social parasitaria: nunca llegará hasta el extremo de conside-
rarla como una nueva clase, según la expresión de Djilas.

127
Vamos a examinar ahora la teoría del burocratismo desarro-
llada en Nuevo curso.
Lo primero que encontramos en este texto es una defini-
ción: el burocratismo es «la autoridad excesiva de los comités
y los secretarios», que «resulta del hecho de haber transferido
al Partido los métodos y los procedimientos administrativos
acumulados durante estos últimos años». Otra fuente, vincu-
lada al problema de las generaciones: «...desempeñando el
papel de director del Partido y absorbida por los problemas
de administración, la antigua generación se ha habituado y
sigue habituándose a pensar y decidir por el Partido, e instaura
preferentemente para la masa comunista métodos puramente
escolares, pedagógicos, de participación en la vida política:
cursos de instrucción política elemental, verificación de los
conocimientos, escuela del Partido, etcétera. De ahí el burocra-
tismo del aparato, su aislamiento respecto de la masa, su exis-
tencia aparte».
La precedente descripción introduce la fórmula clave de
todo el trabajo: para Trotsky, el burocratismo es, en primer
término, «el hecho de que el Partido vive en dos planos dis-
tintos»: la base, privada de participación efectiva, y el aparato
burocratizado. Aquí volvemos a encontrar los «dos planos»
antagónicos descubiertos por Marx en la teoría hegeliana del
Estado: la burocracia y la sociedad civil. Pero en este caso, es
decir, en el Partido burocratizado, el corte se ha producido
dentro de la misma organización.
Y he aquí de qué manera «la mayoría de los miembros»
del Partido sienten, según Trotsky, la fractura: «Que el apa-
rato piense y decida bien o mal, el hecho es que con harta
frecuencia piensa y decide sin nosotros y en lugar de nosotros.
Cuando se nos ocurre manifestar incomprensión, alguna duda,
o expresar una objeción, una crítica, se nos llama al orden, a
la disciplina; las más de las veces se nos acusa de hacer opo-
sición y hasta de querer constituir fracciones. Somos devotos
del Partido hasta la médula de los huesos y estamos dispuestos
a sacrificarlo todo por él. Pero queremos participar activa y

128
conscientemente en la elaboración de sus decisiones y en la
elección de sus modos de acción».
La burocratización es un proceso de degeneración: «...en
su gradual desarrollo, la burocratización amenaza con desvin-
cular de la masa a los dirigentes, con llevarlos a concentrar
su atención únicamente sobre los asuntos administrativos, de
designación... Estos procesos se desarrollan lenta y casi insen-
siblemente, pero se revelan con brusquedad».
Después de esta descripción, todavía muy general, presen-
tada en su primer capítulo, Trotsky pasa en el segundo a la
búsqueda de las causas: «...está claro que el desarrollo del
aparato del Partido y la burocratización inherente a ese desa-
rrollo los engendran, no las células de fábricas agrupadas por
intermedio del aparato, sino todas las demás funciones que
ejerce el Partido por intermedio de los aparatos estatales de
administración, de gestión económica, de mando militar y
de enseñanza. En otros términos, la fuente del burocratismo
reside en la creciente concentración de la atención y las fuerzas
del Partido en las instituciones y aparatos gubernamentales, y
reside en la lentitud del desarrollo de la industria». También
en otros términos, la burocratización del Partido Comunista
soviético es, en 1923, la consecuencia directa e inmediata del
hecho de que el Partido, llegado al poder, reproduce en su
funcionamiento interno la burocratización del Estado que des-
cribía Marx en su crítica de Hegel. La burocratización del Par-
tido es la consecuencia del hecho de que la «dictadura del
proletariado» se ha convertido, en 1923 —como bien hubieron
de subrayarlo tanto Rosa Luxemburg como la oposición obrera
(con menos claridad)—r, en la dictadura del «Partido del pro-
letariado». Claro, esto Trotsky no lo dice; decirlo sería poner
en tela de juicio el fundamento mismo del sistema político en
el que él participa, la vinculación entre el Partido y el poder.
Trotsky no es Djilas; en el camino del análisis, se detiene,
describiendo con claridad y rigor los síntomas, pero buscando
soluciones en una «terapéutica» política, la de un «nuevo
curso».
No obstante, prosigamos con él este análisis: «El único
medio de triunfar sobre el sistema corporativo, sobre el espíritu

129
de casta de los funcionarios, estriba en la realización de la
democracia». Y en seguida, nuevamente: «El burocratismo del
Partido no es, repetimos, una supervivencia en vías de desapa-
rición de! período anterior; es, por el contrario, un fenómeno
esencialmente nuevo, un fenómeno que se desprende de las
nuevas tareas, de las nuevas funciones, de las nuevas dificul-
tades y de las nuevas faltas de! Partido. El proletariado realiza
su dictadura por el Estado soviético. El Partido Comunista es
el partido dirigente del proletariado y, por consiguiente, de
su Estado. Todo el problema consiste en realizar en la acción
este poder sin fundirlo con el aparato burocrático del Estado,
a fin de no exponerse a una degeneración burocrática». Gjmo
vemos, Trotsky no considera la posibilidad de buscar por el
lado de los principios, fundamentales de la «dictadura del pro-
letariado» el origen último de la burocratización. Es el límite
imposible de franquear por su análisis.
Puede, sin duda, denunciar: «Todos los asuntos se hallan
concentrados en manos de un pequeño grupo, a veces sólo de
un secretario, que designa, destituye, imparte directivas, im-
pone sanciones, etcétera». Pero la solución que Trotsky propo-
ne una y otra vez —y que no ha de obtener— radica siempre
y simplemente en introducir «la democracia viva y activa
dentro del Partido». Solución muy próxima, en definitiva, a la
que podría proponer en la misma situación, y de consultársele,
un lewiniano ortodoxo.
Hemos citado a Lewin. Es dable hallar otros parentescos
entre el análisis trotskysta y los análisis de dinámica de grupo
en el tercer capítulo de Nuevo curso, capítulo que lleva por
título, precisamente, «Grupos y formaciones fracciónales».
La formación de fracciones y el esfuerzo por comprender
la significación sintomática de su existencia son un medio pri-
vilegiado de aproximación, aunque aparentemente indirecta, al
fenómeno burocrático. Los burócratas denuncian y condenan
a las fracciones sin ver que la verdadera fuente de éstas es,
precisamente, el burocratismo: «...la resolución del comité
central dice claramente que el régimen burocrático es una de
las fuentes de las fracciones». Trotsky va, luego, a desarrollar
esta proposición.

130
Ante todo resume el proceso: «Los matices de opiniones
y divergencias episódicas de puntos de vista pueden expresar
la lejana presión de intereses sociales determinados y, en ciertas
circunstancias, transformarse en grupos estables; éstos pueden,
a su vez, adquirir tarde o temprano la forma de fracciones
organizadas».
En seguida muestra que no basta prohibir las fracciones
para evitar su nacimiento: «Sería 'fetichismo de organización'
creer que, sean cuales fueren el desarrollo del Partido, las
faltas de la dirección, el conservadurismo del aparato, las in-
fluencias exteriores, etc., basta una decisión para preservarnos
de los reagrupamientos y los trastornos inherentes a la forma-
ción de las fracciones. Eso sería, además, dar prueba de bu-
rocratismo».
Trotsky al desarrollar su tesis sobre el burocratismo (toda-
vía no dice en Nuevo curso «la burocracia») como un fenómeno
de degeneración que alcanza a las organizaciones políticas:
partido, sindicato, aparato estatal. En otros términos, en la
primera etapa de su obra el teórico de la revolución perma-
nente ^' describe el fenómeno burocrático como un fenómeno
patológico.
En la segunda etapa, esto es, durante el destierro, Trotsky
va a enfrentar un nuevo problema, que habrá de convertirse,
poco a poco, en el problema central de una generación: ¿cons-
tituye la burocracia, soviética o no, verdaderamente una nueva
clase, en el sentido marxista del término? Esta ha de ser la
tesis de Rizzi y después de Djüas. Pero Trotsky nunca admi-
tirá tal análisis. Ahora necesitamos, pues, analizar esa tesis,
que presenta a la burocracia como una clase social, para situar
luego la respuesta de Trotsky.

Bruno Rizzi
En 1939, Bruno Rizzi ^^ publica un libro: La burocratiza-
ción del mundo. Aplica a la burocracia soviética el concepto

21. León Trotsky, «La Revolution permanente», en De la devolution,


ed. cit.
22. Bruno Rizzi, ha bureaucratisation du monde. París. 1939.

131
marxista de clase social definida por su situación dentro de la
producción y la economía. Veamos de qué manera resume su
demostración.
«En realidad, el Estado burocrático entrega de diferentes
maneras la plusvalía a sus funcionarios, formando una clase
privilegiada, instalada en el Estado. En la sociedad soviética,
ios explotadores no se apropian directamente de la plusvalía,
como el capitalista cuando guarda en su caja de caudales los
dividendos de su empresa, sino que lo hacen de una manera
indirecta, a través del Estado, que guarda en su caja toda la
plusvalía nacional para distribuirla luego entre sus funciona-
rios. Buena parte de la burocracia —a saber: los técnicos, los
directores, los especialistas, los stajanovistas, los logreros, etcé-
tera— está de algún modo autorizada para tomar directamente
sus emolumentos, que son muy altos, de la empresa por ella
controlada. Esos funcionarios disfrutan además, al igual que
todos los burócratas, de los 'servicios' estatales pagados con
la plusvalía [...] En su conjunto, la burocracia arrebata la
plusvalía a los productores directos mediante un colosal in-
cremento de los gastos generales en las empresas 'nacionali-
zadas'... Vemos, pues, que la explotación pasa de su forma
individual a una forma colectiva, en correspondencia con la
transformación de la propiedad. Se trata de una clase en bloque,
que explota a otra clase, en correspondencia con la propiedad
clasista, y que luego pasa, por vías interiores, a la distribución
entre sus miebros por medio de su Estado propio (hay que
contar con la herencia de los cargos burocráticos). Los nuevos
privilegiados consumen la plusvalía a través de la maquinaria
del Estado, que no es sólo un aparato de opresión política, sino
también un aparato de administración económica de la nación.
[...] La fuerza-trabajo ya no la compran los capitalistas; ahora
la monopoliza un solo amo: el Estado. Los obreros ya no van
a frecer su trabajo a diferentes empresarios, para escoger a
aquel que mejor les convenga. La ley de la oferta y la de-
manda no funciona más. Los trabajos se hallan a merced del
Estado» (págs. 64-65).
Para Rizzi, la burocracia es la última clase dominante. Su
supresión no puede dar origen más que a la sociedad sin clase

132
que debía suceder, según Marx y Engels, a la desaparición de
la burguesía y a la fase de dictadura del proletariado. Tal es
el «revisionismo» de Bruno Rizzi. Cree éste que debe com-
probar el nacimiento en la URSS de una nueva clase domi-
nante y agrega, pues, al concepto marxista de prehistoria este
último eslabón: la burocracia. Al mismo tiempo trata de pro-
bar que es éste el último eslabón de la cadena: «No sentimos
simpatía alguna por esta sociedad burocrática, pero compro-
bamos su necesidad histórica. No obstante, hay que pagar aún
el precio de una clase dirigente. Sobre este punto no nos hace-
mos ilusiones, y bueno es que tampoco se las hagan los pro-
ductores dirigidos: únicamente su presión política hará dismi-
nuir la presión económica y beneficiará a toda la sociedad, así
como fue bienhechor el movimiento sindical proletario que
impulsó a la producción capitalista hacia un perfeccionamiento
siempre mayor. Creemos firmemente en el porvenir de una
sociedad sin clases y hasta estamos persuadidos de que esta
nueva sociedad, actualmente en gestación, será la última de las
sociedades divididas en clases. La clase dirigente termina por
ser sólo una con la burocracia política, sindical y técnica, que
en las pasadas sociedades actuaba por poder en interés del
patrono capitalista y feudal y de los patricios, y también en su
propio interés. La última clase dirigente de la historia se halla
tan próxima a la sociedad sin clases, que niega su condición
de clase y de propietaria».
La diferencia entre la nueva clase dirigente y las clases diri-
gentes que se sucedieron en el pasado consiste en que ya no
posee la propiedad «privada» —es decir, jurídicamente estable-
cida— de los medios de producción. Pero tal reconocimiento
jurídico no es necesario para su dominación: «La propiedad
clasista, que en Rusia es un hecho, no resulta por cierto de un
registro en notaría alguna o en ningún catastro. La nueva clase
explotadora soviética no necesita de tamañas pamplinas; tiene
en sus manos la fuerza del Estado, y eso vale mucho más que
los viejos registros de la burguesía».
Otro rasgo importante y diferencial de la nueva clase: en-
tre sus miembros no hay acumulación privada de capital. Al
destacar esta diferencia, Rizzi no hace otra cosa que recordar

133
esto: entre el modelo de organización y explotación capitalista
y el nuevo modelo burocrático no es necesaria la identidad
absoluta para autorizar a presentar a la burocracia como una
nueva clase. Lo esencial es que «el Estado se convierte en el
patrono y el director económico por mediación de una nueva
clase privilegiada, a la que la sociedad deberá pagar los gastos
de esa dirección, en el curso de un nuevo capítulo de la
historia. La nueva clase dirigente no persigue como finalidad
la acumulación indefinida de la riqueza individual; se contenta
con buenos sueldos, con una vida feliz, y continúa con el pro-
grama económico de 'servir al público' organizando la produc-
ción, ahora, sin cálculos capitalistas. Una parte de la producción
estatal puede e incluso debe ser deficitaria; lo que importa
es que la producción aumente y sea activa en su complejidad».
Rizzi añade esto todavía: «"...estamos de acuerdo en que
la nueva clase dirigente se alzará con una buena parte del
pastel de la producción autárquica. Es la regla; está en la ín-
dole misma del tipo de sociedad que se forma. Si la burocracia
no puede demostrar de manera tangible que es capaz de elevar
el nivel económico de los productores directos, su suerte está
echada. Pero no contemos demasiado con las finalidades huma-
nas y el perfeccionamiento del individuo que la nueva clase
se propone. Debe ésta, sin embargo, mejorar las condiciones
económicas de las poblaciones sometidas si desea conservar su
predicamento. Su función histórica habrá concluido cuando
revele ser incapaz de perseguir esta finalidad».
Ya se sabe, por último, que la tesis de Rizzi la hicieron
suya Djilas en Yugoslavia ^ y Burnham en los Estados Uni-
dos; ^ por su parte, este último cree que la nueva clase surge
del interior mismo del capitalismo, merced a la progresiva
toma del poder por los organizadores: «Los managers ejercerán
su control sobre los instrumentos de producción y obtendrán
un derecho preferencial en la distribución de los productos, no
directamente, en su carácter de individuos, sino gracias & su

23. M. Djilas, i a nouvelle classe dirigeante, Plon, Parfs, 1937.


24. Bumhaffl, L'he des organisateurs, Plon, París, 1947, con prólogo de
L. Blum.

134
control del Estado, que será propietario de los instrumentos
de producción. El Estado, es decir, las instituciones que lo
componen, será, podemos decir, 'la propiedad' de los directores.
No se necesitará más para hacer de ellos la clase dirigente».
De este modo vemos que la tesis de la nueva clase, si resul-
tara válido aplicarla universalmente, esto es, tanto en los Es-
tados Unidos como en la Unión Soviética, parecería anunciar
un porvenir propio de una burocracia que iría dominando poco
a poco todo el mundo, un mundo progresivamente burocra-
tizado.

TROTSKY Y EL PROBLEMA DE LA BUROCRACIA


DEFINIDA EN TÉRMINOS DE CLASE SOCIAL

En su análisis crítico de la URSS staliniana, Trotsky parece


a veces al borde de una definición de la burocracia —^y esto
antes que Rizzi— en términos de clase dominante. Pero rehusa
ir hasta el fondo de la tesis, porque distingue rigurosamente la
raíz económica que determina la existencia de una clase social
y las técnicas políticas características de su dominación. Los
caracteres de la capa burocrática soviétiva «se relacionan en
su esencia con la técnica política de la dominación clasista. La
presencia de la burocracia, con todas las diferencias de sus
formas y de su peso específico, caracteriza a todo régimen
de clase. Su fuerza es un reflejo. La burocracia, indisoluble-
mente ligada a la clase económicamente dominante, se alimenta
con las raíces de ésta, y se mantiene y cae con ella».^
Tal es la tesis. En lo esencial, Trotsky no revisará esa
posición, y de ahí su respuesta a Rizzi: sin duda, la burocracia
«engulle, disipa y dilapida una parte importante del bien nacio-
nal. Su dirección le resulta extraordinariamente cara al prole-
tariado... Sin embargo, los departamentos más amplios, los
bistecs más jugosos y aun los Rolls-Royce no hacen todavía de
la burocracia una clase dominante importante... Cuando la
burocracia, para hablar con sencillez, roba al pueblo (que es
lo que en diversas y variadas formas hace toda burocracia).
25. León Trotsky, La qualriéme internationale el ¡'URSS, 1938.

135
tenemos que vérnoslas, no con una explotación de clase, en el
sentido científico de la palabra, sino con un parasitismo social,
aunque sea en muy grande escala. El clero medieval era una
clase, o un 'estado social', en la medida en que su dominación
se basaba en un determinado sistema de propiedad de bienes
raices y de servidumbre. La Iglesia actual no es una clase ex-
plotadora, sino una corporación parásita. Por eso la burocracia
soviética, aun cuando consuma improductivamente una parte
enorme de la renta nacional, se halla al mismo tiempo intere-
sada, por su función misma, en el desarrollo económico y cul-
tural del país; cuanto más alta sea la renta nacional, mayor
será el monto de esos privilegios. No obstante, respecto del
fundamento social del Estado soviético, el auge económico y
cultural debe socavar las bases mismas de la dominación bu-
rocrática».
Uno de los argumentos de Rizzi era, según vimos, el des-
cubrimiento de rasgos comunes entre la burocracia stalinista
y las burocracias fascistas; ya en 1937 había Trotsky admitido
la existencia de semejantes rasgos. Pero al mismo tiempo limi-
taba el alcance de la analogía: «Nunca he afirmado que la
burocracia soviética sea igual a la burocracia de la monarquía
absoluta o a la del capitalismo liberal. La economía estatizada
crea para la burocracia una situación completamente nueva y
abre nuevas posibilidades, tanto de progreso como de decaden-
cia. La analogía es mucho mayor entre la burocracia soviética
y la del Estado fascista. También ésta trata al Estado como
si fuera propiedad suya. Impone serias restricciones al capital
privado y a menudo provoca en él rezongos. A título de argu-
mento lógico, podemos decir: si la burocracia fascista lograra
imponer cada vez su disciplina y sus restricciones a los capi-
talistas, sin resistencia efectiva de parte de ellos, podría trans-
formarse gradualmente en una nueva 'clase' dominante, abso-
lutamente análoga a la burocracia soviética. Sin embargó, el
Estado fascista pertenece a la burocracia solamente en cierta
medida. Estas son las tres palabritas que el camarada Rizzi
olvida voluntariamente, pero que tienen su importancia. Son,
incluso, decisivas. Si Hitler intenta apropiarse del Estado y,
por su intermedio, de la propiedad privada 'totalmente' y no

136
tan sólo 'en cierta medida' va a chocar con la violenta oposi-
ción de los capitalistas».
A partir de lo anterior podemos ver de qué manera podía
al fin Trotsky oponer a los argumentos de Rizzi otros argu-
mentos: «Bruno Rizzi mete en un mismo saco a la economía
planificada de la URSS, al fascismo, al nacional-socialismo y
al New-deal de Roosevelt. Todos estos regímenes poseen, sin
duda, ciertos rasgos comunes, que en último análisis están de-
terminados por las tendencias colectivistas de la economía
moderna. Ya antes de la Revolución de Octubre formulaba
Lenin de este modo las particularidades esenciales del capita-
lismo imperialista: concentración gigantesca de las fuerzas pro-
ductivas, acentuada fusión del capitalismo de los monopolios
con el Estado, tendencia orgánica hacia la pura dictadura como
efecto de esa fusión. Los aspectos de centralización y colecti-
vización determinan a la vez la política de la revolución y la
de la contrarrevolución; pero esto no significa en absoluto que
sea posible identificar revolución, termidor, fascismo y 'refor-
mismo' norteamericano».

Gyorgy Lukács: la cosificación


y el problema de la burocracia
Hacia 1920, el problema del marxisto es esencialmente el
de la revolución de la economía y la lucha de clases. Lo que
Marx dice al respecto preocupa sobremanera a sus continuado-
res: Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburg. Entre ellos, el joven
Lukács adquiere cierto aspecto de francotirador. Aborda a Marx
en un nivel completamente distinto, en otro horizonte. No ya
a Marx pensador político, en el sentido habitual del término
(teoría del Estado, de la lucha de clases, de la toma del poder),
sino a Marx pensador de la alienación y de la cosificación uni-
versal del mundo capitalista moderno. Este cambio de pers-
pectiva se deja ver en una «Nota» ^ añadida, como debida

26. Gyorgy Lukács, Histoire et conscience de classe, nota, pág. 127.

137
a un escrúpulo repentino, al texto sobre la cosificación * in-
serto en Historia y conciencia de clase: «Si en este contexto
—escribe Lukács— no hacemos hincapié en el carácter de clase
del Estado, etc., es porque nuestra intención consiste en captar
la cosificación como fenómeno fundamental, general y estruc-
tural de toda sociedad burguesa. De otro modo, el punto de
vista clasista ya debería haber intervenido con motivo del es-
tudio de la máquina». En efecto, la descripción del trabajo
obrero en las páginas del mismo ensayo dedicadas a la organi-
zación industrial —dentro de un instante insistiremos al res-
pecto— abren un horizonte completamente distinto dentro del
pensamiento marxista.
El concepto fundamental de Lukács es, en 1920-1922, el
de la cosificación, o sea, lo que transforma a los seres y las cosas
en res ontológica, humana y prácticamente vacías de toda
esencia, de todo sentido vivificante. La cosificación metamor-
fosea a la actividad humana —totalidad engendrada por la
producción humana—, y todos los fenómenos con los que te-
nemos que ver se vuelven hostiles, extraños. Lo que Hegel
había captado como devenir de la alienación y que Marx ana-
lizó ciertas veces como fenómeno de la alienación y otras como
carácter fetichista de la mercancía pasa a ¿er, en el caso de
Lukács, cosificación. Una ilustración particularmente esclarece-
dora es en este punto toda la obra de Kafka.
Acabamos de evocar a Kafka, novelista de la cosificación
(El castillo es la burocracia, pero el conjunto de la obra kaf-
kiana es descripción de un universo cosificado y burocrático);
a Kafka, cuya obra es contemporánea del mencionado escrito
de Lukács. Igualmente contemporáneas son otras tentativas de
descosificación cultural: el surrealismo, cuyo primer manifiesto
data de 1924; el psicodrama, inventado por Moreno en 1923.
En la Europa de la década del veinte, sobre todo en la Europa
central de posguerra, el problema de la cosificación en la cul-
tura (la novela, la filosofía, la poesía, el teatro y el jazz) se
vuelve un problema fundamental de la vida social. Ahora ve-

* Cosificación o reificación. Preferimos el primer término, por su mayor


claridad y para evitar pleonasmos inútiles. CN. del T.)

138
mos cómo pudo Lukács inaugurar, dentro de ese contexto,
una forma original de regreso a Marx, forma que había de
ser, por lo demás, rápidamente condenada: su libro de 1923
se convierte en libro maldito. No obstante, es un libro par-
ticularmente moderno y actual y permite encarar el problema
de la cosificación como un problema general de la sociedad
contemporánea.
Lukács entiende por burocracia el cuerpo de funcionarios;
no sólo, como en el caso de Marx, los funcionarios del Estado,
sino también los empleados de oficina de cualquier lugar: de
las empresas industriales y, de un modo más general, de todas
partes donde haya organización (de la producción, de la distri-
bución, de la formación...). El problema de la burocracia se
convierte en problema de las organizaciones. Es la perspectiva
abierta por Max Weber, pero situada y comprendida dentro
de la perspectiva de la cosificación analizada por Marx en El
capital. Lukács dice ser, en ese mismo ensayo, marxista. Lea-
mos, por lo demás, las primeras líneas: «No es en modo alguno
por casualidad que las dos grandes obras de la madurez de
Marx, las que procuran describir el conjunto de la sociedad
capitalista y mostrar su carácter fundamental, comiencen por
un análisis de la mercancía... El problema de la mercancía se
presenta no sólo como un problema particular, ni aun como el
problema central de la economía tomada como una ciencia par-
ticular, sino como el problema central, estructural, de la socie-
dad capitalista en todas sus manifestaciones vitales». Antes del
ejemplo de la burocracia, se nos propone una primera ilustra-
ción de ese proceso; se trata del trabajo obrero en el mundo
industrial moderno, con el taylorismo.
Luego viene el análisis de la burocracia: «La burocracia
implica una adaptación del modo de vida y de trabajo y tam-
bién, paralelamente, de la conciencia a las presuposiciones eco-
nómicas y sociales generales de la economía capitalista, tal
como lo hemos comprobado respecto del obrero en la empresa
particular. La racionalización formal del Derecho, del Estado,
de la Administración, etc., implica, objetiva y realmente, una
descomposición semejante de todas las funciones sociales en
sus elementos, una búsqueda de las leyes racionales y formales

139
que rigen estos sistemas parciales, separados con exactitud unos
de otros, e implica en la conciencia —como resultado, subje-
tivamente— repercusiones semejantes debidas a la separación
entre el trabajo y las capacidades y necesidades individuales
de quien lo efectúa; implica, por lo tanto, una división del
trabajo, racional e inhumana, tal cual la hemos hallado en la
empresa, en cuanto a la técnica y el maquinismo».
Ya Marx había mostrado en el análisis del trabajo indus-
trial la reducción de la cualidad a la cantidad —por ejemplo,
del «tiempo vivido», diría un Bergson, al tiempo de los relo-
jes—: «...la cantidad lo decide todo, hora por hora, jornada
tras jornada», escribía Marx en Miseria de la filosofía. Lukács
traslada este análisis a la descripción de la burocracia, en la
que encuentra «un desprecio incesantemente creciente de la
esencia cualitativa material de fas 'cosas' con que se relaciona
la manera burocrática de tratarlas».
Y recuerda Lukács, además, «la necesaria y total sumisión
del burocratismo individual a un sistema de relaciones entre
cosas, su idea de que precisamente el 'honor' y el 'sentido de
responsabilidad' exigen de él una sumisión total sepiejante»;
en dos palabras, la ética misma del burócrata no es más que
una moral de la cosificación, una moral de la sumisión íntegra
al mundo cosificado de la burocracia. También aquí la mejor
ilustración está, sin duda, en Kafka, en su Colonia peniten-
ciaria.
Con la cosificación, Lukács propone una teoría de los orí-
genes de la burocracia moderna, teoría derivada del análisis
realizado por Marx del carácter fetichista de la mercancía. Para
Lukács, la burocracia es la organización, la institución, cosifi-
cada, congelada. Se podría, se debería vincular a esta cosifica-
ción burocrática su complemento, al que los marxistas deno-
minan «falsa conciencia». En el libro que ha dedicado a
demostrar sus mecanismos, primero en el nivel de las socie-
dades políticas y en seguida en el nivel de la patología indi-
vidual, J. Gabel muestra claramente cómo un poder totalitario
y burocrático va acompañado de ideologías cosificadas, basadas
en las falsas identificaciones (las «amalgamas»), antidialécticas
y como inmovilizadas en el tiempo. La falsa conciencia es, di-

140
riamos, la «burocratización» de la conciencia. En un artículo
que destaca la dimensión psicosociológica del problema, el
mismo autor ha mostrado las relaciones entre marxismo y diná-
mica de grupo y cómo las técnicas de grupo se han convertido,
dentro de determinado contexto histórico, en técnicas de la
descosificación.

Paul Cardan
Los análisis que Paul Cardan ha dedicado recientemente
a las formas actuales de la burocracia han surgido de la co-
rriente marxista. Los examino, pues, en este lugar sin olvidar
que Cardan recurre igualmente a los datos de las ciencias
sociales.
Cardan proporciona una definición de la burocratización:
«Por burocratización entendemos una estructura social en la
que la dirección de las actividades colectivas se halla en manos
de un aparato impersonal organizado de manera jerárquica, que
actúa supuestamente con arreglo a criterios y métodos 'racio-
nales', económicamente privilegiado y compuesto de conformi-
dad con reglas que, en rigor, él mismo dicta y aplica»." En
esta definición se reconocen a la vez el recuerdo de Max Weber
y de Trotsky y la marca de una orientación más próxima de
quienes definen la burocracia como nueva clase dominante.
Reconocemos la inspiración weberiana en los rasgos atinentes
a la organización jerárquica de la «racionalidad» de los mé-
todos; pero a «racionalidad» se le añaden unas comillas que
Max Weber no utilizaba. La influencia de Trotsky es visible,
asimismo, si nos acordamos de la fórmula de Nuevo curso:
«...el burocratismo es un fenómeno social como sistema de-
terminado de administración de los hombres y las cosas». Pero
ya vimos que para Trotsky la burocracia representa una «capa
parasitaria» antes que un verdadero privilegio económico. Por

27. Paul Cardan, «Le mouvement, révolutionnaire sous le capitalisme


modeme», Socialiime ou Barbarie (32), pig. 99. (Designamos con la sigla
S. ou B. la serie de artículos aparecidos bajo el mismo tittilo en los números
31, 32 y 33 de !a revista.)

141
lo demás, Trotsky retoma la fórmula de Marx y Lenin, quienes
definen la burocracia en términos de «parasitismo social». El
privilegio económico, en cambio, es ya la explotación, la apro-
piación de una plusvalía; es lo que define a una clase domi-
nante. Es la noción teórica de Cardan.
Cardan define en seguida tres fuentes del burocratismo.
Origínase éste, ante todo, en la producción: «La concentración
y la 'racionalización' de la producción acarrea la aparición de
un aparato económico en el seno de la empresa capitalista,
cuya función consiste en la gestión de la producción y de las
relaciones de la empresa con el resto de la economía. En parti-
cular, la dirección del proceso del trabajo —definición de las
tareas, ritmos y métodos; control de la cantidad y calidad de
la producción, vigilancia, planificación del proceso de produc-
ción, gestión de los hombres y de su 'integración' a la empresa,
etc.— implica la existencia de un aparato específico e impor-
tante».^
La segunda fuente se halla en el Estado: «La profunda
modificación del papel del Estado, transformado ahora en ins-
trumento de control y hasta de gestión de un número creciente
de sectores de la vida económica y social, va a la par de una
hinchazón extraordinaria del personal y de las funciones de lo
que siempre ha sido el aparato burocrático por excelencia».^
Y la tercera fuente se sitúa en las organizaciones políticas
y sindicales. Ya hemos examinado este punto en el capítulo
dedicado a las burocracias políticas.
Pero el aporte fundamental de Cardan consiste en mostrar
cómo la burocratización tiende a generalizarse en todos los
sectores de la vida social: «A partir de cierto momento, la
burocratización, la gestión de las actividades por aparatos
jerárquicos, se convierte en la lógica misma de la sociedad, su
respuesta a todo. En la etapa actual, hace ya tiempo que la
burocratización ha dejado atrás las esferas de la producción.

28. Loe. cil., pág. 100.


29. Ibid. Precisiones estadísticas acerca de esa «hinchazón» del personal
de las administraciones estatales en Francia se encontrarán en: A. Sauvy, í^
Bureacratie, colección «Que sais-je?», P.U.F., París, 1956.

142
la economía del Estado y la política. El consumo se ha indu-
dablemente burocratizado, en el sentido de que ni su volumen
ni su composición se dejan ya a los mecanismos espontáneos
de la economía y la psicología [...], sino que forman el obje-
to de una actividad de manipulación siempre más rigurosa de
aparatos es(>ecializados correspondientes (servicios de venta,
publicidad y estudios de mercado, etc.). Hasta los entreteni-
mientos se burocratizan. Se lleva a cabo un grado cada vez
mayor de burocratización de la cultura, inevitable dentro del
contexto actual, si no es que también la 'producción' o, cuando
menos, la difusión de la cultura ha pasado a ser una inmensa
actividad colectiva y organizada (prensa, libros, radio, cine,
televisión, etc.). Hasta la investigación científica se burocra-
tiza».*
Cardan elabora, por último, una especie de «modelo» des-
criptivo de esa «pesadilla climatizada» ^' que vendría a ser una
sociedad global y no ya tan sólo una organización burocra tizada.
De esta forma tenemos que una sociedad burocrática es, en
especial, una sociedad:
1." que ha logrado transformar a la enorme mayoría de la
población en población asalariada;
2.° en la que la población se halla integrada a grandes
unidades de producción impersonales (cuya propiedad puede
pertenecer a un individuo, a una sociedad anónima o al Estado)
y se la ha dispuesto de acuerdo con una estructura jerárquica
piramidal;
3° en la que el trabajo ha perdido toda significación por
sí mismo...;
4." en la que el «pleno empleo» se realiza, poco más o
menos, de manera permanente. Los trabajadores asalariados

30. I hid., pág. 101.


31. Ibid., pág. 111. Esta expresión de tono romántico, así como otras
expresiones de Cardan, parece darle la razón, en cuanto a su estilo, a la obser-
vasión de Michel Crozier sobre «la gran corriente pesimista revolucionaria que
tan profunda influencia ha ejercido sobre el pensamiento social y político
occidental del siglo xx (y que va) desde Rosa Luxemburg y León Trotsky
hasta Bruno Rizzi, Simone Weil, C. Wright Mills y Socialisme ou Barbarie».

143
—manuales o intelectuales— viven en una seguridad de em-
pleo casi cabal, si «se conforman»;
5.° en la que las «necesidades, en el sentido económico,
o mejos dicho comercial y publicitario, del término, aumentan
regularmente con el poder de compra» y son objeto de una
creciente manipulación de los consumidores;
6 ° en la que la «evolución del urbanismo y el habitat
[...] tiende a aniquilar a la localidad como marco de sociali-
zación y soporte material de una colectividad orgánica»; ^
7° en la que la vida social en su conjunto conserva «apa-
riencias democráticas», con partidos y sindicatos, etc., pero en
la que tanto esas organizaciones como el Estado, la política
y la vida pública en general se hallan profundamente burocra-
tizadas;
8.° en la que, por consiguiente, la participación activa de
los individuos en la «política» [...] no tiene, objetivamente
hablando, ningún sentido;
9.° en la que, por consiguiente, «la irresponsabilidad social
se vuelve un rasgo esencial del comportamiento humano»;
10." en la que, por fin, «la filosofía de la sociedad es el
consumo por el consumo en la vida privada, y la organización
por la organización en la vida colectiva»."

//. EL ENFOQUE ADMINISTRATIVO

La formulación del problema de la burocracia en términos


políticos conduce a definir lo esencial: la burocracia termina
por presentarse como una clase que detenta la propiedad pri-
vada de la organización. Pero el enfoque técnico y científico

32. Acerca de este pumo, véase, por ejemplo: Lewis Mumford, Les
Cites a travers l'hisloire.
33. Cardan, loe. cil., págs. 109, 110 y 111.

144
del mismo problema conduce, como vamos a verlo, a enrique-
cer el contenido del concepto.
El primer intento moderno de organización de la produc-
ción es el que efectúa a comienzos del presente siglo Frederick
Winslow Taylor.^ Quiere éste resolver los problemas del tra-
bajo industrial mediante la racionalización del trabajo obrero.
Comienza, pues, por distinguir dentro de las relaciones de
producción las funciones de dirección y las funciones de ejecu-
ción. ¿De qué modo puede la ejecución de las directivas llegar
a ser la más racional posible? ¿Cómo eliminar, en la aplicación
del orden todos los desórdenes y todos los gastos inútiles de
movimientos, de energía? ¿De qué manera podría un buen
ejecutante tender a una «perfección» comparable a la de la
máquina construida según cálculos que implican la economía
más rigurosa de las acciones necesarias?
Para este ingeniero, el modelo ideal es la máquina. Pero la
fábrica también necesita hombres que trabajen en las máquinas:
es preciso que los trabajadores no sean distintos de la máquina
a la que deben atender. Por lo demás, al funcionamiento de la
empresa en su conjunto se lo puede también comparar y hasta
identificar con el de una máquina, y en ese conjunto mecani-
zado hay que situar todo trabajo obrero capaz de un rendi-
miento óptimo.
En el otro nivel, el de la dirección, la mecanización no
podría adquirir la misma forma que en la definición de los
ejecutantes. Sin embargo, también aquí tenemos tendencia a
eliminar los factores perturbadores, tales como la subjetividad
y las irregularidades del comportamiento humano. El jefe ra-
cional es, dentro de lo ideal, objetivo y consecuentemente im-
personal, si desea mantenerse correctamente en su lugar dentro
del gran reloj que vendría a ser la fábrica.
Por último, entre dirigentes (jefes) y ejecutantes (obreros)
los pasos intermedios, el aparato de control y los capataces
serán funcionales, y las funciones serán coordinadas por jefes
jerárquicos, dueños de un papel centralizador.

34. F. W. Taylot, Principes d'organisalion scientifique des usines, Dunod,


París, s.f. ha Direction des Ateliers, Dimod, París, s.f.

145
March y Simon ^ recuerdan que la teoría de la departamen-
talización se la puede hacer remontar a Aristóteles (Política,
IV, 15). Pero en su forma moderna aparece con Luther Gulick,
Haldane (1923), Fayol (1930), Urwick, etc., que son los teóri-
cos de la gestación administrativa. El problema que se presenta
ahora en el nivel de la organización se vincula al crecimiento del
tamaño de las empresas y a la diversificación de las activi-
dades. Hay, pues, que reorganizar el trabajo de dirección, fun-
dar una técnica de mando no sólo en la cumbre, sino además
en todos los sectores («departamentos») de la empresa.
Entonces se va a reunir en departamentos especializados las
producciones semejantes. Esto supone una especialización por
objetivos (\a otra posibilidad vendría a ser la especialización
por tareas). Esto supone una elección basada en un cálculo de
rentabilidad que permita determinar qué es aquí preferible:
la departamentalización en función de las tareas o la departa-
mentalización en función de los fines (productos), que son dos
criterios de especialización. Podemos, luego, definir, como
hace Fayol, seis funciones en la empresa moderna, desde la
función de administración y dirección, en la cumbre, hasta las
funciones de ejecución, en la base.
March y Simon resumen de este modo la escuela de la de-
partamentalización: «En una organización que posea la habitual
estructura piramidal, cada tarea debe comprender únicamente
actividades pertenecientes a un solo departamento, aquel al que
pertenece el empleado que ejecuta esa tarea».
Gulick destaca las ventajas de la organización por objetivos:

35. J.-G. March y H. A. Simon, ob. cit. Recordemos que este libro distin-
gue tres fases en las teorías de las organizaciones y !a burocracia: a) En
el curso de la primera fase se elabora la teoría «clásica» de la organización,
con Taylor y su «teoría fisiológica de la organización», así como con las
teorías de la departamentalización (Fayol, Gulick, Urwick, etc.). El hombre
en el trabajo es «una mano», h) La fase a la que podríamos llamar «psico-
sociológica» y que pone el acento en los aspectos afectivos (motivaciones,
relaciones humanas); los autores ubican aquí las teorías de la burocracia por
Merton, Selznick y Gouldner. En el curso de este período se considera que
el trabajador tiene también «un corazón», c) El tercer período es el del
neorraciohalismo, con nuevas teorías de la innovación y con la consideración
de que el hombre es también «un cerebro».

146
«Antes que nada, hace más segura la ejecución de todo objetivo
o programa determinado de cualquier amplitud al poner toda
la operación bajo la dependencia de un solo director, que
posee el control directo de todos los expertos, oficinas o ser-
vicios que deben intervenir en la ejecución del trabajo. Nadie
tiene que mezclarse. El director no espera a los otros directo-
res; no tiene que considerar su apoyo o su cooperación, ni
apelar al plano superior para despejar un conflicto. Puede
consagrar toda su energía a la realización de su misión». Y un
poco más adelante: «Los departamentos provistos de un obje-
tivo deben hallarse coordinados de modo de no entrar en con-
flicto y trabajar armónicamente».'*
Se puede considerar que la tercera etapa en la elaboración
de la teoría clásica de la organización comienza con un nuevo
crecimiento en los Estados Unidos de las empresas idustriales,
que se convierten en organizaciones gigantescas. Entonces se
va a plantear con mayor claridad aún el problema de la direc-
ción del trabajo en la empresa.
Como muy justamente observa A. Levy," «el centro de
interés de las teorías de organización se ha desplazado de la
organización del trabajo obrero al de los grandes directores.
Esto es una consecuencia natural del hecho de que a todos los
problemas se los había supuesto resueltos por la mera exis-
tencia del jefe». Y Levy añade que en el curso de ese período
«los principales problemas estudiados son los de la formación,
la motivación de cuadros, la definición de objetivos y la de las
comunicaciones».
Un autor más reciente de esta escuela de los «organizado-
res», al mismo tiempo que práctico, es Peter Drucker; para
él, «el problema del desarrollo de la empresa es, sobre todo,
un problema de actitudes y de comportamiento del dirigente».

36. L. H. Gück y L. Urwick, Papers on the science of administration,


Nueva York, 1937.
37. A. Levy, «Problemes d'organisation et de structure dans la perspective
des theories classiques», en Hommes et Enlreprises (17-18), año HI, enero-
febrero de 1959.

147
Drucker distingue entre organizaciones verticales y organiza-
ciones planas.^
—En las organizaciones verticales el control se extiende,
cuando mucho, a seis o siete subordinados.
—Las organizaciones planas poseen una jerarquización me
nos estricta.
Se comprueba, por ejemplo, que las comunicaciones son
mejores en las organizaciones planas que en las verticales.
Drucker estudia igualmente el grado de autonomía de las
unidades de producción en funciones del grado de control so-
bre esas unidades y del grado de su coordinación con otras
unidades dentro de la empresa. De este modo, el análisis es-
tructural de la empresa se vuelve más complejo. En cambio,
lo que sigue en pie en el curso de este tercer período de la
«ciencia de las administraciones» es una concepción algo mo-
dificada del jefe y del principio de autoridad. Siempre el jefe
es quien coordina y sigue siendo el responsable. Y sobre todo
sigue en pie una idea fundamental; Fayol la expresa con toda
claridad: hay hombres que son dirigentes «por naturaleza», y
otros que sólo son aptos para ejecutar. El orden burocrático
es un orden «natural».
Pongamos fin a este repaso sobre la elaboración de las teo-
rías clásicas de la organización con Levy: «Si estas teorías han
sufrido variaciones, ello se ha debido, sobre todo, al efecto de
la urgencia de algunos problemas que una y otra vez se les
han planteado a los jefes de empresa: especialización y racio-
nalización del trabajo obrero, organización administrativa y
asignación de tareas, y finalmente organización de la función
de dirección»."
La primera teoría de la organización nació de los proyectos
de racionalización del trabajo y su gestión. La primera forma
«burocrática» moderna de las relaciones de producción se en-
cuentra en el taylorismo. Taylor acentúa la división de tareas
en el comportamiento del hombre en el trabajo y sistematiza

38. Peter Drucker, La pratique du commandement, Editions d'Organisation,


París, 1957.
39. A. Levy, ob. cil., pág. 9.

148
la distinción entre los «dirigentes», que elaboran la tarea, de-
finen las normas, etc., y los «ejecutantes», que aplican la con-
signa y a los cuales no se les pide pensar. La moderna forma
contemporánea de burocratización comienza, así, con la nueva
«organización científica del trabajo».
Luego viene una doble reacción: la de los trabajadores or-
ganizados y la de los nuevos psicólogos y sociólogos de em-
presa, que descubren el factor humano en la alienación creada
por el maquinismo industrial. La crítica psicológica de la frase
precedente lo es por partida doble: por una parte incumbe al
trabajo (con su carácter parcelario, su monotonía, su pérdida
de significación) y por la otra a la organización de la empresa.
Este es el momento de la sociometría, de las relaciones huma-
nas. La crítica sociológica, elaborada fundamentalmente como
respuesta a Max Weber, se desarrolla en la misma dirección,
pero muy a menudo también en el olvido de la dimensión
política. Ahora, antes de proponer una teoría nueva, necesita-
mos proceder al examen crítico de tales aportaciones.

111. LA CRITICA PSICOSOCIOLOGICA

1. La primera etapa: lo formal, o el organigrama, y lo informal


(Elton Mayo, J. Moreno)
Signan el primer momento de la crítica de las teorías «clá-
sicas» de la organización las célebres experiencias de Elton
Mayo en la Western Electric Company. Mayo saca a la luz la
existencia de un sistema «informal» de relaciones que desem-
peña, en rigor, un papel esencial —aunque desconocido— en
la producción. Más o menos por la mismo época, la sociometría
descubre asimismo en las colectividades humanas organizadas
sistemas de relaciones humanas completamente diferentes de
los oficializados por el organigrama de la institución. Sin que
se haga expresa mención, lo que está por nacer es una nueva
teoría de la burocracia, o, con mayor exactitud, de la oposición
a la burocracia. La coexistencia y el conflicto de ambos siste-
mas, esto es, el sistema oficial y el sistema sociométrico, es la
coexistencia y la oposición del orden formal, oficial y burocrá-

149
tico y de un orden informal, clandestino y antiburocrático. En
estas redes, los trabajadores constituyen una sociedad igualitaria
y de cooperación, aun cuando, sean redes que no se proporcio-
nan un aparato que se oponga al aparato de producción, tal
el caso de los estudios sociométricos. Sencillamente, lo espon-
táneo se opone aquí a lo cosificado, la cooperación a la jerar-
quía, la humanidad de las relaciones a la inhumanidad de la
máquina administrativa. En estas primeras investigaciones acer-
ca de las relaciones humanas encontramos, pues, una teoría
invertida de la burocracia, comprendida a partir de lo que no
es, de lo que se opone a ella.

2. La segunda etapa: la dinámica de grupo


Viene luego el movimiento denominado dinámica de grupo.
Tampoco en este caso se echa explícitamente mano a la noción
de burocracia: los psicosociólogos la abandonan a los sociólo-
gos. Sin embargo, la imagen que se desprende de los estudios
de los pequeños grupos e, igualmente, el ideal democrático
perseguido por Kurt Lewin y sus alumnos se oponen de modo
directo al funcionamiento -burocratizado. Para esta escuela, el
ideal del grupo es su autorregulación con la plasticidad de los
roles, el leadership democrático, la supresión de los obstáculos
a la comunicación. E. Enriquez lo subraya,** y nosotros ya
hemos desarrollado el examen del criterio psicosociológico en
el capítulo anterior. Hemos mostrado que la función efectiva,
aunque ambigua, de la psicosociología consiste en modernizar
la burocracia. Vamos a ver que la crítica sociológica conduce,
en realidad, al mismo resultado.

IV. EL ENFOQUE SOCIOLÓGICO

Max Weber
La primera fuente del pensamiento teórico de Max Weber
es la historia política, lá sociología de la burocracia estatal,

40. E. Enriquez, en VAdaptation, obra colectiva.

150
inaugurada por Marx, y el análisis marxista de la economía.
Max Weber se sitúa, así, al encuentro de las corrientes que
exploran el devenir de la sociedad moderna.
La idea de una sociología de la organización, o de las orga-
nizaciones, halla aquí su iniciación. Por lo demás, el mismo-
camino se habría de encontrar en la elaboración contemporá-
nea de una ciencia de los grupos. Los grupos humanos fueron
en un primer momento objeto de preocupaciones prácticas, de
orden industrial (Elton Mayo), terapéutico (Moreno) y político
(corrientes del socialismo utópico). Sobre estas prácticas se
elabora en seguida, lentamente, una dinámica de grupos, cuya
hipótesis fundamental, necesaria para la constitución de una
ciencia universal, reza que todo grupo, sea cual fuere su obje-
tivo (producción, terapia, formación, etc.), debe en principio
obedecer a las mismas leyes de funcionamiento, y que la tarea
científica consiste en descubrir éstas.
Otro tanto ocurre con respecto a la dinámica de las orga-
nizaciones. Llega un momento en que se advierte que debe
haber caracteres comunes al conjunto de las organizaciones
sociales, es decir, de los grandes grupos estructurados, o de
esos grupos de grupos que persiguen objetivos diversos. Lo
que se presentará como «formaHsmo» es, en este sentido, una
necesidad de la investigación científica.
Max Weber llama burocracia al sistema de administración
o de organización que tiende a la racionalidad integral. Define
a la organización burocrática mediante cierto número de rasgos
característicos. En lo esencial, citemos:
L° «El principio de las competencias de la autoridad, ge-
neralmente ordenado por reglas fijas», que determinan las
atribuciones de los funcionarios con las «funciones oficiales»
y prevén medios de coerción.
En este aspecto, Max Weber destaca la universalidad que
atribuye a su modelo de la burocracia: «En todo gobierno
legal, estos tres elementos constituyen la autoridad burocrática,
y dentro del marco de la vida económica privada constituyen
la dirección burocrática». En otros términos, el primer carácter
esencial de la burocracia se debería encontrar en todas las

151
formas sociales de la organización, en todos los sectores orga-
nizados de nuestra sociedad, desde el Estado hasta la empresa.
Insistiremos al respecto. Pero primero examinemos los demás
caracteres.
2." La burocracia está jerarquizada. Este es también un
principio universal: «El principio de autoridad jerarquizada se
encuentra en todas las estructuras estatales y eclesiásticas, como
en los grandes partidos políticos y las empresas privadas. El
carácter burocrático no depende en absoluto del hecho de que
su autoridad reciba la denominación de privada o de pública»;
3." La importancia de los documentos escritos en las co-
municaciones intraburocráticos. «La gestión de la organización
moderna descansa en documentos (legajos o archivos) que se
conservan en su forma original. De ahí la pila de funcionarios
subalternos y de escribientes de todo tipo. El cuerpo de los
funcionarios en actividad de la administración juntamente con
el aparato del material y los legajos forman un buró.» La
importancia del documento escrito, con destino al interior, pero
también al exterior, queda así subrayada. También para ilustrar
esto basta recordar la extravagante abundancia de las, notas de
servicio y de las circulares de toda especie que pueden ser
suficientes para ocupar a verdaderos batallones de jefes de
servicios, secretarias y dactilógrafas;
4.° La función burocrática «presupone normalmente una
formación profesional rigurosa». Marx ya destacaba, por lo
demás, en su Critica de la filosofía hegeliana del derecho la
importancia de los exámenes en el reclutamiento de los funcio-
narios y en su carrera;
5." El funcionario consagra todo su tiempo a la adminis-
tración; en su vida, su trabajo es una actividad principal;
6.° El acceso a la función y su ejercicio suponen conoci-
mientos técnicos: aprendizaje jurídico, técnicas de gestión, etc.

Max Weber subraya igualmente los rasgos de la persona-


lidad burocrática: «La burocratización separa radicalmente a la

152
actividad oficial del campo de la vida privada. Los fondos y
los bienes públicos se hallan claramente separados del patri-
monio particular del funcionario [... ] El principio se extiende
hasta el jefe de empresa: la vida profesional está separada de
la vida doméstica; la correspondencia administrativa, de la
correspondencia privada; los intereses del negocio, de la for-
tuna personal».
La administración burocrática «sucede a la administración
por los notables». Aquí vemos la diferencia con otros tipos
históricos de gestión, como por ejemplo el de la sociedad feu-
dal, en que «el soberano hace ejecutar las medidas más impor-
tantes por intermedio de su mesnada personal, de sus compa-
ñeros de mesa y de los fieles de su corte».
Max Weber ha recalcado lo que él denomina «ventajas téc-
nicas de la organización burocrática» en el contexto de la
sociedad industrial y capitalista: «La economía capitalista de
mercado, le exige hoy a la administración una ejecución de los
negocios lo más acelerada posible y, no obstante, precisa, clara
y continua». Ante todo, la burocratización ofrece el máximo de
posibilidades, por la división def trabajo dentro de la adminis-
tración en función de puntos de vista puramente objetivos,
distribuyendo las diferentes tareas entre funcionarios formados
especialmente y que se adaptan a ellas cada vez más debido a
un continuo ejercicio. En este caso, la ejecución objetiva sig-
nifica ejecución de acuerdo con «reglas calculables», sin rela-
ción con los individuos.
Tal es, pues, el modelo de la organización burocrática según
Max Weber: descripción tipológica, esquema ideal, que muestra
la estructura de la organización. Pero en este mismo autor
hallamos una segunda dimensión, que no se puede separar de
la primera y que prolonga a ésta. Max Weber ha recordado
que en las condiciones de un poder burocrático supremo la
masa de la población se ve reducida, íntegra, a la categoría de
«gobernados», quienes ven alzarse ante ellos «un grupo diri-
gente burocráticamente estratificado» que puede ocupar «una
situación absolutamente autocrática», y ha dado a este pro-
pósito ejemplos tomados de los imperios burocráticos de la
antigüedad china en especial. Por último, apoyándose en el

153
pasado histórico, describiendo el presente y reflexionando des-
de 1917 en la experiencia rusa, se propuso ubicar el porve-
nir de la burocracia.
Indiquemos una vez más, el parentesco evidente de su re-
flexión con la de Hegel, antes de precisar cómo ve Weber el
porvenir. Para ambos autores, vivimos en cierto modo el «fin
de la historia». No en el sentido de que la historia se detenga
definitivamente, como un tren en su rincón, sino en el senti-
do de que la historia occidental, con su curso singular, sus
luchas históricas, sus cambios en la estructura de las clases,
puede llegar a su fin con la era de los organizadores; en el
límite, con una organización internacional y burocrática en
escala planetaria. Esta organización puede mejorar permanen-
temente, funcionar sin terror ni violencia, reemplazar a la com-
pulsión forzada por la televisión, instalar —ya lo hemos dicho
en un informe prospectivo y planificador dedicado al año
1985— la felicidad de la población. El fin de la historia
(Hegel) y el porvenir de la burocratización (Max Weber) son
esto: la era de la organización y el hombre de la organización.
Max Weber aplica la expresión «sistema de transmisión»,
no a la burocracia, sino simplemente al aparato burocrático,
porque, dice, «siempre se plantea la pregunta: ¿quién domina
el aparato burocrático existente?». Ya estamos viendo la evo-
lución sugerida: el poder de decisión pasa a ser totalmente
interno del aparato burocrático cuando la burocracia se ha
convertido en la nueva clase. La burocracia es retransmisión,
aparato de transmisión, mientras haya en la sociedad una clase
dirigente que «domine» también a la burocracia. Así se le
presenta a Marx cuando éste descubre en el Estado, con su
burocracia, un instrumento a disposición de la clase dominante.
Pero Max Weber ha advertido y anunciado un paso histórico
de la burocracia como aparato a la burocracia como nueva
clase dirigente en la sociedad: «A la burocratización pertenece
el porvenir», dice. Y «la burocracia estatal dominaría si el
capitalismo desapareciese, y lo haría a solas».
Max Weber ha escrito esto en 1917, el mismo año en que
Lenin verifica que «el monopolio ha evolucionado, en general,
en monopolio de Estado». De este modo encontramos en Max

154
Weber la doble teoría de la burocracia que siempre hallamos
en esta indagación: la burocracia como tipo de organización
de los grupos sociales en la sociedad y la burocracia como poder
central de la sociedad —como clase dominante—. En un capí-
tulo posterior insistiremos en este aspecto.
J.-G. March y H.-A. Simon han observado con justeza que
los análisis dedicados por Max Weber a la burocracia tienen
más afinidades con las teorías «mecanicistas» de la organización
(teorías de Urwick y Gulick) que con las que se han sucedido
en el curso del período psicosociológico. Max Weber quiso
mostrar, en efecto, «hasta qué punto la organización burocrá-
tica es una solución racional a la complejidad de los problemas
modernos».'" No obstante, «Weber va más allá de la represen-
tación 'mecanicista' de manera significativa. Ha analizado en
particular la relación existente entre un funcionario y su em-
pleo. Pero, de manera general, ve a la burocracia como un
dispositivo adaptado a la utilización de las capacidades espe-
cializadas».''^ Diremos, sobre todo, que Weber parece perte-
necer al primer período de elaboración de una ciencia de las
organizaciones, en la medida en que insiste, como Taylor o
como Fayol, en la posibilidad y la necesidad de racionalizar
el trabajo. La diferencia importante es que no se trata ya de
un práctico —ingeniero o administrador— quien se preocupa
de organizar. Weber es un sociólogo, y esto supone cierto re-
traso con respecto a los objetivos de producción. Sigue en pie
el hecho de que este sociólogo es el teórico de una racionali-
zación burocrática que le parece históricamente necesaria, cuan-
do no íntegramente aceptable: «Las burocracias —escribe—
tienen una eficacia mayor (en cuanto a los objetivos persegui-
dos por la jerarquía formal) que otras formas posibles de
organización».
Los sociólogos de la burocracia insisten, por el contrario
—si utilizan en un primer momento de sus anáUsis el modelo
weberiano—, en la «irracionalidad» burocrática, o, en el ien-

41. J.-G. March y H.-A. Simon, ob. cií.


42, Ibiíi.

155
guaje de Merton, en los disfuncionamientos de las burocracias.^
March y Simon han destacado el carácter común a las
teorías de Merton (1940), Selznick (1949) y Gouldner (1954).
Estos tres autores «utilizan como principal variable indepen-
díente cierta forma de organización, o de procedimiento organi-
zativo, destinada a controlar las actividades de los miembros
dentro de la organización».^ Un esquema resume este «dispo-
sitivo teórico» común. Se subraya en él el hecho de que las
teorías que vamos ahora a examinar por separado pertenecen
«a una sola categoría de teorías».*'

Utilización de una representación


«mecanicista» como dispositivo de
control
^^___-(A) ^ ^
Consecuencias ^r-""'^ --> Consecuencias
previstas imprevistas
(B) (C)
FiG. 9

Merton
La teoría de Merton '*' destaca el disfuncionamiento en el
mvú de \os aprendizajes entre ios miembros de la organización
burocrática. Al comienzo del modelo (digamos, en A de la
Fig. 9) hay de parte de la jerarquía dirigente una «exigencia
de control» que «toma la forma de una insistencia en aumento
sobre la fidelidad del comportamiento»; esto significa que la

43. Cabe recordar que el término burocracia ha conocido en el vocabulario


de la sociología norteamericana una verdadera inflación, hasta llegar a ser el
equivalente, o poco menos, de la noción de organización. Para convencerse de
ello basta una simple mirada a la lista bibliográfica (casi 1.000 trabajos deta-
llados) proporcionada por S. N. Eisenstadt en su informe «Bureaucratic et
Bureaucratisation», Current Sociology, Vil (2), 1958.
44. March y Simon, loe. cit.
45. Ibid.
46. R. K, Merton, «The unanticipated consequences ot purposive social
action», Am. Social. Rev. (1), 1936, págs. 894-904. «Bureaucratic structure
and personality». Social Forces, XVIII, 1940, págs. 560-568.

156
jerarquía quiere estar en condiciones de prever los comporta-
mientos aguardados a partir de un programa. Es el esquema
mecanicista de la organización, un esquema teórico que en la
realidad va a acarrear no sólo las consecuencias esperadas y
previsibles (B), sino también —y este es el elemento nuevo
de la teoría— consecuencias imprevisibles e inesperadas (C).
Así, la insistencia sobre la fidelidad va a provocar la rigidez
—inesperada— de las conductas y, de ahí, una serie de conse-
cuencias igualmente «no deseadas». Un esquema, simplificado
por March y Simon, proporciona el aspecto esencial de los
circuitos.
La rigidez del comportamiento arrastra, según Merton, tres
consecuencias esenciales. Primeramente satisface la exigencia
de fidelidad y responde a la necesidad de preservación del
sistema; en seguida incrementa las reacciones de defensa de la
actividad individual y, por último, hace aumentar la suma Je
las dificultades encontradas con la clientela. En efecto, el desa-
rrollo de la rigidez en el funcionario, de la actitud ritual, hace

Pedido de control
i
Insistencia sobre
la fidelidad

Rigidez de las Necesidad experi-


conductas y mentada
Defensa reacción de de una defensa
en la acción- - -defensa organizativa de la acción
individual del estatuto individual
;
Suma de las dificultades
ccn la clientela

Resultados deseados
Resultados no deseados

FiG. 10.

157
más difícil la adaptación a las tareas; al mismo tiempo desa-
rrolla un espíritu de casta que cava un foso entre la burocracia
y su público. Pero estos conflictos con los «clientes» refuerzan,
en cambio, la necesidad de control, que de este modo se ve
fortalecida a pesar de sus consecuencias no deseadas (Fig. 10).
Se puede estar de acuerdo con M. Crozier en el sentido de
que para Merton «la disfunción aparece como la resistencia
del factor humano a un comportamiento que se intenta obte-
ner mecánicamente».'*' Esa es una traducción de su análisis al
lenguaje de las «relaciones humanas», es decir, de una corriente
de las ciencias sociales que se caracteriza por el hincapié que
hace sobre el carácter mecánico, no humano, de las teorías
«clásicas» de la organización.''* El estudio de R. K. Merton es
psicológico, y psicosociológíco por otro aspecto: describe com-
portamientos individuales en el sistema burocrático; muestra
la elaboración de una personalidad rígida dentro de un marco
institucional que lleva a rechazar la creatividad y la innovación.
Si Max Weber ya elaboraba una tipología del funcionario bu-
rócrata en el nivel de los estatutos y las funciones, Merton
va más lejos por esta vía cuando subraya las consecuencias
psicológicas de la cosificación.*^
Merton deja sin resolver cierto número de problemas; no
ha respondido a ellos, como lo destaca Crozier: «¿Por qué las
organizaciones permanecen apegadas al modelo mecanicista,
desde que éste no les proporciona los resultados deseados?
Y si lo mantienen, ¿por qué no asistimos al deterioro de la
organización? Después de todo, si verdaderamente las conse-
cuencias del empleo del modelo mecanicista debieran obligar
a utilizar cada vez más control y reglamentación, entonces de-

47. M, Crozier, Le phénomene hureaucratigue, Le Seuil, París, 1964.


48. Un excelente ejemplo de esta crítica de las teorías «clásicas» de las
organizaciones a partir de las posiciones de la psicosociología de los grupos
y las relaciones humanas se encuentra en el estudio, ya citado, de A. Levy
«Problérnes d'organisation et de structure dans la perspective des theories
classiques», Hommes et enireprises (17-18), año III, enero-febrero de 1959.
49. La cosificación del sistema, para emplear el lenguaje de Lukács, en-
traña una cosificación de los grupos y los individuos, que de rebote fortalece
a la cosificación del sistema. Véase Hisloire et Conscience de classe, ed. cit.

158
beríamos hallar cada vez más disfunciones. Merton no ha
formulado estos problemas, pues no ha querido poner nueva-
mente en discusión el análisis de Weber. Su objetivo consistía
solamente en mostrar que el 'tipo ideal' contiene una parte
considerable de ineficacia y en comprender cuáles eran las ra-
zones de la separación entre el modelo de Weber y la realidad».'"

Selznick
Selznick sitúa en el primer momento de su modelo (en A,
para retomar el esquema que resume los tres modelos) a la
delegación de autoridad, técnica de control que produce con-
secuencias inesperadas. La consecuencia esperada por la jerar-
quía dirigente respecto de esa departamentalización es «la
suma del adiestramiento en las competencias especializadas»:
se aumenta la experiencia del empleado en terrenos limitados
y se mejora su capacidad para tratarlos al restringir su atención
a un número limitado de problemas.
La consecuencia inesperada, no deseada, disfuncional, ra-
dica en que las divergencias de interés se han incrementado
entre los subgrupos dentro de la organización. Estos subgrupos
van a perseguir objetivos «subalternos» con respecto al obje-
tivo global de la organización en su totalidad: habrá, pues,
divergencia de los objetivos. De allí el incremento de los con-
flictos entre los grupos, que repercute en el contenido de las
decisiones. Es un universo del conflicto: «Cada subgrupo trata
de afirmarse integrando su política en la doctrina oficial de la
gran organización, para legitimar sus exigencias».^' Pero al mis-
mo tiempo la organización pasa a ser un campo de operaciones
tácticas para los subgrupos, cuyos miembros interiorizan los
objetivos calificados de «subalternos» en detrimento de los
objetivos de la organización, que se los realiza y a la vez se
los «tuerce». En una palabra, las consecuencias de la delegación
de autoridad, o de la departamentalización, no son tan racio-

50. M. Crozier, oh. cit.


51. March y Simon, oh. cil.

159
nales como en un primer momento se las pudiera creer: la
jerarquía dirigente debe contar con la divergencia de las fina-
lidades y con el «espíritu pueblerino» o «de grupo» entre los
ejecutantes, como muestra el esquema de la Fig. 11.

Delegación de autoridad \
\
\
Suma del adiestramiento Divergencia de los
en competiciones intereses
especializadas

interiorización
por los ejecutantes
de los objetivos
subalternos

G)n tenido de
las decisiones

Resultados deseados

Resultados no deseados
FlG. 11.

El comentario de Crozier pone de relieve las implicaciones


esenciales de este análisis:
1.° «Para él, la presión burocrática cae de su propio peso,
y el problema que quiere tratar es el del valor de los esfuerzos
realizados paca sustraerse a eiía;
2° La organización burocrática especializa y fragmenta las
funciones para hacer más neutro e independiente al experto,
pero de ese modo tiende a crear un espíritu de casta y tenta-

160
ciones de alianza con los intereses, que cristalizan en torno de
esas funciones; la disfunción que se desarrolla se la combatirá,
naturalmente, con un reforzamiento de la especialización»;
3.° Selznick «presenta un nuevo problema, cual es el de
la participación y el poder. Es cierto que sólo lo considera a
propósito de la solución por dar a las dificultades sobrevenidas,
y no como la fuente misma de éstas, lo cual equivaldría a poner
en tela de juicio el marco weberiano en el que continúa ofi-
cialmente participando»."

Gouldner
Como Merton, como Selznick, Gouldner «intenta mostrar
cómo una técnica de control destinada a asegurar el equilibrio
de un sistema subalterno altera el sistema superior, con re-
troacción sobre el sistema subalterno»." Después de haber
distinguido entre burocracia-pericial y burocracia-punitiva, en-
cara de manera esencial el estudio de la segunda, para mostrar
el círculo vicioso que se establece en ella.
Los estudios funcionalistas de la organización constituyen
en la escuela norteamericana un importante aporte teórico.
Muestran los atolladeros en que se meten las primeras teo-
rías de la organización en razón de su mecanicismo implícito.
Desde luego, el ser vivo no se deja reducir a la mecanización:
la vida tiene sus normas. ¿Significa esto que habría que reem-
plazar el modelo «mecánico», el de las teorías clásicas, por un
modelo de tipo orgánico y vitalista, el que sugiere, por ejem-
plo. Cannon ^ cuando concluye, de la sabiduría del cuerpo, en
una posible sabiduría del cuerpo social, en una homeostasis
social? En este sentido, la organización vendría a ser un orga-
nismo. ¿Pero son de un mismo tipo los desórdenes del organis-
mo y los conflictos del cuerpo social? ¿Pueden las clases socia-
les en lucha cooperar en determinado grupo, como hacen las

52. M. Crozier, oh. cit.


53. March y Simon, oh. cit.
54. Cannon, La sagesse du corps.

161
glándulas endocrinas en la «organización» del cuerpo humano?
Aquí es donde la noción mertoniana y posmertoniana de
disfunción —noción de inspiración biológica— revela toda su
ambigüedad. Es una noción de tipo organísmico, en el sentido
de que tiende a considerar una organización social, una em-
presa, una administración, como una totalidad acabada, con-
sumada, con su finalidad interna y ubicada simplemente en un
medio social (la «clientela» de la organización, diría Merton,
es este medio), como el organismo vivo se halla situado en su
medio de vida y responde a sus solicitaciones, ataca, se de-
fiende, se alimenta... Una burocracia funcional sería aquella
que, gracias a su equilibrio interno, pudiera igualmente respon-
der a la demanda circunvecina de los clientes.
¿Pero es de verdad pertinente este modelo —implícito—
de una totalidad acabada y susceptible de estabilización (No
se halla estabilizada, y eso es la burocracia disfuncional.) Se
puede pensar, por el contrario, que la unidad de un grupo o de
una organización social está siempre en otra parte, en «totali-
dades» sociales más vastas, y en la historia. Así, desde el punto
de vista económico, la empresa se vincula al mercado nacional,
supranacional y hasta mundial. Pero desde el punto de vista
social es un sitio en el que actúan luchas sociales, conflictos
que no se encuentran en la empresa... En una palabra, la
organización no podría ser lo que puede ser un organismo ani-
mal: una totalidad acabada. Es siempre una totalización en
curso aprehendida en conjuntos más vastos.
Por último, ¿es posible agotar el problema mismo de la
burocratización mediante una exploración interna y un diag-
nóstico del disfuncionamiento? Este tipo de diagnóstico puede
ser válido, una vez más, para las disfunciones de un organismo,
de un ser vivo, que se halla, desde luego, en un medio y que
es agresivo o acogedor, pero que forma totalidad dentro de
ese medio heterogéneo. El «medio» de la organización es, en
cambio, un lugar de modelos en el que las estructuras burocrá-
ticas existen en una escala más amplia que la de una empresa,
y, se puede arriesgar la hipótesis, inversa de la del funcionalis-
mo, de una penetración de modelos externos de burocratización.
viéndosela burocratizada en parte desde el exterior.

162
El análisis funcionalista es en resumen, una descripción
que puede dar fundamento a una intervención terapéutica; no
es una explicación: no es fuente del sentido. Se puede admitir,
como dice Crozier, en un momento de la investigación, una
sociología funcionalista. Tocante a la búsqueda del sentido, te-
nemos que continuarla luego en otras direcciones. Que es lo
que propone Michel Crozier.

Michel Crozier

Los trabajos de investigación, formación e intervención en


la empresa han puesto de relieve las frustraciones del trabaja-
dor, sus resistencias a la «racionalización» integral de su tra-
bajo. Son trabajos que subrayan también la dificultad de las
organizaciones burocráticas tradicionales para responder a las
presiones del medio, para funcionar adaptándose al cambio
continuo de la moderna sociedad industrial.
La aportación de esas investigaciones y técnicas es funda-
mental. Sin embargo, recientemente se ha podido comprobar
que la energía así empleada en el análisis y manejo de la di-
mensión humana y afectiva de las organizaciones ha podido
conducir a subestimar los problemas de poder en las relaciones
sociales. La lucha de los hombres es una lucha por el poder;
mientras dure ha de dar nacimiento a estrategias y tácticas que
apuntan a la conquista del poder o a su protección, cuando
ya se haya conquistado. Incluso un «equilibrio burocrático»
sigue incidido por luchas y negociaciones.
Michel Crozier ha basado sus análisis del sistema de orga-
nización burocrática en esa dimensión del poder.'' Y dice que
no se puede comprender el funcionamiento de una organiza-
ción «sin tener en cuenta los problemas de gobierno»; emplea
el término «gobierno» por analogía con el vocabulario de la
ciencia política.'* Toda teoría política implica una definición

55. Michel Crozier, Le phénoméne bureaucratique, Le Seuil, París, 1963.


56.' Ihid., pág. 242. La elaboración teórica de Michel Crozier se ha (ksa-
rroUado sobre todo en la tercera parte de su libro titulado Le phénomine

163
general de la organización social; por tanto, uno o varios axio-
mas iniciales. Para Crozier, este axioma es el de que «toda
acción cooperativa coordinada requiere que cada participante
pueda contar con un grado suficiente de regularidad por parte
de los demás participantes, lo cual significa, en otros términos,
que toda organización, sea cual fuere su estructura y cualesquie-
ra sus objetivos e importancia, requiere de sus miembros una
porción variable, pero siempre importante, de conformidad».''
Hasta comienzos de este siglo se obtenía la conformidad,
generalmente, mediante la violencia y el terror. El ejemplo es
de orden militar. Las empresas industriales adoptan en el si-
glo XIX el modelo militar: los analistas de esa sociedad, ya
Comte, ya Marx, destacan la analogía de los dos tipos de
organización. La fábrica funciona como el cuartel. A comien-
zos del siglo XX se ataca al mismo modelo militar, por obra de
Taylor, en el nivel de la organización industrial, pero la orga-
nización revolucionaria lo conserva: Lenin se inspira, a comien-
zos de este siglo, en las estructuras del ejército para definir
una estructura del partido, en la que la disciplina estricta es
igualmente «de rigor». Por último, las órdenes religiosas han
interiorizado los fines y el terror para mantener la cohesión
del grupo: la orden de los jesuítas es la mejor ilustración de
ello.'*
Las organizaciones modernas continúan utilizando, de ma-
nera permanente, la compulsión; pero sus formas exteriores
se suavizan progresivamente. Por lo demás, ahora tienen que

bureaucratique desde el punto de vista de la teoría de las organizaciones; con


precisión aún mayor, en el capítulo VII: el sistema de organización burocrática.
De este capítulo tomamos, en lo esencial, los elementos de análisis y de
constitución del «modelo» de la organización burocratizada.
57. Ibid.
58. Consúltese a Michel Crozier: en materia de sociología histórica resulta
erróneo descuidar «los documentos que poseemos relativos al funcionamiento
de las primeias grandes organizaciones comerciales, de los primeros ejércitos
permanentes y de las órdenes religiosas. La teoría de las organizaciones podría
verse esclarecida gracias al renacimiento de esos estudios dentro de un espí-
ritu más sociológico. Valdría la pena estudiar, en particular, las analogías
desde el punto de vista de las formas de organización entre las órdenes reli-
giosas... y las primeras grandes organizaciones comerciales, como las de los
mercaderes anseáticos».

164
vérselas con un personal ya educado con miras a la conformi-
dad: «El ciudadano y el productor han conquistado en el curso
de un aprendizaje mucho más extenso de la vida social una
capacidad general para adaptarse o 'conformarse' a reglas que
impone la participación en 'organizaciones'»." Why te ha des-
crito generosamente"" esa formación del hombre de la organi-
zación. Riesman ha mostrado " de qué modo el extero-condicio-
namiento de los hombres se ha convertido en un elemento
esencial de la civilización moderna. Todos estos autores han
insistido, por lo demás, respecto del papel de los métodos de
formación para la preparación de la «personalidad burocrática»
en ocasión de su entrada en la organización, así como para el
sustento de las conductas necesarias para la nueva discipli-
na.*^ Por último, han aparecido técnicas de previsión tales, que
las organizaciones modernas pueden tolerar con mucha mayor
facilidad la desviación y los compromisos parciales»."
La consecuencia no es un decaimiento de Ja burocracia
provocada por declinación alguna de formas autocráticas de
mando. La burocracia actual es un complejo tejido de meca-

59. Ibid.
60. Whyte, L'Homme de l'organisation, trad, franc, Plon, París, 1959.
61. D. Riesman, La foule solilaire, trad, franc, Arthaud, París, 1964.
62. Esta es una interpretación unilateral. Si bien es cierto que las técnicas
de grupo pueden ser un instrumento de aprendizaje y difusión de conductas
conformistas, igualmente cierto es que son un instrumento de toma de con-
ciencia y hasta de impugnación. Y esto no es un accidente o un beneficio
secundario. Son métodos que han nacido de la necesidad —experimentada por
los dirigentes de la producción— de suscitar, cuando menos entre los cuadros,
una iniciativa ajustada a los fines que persigue la organización. No se trata,
por tanto, de un condicionamiento absoluto, de una mecanización más sutil
del hombre y de una simple manipulación, como lo afirman ciertos críticos.
Los seminarios de formación apuntan a suscitar una creatividad compatible
con las estructuras actuales de las empresas. Y en eso estriba, como pronto
vamos a ver, la ambigüedad y los verdaderos límites de una formación en las
relaciones humanas, pues la organización no está hecha sólo de relaciones: no
es reducible a fórmulas psicológicas. Hoy no se ignora ya la dimensión pre-
cisamente psicológica de la producción. Sigue en pie su dimensión organizativa,
institucional, o, como dice Michel Crozier, política. La formación ha descono-
cido hasta ahora la dimensión política, y sólo recientemente, con D. Cartwright,
la dinámica de grupo ha orientado sus investigaciones hacia los problemas del
poder social y de las relaciones de poder.
63. Michel Crozier, ob. cit.

165
nismos y relaciones al que cada sociólogo de las organizaciones
se esfuerza por analizar, por clasificar, por vincular, en fin,
dentro de la sistematización de un modelo. Crozier distingue
ante todo cuatro rasgos esenciales: la «extensión del desarrollo
de las reglas impersonales, la centralización de las decisiones,
el aislamiento de cada estrato o categoría jerárquica y el con-
comitante incremento de la presión del grupo sobre el indi-
viduo: el desarrollo de relaciones de poder paralelas en torno
de las zonas de incertidumbre que subsisten».^ Examinemos
estos cuatro caracteres de la burocracia.
1.° El desarrollo de reglas .impersonales dentro de la or-
ganización burocrática era también uno de los rasgos observa-
dos por Max Weber. Estas reglas burocráticas son particular-
mente visibles en la función pública y en las empresas de!
Estado, que constituyen, por lo demás, el terreno de investiga-
ción de Crozier. Tal universo de las reglas es, ante todo, el
sistema de concursos representados por los exámenes de admi-
sión y ascenso en las categorías (los «estratos») jerárquicas.
Antes que Max Weber, ya Marx daba a observar la impor-
tancia «ritualista» del concurso en la burocracia estatal.
Otra reglamentación que tiende a despersonalizar la carrera
del funcionario es el principio de la antigüedad: da normas
a la distribución de los puestos, a los pasos de un puesto a
otro, a los cambios en los índices de sueldo.*' Son, pues, reglas
que protegen de la arbitrariedad y el favoritismo, pero al mismo

64. Michel Crozier, ibid.


65. Así, en nuestra educación nacional, hasta las notas de inspección se
calculan de acuerdo con la antigüedad del docente. Las promociones se efectúan
con mucho mayor frecuencia por la «antigüedad» antes que por la «selección».
En las comisiones paritarias, los sindicatos velan por la aplicación de estas
reglas, sin dejar de conservar márgenes de negociación con la administración.
Dicho esto, se podría mostrar que el juego de los márgenes forma a su vez
parte, en este ejemplo, del funcionamiento burocrático. Por último, la desvia-
ción, aun cuando sea pedagógica, puede ser controlada por un acuerdo tácito
de las partes; más vale estar cerca del retiro que ser un recién iniciado si se
quiere innovar en pedagogía; la explicación racionalizada (en el sentido freu-
diano del término) de este rasgo invoca la experiencia del docente maestro
de su clase, experiencia vinculada a la edad y a la práctica. El permiso para
innovar llega a la edad en que uno ya ha perdido las ganas. Esta resistencia
a la novedad pedagógica es, por lo demás, un buen ejemplo de la resistencia
al cambio en el universo burocrático.

166
tiempo son un freno al desarrollo de la personalidad y la crea-
tividad. La seguridad está primero, y el jefe sólo está allí para
velar por que se apliquen esas reglas.* La regla protege: es,
dentro del sistema una defensa a la vez contra los superiores
y contra los subordinados." Pero al mismo tiempo aisla: tiende
a eliminar el carácter personal de las relaciones profesionales.
A decir verdad, nunca se alcanza del todo esta tendencia
de la regla. Subsisten los márgenes dentro de los cuales los
protagonistas pueden encararse y negociar. Los conflictos por
el poder persisten en ese universo regulado y pueden manifes-
tarse y desplegarse incluso a través de las reglas, poniéndolas
al servicio del desarrollo de los conflictos.
2° La centralización de las decisiones es el segundo rasgo
del sistema de organización burocrática. Pese a la multiplica-
ción de las reglas que permiten decidir en cada caso, a veces
es necesario decidir o, incluso, crear otras reglas. Se necesita
entonces que el poder legislativo exista sólo en la cumbre, es
decir, allí donde las presiones personales tienen menos proba-
bilidades de actuar, de obtener resultados imprevisibles, de
encarnar la arbitrariedad. Pero la actividad legislativa o de
arbitraje en la aplicación de la regla obliga a ser más cuidadoso
con el funcionamiento de la organización antes que con su
expansión en el mundo. De este modo se evitan los riesgos
de la iniciativa personal, cualesquiera que sean sus consecuen-

66. Para tomar nuevamente un ejemplo pedagógico: el Inspector verifica


antes que cualquier otra cosa que se apliquen los programas, que se respeten
los horarios, que el empleo del tiempo concuerde con las instrucciones del
ministerio. Controla asimismo la conformidad de los métodos y de la ideología.
Se me ha hecho saber la actitud de un Inspector General que, pese a estar
reputado de «liberal», felicitó a un joven profesor por su autoridad al oponer
la rigidez de su curso —incomprensible, por lo demás, para los alumnos— al
aventurerismo de otro profesor joven que organizaba charlas en su clase y
manifestaba, con ello, un interés activo por métodos que ponen en tela de
juicio el curso ex cathedra. En otra parte, esta vez en la enseñanza primaria,
el Inspector se queja de no poder calificar a un maestro que pone en práctica
métodos activos, porque su enseñanza y el clima de su clase escapan a las
normas previstas por la Inspección. En este caso, las reglas de la tradición
son el marco indispensable dentro del cual se puede ejercer el «juicio».
67. Una defensa: no olvidemos que el universo burocrático es un universo
de sospecha, de vigilancia y a menudo hasta de delación.

167
cias. Pero el resultado es un incremento de la rigidez de la
organización: quienes deciden están lejos de los problemas
concretos y diarios de la organización, y quienes están, en
cambio, cerca de estos problemas no pueden hacer otra cosa
que aplicar las reglas, aun cuando éstas paralicen las Vonductas
de adaptación. Como vemos, también en este caso es la distri-
bución del poder dentro de la organización quien da funda-
mento a la creación y aplicación de las reglas. La descripción
de este conocido rasgo de la organización —la importancia
asignada a los reglamentos, el respeto fetichista de éstos y su
constante invocación— supone un juego, oculto o visible, del
poder dentro de la organización, de ese poder que está en el
origen de la regla tanto como en su aplicación.

3.° El aislamiento de cada categoría jerárquica es el tercer


rasgo del funcionamiento burocratizado. Entre las categorías,
entre los «estratos», se establecen barreras protectoras, que
por otra parte impiden el desarrollo de redes informales o so-
ciométricas de relaciones capaces de recortar la separación de
los estratos: el espíritu de casta actúa contra el espíritu de clan.
Dentro de la casta, que es un «grupo de iguales», se ejercen
presiones sobre el individuo para adecuarlo a la moral del gru-
po y provocar su adhesión a sus propios objetivos.** En estos
grupos van a actuar las normas que definen y protegen la ca-
tegoría profesional, y el individuo miembro de la casta debe
adherir a esas normas y, en caso de necesidad, defenderlas.
Michel Crozier introduce aquí una interesante hipótesis, cuan-
do muestra que esos «estratos» tienen un papel esencial en la
génesis del mecanismo burocrático denominado «desplazamien-

68. Se trata de un mecanismo que actúa hasta en las organizaciones sindi-


cales y políticas, que han reconocido e instituido un derecho de tendencia, es
decir, el derecho de desviación con respecto, eventualmente, a la mayoría. Pero
la desviación en este Sistema debe ser por lo menos compartida por cierto
número de participantes, para que se la reconozca y oficialice como «tendencia».
En seguida, dentro de la tendencia que se organizo, las presiones con miras
a la adecuación se ejercen por lo menos con tanta fuerza como en el conjunto
de la organización. El derecho de tendencia ya no actúa dentro de las ten-
dencias, donde el problema se va a encontrar con que es, hasta el estallido de
las fracciones, consecuencia del burocratismo, en la medida en que «la buro-
cracia es una de las fuentes fundamentales de las fracciones».

168
to de los fines». Se trata, como es sabido, de un aspecto fun-
damental del funcionamiento burocrático: el fin original de la
organización no es la organización misma y su supervivencia,
sino la tarea para la que ha sido creada. Este fin se ve despla-
zado cuando el medio, esto es, la organización, se convierte en
un fin en sí. Ahora bien, los subgrupos jerárquicos persiguen
la defensa de sus propias ventajas dentro de la organización,
y el nuevo fin tiende a sobrepasar a los fines de la organiza-
ción en su conjunto, y ello pese a la afirmación de la coinci-
dencia entre fines de grupo y fines de organización.
4." El último rasgo del funcionamiento burocrático des-
crito por Crozier es el desarrollo de relaciones de poder para-
lelas. A pesar de la rigidez del sistema burocrático, a pesar de
su conservadorismo y a pesar, también, del esfuerzo por hacer
previsible y calculable todo cambio, siempre quedan zonas de
incertidumbre en las que van a actuar «relaciones de poder
paralelas» o, en otros términos, informales.^ Este último tér-

69. No es «informal» el término que emplea Crozier. Pero toda su des-


cripción de las relaciones de poder tiende a presentar éstas y su complejo
sistema como un conjunto casi clandestino con respecto a la estructura oficial
de la organización. Es una guerra permanente dentro de la burocracia, pero
es una guerra que tiene sus propias leyes, que no han sido codificadas. Este
juego del poder se parece sobremanera, por lo demás, al que describe Roger
Vaillan en La Loi, aunque Crozier, que ha previsto la analogía, declara, a
propósito de la dominación de los obreros de mantenimiento en el «Mono-
polio», que éstos no hacen la ley dentro del taller. Esta estrategia característica
de las relaciones de poder es observable, en fin, no sólo en el funcionamien-
to de las organizaciones; volvemos a encontrarla como dimensión constante de
las relaciones humanas, relaciones de trabajo, relaciones terapéuticas, relaciones
amorosas, con sus estrategias. Otro ejemplo literario: Les Liaisons dangereuses
es la novela del amor analizado en términos de relaciones de poder, y toda
novela de amor tiene su parte en este aspecto de la vida amorosa. En campos
un tanto diferentes, como la cura psicoanalítica o la conducción de los grupos
de formación, también se podría dar parte a este tipo de relaciones. Sigue
en pie el problema que Crozier no plantea y que es, sin embargo, inmedia-
tamente perceptible: ¿por qué las luchas por el poder? ¿Y qué poder? <E1
de sojuzgar al otro, dominarlo por dominarlo? ¿O hay que tratar de com-
prender este tipo de relación como un carácter de cierto tipo de cultura y
de organización social, precisamente el de la sociedad burocrática? Si hay que
proceder así, entonces la relación de poder ya no es la causa, como tiende
a sugerirlo Crozier, sino el síntoma de una forma de relaciones humanas
alienadas, que surgen, como lo sugiere esta vez Vaillant, en el mundo de la
escasez o de la penuria.

169
mino quiere significar que Crozier encuentra con respecto a
las relaciones de poder lo que Elton Mayo había sacado a luz
a propósito de las relaciones humanas dentro de la empresa: la
existencia de un doble sistema de relaciones sociales, oficial
uno e informal el otro, para emplear el lenguaje de la psico-
sociología. Además, el descubrimiento sólo tiene sentido e in-
terés cuando se inscribe en una relación dinámica: el peso del
orden oficial hace surgir el orden informal como orden de
oposición y defensa.™ Uno determina al otro: «En un sistema
de organización muy 'burocrática', donde la jerarquía es clara
y la definición de las tareas es precisa, los poderes paralelos
alcanzarán su mayor importancia»."
El conjunto de los cuatro caracteres así definidos converge
hacia «la característica esencial»: los cuatro rasgos fundamen-
tales «tienden en fin de cuentas a desarrollar nuevas presiones
que refuercen el clima de impersonalidad y centralización que
les dio nacimiento. En otros términos, un sistema de organi-
zación burocrática es un sistema de organización cuyo equili-
brio descansa en la existencia de una serie de círculos viciosos
relativamente estables, que se desarrollan a partir del clima
de impersonalidad y centralización»." Otros sociólogos de la
burocracia, en especial Merton, también han presentado estos
círculos viciosos; pero Crozier se propone la tarea de dejarlos
en claro gracias a un esquema de interpretación que «no se

70. En todas partes la misma ley da origen a las redes «informales» y


clandestinas de la resistencia contra la autoridad oficial, en la medida en que
¿sta no expresa la voluntad general de los participantes. Así, en la escuela
autoritaria, las pandillas son la expresión de la lucha lateral contra la autoridad
mal aceptada. Y si bien las relaciones de poder son, en el sentido que Crozier
da a este término, una respuesta, en rigor son la réplica al orden oficial e im-
puesto de las relaciones jerárquicas de autoridad, de poder. Falta saber si la
lucha es lucha por el poder o por la supresión del poder. Para Crozier, la
organización jerárquica es una noción ineluctable; simplemente se la debe
adecuar. Este postulado, fundamental en él, determina todo su análisis, a decir
verdad. Pero Crozier lo enuncia sólo de una manera casi alusiva y lo ilustra
no más que con unas pocas alusiones a «utopías» políticas, a las que cita
sin discutirlas, pues semejante discusión sería exterior a su propósito fun-
cionalista.
71. Michel Crozier, ob. cit.
72. Ibid.

170
basa ya en las reacciones pasivas del 'factor humano', sino en
el reconocimiento de la índole activa del agente humano, que
procura de cualquier manera y en cualquier circunstancia obte-
ner el mejor partido posible de todos los medios a su dispo-
sición»." De este modo se afirma, una vez más, lo esencial del
revisionismo, que consiste en pasar de una explicación debida
a las «relaciones humanas» en el sentido afectivo del término a
una explicación debida a las «relaciones de poder», compren-
didas de acuerdo con las perspectivas del neorracionalismo,
característico de las nuevas teorías de la organización.'^
Los análisis de Michel Crozier hacen progresar la com-
prensión de la burocracia de tipo tradicional. Sin embargo, falta
aquí, como en todas las teorías anteriores, una perspectiva
histórica. Se «naturaliza» en su esencia a la burocracia. Antes
de examinar con mayor detenimiento este postulado, que es
común a todas las doctrinas, tenemos que retomar otras des-
cripciones.

V. UNA SÍNTESIS

Enriquez examina en un análisis reciente el paso de la es-


pontaneidad al orden y, en último extremo, a la burocracia.
Bergson oponía la sociedad cerrada a la sociedad abierta. La
sociedad cerrada es mecánica; es un modelo que encontramos
tanto entre los primitivos como en las sociedades contempo-
ráneas. Para Bergson, la sociedad abierta es la sociedad inaca-
bada, con su creatividad, su posibilidad de invención. Enriquez,
inspirándose explícitamente en Bergson, propone un esquema
análogo: a los «modelos de orden» se opondrían los «modelos
de equilibrio».
En el modelo de orden, «los diferentes miembros de la
sociedad tienen funciones y lugares asignados»; estos últimos
se otorgan en función de criterios explícitos, y además válidos
para definir los cambios de atribuciones. En cuanto a los cri-

73. Ibid.
74. Se trata de las teorías desarrolladas, sobre todo, por March y Simon.

171
terios, agrega Enriquez, «son racionales y, debido a ello, prác-
ticamente intangibles»; además, «funciones y roles están bien
definidos: cada cual sabe lo que debe hacer y cómo hacerlo.
Las comunicaciones, así como los comportamientos, están re-
gulados en el grupo». Por último, «los vínculos afectivos son
prácticamente inexistentes; a los conflictos no se los tolera,
o, si se los tolera, hay reglas que permiten resolverlos en
todos los casos».
Con posterioridad a Bergson, Enriquez afirma que este mo-
delo de orden existe en toda sociedad y que corresponde al
sueño de un mundo sin problemas. Luego propone dos ilus-
traciones: la sociedad arcaica y la sociedad burocrática.
La sociedad arcaica ritualiza momentos esenciales de la vida
social. Así, los ritos de «iniciación» o de «paso» determinan
y celebran los cambios, que signan tanto el curso de las esta-
ciones como el de la vida humana. Enriquez recuerda la exis-
tencia de los ritos de la pubertad, en el curso de los cuales
el adolescente pasa de la infancia a la vida adulta. También
invoca las estructuras del parentesco, que determinan los ma-
trimonios por la predeterminación de los cónyuges permitidos
o prohibidos y las reglas del intercambio económico.
La sociedad moderna conoce reglamentaciones que también
se podrían emparentar con el modelo de orden. Es el sistema
burocrático, definiéndose en este caso la noción de burocracia
con arreglo a un sentido bastante parecido al del modelo
webiriano. Enriquez propone el ejemplo del puesto en la em-
presa industrial. El puesto se encuentra estrictamente definido
en función de reglas precisas, que determinan las tareas, plani-
fican las operaciones y circunscriben los márgenes de iniciativa.
Para llegar al puesto hay que salvar las pruebas de selección
(de «paso»), que permiten selecciones efectuadas en función,
no de la personalidad, es decir, de las necesidades, sino de
criterios de competencia tales, que los ocupantes del puesto
son «intercambiables». A la competencia se la sanciona a me-
nudo con el diploma, cuya función consiste, en especial, en
evitar la arbitrariedad, el juego de las «relaciones». El progreso
en la carrera, la promoción, obedece asimismo a criterios y
reglas impersonales; también la remuneración.

172
El modelo de orden burocrático implica cierto estilo de
relaciones humanas. Estas se hallan formalizadas y jerarquiza-
das. Se evita la oposición y hasta la expresión de la protesta,
de conflictos, de oposiciones. Es el mundo del conformismo.
Se debe evitar la singularidad, aunque sea creadora: « N o obréis
con celo interesado». En una palabra, volvemos a dar con el
retrato del «hombre de la organización».
Al margen mismo de la empresa, la vida social se burocra-
tiza; se lo ve en el desarrollo de los entretenimientos, en la
creación de las cajas de retiro, de seguridad social, y en el
éxito de los seguros, que expresan la «búsqueda de la tran-
quilidad».
Al modelo de orden, Enriquez opone el modelo de equi-
librio, que «admite la historia, los conflictos, las discusiones
y, más aún, se alimenta de contradicciones». El modelo de
equilibrio admite además «la idea de un orden que surge del
desorden, de un orden relativo que también ha de verse en
tela de juicio y que dará origen a un nuevo orden, y así inde-
finidamente». Por último, «semejante modelo impide admitir
un fin de la historia, una detención de las tensiones huma-
nas, un progreso continuo». Implica el inacabamiento.
Y he aquí las características esenciales del «modelo»: las
actividades de los hombres son interdependientes en la prose-
cución en común de los objetivos; los criterios de asignación
de lugares y funciones definen competencias reales y, sobre
todo, la aptitud para trabajar en grupo; se recurre a la creati-
vidad, y «todos pueden dar prueba de innovación», hasta él
punto de que se discuten, incluso, las ideas aberrantes. Vol-
vemos a encontrar esta valorización esencial de la espontanei-
dad y la flexibilidad en las reglas del comportamiento, en las
comunicaciones con los demás, en la expresión autorizada de
sentimientos y conflictos, en la creación por el grupo de nuevas
normas, que definan estados nuevos, considerados siempre
como relativos y susceptibles de evolución. Se formula, pues,
la hipótesis, concluye Enriquez, de que «todo grupo es capaz
de autorregulación», mientras que los grupos que funcionan de
acuerdo con el modelo de orden obedecen a la exteroregu-
lación».

173
El modelo psicosociológico propuesto por Enriquez impulsa
hasta el límite el postulado común a todos los análisis actuales
de la burocracia, a saber: que este último concepto sólo puede
designar la estabilidad rígida, la progresión jerarquiza (y, con
elJo, la gerontocracia), el temor al cambio. Nosotros pensamos,
por el contrario, que a la burocracia «cerrada» se le puede
oponer, y hoy, efectivamente, se le opone, la aparición de una
burocracia «abierta», más flexible, animada por jóvenes y no
ya por vejetes, y capaz de administrar el cambio.

VI. ORGANIZACIÓN Y BUROCRACIA


EN LAS EMPRESAS INDUSTRIALES

La socioJogia industrial adopta, generalmente, el modelo


weberiano como un punto de partida del análisis, aun cuando,
como ocurre las más de las veces, sea para mostrar el disfun-
cionamiento efectivo de la burocracia. Así, Alain Touraine
resume claramente las características que acabamos de enun-
ciar, cuando define a su vez la burocracia como «un sistema
de organización en el que estatutos y funciones, derechos y
deberes, condiciones de acceso a un puesto, controles y san-
ciones se definen de una manera fija, impersonal, y en el que
los diferentes empleos se definen por su situación dentro de
una línea jerárquica y, por tanto, mediante cierta delegación
de autoridad. Estas dos características suponen una tercera: que
las decisiones fundamentales no se toman dentro de la organi-
zación burocrática, que no es más que un sistema de transmi-
sión y ejecución»."
La ambición de todo aquel que elabora un «modelo» del
funcionamiento burocrático, o, como dice Max Weber, un
«tipo ideal», consiste, como hemos visto, en que su modelo
funcione siempre, con ciertas diferencias, claro está, pero como
un alumbrado en todas partes donde se lo ponga a prueba en
la vida social. Luego, la validez de un modelo de la burocracia
debería aumentar cuando aumenta la burocratizacíón del mun-

75. Alain Touraine, «Situation du mouvemcnt ouvrier». Arguments (12 y 13).

174
do, cuando toda institución social tiene tendencia a funcionar
como una organización burocrática. La burocracia pasaría a ser
entonces la esencia de la civilización, poco más o menos como,
según Ruth Benedict, distinguimos a las civilizaciones dioni-
síacas de las civilizaciones apolíneas," aun cuando ambos tipos
sean patterns, configuraciones de dos tipos de cultura.
A partir de esta tipología, que, señalémoslo, no habla to-
davía de funcionamiento, sino que simplemente sitúa a un ser
social, se van a mostrar, como hace Touraine, las diferencias
de la realidad con respecto a la norma. Touraine declara: «Un
ministerio es una organización burocrática. Una empresa in-
dustrial no lo es sino muy parcialmente. En ella se observa
uno sólo de los tres elementos: el primero». Antes de abordar
la demostración de esta proposición, observemos que ella im-
plica esto: el modelo weberiano (y posweberiano) de la buro-
cracia, elaborando ante todo a partir de la sociología política
(los ministerios), sólo sería cabalmente aplicable en el terreno
sociológico, del que ha surgido, y ello, sin duda, no obstante la
insistencia de Max Weber —ya lo hemos destacado— sobre
la homogeneidad del fenómeno en el campo privado y en el
público.
Pero regresemos al análisis de Alain Touraine, que ofrece
la ventaja de llevarnos a encontrar la empresa industrial, preci-
samente la misma por la que comenzamos nuestro análisis.
¿Por qué es sólo parcialmente conforme a la burocracia defi-
nida en términos weberianos? Es que «la gran mayoría de los
obreros no posee delegación alguna de autoridad: su actividad
es de fabricación, no de comunicación. Por otra parte, la direc-
ción de la empresa es un organismo de decisión. Si es cierto
que en un servicio o un taller la participación de los cuadros
y del dominio en las decisiones que afecta al trabajo es mínima,
sería no obstante peligroso creer que la organización de una

76. Ruth Benedict, Patterns oí culture, trad. Echaníillons de Civilisation,


Gallimard, París, s.f. El término «échantillons» [muestra] elegido por el tra-
ductor no expresa, evidentemente, la idea de modelo o de tipo ideal que
encontramos en la noción de pattern; echaníillons es, por tanto, una traducción
incorrecta.

175
empresa puede ser comprendida con abstracción de las decisio--
nes tomadas en la cumbre».
Alain Touraine afirma en seguida que existe una autonomía
de la burocracia, del poder burocrático, de modo tal que el
antiguo sistema socioeconómico, basado en la propiedad pri-
vada de los medios de producción, se verá afectado por ella:
«En una organización burocrática es tan grande la autonomía
de los problemas de organización con respecto a los proble-
mas de propiedad, que la noción de conciencia de clase no
tiene ya más que un valor muy limitado».
Antes de entrar a considerar la burocralización del trabajo,
Touraine había recordado la evolución dentro de la organiza-
ción del trabajo, desde la autonomía profesional hasta el tra-
bajo en cadena de hoy.
Ahora bien, quizá cuando Touraine define la situación de
trabajo y la pérdida de la autonomía profesional va más lejos
con respecto a los problemas de la burocracia.
La burocralización del trabajo es efectiva cuando la direc-
ción de éste penetra en el corazón mismo del comportamiento
productivo (por ejemplo, con el cronometraje y la «racionali-
zación» de normas). Esta burocralización no significa, por tan-
to, tan sólo la existencia de un aparato de control y vigilancia:
en los comienzos de la era industrial, el maestro de taller dis-
tribuye el trabajo sin decidir necesariamente acerca de la elección
de los procedimientos ni de las herramientas de fabricación. Se
mantiene, pues, cierta autonomía profesional mientras al tra-
bajo no se lo mecaniza, no se lo cronometra ni estandariza,
mientras no hay penetración casi integral del control en el
interior de cada movimiento productivo. Este paso de la fase
de autonomía profesional (fase A, diría Touraine) a la fase de
mecanización y «racionalización» (la fase B) determina, según
Serge Mallet, una evolución análoga en la vida de las organiza-
ciones sindicales.
—En la fase A (o fase de la autonomía) los sindicatos
todavía son corporaciones profesionales en las que se reúnen
y militan trabajadores altamente calificados, una minoría cons-
ciente de su valor y su dignidad: es el movimiento obrero del
siglo XIX.

176
—En la fase B (a partir de la primera guerra mundial) se
desarrollan las grandes empresas con el trabajo en cadena y
sus trabajadores no calificados, más hondamente alienados, en
el sentido de que se ven privados de toda iniciativa en su
comportamiento productivo y de que se remiten, para su de-
fensa, a burocracias sindicales (y políticas). Se advertirá, por lo
demás, que entonces es cuando aparece el libro de R. Michels,
el primero dedicado al estudio en profundidad de la burocracia
en organizaciones políticas.
Si las fases de la técnica y de la organización del trabajo
son determinantes en cuanto a la génesis de la burocratización,
entonces hay que orientarse hacia una interpretación distinta
de la de Touraine, pero que pueda conservar ciertos elementos
del análisis de éste. Tal vez, diríamos, Touraine se halla más
próximo a explicar el fenómeno burocrático cuando describe,
en el nivel del trabajo, el paso de la fase A a la fase B.
Por el contrario, cuando afirma que la fábrica no es sino
muy parcialmente burocrática, en realidad sostiene una defi-
nición de la burocracia elaborada en el terreno de las adminis-
traciones públicas.
Volvemos a dar con un problema teórico fundamental.
O bien se define a la burocracia como sistema de administra-
ción, de retransmisión, de oficinas, y entonces la burocracia es,
en efecto, el cuerpo de los funcionarios estatales, la burocracia
estatal, y ello por definición, quedando los demás sectores de
la sociedad civil marcados sólo de una manera indirecta; o bien,
por el contrario, el concepto ha evolucionado y se estima que
debe evolucionar hasta definir qué es y, sobre todo, qué pasa
a ser una sociedad de organización. Entonces, por ejemplo, la
burocratización del trabajo no es el aparato de las oficinas
dentro de la empresa, con su sistema interno y sus dificultades
propias. La burocratización del trabajo comienza con el cro-
nometraje, con el momento en que la división del trabajo se
ha transformado de un modo tal, que todos los movimientos
del obrero son decididos y controlados desde el exterior.
Lo que produce la organización tayloriana del trabajo obre-
ro vendría a ser, así, una de las fuentes esenciales de la buro-
cratización del mundo moderno, a la que se podría comprender,

177
luego, a partir de la organización de la producción. Esto tiene
importantes consecuencias, hasta para la comprensión de la
historia moderna: podemos pensar que la burocratización de
la URSS comenzó desde el instante en que Lenin se decidió
a introducir en las empresas del nuevo Estado Soviético mé-
todos de control y de organización ajustados en la sociedad
capitalista.''
Otras objeciones, otras críticas se han propuesto a la des-
cripción de Touraine.'*
El ataque más violento es, sin duda, el de Jean Delvaux,
aparecido en el número 27 de Socialisme ou Barbarie. Ante
todo, Touraine es incapaz de ver que la organización burocrá-
tica del trabajo en las empresas del capitalismo moderno deja
intacta, en el fondo, la situación del trabajador, así como al
conflicto que lo opone al sistema social. Es una tesis de extenso
desarrollo. Touraine parecía sacar la conclusión de una dismi-
nución de la noción de propiedad, en el sentido formal y jurí-
dico, que desembocaba en la obnubilación de la conciencia de
clase. Pues bien, Delvaux rechaza tamaña deducción. «Lo que
cuenta es que el poder efectivo sobre los medios de produc-

77, Véase «A. Kollontai et l'opposition ouvriére», Socialisme ou Barbarie


(35). «El problema exigiría, naturalmente, un desarrollo. No se quiere signi-
ficar, claro está, que exista una ciencia burguesa y una ciencia proletaria.»
¿Pero son ciencias las técnicas de organización del trabajo? Lenin rechaza a
Einstein y la teoría de la relatividad, y adopta a Taylor para los métodos de
organización de la producción. En contra de la oposición obrera, orienta la
gestión de las empresas, no hacia el poder obrero de los Consejos, sino hacia
la fórmula autoritaria, con directores designados por el nuevo Estado. La
burocracia estatal va a llegar a ser, así, todopoderosa y a hundir sus raíces
hasta lo más hondo del proceso de producción en cada movimiento del obrero
productor.
78. El estudio de Alain Touraine sobre la situación del movimiento obrero
formaba parte de una discusión de conjunto publicada por Arguments bajo
el título general de «La classe ouvriére: mythes et réalités». Esta publicación
tuvo, por 1959-1960, un eco notable en lo atinente a la parte del debate
relativa a los cambios sobrevenidos en la clase obrera francesa. En cambio
—y esto resulta significativo—, las tesis acerca de la burocracia (contenidas
en ese mismo número y en los mismos artículos que consideraban el movi-
miento obrero) no tuvieron prácticamente el menor eco. Preciso es decir, para
no hacer por ahora más que una sugestión, que la influencia de ese número
se llevó a cabo precisamente a través de las organizaciones y que de ese
modo se produjo un fenómeno de selección ideológica.

178
ción, sobre el trabajo de las personas y sus productos, perte-
necen a una categoría particular de la sociedad». Es un poder
que muy bien puede pasar de las manos de los «propietarios
privados» a las de los burócratas, sin que por ello cambie
en lo más mínimo la situación del obrero.
Repróchasele luego a Alain Touraine la circunstancia de
no considerar, en rigor, la «burocratización del trabajo», tér-
mino que Touraine emplea, como hemos visto, para anunciar
en especial el análisis de lo que ocurre únicamente en el nivel
del sistema administrativo de la empresa y su dirección: «Las
posiciones de Touraine sólo tendría sentido si pudiera mostrar
que lo que él llama, incorrectamente, 'burocratización del tra-
bajo', es decir, burocratización de la empresa capitalista, tiene
efectivamente como resultado el hecho de alterar la situación
fundamental del trabajador asalariado, si hace desaparecer lo
que de Marx aquí se considera como su determinación principal,
o sea, la alienación en el proceso productivo, en el trabajo
mismo». Por lo demás, la misma alienación en el trabajo afecta
a los trabajadores de las oficinas, «sometidos a una división
del trabajo siempre más rigurosa, constreñidos a tareas repe-
titivas, controladas y estandardizadas, arrastrados a la meca-
nización».
En las grandes administraciones, el empleado pasa a ser,
como el obrero, un asalariado «parcelario» que ejecuta. Los
trabajadores de oficinas no son, claro está —ya lo hemos
subrayado—, «burócratas». Al contrario, tienen, como los tra-
bajadores fabriles, «sus burócratas» " y se los ha igualmente
«burccratizado».
Abordemos ahora el puesto teórico fundamental: de la
definición de la burocracia propuesta por Alain Touraine.
Presentaba éste su definición, como vimos, en carácter de «un
sistema de transmisión y ejecución», lo cual supone, evidente-
mente, que las decisiones fundamentales no se adoptan dentro
de la organización burocrática. Mientras que para Delvaux la
burocracia tiende a convertirse cada vez más en un medio de

79. Esto nos obliga a redefinir el contenido de un término cuya significa-


ción se ha deslizado, se ha desplazado.

179
poder en el que ya aparece la base de lo que ba de llegar a
ser después, con Bruno Rizzi, Burnham y Djilas, la nueva clase.
Delvaux recuerda, además, a este propósito que se trata de
un análisis presente ya en Max Weber, cuyo «modelo» debe
ser comprendido, según se lo ha visto, dentro de una totalidad
sociológica e histórica.
En resumen, la crítica de los análisis de Alain Touraine
por J. Delvaux consiste en mostrar que el sociólogo del tra-
bajo parece tomar la parte por el todo, la teoría weberiana del
aparato burocrático por el conjunto del análisis weberiano de
la buracracia. Separado de sus raíces históricas, el «modelo»
del aparato burocrático sigue siendo formal y abstracto y no
permite totalizar la experiencia y el conocimiento de la buro-
cracia moderna. Esto en la cumbre del «aparato» y en los
niveles de mando de la sociedad. En la «base», igual limitación
del sector burocrático, que en rigor se arraiga hasta en los mo-
vimientos elementales y mecanizados del trabajador moderno,
ya sea obrero o empleado. En una palabra, la definición del
Universo Burocrático debe desbordar los límites heredados de
una situación y de una definición acaso superada, o en todo
caso en vías de superación, si hemos entrado en la era buro-
crática y si la burocratización del mundo significa a la vez
que este poder pertenece ahora a la burocracia y que penetra
por todos los poros de la existencia social, del trabajo, pero
también, como veremos, de los entretenimientos, de la exis-
tencia profesional tanto como de la existencia privada.
Hemos anticipado una etapa posterior de nuestro análisis
sólo para aclarar una de las críticas formuladas al modelo de
la burocracia industrial propuesto por Alain Touraine.
Claude Lefort *' ha procedido a otra crítica de las mismas
tesis, confrontándolas con su propia imagen de la burocracia
industrial. Toma igualmente por punto de partida la definición
de Touraine y pregunta, como Delvaux, «si la burocracia es
sólo un órgano de transmisión y ejecución». En efecto, «una
vez reconocido que una empresa industrial nunca es autónoma,

80. Claude Lefort, «Qu'est-ce que la bureaucratie?». Arguments (17), pri-


mer trimestre de 1960.

180
que su marcha teme tomar en cuenta los intereses del capital
financiero, del cual depende, o las directivas de un ministerio,
si se trata de una sociedad nacionalizada, sigue en pie el hecho
de que la dirección propiamente dicha tiene un considerable
poder de decisión». Pero a esa dirección no se la puede reducir
hoy únicamente al director de la empresa, en diferentes niveles
del aparato se adoptan decisiones: «El poder de decisión se
halla necesariamente distribuido entre servicios diferentes». La
definición de Touraine se ve, pues, rechazada. O, cuando me-
nos, «interrogarse para saber si la dirección es o no distinta
de la burocracia es plantear un falso problema».
Claude Lefort propone entonces una definición de la buro-
cracia de empresa: «La burocracia es, por tanto, un marco que
desborda al núcleo activo de los burócratas; éste se halla cons-
tituido por los cuadros medios y superiores adscritos a las
tareas de administración y explotación, jerarquía que hunde
sus raíces hasta en el sector productivo, donde los jefes de
talleres y los capataces vigilan y controlan el trabajo de los
obreros. Son cuadros que ejercen una autoridad efectiva; su
función los lleva a participar en el poder de dirección y los
fuerza a identificarse con la empresa en su carácter de tal [... ]
su propia función es percibida por ellos como una cosa dis-
tinta de una fuente de remuneración o de un marco de activi-
dad profesional, como el armazón de un sistema que necesita
su concurso para subsistir y extenderse»."
Luego, ¿quién de la empresa forma parte de la burocracia?
¿Los técnicos? Pero es necesario, antes que nada, no confun-
dir, nos dice Lefort, a los servicios técnicos por una parte con
los servicios administrativos por la otra: ^ «Unos y otros obe-

81. En este punto encontramos elementos esenciales para una psicología


y una psicosociología del marco burocrático. La identificación del burócrata
con la empresa o con el Estado, de los que es «servidor», es cosa conocida:
el subjefe de oficina dice: «El ministerio...», o «La academia...»; no dice yo.
Tal como el juez dice: «El Tribunal...». Este es un segundo rasgo: el de la
impersonalidad de los roles burocráticos, rasgos que viene a reunirse con el
primero: la identificación.
82. Hemos de ver, consiguientemente, que Michel Crozier sitúa en e!
conjunto estructural que constituye «.el fenómeno burocrático» tanto al control
técnico como al control administrativo. En la «partida» que se juega en la

181
decen, sin duda, a ciertas normas comunes de organización^^
pero no por ello es menos cierto que las relaciones sociales
son por doquier diferentes en razón del trabajo efectuado...
En los servicios técnicos, ingenieros, técnicos y hasta dibujan-
tes tienen, debido a su conocimiento profesional, relativa auto-
nomía. El control del trabajo sólo puede ser eficaz con la
condición de que el jefe posea una competencia técnica por
lo menos igual a la de sus subordinados, es decir, que su con-
trol sea una operación técnica superior. El control social puede
ser prácticamente inexistente, pues las exigencias del trabajo,
dentro del marco de una duración fija, bastan para establecer
un ritmo normal de rendimiento». No es simplemente el con-
trol quien entra en las características de la burocracia; en la
empresa hay un control social que debe ser distinguido del
control técnico, como podemos separar la división técnica y la
división social del trabajo.
Tras el sector técnico, veamos el sector administrativo:
«El funcionamiento de los servicios administrativos ofrece, en
cambio, otra imagen. En este caso, en la parte baja de la escala,
encontramos empleados carentes de una verdadera calificación,
empleados cuya formación profesional es rudimentaria, cuando
no inexistente. Entre éstos y la dirección general de la empre-
sa, la jerarquía de empleos es una jerarquía de poder. Los
vínculos de dependencia se vuelven determinantes, y ocupar
una función es, pues, definirse en cada nivel frente a una ins-
tancia superior, así sea ésta la de un jefe de sección, de un
jefe de servicio o de un director. Dentro de ese marco reapa-
rece, pues, la doble naturaleza del empleo: responde a una acti-
vidad profesional y a la vez se constituye como expresión de
un orden social establecido... De arriba abajo de la escala, en

cumbre de la empresa (a la que compara con un juego de naipes en el que


intervienen cuatro personas) el ingeniero ¡efe es parte adherente. Esto confirma
lo que ya sabíamos: la dificultad de producir una definición de la burocracia
teniendo en cuenta todos los contenidos divergentes que de un siglo a esta
parte se le han dado a esta noción.
83. Como vemos, para Lefort las normas de organización no son suficientes
para determinar el fenómeno burocrático: organización industrial y burocracia
no se confunden. Se necesitan otros elementos para que exista la burocracia.

182
efecto, las relaciones son de tal índole, que siempre sirven
para confirmar la estructura autoritaria de la Administración».
Sin embargo, en esa «escala» administrativa, en esa jerar-
quía, hay en el nivel más inferior empleados, secretarias, ejecu-
tantes. ¿Dónde los clasificamos? ¿En la burocracia? ¿Y cuál
es su poder? Claude Lefort les da un estatuto diferente del
que otorga a técnicos y obreros: «No son extraños a la buro-
cracia; son los dependientes. Las más de las veces sólo entran
en la empresa provistos de referencias que dan testimonio de
su 'buen espíritu'; no pueden aspirar a un progreso como no
sea dando prueba de su aptitud para obedecer y mandar... La
situación del empleado es, luego, ambigua. No se encuentra
integrado al sistema burocrático; lo sufre. Pero todo tiende a
hacerlo aferrarse a él»."
El empleado tiene por ideal «burocrático» su promoción,
su progresivo ascenso dentro del sistema, al precio de sus
pruebas de conformidad al orden. Y ese orden al que se adhiere
no es, una vez más, un «orden técnico»; es un orden social,
es la organización social de la empresa. Se puede estimar, no
obstante, que el estatuto del empleado cambia con la moder-
nización délas administraciones y su racionalización: el emplea-
do tiende a llegar a ser, como por ejemplo en bancos, o en
oficinas de correos y otros lugares, un ejecutante mecanizado
cuya situación dentro del sistema difiere cada vez menos de
la de los obreros.
Las críticas opuestas a la primera definición de la burocra-
cia formulada por Alain Touraine pierden, siquiera parcial-
mente, su significación después de la publicación por el mismo
autor de un ensayo sobre la alienación burocrática.*^ Touraine
recuerda en éste, ante todo, la pluralidad de las significaciones:
«El lenguaje designa con la misma palabra de burocracia tres
realidades distintas: 1.° Un tipo de organización definido como
sistema preciso y jerarquizado de funciones y no de individuos
[...] 2." Un tipo de funcionamiento de las organizaciones
marcado por un apego excesivo a la letra de los reglamentos

84. Claude Lefort, oh. cit.


85. Alain Touraine, «L'aliénation bureaucratique», Arguments (17), 1960.

183
y por una rutina que se resiste a transformar éstos. 3." El poder
ejercido por dirigentes de grandes organizaciones y, sobre todo,
de organizaciones voluntarias». ¿De qué modo despejar esta
dificultad? ¿No sería posible, por ejemplo, «emplear tres pa-
labras en lugar de una sola y hablar, digamos, de racionali-
zación, burocratismo y dominación del aparato?» Esta solución
ayudaría a evitar dificultades antes que marcar su verdadera
superación. Antes que nada hay que explorar las diferentes
significaciones del mismo término.
La primera concepción es, como ya vimos, la de Weber.
Es, comprueba Touraine, «lo bastante amplia para acoger di-
rectamente las diversas formas de racionalización y formaliza-
ción de las funciones que se han desarrollado en los contextos
institucionales más diversos: económico, político, militar, uni-
versitario, etc.». Pero lo esencial del modelo weberiano radica
en su hipótesis de base: «La afirmación presentada por el
concepto de burocracia tomado éste en el sentido de que exis-
ten reglas que permiten organizar una empresa de una manera
a la vez racional y eficaz». Pero la eficacia y la racionalidad
no se confunden: la primera incumbe a los fines de la empresa;
la segunda, a los medios. Y los medios son, han sido ante todo,
de orden técnico: «La organización del trabajo fue primera-
mente, en efecto, puramente técnica».
Esta concepción tecnicista se vio luego impugnada por las
ciencias humanas y por la reflexión económica. De ahí el
«reemplazo de la organización del trabajo por la organización
de las empresas». Touraine interpreta de este modo el mejo-
ramiento de las relaciones humanas: es «una formalización de
lo informal, una introducción de los problemas de la organi-
zación social del trabajo en el proceso de burocratización, que
en una primera etapa era sólo técnico».
Aquí se precisa la noción de organización. Después de haber
significado un acto consistente en ordenar y racionalizar el
sistema social, significa una realidad social. Las organizaciones
son —así lo destacan March y Simon— instituciones sociales.
En este punto del análisis Touraine podría mostrar el papel
desempeñado en esta evolución por la dinámica de los grupos.
Su investigación atañe no sólo a los pequeños grupos, sino

184
también a las empresas, «esos grupos de grupos», como es-
cribe Max Pages. La dinámica de los grupos es asimismo una
dinámica de las organizaciones, una dinámica que conduce a
«considerar la empresa como un sistema de relaciones sociales,
un todo cuyo funcionamiento responde a principios tan defi-
nidos como los que describe la biología». Y, en efecto, esta
tendencia de la investigación y la intervención puede conducir,
y ha conducido, a asimilar organización y organismo.
Touraine rechaza esa ideología de la organización, que para
él no es más que «una de las faces o rastros de una institución.
No es más que la estructura del sistema de medios por los que
una institución social se esfuerza en lograr sus fines. En el
caso de las industrias, no es más que el conjunto de los medios
a través de los cuales una intención económica se traduce en
operaciones técnicas». En este aspecto, la «racionalidad» y la
«racionalización» de la organización siguen incumbiendo a los
medios más que a los fines.
Además, en el nivel mismo de los medios se pueden pre-
sentar algunas contradicciones. D. Mothe ha mostrado con el
ejemplo de un taller de herramientas que la fabricación y la
vida de un taller pueden obedecer a otras leyes que las de la
organización del trabajo. En rigor, Mothe muestra al mismo
tiempo que el obrero puede inventar soluciones de fabricación
más eficaces que las previstas por los especialistas de la racio-
nalización de las tareas. En el nivel de la fabricación, los
cálculos del organizador y la experiencia de los trabajadores
no coinciden.
Pero volvamos a la imagen de la organización industrial
presentada como una totalidad cerrada. El empresario «puede
criticar con toda razón —escribe Touraine— la imagen del jefe
de empresa, difundida con harta frecuencia, que los representa
ubicado en el centro de una compleja red de comunicaciones,
recibiendo y emitiendo, transmitiendo y organizando, como si
su único papel consistiera en asegurar un movimiento correcto
de las cosas, de los hombres y de las informaciones dentro de
la empresa, como si no existieran proveedores y clientes, una

185
Bolsa, competidores, sindicatos y un Estado, en función de los
cuales debe adaptar sus decisiones». Una vez más, a lo que
se apunta es a la psicología de las empresas. Un Dsicosociólogo
respondería que, a decir verdad, él no separa el funcionamiento
y los objetivos, que analizar un grupo es investigar de qué
modo se organiza éste en función, precisamente, de objetivos,
y que la noción de objetivos es esencia!, pero que no por ello
tiene que sustituir él a los economistas, que trabajan en el
nivel de los objetivos. Sigue en pie, no obstante, el hecho de
que la psicosociología se halla atravesada por una orientación
funcionalista y que es en este nivel donde se sitúa la verdadera
discusión.
Touraine cita a este propósito los trabajos de Merton sobre
la burocracia definida como disfunción de la organización. Ve
en ello, una vez más, un cierre de la organización en sí misma
y la voluntad de considerarla como una totalidad acabada, con-
sumada,-que conoce, sin duda, problemas, pero problemas cuya
solución puede estar en la escala del funcionamiento de la
empresa. Para los funcionalistas, la burocratización es una en-
fermedad de administración y gestión; deberían poder curarla
los socio terapeutas.
Parece que para Touraine la fuente de tales entermedades
se encuentra, por eJ contrario, en el con\unto de! cuerpo social,
en la sociedad económica y política en que se halla situada la
empresa.** Hay en todo este debate una dimensión que no
podemos ya ignorar: actualmente, tenemos que descubrir la
importancia y la relativa autonomía de los grupos, de las orga-
nizaciones, empresas e instituciones sociales, y al mismo tiempo
descubrir que estos conjuntos están siempre inacabados y que
su finalidad se asienta, pues, en otra parte; en la sociedad
global y en la historia.

86. Véase la discusión «Les ouvriers peuvent-ils gérer réconomie?»,


publicado por el Centro de Estudios Socialistas. Es una dliscusión que revela
dos tendencias del socialismo; unos (Serge Mallet, Claude Lefort) hacen hincapié
en la empresa; otros (P. Naville) procuran, en cambio, situar el problema en
el nivel total del Estado y la economía.

186
VIL ORGANIZACIÓN Y BUROCRATIZACION
DE LA VIDA POLÍTICA

Una de las mayores dificultades con que ha tropezado la


sociología de las organizaciones y el análisis de las burocracias
compete a la heterogeneidad —subrayada a menudo— entre
las organizaciones cuya burocracia es «designada» y aquellas
en las que se la «elige». A pesar de la terquedad, que comien-
za con Max Weber, de elaborar un modelo polivalente, un
modelo que haga posible tratar de la misma manera a una em-
presa industrial y a un sindicato, las diferencias continúan.
¿Por qué.?
En una empresa industrial, el hecho de que la burocracia
sea designada significa que en alguna parte existe un poder de
designación; muy precisamente, en quienes son poseedores de la
empresa o, en términos marxistas, en el nivel de una clase que
se define por su posesión de los medios de producción. Si de
una empresa estatal se trata, entonces es el «Estado-patrono»
quien designa funcionarios; en este caso se mantiene la distin-
ción entre poder político y retransmisores administrativos. En
el caso de una asociación voluntaria, en cambio —un partido,
un sindicato, una asociación profesional—, el aparato se con-
funde con el poder. El control, por lo menos teórico, está en
la base, no en la cumbre. La burocracia pasa a ser aquí la parte
dirigente de la organización: es el poder. Con mayor precisión:
los elegidos comparten cada vez más el poder con los managers
permanentes de la organización.
Vemos, pues, cómo la dominación integral de la burocracia
sólo se puede producir allí donde se ha destruido una clase
que utilizaba a la burocracia. La destrucción de la clase domi-
nante deja vacante el lugar para un grupo dirigente. Así, el
partido burocratizado prefigura, en su funcionamiento, la apa-
rición de la burocracia como clase dirigente. La burocracia polí-
tica no tiene más que convertirse en burocracia gestora, y ello
en nombre del proletariado, para llegar a ser «la nueva clase».
Esto no significa que la empresa represente en la historia
un mal menor y que la burocratización de los partidos y sindi-

187
catos abogue por la libre empresa. La historia del capitalismo
se dirige, por el contrario, no sólo hacia una formación de
monopolios, sino también hacia el fortalecimiento de las buro-
cracias de gestión. El marxismo clásico no puede responder
aquí a la pregunta que no se le podía plantear a Marx cuando
analizaba la sociedad industrial y capitalista y la función del
Estado, con su burocracia, en esa sociedad. El problema mismo
de la burocratización del movimiento obrero sólo podía sur-
gir de verdaderas «organizaciones de masa» en la fase B.
Aún hoy no es la burocracia una estructura social homo-
génea, y de ahí la dificultad de unificar los contenidos de la
noción. Simplemente se puede destacar una tendencia a la
homogeneidad, que coincide con la tendencia a la constitución
de una nueva clase burocrática. Los análisis actuales de la
burocracia constituyen, en ese sentido, no sólo un esfuerzo
por comprender el presente, sino también una indicación de
qué puede llegar a ser el porvenir.
El primer análisis sociológico y sistemático de la burocra-
tización en los partidos y los sindicatos es publicado en 1912;
lo firmaba Robert Michels, y se lo tradujo al francés en 1914.*'
El libro, que ha llegado a ser un clásico de la sociología polí-
tica, intenta deslindar la «ley de bronce de la oligarquía»,
utilizando un término —oligarquía— al que reemplazamos por
burocracia, comúnmente empleado desde que los autores mar-
xistas lo introdujeron en el vocabulario político.
Para Michels, «la organización es la fuente de la que nace
la dominación de los elegidos sobre los electores, de los man-
daderos sobre los mandantes, de los delegados sobre quienes
los delegan». De un modo más breve, «quien dice organización
dice oligarquía». Así, pues, la organización, debido a un pro-
ceso interno secreta su burocracia. Uno de los factores de la
burocratización debe ser buscado en la psicología de los diri-

87. Robert Michels, Zur soziologie des Parteiwesens in der modernen


Demokratie, 1912. Traduc. Les parties politiques. Essai sur les tendances
oligflrchiques des démocraties, Flammation, París, 1914

188
gentes, psicología que se modifica, por lo demás, con el ejer-
cicio del poder.
Aportación esencial de Michels es la ley llamada «del des-
plazamiento de los fines». He aquí su enunciado: «A las insti-
tuciones y las cualidades que en un primer momento estaban
destinadas, sencillísimamente, a asegurar el funcionamiento de
la máquina del partido —subordinación, cooperación armo-
niosa de los miembros individuales, relaciones jerárquicas,
discreción, corrección— se termina por atribuirles más impor-
tancia que al grado de rendimiento de la máquina». De esta
forma mediante una especie de narcisismo de grupo, la orga-
nización, creada ante todo como un medio con miras a un fin
exterior (que en el caso estudiado por Michels es la democracia
socialista del partido socialdemócrata), se convierte en el «fin»
de los «organizadores». De algún modo olvidan éstos el pro-
yecto inicial de trabajar en el desarrollo del partido mismo."
Todo por el partido: tal es ahora la consigna. Consiguiente-
mente, se van a reclutar miembros a cualquier precio, establecer
alianzas, reforzar a cualquier costa la organización.
Como Marx, pero contrariamente a Weber y Hegel, Michels
desarrolla una visión pesimista de la organización. Cierto tardío
pesimismo hallaremos también, en cuanto a la burocratización,
en Lenin y Trotsky, pero no tan pronunciado, pues para éstos
el partido era el elemento fundamental en la conquista del
poder.
Los estudios monográficos y los ensayos críticos publicados
hoy acerca del problema de la burocracia, no incumben tan
sólo a las organizaciones económicas y las organizaciones polí-
ticas. En el siglo de los mass media y los entretenimientos
populares, sociólogos y ensayistas tratan de deslindar en estos
nuevos campos organizados de la vida social los rasgos esen-
ciales de la burocratización. Señalemos por ahora simplemente
algunos ejes de las investigaciones emprendidas.

88. En cambio, para Gramsci el partido debía preparar su debilitamiento


y muerte en la sociedad socialista. También para Lenin. Pensaban ambos
que el partido es un medio transitorio, no un fin en sí.

189
VIH. LOS ENTRETENIMIENTOS.
LA INVESTIGACIÓN

La burocratización de los entretenimientos comienza, se-


gún Henri Raymond,*' «cuando la venta del entretenimiento
integrado * abandona los servicios individuales vendidos a los
Fenouillards, a los Perrichons, para procurarles a las clases ba-
jas de la sociedad disfrutes un poco más estandardizados». Por
entretenimiento integrado hay que entender aquí un «lapso de
ocio con todo incluido, así sea temporada, viaje, comida, es-
pectáculo, etc.». El entretenimiento, el descanso, se ha vuelto
un producto de consumo masivo.
Las burocracias de los descansos (organizaciones de vacacio-
nes, de turismo cultural...) se construyen y desarrollan sobre
esta base, pues «únicamente la burocracia puede resolver el
problema de la travesía del Atlántico de millones de turistas
americanos que se nos han prometido para los próximos años».
¿Cuáles son los rasgos esenciales del entretenimiento buro-
crátizado? Ante todo, es un producto «adaptado a las condi-
ciones de vida del régimen del salario; se inserta en los ritmos
de vida de los asalariados y debe resolver problemas que en su
origen eran específicos de la clase asalariada: insertar el máxi-
mo de entretenimiento en el mínimo de tiempo». En seguida,
los mass media intervienen para animar el consumo de goces,
con los temas de la evasión, el regreso a la naturaleza, el
relaxa Y, por último, «la burocratización de los momentos li-
bres refuerzan la tendencia a la colectivización de los goces
mismos. El agente de viaje que vende series de pasajes a destajo

89. Henri Raymond, «La bureaucratisation des loisirs», Arguments (17),


1960. (La burocratización de los entretenimientos y de la cultura ha sido
asimismo descrita por Daniel Mothe en «Les ouvriers et la culture», Socialisme
ou Barbarie (32) Ya hemos presentado este análisis en L'Enírée dans la vie,
en el capítulo dedicado a la entrada en la profesión.)
* Traducimos «entretenimiento» por loisir, voz cuya acepción en francés tie-
ne un sentido más amplio: ocio, descanso, asueto, momentos libres. (N. del T.)
90. Edgar Morin, L'Esprit du Temps, Grasset, París, 1963. Véase igual-
mente: Henri Lefebvre, Métaphilosophie: «La burocracia [...] introduce lo
estatal en lo cotidiano».

190
crea inocentemente colectividades migratorias»... Son colectivi-
dades que van luego, con su demanda, a acentuar el desarrollo
de las organizaciones burocráticas del entretenimiento inte-
grado.
¿Hay que extraer conclusiones radicalmente pesimistas? Es
lo que piensan algunos sociólogos. Henri Raymond parece pen-
sar, por el contrario, que la burocracia cava su propia tumba
en lugar de inmovilizar la ideología de los ratos libres «en el
cementerio de los estereotipos. El movimiento de contacto de
civilizaciones o grupos sociales diferentes producirá movimien-
tos, necesidades y aspiraciones que han de corroer el propio
edificio burocrático».

*
* *

La burocratización de la investigación ha sido brillante-


mente descrita por la nueva escuela sociológica norteamericana,
especialmente por Wright Mill." Mills describe la investigación
burocratizada en sociología. Distingue, a este propósito, dos
tipos de investigadores: el profesor académico y la nueva cama-
da. El primero se interesa sobre todo por el prestigio y las
relaciones sociales, y el segundo se preocupa por su carrera y
se siente obligado, para asegurar ésta, a aplicar ciegamente
determinados métodos. Es una situación muy bien conocida
por los medios de la investigación. Para ilustrar el conformis-
mo de rigor se suele recordar que los historiadores jóvenes,
deseosos de hacer carrera en la universidad, debían citar, hace
de esto unos cuantos años, a Bloch, si de Francia se trataba,
y hacerlo sin reservas, pero muy bien podrían tener reservas
con respecto a Pirenne, mientras que en Bélgica sucedía jus-
tamente lo contrario. Otro ejemplo: algunos jóvenes apegados
a la investigación en sociología industrial o en sociología del
trabajo suministraban a sus jefes sesudas elaboraciones y esta-

91. Wright Mills, Sociological imagination. Citamos los extractos, tradu-


cidos y presentados por Colette Garrigues, del capítulo «The bureaucratic
ethos». Arguments (17)

191
dísticas de encuestas cuya iniciativa no les pertenecía, y publi-
caban con seudónimo en revistas «comprometidas» las ideas
que realmente sostenían o los resultados de investigaciones que
les parecían decisivos, pero que no podían mencionar «oficial-
mente» sin arriesgar su carrera. En este último ejemplo encon-
tramos, esta vez en nivel individual, algunos pequeños «grupos
de iguales» constituidos por investigadores jóvenes, y la opo-
sición entre lo oficial y lo informal actualizada por la psicoso-
ciólogía de la empresa.'^
Se necesitaría un estudio especial, una investigación sobre
la investigación, para mostrar en este punto el papel integrado
de los sindicalistas y de los delegados de investigadores, a veces
conducidos, por razones complejas, a sostener en realidad la
ideología oficial de la investigación, la ortodoxia de los mé-
todos; en una palabra, la autoridad científica establecida, re-
servando así su «combatividad» para los problemas de índices
de sueldos y de equipamientos materiales. En tales condiciones
no es de asombrarse ver que se agosten lentamente, especial-
mente en Francia, las fuentes de la imaginación creadora colec-
tiva. Los investigadores se multiplican, pero se encuentran
muchos menos que antes. Es, incluso, una situación verdadera-
mente alarmante, y no bastan para explicarla las insuficiencias
de los créditos y de los equipamientos generalmente invocados
por los oradores. El mismo problema se plantea en el nivel
de la Universidad.
Pero regresemos a Wright Mills. Después de su tipología
de los sociólogos «llegados» y de los sociólogos principiantes,
encara el problema de las «pandillas académicas», cuyo funcio-
namiento «se basa en la recomendación, el nepotismo, la admi-
ración mutua, la participación en los fondos de investigación».
En este nivel, «la situación reemplaza a la competencia».

92. B. Mottez dice muy ¡ustamente, a propósito de Elton Mayo, «que el


acta de nacimiento de la sociología industrial se puede considerar como una
especie de manifiesto antiburocrático». De igual mtido. las publicaciones «clan-
destinas» de los jóvenes investigadores son un signo evidente de la burocrati-
zación de la investigación. Decir la verdad antes de tener la verdad conveniente
es correr riesgos; después, cuando esa edad llega, ya se ha perdido el gusto
por la verdad...

192
Muestra por fin Milis cómo la burocratización penetra no
sólo en la dirección y el control de la investigación, sino tam-
bién en los procesos de trabajo: «En un esfuerzo por estan-
dardizar y racionalizar cada fase de encuesta social, hasta las
operaciones intelectuales del estilo 'empirismo abstracto' se
vuelven burocráticas».
Para comprender el alcance de esta útima observación hay
que recordar que el empirismo abstracto es en sociología, según
Mills, el método basado en la estadística, las entrevistas codi
ficadas y las cartas perforadas. Es el método que impone auto-
ridad, que fetichiza el manejo de las cifras y que se presenta
como la única vía de rigor. Resulta interesante ver a Wright
Mills, sociólogo norteamericano, descubrir en ese cientificismo
militante los síntomas del burocratismo intelectual.'^
Pero va aún más lejos y declara que «estas operaciones se
conciben para hacer colectivo y sistemático el estudio del hom-
bre: dentro del marco de las instituciones, oficinas y agencias
de investigación, en las que el empirismo abstracto se halla
sólidamente implantado, comprobamos el desarrollo, por moti-
vos de eficacia cuando no por otros motivos de rutinas tan
racionalizadas como las de los servicios contables de toda socie-
dad importante. Estos dos aspectos del desarrollo gobiernan
a su vez la selección y formación de nuevas cualidades espiri-
tuales entre el personal de esta 'escuela', cualidades tanto inte-
lectuales como políticas».'"
La conclusión destaca una vez más el carácter burocrático
de la ideología propia de la escuela del empirismo abstracto:
«Para el burócrata, el mundo es un universo de hechos que
hay que administrar de acuerdo con algunas reglas rígidas. Para
el teórico, el mundo es un universo de conceptos que hay que

93- En cierto modo, los métodos calificados de «clínicos» representan,


tanto en psicología como en las ciencias sociales, una tentativa de desburocra-
íización de los procesos de investigación, en el sentido de que luchan contra
la cosificación inherente a !as investigaciones sistemáticamente cuantificadas y
estandardizadas.
^ . Hemos observado que los laboratorios que practican el «empirismo
abstracto» reclutan jóvenes investigadores de acuerdo con criterios profesionales
implícitos, que valorizan cualidades de funciones y hasta de contadores ex-
pertos en el manejo de la máquina de calcular.

193
manipular, muy frecuentemente sin ninguna regla discernible.
La teoría sirve de múltiples maneras para justificar ideológi-
camente a la autoridad. La investigación con fines burocráticos
sirve para volver más manifiesta y operante la autoridad, su-
ministrando información utilizable por los planificadores auto-
ritarios». Concluyamos empleando el lenguaje de Nizan: para
Wright Mills, los «empiristas abstractos» se han convertido,
en la investigación y gracias a ella, en los «perros guardianes»
de la burocracia.

IX. PROGRESO TÉCNICO.


BUROCRACIA Y AUTOGESTIÓN

En la fase A, que es, como ya vimos, la de la competencia


profesional (todavía cercana a la artesanía), con sus obreros
altamente calificados, los sindicatos obreros son sindicatos de
oficios, gobernados esencialmente por una aristocracia profe-
sional. A esta fase corresponde la ideología del anarco-sindica-
lismo.
Los sindicatos de oficios se hallan poco burocratizados,
y el número de militantes es en ellos restringido.
La fase B es la de las grandes empresas y del trabajo en
cadena, con sus ejércitos de maniobras. Aquí se toca el fondo
de la alienación en el trabajo obrero. Estos trabajadores de
la fase que todavía domina las industrias actuales, han sido
profundamente pasivizados por las condiciones técnicas de su
trabajo. Delegan todo poder de luchar por su liberación en bu-
rócratas sindicales y políticos, quienes por otra parte adoptan
para su manejo interno modelos tradicionales de funcionamien-
to utilizados por las organizaciones burocratizadas.
Con !a fase C, la de industrias modernas y de automatiza-
ción, aparece una «nueva clase obrera», que reivindica la
responsabilidad de la gestión y que muestra, debido a ello, que
la autogestión obrera sí es posible. Obreros capaces de desen-
cadenar y conducir una huelga en una fábrica automatizada, con
todos los problemas técnicos y de gestión que ello implica,

194
descubren que son capaces de asumir en esa misma empresa
un poder obrero.
Algunas observaciones de A. Meister acerca de la autoges-
tión yugoslava parecen llevar el mismo sentido. Meister com-
prueba que allí donde la clase obrera es técnicamente más ade-
lantada, mejor formada, y en las industrias de avanzada (petro-
química, electrónica, etc.), la autogestión tiende a ser efectiva
y sólo es un mero proyecto para los trabajadores recién salidos
de regiones rurales que no dominan el proceso de producción."
Pero Meister muestra también que la burocratización de
la autogestión halla su primera fuente en la organización polí-
tica de la sociedad yugoslava, en sus estructuras y su «cultura».
Un proyecto socialista de estilo «totalitario»; así lo describe
Meister, porque lo descubre en la ideología oficial y en las
decisiones, porque no puede hacer otra cosa que producir una
despolitización y separar una «autogestión», que sólo es ya
técnica, y una heterogestión en el nivel de las elecciones, de
las direcciones y la planificación.
Este estudio sitúa el problema en su contexto global. El
progreso técnico es, por cierto, una condición esencial e indis-
pensable para toda autogestión efectiva y para toda desburo-
cratización, así como en un primer momento ha podido ser
fuente de la burocratización. Pero no es una condición sufi-
ciente. La posibilidad de una declinación del poder burocrático
permanece ciertamente subordinada a las formas de organiza-
ción del trabajo, de la economía, de la sociedad, es decir, a la
división del trabajo social. Parece que el problema de la buro-
cracia sigue vinculado al de las clases sociales; mejor dicho,
parece ser una manera actual de plantear nuevamente el pro-
blema de la sociedad sin clases. Con todo, si el Estado ha
llegado a ser el lugar absoluto del poder burocratizado, aun
con los matices que introducen las decisiones de descentraliza-
ción económica y política; si la centralización persiste, por
ejemplo, con los retransmisores administrativos y políticos del
partido único, no se ve claramente de qué manera la maestría

95. A. Meister, Socialisme et autogestión. L'expérience yougoslave. Le


Seuil, París.

195
técnica y cultural de una nueva clase obrera puede destruir
desde la raíz el proceso de la burocratización.
No cabe duda que la burocracia se halla inscrita, lo hemos
dicho desde el principio a propósito de Taylor, en las condi-
ciones técnicas del trabajo. Pero también se sitúa —y este era
nuestro segundo momento de análisis— en el proceso de orga-
nización. Se necesita un cambio total de la organización social
para que podamos conocer e] «decaimiento del Estado», que
significa, en fin de cuentas, el decaimiento de la burocracia. El
progreso técnico es una condición necesaria, j)ero no suficiente.
En todo caso, actualmente en la empresa, partidos y sindi-
catos, en el descanso, el recreo y demás: en todas partes se
organiza. La organización es la palabra clave, y no sólo para
los jóvenes jefes de empresa." El proyecto tecnocrático de Saint-
Simon se realiza; el proyecto socialista de Marx sigue siendo,
en cambio, problemático en su verdadera significación."

X. BUROCRATIZACIÓN. BUROCRATISMO.
BUROCRACIA. LOS RASGOS ESENCIALES
DE LA BUROCRACIA TRADICIONAL

Vamos ahora, para concluir, a intentar agrupar lo adquirido,


al cabo de un examen de las diversas teorías expuestas y dis-
cutidas a lo largo de las páginas que anteceden. Podemos
reunir, con tal que ello sea posible, lo esencial de nuestros
análisis de acuerdo con tres perspectivas complementarias.

96. Le Fígaro, 17 de noviembre de 1964: «La otra juventud, la que tra-


baja». En el título se señala: «Una palabra clave; organizar». Se advertirá por
otra parte, con A. Sauvy (La Bureaucratic, colección «Que sais-je?», P.U.F.),
que, de manera significativa, la BIT (Oficina Bureau Internacional del Trabajo)
ha pasado a ser la O I T (Organización Internacional del Trabajo).
97. El doble aspecto de la burocracia estriba en el hecho de ser a la
vez realidad (que evoluciona, se extiende y se transforma) y problema. «Las
burocracias son instituciones», sigue escribiendo A. Sauvy al pensar en tos
aparatos administrativos, y los sociólogos muestran que las instituciones se
burocratizan. Hay en este terreno un permanente encabalgamiento, una coinci-
dencia de las nociones, conceptos y usos, que se abarcan mutuamente o, por
e] contrario, se oponen. Hay que tomar partido dentro de una multiplicidad
de sentidos en evolución, pero tatribién hay que situar éstos.

196
—La primera concierne a los orígenes («externos» e «in-
ternos») de la burocracia.
—La segunda atañe a la descripción del burocratismo: es
el nivel de los «modelos», de la «tipología», del funciona-
miento.
—Y el tercero y último problema es el del sentido de la
historia, hasta donde se pueda prever su curso: ¿pertenece a
los burócratas el porvenir?'' Y, si tal es nuestro destino, c'qué
han de ser los burócratas del porvenir, de la fase C?

A. LA BUROCRATIZACION

¿Cómo se forma y desarrolla una burocracia? Entre los


factores de la burocratización se ha podido destacar:
a) El subdesarrollo de las fuerzas productivas (tecnológi-
cas, económicas, etc.). Se necesita un proletariado ya formado
y una capa rural avanzada para que se reúnan las condiciones
antiburocráticas de la autogestión social (esa es, como hemos
visto, una posibilidad de la fase C);
h) La composición social de las organizaciones: es el tipo
de análisis que a veces se ha intentado aplicar a la burocrati-
zación de los partidos obreros (por ejemplo, Trotsky);
c) El sistema de distribución del poder; por ejemplo, la
centralización, o incluso la jerarquización vertical. De una ma-
nera general, vemos que en las organizaciones que se burocra-
tizan se desarrollan tendencias centralizadoras en la «cumbre»
y, a la inversa, tendencias descentralizadoras en la «base»
(tendencias a la autonomía) Por ejemplo, en una fábrica, dentro
del marco más amplio de la empresa, o en un establecimiento
local puesto bajo el control de un organismo central. De ahí
los conflictos de poder, que pueden, ora iniciar un proceso de
desburocratización, ora, por el contrario, terminar en beneficio
de la cumbre;
d) El tamaño o la dimensión de las organizaciones;

197
e) La especialización de las tareas. Por ejemplo, asumir
responsabilidades sindicales implica conocimientos técnicos (ju-
rídicos, económicos) cuya posesión y cuyo manejo tienden a
acentuar la separación entre la base y los miembros del aparato;
/) El acceso a funciones de gestión. Vemos desarrollarse
la burocratización en sindicatos que practican la cogestión o la
autogestión y en partidos políticos que llegan al poder.
Hemos recordado estas causas sólo a título de ejemplos.
Sigue en pie la circunstancia de que las condiciones en que se
forma y desarrolla una burocracia son aún mal conocidas. Sin
embargo, se puede formular la hipótesis de que la burocrati-
zación general de nuestra sociedad induce la de las organiza-
ciones sociales que la constituyen. Esas son condiciones externas
con respecto a las organizaciones sociales. Se hallan vinculadas
a procesos internos de burocratización.

B EL BUROCRATISMO

¿Cuáles son los caracteres esenciales del funcionamiento


burocratizado? En conjunto, ios análisis dedicados a este pro-
blema convergen para establecer que:

1.° El burocratismo es un problema de poder.


El funcionamiento burocrático es un disfuncionamiento: la
noción de enfermedad de gestión, utilizada en psicosociología
de las empresas, se orienta en la misma dirección. Esta pers-
pectiva médica no pone verdaderamente en tela de juicio a las
estructuras, y, suponiendo la posibilidad de una terapéutica
funcional, deja intactas las estructuras. El conflicto sólo se
presenta ya como un desorden en la autorregulación del cuerpo
social. A esta concepción se opone la que ve ante todo en la
burocracia no sólo la enfermedad de la gestión, sino también,
y sobre todo, la propiedad de la organización. Ello supone que
el criterio a partir del cual se define al burocratismo no se
establece ya de acuerdo con el modelo de las normas biológicas
de la salud, sino de acuerdo con las normas políticas del poder.

198
2." Es un fenómeno de cosifícación.

La usurpación del poder no alcanza, sin embargo, para


definir la degeneración burocrática: un régimen atitocrático,
basado en un desvío análogo, no es necesariamente burocrático.
La autocracia supone, en efecto, la personalidad del líder; en
cambio, el universo burocrático es impersonal. Max Weber
ha destacado de modo especial el proceso de despersonalizacióii
cumplido por la «racionalización» del funcionamiento y la
estricta delimitación de las funciones, definidos y distribuidos
éstos de una manera fija e impersonal y sin que adquieran
aún una significación como no sea en función de la organización
para la que se los ha previsto. En otros términos, el burocra-
tismo implica una alienación de las personas en las ¡unciones,
y de las funciones en el aparato.

3." La decisión burocrática es oscura.

El término de aparato le sienta bastante bien a la situación


así descrita: el «poder de las oficinas» es, por cierto, el de un
sistema mecanizado. De ahí e/ anonimato de las tomas de
decisión: en un sistema burocrático resulta difícil saber dónde,
cuándo y cómo se decide. Ese es, como se sabe, uno de los
rasgos esenciales del universo burocrático descrito por Kafka.

4." Las comunicaciones ya no funcionan.

Dentro de la misma perspectiva de una psicosociología di-


námica, se puede decir que en un sistema burocrático las comu-
nicaciones circulan sólo en una única dirección: desde lo alto
de la organización jerarquizada hacia su base. La cumbre no
se informa de las repercusiones y recepciones de los «mensajes»
(órdenes, enseñanzas) que ella misma ha emitido, y esta ausen-
cia de feed-back constituye uno de los rasgos esenciales del
burocratismo. Kafka ha descrito el proceso: las comunicaciones
telefónicas descienden del Castillo a la Aldea, pero en la direc-
ción inversa los mensajes se «embrollan». Hay algunos «voce-
ros», pero ya no se oye la palabra de la sociedad, del grupo
tota!.

199
5." El burocratismo se apoya en una pedagogía.
La direcíividad burocrática es otra forma de un sistema de
comunicaciones como ése.
a) Las burocracias políticas elaboran y difunden una orto-
doxia ideológica cuya rigidez dogmática es el reflejo de su sis-
tema de poder. Este aspecto del burocratismo es muy conocido.
Sin embargo, no siempre se señala con bastante nitidez la
forma pedagógica que acompaña a la difusión de los dogmas.
En el partido burocratizado los militantes se convierten, según
la expresión de Trostky, en objetos de educación: se propone
elevar su nivel asegurando su «educación política». De ahí,
ante todo, el mantenimiento de la estructura en dos planos:
en la cumbre reinan los que poseen el poder; en la base se
está aún en la ignorancia y, si no se participa en las decisiones,
es porque se carece de una madurez política que sólo se puede
adquirir mediante la iniciación burocrática. Los iniciadores son
aquellos a los que Rosa Luxemburg califica de maestros de
escuela del socialismo. Ni que decir.
b) Se han encontrado esquemas análogos en otros campos
de la vida social, como por ejemplo en la escuela y en muchas
concepciones industriales de la formación. El desarrollo de los
métodos no directivos de formación ha puesto de relieve este
aspecto; los técnicos directivos no admiten que el saber o la
habilidad puedan venir «de abajo»; sería contrario a las nor-
mas de una jerarquización vertical del poder y, por tanto, del
saber. La enseñanza tradicional, en la escuela, en la Universi-
dad, es generalmente autoritaria y directiva y se basa en el
orden burocrático. La crítica de la pedagogía tradicional es,
pues, una crítica de la burocracia.
c) En un sindicato burocratizado se puede admitir a veces
la posibilidad que responsables o militantes de base descubran
intuitivamente y en la acción la respuesta justa a una determi-
nada situación; pero al mismo tiempo se conserva la convicción
de que la estrategia de conjunto de la lucha se debe basar en
un saber más amplio, elaborado en la cumbre, y que debe ser
transmitido. De ahí la crítica del espontaneismo y, a la vez,
el clima escolar de las prácticas de formación de los cuadros:

200
se regresa a la escuela para aprender la línea de la organización.
d) Hoy, sin embargo, ciertas burocracias solicitan a los
psicosociólogos no directivos que formen sus cuadros. Pero
esta solicitud sigue siendo burocrática mientras no se vea que
el verdadero problema es el aislamiento de esos cuadros y
que el verdadero método no es la formación, sino la inter-
vención.
e) Así se forma el individuo heterónomo, provisto, según
Riesman, de un radar para ajustarse a la sociedad burocrati-
zada y conducirse en el campo social. En esa sociedad el niño
debe ante todo aprender a comportarse como un buen miem-
bro del grupo: «En la escuela aprende a ocupar su lugar en
una sociedad en que la preocupación del grupo incumbe mucho
menos a lo que produce que a sus propias relaciones internas
de grupo, a su moral». Del mismo modo, en la «formación de
los cuadros» se oponen los que saben a los que no saben.

6." Las técnicas burocráticas de la formación concurren


a desarrollar el conformismo.
Una de las consecuencias más relevantes es la falta de
iniciativa y, como consecuencia, el fortalecimiento de la sepa-
ración en dos planos, característica de la organización burocra-
tizada.
En el lenguaje político, a este conformismo se lo llama
seguidismo. Los comportamientos seguidistas de sumisión a
líderes e ideologías, sus motivaciones eventuales (¿fideísmo?,
¿arrivismo?) son algunos de los síntomas más reveladores de
un «clima» burocratizado. El seguidismo es un rasgo esencial
del individuo heterónomo descrito por Riesman, del «gentil
miembro» de un grupo social.

7." La burocracia es la verdadera fuente de la desviación


y de los «grupos fracciónales» o «grupos informales».
a) En las organizaciones políticas:
Para reprimir a la oposición —Freud describe la represión
de los instintos con arreglo a un mismo modelo dialéctico, y

201
Trotsky hace otro tanto con la represión de la crítica— los
burócratas pretenden ser la conciencia del grupo y aseveran
que se excluye de éste a los opositores tal cual el crimina! se
excluye a sí mismo, según Kant, de la comunidad. Al término
del proceso, la fracción no es ya siquiera una fracción de! gru-
po: es un grupo que se ha vuelto exterior, o, por lo menos,
un grupo clandestino dentro de la organización.
b) En las empresas:
En otros sectores de ¡a vida social se producen fenómenos
análogos. Moreno ha descrito la oposición entre el orden figu-
rado por el organigrama y el representado por el sociograma.
El organigrama representa al aparato institucional jerarquizado,
la distribución oficial de las tareas, los circuitos prescritos
de las comunicaciones que vinculan a las regiones de un campo
social; en una palabra, un conjunto de caracteres que también
pueden servir para describir un aparato burocrático. El socio-
grama revela otras distribuciones de las funciones, otras redes,
otros grupos, informales, no reconocidos, formados dentro de
]a misma organización social; por ejemplo, en una fábrica.
Tejidos de relaciones más reales, más «espontáneas», y que
pueden prepararle el terreno a la desviación, a la oposición
erguida contra un orden impuesto. También aquí lo que sucede
en el terreno de la vida política puede ser comprendido como
un caso particular, como un caso que incumbe, además, a un
análisis más general, que implique el empleo de modelos y
conceptos elaborados en otros terrenos.
c) Por último, podemos formular con otro lenguaje los
mismos procesos; algunos sociólogos han descrito, en efecto, la
formación de subunidades dentro de la organización, es decir,
de subgrupos que terminan por perseguir fines particulares
(sub goals).

S.° La organización no es ya un medio, sino un fin.


Otro mecanismo característico es el que Michel ha desig-
nado desplazamiento de los fines.
Sea el ejemplo de las organizaciones políticas y sindicales.

202
En un primer momento el aparato parecía un medio para lograr
determinados fines: el socialismo, si el fin de la organización
era revolucionario. Ese fin primero ha sido progresivamente
sustituido por una victoria política del Partido, que ha termi-
nado por movilizar todo el trabajo de la organización. Al prin-
cipio se admitía que la realización del socialismo supone ante
todo la toma del poder y, este objetivo intermedio, que ha
pasado a ser principal y poco menos que único, concluye por
determinar la ideología y el conjunto de las actividades del
Partido.
Por otra parte, en la conciencia de los burócratas el apego
a la organización —a sus estructuras, a su vida interna, a sus
ritos— termina por convertirse un deber absoluto, en una
fuente de valores y satisfacciones. Y, sobre todo, el sistema
burocrático constituye un nuevo universo alienante: para el
responsable nacional —es un rasgo todavía poco analizado del
funcionamiento burocrático— los organismos regionales y lo-
cales constituyen el horizonte y el límite del universo cotidia-
no; la percepción del burócrata se detiene en el último nivel
del plano burocrático. La base termina por serle tan extraña,
que hasta olvida su existencia en el lapso que separa a los
períodos de consulta electoral. Así se desarrollan dentro de la
burocracia tradiciones, modelos de comportamiento, un voca-
bulario específico, todo un «saber», cuya posesión en común
refuerza los vínculos de los iniciados al mismo tiempo que
acentúa la fractura entre los dos planos.

9.° La burocracia rechaza el cambio y la historia.


La resistencia al cambio es una de las consecuencias del
desplazamiento de los fines. Gsmo observa Max Weber, la
burocracia «tiende a perseverar en su ser», o sea, a conservar
sus estructuras —aun cuando éstas se vuelvan inadecuadas a
nuevas situaciones—, su ideología —aunque sólo incumba
a una circunstancia antigua—, sus cuadros, aun cuando éstos
ya no puedan ajustarse a la forma nueva de la sociedad. En
otros términos, las conductas de asimilación, es decir, de uti-
lización de esquemas elaborados para responder a situaciones

203
antiguas, aventajan a las conductas de acomodación, que supo-
nen la elaboración de nuevos esquemas de acción, más ade-
cuados para responder a situaciones nuevas.
Ese conservadorismo —ese rechazo del tiempo— induce
mecanismos de defensa, como por ejemplo el endurecimiento
ideológico, el rechazo sistemático de la novedad y la hostilidad
para con toda crítica, a la que se tiende a considerar como un
signo de oposición que pone en peligro a la organización. Y por
el lado de la base, el desarrollo de una indiferencia cada vez
mayor.
Pero ni en la vida colectiva ni en la dinámica de la per-
sonalidad la represión nunca es una supresión. El orden buro-
crático supone el reforzamiento del aparato, el desarrollo de la
vigilancia, lo cual acentúa, en definitiva, el aislamiento de!
aparato Esa es una consecuencia extrema. Sigue en pie el hecho
de que toda burocracia supone dispositivos de control, de su-
pervisión y de inspección, cuya misión primera estriba en ase-
gurar la observancia de las normas burocráticas, en vigilar la
iniciativa y la novedad.

10." La burocracia desarrolla el carrerismo.


El carrerismo es la concepción burocrática de la profesión.
a) En el lenguaje político y tradicional, el término sirve
para designar y condenar, el «arrivismo» del político profe-
sional, del miembro del aparato cuya preocupación funda-
mental consiste en «subir» a cualquier Costa, haciendo todas
las concesiones que sean necesarias, practicando el seguidismo
respecto de determinado líder mientras ese líder se halle «bien
ubicado». Todo esto es muy conocido. También aquí se trata,
no ya de ponerse al servicio de los fines que persigue la
organización, sino de servir a la organización y servirse de
ella. Así se pasa de la función a la carrera, como se pasa de la
organización a la burocracia: el mismo mecanismo de despla-
zamiento de los fines es el rasgo común de ambas transposi-
ciones.
b) Pero repitamos que no es este un rasgo específico de
las organizaciones políticas. La noción de carrera —Treanton

204
lo ha subrayado— adquiere una importancia cada vez mayor
en nuestra sociedad burocratizada, en las empresas y en el
conjunto de las organizaciones sociales modernas.

C. PARA UNA NUEVA DEFINICIÓN

AI cabo de nuestro análisis podemos deslindar algunas lí-


neas que convergen hacia una definición de la burocracia.
1. La ambigüedad entre las definiciones de la burocracia
considerada como un sistema de transmisión y de retransmisores,
y la burocracia definida en términos de poder es una ambigüe-
dad que subsiste. Pero debemos considerar esencial en el buro-
cratismo la fractura de la sociedad en dos planos antagónicos
y desunidos; la burocracia es la organización de la separación.
2. El problema de la burocracia es un problema organi-
zativo, lo cual no significa que debamos confundir en una
misma. definición a las organizaciones y las burocracias, aun
cuando también aquí subsista cierta ambigüedad en el vocabu-
lario. Nunca se lo ha de destacar lo suficiente: la burocracia
es la organización en el poder.
3. Por último, en las más recientes investigaciones vemos
delinearse una corriente que tiende a designar con la idea de
una «burocratización del mundo» a las nuevas formas que ad-
quiere el control social en el conjunto de la civilización indus-
trial. Pero aquí es donde el problema de la burocracia vuelve
a ser, de algún modo, un problema filosófico: las normas que
orientan nuestra definición de la burocracia se hallan deter-
minadas por nuestra concepción de la historia. De acuerdo con
nuestras elecciones, se designará a las burocracias corno la
faz de sombra de un progreso histórico, o bien, por el con-
trario, como una creciente agravación del funcionamiento social
en su conjunto, una consecuencia casi ineluctable de la sociedad
industrial y de masa. Para Hegel, la organización es la Razón;
para Marx, en cambio, es la Desrazón.

205
En definitiva, ¿quién tiene «razón»? ¿Hegel o Marx? He-
mos visto que:
Hegel consuma su sistema con la política; su Filosofía del
derecho es el último libro que publica. Concluye así: «...la
oposición ha desaparecido como una figura mal trazada; el
presente ha suprimido su barbarie y su injusta arbitrariedad,
así como la verdad ha suprimido su más aÜá y la contingencia
de su poder. De este modo ha llegado a ser objetiva la recon-
ciliación que desarrolla al Estado, como imagen y como rea-
lidad de la razón. En él, la conciencia de sí encuentra la reali
dad efectiva de su saber y su querer sustanciales». El Estado
hegeliano «totaliza» el mundo de la existencia. No es, sin duda,
«.la sociedad civil», es decir, el mundo de la producción, de !as
masas humanas, de la vida social concreta y cotidiana, sino
que es aquello gracias a lo cual la sociedad civil se organiza
y adquiere una significación tal, que el hombre privado se
vuelve al mismo tiempo un «ciudadano», un miembro de la
Ciudad.
La política, en el sentido origina! del término, nació, con
los griegos y era, al mismo tiempo, técnica de organización y
técnica de gobierno. La determinación de la política como juego
de los partidos y los grupos de presión llega después. Pero al
comienzo la idea de política se confunde con !a de la sociedad
íntegra, de su nacimiento, de su fundamento y de su racio-
nalidad.
Pero Hegel introduce un elemento nuevo. En su sistema,
el orden racional que proviene del Estado se apodera de la
sociedad civil merced a la mediación de un orden que es, según
su expresión, el espíritu del Estado. La dignidad de la admi-
nistración estatal, de los funcionarios, estriba en esa misión
que el filósofo le asigna. Para él, todo en el mundo moderno
pasa a ser la función primera de ios administradores, que con-
siste en reemplazar las disparidades, las diferencias y las con-
tradicciones que signaban a Ja vieja sociedad con un orden
universal: el orden de ía burocracia.
Un siglo después, Max Weber recupera la inspiración de
Hegel al desarrollar esta tesis, que puede parecer una paradoja:

206
la burocracia es la racionalización del mundo. Pero esta vez no
se trata ya tan sólo de la burocracia estatal. Hemos entrado en
la civilización industrial, y Max Weber es contemporáneo de
Taylor y de los teóricos de la «racionalización» de la produc-
ción. Impulsa, pues, más lejos la tesis hegeliana, acaso con un
mayor retroceso crítico.
La crítica decisiva de Hegel la hemos hallado, sin embargo,
en una obra de juventud de Marx que no se había hecho aún
pública en momentos en que se van a expresar otros puntos
de vista, con Max Weber o en contra de él. Marx muestra en
su Crítica de la filosofía hegeliana del derecho las contradic-
ciones a la vez de la tesis y de la realidad. Si se observa con
un poco más de detenimiento, dice en sustancia, se verá que
los conflictos siguen en pie: conflictos entre la «burocracia
acabada», cuya descripción hacía Hegel, y las «burocracias ina-
cabadas» de las corporaciones; conflictos entre la burocracia
y el Estado, conflictos en el interior mismo ¿K la burocracia.
En ese texto, hecho esencialmente de notas de lecturas críticas,
Marx advierte por primera vez, no el funcionamiento ideal del
aparato burocrático, sino, por el contrario, su disfuncionamien-
to real, como diríamos hoy
Y así como en mitad del siglo xix Marx se alza contra
Hegel, así también, un siglo después, se pone de manifiesto
la misma oposición. Siguiendo la huella del pensamiento de
Max Weber, algunos sociólogos, especialmente de la escuela
norteamericana —sobre todo, Merton, Selznick y Goulner—,
muestran las imperfecciones de los sistemas burocráticos. Al
mismo tiempo —pero los sectores no se encuentran todavía—
la tra lición marxista gana en desarrollo.
Es un desarrollo que roma dos direcciones. La primera, que
es la menos explotada por razones que se vinculan, precisamen-
te, al problema del burocratismo, es la dirección en que se había
embarcado primeramente Gyorgy Lukács. En su Ensayo sobre
la cosificación, Lukács muestra, a partir de los análisis de Max
Weber —en los que se apoya— , que la burocracia es introduc-
ción de la inercia en la vida social, cosificación de las relaciones

207
humanas y de las organizaciones. En este punto podríamos
dar cabida a una fórmula ya célebre de Bergson y decir que,
para Lukács, la burocracia es «lo mecánico sobrepuesto a lo
vivo». Tal como Lukács lo presenta, el universo de la buro-
cracia es, en definitiva, el universo de Kafka; es El castillo y
El proceso, y es La colonia penitenciaria. Es, asimismo, el
mundo sartreano de lo práctico-inerte.
La otra corriente del pensamiento marxista, a la que se
termina por considerar igualmente descarriada, es una corriente
que se preocupa con mayor especificidad por los problemos del
poder, el Estado y el Partido; pasa por Lenin y, sobre todo,
por Trotsky y Rosa Luxemburg, para desembocar en Bruno
Ri22i y en Djilas. Progresivamente surge un problema a partir
de la experiencia de la revolución rusa: el Estado creado en
1917 no ha «declinado». Al contrario, la burocracia prolifera.
Capa parasitaria para Trotsky, para Rizzi y Djilas es una «nueva
clase dominante», una clase que utiliza al Estado y al Partido
para asegurar su dominación.
El poder no acepta este análisis. Pero el problema sigue en
pie, y si bien Yugoslavia no permite la difusión en ella de las
tesis sobre la nueva clase, en cambio autoriza una encuesta
—recién publicada por A. Meister—, la única, que sepamos,
realizada por un psicosociólogo y atinente al conjunto del fun-
cionamiento económico y político de un Estado que se consi-
dera a sí mismo como el más fiel a Marx.
Marx opone al régimen de la burocracia el self government
de los trabajadores. Pero no desarrolla este principio de la
autogestión, en la que simplemente advierte la solución del
porvenir, anticipada por la experiencia de la Comuna. El pro-
blema permanece, pues, abierto: ¿qué puede significar un sis-
tema no burocrático? ¿Y de qué modo concebirlo? Pero más
allá de este problema se plantea otro, y éste nos parece deter-
minante: ¿a dónde va la historia? ¿En el sentido indicado por
Hegel —la burocratización progresiva y generalizada del mun-
do—, o en el sentido anunciado por Marx? ¿Cuál es el destino
de la civilización?

208
XL EL PORVENIR

La fuerza de la tesis hegeliana, su provocación, radica en


el hecho de ver en el advenimiento del orden burocrático la
madurez definitiva de la historia y su acabamiento, su consu-
mación. Hegel escribe: «...la consumación del Estado en mo-
narquía constitucional es obra del mundo moderno [... ] la
idea sustancial ha alcanzado su forma infinita».'* De allí, pues,
que la burocracia sea la síntesis que acaba a esa consuma-
ción, que la transmite al conjunto de la sociedad civil. Si la
burocracia es el destino del mundo, entonces Hegel tiene razón:
la historia está acabada, consumada, y sus actuales peripecias
no son más que el cumplimiento de lo que ya había sido deli-
neado en la Filosofía del derecho. Simplemente, el retransmisor
mediador se convierte en el fundamento del orden y en la
figura definitiva de la estabilidad.
Pero ese orden es en realidad un desorden. Una organi-
zación estabilizada del mundo sólo era viable en una época en
la que el cambio no constituía lo esencial de la vida. Pero no
bien el cambio entra a ser ley, el orden es un freno y la buro-
cracia se presenta entonces precisamente como lo que se resiste
al cambio. Con sus funciones fijas, sus jerarquías estandardi-
zadas, la burocracia parecía detener el tiempo y dejar atrás la
novedad. Pero es una calma que sufre la zapa de las crisis; la
vida se le escapa, y las «disfunciones» de la organización expre-
san esa parte de la vida colectiva que no quiere en modo alguno
someterse al orden general y oficial. Dentro del aparato buro-
crático, las luchas por el poder continúan.
Entonces hay que admitir que esa estabilidad es siempre
relativa, que periódicamente se ve sacudida por crisis y que
los modelos de la estabilidad no se adecúan, o no se adecúan
ya, ni convienen a las exigencias de las sociedades. Para Max
Weber, la burocracia era el espíritu de sistema absoluto en la
organización. Para quienes prosiguieron el análisis emprendido

98. Hegel, Filosofía del derecho, trad, franc, pág. 212.

209
por Weber, se hace patente que el sistema sólo se sostiene en
la cosificación, en la negación de la vida, de la participación
y de la creatividad.
Los conjuntos sociales, esto es, los grupos, las organiza-
ciones y las instituciones —tomamos este último término en
el nivel de las estructuras de la sociedad global—, jamás se
cierran en sí mismos. En las determinaciones de las organiza-
ciones e instituciones siempre se toma un grupo primario. Toda
organización social —escuela, empresa, hospital— se comunica
necesariamente con otras organizaciones dentro de conjuntos
institucionales; además, la organización nunca es totalmente
homogénea: en la empresa hay organizaciones que se encuen-
tran, que cooperan, que entran en conflicto. El sentido de los
conjuntos está siempre a la vez aquí, ahora y en otra parte,
y en la historia. Ningún conjunto social puede constituir una
totalidad acabada.
Ahora bien, la voluntad burocrática es, fundamentalmente,
voluntad de acabar totalidades parciales, en el espacio social
y a la vez en el tiempo. En el espacio social, la organización
burocratizada ya no es acto colectivo permanentemente crea-
dor; es un entidad social inmovilizada, coagulada. En el tiem-
po, la burocracia tiende a rechazar el cambio; su voluntad
radica, como decía Max Weber, en «perseverar en su ser».
Ese acabamie'nto es ilusión de acabamiento. En el nivel de
la burocracia no es posible la estabilidad acabada, y el impulso
revolucionario cae si no avanza siempre más lejos, si renuncia
a hacer la historia, porque la historia «no puede encontrar una
consumación, un acabamiento definitivo, en un estado perfecto
de la humanidad»,'' como escribe Engels.
He ahí la alternativa fundamental. Ese es el asunto que
preocupa hoy a quienes formulan con la más decidida agudeza
los problemas del devenir de nuestra sociedad. Más aún, desde
que heiños descubierto que en todos los países llamados socia-
listas una nueva clase dirigente domina a la sociedad, y que
en todos los países denominados del «Tercer Mundo» la do-

99. Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.

210
minación colonial ha cedido su puesto a la dominación burocrá-
tica, desde entonces, pues, hemos descubierto que el problema
burocrático es el gran problema político de nuestro siglo, un
problema no resuelto. La oposición ya desarrollada entre hege-
lianismo y marxismo constituye, luego, la elaboración concep-
tual más rigurosa de un problema muy concreto, muy cotidiano
y muy actual.
Aclarado lo anterior, preciso es ver que una elaboración
teórica como ésa es a la vez necesaria e insuficiente para quien
quiere captar lo más cerca posible las realidades del mundo
de hoy. Así, por ejemplo, para el sociólogo, los caracteres fun-
damentales de la burocracia tales como los acabo de enunciar
a continuación de todos los autores, y para presentar la síntesis
de sus análisis, no son caracteres eternos. La rigidez, el hielo de
las comunicaciones, el rechazo brutal para con los desviados,
etc., son características de la burocracia en las bases A y B.
Esto significa que si tales caracteres desaparecen, o si se mo-
difican de manera profunda, no habría que interpretar sus
modificaciones como el fin de la dominación burocrática.
La burocracia existe como sistema social mientras existe la
propiedad privada de la organización. Esto significa que el
hecho de haber abolido la propiedad privada de los medios de
producción no implica consecuentemente que también se haya
abolido la dominación del hombre por el hombre.
Lo mismo ocurre respecto de la dominación colonial y res-
pecto de toda forma de servidumbre al imperialismo de las
grandes potencias. Aunque se haya puesto fin a esas formas
de dominación, los pueblos liberados quedan a menudo some-
tidos a la dominación interna de la nueva clase dirigente.
Y esta nueva clase niega sin descanso su carácter de clase
dominante. Afirma, por el contrario —y este es el fundamento
mismo de su ideología—, que se sacrifica por el bien común
y que su misión consiste en liquidar las ijltimas bases históricas
de la dominación.
Cuando en el siglo xviii la burguesía, «clase ascendente»,
desarrolló su lucha por la transformación de la sociedad bajo
su dirección, los ideólogos burgueses difundieron en la sociedad
unos cuantos temas liberadores: libertad, igualdad, fraterni-

211
dad... La clase en ascenso adhería a estas consignas y las hacía
suyas. Pero la libertad «universal» que pedía era, en reali-
dad, su libertad. Así también hoy en nuestros días, el proyecto
socialista es llevado adelante y proclamado por los dirigentes
más esclarecidos de las arganizaciones de masa o de ciertos
Estados que se dicen socialistas. Pero a veces parece que en lo
que en rigor reclaman los burócratas más modernistas, espe-
cialmente entre los sindicalistas europeos, es su propio acceso
a la dirección de la nueva sociedad. Por autogestión hay que
entender entonces la gestión de la sociedad por una nueva
burocracia, de la fase C con sus «gentiles organizadores», como
se dice en el Club Méditerranée.
Al mismo tiempo se hace presente, como ya lo hemos obser-
vado, que en su práctica esta nueva burocracia se moderniza,
denuncia la rigidez y los demás caracteres de la burocracia en
las fases A y B. (De ahí, por ejemplo, los conflictos dentro
de determinados sindicatos o de ciertos Estados, entre buró-
cratas de tipo tradicional y burócratas de nuevo cuño.) Por
último, el ascenso de la nueva burocracia coincide con el desa-
rrollo mundial de una «sociedad de consumo»: los transistores
difunden hasta en el corazón del Africa los modelos de esta
sociedad con su nuevo conformismo. Nuevas form.as de aliena-
ción aparecen. Un poder más sutil, más flexible, se instala len-
tamente. Resulta difícil decir qué será de nuestro porvenir.
Pero esta es una incertidumbre que, aunque fundamental, no
impide en modo alguno actuar, como ahora vamos a verlo.

212
CAPITULO IV

LAS INSTITUCIONES
Y LA PRACTICA INSTITUCIONAL

DEFINICIÓN DE LAS INSTITUCIONES

Por instituciones se entiende:


—grupos sociales oficiales: empresas, escuelas, sindicatos;
—sistemas de reglas que determinan la vida de estos grupos.
Hasta ahora el estudio de las instituciones incumbía esen-
cialmente a los sociólogos. A comienzos del siglo xx, Fauconnet
y Mauss definen la sociología, siguiendo las huellas de Dur-
kheim, como una ciencia de las instituciones. Escriben: «Las
instituciones son un conjunto de actos o ideas completamente
instituido que los hombres encuentran delante de ellos y que
se les impone en mayor o menor medida. No hay razón alguna
para reservar exclusivamente esta expresión, como se lo hace
corrientemente, para los arreglos sociales. Por esta palabra en-
tendemos, pues, tanto los usos y modos, los prejuicios y las
supersticiones, como las constituciones políticas o las organiza-
ciones jurídicas esenciales, pues todos estos fenómenos son de
la misma naturaleza y sólo difieren por su grado. En suma, la
institución es en el orden social lo que en el orden biológico
es la función, y así como la ciencia de la vida es la ciencia de
las funciones vitales, así también la ciencia de la sociedad es la
ciencia de las instituciones definidas de este modo».'
En cambio, un sociólogo contemporáneo, Georges Gurvitch,

1. P. Fauconnei y M. Mauss, «Art: Sociologie», Grande Encyclopedic.

213
se esfuerza por eliminar del vocabulario sociológico el concepto
de institución: «Este término —dice— ha sido empleado en
Francia, con sentidos bastante divergentes, por la escuela dur-
kheimiana y en la obra de Maurice Hautiou. Actualmente, los
sociólogos norteamericanos usan y abusan de él con una pro-
fusión y una falta de claridad asombrosas... Se comprenderá
que la sociología contemporánea salga del todo gananciosa si
se desembaraza del concepto de institución, tanto más cuanto
que recientemente se ha comenzado en los Estados Unidos a
comprometer el concepto, muy útil en sí mismo, de 'estructura
social' vinculándolo al de institución».^
Al concepto de institución se lo utiliza en sectores media-
namente próximos a la investigación sociológica. Y especial-
mente:
—en el lenguaje jurídico. Maurice Hauriou propone sepa-
rar, dentro del concepto de institución, la institución-grupo y
la institución-cosa.'' Sartre establece una distinción y una unifi-
cación análogas entre la institución-praxis y la institución-cosa; *
—en el vocabulario de la antropología se distinguen, con
Kardiner, las instituciones primarias y las instituciones secun-
darias. Las instituciones primarias (modos de educación, formas
de propiedad, etc.) actúan sobre la personalidad básica, la for-
man. Las instituciones secundarias son creadas por la persona-
lidad básica de una sociedad. El paso de una a la otra se
efectúa mediante mecanismos comparables al mecanismo freu-
diano de la proyección.^

M. Dufrenne observa que, «cuando Kardiner define la ins-


titución como 'lo que los miembros de la sociedad sienten,
piensan o hacen' [...] no se sabe muy bien dónde comienza
lo social y dónde termina lo psíquico. Parécenos que sería

2. Georges Gurvitch, La vocation actueUe de la sociologie, tnd. fnnc.,


fttís, t. r, pint. 81.82 y 427-430.
3. Maurice Hauriou, «La thforie de rinstitution et de la fondation»,
Cabien de la Nouvelle Joumée. 1925.
4. Jean-Paul Sartre, Crítica de la razón dialéctica.
7. Abraham Kardiner, The individual and his society, Nueva York, 1939.

214
menester devolverle a la institución su peso de objetividad y
su especificidad, y consiguientemente distinguir con mayor
claridad entre la institución como hecho social y la institución
como práctica vivida».'
También los psicosociólogos emplean la noción de institu-
ción, como lo muestra J. Stoetzel: «Las relaciones interperso-
nales no se producen entre desconocidos que se encuentran
en el desierto; se desarrollan dentro de contextos sociológicos,
tienen instituciones por marco y hasta dependen estrechamente
de la cultura particular en la que aparecen. Un buen ejemplo de
la manera en que los estatutos y los roles sigen las relaciones
interpersonales en situaciones sociales determinadas lo propor-
ciona el caso del enfermo y el médico tal cual lo analiza Parsons
[... ] Además, los medios mismos del intercambio son objeto
de una institucionalización. Es lo que parece mostrar el estu-
dio de las modalidades según las cuales funciona el intercambio
verbal».'"'
Desde 1942, el concepto de institución ha adquirido un
sentido nuevo con la terapéutica institucional: el movimiento
ae la psicoterapia institucional ha hecho hincapié en la posi-
bilidad de dar a las «instituciones» psiquiátricas una función
terapéutica y no ya antiterapéutica. La institucionalización del
medio por los enfermos (clubes, etc.) tiene función terapéutica,'
La definición de las instituciones y el empleo de este con-
cepto en el terreno son de orientación sociologizante. Sin rene-
gar por completo de tal orientación, nos vemos llevados, como
consecuencia de las observaciones de psiquiatras y analistas
que practican la terapéutica institucional, a impulsar aún más
la investigación y a formular la hipótesis de que la institución
existe también en el nivel del inconsciente del grupo.
Para aclarar esta orientación hay que partir de la idea, de-

6. M. Dufrenne, «La personnaliié de base», Traite de sociologie, París,


P.U.F., 1960, t. II.
7. J. Sioeczel, «La psychoIoRÍe des relations interpersonnelles», Traite de
sociologie. P.U.F. París. 1960, t II.
8. F. Parsons, Elements pour une sociologie de ¡ac/ion, irad. franc, Cap.
V, Plon, París, 1955, págs. 193 255.
9. F. Tosquelles, Pedagogic el psycholhérapie insliliilionnelle, París, 1956.

215
sarrollada por Lévi-Strauss '" sobre todo, de que el inconsciente
individual pertenece al orden institucional, que es el que es-
tructura al parentesco. Lévi-Strauss se ha beneficiado con una
doble herencia: el descubrimiento etnográfico de la prohibición
del incesto y el descubrimiento freudiano del complejo de
Edipo, más o menos contemporáneos. Freud traduce con el
mito del parricidio original y el principio de la repetición
ontogenética de la filogénesis histórica la idea de que el in-
consciente individual se halla vinculado al orden institucional,
como aún se lo ve en el análisis de los ritos de paso y entrada
en la vida.
Precisemos un poco más. El complejo es una estructura de
origen institucional que organiza lo vivido y la historia indi-
vidual. De igual modo, para Lévi-Strauss las estructuras ele-
mentales e instituidas del parentesco organizan las relaciones
sociales concretas de parentesco, establecen los intercambios,
determinan las prescripciones y las prohibiciones. La universa-
lidad del complejo de Edipo significa que la estructura uni-
versal de la institución-parentesco está presente en la vivencia
individual. Nuestro inconsciente está instituido.
De esta manera encaramos el problema del grupo y de la
institución en el grupo, en su inconsciente. «La experiencia del
grupo» es la vivencia de un orden estructurante, institucional,
que traduce dentro del grupo a la organización de la sociedad
y, sobre todo, su organización política, la de la producción.
Pero los demás tipos de organización de la vida social se hallan
igualmente presentes en el inconsciente de grupo, algunos de
cuyos mecanismos ha enfocado Freud, como por ejemplo el
de la identificación. ¿Cuál es la génesis del inconsciente social?
Implica ciertas represiones sociales, como la de la «censura
burocrática» con respecto al habla del grupo. Por ejemplo: en
una clase experimental en autogestión, los alumnos crean im
periódico, y la dirección censura un artículo. Entonces se puede
estudiar en la clase la vivencia de esa censura en el nivel in-
consciente y consciente (expresión indirecta de la reacción a la

10. Qaude Lévi-Strauss, Introduction i Marcel Mauss: Sociologie et


Anthropologie, P.U.F., París, s.f.

216
supresión). La burocracia desempeña en esto un papel estruc-
tural comparable al superyó.
Con ello se comprenderá mejor las dificultades encontradas
para practicar en el grupo, sobre todo en el T. Group, el aná-
lisis institucional: dificultades entre los analizados (los prac-
ticantes), pero también entre los analistas (preceptores o mo-
nitores de grupos) y hasta entre quienes aceptan hoy nuestras
hipótesis acerca del orden institucional y se esfuerzan por lle-
varlas a la práctica en sus experiencias.
Inversamente y de manera complementaria, el análisis ins-
titucional puede ser también una resistencia. Cierto es que no
se puede aceptar tal cual, sin analizarla, la voluntad de esta-
blecer el análisis en «la dimensión institucional».
La práctica psicosociológica tiene que ver con instituciones,
pero siempre a través de los grupos que hablan: el habla de
la sociedad pasa a esos grupos como habla reprimida, ideolo-
gizada, censurada por las instituciones, como lenguaje del des-
conocimiento, y en esa alienación del habla inacabada se mues-
tra y oculta la dimensión política. Roland Barthes " ha puesto
de relieve una oposición entre el acabamiento de la lengua y el
inacabamiento del habla: «...en el lenguaje hay una despro-
porción muy grande entre la lengua —conjunto finito de re-
glas— y las 'hablas' que acuden a establecerse bajo esas reglas
y que alcanzan un número prácticamente infinito». Barthes
subraya igualmente, como Saussure, el carácter institucional
de la lengua y la relación del habla con esa institución: «Frente
a la lengua, institución y sistema, el habla es esencialmente un
acto individual de selección y actualización». Respecto del
habla, nosotros diríamos, más bien, un acto interindividual,
pues implica al Otro, a quien uno se dirige.
Este modelo concuerda con el de Saussure, que distingue
entre la lengua (institución) y el habla (lugar de la relación
interindividual), probablemente a partir de una reflexión sobre
el conflicto entre Durkheim y Tarde y, con ello, sobre la sepa-
ración entre sociología y psicosociología.

II. Roland Barthes, «Elements de sémiologie», Communications, 4, 1964.

217
Si traigo aquí a colación la pareja institución-creación, que
parece reproducir a la de lengua-habla, lo hago recordando
también que esa pareja es, según Barthes, la del sistema finito
de las estructuras y la del sistema infinito del habla. Traduci-
remos con la oposición de lo acabado y lo inacabado.

*
* *

Resumamos la evolución.
El sentido del concepto de institución se ha modificado
profundamente de más o menos un siglo a esta parte. En
tiempos de Marx, esto es, en el siglo xix, se entendía por
instituciones, esencialmente, los sistemas jurídicos, el derecho,
la ley. Así, pues, para el marxismo las «instituciones» y las
«ideologías» son las «superestructuras» de una sociedad deter-
minada, cuyas «infraestructuras» son las fuerzas productivas y
las relaciones de producción.
Luego, en una segunda fase, el concepto adquiere una im-
portancia central en sociología, con la escuela francesa. A co-
mienzos del siglo XX, Durkheim y su escuela definen la socio-
logía como una ciencia de las instituciones.
Y hoy, por fin, hemos entrado, con el estructuralismo, en
una nueva fase, que conduce a un profundo retoque del con-
cepto, en relación con las prácticas institucionales que se desa-
rrollan en los campos de la psiquiatría, la pedagogía y la psico-
sociología. Una nueva definición de las instituciones está ela-
borándose: P. Cardan toma nota de ello."

LAS INSTITUCIONES ESCOLARES

La escuela es una institución social regida por normas ati-


nentes a la obligación escolar, los horarios, el empleo del tiem-
po, etc. Por consiguiente, la intervención pedagógica de un

12. P. Cardan, «Marxisme et théorie révolutionnaire», Socialisme ou


Barbarie (39), 1965.

218
docente (o de un grupo de docentes) sobre los educandos se
sitúa siempre dentro de un marco institucional: aula, escuela,
liceo, facultad, pasantía o prácticas.
La investigación pedagógica debería, luego, formular clara-
mente el problema de las instituciones y de su vivencia, y de-
bería hacerlo en su conjunto, distinguiendo entre instituciones
externas al aula —de las que ya se ocupa la Sociología de la
Educación— e instituciones internas.
Dentro de la pedagogía tradicional, estas instituciones se
imponen en el aula como un sistema al que no se lo puede
discutir. Es el marco necesario de la formación, su soporte,
considerado indispensable. Por oposición a esta concepción de
las «instituciones», proponemos llamar «pedagogía institucio-
nal» a una pedagogía en la que las instituciones son medios
cuya estructura se puede cambiar. En la autogestión pedagó-
gica, los educandos son instituyentes en el nivel de las insti-
tuciones internas.

Llamo instituciones pedagógicas internas:


— a la dimensión estructural y regulada de los intercam-
bios pedagógicos (con sus límites; por ejemplo, la hora de
entrada y la de salida de clase es un marco externo al aula,
regulado por el conjunto del grupo escolar);
— al conjunto de las técnicas institucionales " que se pue-
den utilizar en la clase: el trabajo en equipos, el Consejo, etc.
Hemos denominado instituciones pedagógicas externas a las
estructuras pedagógicas exteriores al aula, al grupo escolar de
la que la clase forma parte, a la Academia, a los inspectores,
al director de escuela. En toda pasantía o práctica de forma-
ción (formación de educadores, de vendedores, de psicosoció-
Jogos...), la institución externa es la organización que ha ins-
tituido la práctica (tal práctica ha sido «instituida» p)or una

13. Véase: Fernand Oury, «Mise en place d'institutions dans le groupe-


classe», Education el Techniques (5).

219
empresa, tal otra por una organización de psicosociólogos, por
ejemplo). Los programas, las instrucciones y los reglamentos
son asimismo instituciones externas.
Programas, instrucciones y reglamentos se deciden en la
cumbre de la burocracia pedagógica. Luego se difunde, por vía
jerárquica, hasta la base del sistema: docentes y educandos.
El conocimiento del sistema institucional externo supone, por
tanto, el de la organización burocrática de la educación.
Llamo burocracia pedagógica a una estructura social en la
que:
a) las decisiones fundamentales (programas, designacio-
nes) se toman dentro del sistema jerárquico, pero en la cum-
bre (instrucciones y circulares ministeriales). Existe una jerar-
quía de las decisiones, desde el m.inistro hasta el docente, si
bien éste dispone de cierto margen de decisión dentro del mar-
co del sistema de normas. Desde el punto de vista de las deci-
siones fundamentales, los diferentes grados de la jerarquía ase-
guran, ora su transmisión, ora su ejecución. Los docentes no
participan en el sistema de autoridad, que se detiene en el
nivel de la administración.
La actividad docente es formativa; «transforma» objetos
de intervención (los niños). La actividad burocrática no trans-
forma nada; controla la transformación. El modelo weberiano
ya no conviene al último nivel;
b) en el nivel central, la burocracia ejerce un poder. En
el nivel intermedio es un sistema de retransmisores (con dele-
gación de ciertos poderes);
c) los estatutos y las funciones, obligaciones, sanciones y
condiciones de entrada en la profesión pedagógica se definen
«de manera fija e impersonal» (Max Weber), mediante reglas
que la burocracia misma produce. Hay haremos de adelanto,
códigos de calificación, un anonimato de los exámenes;
d) los estatutos y las funciones, tras de los cuales la per-
sona se borra, se hallan situados de acuerdo con cierta línea
jerarquizada (la «vía jerárquica», que cuenta, de abajo hacia
arriba, con preceptores, profesores, director, inspector prima-

220
rio, inspector de Academia, rector y ministro); de arriba hacia
abajo de la jerarquía se efectúa cierta delegación de autoridad.
Por otra parte, la jerarquía define un sistema de supervisión,
de inspección y control;
e) el «universo burocrático» ,se expresa en el nivel de la
«vivencia» y compete, por ello, al análisis psicológico (ansie-
dad de los maestros, por ejemplo, con motivo de las «visitas»
del inspector, al que se siente más como un control y un juez
que como un consejero pedagógico). A la burocracia se la sien-
te como fuente de juicio y sanción (Kafka ha proporcionado
una descripción literaria de esta dimensión, poco estudiada
por los psicólogos).

Entre los niveles de la burocracia pedagógica hay que dis-


tinguir:
a) un nivel exterior a la escuela: burocracia estatal (di-
recciones ministeriales, inspectores generales) y mediadores bu-
rocráticos (rectorados, inspecciones académicas, inspecciones de
enseñanza primaria);
h) un nivel interior a la escuela: director, regente, cela-
dores, censores.
En el lenguaje corriente a la burocracia se la llama «admi-
nistración». Con posterioridad a Max Weber, el vocabulario
sociológico riguroso prefiere el concepto de burocracia, defini-
do como un término neutro, pero que implica los rasgos de
nacionalización y despersonalización que ya hemos descrito. Esta
racionalidad se ve perturbada por la existencia de subgnipos
(clases, «feudos»).
Tal es, pues, el modelo que debería posibilitar el análisis
del sistema francés de enseñanza en términos de psicosociolo-
gía de la organización. Michel Crozier ha esbozado un análi-
sis.'* También nosotros lo hemos hecho.'' El problema lo ha

14. Michel Crozier, Le phénomene bureaucralique, ed. cit.


15. En nuestra tesis complementaria, en el artículo «Psychologic et
politique», Recherches Universitaires (4-5), 1963, y en el folleto titulado «La
dialectique des groupes», Public. Annexes du Bulletin de Psycholoiie, París,
1961, 50 págs.

221
retomado, en fin, Michel Lobrot, en un Manifiesto aún inédito
cuyos pasajes esenciales vamos ahora a citar.

PARA UNA PEDAGOGÍA INSTITUCIONAL

EL FENÓMENO BUROCRÁTICO

«Hay que insistir en la especificidad del fenómeno buro-


crático, que se desarrolla hoy con una gran velocidad y en una
escala gigantesca, que invade Estados inmensos de arriba abajo,
que modela las relaciones humanas y que introduce un nuevo
sistema de valores.
»Hay quienes sólo ven en él una vicisitud del capitalismo:
la concentración de las relaciones de producción capitalistas
conlleva, al parecer, una jerarquización cada vez más rigurosa
de las funciones y las responsabilidades, la creación y domina-
ción de una tecnocracia intermedia que disfruta de los bene-
ficios capitalistas sin atribuírselos directamente a sí misma, y
una definición más estricta de los estatutos, las funciones, los
derechos y las obligaciones. Desde luego, el fenómeno existe
y no hay que desdeñarlo. Pero no es más que la manifestación
más o menos tortuosa de un fenómeno mucho más general,
que no es cíe esencia capitaíista, aunque tenga algún parentes-
co con él, y al que sólo se puede explicar, si existe el deseo de
no querer conformarse con su mera descripción, con el auxilio
de análisis psicosociológicos. Es un fenómeno que se intro-
duce, pues, actualmente en las estructuras capitalistas y que
trae consigo un espíritu nuevo y nuevas tendencias al viejo
sistema de la economía liberal clásica, pero que muy bien
puede disociarse del capitalismo y constituir un nuevo modo
de dominación, en el que a algunos les agrada encontrar el
espíritu del antiguo capitalismo y acerca de la originalidad del
cual es necesario, no obstante, insistir. Esta disociación se pro-
duce, por ejemplo, en los países del Este.
»Lo nuevo que hay en el modo burocrático de producción
y dominación es, por así decir, su 'altruismo', para hablar en
términos de moral, o bien su carácter 'social', o, mejor aún,

222
su carácter 'democrático'. El capitalismo es un proceso de apro-
piación de los recursos naturales, o, mejor dicho, de los bienes
ajenos, del fruto del trabajo ajeno, de la propiedad ajena, etc.;
es una forma de parasitismo. £1 capitalista puede no trabajar
y vivir de sus rentas; entonces aparece mucho mejor en su
realidad profunda, con su inutilidad, su superfluidad, su ca-
rácter antisocial.
»La burocracia, en cambio, no sólo se presenta como ser-
vidora de la colectividad, sino que la sirve efectiva y realmente.
El burócrata no es esa especie de zángano ladrón y malhechor
que constituye el capitalista; el burócrata trabaja, se sacrifica,
administra, dirige y orienta, planifica, 'sirve'. Criticarlo con el
dicho de que recibe una paga alta no es serio; a menudo el
sueldo de un burócrata ubicado bastante alto no equivale si-
quiera a las rentas de un pequeño comerciante, de un salchi-
chero, por ejemplo. Toda crítica que apunte a identificar al
burócrata con una especie de capitalistas, cuando no tiene las
ventajas ni el estatuto de éstos (aunque esté a su servicio), no
desemboca en parte alguna, como no sea en pasar por ridículo
y soslayar un importante fenómeno.
»Lo que hay que reprochar a la burocracia y a los buró-
cratas es, ante todo, el hecho de alienar fundamentalmente a
los seres humanos al arrebatarles el poder de decisión, la ini-
ciativa, la responsabilidad de sus actos, la comunicación; es,
en otros términos, el hecho de privarlos de su actividad pro-
piamente humana. Este robo en el plano psicológico, esta apro-
piación de las facultades humanas ajenas, esta puesta entre
paréntesis de los grupos sociales reales superan largamente en
nocividad cuanto ha podido hacer y cuanto ha hecho jamás el
capitalismo. La consecuencia en la que se insiste a menudo:
malversación de los recursos colectivos para 'asalariar' a la
categoría dirigente, y empobrecimiento de la colectividad. El
hecho de que las personas no se sientan ya 'interesadas' en el
trabajo que efectúan y no trabajen eficazmente, así como la
rigidez de los procesos económicos, no es más que una conse-
cuencia. Es necesario averiguar cuál es su origen: la servidum-
bre total que se haya jamás concebido, porque es la servi-
dumbre del hombre en su condición de hombre.

223
oPodríamos preguntarnos cómo se ha podido llegar a esto,
por qué razón hay hombres que han llegado a concebir este
modo hipócrita de dominación, que es a la vez útil e invisible
y que justifica su nocividad con su utilidad. En este punto es
donde sería necesario llevar a cabo un análisis psicosociológico.
»La burocracia ha nacido, y probablemente nace en toda
sociedad, ¿el desarrollo de los instrumentos de relaciones hu-
manas, de la dependencia de todos respecto de todos, de la
movilidad mayor. Es, si se puede decir, su base infraestruc-
tural, que sólo es, naturalmente, una condición. Desde el ins-
tante en que ya no recibo directamente mis recursos, mis ob-
jetos de consumo y mi seguridad de la naturaleza y de mí
mismo, sino de los 'otros', está claro que aparece una difusa
angustia para con estos otros, que tanto poder tienen sobre
mí, que retienen mi vida entre sus manos. La prueba de que
son peligrosos está en que me explotan, y no es por casualidad
que la burocracia se haya precisamente desarrollado sobre todo
en países preocupados por suprimir los modos clásicos de ex-
plotación. El explotador es un peligro por los mismos motivos
que lo son un ejército extranjero, un país vecino demasiado
expansivo o bien el bandidismo en cualquiera de sus formas.
»La única manera de protegerse contra la relación humana
consiste en suprimirla. No es necesario que el otro continúe
siendo el origen de una relación; sí lo es que no sea más que
su término.
»La burocracia sabe perfectamente que la verdadera rique-
za, la que nos proporciona seguridad, comodidad, prosperidad,
independencia, no es —o no lo es ya, como en otros tiempos—
la fortuna en dinero que pongo en el banco, los bienes mobi-
liarios o inmobiliarios, el 'capital', sino el trabajo de la colec-
tividad, la competencia de los demás, los instrumentos colec-
tivos de producción. El problema radica en apoderarse de ese
""«njunto, controlándolo, dirigiéndolo, haciéndolo servir en be-
neficio propio. ¿De qué modo se puede hacer esto? No, evi-
dentemente, acumulando ese objeto de cambio que es el di-
nero, cuyo valor, cuyas posibilidades de circulación y cuyos
modos de transmisión dependen de la colectividad —aun cuan-
do semejante acumulación todavía pueda ser útil—, sino con-

224
virtiéndolo en la colectividad misma, estableciendo su poder
sobre ella, obrando de modo de hacer converger hacia uno los
frutos de su trabajo. Estos no necesitan ya que se los 'acumu-
le'; basta que tomen cierta dirección, que se distribuyan de
determinada manera. La riqueza real ya no consiste en un
objeto reconocible y señalable al que uno puede poner al re-
paro, sacar del circuito, hacerlo suyo, sino en un 'objeto vir-
tual', que es la colectividad misma, con su trabajo, sus fuer-
zas, sus recursos, su masa, etc. El problema consiste en apode-
rarse de la colectividad en su condición de tal y no como enti-
dad capaz de producir bienes que se concretan en plusvalía,
intereses, beneficios, propiedades, etc.
»Pasemos ahora al utilitarismo de la burocracia, del que
hablábamos hace unos momentos. La burocracia se explica
muy bien si se piensa que una 'colectividad-poseída' no tiene
el menor interés si no trabaja, si no funciona, si no invierte;
en otros términos, si no realiza en ella misma cierta riqueza
y cierta prosperidad. La explotación de unos por otros que
remata en un empobrecimiento tal de aquéllos, que los des-
truye, sustrayéndoles materialmente lo que poseen, 'robándo-
les', hoy ya no se justifica. Empobrecer a los otros es empo-
brecer a la colectividad, que es justamente la riqueza a la que
uno quiere echarle el guante, apoderarse de ella. Es destruir
su propia riqueza. Es una forma de suicidio.
»¿Cómo procede prácticamente el burócrata para estable-
cer este nuevo modo de dominación, esta apropiación de la
colectividad como colectividad? Hay varios procesos.
»L El primer problema es el de trepar al poder. Pero
no se trata de un poder de explotación en sentido tradicional;
se trata, por el contrario, de un poder que consiste en 'hacer
trabajar', en dirigir, en orientar, en utilizar informaciones, to-
mar decisiones, planificar. Esto supone la aceptación de uno
por la colectividad. Hay, pues, que probar sus buenas inten-
ciones, mostrar su competencia, afirmar su hostilidad para con
los explotadores (de antiguo cuño), cosas todas que se pueden
hacer gracias a una revolución que lleve al poder a hombres
que pretenden estar enamorados de la prosperidad y la segu-

225
ridad colectivas (¿cómo no habrían de estarlo?). Las más de
las veces se lleva a cabo de otra manera; exhibiendo sus di-
plomas, mostrando sus conocimientos (uno ha salido de la es-
cuela politécnica) y, sobre todo, justificando una formación
considerada precisamente capaz de hacernos aptos para las
funciones directivas;
»2. El verdadero motor de la dominación es la concep-
ción, la formación y el establecimiento de un estatuto aceptado
por la colectividad que asegure de manera definitiva, esto es,
para toda la vida, el derecho de los individuos que adminis-
tran de permanecer en sus puestos y recibir todas las ventajas
atribuidas a éstos. Medidas en salario mensual o anual, esas
ventajas son flacas. Medidas en seguridad-efectiva, en estabili-
dad del empleo, en derechos de toda índole, en recompensas,
honores, consideración, respeto, son inmensas. En rigor, son
mucho mayores que las que resultan, por ejemplo, de una for-
tuna familiar o personal, siempre amenazada por la colectivi-
dad y utilizada por trocitos, lo que siempre equivale a 'comer-
se su capital'. La dominación se halla, pues, sostenida por la
rigidez, la fuerza, la estabilidad de las instituciones, como por
ejemplo las instituciones administrativas;
»3. Aunque laS instituciones sean aceptadas por la co-
lectividad, que se cree protegida, dirigida, sostenida y defen-
dida por ellas, se necesita, no obstante, una defensa particular,
una defensa que asegure una seguridad absoluta al sistema;
tal es la policía y todo lo que va con ella. Esto acarrea la in-
tervención de la violencia;
»4. La institución policial se justifica por el hecho de que
los administrados siempre terminan por advertir, en uno u
otro momento, que se los ha perjudicado en su poder de deci-
sión, de colaboración, de creación, de invención, de comuni-
cación, es decir, de su libertad real. La solidez del sistema les
permite a aquellos que forman parte de él continuar tomando
decisiones en el lugar de los demás, imponiéndolas y hacién-
dolas respetar;

226
»5. Una de las fuerzas del sistema consiste en un argu-
mento que parece irrefutable: 'No sois capaces de tomar deci-
siones, pues sois demasiado débiles y estáis muy mal informa-
dos, muy mal ubicados', etc. Objetivamente, esto es cierto:
personas a las que se trata como niños no pueden desarrollar
en ellas las aptitudes que les permitirían ser otra cosa. Volve-
remos a encontrar este argumento con los verdaderos niños,
cuya naturaleza —-en sentido sartreano-— de niños permite
justificar la autoridad que se les impone;
»6. Si nos situamos en el punto de vista del contenido
de las decisiones de la burocracia, resulta evidente que éstas
tienden a permitir los intercambios, asegurar el funcionamien-
to, programar, planificar, ponerse en principio al servicio de la
colectividad. Sin embargo, la única finalidad a la que se apun-
ta explícitamente es el incremento material de las riquezas
(realizado o no), y no el florecimiento psicológico de los indi-
viduos. Ese incremento material, si se realiza —y en semejante
sistema se realiza relativamente mal en comparación con las
posibilidades tecnológicas ofrecidas—, desemboca, en el aumen-
to de la masa de bienes, los que vuelven prioritariamente a
los burócratas, que en cierto modo los poseen, no en sentido
capitalista, sino en un sentido nuevo que no ha sido aún defi-
nido. El director que dice 'mi fábrica, mi escuela', etc., y que
sólo es, en realidad, un gestor, no dice algo carente de signi-
ficación; desea significar una identificación, que es real y esta-
tutaria, de su persona con la realidad, a la que administra;
posee su función, que a su vez remite a las realidades sobre
las que se ejerce.
»Por otra parte, el burócrata que apunta no sólo a admi-
nistrar, sino también a aumentar los instrumentos de produc-
ción, a provocar nuevas inversiones, a prever planes a largo
término, apunta no sólo a incrementar las posibilidades de
trabajo, sino sobre todo a crear objetos nuevos, sobre los que
se habrá de ejercer su gestión; aumenta, pues, su propio poder,
además de su reputación. Y aquí se produce un fenómeno de
autocreación del poder muy comparable a la autorreproducción
del capital, de la que habían hablado los marxistas. Por ejem-

227
pío, si el burócrata promete 'grandes trabajos', además de
tener la gloria de éstos extiende la influencia de la burocracia,
que ha de ser tanto más fuerte cuantos más sectores admi-
nistre.
»E1 fenómeno burocrático no es, por tanto, asimilable a
ningiín otro; es una forma de dominación sui generis. No apa-
rece como una forma de parasitismo, a la manera del capita-
lismo, sino, por el contrario, como el motor, como el núcleo
central, como el cerebro de la sociedad, es decir, como la cosa
más útil, más necesaria, más esencial. Desea el 'Bien' de todos:
asombroso. Desea nuestro bien en contra de nosotros mismos
y a pesar de nosotros. Llegado el caso, nos obligará a reali-
zarlo. Sabe mejor que nosotros lo que queremos. Es nuestra
voluntad, nuestro conocimiento, nuestra personalidad. A él
debemos la vida y el ser. Es 'el Padre', el poder paterno.
¿Acaso no se decía de Stalin que era el 'Padre de los Pue-
blos'?»

LA PEDAGOGÍA BUROCRÁTICA

«AI recordar este aspecto 'religioso' de la burocracia cae-


mos, sin quererlo, en el problema pedagógico. El burócrata-
soberano es el Padre, no sólo porque actúa como un Padre,
lo cual resultaría más bien positivo, sino sobré todo porque
el Padre es las más de las veces un burócrata. El modelo de
dominación pedagógica prefigura y contiene al modelo de do-
minación burocrática; es su justificación profunda: si los indi-
viduos no hubieran experimentado durante toda su infancia
el modo de dominación pedagógica, jamás aceptarían el modo
burocrático de dominación. Esta se les presentaría como la
peor de las alienaciones.
»Lo común que hay entre el modo de dominación pedagó-
gica y el modo burocrático de dominación es que uno y otro
pretenden 'querer el bien' del sujeto dirigido o administrado,
y ello en contra de él mismo; de ser necesario, se lo administra
en la mayor medida posible, se lo sacrifica en aras de la causa
común. Y es cierto que pedagogo y burócrata no tienen nada

228
de ladrones-parásitos, que no les quitan a los demás lo que
son, que no hacen trabajar en lugar de ellos a los demás, etc.
En sentido marxista, no son explotadores.
»Hace ya mucho que la sociedad ha renunciado a explotar
a los niños pequeños haciéndolos trabajar, integrándolos muy
pronto a la producción, considerándolos como esclavos. Se de-
sea que los niños 'aprendan', adquieran hábitos, conocimientos
y aptitudes que después les serán útiles, que les darán la posi.
bilidad de ejercer un oficio. Tanto el Padre como el docente
dicen: 'Más tarde me lo agradecerás, comprenderás los sacrifi-
cios que hemos hecho por ti', etc.
»Sin embargo, esa desmesurada voluntad del bien ajeno va
acompañada por la voluntad, igualmente sin medida, de no
tomar en cuenta las decisiones del otro, sus deseos, sus aspi-
raciones, sus tendencias. En pedagogía, tanto el Padre como
el docente tienen en su mente cierta concepción de los fines
deseables para un niño. El problema consiste en que el niño
efectúe los actos que corresponden a esos fines, los actos que
deben, en principio, conducir a esos fines. Por ejemplo, pien-
san que es deseable que el niño posea con el tiempo cierto
saber, y de ahí sacan, de una manera poco menos que matemá-
tica, la conclusión de que es necesario 'imponerle' ese saber,
aunque el niño no lo desee. Es necesario hacerle crear cierto
número de acciones que inducirán en el niño, piensan, la in-
troducción de ese saber. El único problema que se plantea es:
¿de qué modo obligar al niño a ese género de actos que no
tiene ganas de hacer? Pues bien, se dispone de una amplísima
gama de medios de presión (castigos, chantaje afectivo, etc.).
»La crítica que se le puede dirigir a este sistema es que
resulta ineficaz y no logra justamente obtener lo que pretende.
Toda la psicología contemporánea del aprendizaje y la forma-
ción muestra que el ser humano sólo adquiere dentro de los
límites estrictos del interés que tiene en adquirir. Un compor-
tamiento adquirido se extingue si no se lo 'refuerza' y 'con-
firma'. El niño que aprende su lección para recitarla o para
aprobar un examen ha de olvidar el contenido de la lección
una vez recitada y todo lo que haya aprendido para dar el
examen.

229
»Si hay en este sistema cosas que se aprendan real y defi-
nitivamente, son aquellas que nos llevan a comprender que el
sistema contiene fallas y, también, h de que la prosperidad
económica se introduce en un sistema burocrático porque en
uno u otro momento se impone la obligación de dejar que los
individuos tomen decisiones, se organicen ellos mismos, inves-
tiguen solos. Si no hubiera recreos, en los que los niños pueden
hacer cosas que les interesan; si no existiera cierto inconfor-
mismo de los docentes, que buscan el contacto humano más
que el respeto al programa; si no hubiera cierta preocupación
por lo atractivo y el interés, probablemente no se transmitiría
nada de nada. Si algo se transmite, es porque el modo de do-
minación pedagógica no es absoluto y cabalmente lógico con-
sigo mismo. De cualquier forma, toda adquisición verdadera
se logra en contra del modo de dominación pedagógica. De
donde resulta, naturalmente, que la rentabilidad del sistema
es muy baja.

ORIGEN DE LA PEDAGOGÍA BUROCRÁTICA

«A nuestra comparación entre dominación pedagógica y do


minación burocrática se le podría objetar que no se ve el in-
terés que pueda sentir el pedagogo por ese tipo de dominación,
mientras que el interés que pueda tener el burócrata por la
dominación se lo ve clarísimo. El pedagogo, sobre todo si es
sólo un padre, no posee un estatuto que le proporcione venta-
jas sociales diversas y apreciables, al revés del burócrata.
»Y aquí llegamos al nudo del problema. ¿Por qué el pe-
dagogo se empeña en tener un hijo sabio, 'bien educado', pro-
visto de un altísimo número de aptitudes, etc.? ¿Por qué, so-
bre todo, esa preocupación se le vuelve obsesiva hasta el extre-
mo de contaminar sus relaciones con el niño, atiborrar de in-
quietudes a éste, crear tensiones casi insostenibles? No hay
más que una sola respuesta: el pedagogo se identifica más o
menos con el hijo, ya presente, ya futuro. El éxito del hijo
es su éxito; el fracaso del hijo, su fracaso. ¿Por qué esa iden-
tificación? El niño está llamado a separarse de él, a tener su

230
vida propia. Es comprensible la identificación del burócrata
con la colectividad trabajadora: su vida, sus ventajas y su
seguridad dependen de ella. ¿Pero el pedagogo? Plantear así
el problema es responder: esa identificación es, ni más ni me-
nos, una identificación burocrática. Claro es el caso del docente:
no justifica su lugar ni asegura su carrera dentro de la jerar-
quía administrativa como no sea en la medida en que haga
ese tipo de trabajo, y lo haga bien, sometiéndose a los pro-
gramas, satisfaciendo al inspector. No por casualidad la admi-
nistración de la educación nacional es hoy la más jerarquizada
después de la del ejército.

»Todas las relaciones educacionales son en realidad rela-


ciones jerárquicas, que se justifican hipócritamente por las exi-
gencias de la formación y la cultura.
»Por ejemplo, el examen es uno de los motores de la en-
señanza moderna. El examen no es, por motivo alguno, una
medida de las aptitudes reales adquiridas; Henri Piéron " lo
ha mostrado claramente. Es sólo una medida de la eficacia
de la preparación para el examen, o sea, una medida de los
conocimientos adquiridos con miras al examen, sin que haya la
preocupación de saber si tales conocimientos durarán después
del examen y a pesar de éste o si han traído consigo el gusto
por el saber o, por el contrario, su repugnancia. Pero hay que
ir más lejos. El examen es, sobre todo, el punto de referencia,
el criterio, el sistema de medición del docente; éste, que es
un burócrata," necesita conocer las normas de su trabajo, y
éstas no pueden ser, por ningún motivo, el florecimiento real
de los sujetos que le han sido confiados. Las normas en cues-
tión deben ser materiales y estar materializadas; deben expre-
sarse en términos de cantidad, de conocimientos ofrecidos, en
respeto o falta de respeto por un programa, en porcentaje de
éxitos en los exámenes. El burócrata docente debe poder decir:

16. Hcnri Piéron, Examen et sociologie, P.U.F., París, 1963.


17. Esta tesis del docente burócrata no es la de Claude Lefort. Véase
Arguments, niím. 17, 1960.

231
'He hecho la totalidad de mi programa; he obtenido tantos
éxitos en los exámenes'. Poco le importa, en el fondo, los efec-
tos psicológicos reales de su enseñanza. Lo que se necesita
sobre todo es 'probar' que satisface la función que se le ha con-
fiado y en la que descansan su vida y su seguridad, así como
las de su familia. La obsesión del padre del niño de que hablá-
bamos hace un momento sólo es, por tanto, una apariencia;
mejor dicho, no es más que el producto de una identificación,
pues el bien del niño es, en realidad, el bien del docente y del
adulto, así como el bien de la colectividad trabajadora es, en
realidad, el bien del burócrata.
»De una manera más flexible, otro tanto ocurre en el caso
del padre. Claro está, su función paterna no es una función
administrativa, en sentido estricto. Su función de padre se
vincula, no obstante, a su situación sociológica y a su función
social. Pertenece a cierta capa social. No digamos 'clase', si no
queremos caer en categorías marxistas, aunque haya en ello,
por cierto, un fenómeno clasista. Para él resulta importantísi-
mo continuar perteneciendo a esa 'capa social', a la que perte-
nece no sólo por él mismo, sino además por sus lazos familia-
res, sus amistades, su reputación. Suponiendo que tenga un
hijo que sea 'mal educado', que no trabaja, que no 'triunfa',
inevitablemente significa la caída de ese hijo en una capa so-
cial inferior, que ha de arrastrar consigo, poco o mucho, a
todos los suyos: su padre, madre, hermanos, etc. Este hundi-
miento social por interpósita persona es impensable para el
padre, que no puede aceptar la negación de su función y su
estatuto.
»También en ello la identificación con el hijo significa una
angustia del padre respecto de él mismo, angustia que se dis-
fraza de angustia con respecto al hijo.
»Hay, por ello, íntima comunicación entre la dominación
burocrática y la dominación pedagógica; esto sólo es, en defi-
nitiva, una forma de dominación burocrática, a la que por
otra parte prepara y permite al formar al niño para tamaña
dominación.
»En el punto de partida de una y otra se encuentra, repi-
támoslo, la angustia del Otro y la voluntad de defenderse de

232
él neutralizándolo y poseyéndolo a la vez. Semejante actitud
no sería posible si el Otro se lo concibiera como una posibili-
dad de comunicación y relación en una situación de total reci-
procidad. Si no se lo concibe de esta manera, es porque pre-
cisamente la dominación pedagógica impide hacer con él una
experiencia humana auténtica.
»¿Caemos, con ello, en un modo de explicación meramente
psicológico, a la manera de Max Pages, quien, inmerso en la
visión de la psicología norteamericana, ve en la voluntad de
Poder un resultado de la angustia dentro de las relaciones
interindividuales? Por supuesto que esto se halla a menudo
en la sed de Poder o en las reacciones frente al Poder: un
docente puede sentir miedo del inspector, que puede ser, como
hombre, despótico e incomprensivo. Sin embargo, el miedo al
inspector es las más de las veces, como hemos observado, mie-
do a la función, cualquiera que sea quien la cumple. Es una
función que suscita objetivamente miedo porque consiste en
vigilar, en calificar, y porque nuestra carrera depende de ella.
»E1 proceso de formación de la dominación burocrática o
pedagógica no se explica por relaciones interindividuales. El
individuo que siente miedo de la colectividad y que a la vez
desea apropiarse de ésta no reacciona frente a individuos ais-
lados, sino frente a una colectividad constituida, concebida por
él como tal. Tratarlo al margen de las instituciones de las que
forma parte es un error. La institución no es un epifenómeno
que desfigure los mecanismos reales; se la desea como tal, con
sus atributos y sus caracteres propios, y es objeto de quien
desea el Poder. El análisis institucional es, pues, impensable
para comprender los fenómenos de dominación pedagógica o
burocrática.

EL ESPÍRITU DE LA PEDAGOGÍA INSTITUCIONAL

«El movimiento de la pedagogía institucional que se desa-


rrolla actualmente en Francia, con la autogestión educativa,
constituye una impugnación de la dominación pedagógica. Pre-
cisemos este modo de impugnación.

233
»AnalÍ2ar el fenómeno pedagógico-burocrático como acaba-
mos de hacerlo, mostrando sus engranajes secretos, no es sufi-
ciente; no es más que el primer momento. Preciso es ir más
lejos.
»Intentar ceñirse a la burocracia dominante mediante una
acción reivindicativa que apunte, o bien a criticar sus actos,
o bien a obligarla a aceptar cierta participación y colaboración
con los administrados, no equivale a ponerla fundamentalmente
en tela de juicio. La burocracia no es, al revés del capitalismo,
algo que se pueda destruir físicamente: poner al administrado
en el lugar del burócrata puede no cambiar nada si el adminis-
trado se vuelve a su vez un burócrata, aun en el seno de una
jerarquía sindical. Del mismo modo, denunciar las insuficien-
cias de la burocracia, sus injusticias, su ineficacia, es asimismo
reconocer y aceptar su poder. En otros términos, la acción
política clásica, que era válida contra el capitalismo, no lo es ya
contra la burocracia.
»Nada se puede hacer si no se destruye la relación jerár-
quica de una manera efectiva en todas partes donde se la pue-
da destruir, si no se la reemplaza por una nueva relación. Esta
sustitución tiene, cuando se la puede efectuar, valor de mode-
lo, y a un mismo tiempo hace las veces de mancha de aceite.
Por sí misma es una enseñanza o, si se prefiere, una forma de
propaganda.
»E1 movimiento de la pedagogía institucional retoma en
cierto modo el viejo sueño furierista, que consiste en querer
crear una microsociedad (pero que posea nuevas instituciones).
Efectivamente, es necesario que haya otras instituciones, sean
cuales fueren su dimensión y su importancia. La ideología no
directivista, nacida en los Estados Unidos de América, sólo ha
terminado, desgraciadamente, por crear instituciones peregrinas
y lábiles, que no poseen valor alguno como no sea con res-
pecto a los individuos que forman parte de ellas, como por
ejemplo la del Training-group}* Hay que ir más lejos, inventar

18. Training-group o Grupo de formación: experiencia de grupo en fusión


dirigido por un preceptor o monitor que lleva a cabo un análisis del funcio-
namiento Escuela de Bethel.

234
verdaderas instituciones, es decir, interferir realmente las de
la Sociedad-Total. Las 'instituciones externas' (exteriores al
grupo) siguen siendo, por supuesto, burocráticas, pero se ven
cuestionadas por las 'instituciones internas' en tal o cual gru-
po, que son, como el gusano dentro de la fruta, un principio
nuevo dentro del viejo sistema.
»E1 movimiento de la pedagogía institucional procura di-
fundir dentro de la Escuela real un nuevo modo de funciona-
miento y de las relaciones humanas no burocráticas. El niño
pasa a ser centro de decisión; mejor dicho, el grupo se hace
cargo de sí mismo y tiende hacia su propia autogestión. El
pedagogo, entronizado por la 'institución externa', conserva,
naturalmente, su entronización, pero deja efectivamente de
desempeñar el juego que corresponde a su función. Se niega
a sí mismo como Poder y como Burócrata. Rehusa tomar
decisiones en lugar del grupo. Esto no quiere decir que se
coloque fuera del grupo, como en la pedagogía denominada
anárquica por Lipitt y White;" muy por el contrario, recibe
un nuevo estatuto, que le es conferido por el grupo, y este
estatuto nuevo le permite realmente comunicarse, decir lo que
sabe, entregar informaciones que no salían de su égida. Puede
comenzar a entrar de verdad en interacción con los demás
miembros del grupo, cosa que no podía hacer antes. Puede
comenzar a dar una formación.
»Es inútil subrayar cuanto de revolucionario tiene esta pe-
dagogía, todo lo nuevo que aporta con respecto a los movi-
mientos de la 'Escuela Activa' o de la 'Escuela Moderna'. Es
una concepción totalmente nueva y estructurada de la peda-
gogía.
»Naturalmente, hasta en los movimientos más parecidos a
estas concepciones se formulan objeciones de fondo, a las que
tenemos ahora que responder.
»Se dice, antes que nada, que una acción como esa no es
verdaderamente revolucionaria porque no termina por destruir

19. Véase: Kurt Lewin, Psychologie dynamii¡ue. Lewin analiza y comenta


la crucial experiencia de Lipitt y White, que consistió en comparar los efectos
de diversos sistemas pedagógicos.

235
íntegramente y en su principio al sistema. Se le reprocha, por
ejemplo, continuar 'instituyendo' desde el exterior y de manera
autoritaria el grupo con el que habrá de tener, por otra parte,
relaciones no directivas. El grupo de los niños en un aula no se
constituye por sí solo. Los niños no son libres de ir o dejar
de ir a la escuela, etc. Esto es cierto, pero no le quita a la
experiencia nada de su valor de impugnación. La objeción for-
mulada procede de cierto romanticismo. Se querría que el
docente hiciera añicos de un solo golpe y, por así decir, mági-
camente el conjunto de las relaciones en las que también
él se halla integrado, como por ejemplo sus relaciones con
sus superiores jerárquicos o con la institución externa. No
puede ser. El docente del que hablamos hace lo que puede, y
lo que puede es, al menos en un comienzo, bastante limitado.
No puede dejar de reconocer esa limitación. El movimiento
debe aceptar que sus progresos cumplirán 'en el tiempo', y no
se puede situar fuera del tiempo.
»También se dice que la nueva concepción, válida en rigor
para adultos, no es válida para niños, que son, por definición,
seres ignorantes y no formados que deben recibirlo todo de
otro ser, el que posee todo aquello que ellos no poseen. Se
insiste respecto de la diferencia objetiva que existe entre el
niño y el adulto, respecto de su indiscutible desigualdad. No se
quiere admitir que niños y adultos se encuentran dentro del
mismo grupo, en situación de cabal reciprocidad.
»Pero esa insistencia sobre las diferencias reales entre
niños y adultos sólo puede tener valor de objeción desde el
instante en que se piensa que la competencia fundamenta y
justifica una relación de dominación. Es un argumento clásico
de la burocracia. Equivale a confundir la diversidad técnica de
las competencias, aptitudes y funciones con la jerarquización
social. En realidad, diferencias objetivas y reales no pueden
entrar en relación, en colaboración, ni pueden rematar en un
trabajo en común ni aun en una transmisión del saber, como
no haya reciprocidad de las personas, es decir, no jerarquiza-
ción. Si quien constituye el elemento débil en la relación de
formación no se ve obligado por la relación; si no se entra en
el circuito de su deseo y su pedido, entonces no pasa nada,

236
como no sea una aplicación mecánica de las decisiones adop-
tadas por el más fuerte. La riqueza de aquel que posee ésta
ya no sirve de nada, no le resulta útil a nadie, no beneficia al
grupo; su único efecto consiste en provocar una sumisión que
mantiene al débil en su debilidad y al niño en su infancia. En-
tonces se puede argüir eternamente sobre la debilidad del débil
y la fuerza del fuerte para mantener la relación jerárquica. Toda
la argumentación de las personas de extrema derecha en contra
de la descolonización siempre ha consistido en proclamar que
los pueblos coloniales son pueblos niños, incapaces de gober-
narse solos; que son pueblos no formados. Sólo que se olvida
que justamente dándoles la independencia se les ofrece la posi-
bilidad de adquirir la madurez de que carecen.
»Otra objeción, ésta de índole más tecnológica, es la for-
mulada por M. Mouillaud en La Pensée;^ consiste en presen-
tar a la autogestión como una fórmula larga, costosa, poco
rentable, en la que la información se transmite con mucha
dificultad, cuando en otro sistema se podría transmitir rápi-
damente. Se insiste en el hecho de que el grupo debe en cierta
manera redescubrir el saber que otro posee y que podría en-
tregarle a aquél.
»Esta objeción viene a unirse, pese a su apariencia técnica,
a la objeción anterior. Es cierto que el paso por el redescubri-
miento constituye un camino largo y costoso, al que sería
'idealmente' deseable hacerlo entrar en cortocircuito. Pero
lamentablemente esto no es más que un ideal. Cuando Pas-
teur, Claude Bernard o madame Curie lograban sus descubri-
mientos estaban profundamente motivados: buscaban algo den-
tro de determinada visión con respecto a determinados proble-
mas planteados por su época. El niño que debe asimilar sus
conclusiones puede, desde luego, aprenderlas 'de memoria'.
No obstante, aun en este caso, también debe gustar de la 're-
citación' para lograr una adquisición duradera. Si se admite
que el niño debe 'comprender', no se puede dejar de pensar
que entonces debe partir de un problema que se le plantea a

20. M. Mouillaud, «Enseignant et enseigné», La Pensée (118), diciembre


de 1964.
él, que corresponde a sus intereses y preocupaciones; aprender
las etapas de una demostración no es todavía, ni con mucho,
comprender. La comprensión supone cierto punto de vista sobre
la realidad, una duda, un asombro, una hipótesis, una búsque-
da de solución. El niño de seis años que formula preguntas a
tontas y a locas parte de cierto asombro, de una espera frus-
trada, de hipótesis más o menos fantasiosas. Esas preguntas
podrían constituir la base de una comprensión. Se prefiere no
tenerlas en cuenta.
»Todas las objeciones recordadas precedentemente equi-
valen a reintroducir la relación jerárquica por debajo de cuer-
da, sin parecerlo, con argumentos de apariencia tecnológica;
resulta además característico que a menudo las formulen per-
sonas que, sin dejar de estar en partidos políticos revoluciona-
rios, aceptan integralmente una concepción burocrática de la
sociedad. Es el caso, por ejemplo, de Louis Althusser, quien
se opuso violentamente a toda introducción de la autogestión ^'
en la Universidad en la época en que la UNEF formulaba pro-
posiciones en ese sentido.

LAS TESIS DE LA PEDAGOGÍA INSTITUCIONAL


«Intentemos precisar de más concreta manera las tesis pre-
sentadas por el movimiento de la pedagogía institucional.
»Para comprenderlas mejor se las puede comparar con las
de movimientos ya antiguos, que fueron muy lejos en el mis-
mo sentido a comienzos del presente siglo, como las del Plan
Dalton o del método de Vinnetka.
»E1 Plan Dalton es un ensayo generalizado de pedagogía
nueva intentado por Miss Parkhurst a Dalton, Massachusetts,
a partir del método Montessori. Lo original de este método
se puede resumir en dos puntos:
»]. El método del contrato. El niño acepta por contrato
vincularse a la escuela y aprender en ella tal o cual materia.
Hay de su parte, luego, una elección inicial, una 'decisión';

21. Louis Althusser, «Les étudiants», La Pensée, número especial, marzo


de 1964.

238
»2. Se individualiza al máximo la enseñanza. El Plan
Dalton, anticipándose al sistema de las 'fichas autocorrectivas'
y a la enseñanza programada, propone darle al niño progre-
siones escritas extremadamente fijas, que él mismo pueda con-
trolar con la ayuda eventual del profesor. Puede trabajar a su
ritmo, organizándose en cierta medida él solo. Esta idea de una
organización —aunque restringida— tomada a su cargo por
el alumno es nueva.
»En el Plan Dalton hay ideas interesantes, pero que per-
manecen en estado embrionario; se hallan mal formuladas y
acompañadas de errores. Encastillar en un pri^ner tiempo la.
decisión del niño, cuando éste no conoce todavía nada de lo
que es capaz de aprender, no significa mayor cosa. Es restrin-
gir, además, la decisión y volverla prácticamente ineficaz. La
decisión debe ser extendida a todo o eliminada. Si se la extien-
de al conjunto de las actividades, entonces se instituye una
dialéctica interna en la dinámica de la progresión. Las decisio-
nes suceden a las experimentaciones, precedidas a su vez de
decisiones.
»La enseñanza tan individualizada del Plan Dalton, que
posibilita una autoorganización por parte del alumno, conlleva,
no obstante, tales límites a la autoorganización, que en rigor
la suprime. En efecto, la progresión, además de ser extremada-
mente fija, está recortada en 'asignaciones mensuales', 'porcio-
nes semanales', etc. La iniciativa del alumno apenas interviene
ya, como no sea para fijar cierto ritmo dentro de la semana.
Por otra parte, y sobre todo, la concepción de alumnos aisla-
dos y separados entre sí es un error. No decimos que el trabajo
en equipo sea una panacea, como se ha solido afirmar. No
obstante, el aula constituida es un 'grupo', quiéraselo o no,
en el que hay interferencias, llamados, rechazos, afinidades,
etcétera. Aceptar la autoorganización es, necesariamente, acep-
tar la autoorganización del aula y no la del alumno, así desem-
boque o no en la formación de equipos.
»Desde ciertos puntos de vista, el sistema de Winnetka,
elaborado por C. Washburne en un suburbio de Chicago, va
más lejos que el Plan Dalton, en la medida en que consiste en
elaborar un 'plan mínimo' de conocimientos, relativamente

239
restringido, que el alumno debe necesariamente realizar, pero
al margen del cual tiene libertad para aprender lo que quiera.
Esto equivale prácticamente a dejar en manos del alumno la
iniciativa de la parte mayor de sus adquisiciones. La decisión
del alumno ocupa un sitio más importante que en el Plan
Dalton. Sin embargo, a este sistema se le puede reprochar el
hecho de caer en una especie de vago liberalismo, sin aceptar
las exigencias reales de la adquisición y elaboración del saber.
No es suficiente decir que se deja en manos del alumno la
iniciativa de su aprendizaje; además hay que aceptar entrar
con él en cierto tipo de relación de la que es necesario tener,
pese a todo, alguna idea.
»Los movimientos pedagógicos que aparecieron entre las
dos grandes guerras representaron una 'marcha atrás' con res-
pecto a los movimientos pedagógicos anteriores, en extremo
audaces. El movimiento Freinet es, en realidad, una prolonga-
ción y un remate de los métodos activos que nacieron en el
siglo XIX. La idea principal es la de que hay que hacer activo
al niño, permitirle expresarse. Se introduce el 'texto libre'; se
introducen, también, el 'dibujo libre', la 'imprenta en la es-
cuela', la 'correspondencia escolar', etc., actividades todas den-
tro de las cuales el alumno no se encuentra dirigido, sino que
es 'libre', y en las que al mismo tiempo adquiere cierta técnica
al experimentar por su propia cuenta.
»E1 alumno tiene la libertad de tomar iniciativas en el con-
tenido de la actividad, pero la actividad misma no es libre ni
objeto de la decisión del alumno. Esto no quiere decir que se
la imponga por compulsión o que tan sólo se la proponga de
una u otra manera. No, no está previsto; no hay interés por
este problema. Al aula no se la concibe como un campo de
decisiones, sino como un sitio en el que se efectúan determi-
nadas actividades privilegiadas que poseen una 'virtud' por sí
solas. El movimiento Freinet es, sobre todo, un movimiento
que propuso técnicas.
»Todos estos movimientos ignoraban fundamentalmente la
dimensión psicosociológica del problema pedagógico, a saber,
el hecho de que: 1." existe una realidad llamada clase, que se
distingue del 'alumno' abstracto y anónimo situado fuera de

240
todo contexto sociológico. La clase es una realidad institucio-
nal; se halla organizada desde el exterior por una administra-
ción burocrática; 2° la clase constituye, quiéraselo o no, un
'grupo' que recibe habitualmente sus 'instituciones internas'
de un 'administrador', que es el profesor, el cual decide res-
pecto de una organización, de una progresión, de leyes, de una
disciplina, etc. Si a cualquier costa se quiere entregar a los
alumnos su 'poder de decisión', entonces no se puede ignorar
la existencia de ese grupo, ni el hecho de que por una parte se
producen innumerables interacciones entre los miembros del
grupo, y por otra no pueden los individuos aislados, conside-
rados como otras tantas libertades independientes, tomar de-
facto las decisiones. En otros términos, hay una dimensión
'social' del problema pedagógico. Institucionalmente, el pro-
fesor es un 'burócrata' en su clase, pues está encargado de
tomar decisiones e imponer su concepción pedagógica. Si desea
cambiar él mismo su estatuto y pasar a ser no directivo, debe
tener precauciones, pues permanece institucionalmente (en
nombre de la institución externa) vinculado a otro estatuto.
No puede inocentemente y como si tal cosa largarse a hacer
'como si' el antiguo estatuto no existiera. Es necesario que él
mismo destruya su propia autoridad, que se niegue a sí mismo
como burócrata. Esto no es fácil, porque los propios alumnos
tienen siempre tendencia a considerarlo como tal y esperan
que se comporte como tal (aunque lo sufran). Hay, por tanto,
una acción 'negativa' necesaria, de la que hablaremos concre-
tamente en seguida.
»Por otra parte, también los alumnos tienen relaciones 'so-
ciales'. Dejarles la iniciativa no equivale a atomizar la clase
en individuos separados que quieren vivir, cada cual por su
cuenta, su propia vida. Es provocar nuevos fenómenos 'socia-
les', bien conocidos en psicosociología (la toma de poder, las
fracciones, los clanes, las manipulaciones, etc.). El profesor
debe saber de qué manera comportarse frente a estos fenó-
menos. Sobre todo, no debe atenerse al hecho de que se adop-
ten decisiones valederas antes de que se hayan resuelto no
pocos problemas, lo cual quiere decir que hay que aceptar que
el grupo pase por cierto número de etapas, etc.

241
»Los problemas que planteamos aquí son inmensos y resul-
tan de la decisión de desalienar a los alumnos y a los futuros
adultos. La pedagogía llamada 'moderna' tenía tendencia a des-
cuidarlos, y por eso desembocó en cierto fracaso y provocó,
de rebote, réplicas reaccionarias en Europa y Estados Unidos.
Si intentamos resumir estos problemas, tenemos que decir,
quizá, que todos ellos plantean a su vez el problema de las
relaciones humanas dentro de la Escuela y no tan sólo el de
vagos arreglos o de un cambio en las técnicas pedagógicas.»

LA TÉCNICA DE LA AUTOGESTIÓN

La práctica que algunos de nosotros elaboramos paulati-


namente, midiéndose con la experiencia, varía, desde luego, en
función de los individuos y del trabajo que éstos tienen que
hacer. Existe, sin embargo, cierto número de puntos acerca
de los cuales se abre poco a poco paso el acuerdo.
1. Hay un problema de progresión. Una clase a la que se
pone en «autogestión» no puede quedar librada bruscamente
a sí misma, sin precauciones; ante todo hay que recordarle las
exigencias de la institución externa —a ¡a que se espera poder
modificar algún día, pero que no lo está actualmente—, es
decir, los programas, los exámenes, la jerarquía administrativa,
las calificaciones, etc. El grupo hará con ello lo que quiera.
Esa es su responsabilidad. Por otra parte, sería deshonesto no
informar a éste sobre la naturaleza del método que se desea
emplear con él y sobre las razones por las que se lo emplea.
Siempre es deseable un máximo de información sobre la situa-
ción. Por último, el pedagogo encargado de la clase debe defi-
nir sus actitudes y los límites de su intervención. Espera que la
cíase se organice soía, defina sus objetivos, su manera de tra-
bajar, sus sistemas de regulación. Sin embargo, acepta par-
ticipar en el trabajo en la medida en que se le pide. El prin-
cipio de Ja «demanda», del pedido, es esencial. Esto quiere
decir, prácticamente, que puede formular proposiciones de or-

242
ganización, exponer, informar y guiar en la medida en que se
le demanda hacerlo.
2. ¿Puede el pedagogo intervenir sin que haya pedido ex-
plícito por parte del grupo? ¿Puede, por ejemplo, proponer
organizaciones? Es peligroso, pues el grupo confrontado con
problemas difíciles tiene demasiada tendencia a limitarse a al-
guien que sea más experimentado para tomar decisiones en
su lugar, de acuerdo con una vieja costumbre inmersa en lo
más hondo de la psicología de los interesados. A nuestro pa-
recer, es indispensable que el pedagogo se atenga estrictamente
al principio de la demanda, es decir, que no intervenga antes
de que el grupo se haya hecho oír para formular un pedido
explícito. Esto crea angustia y cierto pánico entre los indivi-
duos. Pero no se trata de sentimientos necesariamente desfa-
vorables. El psicoanalista, como el preceptor o monitor del
training-group, los acepta y los considera incluso como una
etapa necesaria.
3. El grupo pasa, en rigor, de un estado completamente
informal a una estructuración que mejora progresivamente.
Sobre todo en los primeros momentos de su vida, y aun des-
pués, aunque ya con menos dramaticidad, se plantea problemas
de funcionamiento elementales (presidente, etc.) y debe solu-
cionar conflictos interpersonales. El arreglo de éstos se halla
presupuesto en la toma colectiva de decisiones, o sea, en un
nivel en el que los individuos no se ubican con relación a
otros individuos, sino con relación a la colectividad considera-
da como tal y con relación, asimismo, al trabajo de la colecti-
vidad. El pedagogo no puede realmente intervenir en ese nivel
elemental. Sólo puede efectuar un trabajo de facilitación, que
consiste, por ejemplo, en hacer de reflejo rogersiano, o análi-
sis como en el training-group, o bien en proponer análisis del
grupo a cargo de este mismo.

4. Las proposiciones del pedagogo atinentes a la orga-


nización, si le son requeridas, deben ser verdaderamente pro-
posiciones. Deben consistir en proponer selecciones, fórmulas
de funcionamiento. Hay que evitar formular proposiciones

243
más o menos valorizadas o sostenidas emocionalmente, que
aparecerán de manera automática como «órdenes» o amenazas.
5. La intervención del pedagogo en el «contenido», es
decir, en el trabajo mismo de enseñanza, debe ser lo más dis-
creta, precisa y breve posible. A menudo resulta útil propor-
cionar instrumentos de trabajo (exposición mimeografiada, re-
ferencias bibliográficas, material, fichas autocorrectivas) antes
que pronunciar discursos improvisados. Estos amenazan, en
efecto, con ocupar un sitio tal, que pueden paralizar el trabajo
del grupo. Se necesita una gran experiencia por parte del pe-
dagogo para saber cuándo debe detenerse en sus intervenciones
directas y cómo debe hacer éstas. Se necesitarían prácticas de
formación para permitirles a los pedagogos experimentar las
fórmulas de intervención.
Todas estas prácticas se insertan en una dinámica de grupo
con cierta evolución. Podemos resumir del siguiente modo las
etapas por las que generalmente pasa esta.
Al principio, los alumnos, sorprendidos por la novedad de
la experiencia, permanecen inmóviles, mudos, casi inertes,
aguardando a que el pedagogo «ponga manos ai trabajo»;
o bien, deseosos de concluir rápidamente en algo, se lanzan
a la tarea que sea, y los más activos agreden a los que no,
quieren participar o que participan desganadamente. De todos
modos, en la primera etapa el problema consiste en la no par-
ticipación. Personas poco acostumbradas a hablar y comunicarse
se sienten traumatizadas no bien se trata así sea de expresarse,
o bien se aprovechan del «campo de palabras» que se les ofrece
para liquidar tendencias ocultas, o bien, por el contrario, no
intervienen y se encierran en el mutismo. El traumatismo
principal proviene en esta etapa del silencio del pedagogo que
suele conformarse con expresar lo que pasa, con facilitar la
comunicación, sin intervenir. Los pasivos querrían que tomara
decisiones en lugar de ellos; los demasiado activos, que se
pusiera a su servicio para obligar a los otros a participar.
Esta etapa puede durar bastante tiempo. Es la más penosa,
pues se asiste al nacimiento y muerte de proyectos imposible^
o mal formulados, a divergencias de funciones que no parecen

244
superables, a la expresión de vagas angustias atinentes al exa-
men, la realización del programa, etc. Se necesita cierto tiem-
po para que los alumnos lleguen a considerar traquila y racio-
nalmente modos de organización valederos y para que dejen,
o bien de pedir el regreso al sistema tradicional, o bien de
lanzarse a una organización cualquiera para satisfacer su nece-
sidad de actividad y calmar su angustia.
La segunda etapa es testigo del nacimiento de las discusio-
nes sobre una posible organización capaz de dar conformidad
a los deseos de todo el mundo. La práctica del voto, muy
utilizada al comienzo para sostener las decisiones de una ma-
yoría frecuentemente artificial, se diluye poco a poco, y se busca
la unanimidad, es decir, no un modo de funcionamiento al que
todo el mundo acepte, sino uno bastante diversificado como
para que todo el mundo encuentre en él lo suyo. Solamente
entonces pueden presentarse solicitudes precisas al pedagogo
relativas a una organización que sea posible. El pedagogo res-
ponde breve y discretamente, como técnico de la organización.
La tercera etapa es la del trabajo propiamente dicho y pue-
de adquirir formas en extremo diversas: equipos especializados
y funcionales, equipos homogéneos, sin equipos, etc. El peda-
gogo encuentra al fin con los miembros del grupo el diálogo
que resultaba imposible en el sistema tradicional. Puede decir
lo que tiene que decir, proporcionar informaciones útiles, comu-
nicar su saber y su experiencia, de manera que se lo advierta
y no siga siendo una voz clamante en el desierto, registrada
mecánicamente por alumnos que se conforman con «tomar
nota». Todo el tiempo perdido en apariencia en etapas anterio-
res se halla de pronto recuperado, y el grupo hace progresos
rápidos y espectaculares en el plano de las adquisiciones. Aquí
podríamos dar algunos ejemplos precisos. Hemos visto grupos
que vencían un trabajo extraordinario, un trabajo que nunca
habrían hecho en otras circunstancias. Cosas dichas por el peda-
gogo en el antiguo sistema y que no habían sido siquiera oídas
se encuentran ahora comprendidas y asimiladas. Hay que señalar
también, siempre según nuestra experiencia, que la crítica de
las ideas o de las funciones del pedagogo es mucho más fre-

245
cuente que en el antiguo sistema. Por lo demás, deberían poder
serlo aún mucho más.
Ello equivale a decir que la intervención del pedagogo se
estructura en tres niveles:
1. El de preceptor o monitor de training-group que se
entrega a actividades de «reflejo» o de análisis;
2. El de técnico de la organización;
3. El de científico o investigador que posee un saber y
procura compartirlo.
En cada uno de estos niveles el pedagogo posibilita una
«formación» que en el antiguo sistema era imposible; por ejem-
plo, una formación en las relaciones sociales, en el cuestiona-
miento, en la colaboración, etc.

En resumen, los fines perseguidos por el pedagogo inspi-


rado por la «pedagogía institucional» son:
1. Efectuar un trabajo interesante «aquí y ahora», un
trabajo que apasione a los alumnos, no que los abrume. Recor-
demos el hastío indecible que se desprende de la enseñanza
tradicional j je suscita en el docente la nostalgia de las vaca-
ciones (en nuestra opinión, más poderosa que la de los alum-
nos). Hay también en este género de experiencia un contacto
humano único que constituye una verdadera aventura;
2. Proporcionar una formación cien veces superior a la
del sistema tradicional, porque no es ya fortuita, sino sistemá-
tica. Al mismo tiempo es más rica, ya que se sitúa en el plano
de la personalidad-y de la vida social en lugar de permanecer
en el plano intelectual. Hasta el examen se halla en realidad
mejor preparado en este sistema, aun cuando no se lo considere
explícitamente (al menos en lo que al pedagogo corresponda);
3. Preparar a sus alumnos para la impugnación del sis-
tema social en que viven, es decir, el sistema burocrático. Es
esta una impugnación que a menudo se efectúa en el momento
mismo en que se desarrolla la experiencia, cuya profunda sig-
nificación es advertida por los alumnos;

246
4. Crear, sin quererlo, un campo de discusión, pues la
experiencia pasa a ser conocida por la administración, por los
demás pedagogos, por el público. Se convierte, en cierto modo,
en un agitador;
5. Crear «modelos» que sean válidos en otros planos en
una sociedad transformada. Los problemas con los que tropieza
en su acción son problemas políticos: voluntad del grupo de
«alienarse» él mismo, toma del poder por elementos del grupo
que procuran poner de su lado el poder constituido; correlati-
vamente, debilidad de ese poder, que no se apoya en una jerar-
quía institucional; surgimiento y concepción de nuevas insti-
tuciones internas del grupo, etcétera.
¿Se alcanzan realmente estos fines? Es lo que ha de mos-
trar la experiencia. El esfuerzo de la pedagogía institucional
constituye, de cualquier manera, la empresa más sistemática y
estructurada para poner en tela de juicio, en el seno mismo de
la escuela, a la dominación burocrática.

247
CAPITULO V

DIALÉCTICA DE LOS GRUPOS,


DE LAS ORGANIZACIONES
Y DE LAS INSTITUCIONES

Desembarazada de sus modelos mecanicistas, la dinámica


de grupo conduce, en rigor, a una dialéctica de los grupos. El
empleo del término dialéctica se justifica si por él se entiende
designar una lógica del inacabamiento, de la acción «siempre
recomenzada». El grupo, la organización, será una totalización
en curso que nunca es totalidad actualizada. La dialéctica de
los grupos excluye la idea de una madurez de éstos. La buro-
cracia misma sufre un permanente esfuerzo de unificación que
jamás desemboca en la unidad. La dialéctica será para nosotros,
por tanto, simplemente el movimiento siempre inacabado de
los grupos. La dialéctica de ellos tiene su origen en la Fenome-
nología del espíritu, de Hegel (en el capítulo dedicado a co-
mentar El contrato social y la Revolución Francesa), así como
en la Crítica de la razón dialéctica, de Sartre.
Al movimiento dialéctico en los grupos se opone la anti-
dialéctica. Existen grupos esclerosados, cosificados. Es la an-
tidialéctica de un universo humano en el que los objetos
fabricados, las cosas surgidas de la «praxis» humana, se trans-
forman, dice Sattre, en orden «práctico-inerte». Dentro del
orden de los agrupamientos humanos, el concepto fundamental
utilizado por Sartre para describir la cosificación de los grupos
es el de serie (y de serialidad, que es su derivado).
La serie es una forma de «colectivo» (es decir, un conjunto
humano) que recibe su unidad desde el exterior. La vida coti-

249
diana nos propone múltiples ejemplos de ello; las filas de espera
(por ejemplo, la fila que espera el autobús) constituye un ejem-
plo privilegiado, porque en ellas se puede ver concretamente el
orden de seriación, que extrae su «razón» de una causa externa
a ese colectivo: la distribución de los billetes de orden (en el
caso del autobús parisiense). De la serie pasamos al concepto
de serialidad. Este es útil para designar a todo conjunto huma-
no carente de unidad interna. Se trata, en rigor, de mostrar
que lógicamente y en una «génesis ideal» de los grupos debe-
mos comenzar por la dispersión original de los hombres, para
en seguida deducir el grupo a partir de lo que no es él, esto es,
de la serie, que es la dispersión de los hombres. La noción de
serie y la noción confexa de serialidad tienden hoy a pasar al
leíiguaje corriente de las ciencias humanas, como lo muestra
en especial el uso que hace de ellas Claude Lévi-Strauss (véase
«La seriahdad de los individuos en el seno de la especie...»).
Lo contrario de la serie es el grupo. Esta oposición servirá de
punto de partida e hilo conductor. Mientras que la serie era
dispersión de los hombres, masificación, el grupo es, por el
contrario, totalización, cuando no totalidad. La vida del grupo
está hecha, como vamos a verlo, de una permanente tensión
entre estos dos polos extremos: la serialización y la totalización.
Y esta tensión es el motor de la dialéctica del grupo, cuyos
diferentes momentos son otros tantos episodios de la lucha
contra un regreso, siempre posible, de la serialidad. El grupo
se constituye contra la serie; nace en la fusión de la serialidad.
Pero también hemos de ver que, si quiere evitar desde su
nacimiento mismo el regreso a la dispersión real, debe jura-
mentarse. El «cuerpo social» es siempre, más o menos, un
cuerpo trozado, y no nos asombrará enterarnos, a este propó-
sito, de que uno de los elementos esenciales de los misterios de
Eleusis era el símbolo, de origen mítico, del cuerpo dividido
en trozos, presentado como para significarle al concurso de los
hombres la precariedad de su unión.
El riesgo de un regreso a la dispersión queda superado
cuando los miembros de un grupo se vinculan mediante un
juramento; pero el juramento es, desde luego, un elemento

250
inerte dentro del grupo: sólo se lucha contra la serialidad in-
troduciéndola en la vida del grupo como primera compulsión.
Luego se pasará del juramento, de la fe jurada, a la organiza-
ción y, de allí, a la institución. Antes de Sartre, ya Hegel ha-
bía descrito estos momentos del grupo a partir de la «libertad
absoluta» hasta el Terror.
El grupo es, por tanto, el revés de la serialidad. Se cons-
tituye por y en la fusión de la dispersión que precede al gru-
po; mantiene su existencia merced a una lucha permanente
contra un regreso, siempre posible, de la dispersión. Esa lucha
es un primer carácter del grupo. Un segundo, igualmente ina-
cabado, es la totalización que constituye al grupo, sin que ello
desemboque en la constitución de un ser-del-grupo que tras-
cienda los individuos agrupados. En efecto, el grupo se define,
no como un ser, sino como un acto. Este es el acto del grupo
sobre sí mismo: el grupo se trabaja sin cesar. Una praxis
común, vuelta hacia el exterior, sólo es praxis de un grupo si
quienes la efectúan juntos establecen entre ellos las relaciones
que constituyen el grupo. Un grupo sólo es verdaderamente tal
si se basa permanentemente en la autogestión o la autodeter-
minación y, a la vez, en la autocrítica o autoanálisis. La hete-
rogestión deshace al grupo y provoca el regreso de la seriali-
dad. La dialéctica de grupo tiene por objeto la exploración de
esta alternativa.
Para Sartre, el caso más puro de grupo es el «grupo en
fusión», que se forma en y por la fusión de la serialidad. Esta
fusión es liquidación, descosificación, o bien descristalización,
esta vez en el lenguaje de Kurt Lewin. Es deshielo. ¿Pero
cómo se efectúa éste? En determinadas circunstancias históri-
cas se puede producir un movimiento multitudinario; nace el
grupo. Lo que se produce es, antes que nada, una brusca tota-
lización de la serie, que crea algo así como un «ser común»,
que focaliza las acciones.
El grupo es además paso dialéctico de la cantidad a la ca-
lidad. En una serie la expresión «el décimo» designa un nú-
mero de orden: el mío o el de cualquier otro que viene a su-
marse a nuestra fila de espera. Pero en el grupo «el décimo»
es a la vez todo el mundo y nadie, puesto que todos somos

251
necesarios para que seamos un grupo de diez participantes.
Este grupo de diez no es la inerte reunión de diez personas:
cada uno de los diez miembros asume idealmente las diez posi-
ciones; o, con mayor exactitud, el número de diez, hecho esen-
cialmente para designar un orden serial, no se presta para de-
signar la estructura interna del grupo. Veo en ello un-grupo-
de-diez-participantes en la medida en que me hago exterior con
relación al grupo, en la medida en que lo constituyo a mi vista
como objeto.
Así, pues, el grupo parece estar constituido inicialmente
por esta síntesis policéntrica, que es la síntesis de nuestras sín-
tesis, ya que, si hablamos a su respecto de totalización, enton-
ces conviene añadir rápidamente que cada cual es dentro del
grupo un agente totalizador, y que la totalización está a la vez
en todas partes y en ninguna. ¿Cabe sacar de ello la conclu-
sión de que no comprendo al grupo como síntesis en curso, en
acto, como no sea a partir de mi experiencia personal del acto
sintético? Yo, en mi vida diaria, efectúo incesantemente «sín-
tesis»; sólo puedo vivir y actuar estableciendo relaciones, tota-
lizando incesantemente mi experiencia. Pero tales síntesis indi-
viduales se hallan sostenidas por una síntesis primera, y ésta
es la del organismo: el individuo es una totaUdad.
Ahora bien, Sartre muestra que no se puede trasladar el
modelo biológico del organismo a la comprensión del grupo
social. En este punto hay que apartarse de cierta tradición fi-
losófica, especialmente de Platón, que pasa del individuo al
grupo, al «cuerpo social», transladando el modelo del equilibrio
individual a los problemas de la comunidad, y hay que apar-
tarse también de Kant, quien, en su Crítica del juicio, utiliza
en el nivel de la sociedad el modelo del organismo' vegetal.
Esta tendencia organicista conserva aún hoy sus adeptos entre
los psicosociólogos, que consideran y describen gustosamente a
los grupos como organismos, lo cual conduce, sobre todo, a
desconocer, en materia de psicología de los grupos, los pro-
blemas de la organización. Hasta en Lewin encontramos esta
tendencia, pues Lewin describe el grupo como totalidad aca-
bada.
La dialéctica de grupos es, por el contrario, el movimiento

252
de una permanente totalización en curso, nunca acabada. Va-
mos a retomar ahora el detalle de este movimiento según el
examen de Jean-Paul Sartre.
En su Crítica de la razón dialéctica, Sartre nos propone, no
una «historia real», sino una «génesis ideal», que muestra en
el grupo los momentos sucesivos de la formación, la organiza-
ción, Ja institución y, por fin, la hurocratización. ¿Por qué
este encadenamiento? Porque hay que elegir un orden y se
ha elegido el que va de lo simple a lo más complejo, sin olvi-
dar jamás que dentro de lo concreto de la historia real —es
decir, para nosotros, aquí y ahora, y todos los días— estos
modelos están mezclados y se mezclan a los de las series, reu-
niones, colectivos, o sea, a las multiplicidades masificadas.
Con estas observaciones, ya podemos entrar en el detalle
de esos «momentos», exponerlo y tratar luego de deslindar y
discutir los supuestos que han dirigido la elaboración del nue-
vo «sistema».

A. EL GRUPO EN FORMACIÓN

¿Se puede determinar «con el relámpago de una praxis co-


mún el origen del trastorno que desgarra al colectivo) (pági-
na 384)? En todo caso, se puede describir el estallido, el
deshielo, a partir de la tensión original de la necesidad en el
ambiente de la escasez. Y claro está que esto no basta para
formar el grupo: hombres hambrientos pueden simplemente
disputarse como perros la comida. Ahora bien, he aquí que se
agrupan contra el peligro común, es decir, «sintiendo cual si
fuera común la necesidad individual y proyectándose dentro de
la unificación interna de una integración común hacia objetivos
que ésta produce como si fuera común» (pág. 385). El ejemplo
elegido del «grupo en fusión» es el 14 de julio de 1789. Sar-
tre sigue sus etapas dialécticas. Desde el 12 de julio, «el pue-
blo de París se halla en estado de insurrección». Se conocen
las «causas»: el frío y el hambre, hasta entonces vividos en la
común impotencia. Pero en el exterior, en el gobierno, se ha
efectuado una totalización, que llega a constituir «nuestra uni-

253
dad por lo bajo, en la presidencia del Consejo». Y el gobierno
amenaza a París, que se vuelve ante todo «multitud todavía
estructurada en alteridad fuera de ella misma», en la búsqueda
de armas; el resultado es que «el pueblo de París se ha armado
contra el Rey».
Podemos, pues, seguir el «orden temporal» para compren-
der la dialéctica que da nacimiento al grupo, o, más exactamen-
te, la dialéctica del nacimiento del grupo, hasta el momento en
que, el 14 de julio, el grupo en fusión es la ciudad» (pági-
na 391). No hay jefes en ese grupo en fusión: «Al atardecer
—escribe Montjoye—, París fue una ciudad nueva. Algunos
cañonazos disparados de tanto en tanto advertían a la pobla-
ción que debía mantenerse precavida. Las sesenta iglesias en
que se habían reunido los habitantes rebosaban de gente. Todos
eran oradores». En la efervescencia, alguien muestra a los
demás un abrigo, una vía de escape: «Vio lo posible con ojos
comunes» (pág. 420). Ese liderazgo provisional muestra y a la
vez oculta un rasgo esencial: cada cual es el grupo, y el grupo
está en cada cual, no como un hiperorganismo cuya hiperdia-
léctica se pudiera describir, sino como una síntesis giratoria y
siempre actual en la que cada uno es a la vez «mediador» y
«mediado»: él mismo «y el otro».
Como mediador, cada cual es ese «tercero» que totaliza
las reciprocidades. El grupo no es más que la mediación de
tales mediaciones. Esto incumbe a la sociología. El error co-
mún de muchos sociólogos consiste en tomar al grupo como
relación binaria entre el individuo y la comunidad, cuando
siempre se trata de relaciones ternarias. Todos los miembros
del grupo son «terceros», al mismo tiempo que todos son com-
pañeros en parejas de reciprocidad; como Tercero, cada cual
totaliza las reciprocidades ajenas. Esa es una de las mediacio-
nes que constituyen el grupo.
En el grupo-mitin «el recién llegado se aglomera conmigo
a un grupo de cien hombres, mientras que el grupo al que me
aglomero tendrá con él cien hombres. En efecto, cada uno es el
centesimo, ese gracias al cual el grupo es grupo de ciento; pero
lo es de una manera que difiere de la serie. En la serie, 'cen-
tesimo' designa un número de orden: el mío, o el del otro, ya

254
sea que se trate de mí o de él quien ha llegado después para
formar la fila de espera. Aquí, por el contrario, cada cual es
aquel gracias al cual somos ciento». Es, por tanto, una cuali-
dad, que es la misma para todos: «El grupo que se vuelve
sobre mí me da mi primera cualidad común». Tal es el grupo:
«El grupo al que voy no es la inerte asamblea de cien per-
sonas [...] Se trata, en rigor, de un acto: se espera que haya
bastantes, tener ciertas informaciones, que el adversario esté
desprevenido, etc. Y la realidad es que intento integrar mi
praxis a la praxis común (pág. 406). Así, pues, por el grupo
se medía a todos los terceros.
Conque, «no soy el único en hacer la operación totali-
zante» que constituye el grupo. Esta operación es también la
de cada tercero'- por él, por el otro tercero, estoy en medio de
los terceros y sin estatuto privilegiado. Por ejemplo: «Corro,
a la carrera de todos, y grito: 'Deteneos'; todo el mundo se
detiene; alguien grita: 'Seguid', o bien: '¡A la izquierda! ¡A la
derecha! ¡A la Bastilla!'. Todo el mundo sigue adelante, sigue
al tercer regulador» (pág. 406). Cada tercero dice el grupo
por los otros terceros, que de este modo son, sin excepción,
constituyentes.
El nacimiento del grupo —en la fusión— parecería poder
dar crédito a la idea guestaltista de surgimiento de una nueva
totalidad. De ahí este problema: ¿pueden las síntesis (realiza-
das por cada tercero y por el grupo comprendido como totali-
zación de los terceros) hacer la síntesis? ¿Es la totalización en
curso nacimiento de una totalidad? ¿Es el- grupo un organis-
mo? La respuesta de Sartre es, como se sabe, negativa: el «or-
ganismo individual», que ha satisfecho una necesidad mediante
una actividad práctica, sobrevive a la desaparición de esa acti-
vidad; sobrevive como organismo, esto es, por la variedad uni-
ficada de sus funciones... «El organismo es de una sola vez
totalización y totalidad» (págs. 411-412). En cambio, «el grupo
sólo puede ser totalización en curso, y su totalidad está fuera
de él en su objeto». Muere, se dispersa, cuando ya no tiene
finalidad por alcanzar. No es dable imaginar un sueño del
grupo que no sea su muerte.
Hay, pues, que descartar «el peligro de la ilusión organi-

255
cista» (pág. 413). Nunca se definirá al Grupo según el modelo
biológico del Organismo.
¿Qué significa dentro del grupo en formación la unidad?
Sartre señala que «el discurso (la) confiere inmediatamente:
el grupo hace esto o aquello, etc.». Estas expresiones implican
una «unidad del grupo». ¿De qué manera definirla? A decir
verdad, se trata de una relación sintética que une a unos hom-
bres para un acto y por un acto, no de esas interpenetraciones
confusas que suele intentar resucitar, de uno u otro modo,
la sociología idealista. La unificación no es la unidad'- ¿se pue-
de «designar una a esta realidad con mil centros» (los terceros
son «centros») que se llama grupo? ¿Se puede definir una
síntesis de las síntesis individuales que reciba estatuto ontoló-
gico? En rigor, como hemos visto, esas síntesis «no realizan
la unidad sustancial de los hombres, sino la de las acciones».
La unidad del grupo es práctica y no ontológica.
Volvamos al ejemplo de los cien participantes del grupo-
mitin. El número no determina ya aquí una sucesión o Serie,
como en la fila de espera. Expresa, por el contrario, la síntesis.
En el lenguaje de la dialéctica, la cantidad ha pasado a ser
calidad.
Dentro del grupo en fusión, cada cual es en todas partes el
mismo, de manera que cada cual es soberano, cada cual puede
decidir por todos sin convertirse en jefe, pues en el primer
momento del grupo no hay jefe. El «nosotros», que es «prác-
tico y no sustancial», es el conjunto de las libertades prácti-
cas, reunidas en la «brusca resurrección de la libertad» (pági-
na 425) y alzadas contra el «presidio a perpetuidad» del mundo
práctico-inerte. La explosión de la sublevación es liquidación
súbita, aunque provisional, de ese presidio en pro de la liber-
tad común, que se opone al reino de la necesidad.
El grupo sólo es totalización de totalidades individuales.
¿Cabe sacar de ello la conclusión de que la praxis común no
es más que una variante de las praxis individuales, a las que
sintetiza? Al contrario: «Esta dialéctica del grupo es, cierta-
mente, irreductible a la dialéctica del trabajo individual» (pá-
gina 432). Pero no puedo comprenderla, es decir, llegar a su
inteligibilidad dialéctica, sino a partir de la dialéctica singular

256
que experimento en mi praxis: comprendo desde adentro
«fines» de grupo en la medida en que comprendo la finalidad
de mi praxis. Por consiguiente, la inteligibilidad del grupo es
la de una Razón constituida; la de «la libre praxis individual
sería la Razón constituyente». Y de allí esta conclusión: la
«diferencia entre la Razón constituyente y la Razón constituida
cabe en dos palabras: una fundamenta la inteligibilidad de un
organismo práctico; otra la de una organización» (pág. 432).

B. EL JURAMENTO

Segundo momento: he aquí con el juramento «la negación


de la dialéctica en el corazón mismo de la dialéctica». Habien-
do recaído la «alta temperatura», el grupo corre el riesgo de
disolverse nuevamente en la serialidad. Nada parece asegurar
su permanencia; as't, uno de los personajes del grupo-Apoca-
lipsis, en La esperanza, de Malraux, decide renunciar a la lucha,
abandonar el grupo y regresar a Francia: a los ojos de Mag-
nin (y del grupo-Apocalipsis), no es un traidor, no es un «de-
sertor». Nadie puede instaurar una «presión del grupo» en
contra de su libertad. Contra este riesgo de estallido del grupo
cada cual va a prestar juramento. Se va a jurar contra toda
fuerza «centrífuga», contra el riesgo mismo de la libertad,
que incumbe a todos en la medida en que se sienten atraídos
hacia otra parte por otra dimensión de ellos mismos. El jura-
mento será «dictadura de lo mismo en cada cual».
La «muerte del grupo» está en el horizonte del grupo-Apo-
calipsis, como lo sugiere este pasaje de La esperanza'- «En
cuanto a lo que oímos desde la ventana, señor Magnin, es el
Apocalipsis de la fraternidad. Os emociona; bien lo compren-
do: es una de las cosas más emocionantes que haya en la tierra,
y no se la ve a menudo. Pero debe transformarse, y ello bajo
pena de muerte». Esta «transformación» es el nacimiento del
grupo juramentado. También se podrían citar los temas de
muerte y resurrección del grupo-juramentado (el grupo de los
adultos) en el ritual de la iniciación. Como se sabe, es este
un ritual destinado a instituir al adolescente en el mundo de

257
las reglas que presupone; es finalidad de la «génesis ideal»
el mostrarlo, pues es la mediación implícita o explícita del
juramento. De aquí la fórmula de Sartre: «Es el comienzo de
la humanidad». Es el momento en que «somos hermanos»
(página 453), porque «somos hermanos en la medida en que,
después del acto creador del juramento, somos nuestros propios
hijos» (pág. 453).
El juramento origina, pues, «el nacimiento del individuo
común» (pág. 454). Es asimismo paso al para-sí: el grupo se
vuelve «reflexivo»; se plantea como grupo. Pero en la compul-
sión y la violencia; se lo ve en el caso límite del linchamiento
de uno de los miembros (el traidor) por el grupo juramentado.
El linchamiento mantiene la «fraternidad-temor» entre los lin-
chadores y el linchado, al que se lo considera como miembro
del grupo y dependiente de su sanción.
El juramento «funda la institución, pero en sí mismo no
es^institucional»; es simplemente un «poder difuso de juris-
dicción» dentro del grupo. El juramento es poder de cada uno
sobre todos y de todos sobre cada uno: me garantiza contra mi
propia libertad e instituye mi control sobre la libertad del
Otro. De este modo funda al grupo en su permanencia, ptero
no instituye un poder de tipo jurídico que no sea la «jurisdic-
ción del Terror» (pág. 457).

C. LA ORGANIZACIÓN

El juramento es aparición de un estatuto de permanencia


en el grupo: «Que el juramento se haya efectivamente realiza-
do, o que se lo economice aparentemente, la organización del
grupo pasa a ser el objetivo inmediato» (pág. 458) del grupo
estabilizado.
A partir de la organización, basada siempre en el jura-
mento, se puede hablar verdaderamente de grupo; hasta enton-
ces nos hallábamos en la fusión de la serialidad. Pero el ele-
mento nuevo, en este punto, consiste en que el grupo se tra-
baja.
El grupo se toma siempre (a partir del juramento), y ante

258
todo, como objetivo: se trabaja para poder trabajar, es decir,
para perseguir fines comunes. Esa es una de las ideas esen-
ciales, quizá la idea dominante, del libro de Sartre. Se la com-
prende mejor, por contraste, si se la compara con la célebre
teoría de la burocracia, desarrollada por R. Michels: la buro-
cratización está fundamentalmente vinculada al hecho de que,
en lugar de perseguir los objetivos que motivaban inicialmen-
te su constitución, una organización se toma a sí misma por
objetivo. Tal es la teoría del «desplazamiento de los fines»:
determinado partido político se había constituido para transfor-
mar la sociedad; su burocratización comienza cuando organiza
toda su actividad en torno de su candidatura al poder. El obje-
tivo ya no es entonces la revolución, sino el partido mismo. La
organización ya no es un medio, sino un fin.
Para Sartre, en cambio, el carácter primero del grupo que
se organiza (y ahí es, en rigor, donde el grupo comienza ver-
daderamente) es que el grupo se trabaja: se hace grupo y sólo
sigue siendo grupo haciéndose continuamente. Se toma por
objetivo para poder perseguir objetivos: el grupo supone una
autocreación ininterrumpida del grupo.
La organización será «acción del grupo estatutario» sobre
sí (pág. 459) antes de ser acción sobre el exterior, como lo
era, en su esencia, la «praxis» individual.
La palabra organización designa al mismo tiempo la acción
interior por la que un grupo define sus estructuras (se dice,
por ejemplo, «hemos fracasado porque la organización, esto
es, la distribución de las tareas, dejaba que desear») y «al
grupo mismo como actividad estructurada» (también se dice:
«Nuestra organización ha decidido que...»).
Hemos visto que <?el grupo sólo actúa sobre el objeto en
la medida en que actúa sobre sí», y que la acción sobre sí es
«la única que ejerce en su condición de grupo». Consiste esta
acción en que «el grupo define, dirige, controla y corrige ince-
santemente la praxis común» (pág. 461). «Pero tal conjunto
de operaciones supone desde luego la diferenciación», de donde
«la creación dentro del grupo de aparatos especializados» (im-
propiamente llamados órganos'- órganos directores, etc.). Esa

259
aparición de «órganos» dentro del grupo no es la del mando;
sólo en un estadio posterior habrá el mando de originarse.
«En el estadio del grupo en fusión, el individuo era 'el
individuo orgánico en la medida en que interiorizaba la mul-
tiplicidad de los terceros', siendo también él tercero, no jura-
mentado, y viviendo su libertad en la praxis común, en la ubi-
cuidad de la libertad; él, el individuo orgánico, es quien se
pierde por el juramento para que exista el individuo humano»
(página 566).
«En el estadio de la organización, ese poder abstracto cam-
bia de signo: se define para cada cual, en efecto -—dentro del
marco de la distribución de las tareas—, por un contenido po-
sitivo. Es la función» (pág. 463). En este estadio, el individuo
común «pertenece al grupo en la medida en que efectúa cierta
tarea y solamente esa».
Por ejemplo: en un equipo de fútbol «la función de porte-
ro, de delantero, etc., se presenta como predeterminación para
el joven jugador que acaba de debutar»; éste se halla «signi-
ficado» por esa función. Todos exigen de él «por el grupo»
(página 464) que cumpla con su deber dentro del marco defi-
nido por la organización. La función es, por tanto, «tarea por
cumplir».
En el ejemplo del equipo de fútbol, «en el momento del
partido, cada individuo realiza a la luz del objetivo del grupo
una síntesis práctica (orientación, determinación esquemática
de las posibilidades y las dificultades, etc.) del terreno en sus
particularidades actuales (quizás el barro, el viento, etc.). Pero
realiza esa síntesis práctica para el grupo y a partir del objetivo
del grupo, y a la vez a partir de su lugar, es decir, de su fun-
ción» (pág. 468). En el partido, sus actos particulares «ya no
presentan sentido alguno al margen de todos los actos de sus
compañeros de equipo» (pág. 469), lo cual quiere decir que
«cada función supone la organización de todas las funciones».
El espíritu de equipo es la «interdependencia de los pode-
res en relación con un objetivo común» (pág. 471). No elimi-
na, sin embargo, la iniciativa individual, pues «en la objetiva-
ción final el grupo ya no se define por el orden de sus fun-
ciones, sino por la integración real de los actos particulares en

260
la praxis común». Esta integración no es, por lo tanto, aliena-
ción: «No se es delantero o mediocampista como se es asala-
riado» (pág. 472). En otros términos: la función es «determi-
nación indeterminada» que deja su lugar a la creatividad indi-
vidual. El, pues, el individuo común definido por la función,
es quien actúa con todos los demás individuos hacia los obje-
tivos dentro de la totalización de tales praxis. ¿Pero cuál es
entonces la praxis del grupo? «La única acción específica del
grupo organizado es, por lo tanto, la permanente organización
y reorganización, o sea, su acción sobre sus miembros» (pági-
na 474). Ya lo hemos indicado: el grupo no trabaja; se traba-
ja, en la medida en que je organiza.
En el grupo los conflictos nacen de una indeterminación
relativa de las funciones, que puede ser inicial o que se puede
deber a una situación nueva, situación que exige un retoque.
«De ahí el esfuerzo del grupo por no dejar nada indetermi-
nado.» Por ejemplo, «cuando, en sus primeras sesiones, una
asociación establece sus oficinas, sus secretarios, su tesorero,
sus comisiones, etc.». En la relación jerárquica «se evitarán las
'rupturas internas' mediante conductas positivas y adaptadas
(rechazo conjunto del voluntarismo y el seguidismo, etc.)» (pá-
gina 477).
Abordemos ahora el estudio de «esas extrañas realidades
internas, a la vez organizadas y organizadoras, productos sin-
téticos de una totalización práctica y objetos siempre posibles
de un estudio analítico y riguroso, líneas de fuerza de una
práctica para cada individuo común y vinculaciones fijas de ese
individuo con el grupo a través de los cambios permanentes
de uno y otro, esqueleto inorgánico y poderes definidos de
cada cual sobre cada cual; en resumen, hecho y derecho a la
vez, elementos mecánicos y, a un tiempo, expresiones de una
integración viva a la praxis unitaria; de esas tensiones contra-
dictorias —libertad e inercia— que llevan el nombre de es-
tructuras» (pág. 487). Como vemos, el rechazo de una onto-
logía guestaltista no implica para Sartre el renunciamiento
al enfoque estructural del grupo. Tampoco supone para el es-
tudio en curso la inutilidad de los análisis efectuados por las
«Ciencias Exactas» (pág. 487), la posibilidad de una matemá-

261
tica que posibilite un cálculo de las reciprocidades (pág. 486),
es decir —en el sentido riguroso del término—, la posibilidad
de una sociometría; en fin, el estudio «riguroso», por la Razón
analítica, de la estructuración del grupo. Pero la ciencia de los
grupos humanos sólo adquiere realmente sentido a condición
de que se la integre en una comprensión dialéctica. En una
palabra, el estudio de las estructuras muestra la posibilidad y
hasta la necesidad de una cooperación entre la «Dinámica de
los Grupos» y la «Dialéctica de los Grupos». De allí el empleo
que de manera esencial se hace en este caso de los aportes de
la etnología. El ejemplo elegido es el de las estructuras del pa-
rentesco. Muestra la existencia de una necesidad práctica que
asigne fronteras a la locomoción del individuo dentro de un
campo cultural. La iniciación tribal ilustra este punto. En efec-
to, «a partir del nacimiento, el surgimiento del niño en el am-
biente del juramento equivale para él a una prestación de ju-
ramento: todo individuo que surge en el seno del grupo jura-
mentado se encuentra juramentado». En seguida, «la iniciación
es un segundo juramento, en el que el individuo orgánico pasa
al estatuto de individuo común». Los adultos ven en ello la
marca de un compromiso. Todo ocurre como si quisieran de-
cirle al joven iniciado: 'Tenías el derecho de pedirnos que te
instituyésemos individuo común dentro de la comunidad; pero,
recíprocamente [...] tomabas por tu cuenta las cargas (exoga-
mia, etc.) que pesan sobre ti desde el ca'samiento de tus pa-
dres» (pág. 492).
La integración de la noción de estructura en una dialéctica
de los grupos plantea dos preguntas:
a) ¿Constituyen las estructuras un esqueleto del grupo
organizado?
b) En caso afirmativo, ¿qué pasa a ser la praxis que de-
fine al grupo (acción común)?
En verdad, «la curiosa característica de ese 'esqueleto' pa-
rece ser a la vez relación inerte y praxis viva» (pág. 487). «La
permanencia de la relación no significa en modo alguno la in-
mutabilidad de los términos y de sus posiciones» (id).
Es lo que Lévi-Strauss ha sacado a luz en Las estructuras

262
elementales del parentesco. Esas clases son un sistema de po-
siciones cuya estructura es lo único que permanece constante,
un sistema en el que los individuos se pueden desplazar y hasta
intercambiar sus respectivas posiciones, con tal que se respeten
las relaciones entre ellos (pág. 145).
Las estructuras son «esqueleto inorgánico y poder definido
de cada cual sobre cada cual, hecho y derecho a la vez» (pági-
na 487). Debido a ello, la estructura es la «función objetiva-
da» (id.).
Sea el ejemplo, tomado de Lévi-Strauss (Estructuras ele-
mentales..., páginas 167-169), de dos grupos familiares (A y
B) aliados por el matrimonio de una muchacha b con un varón
a. Para el Grupo A, la mujer es una adquisición; para el gru-
po B, una pérdida: A se vuelve deudor y B acreedor. De igual
modo, todo hombre de A o de B que se casa hace deudor a
su grupo.
Esas combinaciones van a regular las relaciones de los dos
grupos: el «interés del esquema propuesto [...] consiste en
mostrarnos a la estructura como una compleja reciprocidad de
créditos y deudas» (pág. 488). El sistema es mediación entre
las dos partes; se trata de una reciprocidad mediada (pág. 489).
Tal es el sistema de los primos cruzados: el matrimonio sólo se
puede reahzar entre { + ) y ( —): «Es la constitución de una
clase» (en el sentido lógico del término). Y «tales prácticas
remiten [...] a un fin: organizar el intercambio de las muje-
res de modo de combatir, en la medida de lo posible, la esca-
sez», y ello «en el ambiente del juramento» (pág. 490). Esto
«constituye la inteligibilidad de la estructura» (id.).
En ese sistema «el hijo nace con un porvenir insuperable»
(id.), basado en «la necesidad inerte de la exogamia», es decir,
«en cierta especie de reciprocidad mediada». Se trata «de ver-
daderas relaciones humanas y libres»; al mismo tiempo, «el
nacimiento es juramento» para el individuo común. Con ello,
la iniciación es «segundo juramento» (pág. 492), que hace
pasar al individuo al «estatuto de individuo común» (id.). De
la misma manera, «toda la eficacia de un portero, así como su
posibilidad personal de ser bueno, muy bueno o excelente, des-
cansa en el conjunto de las prescripciones y prohibiciones que

263
definen su papel» (pág. 493). Como vemos, la estructura del
grupo es «organización funcional» (id.), y no inercia institu-
cional (y menos aún inercia burocrática). En una palabra, la
estructura es «inercia activa» (pág. 495).
La estructura tiene un doble rostro: «Es una necesidad
analítica y un poder sintético» (pág. 495). En efecto, «el poder
se constituye al producir en cada cual la inercia» (pág. 496).
Pero es una inercia creada libremente, y la necesidad no es más
que el «índice de esa inercia vista en exterioridad ora por un
observador que no pertenece al grupo, ora por un subgrupo
especializado» (id.). Por lo tanto, vista en exterioridad, la es-
tructura es «simple esqueleto», es decir, necesidad para la
razón analítica.
«Pero también es, al mismo tiempo, reciprocidad mediada,
siendo la mediación la del grupo totalizador» (id.). Sin embar-
go, en este punto debemos tener cuidado en el sentido de que
nos enfrentamos con una totalización y no con una totalidad.
Hay-«una objetividad interna del grupo» (pág. 497). Sartre
toma el ejemplo de los «agitadores» enviados por el poder a
los koljoses, y precisa: «Es particularmente peligroso hablar
aquí de serialidad burocrática, aunque con toda evidencia ésta
condiciona todo en el ejemplo citado» {pi^. 500), lo cual sig-
nifica en el contexto que la «génesis ideal» sigue caminos dis-
tintos de los de la realidad. He aquí la definición: «Llamare-
mos, pues, estructura a la función del subgrupo o del miembro
del subgrupo, en la medida en que su ejercicio concreto por la
libre praxis del agente la revela como especificación del reto-
que totalizador operado por el todo en él mismo» (pág. 501).
En el nivel del grupo en fusión, «no se puede hablar aún de
relación estructurada, por la sencilla razón de que todavía no
se ha especificado el vínculo recíproco» (pág. 502).
La relación estructural es, en fin, «conocimiento silencioso
del grupo por él mismo». Desde este punto de vista, «la es-
tructura [...] no es otra cosa que la idea que el grupo pro-
duce de sí mismo» (pág. 502), «aquí, ahora» (id.). Pero esa
«idea» ^osee a su vez un doble carácter:

264
a) Es «libre comprensión en todas partes de la actividad
funcional en cada cual» (pág. 503). «En este nivel [...] el
grupo posee para cada individuo algo como un conocimiento
silencioso de él mismo» (id.). (Es lo que muestra el análisis de
las observaciones etnológicas de Deacon, pág. 504). Con todo,
«esa comprensión explícita no es más que una estructura del
poder» (id.);
b) Para ciertos órganos especializados existe otra moda-
lidad del conocimiento: la de la estructura como armazón. Es
el conocimiento de los organizadores del grupo, del subgrupo
especializado: el «organizador crea el pensamiento analítico (y
el racionalismo que le corresponde) con sus propias manos»
(página 505). Conocimiento analítico que debe tener funda-
mento: «La Razón dialéctica sostiene, controla y justifica todas
las demás formas del pensamiento [...] y las integra como
momentos no dialécticos que recuperan en ella un valor dia-
léctico» (pág. 506).
En cuanto al poder, se pueden distinguir tres modelos de
conducta del grupo, que también se pueden analizar a partir
de los métodos pedagógicos (Schmid), de la experiencia-prin-
ceps de dinámica de grupo (Lewin) o del laboratorio de la
historia (Guérin). A este respecto se puede trazar el siguiente
cuadro:

I II III

Pedagogía Escuela «Métodos Pedagogía


(Schmid) tradicional nuevos» libertaria

Dinámica de
grupos
(Lewin) Autocracia Democracia Anarquía

Plistoria y Socialismo
política Jacobinismo Marx-Engels libertario
(Guérin)

265
En psicología social tiene vigencia la descripción lewiniani
de estos tres modelos. Claude Faucheux distingue de la si*
guíente manera estos tres tipos de conducta del grupo: en el
grupo autoritario, «el grupo está sometido a un líder, ya sea
que lo sufra o que le deje la responsabilidad de la conducción
del grupo»; en una forma denominada «democrática», el gru-
po conserva la responsabilidad de las iniciativas, responsabili-
dad que puede delegar por cierto tiempo. Una tercera forma...
es la conducta «anárquica», en la que cada miembro se condu-
ce libremente.
Sartre retoma estos «modelos» en el plano en que se sitúa
Daniel Guérin: recuerda que existe la «costumbre de oponer
una tendencia centralizadora y autoritaria, que viene de arri-
ba [...] y una tendencia democrática y espontánea, que se
origina en la base». Pero en este momento de 1? dialéctica re-
chaza la dicotomía: «Lo que aquí nos importa, al margen de
toda política, es indicar que el modo de organización no es
fundamentalmente diferente así se trate de una centralización
por la cúspide o de una liquidación espontánea de la realidad»
(página 518). Y aclara: «De la misma manera que un crimen
premeditado o un acto de legítima defensa pueden poner en
juego, pese a todas las diferencias prácticas y jurídicas que los
separan, los mismos músculos y realizarse por las mismas con-
ductas inmediatas, de la misma manera el tipo de inteligibi-
lidad formal y de racionalidad puede ser el mismo para la
organización por la cumbre o para la organización por la base».
Como vemos, las distinciones habitualmente aceptadas para
separar los tipos de conducta del grupo no son conservadas
por Sartre en el nivel del problema dialéctico planteado por la
organización. En cambio, las volveremos a hallar, pero con
otra forma, en el estadio de la institución.
No obstante, es necesario plantear el problema de la con-
ducta del grupo organizado. Sartre rechaza las descripciones de
tipo Lewín (ios «cíímas») o de tipo Guérin: ve en eíias «sín-
tesis guestaltistas» (pág. 520) que se le imponen a la realidad.
Pero además la tesis «libertaria» y «espontaneísta» no se ade-
cúa a lo real: «De buena o de mala gana, hay que regresar a
las verdades establecidas por los historiadores: la organización

266
elige para ella organizadores» (pág. 520). Por ejemplo, se pue-
de citar el papel de los agitadores populares, a los que se
considera en las secciones revolucionarias entre 1789 y 1794,
como los organizadores del grupo. Ahora bien, «esos agitado-
res populares no son jefes, y en esto, sobre todo, difiere su
poder del poder de los dirigentes. Sólo se trata, en suma, de
terceros reguladores, cuya actividad reguladora ha pasado a ser
función sobre la base tácita del juramento» (pág. 520).
Sartre añade esto: «No se trata ni se puede tratar aquí
de Blanqui, ni de Jaurés, ni de Lenin, ni de Rosa Luxemburg,
ni de Stalin, ni de Trotsky» (pág. 518). Resulta difícil de com-
prender. Por una parte, en efecto, Sartre escoge por lo general
sus ejemplos preferentemente en la historia política y en la
problemática interna del movimiento obrero, y por la otra se
niega a examinar los problemas organizativos que se plantean,
precisamente, en los casos de Lenin, Rosa Luxemburg, Stalin
y Trotsky. Está claro que estos autores definieron y ensayaron
modelos de organización cuya problemática estructural iba có-
modamente a encontrar su lugar dentro de una «dialéctica de
los grupos». Por ejemplo, el análisis del burocratismo que pro-
pone Trotsky —de más preciso modo, el análisis de las rela-
ciones entre el grupo de dirección y los grupos fracciónales—
es un análisis que entra en el espíritu de una dialéctica de los
grupos («La burocracia —escribe— es la íuente principal de
las fracciones», y esta es una fórmula que esclarece a una diná-
mica o incluso una «dialéctica de los grupos» mucho mejor
que una referencia directamente histórica y «política»). La
«política» implica elecciones de estructuras formales que rara
vez salen a luz con los términos aquí empleados y a las que
habría no obstante que encarar a partir de la sociología de las
organizaciones. Es la perspectiva misma de Sartre.
El agitador es un «conductor» (pág. 521). No hay, pues,
dirigente en el nivel de grupo organizado, únicamente de los
líderes.
Dentro del grupo organizado, «las discusiones son indis-
pensables y, a veces, violentas». ¿Qué sentido tienen tales con-
flictos? No se los puede analizar en el nivel de los individuos,
pues «atribuirlos a diferencias de caracteres o a rivalidades

267
arteras sería caer en un absurdo escepticismo psicologista».
Pero tampoco se los puede analizar en el nivel de una diná-
mica interna del grupo: «la contradicción radica en el objeto».
Sartre toma el ejemplo de una comisión de expertos reunida
para resolver un problema de circulación (pág. 523). Cada
cual aporta una «solución individual», que sólo es, en realidad,
la expresión de un aspecto de las contradicciones de la situa-
ción estudiada, pues «tales contradicciones no son, en princi-
pio, otra cosa que estructuras objetivas del problema por re-
solver». De ahí la significación real de la virulencia que se
puede manifestar en determinado momento de la discusión:
«¿Para qué sirve la virulencia?». Pues, «para formular la pre-
gunta en todas sus formas y toda su complejidad, o, si se pre-
fiere, para realizar el volverse-problema del subgrupo» (pági-
na 525). A partir de un análisis como éste podemos examinar
«la estructura esencial de las comunidades, a la que el idealis-
mo epistemológico ha denominado acuerdo de los espíritus
entre sí» (pág. 527), es decir, la significación del acuerdo rea-
lizado dentro del grupo.
Se puede decir, aun antes de describir «la alienación como
vicisitud de la praxis de grupo», que «la praxis común es a la
vez praxis y proceso» (pág. 540). Es praxis, como hemos
visto, en la medida en que es organización totalizante de las
praxis individuales en función de un «fin común» (id.). Y es
proceso en la medida en que, «en el momento mismo en que
el grupo se supera hacia el organismo a través de sus indivi-
duos, permanece varado» (id.). E! grupo está siempre a mitad
de camino entre la máquina (pero «la máquina social nunca
ha de existir, ni aun como máquina con feed-back») y el or-
ganismo, pero también sabemos que el error organicista es lo
inverso y lo paralelo del error cibernético. Esta situación a
mitad de camino encuentra su formulación en la distinción
entre proceso y praxis. ¿Pero «qué diferencia hay entonces
entre proceso y praxis»? (pág. 541). El proceso tiende a la
inercia; la praxis, por el contrario, se pone del lado de la
acción.
Esta distinción va a permitirnos redefinir la «dialéctica del
afuera* (pág. 543), que se encuentra en la «captación de la

268
actividad humana como proceso». Es este un procedimiento
no dialéctico que encontramos «entre muchos sociólogos nor-
teamericanos: la 'Gestalt' de Lewin se apoya en una visión de
la praxis como proceso; los trabajos de Kardiner, las medicio-
nes de Moreno y los estudios de los culturalistas remiten siem-
pre a esta pasividad orientada...» (pág. 543). En resumen, la
«microsociología» sólo estudia «el revés permanente de la
praxis común»: el proceso; la dinámica de los grupos no alcan-
za más que la «dialéctica del afuera».
Los análisis precedentes han permitido establecer que «el
grupo en trabajo es la praxis individual, ante todo rebasada y
cosificada por la serialidad de los actos y que se vuelve en
todas partes sobre la multiplicidad amorfa que la condiciona
para sustraerle el estatuto serial y numérico, para negarla como
cantidad discreta y, dentro del mismo movimiento, para hacer
de ella en la unidad práctica un medio de alcanzar el objetivo
totalizante» (pág. 546). Hemos debido renunciar, por tanto,
a dotar al grupo de una unidad ontológica, cual sería la de un
hiperorganismo, de una «gestalt». Hemos aprendido a criticar
el fetichismo del grupo, ese grupismo latente en la cultura nor-
teamericana y en la microsociología que ésta ha suscitado.
Hay que hacer algo más, dar un paso adelante, precisando
qué significa el trabajo del grupo. Ya vimos que es doble. El
grupo se trabaja y trabaja. Se trabaja para darse, en una espe-
cie de creación continua, la unidad ontológica de la que carece,
que nunca tendrá y cuyo deseo, no obstante, conserva, y por
otra parte el trabajo en grupo realiza una unidad práctica de
los organismos que lo componen. Por eso, es decir, porque el
trabajo es el tipo mismo de la actividad dialéctica, el grupo en
acción debe comprenderse mediante dos especies de actividades
simultáneas, cada una de las cuales es función de la otra: la
actividad dialéctica en inmanencia (reorganización de la orga-
nización) y la actividad dialéctica como superación práctica del
estatuto común hacia la objetivación del grupo (producción,
lucha, etc.).
Al negarnos, así, a colocar la unidad del grupo en parte
alguna que no sea su praxis y al mostrar, además, que esa uni-
dad se halla incesantemente amenazada de disolución en la

269
serialidad, no hemos hecho otra cosa que establecer esto: el
grupo es una «existencia» sin «esencia»; o bien: la esencia
del grupo es su existencia. Sartre lo señala con claridad: «La
unidad práctica y dialéctica que persigue al grupo y que lo
determina a negarla por su esfuerzo mismo de integración es,
sencillísimamente, lo que en otro momento llamamos existen-
cia» (pág. 552).

D. EL TERROR

Hasta ahora hemos visto al grupo constantemente obsesio-


nado por su tentativa, siempre fracasada, de alcanzar una uni-
dad que no sea tan sólo la de la acción común, y logrando, a
través del fracaso, la superación del individuo orgánico por
el individuo común. El grupo era la permanente oscilación
entre el individuo y lo «común», ese «conflicto insuperable»
(página 567). Pero conflicto no es pataleo; lo hemos visto en-
gendrar los estadios que nos han conducido de la fusión a la
organización por la mediación del juramento, que ha introdu-
cido en el grupo la permanencia.
Vamos a dar un nuevo paso: «Estas contradicciones se ex-
presan a través de una nueva transformación del grupo; la orga-
nización se transforma en jerarquía, y los juramentos dan origen
a la institución» (pág. 567). Sin embargo, en el momento en
que se podría creer que este «estadio», este «paso», traza un
devenir histórico real, una génesis de las sociedades, se nece-
sita una invocación de método y de intención: «Lo que estoy
exponiendo no es una sucesión histórica [... ] Toda forma
puede nacer antes de cualquier otra o después de ella... Lo
que deseamos tan sólo indicar, seriándolos, son los caracteres
complejos que se hallan en la mayoría de los grupos concre-
tos; nuestra experiencia va de lo simple a lo complejo, porque
es, a la vez, formal y dialéctica» (pág. 567). Se trata de un
«formalismo estructural» (pág. 571) que se propone deslindar
«estructuras comunes a todos los grupos» (id.).
Aquí nos parece necesario un paréntesis para aclarar, a la
luz de controversias nacidas en torno de la obra, un punto

270
que nos parece esencial. La génesis ideal no traza, como aca-
bamos de recordarlo, un desarrollo histórico; no se trata de
recorrer las etapas efectivas del desarrollo de las sociedades.
Se trata de comprender, mediante una génesis ideal, las estruc-
turas sociales y establecer, por ejemplo, la inteligibilidad del
nacimiento del poder. Con todo, ese es el mismo tipo de pro-
blema que se puede plantear el sociólogo. Bien se lo ve en la
evolución interna y reciente de la psicología social norteame-
ricana, que ha pasado del estudio de las «relaciones humanas
al estudio de los sistemas de poder». Así, el director del labo-
ratorio de dinámica de los grupos de Michigan, Dorwin Cart-
wright, ha declarado recientemente que «la psicología social ha
desconocido la importancia del poder».
De modo inverso, les ha faltado a los sociólogos que estu-
dian los sistemas de poder la posibilidad de analizar los meca-
nismos del poder en el terreno experimental de los grupos
restringidos. Hay aquí un encuentro que está a punto de efec-
tuarse. Por fin se advierte la posibilidad de una cooperación
entre la psicología social —con mayor precisión, la «Dinámica
del Grupo»— y sectores en apariencia tan apartados de estas
investigaciones como, por ejemplo, una sociología política de
los sistemas de poder. Es uno de los intereses de la obra de
Sartre, deseosa de establecer los- fundamentos teóricos de un
encuentro como ese. Este punto se lo verá mejor cuando se en-
care el paso a la institución, es decir, esencialmente, al proble-
ma del poder.
Si hay un nuevo paso de la organización a la institución,
es que la «contradicción fundamental» del grupo (en torno
del problema de la unidad) se descubre «más aquí del jura-
mento y más allá de él» (pág. 573): a pesar de la estabilidad-
terror que el vínculo-jurado ha introducido en el grupo, la
fuga serial continúa royendo a la organización: «El grupo se
hace para hacer y se deshace deshaciendo». El peligro perma-
nente de disolución que signaba al grupo que nacía en la
«fusión» es peligro permanente, que «se descubre en el nivel
del grupo organizado» (pág. 573). Por eso «el grupo reacciona
con prácticas nuevas: se produce a sí mismo bajo la forma de
un grupo institucionalizado; esto significa que los 'órganos',

271
las funciones y el poder se van a transformar en instituciones;
que, dentro del marco de las instituciones, la comunidad inten-
tará darse un nuevo tipo de unidad institucionalizando la so-
beranía, y que el individuo común se transforma igualmente en
individuo institucional» (pág. 573).
En el grupo amenazado de dislocación se abre paso una
exigencia de unanimidad; se la puede leer en «el rechazo de
los opositores como si fueran traidores». Este rechazo de los
descarriados se puede analizar en el ejemplo histórico del con-
flicto entre los girondinos y los montañeses (pág. 575) y los
procesos de depuración en el conflicto. Es la integración-Te-
rror, en la que cada cual «es depurador y depurado» (pág. 579).
El terror no es dictadura de un subgrupo minoritario; es, por
el contrario, una estructura fundamental del grupo en su tota-
lidad: «El terror nunca es un sistema que se establezca por
voluntad de una minoría, sino la reaparición de la relación
fundamental del grupo» (pág. 579), que funda la dictadura
del terror.
Con el terror, «la praxis se convierte en el ser del grupo y
su esencialidad; va a producir en él sus hombres como los
instrumentos inorgánicos que necesita para desarrollarse [...]
Esta estructura nueva del grupo es al mismo tiempo la práctica
del Terror y una reacción de defensa contra el Terror». He
aquí, pues, una nueva forma de participación; cada cual se ha
convertido en una herramienta del grupo, poco más o menos
como el organismo vivo se hacía al principio (Libro I, cap. I)
herramienta-inerte para actuar sobre la materia inerte. El indi-
viduo-herramienta es el hombre de la institución: «En este
nivel se define la institución, o, para conservar nuestro hilo
conductor, ciertas prácticas necesarias para la organización se
proporcionan un estatuto ontológico nuevo al institucionalizar-
se». Resulta evidente que ese «estatuto ontológico» significa,
no que el grupo ha llegado a la finalidad que lo obsesiona
(tener la unidad de un organismo), sino que su modo de ser
se halla radicalmente modificado por el paso dialéctico de la
organización a la institución.

272
H. LA INSTITUCIÓN

Los sociólogos han destacado que la institución es «una


praxis y una cosa». Una praxis: si la institución no se ha con-
vertido en un «puro cadáver», se le pueden descubrir fines,
propósitos, finalidades, «una dialéctica inmovilizada de fi-
nes alienados, de fines liberadores y de la alienación de estos
nuevos fines» (pág. 581). Una cosa: la «institución posee, en
su condición de tal, una notable fuerza de inercia» (id.). Esta
inercia es la del «sujeto común trascendente» que «expulsa
de su función al individuo», que le roba su libertad, que
ejerce «el terror contra los subgrupos»; en una palabra, que
engendra la «alteridad como resurrección de lo práctico-inerte»,
mientras que el nacimiento del grupo en la fusión de la serie
era, por el contrario, «resurrección de la libertad contra la
práctico-inercia de los colectivos».
Así, la impotencia del tercero es «el factor determinante del
paso a la institución» (pág. 582). Es un nuevo momento de la
práctica: «La práctica es institución el día en que el'grupo,
como unidad corroída por la alteridad, es impotente para cam-
biarla sin trastornarse por completo él mismo» (pág. 583). Pero
a pesar de todas esas contrafinalidades destotalizantes, la ins-
titución «nunca es asimilable íntegramente a lo práctico-iner-
te»; sigue siendo una empresa en la que comienza la masifica-
ción. No es tan sólo «una cosa»; además, es praxis.
Sartre cita el ejemplo del permanente sindical y del oficial:
en cada caso se trata para el jefe de «liquidar al otro en él para
liquidarlo en los otros» (al oficial que vive entre sus hombres
y que regula toda su vida por la vida de él).
Esa interdependencia no es ya libre reciprocidad, sino es-
clavitud: «El momento institucional corresponde en el grupo
a lo que se puede llamar la autodomesticación del hombre por
el hombre. El propósito consiste, en efecto, en crear hombres
tales, que se definan a sus propios ojos y entre ellos por su
relación fundamental con las instituciones» (pág. 585). Es la
cosificación (id.). Consiguientemente, «el modelo de la insti-
tución será la herramienta forjada» (id.).

273
En el grupo organizado, la distribución de las tareas se
efectuaba aquí y ahora; originaba la diferenciación de las fun-
ciones. En el grupo institucional, cada cual ve definida su obli-
gación desde su nacimiento: «Aiin no habían nacido, en efec-
to, cuando la generación anterior ya había definido su porvenir
institucional como su destino exterior y mecánico» (pág. 585);
ese porvenir son, por ejemplo, las obligaciones militares. Se
puede ilustrar este punto con el análisis de los ritos de inicia-
ción (de pubertad): en ellos se pone al adolescente en condi-
ciones de asumir obligaciones, a las que los culturalistas
yerran en confundir con las «funciones» y las «actitudes» (pá-
gina 586). Aquí se podría ilustrar la aseveración de Sartre con
una referencia al análisis de esos ritos propuestos por D. Peaul-
me en su libro acerca de La gente del arroz: la niña que sufre
la iniciación ya conocía las técnicas culinarias y estaba prepa-
rada para asumir su papel, pero la iniciación transforma en
obligaciones esas conductas ya aprendidas. Así, la iniciación
es segundo juramento; el primero es el del nacimiento. El rito
muestra que «la institución produce sus agentes afectándolos
por anticipado a determinaciones institucionales» (id.). La ins-
titución es el Significante del que el individuo pasa a ser el
significado.
Como hemos visto, el sistema institucional aliena las liber-
tades en una especie de Sujeto trascendente. De ahí el proble-
ma de la autoridad: «El sistema institucional remite necesaria-
mente, como exterioridad de inercia, a la autoridad como a su
reinteriorización». Con todo, la Soberanía es el fundamento de
la autoridad. Pero preciso es determinar que:
— En el nivel del grupo en fusión, la soberanía está en
cada tercero, es decir, en todas partes y en cada cual: «El jefe
es cualquiera» y nadie; cada cual posee la casi soberanía. Los
«agitadores», que como hemos visto desempeñan un papel
«organizador» dentro del grupo en fusión de las jornadas revo-
lucionarias, no son «jefes»; simplemente «imitan o expresan
para todos la praxis que se define en todas partes e implícita-
mente en la ubicuidad de la reciprocidad mediada» (pág. 587).

274
— En el nivel del juramento y la organización, hemos vis-
to aparecer los poderes. Pero «no hemos descrito la autori-
dad» (id.); no hemos podido plantear en este nivel el proble-
ma lewiniano de los tipos de mando. Sin embargo, desde este
segundo nivel hemos visto la compulsión, el elemento coer-
citivo, que se presenta con la fraternidad-terror. Por último
«íe necesitan instituciones, es decir, un renacimiento de la
serialidad y la impotencia, para consagrar el Voder y asegurar-
le su derecho de permanencia. En otros términos, la autoridad
se basa necesariamente en la inercia y la serialidad, en la me-
dida en que es Poder constituido» (pág. 587). Y no le busque-
mos un fundamento (Dios o el grupo) a la soberanía; «podría-
mos buscarlo durante mucho tiempo: no lo hay» (id.). La ver-
dad ya la habíamos descubierto en el primer momento de la
Dialéctica de los grupos: «la soberanía es el hombre mismo
como acto, como trabajo unificador, o sea, en la medida en que
tiene dominio sobre el mundo y cambia a éste. El hombre es
soberano» (pág. 588). El único problema que tenemos que
plantear es el del bloqueo de las casi soberanías de todos que
transforma a la soberanía y la remite al individuo común o al
subgrupo. Ahora bien, a este respecto «las cosas se han em-
brollado».

El nacimiento de la soberanía-institución se produce a par-


tir de una imposibilidad para cada tercero de volver a ser di-
rectamente regulador. Esa impotencia fundamenta la existencia
del soberano, pues «éste dispone de los medios de comunica-
ción (ya se trate de carreteras, de canales o de mass media"),
porque es el único en asegurar la comunicación» (id.); es «la
mediación de todas las mediaciones» (id.). Es la centralización,
o sea, la mediación fijada, la necesidad —para dos subgrupos
definidos y cuyas prácticas son complementarias— de pasar
por las oficinas o por el Consejo para adaptar recíprocamente
sus acciones (id.). Y aquí aparecen nuevas estructuras: el man-
do y la obediencia (pág. 592). Volvemos a la inercia: «Esta
institución no necesita la compañía de ningún consenso, puesto
que se establece, por el contrario, sobre la impotencia de sus
miembros» (pág. 595). Únicamente el soberano «totaliza» y

275
unifica «las muertes-prácticas que un movimiento centrífugo
tendía a disociar» (id.). Reina sobre el grupo «medio muerto»
(página 598); modifica y «hiela» la circulación de la informa-
ción (pág. 600); es, por fin, el producto, no del grupo-praxis,
sino del grupo-proceso (pág. 601).
El Estado es la forma tipo de la institución. No es «ni
legítimo ni ilegítimo»: es legítimo en la medida en que se
produce en el ambiente de la fe jurada (del juramento); pero
este ambiente, este medio, se ha vuelto al mismo tiempo en el
de la serialidad y la impotencia, en el que los individuos no
tienen medio alguno, como serie, de impugnar o de fundar una
legitimidad» (pág. 609).
El Estado se instituye en la lucha de clases como órgano
de la clase de explotación. Aquí reconocemos la recuperación
de la concepción marxista.
Pero Sartre muestra que el Estado moderno llega a cierta
autonomía con respecto a la clase dominante, de la que al prin-
cipio no era más que el instrumento. Así, el análisis teórico
halla en este punto algunos de los problemas más actuales de la
sociología política.
Otro aspecto del grupo en el nivel al que hemos llegado es
^ «extero-condicionamiento» de los sociólogos norteameri-
canos. Este concepto señala con claridad, al término de la
«circulación dialéctica» que hemos recorrido, la recaída del
grupo en la serialidad.
El principio de la nueva praxis consiste en «utilizar la se-
rialidad impulsándola al extremo para que la recurrencia misma
produzca resultados sintéticos» (pág. 614) a fin de crear un
medio social en el que «basta que cada Otro se haga Otro com-
plemento, es decir, que ejerza sobre él su libre praxis, para
ser como los otros» (id.). Por ejemplo, «recientemente se ha
mostrado que en las clases infantiles norteamericanas y, por
supuesto, en el curso de todos sus estudios cada individuo
aprende a ser la expresión de todos los demás» (pág. 621).
O bien: «Cada cual conoce esos concursos en los cotidia-
nos: se presentan, en un orden cualquiera, diez nombres de
monumentos, de artistas, de modelos de automóviles, etc. Hay

276
que determinar la jerarquía-tipo (que es, en realidad, la jerar-
quía media) tal cual se establecerá por la confrontación de las
respuestas de todos los Otros. El competidor que haya propor-
cionado la lista más próxima a la lista-tipo habrá ganado. Ha
sobresalido, en suma [...] por haberse hecho más perfecta-
mente Otro que todos los Otros (por) su capacidad de hacerse
médium del Otro (id). El vencedor es aquél que dispone del
mejor radar-Riesman. Representa un «verdadero y nuevo es-
tatuto del individuo masificado (pág. 622).
El extero-condicionamiento se basa en la «pasividad de las
masas», que es la resultante de una acción del Soberano que
tiende a «suprimir el cambio». Gamo vemos, estos análisis se
vinculan directamente a uno de los rasgos esenciales de la civi-
lización de masa contemporánea. Pero además hacen aparecer
una estructura de una «importancia capital para la comprensión
de los acontecimientos históricos» (pág. 622) y no únicamente
de la actualidad.

F. LA BUROCRACIA

Al cabo de estos análisis contamos con los elementos nece-


sarios para la comprensión de la figura terminal de la dialéc-
tica de los grupos, es decir, la burocracia. La burocracia se de-
fine, según Sartre, por una triple relación: «extero-condiciona-
miento de la multiplicidad inferior, desconfianza y terror seria-
lizante (y serializado) en el nivel de los iguales, y aniquilación
de los organismos en la obediencia al organismo superior» (pá-
gina 626). Como vemos, he aquí, llevados al extremo, los con-
ceptos que vimos aparecer en el momento de la Institución,
colocados en los tres planos (inferior, medio y dirigente) de la
organización burocratizada.
«La hemos visto nacer 'de la propia soberanía'», «cuando
ésta no era todavía más que un momento institucional del
grupo, y la vemos afirmarse como supresión total de lo huma-
no, excepto en un punto infinitesimal de la cúspide como con-
secuencia de la inercia de la base» (pág. 627). Esto significa

277
que «la descomposición del grupo ha cerrado por completo el
campo infernal de lo práctico-inerte sobre los hombres» (pági-
na 349).
No tenemos que estudiar aquí «las circunstancias históricas
de una burocratización de los poderes». En cambio, interesa
al análisis dialéctico destacar que, «cuando el Estado es un
aparato de compulsión en una sociedad desgarrada por con-
flictos de clases, la burocracia, constante amenaza del soberano,
puede ser evitada con mayor facilidad que en una sociedad so-
cialista en construcción» (id.). ¿Por qué? Porque «la tensión
que reina entre las clases, las luchas parciales», introduce la
protesta, la impugnación... Por otra parte, «una particular
contradicción opone al soberano.[...] a la clase dominante, que
lo produce y lo alimenta (le paga) como aparato suyo». Por el
contrario, «cuando el grupo de soberanía, en su implacable
homogeneidad, ha integrado en sí a todos los agrupamientos
prácticos, o, si se prefiere, cuando la soberanía detenta el mo-
nopolio del grupo [ . . . ] , la pirámide soberana [... ] nunca
tiene que luchar sino contra ella misma, es decir, contra los
riesgos engendrados por la separación y la institucionalización,
y precisamente esa lucha contra sí es la que debe engendrar a la
burocratización» (págs. 628-629). De ahí esta conclusión sobre
la burocratización de los Estados denominados socialistas: «Na-
die puede ya creer hoy que el primer estadio de la revolución
socialista ha realizado la dictadura del proletariado» (pág. 629).
Pero aún hay que ir más lejos, pues el «verdadero problema»
parece ser este: «¿En qué medida una sociedad socialista pros-
cribirá el atomismo en todas sus formas?» (pág. 349, nota 1).
Ya se ve que Sartre está ante todo preocupado por el
problema político de nuestro tiempo. La inspiración ética de
su obra se vincula de manera esencial al problema planteado
por la burocratización de los regímenes que han suprimido la
propiedad privada de los medios de producción, sin que por
ello hayan suprimido la oposición «dirigentes-ejecutantes».
Pero Sartre no llega hasta el fondo de la deducción crítica.
En ninguna parte muestra de qué manera puede la burocracia
constituirse en clase dirigente. Y, por lo demás, atribuye a la

278
burocracia características ligadas a un momento del desarrollo
histórico, sin advertir que éstas se pueden modificar. Por úl-
timo, la génesis es, aquí, interna. No se han explorado los
factores externos.

G. EL LUGAR DE LA HISTORIA Y EL
¡NACABAMIENTO

Al termino de este recorrido, que nos ha hecho pasar de


las series a los grupos en formación, de éstos a la organización
(por mediación del juramento), de la organización a la institu-
ción (por mediación del terror) y, por último, a la hurocrati-
zación, una pregunta se plantea: ^qué luz aportan estos análisis
para la comprensión de los grupos? Tenemos el derecho de
formular esta pregunta dentro de la perspectiva misma de Sar-
tre: hemos visto a éste subrayar, por ejemplo, el interés de
la comprensión de la estructura de extero-condicionamiento,
deslindada por la sociología contemporánea e integrada a la
dialéctica de los grupos, para una comprensión de la historia.
De este modo se señala una lectura nueva. No hay que exigir
más: cuando, para tomar otro ejemplo, el dinamista de grupo
establece, mediante la experimentación, modelos (que atañen
a la «cohesión de grupo», a la «presión de grupo»), supone
que en un estadio posterior de las investigaciones han de ser
éstos manejables en el terreno concreto de los grupos llamados
«naturales», y utilizables en la «investigación activa». Ubiqué-
monos en ese terreno. «En la realidad concreta, es decir, en
cada momento de una temporalización, todos los estatutos de
todos los grupos, vivos y muertos, y todos los tipos de seriali-
dad [... ] se dan juntos, como lazos de relaciones rigurosas y
como materiales dispersos de la totalización en curso» (pági-
na 642). Así, «el momento concreto de la experiencia reinte-
gra todos los momentos abstractos que hemos alcanzado, uno
tras otro, y superado; los reubica en el centro de lo concreto
con su función concreta» (id.). «El lugar de la historia —y el
terreno de la sociología, hay que añadir— es, pues, el de una
combinación de grupos y series»; sería tan abstracto considerar

279
los grupos sin las series como las series sin los grupos. En
realidad, «la producción histórica de uno o de varios grupos
determina un campo práctico de nuevo tipo, al que llamamos
campo común, mientras que la serialidad define el campo al
que hemos llamado práctico-inerte» (pág. 643). Series y grupos
se dan juntos en el campo común: «Nada permite, en efecto,
declarar a priori que la serialidad es un estatuto anterior del
grupo, aunque el grupo se constituye en ella y contra ella»
(id.). A decir verdad, «¿no hay un doble movimiento perma-
nente de reagrupamiento y petrificación? Poco nos importa:
lo esencial era fundar la inteligibilidad de los posibles, y esto
ya lo hemos hecho» (id.).
Tal es el encadenamiento de las estructuras, el movimiento
dialéctico interno, o sea, el desarrollo que conduce, según Sar-
tre, de la dispersión original a la dispersión terminal, a la buro-
cratización. Es un movimiento rigurosamente deductivo en el
nivel de una dinámica de los grupos. Por el camino de la re-
flexión y la reducción fenomenológica encuentra lo que em-
pleamos en el grupo de diagnóstico, esa otra forma de la re-
ducción: un criterio que hace aparecer las leyes generales de
la comunicación, no creándolas de nuevo, sino presentándolas
como condiciones de posibilidad de la experiencia social.
Pero ese esclarecimiento no es una génesis real. Estamos
aquí y ahora, en este grupo, portadores ya de la experiencia
social, ya educados para la comunicación, hablando esta lengua
sin detenernos en establecer su sintaxis. Dicho esto, el análisis
y la experiencia del grupo siguen siendo válidos en determi-
nado nivel de significaciones. ¿Pero de dónde viene realmente
la serialidad original? Sartre lo dice: sólo puede venir de una
revolución histórica real, de un estallido de las viejas estruc-
turas, de la antigua burocracia (a no ser que se reconstruya
por hipótesis, con Rousseau, el paso de la animalidad dispersa,
solitaria, a los primeros vínculos de la humanidad). La seriali-
dad sartreana total no existe en nuestro mundo humano, salvo
como primer momento de una deducción a priori.
Otra dificultad: el momento de la organización es para
Sartre, esencialmente, el del pequeño grupo, del equipo o del
taller; el momento de la institución es el de la sociedad global.

280
¿Es posible, por consiguiente, pasar de uno al otro por desa-
rrollo interno? Su análisis de la burocracia sigue siendo super-
ficial y descriptivo, y no puede serlo de otra manera, claro
está. Sartre lo dice explícitamente: rechaza, en nombre de su
filosofía política, la idea misma de que la burocracia pueda
llegar a ser una clase dominante. El interés mayor del análisis
sartreano no estriba, pues, en su respuesta al problema político
del siglo. Se halla en otra parte, en una esfera más fundamen-
tal. Sartre muestra la importancia primera del concepto de ina-
cabamiento.
La dialéctica de los grupos, de las organizaciones y las ins-
tituciones nos enseña a evitar el uso de los conceptos de aca-
bamiento y madurez en el análisis de los procesos y de las or-
ganizaciones sociales. Mejor dicho, se podría decir que la idea
de acabamiento no aparece en la historia como no vaya ligada
a la dominación: una clase que llega al poder proclama la ma-
durez de la historia, su propia madurez; es, por ejemplo, la
filosofía de las Luces, en el siglo xviii.
No se necesita el modelo del estado adulto, transpuesto de
la biología a la sociología y la política, para definir una auto-
rregulación de los grupos y las organizaciones, para «imaginar»
una sociedad en estado de institucionalización casi permanente.
Al contrario, la idea fija —y fijada— de institución evoca la
madurez, la estabilidad y la muerte. La idea de actividad ins-
tituyente permanente e inacabable es, por el contrario, el fin
de esa fijeza institucional que define habitualmente a la buro-
cracia.
Resumamos. En el estadio de la organización, el ejemplo
de un equipo de fútbol puede mostrar esta nueva «figura»,
este nuevo «rostro», del grupo, muy diferente de la que pre-
sentaba el «grupo en fusión». La organización es, antes que
nada, una «operación del grupo sobre él mismo»: el grufK)
organiza sus medios con miras a un fin que sigue siendo común.
Pero al igual que en la «fusión, antes del juramento, en el
nivel de la organización se descubre un peligro. Hemos visto
al grupo organizado fundamentar su estabilidad en una «reci-
procidad de inercias juramentadas». Pero sabemos que el gru-
po no tiene ni tendrá jamás la unidad de un organismo, que

281
nunca será «adulto». Nuevamente es, por tanto, necesario ase-
gurar su cohesión.
Entonces se va a pasar de la «organización» a la «institu-
ción» por mediación del terror. La integración-terror depura al
grupo y elimina a quienes se desviaron. El «grupo-terror» se
opone al «grufx) vivo» de un primer momento; su equilibrio
ya no es el mismo; es ahora «grupo-invadido», amenazado,
obsesionado por el «desviacionismo», por el riesgo permanente
de disolución en la serie.
Para sobrevivir va el grupo a establecer sus instituciones:
Ja práctica es institución el día en que el grupo, como unidad
corroída por la alteridad, se vuelve impotente para cambiarla
sin trastornarse íntegro a sí mismo. El tipo observable de este
grupo lo constituyen el Ejército, la Iglesia, el Partido, el Sindi-
cato con sus permanentes. El grupo institucional «se forja» a
través de las transformaciones que transforman, por ejemplo, la
función (característica del grupo organizado) en obligación:
«obligaciones» militares, familiares, profesionales, por ejemplo.
La nueva figura del poder será Ja autoridad del mando. «Esta
institución no necesita la compañía de consenso alguno del
grupo» para que Ja soberanía se encarne en una persona. Pero,
con eJIo, eJ grupo regresa a Ja serialidad original; las institu-
ciones pierden la vida que atravesaba al grupo. Y es la buro-
cracia.
El desarrollo de la dialéctica de los grupos nos deja en con-
diciones de determinar por fin el lugar de la historia como
lugar de la Jucha y del conflicto. Hay, pues, que definir ahora
la lucha de clases como «motor de la historia» (Marx). En este
punto, los análisis de Sartre no apuntan más que a unirse con
el aspecto esencial de la enseñanza del marxismo a partir de
una definición que muestra a las clases como conjuntos de gru-
pos y series. La dialéctica sartreana de los grupos se junta así
con la dialéctica marxista de Jas cJases sociaJes. Pero Sartre se
niega a definir Ja burocracia como una nueva clase dominante.
Esa es, sin duda, una de las mayores dificuJtades de su fiJoso-
fía de los grupos y la historia.

282
H. APLICACIÓN A LA PEDAGOGÍA

En un T. Group se parte de la dispersión original y no de


un grupo. La primera tarea consistirá en comprender de qué
manera el grupo, «cuyo origen y cuyo fin residen en un esfuer-
zo de los individuos reunidos por disolver en ellos la seriali-
dad», puede nacer a partir de la serie. ¿Cómo aparece esta
primera «totalización»? Para intentar captar el «punto de fu-
sión» se necesita comprender que la pasantía o prácticas de
formación es ante todo una práctica en formación, cosa que,
por lo demás, no dejará a ser a lo largo de toda la experiencia.
Aun cuando las prácticas hayan sido decididas en común por
todos cuantos participan en ellas, la serialidad sigue siendo una
dimensión esencial y permanente del colectivo de gestión.
Es posible comprender esa «fusión» original —en la que el
análisis de Sartre ve el resultado de un clima de «alta tempe-
ratura histórica»— viviéndola en los comienzos de unas prác-
ticas de autoformación. Basta para ello analizar el momento
dialéctico del nacimiento, del paso de la serialidad al grupo. Este
análisis ocupa los comienzos de las prácticas de autoformación,
cuando no la totalidad de la sesión. A la fusión sólo se la
liberará de verdad, en nuestra opinión, si el grupo es «grufx)
común», prácticas totales en el trabajo dentro de una no di-
rectividad a la vez pedagógica y «política» que cree sus estruc-
turas, que estudie su gestión, que ponga desde luego en tela
de juicio los principios mismos de la formación y que al mis-
mo tiempo analice todas estas operaciones, tan complejas.
El colectivo en fusión sólo puede llegar a ser verdadera-
mente un grupo gracias a la mediación implícita del juramento.
Este es el compromiso tácito que cada cual «pronuncia» de
«jugar el juego», de no «sabotear» la experiencia, aceptando
la regla del juego que el grupo se ha dado a sí mismo. En
efecto, comportamientos tales como, por ejemplo, el sabotaje
del grupo o el trabajo fraccional sólo se pueden estudiar si
previamente se considera el grupo como conjunto de partici-
paciones «juradas». Tal es la condición fundamental, la que le
permite al grupo-practicante o «grupo común» orientarse hacia

283
la búsqueda de un sistema organizativo y hacia la adopción de
los principios de su trabajo: pequeños grupos de autoanálisis y
autoformación, por ejemplo, o talleres de trabajo.
El origen del juramento en las prácticas es, como general-
mente se lo ha subrayado, el permanente temor de la disper-
sión inicial o del estadillo de las prácticas, con lo que cada
cual regresaría a su casa. Es la lucha de todos y de cada uno
contra el malestar de una situación «a puertas cerradas»; den-
tro del marco de la experiencia, hay que salir de esa situación
sin objeto aparente.
El grupo común supone, por tanto, la adhesión de cada
cual y de todos. Este «contrato social» sólo puede basarse
verdaderamente, como tan bien lo dejó señalado Rousseau, en
la unanimidad, es decir, en la voluntad inicial de continuar jun-
tos una experiencia. He aquí, pues, el nacimiento del grupo. No
nacimiento para un estado adulto, para un futuro acabamiento.
El nacimiento de los grupos, como el de los individuos, es na-
cimiento al inacabamiento, nacimiento indefinidamente inaca-
bado.
Las prácticas (o grupo común reunido en asamblea general)
van a llegar entonces a la posibilidad de plantear el problema
de la organización, de las estructuras; van a inventar la forma
de practicar. Una vez más, conviene destacar este punto. .Antes
de organizar.se para llevar a cabo cierta tarea definida, para
«trabajar», es necesario que el grupo organice su poder inter-
no, que se trabaje. Aquí es donde se plantea el problema de la
soberanía. La distribución de las tareas y del poder va a poner
en peligro a esa «casi soberanía» de cada cual que caracteriza-
ba el grupo en fusión. En efecto, «el grupo necesita que se
llene cierta función dentro del grupo, pero le repugna renun-
ciar a su soberanía dándose un jefe».
En el momento en que el grupo entra en esa fase de la or-
ganización, el control de las posibilidades de fuga, de desvia-
ción, de no participación, puede adquirir formas más duras.
Los miembros del grupo se sienten ahora vinculados por los
compromisos. La violencia, hasta entonces expresada por agre-
siones contra el preceptor o monitor (expresión de la contrade-
pendencia y de la ansiedad, pero también, cuando se trata de

284
prácticas bethelianas, crítica a través del preceptor dirigida a la
organización que éste encarna), se va ahora a ejercer a partir
del grupo y en dirección de los miembros de éste. Habrá en-
tonces que distinguir entre conductas tales como las del «chivo
emisario» (resurgimiento agresivo de la incertidumbre inicial)
y las conductas de «fraternidad-terror», que implican la orga-
n¡2ación interna del poder del grupo dentro de su nueva es-
tructura. Es lo que se denomina «presiones de grupo». Sería
preciso analizar todas las formas de presión, hasta las que pa-
recen menos «violentas», como otras tantas expresiones difu-
sas o cultas del terror. Y con el terror encaramos el problema
de la institución. Según Sartre, el terror se convierte en poder
instituido.
Las prácticas, la pasantía, son una institución. Aquí el
análisis de Sartre recibe todo su sentido, con la condición de
que no falte en momento alguno, ni aun en un principio, la
dimensión institucional. Ya se lo ve al grupo de formación de
tipo clásico dominado por la tentación de tomar del contexto
social modelos institucionales de funcionamiento burocrático,
como el sistema del voto, por ejemplo, o la elección de los
dirigentes. Es comprensible el fenómeno. Si el grupo no puede
instituirse, entonces desemboca en la democracia indirecta.
Aquí, en esta posibilidad de inventar una «microdemocracia
directa», aparece la capacidad de autoformación política de
prácticas como esas.'
Hay, pues, que impulsar hasta su término ios análisis bos-
quejados en Bethel. La consecuencia será la invención —difí-
cil— de una nueva función de análisis, de un nuevo tipo de
preceptor o monitor para las prácticas de autogestión.
La idea de autogestión no puede de ninguna manera signi-
ficar para nosotros la «utopía» de una sociedad cabalmente es-
tabilizada, de la homeostasis social, cuya imagen esboza Cannon

1. Distinguimos, como Sartre, con todo rigor: Institución y Burocracia.


No toda institución es burocracia. Pero la burocracia es la institución cosificada.
En último extremo, la relación slaff-ptacticantes es igual a la relación Base-
Burocracia.

285
en La sabiduría del cuerpo, o bien, incluso —para hablar esta
vez en el lenguaje de Hegel—, de un «domingo de la vida».
Buscar en ello la realización acabada del proyecto sería caer en
esas trampas apologéticas de la dialéctica tan justamente criti-
cadas por Georges Gurvitch.
La autogestión no significa para nosotros el acabamiento
revolucionario de todos los conflictos históricos. La idea de
revolución permanente, impulsada al extremo, conduce, por el
contrario, a la idea de una revolución para siempre inacabada.
Un descubrimiento fundamental de las prácticas de auto-
formación podría ser el del inacabamiento. Y he aquí, quizás,
el término último de nuestra crítica del espíritu betheliano. En
la medida, en efecto, en que el modelo de Bethel es no crítico,
supone que es posible una madurez del grupo. Trasladada al
lenguaje de la filosofía de la historia, esta imagen muy bien se
puede juntar con la de los filósofos de las Luces, tan a menudo
retomada en nuestros días, tanto como con la idea positivista
de una edad adulta de la humanidad. En la ideología betheliana
hay ecos de Condorcet, de cierto aspecto de Rousseau y hasta
de Atiguste Comte.
El trastrueque de la relación entre pedagogía y política nos
orienta en una dirección inversa. Menos optimista, en cierto
sentido, que la inspiración pedagógica, la concepción política
de la formación implica a la vez que los hombres'son «adul-
tos», que pueden administrar la sociedad dentro de la auto-
nomía y que esos mismos hombres nunca serán completamente
«adultos» si este término quiere decir que ^n día se puede
encontrar o realizar un estado de equilibrio perfecto. Nuestra
investigación acerca de la no directividad, en su historia y su
vida actual, halla aquí lo que a nuestro parecer debe servirle
hoy de fundamento: la idea de un inacabamiento fundamental
de los grupos y, de una manera más general, del hombre. Y nos
parece, por fin, que criticar las ilusiones de la adultidad es
atacar directamente la directividad pedagógica y, con ello, las
estructuras que hacen de nuestra sociedad una sociedad buro-
cra tizada.

286
CONCLUSIONES

Para concluir presentaré en forma de «tesis«> lo que he ade-


lantado en el presente libro. Son tesis que atañen, sobre todo,
a la sociología de las organizaciones, luego a la psicosociología
de los grupos y, por último, a la pedagogía institucional.
1. La burocratización de la sociedad industrial pasa por
tres fases. La fase C se halla actualmente en formación.
2. En la fase C, los caracteres tradicionales del funciona-
miento burocrático serán profundamente trastornados. Es ne-
cesario, por lo tanto, considerar los «rasgos típicos» de la
burocracia tal como se los ha descrito a partir de Marx y de
Max Weber, esto es, como rasgos fechados y situados. La
neoburocracia del porvenir será más flexible, más «abierta».
Retoma en su propio beneficio la idea de autogestión.
3. Este sistema social sigue siendo burocrático a pesar de
sus transformaciones, si se admite llamar «burocracia» a la pro-
piedad privada de la organización; luego, a «la organización de
la separación entre dirigentes y ejecutantes» (Carta de Argel,
capítulo I, párrafo 32).
4. La función histórica de la psicosociología de los grupos
y de la sociología de las organizaciones consiste en facilitar el
paso de las organizaciones de la fase B a la fase C.
5. Esa función social de la psicosociología entra en con-
flicto con otra función, que es la de instituir un lugar de sur-
gimiento del habla social en plenitud, ubicada en la superación
de la separación y el desconocimiento de los individuos y los
grupos. Esto implica la búsqueda del sentido de los grupos en
el nivel de las instituciones: esa es la tarea del socioanálisis
institucional.
6. El socioanalista sólo puede asumir en la práctica esta
contradicción mediante nnn estrategia entrista en la interven-
ción y la formación.

287
7. La misma contradicción se encuentra en las corrientes
más avanzadas de la pedagogía, especialmente en la corriente
denominada «no directiva». Esta, como todas las corrientes de
la Escuela Nueva y de los métodos activos, desconoce el pro-
blema fundamental de la pedagogía, que se lo debe plantear no
sólo en el nivel de las técnicas educativas, sino también, y
sobre todo, en el de los modos de organización de la forma-
ción, es decir, de las instituciones.
8. La pedagogía institucional apunta a superar ese desco-
nocimiento organizando la autogestión educativa basada en la
gestión de la formación por los educandos.
Estas ocho proposiciones expresan, en orden, el movimien-
to de nuestra reflexión. Al descubrir, gracias al análisis socio-
lógico y a la experiencia, el proceso contemporáneo de transfor-
mación de las burocracias occidentales y su paso progresivo a
la forma «C», hemos situado y comprendido mejor las contra-
dicciones internas de dos prácticas: «la dinámica de grupo» y
«la pedagogía nueva».
Es este un descubrimiento que nos ha llevado a proponer
dos nuevas formas de acción: el «socioanálisis institucional»,
por una parte, y, por la otra, la «pedagogía institucional».

288
APÉNDICE

ELEMENTOS PARA UN LÉXICO

ACABAMIENTO
Véase «jefe», del francés chef y éste del latín caput, cabe-
za. / / Al término, en el sentido de extremo, fin, acabar (1080),
llegar, llevar a su fin; de donde, acabamiento (siglo xiii), e
inacabado (siglo xvm). / / En el sentido de «maestro, el pri-
mero»; en composición, chef-d'oeuvre, obra maestra (Etienne
Boikau, en el sentido antiguo que tenía en la lengua propia
de los oficios). / / «En el célebre Libro de los oficios, de Boi-
leau, encontramos, entre otras prescripcines, esta: 'Todo com-
pañero debe, cuando se lo recibe en la orden de los maestros,
prestar juramento [...] de no divulgar voluntariamente los se-
cretos del oficio'. Este velo [...] se desgarró íntegro con el ad-
venimiento de la gran industria» (Marx, El capital).
Acabado'- «A lo que ya no le falta nada; cumplido, com-
pleto, íntegro, terminado, afinado, perfecto» (Paul Robert,
Dictionnaire alphabétique et analogique de la langue fran-
<,aise).
Acabamiento: Acción de acabar; estado de lo acabado (P.
Robert, loe. cit.)

ADULTO
a) Que ha terminado su desarrollo (adulius est). Se opo-
ne a adolescente: que es:á creciendo, acabándose.

289
b) Generalmente se define la educación, en sentido am-
plio, como una formación que prepara adultos, como el «con-
junto de los medios y disciplinas por medio de los cuales nos
esforzamos en lograr que nuestros alumnos o estudiantes pasen
de la infancia a la edad adulta» (Gaston Berger, L'Homme
moderne et son education, P.U.F., París, 1962, pág. 95). El
adulto es el «ser acabado». También es el saber, opuesto al
«no saber» del que se forma. Y es el poder.
c) La norma del adulto sirve de fundamento a la educa-
ción directiva o positiva (en el lenguaje de Rousseau). Los
adultos preparan, con sus instituciones, adultos. Podemos pre-
guntarnos si esta forma corresponde a una realidad distinta de
la de los roles sociales, a la que implica, y si alguna vez puede
el hombre acabar verdaderamente su formación.
d) Con la educación negativa o no directiva, en cambio,
la oposición radical adulto/niño, acabado/inacabado, saber/no
saber, docente/educando, es una oposición que se destruye. Al
hombre se lo define como ser inacabado, en curso de «acaba-
miento» hasta el día mismo de su muerte.
e) La teoría del inacabamiento implica renunciar a los
conceptos de adulto y madurez tanto en ciencias sociales como
en la práctica pedagógica, terapéutica y política.
Georges Lapassade, L'Entrée dans la vie. Essai sur l'inaché-
vement de l'Homme, Editions de Minuit, París, 1963.

AUTOGESTIÓN

1. Sistema de organización de la producción y de la vida


social en el que la organización y la «gestión» dejan de ser
propiedad privada de unos pocos (grupos minoritarios, castas,
clases dominantes) para convertirse en propiedad colectiva.
Marx definió la autogestión de la producción, a propósito de
la Ojmuna de París, con la noción de self government de los
trabajadores.

290
2. Hoy se cuentan por lo menos dos concepciones de la
autogestión: a) La más corriente, que es la que observan en
sus términos las organizaciones políticas, define a la autoges-
tión dentro del doble marco económico y jurídico. Esta defini-
ción se sitúa en el nivel de las estructuras de poder, de las
instituciones en el sentido jurídico y sociológico de la palabra.
En este nivel, la ideología autogestora se encuentra con la co-
rriente de la ideología calificada de «modernista». Tiende a la
autogestión «por arriba», donde el Estado decreta modelos ins-
titucionales de autogestión; b) La psicosociología ha enrique-
cido el concepto de autogestión llevando más lejos las exigen-
cias. Para los psicosociólogos, la definición «oficial» no es falsa,
pero sí incompleta. La autogestión suf)one, en efecto, motiva-
ciones y decisiones verdaderamente colectivas; tiene raíces en
la «vida afectiva» y en la «cultura» de los grupos. La psicoso-
ciología ha mostrado, con posterioridad al psicoanálisis y jun-
tamente con él, que las definiciones clásicas de la democracia,
implicadas en la autogestión, suponen una concepción del hom-
bre que olvida al inconsciente de los individuos y los grupos.
De aquí la idea nueva de la autogestión, de tipo no directivo,
que deja que los grupos sociales desarrollen auténticas conduc-
tas instituyentes.

Lenin, El Estado y la revolución.


Le win, Psicología dinámica.
Marx, La guerra civil en Francia.
Max Pages, L'Orientation non directiva en psychothérapie
et en psychologic sociale.

AUTOGESTIÓN PEDAGÓGICA

La autogestión pedagógica es un sistema de educación en


el que el maestro renuncia a transmitir un mensaje: los alum-
nos deciden, dentro de los límites de la actual situación es-
colar, métodos y programas de formación. En otros términos,
la clase en autogestión es como una cooperativa escolar en la
que se «administra» no ya tan sólo un presupuesto y proyec-

291
tos de entretenimiento, sino además el conjunto de la vida dia-
ria de la clase, de las actividades. En la clase en autogestión, el
maestro ya no enseña: la vieja relación Docente-Educando que-
da abolida.
La autogestión pedagógica corresponde en el grupo de los
educandos a la no directividad de los docentes. El concepto de
no directividad sólo puede incumbir, en efecto, a los que «di-
rigen» (así dirijan una terapia o una formación). Su comple-
mento necesario es, pues, la autogestión. Sin embargo, actual-
mente se pueden distinguir dos tendencias en la corriente de
la autogestión pedagógica: a) Una tendencia instituyeme, en
la que los docentes proponen al comienzo del año escolar al
grupo de los educandos ciertos modelos de funcionamiento y
regulación del trabajo (el Consejo, el presidente, etc.); b) Una
tendencia no instituyente en la que los docentes se abstienen
de toda proposición acerca de los modelos institucionales y
dejan que el grupo de los educandos encuentre y establezca
las instituciones internas de la clase.
Los pedagogos de la autogestión son, pues, «docentes» que
renuncian a enseñar. Definen su papel educativo en términos
nuevos: analistas del proceso de aprendizaje en el grupo de
los educandos y, eventualmente, expertos a disposición del
grupo; dentro de una situación como esa, la exposición for-
mulada por el «maestro» no directivo es siempre un com-
promiso, al que hay que situar en una estrategia entrista (véase
este término).
No directividad pedagógica y autogestión son términos com-
plementarios:
— la no directividad define el comportamiento del «do-
cente»;
— la autogestión define el posible comportamiento de los
educandos (quienes se dan una organización, finalidades, etc.,
establecen un programa en función de las Instrucciones im-
partidas por las Instituciones externas, etc.).
Las fórmulas de autogestión pedagógica varían de acuerdo
con las situaciones, las edades, etc. Hemos definido el prin-
cipio.

292
B. Bessiére, R. Fonvieille y G. Lapassade, «L'Ecole vers
I'autogestion», Education et Techniques, 16, abril-junio de
1964, págs. 29-51.
R. Lourau, L'Autogestion á l'école, «Education Nationa-
le», 5 de noviembre de 1964.

BUROCRACIA

A. Este término tiene tres significaciones:


a) En el lenguaje de la ciencia política significa «el poder
de las oficinas» (sentido etimológico), es decir, un sistema de
gobierno en el que domina el aparato administrativo. Es el sen-
tido que le dan Hegel, Marx y Trostky.
b) En el lenguaje de los sociólogos significa, desde Max
Weber, un sistema de organización racional (para Max Weber)
o que implica, por el contrario, disfunciones (Merton, Selznick,
Gouldner, etc.).
c) En el lenguaje popular, el término significa la rutina,
el papeleo, el universo de los turiferarios.
B. Max Weber llama burocracia a la organización que tien-
de a la racionalidad integral. Define la organización burocrá-
tica por cierto número de rasgos característicos: 1.° «Ante todo,
el principio de la competencia de la autoridad, generalmente
ordenado por reglas fijas», que fijan las atribuciones de los
funcionarios con las «funciones oficiales» y prevé medios de
coerción; 2° La burocracia está jerarquizada. Es un principio
universal. El principio de la autoridad jerarquizada se encuen-
tra en todas las estructuras estatales y eclesiásticas, así como en
los grandes partidos políticos y en las empresas privadas. El
carácter burocrático no depende para nada, en rigor, del hecbo
de que su autoridad reciba la denominación de privada o pú-
blica; 3." Tercer carácter; la importancia de los documentos
escritos en las comunicaciones intraburocráticas: «La gestión
de la organización moderna descansa en documentos (legajos

293
o archivos), que se conservan en su forma original. De aquí
la pila de funcionarios subalternos y de escribientes de todo
tipo. El cuerpo de los funcionarios del activo de la administra-
ción pública más el aparato del material y expedientes forman
un buró». La importancia del documento, con destino al in-
terior pero también al exterior queda, así, subrayada. Para ilus-
trarlo mejor es suficiente recordar la abundancia extravagante
de las notas de servicio y de circulares de toda especie que
pueden bastar para ocupar a verdaderos batallones de servi-
cios, secretarios y dactilógrafos; 4." Cuarto carácter: la función
burocrática «presupone normalmente una formación profesional
rigurosa». Ya Marx destacaba, por lo demás, en su Crítica de
la filosofía hegeliana del derecho, la importancia de los exáme-
nes en el reclutamiento de los funcionarios y en su carrera;
5° El funcionario consagra «todo su tiempo» a la adminis-
tración. Su trabajo es en su vida una actividad principal;
6.° El acceso a la función y su ejercicio suponen conocimientos
técnicos, un aprendizaje jurídico, técnicas de gestión, etc.
Max Weber destaca igualmente los rasgos de la personali-
dad burocrática; «La burocratización separa de manera radical
a la actividad oficial del campo de la vida privada. Los fondos
y el equipamiento públicos están claramente separados del
patrimonio particular del funcionario [...] El principio se ex-
tiende hasta el jefe de empresa: la vida profesional está sepa-
rada de la vida doméstica; la correspondencia administrativa,
de la correspondencia privada; los intereses del negocio, de la
fortuna personal».
«Una ejecución de los negocios lo más acelerada posible y,
no obstante, precisa, clara y continua es hoy exigencia que le
impone a la administración la economía capitalista de mercado».
La política es la ciencia del gobierno de las sociedades, de
su organización y su «gestión». Desde sus orígenes (después
del «comunismo primitivo» de las tribus, es decir, a partir del
«despotismo oriental» o «modo asiático de producción»), la
organización de la producción y de la vida social ha pasado
a ser propiedad privada de minorías, que han constituido las
clases dominantes.

294
a) En Occidente, y desde la Antigüedad griega, las clases
dominantes poseen la propiedad privada de los medios de pro-
ducción, por una parte, y, por otra, de la organización de la
producción.
h) En los sistemas burocráticos («despotismo oriental»
o «capitalismo burocrático» de los países llamados socialistas),
la propiedad privada de la organización fundamenta la explota-
ción y los privilegios de la clase dominante.
Desde el punto de vista político, se debe definir a la buro-
cracia como un modo específico de producción, es decir, como
una formación económico-política en escala mundial, exacta-
mente como en términos marxistas se define al capitalismo.
De acuerdo con la misma perspectiva, la burocracia se define
como una clase social (clase dominante y dirigente en la so-
ciedad).
Entre los orígenes de la burocracia moderna, A. Kollontai
ha puesto de relieve, en especial: a) la burocracia dominante
que corresponde a un estadio avanzado de desarrollo del modo
capitalista de producción; b) la burocracia nacida de la dege-
neración de una revolución proletaria o popular (en la URSS,
por ejemplo).
Desde un punto de vista dinámico, la burocracia es todo
aquello que se opone a la autogestión de la producción y de
la vida social, es decir, al paso de la propiedad privada de la
organización a la propiedad colectiva. A partir de este punto
de vista, se puede emprender el análisis de todo lo que en la
vida social, en la cultura de los grupos, en las actitudes y los
estereotipos, en las estructuras y en las conductas, en la ideo-
logía y, por fin, en las diversas formas de «falsa conciencia»
reprime a la orientación hacia la autogestión.

M. Crozier, Le phénoméne bureaucratique, Le Seuil, Pa-


rís, 1964.
J. Gabel, La Fausse Conscience, Ed. de Minuit, París, 1962.
A. Kollontai, «L'Opposition ouvriére», Socialisme ou Bar-
barie (35), 1964.

295
BUROCRACIA PEDAGÓGICA

La burocracia pedagógica es una estructura social en la que


las decisiones fundamentales (programas, designaciones) se to-
man en la cúspide del sistema jerárquico (instrucciones y cir-
culares ministeriales). Existe una jerarquía de las decisiones,
desde el ministro hasta el docente, si bien este último dispone
de cierto margen de decisión dentro del marco del sistema de
normas. Desde el punto de vista de las decisiones fundamen-
tales, los diferentes grados de la jerarquía aseguran, ya su trans-
misión, ya su ejecución.
La diferencia esencial entre los docentes y los burócratas
que los controlan es ésta: los docentes, como los obreros en la
fábrica —para retomar la comparación de Claude Lefort—,
trabajan. Modifican la realidad, forman a los niños y los trans-
forman. La burocracia no tiene que ver directamente con obje-
tos de trabajo. Su papel consiste, una vez más, en «organizar»
—en principio— y sobre todo en controlar la ejecución del
trabajo.
Otros aspectos del burocratismo: el carácter fijo e imper-
sonal de las obligaciones y las sanciones, de las notas, del pro-
greso; la necesidad de orden y uniformidad que reina sobre el
universo burocrático, en el que la famosa frase de «No me
venga con historias» resume y expresa el temor por la novedad,
el rechazo de los cambios profundos, la rigidez de las actitudes,
la impersonalidad de la relación burocrática.
El carácter burocrático de la enseñanza francesa ha sido
claramente descrito por A. Wittenberg, un profesor canadiense,
en Education Nationale. Más cerca de nosotros, Michel Crozier
ha retomado el mismo problema en un capítulo de su libro
Le phénoméne bureaucratique.
En términos sociológicos, la burocracia pedagógica es, pues,
el aparato administrativo que enmarca a los docentes, desde el
Ministerio de Educación Nacional hasta los inspectores en to-
dos los grados de los servicios académicos, así como a los
directores, etc., es decir, al conjunto del aparato de control y

296
organización de la enseñanza en todos los grados de la je-
rarquía.
Pero además hay que precisar en qué medida es burocrático
este sistema administrativo. Para nosotros, el criterio funda-
mental es la resistencia a la autogestión pedagógica, o sea, al
hecho de que los educandos tomen a su cargo la educación.
Así, definimos igualmente como «burocráticas» las ideologías
opuestas a la autogestión pedagógica, cualquiera que sea el
origen oficial de ellas. Gjmo justamente lo ha dado a observar
M. Mouillaud, la teoría y la práctica de la autogestión pedagó-
gica se vinculan de manera indisociable al análisis de la buro-
cracia.
Didáctica de la autogestión. La regla fundamental, dentro
de la autogestión pedagógica, es para el docente la de no in-
tervenir sino a pedido del grupo.
a) En la pedagogía tradicional, el docente transmite un
mensaje al grupo de los educandos, controla la adquisición y
memorización, etc.
b) En la autogestión pedagógica, el docente se vuelve un
consultor a disposición del grupo (sobre los problemas de mé-
todo, organización o contenido). No participa en las decisio-
nes; analiza los procesos de decisión y las actividades institu-
yentes, así como el trabajo del grupo en el nivel de la tarea
(programas).
El docente enuncia desde la primera sesión de autogestión
esta regla fundamental. Esa es una diferencia con la conduc-
ción del grupo de base (T. Group), en la que el monitor pre-
cisa desde los primeros instantes que no tiene la obligación de
responder a las preguntas que le formule el grupo y que no
interviene, por lo tanto, sino cuando lo juzga necesario. Tal
es la regla del «grupo de formación».
En el grupo de autoformación (o autogestión), en cambio,
el «monitor» responde (con precisiones, exposiciones, etc.) si
estima que la solicitud expresa efectivamente una necesidad del
grupo. También puede analizar la solicitud.
Se advertirá, por fin, que los progresos del método en la

297
autogestión pedagógica suponen un perfeccionamiento ininte-
rrumpido de las relaciones de formación que el método implica,
así como reglas fundamentales en el nivel de los docentes y en
el nivel, asimismo, de los educandos (reglas del análisis, «leyes
del aula», etc.).

M. Crozier, ob. cit.


M. Mouillaud, «Enseignant et Enseigné», La Pensée, di-
ciembre de 1964.
A. Wittenberg, Education Naiionale, 18 de mayo de 1961,
págs. 12-13.

EDUCACIÓN NEGATIVA

1. El principio de educación negativa aparece por primera


vez en una fórmula, hoy célebre, del Emilio, en el libro segun-
do: «La primera educación debe ser negativa...». A menudo
se ha sacado la conclusión, errónea, de que Rousseau limitaba
este principio a la educación de la infancia. En realidad, el mis-
mo principio se enuncia en el Emilio con otra forma, cuando
Emilio se vuelve adolescente; hay que evitar entonces, dice
Rousseau, «darle lecciones que se parezcan a lecciones...».
2. Consiguientemente, el principio de educación negativa
adquiere por lo menos dos significaciones: a) La educación
negativa consiste ante todo en evitar que el desarrollo natural
del niño se vea pervertido o corrompido por la influencia pre-
matura del medio circundante; b) La educación negativa sig-
nifica en seguida que hay que dejar que quien se forma haga
su experiencia de acuerdo con su ritmo, que el método del
educador sea, como dice Rousseau, «inactivo», que debe saber
«perder tiempo».
Por estos motivos, la educación negativa parece definir una
conducta pedagógica de la educación a la que correspondería la
autoformación de quien se forma.
3. Dentro del sistema de Rousseau, el principio de educa-
ción negativa es la consecuencia pedagógica de un principio

298
fundamental: el de la bondad original. Según Rousseau, el hom-
bre es bueno, pero los hombres son malos. El mal es de origen
social. Pero la esencia del hombre sigue siendo originalmente
«buena». Bastaría, pues, dejar intacta en el niño la «bondad
original» para que se desarrollara. De ahí la educación nega-
tiva.
4. Se advertirá el profundo parentesco entre este sistema
y el de Rogers. Para éste, la bondad original pasa a ser el cre-
cimiento (growth), que puede libremente desarrollarse o res-
taurarse en una situación no directiva {véase este término).

J. J. Rousseau, Emilio. Carta a Christophe de Beaumont.


G. Lapassade, «ActuaJité de l'Emile», Education Nationa-
le, 31 de mayo de 1962.

ENTREVISTA (interview)

Se distingue la entrevista ¡nterindividual y la entrevista de


grupo. Para describir la entrevista empleamos esencialmente la
obra de Kahn y Cannel sobre la dinámica de la entrevista.
A. Repaso de algunas nociones generales. Surgidas en lo
esencial de la psicología topológica (Lewin) y de la psicología
freudiana, permiten articular una teoría general (dinámica) de
la entrevista.
1) La noción de motivación. En el campo psicológico del
sujeto actúan motivos, que son combinaciones de necesidades
y metas (goals).
Ejemplo: el señor Adam querría, con la compra de un nue-
vo coche:.
— complacer a su esposa y a sus hijos;
— marcar un punto en la competición que sostiene con sus
vecinos (signos exteriores de riqueza);
— en un nivel más oculto, brillar ante la mujer del veci-
no, seducirla con su hermoso y poderoso coche.

299
En esta distinción de los niveles de la motivación, funda-
mentalmente en el estudio comercial de las motivaciones, se
reconoce la influencia del psicoanálisis; el estudio en profun-
dida de los motivos no interviene, en cambio, en las entrevistas
para un estudio del mercado de tipo más tradicional.
2) La noción meta. Es el resultado buscado. En vincula-
ción con la motivación, orienta a ésta. (En la «pedagogía nue-
va» la teoría de los «intereses» es otra manera de situar el nexo
entre el aprendizaje como meta y la motivación.)
3) ha noción de camino y barrera. Los caminos marcan el
campo de locomoción, pero algunos de ellos están cerrados.
Ejemplo: un padre de familia consulta a una asistenta
social.
Varias motivaciones: necesita consejo y dinero; su situa-
ción está parcialmente determinada por el hecho de que su
mujer es alcohólica. ¿Va a revelar en el curso de la entrevista
este último punto? Si habla, considera que es una «deshonra»;
prefiere entonces no hablar de ello y alcanzar su meta (ser
ayudado) por otras vías (pasando por otro camino).
4) La noción de tensión: el conflicto. En el campo psico-
lógico, las fuerzas que intervienen para conducir al sujeto a ac-
tuar rematan en conflictos, en tensiones.
Ejemplo: en el ejemplo precedente, el consultante se siente
preso entre la necesidad de ser ayudado y la de «salvar el ho-
nor» de su familia no revelando que su mujer es alcohólica.
Esos sentimientos conflictivos pueden ser bastante desa-
gradables; está en la dinámica de la situación tratar de salir
de ellos.
5) La noción de mecanismos de defensa. Constituyen una
evitación y no una resolución del conflicto.
Ejemplo: Abel, hijo del señor Adams, prepara su entrada
en la Universidad; pero sus notas del colegio son insuficientes.
Podría elegir entre dos soluciones racionales: trabajar más, o
bien renunciar a preparar el ingreso en la Universidad optando
por otra orientación. Estas decisiones constituirían respuestas
racionales a la situación.

300
Pero Abel se vuelve completamente insoportable en clase;
desatiende su trabajo y «huye» en el devaneo; o bien acusa de
incompetencia e inacción a sus profesores, quienes «lo prepa-
ran mal para sus exámenes». O bien, incluso, declara que su
padre, que atraviesa por dificultades financieras, no podrá pa-
gar sus estudios. Inútil, pues, preparar el ingreso.
Esas «buenas razones» de «preparar» un fracaso son racio-
nalizaciones, es decir, una de las formas de los mecanismos de
defensa (cf. Anna Freud).

B. La motivación de la respuesta.
1. Responder al indagador es un comportamiento que se
halla, como cualquier otro, motivado, pero la motivación está
aquí en relación con la persona que conduce la entrevista. Se
pueden distinguir dos especies de motivaciones:
a) extrínseca: el indagador aparece como el agente de algo
o de alguien. Se le responde como si se hablara a este orga-
nismo.
Ejemplo: el indagador llega para hacer un estudio de mer-
cado; el ama de casa puede pensar al instante que tiene antojo
de comer carne, pero lo presenta de determinada manera; así,
durante la guerra se les respondía a los indagadores: «Ya pue-
de usted decirle a esa gente de Washington que...». El sujeto
piensa que hay en el medio algo que hay que cambiar. Si no
percibe esta motivación, se puede intentar hacérsela sentir: es
un aspecto del papel del indagador.
b) motivación intrínseca: es decir, ligada a la relación in-
terpersonal entre el que conduce la encuesta y el interrogado.
Es una relación original, en la que las metas pueden caer en el
olvido. Este aspecto de la entrevista es evidente en la relación
terapéutica. Los indagadores se sorprenden, no obstante, de
percibir su importancia en otras situaciones de la entrevista.
Se han enviado cuestionarios sobre algunos puntos a personas
que habían sido entrevistadas, y éstas han respondido como si
lo importante fuera, no el objeto de la investigación, sino el
investigador.

301
2) La noción de no directividad.
a) es necesario que el indagador se interese por la per-
sona a la que le habla (participación);
b) «permissiveness»: darle a aquel que habla la sensa-
ción de que se puede expresar como quiera. Para ello, el con-
sejo «rogersiano» (del nombre de su promotor) hace abstrac-
ción de toda norma y le permite al «cliente» manifestar todos
sus sentimientos;
c) dejar al sujeto absolutamente libre: que no tenga la
sensación de que se lo obliga a hablar; así. los niños y los
adolescentes sienten que se los quiere hacer hablar. Entonces
les gusta zafarse.
Observaciones: a) El sujeto se encuentra influido por las
normas sociales; si no es un tanto inconformista, responde por
responder, como los niños, que contestan cualquier cosa a las
preguntas demasiado difíciles que se les formulan; b) Entre las
fuerzas que intervienen para inhibir la comunicación conviene
señalar la desconfianza.
Ejemplo. En un negocio industrial, los obreros interrogados
pueden temer criticar al patrón. O bien, interrogados sobre las
condiciones de trabajo, serán prolijos respecto de las condicio-
nes físicas, pero dejarán de responder sobre ciertos campos con-
siderados peligrosos (por ejemplo, el de la política).
3) ¿Qué es, en consecuencia, lo que puede hacer que un
sujeto sea motivado para responder o para no responder?
Ejemplo. La señora Jones, ama de casa, es entrevistada por
un indagador para un estudio de mercado. Se la impulsa a res-
ponder porque está sola (se aburre), por cortesía, por curiosi-
dad, por respeto al indagador, que dice haber sido enviado por
la Universidad. Pero por otra parte tiene razones para no res-
ponder: tiene trabajo (un pastel en el horno), su marido le
ha prohibido hablar de las cosas del hogar (¿qué dirá cuando
vuelva?); si una u otra de las motivaciones sale gananciosa,
el ama responderá o no responderá. En el fondo, no se halla

302
tan motivada para responder: es tarea del indagador hacer «in-
clinar la balanza» en favor de la entrevista.
4) ¿Quién ha solicitado la entrevista? La distribución de
las motivaciones es diferente cuando se trata de la entrevista
de encuesta (en la que el encuestador es solicitante) y de la en-
trevista solicitada por el entrevistado (por ejemplo, entrevista
médica o entrevista de consejo). En este último caso, parece
que la motivación mejor es la libertad de comunicación.

C. La conducción de la entrevista.
1. Un médico pregunta al enfermo si ha experimentado
determinado tipo de dolor. A una respuesta negativa del en-
fermo, el médico replica: «Me gustaría entender mejor eso».
En tal caso, el médico no ha respetado el síntoma del enfer-
mo, y por otra parte subraya la importancia del síntoma. No es
neutral.
2 La apariencia física del indagador adquiere igualmente
importancia; el hecho, por ejemplo, de ser de raza blanca en
una entrevista con un negro forma parte de la situación.
3. El papel de quien conduce la entrevista (véase más
arriba «no directividad»). a) Debe facilitar la comunicación,
es decir, motivar la respuesta del indagado (ya se ha señalado
que éste se encuentra preso dentro de un sistema de fuerzas:
algunas lo impulsan a responder y otras le impiden hacerlo).
El indagador debe reforzar todo aquello que sea positivo y
ayude a facilitar la comunicación; b) Debe igualmente tratar
de posibilitar una «evaluación» de la entrevista y .prever, por
consiguiente, la elaboración de un cuestionario y el control de
la interrelación. Precisemos: el cuestionario no tiene necesa-
riamente el mismo sentido para el indagador y el indagado;
como, en la entrevista médica, hay momentos en los que se
necesita proceder de modo de poder evaluar sin que el paciente
repare en ello.
Observación sobre la evaluación. Compete a los conoci-
mientos del indagador y al control de la influencia de su rol,

303
de su presentación, que hay que «evaluar». Incumbe asimismo
a la evaluación de la sinceridad, del valor de las respuestas ob-
tenidas.
4) ¿Cómo motivar la respuesta del indagado? Los autores
proponen el siguiente ejemplo: un niño golpeado por su padre
se confía a un amigo, quien responde: «A mí también...». En
!a misma situación, su profesor respondería: «No debes decir
eso». La primera respuesta es de tipo aprobativo; la otra, en
cambio, invita a pensar que «no debe hablar así de su padre».
La primera es adecuada para reforzar la comunicación; la se-
gunda contraría a ésta.
El indagador comete con suma facilidad el primer error:
alienta, anima, aprueba, muestra que está de acuerdo. Es
posible una tercera actitud; consiste en decir al niño, por ejem-
plo: «Crees que tu papá no te comprende». Esta actitud no
implica evaluación positiva o negativa alguna; centra la aten-
ción en la actitud de quien habla: es una actitud «sustenta-
tiva». Se la debe distinguir de las otras dos.
En resumen, debemos distinguir:
a) la actitud aprobativa: la del niño para con su igual,
en quien ve una imagen de sí;
b) la actitud de autoridad del profesor, que «sabe» y da
la solución;
c) la actitud sustentativa de «comprensión», distinta de
las dos anteriores y bastante difícil de definir. Es la que inten-
tan deslindar los psicoterapeutas. Esta actitud, ni amistosa ni
autoritaria, está implicada por la concepción rogersiana de la
entrevista denominada «no directiva».

D. La formación de los indagadores.


1. Los autores, que tienden a borrar la diferencia entre
los diversos tipos de indagadores, insisten en la necesidad
de una preparación para toda especie de conducción de entre-
vista. Sería un error, en efecto, creer que la formación no es
importante hasta para una encuesta-sondeo. Por ejemplo, si

304
la motivación del indagador es la del estudiante que necesita
dinero, el resultado será menos bueno que si el indagador se
halla interesado en lo que busca.
2. La obra pone de relieve varias opiniones sobre el pro-
blema del «oficio de encuestador».
— Hay quienes piensan que existen personas que nacen
con una personalidad que las vuelve aptas para dirigirse al pró-
jimo.
— Para otros, en cambio, cualquiera puede aprender esta
técnica.
Kahn y Cannel se alzan contra ambas posiciones, extremas,
y proponen una solución atenuada. Hay dones, pero es nece-
sario cultivarlos. Las aptitudes cuentan, pero el oficio se apren-
de. Así, es muy importante que el indagador o encuestador
pueda crear cierto clima; éste es el resultado de cierta sensibi-
lidad personal para con el tipo de relaciones que se desarrollan
en la entrevista.
3. Para formar sujetos para la entrevista es, pues, nece-
sario:
— desarrollar su sensibilidad para con las relaciones inter-
personales;
— enseñarles técnicas, no con los libros, sino en la ac-
ción (training), pues lo que cuenta sobre todo no es lo que
dice el encuestador, sino el hecho de hablar. Este oficio sólo se
aprende en una prueba vivida en los contactos con los ajenos.
La entrevista se debe aprender, por lo tanto, en la relación con
los demás, mediante:
a) discusiones de grupo: encuestadores noveles hacen en-
trevistas y luego se reúnen para hacer en grupo el balance de
las entrevistas que han efectuado. Hay consiguientemente, a
la vez, adiestramiento en el terreno y mediante seminarios de
trabajo en grupo;
b) juegos de rol (role playing), en los que el encues-
tador en aprendizaje hace sucesivamente, mediante «cambios
de rol», de encuestador y de encuestado. Este cambio es un

305
procedimiento del psicodrama de Moreno. Kahn y Cannel in-
sisten en la importancia de los juegos de rol;
c) el análisis de los registros de entrevistas en magnetó-
fono. Sería instructivo solicitarle al aprendiz de encuestador un
informe de la entrevista que ha efectuado, para compararla en
seguida con el registro grabado.
Esta tercera técnica de adiestramiento supone escalas de
valores que deberían permitir establecer una comparación entre
entrevistas conducidas por personas diferentes, para extraer de
ellas lo que depende del encuestador más que del encuestado,
lo cual permitiría, además, comparar la técnica de los diferentes
encuestadores, para ver quién puede arrojar mejores resultados.
E. Conclusiones.
1. Sensibilizar. La obra de Kahn y Cannel omite un hecho
importante: si se puede hacer entrar en un mismo marco es-
tructural y dinámico a todas las situaciones de entrevistas (la
I>ersona detrás de un postigo, el médico, el consejero de orien-
tación, etc.); si existen factores comunes a todas esas situacio-
nes, entonces el problema de la formación se debe extender a
la entrevista. Antes que nada, se debe lograr que todos cuantos
están en contacto con el público se vuelvan atentos.
2. También se deben señalar las diferencias. Por ejemplo:
para el médico, la meta de la entravista es el sujeto; con mayor
precisión, el diagnóstico. En psicoterapia, por el contrario, todo
lo que dice el paciente es absolutamente importante: hay que
darle completa libertad para que vaya por los caminos que de-
see. Es útil recordarles a los practicantes que hay que distin-
guir dos grandes tipos de entrevista: uno en el que al sujeto
se lo convoca, se lo solicita: se le pide algo; el otro extremo es
el sujeto que ha venido a pedir algo. Tal es el caso tanto en
terapia como en pedagogía.
R. Kahn y Ch. F. Cannel, The dynamics of interviewing;
theory and cases, John Wiley and Sons.
Nahoum, L'Entretien psychologique, P.U.F., Paris, 1954.
G. Lapassade, «L'entretien pédagogique et le probleme du
conseil». Bulletin de Psychologic, 1959.

306
ENTRISMO

a) Movimiento permanente por el que el hombre se es-


fuerza hasta el término de su existencia por entrar en la vida;
b) Estrategia que consiste en entrar en una organización
para modificarla sobre la base de un proyecto diferente del que
esa organización persigue. Se puede definir la intervención
psicosocial como una forma de entrismo que apunta a realizar
un tipo de comunidad más allá del que la organización «dien-
ta» desea constituir;
c) Entrismo pedagógico: Estrategia por la que el educa-
dor desempeña, a pedido de la sociedad, un papel de «adulto»,
para trabajar, en rigor, en la formación del hombre inacabado.
Es la pedagogía institucional.

G. Lapassade, L'Entrée dans la vie, oh. cit.

GRUPO

a) Ganjunto de personas interdependientes;


b) Hay dos concepciones del grupo:
— una totalidad acabada (Kurt Lewin);
— una totalización en curso, nunca acabada (Jean-Paul
Sartte).
c) Se llama dinámica de grupo:
— a las leyes de funcionamiento de los grupos (comunica-
ciones, cohesiones, desviaciones, liderazgos);
— al estudio de esas leyes.

K. Lewin, Psicología dinámica, ed. cit.


J. P. Sartre, Crítica de la razón dialéctica, ed. cit.

307
CRUPO DE FORMACIÓN. (T. Group o grupo de base; grupo
de diagnóstico; etcétera)

a) Un training group, o T. Group, es un pequeño grupo


de unas diez personas, más o menos, reunidas para formarse
con un monitor o preceptor de dinámica de grupo. El grupo
analiza su funcionamiento con la «ayuda» del monitor, quien
no da consejos ni imparte enseñanza alguna. Simplemente for-
ma parte del grupo, cuando lo considera necesario, de la ma-
nera en que advierte o «analiza» la situación. Progresivamente,
los miembros del grupo asisten y participan en el nacimiento
de su grupo; aprenden a prescindir del monitor y a analizar
solos el funcionamiento, aquí y ahora, del grupo del que
forman parte. La relación del grupo de formación con su mo-
nitor se analiza de igual modo.
b) El training group constituía en sus orígenes, en el Se-
minario de Bethel (Estados Unidos de América) y luego en
Francia —y sigue constituyéndolo—, una actividad esencial en
los seminarios de formación psicológica. Dentro de ese marco
ocupa una parte del empleo del tiempo de prácticas (una o dos
sesiones diarias) juntamente con otros ejercicios de formación
y de exposiciones diversas. También se practica el grupo de
formación fulllime durante un período habitual de tres días,
sin actividades complementarias de formación.

c) El T. Group, o grupo de formación, interesa, pues, a


los educadores por dos motivos:
— pueden descubrir en él algunos aspectos esenciales de la
dinámica de los grupos, es decir, del funcionamiento de los
grupos sociales, y este conocimiento puede resultar útil para
quien organiza grupos de trabajo, conduce reuniones, etc.;
— el grupo de formación permite un análisis en profun-
didad de las relaciones de formación.
d) Por último, es un método que, extendido al conjunto
de las prácticas (con el análisis institucional), permite aprender

308
a analizar la organización de la formación y su soporte insti-
tucional.

J. Ardoino, Propos actuéis sur ¡'education, col. «Hommes


et Organisations», Gauthiers-Villars, París, 1965.
C. Faucheux, «Les conceptions américaines du groupe de
diagnostic». Bull. Psych., num. especial, XII, 1959, págs. 6-9.
G. Lapassade, «Fonction pédagogique du T. Group», Bull,
de Psych., num. especial, XII, 1959.
B. Pingaud, «Une experience de groupe». Les Temps Mo-
dernes, m.«zo de 1963.
Varios, Pedagogic et psychologic de groupe, París, 1964.

GRUPO DE TRABAJO
(y trabajo en grupo)

a) Forma de trabajo colectivo en una tarea común; im-


plica una organización, procedimientos de funcionamiento, una
distribución de roles, etc. Los G.T.U. (grupos de trabajo uni-
versitario) son una de las formas de trabajo en grupo en la
enseñanza superior.

b) El grupo de trabajo se opone a menudo al grupo de


formación (T. Group), que, se dice, no tiene tarea (esto es,
tema de trabajo o de discusión). A decir verdad, la tarea del
«grupo de formación» es la formación en el análisis.

c) En los grandes grupos (más allá de unas diez perso-


nas) se utilizan los procedimientos de división en subgrupos o
comisiones, tales como el Philipps 66 (seis personas, seis minu-
tos), con informantes, los «grupos de zumbido» y la discusión-
pane] (un pequeño grupo discute acerca de un problema, y lo
hace delante de una asamblea).

R. Cousinet, Une méthode de travail libre par groupes,


Ed. du Cerf, París, 1943.

309
INSTITUCIONES

1. Este término adquiere, como «organizaciones», un do-


ble sentido. Significa:
a) un dato: una institución es un sistema de normas que
estructuran un grupo social, regulan su vida y su funciona-
miento;
b) un acto: véase la expresión «institución» de los niños,
en el sentido de educación. Instituir es hacer entrar en la cul-
tura.
2. Al mismo tiempo, el término recibe en nuestra lengua
una significación jurídico-política. Las instituciones son las
leyes que rigen una sociedad. Es el sentido que conserva el
marxismo, por ejemplo, cuando sitúa a las «instituciones» y
las «ideologías» en las superestructuras de la sociedad.
3. A partir de comienzos del siglo xx, el término adquie-
re, con la sociología de origen durkheimiano, una significación
amplia. Se define a la sociología como la ciencia de las institu-
ciones sociales. Dentro de esta perspectiva, Saussure define el
lenguaje como una institución. Los etnólogos (Kardiner, en es-
pecial) utilizan este concepto para definir las diversas formas
de la organización social: instituciones del parentesco, de la
iniciación, de la religión, etc.
4. En la sociología norteamericana contemporánea, el con-
cepto de institución social y el de estructura social tienden
prácticamente a convertirse en sinónimos.
5. Un problema planteado por las instituciones sociales
es el de su autonomización: creadas por una sociedad, termi-
nan por dominarla y sojuzgarla, de la misma manera como
el hombre se convierte en «el producto de su producto». De
ahí la preocupación contemporánea por desarrollar entre los
hombres conductas instituyentes; de ahí, también, la búsqueda
de prácticas institucionales.

310
6. Otro problema es el del origen de las instituciones.
Varias tesis se oponen, tesis que han sido desarrolladas por
diferentes corrientes de la filosofía política y luego de la antro-
pología:
a) el grupo toma conciencia de las necesidades de la re-
gulación social y se da instituciones adecuadas (véase, por ejem-
plo, Sartre);
b) la institución surge «por azar», encuentra que es «fun-
cional» y el grupo, por lo tanto, la conserva;
c) científicos y legisladores han dado instituciones a los
pueblos {véase Goldstein, citado por Lévi-Strauss, etc.);
d) otra tradición hace nacer las instituciones del inacaba-
miento de la especie humana (Bolk, y antes, ya Lucrecio, etc.).
Claude Lévi-Strauss desarrolla un punto de vista análogo cuan-
do muestra que la especie humana ha reemplazado la regula-
ción biológica por la norma cultural (es decir, por la institu-
ción).
7. Gancepción funcionalista y concepción simbólica.
Cardan ha definido y criticado la concepción económica y
funcional, «que quiere explicar tanto la existencia de la insti-
tución como sus características por la función que la institución
ha llenado én la sociedad y las circunstancias dadas, por su
papel en la economía de conjunto de la vida social». Para Car-
dan, el marxismo se orienta hacia una definición como ésta,
pero es un punto de vista atemperado por varias considera-
ciones:
a) Hay pasividad, inercia y «atraso» recurrente de las
instituciones con respecto a la infraestructura de la sociedad;
es necesario, por ello, romper las viejas instituciones por medio
de revoluciones, necesarias para dar a luz las instituciones ajus-
tadas a la sociedad nueva;
b) Marx «veía claramente la autonomización de las insti-
tuciones como la esencia de la alienación». Cardan propone
una concepción de la institución a partir de una teoría de los
símbolos. De manera, pues, que «una organización dada de la

311
economía, im sistema de derecho, un poder instituido y una
religión existen socialmente como sistemas simbólicos sancio-
nados. Consisten en adscribir a símbolos (a significantes) sig-
nificados (representaciones, órdenes, intimaciones que hay que
hacer o no hacer...»). Ahora bien, el sujeto no introduce este
orden significante, simbólico; lo encuentra (Jacques Lacan). De
igual modo, Fauconnet y Mauss destacaban, en el artículo
«Sociología» de la Grande Encyclopédie, que el sujeto halla,
cuando nace, ya instituido lo social. La novedad en el enfoque
actual de las instituciones (definida por el estructuralismo
lingüístico) es la búsqueda de una lógica constitutiva de lo sim-
bólico y el tratamiento del orden institucional como un sistema
de significantes, o sea, como un lenguaje.

P. Cardan, «Marxisme et théorie révolutionnaire», Socia-


lisme ou Barbarie (39).
Fauconnet y Mauss, artículo «Sociologie» en la Grande
Encyclopédie.
J. P. Sartre, Critique..., oh. cit.

INSTITUCIONES PEDAGÓGICAS

a) El lenguaje clásico habla de institución de los niños;


el primer educador es el institutor. Enseñar es instituir, es ha-
cer entrar en la cultura, la cual da acceso a las instituciones
sociales del adulto. (En sentido estricto, etimológico, instituir
es mantener en pie, «erguido», elaborar al individuo de acuer-
do con normas; es dar forma, «formar». También se piensa en
los términos Instituto e Institución, que designan estableci-
mientos de enseñanza. Así, «Institución» adquiere por lo me-
nos dos significaciones: 1) acto de instituir, y 2) lugar de en-
señanza.
b) Toda institución social se presenta como un sistema
de normas. La escuela se rige por normas atinentes a la obli-
gación escolar, los horarios, el empleo del tiempo, etc. Consi-
guientemente, la intervención pedagógica de un docente (o de

312
un grupo de docentes) en unos educandos se sitúa siempre
dentro de un marco institucional: el aula, la escuela, el liceo, la
facultad, las prácticas, etc. Por otra parte, supone un sistema
interno de funcionamiento (horarios, etc.).
c) Instituciones pedagógicas externas: los exámenes, las
normas de trabajo, los programas oficiales, los horarios de la
escuela, las estructuras pedagógicas exteriores a la clase, el gru-
po escolar de que forma parte la clase, la Academia, los ins-
pectores, el director de escuela. En todas las prácticas de
formación, la institución externa es la organización que ha
instituido esas prácticas (determinadas prácticas han sido «ins-
tituidas» por una empresa; otras, por una otganización de psi-
cosociología, por ejemplo).
d) Instituciones pedagógicas internas:
— la dimensión estructural y regulada de los intercambios
pedagógicos (con sus límites; por ejemplo, la hora de
entrada a clase y la de salida son un rnarco externo a la
clase, fijado por el conjunto del grupo escolar);
— el conjunto de las técnicas institucionales que se pueden
utilizar en la clase; el trabajo en equipos, la cooperati-
va y su consejo de gestión por los alumnos, la corres-
pondencia, etc.
e) Docentes y educandos tienen que ver con reglamen-
tos y programas como con normas no creadas por ellos, que
tienen su fuente en el exterior del grupo-clase y que determi-
nan su trabajo diario. Así, las instituciones externas son com-
pulsivas e intangibles, por lo menos en nuestro sistema social
actual. Las instituciones internas pueden ser objeto de una
actividad instituyente de los educandos. Esto define a la auto-
gestión pedagógica.
f) Las principales instituciones internas de la autogestión
son:
— Las leyes de la clase.
En la clase en autogestión, las leyes de la clase, votadas por
los alumnos al comienzo del año, regulan el funcionamiento

313
del consejo, las actividades educativas (el laboratorio de foto-
grafía, la biblioteca, etc.), la autodisciplina del grupo, etc.
— El consejo.
El consejo es la asamblea general de los alumnos, que
deliberan sobre la vida de la clase, sobre los trabajos y los días,
sobre los incidentes de la vida diaria, sobre los programas y
los instrumentos de formación, etc.

B. Bessiére, «Le Conseil», Education et Techniques (15),


1964.
G. Lapassade, «Un probléme de pedagogic institution-
nelle», Recherches Universitaires (6), 1963.

INTERVENCIÓN

Método por el cual un grupo de analistas instituye en una


organización social, a pedido de ésta, un proceso colectivo de
autoanálisis. Los instrumentos son la encuesta por entrevistas,
cuya síntesis se propone en seguida al conjunto del grupo
(feed-back), lo cual desencadena un nuevo proceso de análisis
colectivo, con comisiones de trabajo, etc.

D. Benusiglio, «Intervention psychosociologique dans une


grande entreprise de distribution», Hommea et Techniques, 15
(169), 1959.
E. Jaques, The changing culture of a factory. Dryden Press,
Nueva York, 1952.
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Hommes et Techniques, 15 (169), 1959.
A. de Peretti, «Relations entre directeurs, professeurs ct
eleves». Education Nationale, número especial, 14 de junio
de 1962.

314
MAYEUTICA

(Método pedagógico de Sócrates,


«parición» de los espíritus)

«Sentémonos en círculo» (en kuklo), propone Sócrates al


principio de La república. De ese modo comienza la entrevista
de grupo, cuyo monitor será él. Hoy este grupo y mañana
otro, pues Sócrates dice de sí mismo, en la Apología, que
«nunca ha tenido un solo discípulo», si por discípulo se en-
tiende, con los sofistas, una clientela que paga para recibir una
enseñanza, para aprender a «manipular» las multitudes en asam-
bleas políticas, de las que el mito de la democracia griega nos
propone incesantemente el modelo idealizado. Sócrates insti-
tuye el pequeño grupo pedagógico casi al margen de la ciudad,
tomando por objetivo la búsqueda de la verdad en común.
Rechaza todo salario, porque no tiene enseñanza que vender,
contrariamente a los sofistas, que funcionan a pedido del clien-
te. A Sócrates no se le pide nada, a no ser, quizá, que se calle.
Interviene sin que se lo pidan y sin enseñar nada, porque no
es un sabio, sino un constante indagador de verdad en medio
de una «ignorancia» universal y aceptada.
Ha descubierto, según el decir de Nietzsche, «que era el
único en confesar que no sabía nada, mientras que en sus
peregrinaciones críticas a través de Atenas, entre estadistas,
oradores, poetas y artistas, en todas partes encontraba la ilu-
sión del saber». La sociedad griega oficial consagra ya a cada
cual en su saber especializado; pero el diálogo, el pequeño gru-
po, va a convertirse en el lugar donde se destruyen las ilusio-
nes de saber.
Esa destrucción no es, con todo, fácil en una sociedad en
la que ya hay Instituciones, como por ejemplo la de la ense-
ñanza de los sofistas, que alimentan las ilusiones del saber
para dar fundamento a la división técnica y social del trabajo
y asegurar la cohesión inmóvil de la Ciudad, Sócrates, por su
parte, arranca de los demás esas ilusiones, después de haber

315
renunciado él mismo a las suyas propias, a costa de un largo
y difícil trabajo consigo. Despierta entre los demás, en el diá-
logo entre varios, una primera inquietud, a<]uí y ahora. Su
instrumento técnico en ese primer momento de la entrevista de
grupo es la ironía. No la agresión, la mofa, la sutil demolición
del contertulio, sino una técnica de análisis de las resistencias,
siempre basadas en falsas certezas. La ironía socrática ataca las
pantallas que impiden la reflexión, las barreras a la comunica-
ción verdadera, los falsos prestigios, las viejas certidumbres,
las desigualdades. Es una técnica que permite igualar al grupo
en el descubrimiento de una común ignorancia; es el camino
de la amistad al mismo tiempo que de la dialéctica. La dialéc-
tica es diálogo. Pero no se puede dialogar si uno se contenta
con palabras, si cada cual conserva la máscara de su estatuto
social y no de su papel y se niega a cuestionarse. En un primer
momento es, pues, necesario el trabajo del grupo sobre uno
mismo con la mediación del monitor, de Sócrates, y a su tér-
mino, como lo muestran los Diálogos de Platón, estalla la cri-
sis. La crisis: se conmueven las certidumbres, y Sócrates apa-
rece entonces ante los demás como un Maestro, como aquel
que debería saber y que podría, por ello, renunciando al fin a
la provocación inicial, transmitirnos nuevas certidumbres, a no-
sotros, que descubrimos nuestro no saber. Pero todavía es
engañarse acerca de la función de tan extraño monitor, pues
«parir» el conocimiento no está, como muy claramente lo
dice, en su poder: es cosa reservada a los dioses. Simplemente
puede ayudar a los demás a alcanzar el conocimiento de sí
mismos: «El dios me impone ayudar a parir a los demás, pero
no me ha dado el poder de procrear. Yo mismo no soy, pues,
sabio en manera alguna...». Ni «sabio», ni «científico» ni
agente cultural comisionado por otros (¿los dioses?, ¿la Socie-
dad?) para transmitir un saber, valores, a las nuevas generacio-
nes. Luego, únicamente se vuelve factible el autoanálisis, la
autoformación: «Conócete a ti mismo».
El hombre de la ilusión, el viejo hombre, ha muerto en el
grupo, como en los antiguos ritos de iniciación. Un nuevo na-
cimiento es posible, aquí y ahora, en nuestro grupo y por este
grupo, si cada cual quiete dar el primer paso y ayudar al propio

316
Sócrates a avanzar. Cada cual se convierte para el otro en otro
monitor. El nuevo nacimiento del grupo es, al mismo tiempo,
nacimiento de Sócrates, pues he aquí que en el grupo se pone
de manifiesto —en el grupo, donde seguramente no se han
despejado todas las resistencias— una común intención de
verdad que da fundamento a la reciprocidad de los inter-
cambios.
A menudo se ha dicho que esto no puede ser más que una
astucia pedagógica, que Sócrates maneja a su «auditorio» para
llevarlo adonde quiera. Y volvemos a encontrar este repro-
che, repetido sin descanso, en todos los seminarios actuales de
dinámica de grupo, cuando el monitor «no directivo» afirma
su no saber y se niega a enseñar.
Pero regresemos a Sócrates. Su procedimiento sólo es firme
y seguro en el nivel del método, siempre el mismo, cualquiera
que sea el tema de la plática; el camino va de la ilusión a la
crítica de la ilusión, para progresar en seguida a través de la
opinión recta hasta alcanzar la vecindad de la esencia, del saber
absoluto. Tal es el camino que nos falta recorrer en común,
poco ma's o menos como las procesiones que «subían» desde
Atenas hacia Eleusis, pero ahora con cabal lucidez, activa-
mente, y no ya atraídos por Misterios cuyo secreto sólo ten-
dríamos que recibir. El grupo socrático ya no es la procesión
religiosa o la asamblea política que encuentra su unidad allá,
fuera de sí misma, en el misterio revelado o en los discursos
de los oradores. Sócrates se burla de esas formas primitivas de
la alienación religiosa: fue el único, dice Hegel en su Filosofía
de la historia, en rehusar la iniciación de Eleusis. Y también
pone en tela de juicio la fascinación de las multitudes sobre el
agora, su ilusión de poder y el manoseo político.
Este primer iniciador moderno opone a las viejas inicia-
ciones, como a las muchedumbres manoseadas, el trabajo colec-
tivo del pequeño grupo, al que se niega a dirigir y ayuda,
simplemente, a progresar, lejos de Eleusis y del agora, de las
viejas divinidades agrarias y de las autoridades políticas. En
el aislado lugar de la entrevista, Sócrates ya se esfuerza por
crear una «microdemocracia de la desalienación». Tal es el
sentido profundo de la pedagogía socrática, de la mayeútica.

317
Desde entonces el pequeño grupo será considerado por los
demás, los que se mantienen fuera de él, como una fuente de
desorden y agitación. Sócrates se vuelve peligroso porque
reúne a adolescentes y hombres en una situación de intercam-
bio que no deja librado nada a la imprecisión, que no confunde
ya la verdad con la autoridad, ni las manipulaciones y los ma-
nejos con la dialéctica. El pequeño grupo socrático era quizá,
en la «democracia» ateniense, el único lugar verdadero de una
democracia real. De ahí la condenación de Sócrates y de ahí,
igualmente, la permuta de sentido que recibe en la doctrina
de Platón ese criterio original. El método de Sócrates no es el
sistema pedagógico expuesto en LM república, en que Platón
reproduce, como tan bien lo vieron Hegel y Marx, el modelo
egipcio del «despotismo oriental», de la sociedad burocrática.
Es una inversión: con posterioridad a Sócrates, la pedagogía
habrá partido ligado a los modelos burocráticos...

MODOS DE FORMACIÓN

Hasta aquí la definición de las tendencias era muy confusa


en pedagogía. Se distinguían las escuelas pedagógicas en fun-
ción de las técnicas de formación; nosotros las definimos, por
el contrario, en función de la organización de la formación. Así
como un sistema social no se caracteriza sobre todo por las
técnicas de producción y de la vida social, así también a un
sistema pedagógico se lo debe caracterizar antes que nada, no
por las técnicas de enseñanza, sino por la organización de la
formación, por las estructuras institucionales que establecen
las relaciones de formación. En una palabra, pedagogía tradi-
cional y pedagogía institucional son dos modos de formación.

NO DIRECTIVIDAD

1. Concepto elaborado por el psicoterapeuta norteameri-


cano Cari Rogers para definir una actitud terapéutica basada
en la aceptación incondicional de los valores del «cliente» y en

318
el renunciamiento a la interpretación de tipo analítico. La base
teórica, principio de la no directividad terapéutica, es por cierto
una concepción del crecimiento, del desarrollo (growth) del
individuo humano, desarrollo que se ha visto perturbado por
la «amenaza» y por el medio circundante. La terapia no direc-
tiva consiste en crear las condiciones de una restauración de la
personalidad, permitiéndole al cliente recuperar las vías origi-
nales del crecimiento.
2. La noción de no directividad se ha extendido a otros
.sectores de la práctica: a las técnicas de entrevista (interviú),
de «consejo» (orientación profesional, por ejemplo), etc.
3. Por último, al término se lo emplea en pedagogía para
definir una actitud del educador que permite la autoformación
de los educandos dentro del grupo-clase.

ORGANIZACIÓN

a) Colectividad instituida con miras a objetivos definidos,


tales como la educación, la formación de los hombres, la pro-
ducción y distribución de los bienes, etc. En este sentido, se
dirá organizaciones sociales. A veces se establecen equivalencias
con establecimiento e institución. La organización es aquí «un
conjunto formado de partes que cooperan» (Lalande, senti-
do B).
b) «Acción de organizar» (Lalande, sentido D).

March y Simon, Les Organisations. Problémes psychoso-


ciologiques, Dunod, París, 1964.

ORGANIZACIÓN INFORMAL

Dentro de las organizaciones, la negativa a permitir que las


minorías se expresen acarrea la formación de relaciones semi-
clandestinas (y opositoras). Es una ley muy conocida en la
dinámica de las organizaciones; se la encuentra en pedagogía

319
con la formación de las «pandillas», los problemas del «abu-
cheo», etc.
La importancia de los grupos informales se descubrió hacia
1927 en las empresas industriales (la General Electric Com-
pany), y el descubrimiento estuvo a cargo de Elton Mayo y
sus colaboradores, quienes sacaron a luz una especie de auto-
gestión clandestina dentro de la empresa. Moreno analiza, en
los Fundamentos de la sociometría, las redes informales habi-
das en una institución de reeducación que se oponían a los
sistemas oficiales. (Destacó la oposición entre socio gram a —es-
pontáneo— y organigrama —estructura oficial de las organi-
zaciones sociales).
Lo que vemos en los partidos y las fábricas lo encontramos
también en la escuela. En algunas experiencias se trata, no de
una banda, de una pandilla, sino de un grupo de investigación
que se constituye solo y en contra de la organización oficial de
la enseñanza, o por lo menos al margen de ésta. Se trata de un
grupo que se ocupa de sí mismo y aspira a ser «autoadminis-
trado».
La organización informal es una respuesta de los individuos
y los grupos a la represión del medio circundante (el medio
familiar, las instituciones, los capataces). Esas son las raíces
afectivas y psicosociológicas de la autogestión.

]. A. Brown, La Psychologie sacíale dans ¡'industrie, L'Epi,


París, 1961.
J. Moreno, Les fondements de la sociométrie, P.U.F., Pa-
rís, 1957.
L. Trotsky, Cours nouveau: de la Revolution. Cap. III,
«Groupes et formations fractionnelles», Ed. de Minuit, Pa-
rís, 1964.

PEDAGOGÍA
a) Ciencia de la educación.
b) El sistema institucional interno es el criterio esencial
que permite separar dos grandes formas de la pedagogía. Hay

320
que definir la pedagogía tradicional por el hecho de que las
instituciones internas de la clase las decide únicamente el maes-
tro. Así, si se acepta este criterio, todos los métodos pedagó-
gicos, hasta los más «modernos», «nuevos», «activos», son asi-
mismo métodos tradicionales. La última alternativa a la peda-
gogía tradicional así definida es la pedagogía institucional. Es
la autogestión de las instituciones, los métodos y los programas
por los educandos.
c) En la pedagogía tradicional las instituciones se impo-
nen como un sistema al que no se lo puede discutir, como un
marco necesario de la formación, como un soporte considerado
indispensable del acto pedagógico.
En la pedagogía institucional las instituciones internas de la
clase o de las prácticas (seminario) de formación pasan a ser
simplemente medios, formas de organización del trabajo y de
los intercambios, cuyas estructuras se pueden cambiar.

PSICOSOCIOLOGÍA

El sentido de este término no es unívoco. Hasta se presta a


menudo a confusión. Así;
1. En sentido amplio, define al conjunto de lo que tam-
bién se denomina psicología social (término que apareció a
fines del siglo pasado), o, con un término caído en desuso,
psicología colectiva.
En este sentido, la psicosociología es el estudio de las re-
presentaciones sociales, de la opinión pública, pero también de
los «marcos sociales» de la memoria, de la percepción, de las
diferentes funciones psicológicas.
2. Existe además una significación más técnica, según la
cual el psicosociólogo es un experto de los estudios de moti-
vaciones, de los sondeos de opinión, etc.
3. Por último, en un sentido más restringido, a veces se
designa per psicosociología a la psicología de los grupos al
mismo tiempo que a la práctica de la formación y la interven-

321
ción; en una palabra, a lo que se vincula a la corriente de la
dinámica de grupo. Esta acepción del término tiende actual-
mente a difundirse en la opinión, aun cuando se halla lejos
de designar al conjunto de la psicología social.

Serge Moscovici, La psychanalyse son image et son public,


P.U.F., París, 1962.
Jean Stoet2el, La psychologie sociale, Flammario», París,
1963.

PRACTICAS DE FORMACIÓN;
SEMINARIOS DE ADIESTRAMIENTO

La formación de los educadores y los docentes implica a


menudo prácticas de formación, institutos de formación, etc.,
que son instituciones.
El problema de la formación de los formadores es esencial:
«El educador debe a su vez educarse» (Marx).
Ejtisten varias estructuras institucionales de prácticas. Ci-
temos:
A. El seminario de adiestramiento en comunicación
(Royaumont, agosto de 1964). Este seminario se basa en el
análisis de los intercambios y en ejercicios prácticos atinentes
a las redes de comunicaciones en los grupos (tipo Bavelas, etc.).
B. Las prácticas de los centros de adiestramiento en los
métodos de educación activa, de estructura tradicional; las
prácticas de los grupo técnicos educativos.
C. Las prácticas psicosociológicas de tipo betheliano. Con
algunas variantes, esta fórmula la practican los grupos franceses
de psicosociólogos: Andsha, Arip, Ceffrap, etc. Implica sesio-
nes de T. Group, con ejercicios prácticos, conferencias, inter-
grupos. La estructura es la de todas las prácticas de formación
habituales: empleo del tiempo decidido por los monitores
(staff), al igual que el programa. El staff asegura la regulación
del seminario y su gestión (180).

322
D. Las prácticas de adiestramiento en el análisis institu-
cional.
Prácticas del tipo anterior (C), pero con consejos (compa-
rables a los consejos de clase, ya definidos), o reuniones ple-
narias no directivas que proceden al análisis de grupo y al
análisis institucional, aquí y ahora, de las prácticas.
E. Prácticas en autogestión.
Prácticas sin programa establecido por anticipado, sin ho-
rario predeterminado, etc. El colectivo de las prácticas tiene
por primera tarea la de crear estas instituciones. Define asi-
mismo el programa de formación y analiza esta institucionali-
zación.
A. Lhotellier, B. This y G. Lapassade, «Les stages de
formation», informe al Coloquio de psicosociología de Royau-
mont, diciembre de 1962, París.

TERAPÉUTICA INSTITUCIONAL

Movimiento de renovación de la práctica psiquiátrica en


institución (hospital).
1. Este movimiento nació (hacia 1943 y en Francia) de la
preocupación por despejar los frenos burocráticos creados por
la organización tradicional de los hospitales psiquiátricos.
La organización de estos últimos limitaba la eficacia de las
terapias industriales y de las terapias de grupo practicadas en
ese tipo de hospital.
2. La pedagogía moderna ha influido sobre el desarrollo
de la terapia institucional en los comienzos de ésta: la peda-
gogía de Freinet, en especial, con su sistema de cooperativa,
de imprenta, etc. El sistema ha sido adaptado al hospital.
3. Las técnicas de grupo también han influido sobre la
elaboración de los métodos y las doctrinas de la terapéutica
institucional. Pero, por razones mal elucidadas, los teóricos del
movimiento manifiestan ahora desconfianza y a veces hasta
hostilidad para con la psicosociología. Cabe pensar que ello

323
proviene del hecho de que el análisis psicosociológico tiende a
dejar al descubierto en todas partes la voluntad de poder y la
tendencia autocrática en la gestión de las instituciones, en la
conducta del personal y en la administración de los cuidados.
4. Por último, recientemente F. Tosquelles ha mostrado
las relaciones entre la terapéutica institucional y la educación,
sin dejar de conservar cierta distancia con respecto a la peda-
gogía institucional.

F. Tosquelles, Pedagogic et psychothérapie instttutionnelle,


París, 1966.

TERAPÉUTICAS TRADICIONALES

Entre las técnicas tradicionales de tratamiento de las enfer-


medades mentales, los etnógrafos y los psiquiatras han desta-
cado procedimientos tales como el chamanismo. En Senegal, el
doctor Collomb y su equipo han integrado a su práctica ciertas
técnicas tradicionales, como el N'DOEP, que pertenece a la tra-
dición.
En el proceso terapéutico africano, la «danza de posesión»
tiene una función esencial, pero no exclusiva. El exorcismo de
la f)osesión conlleva asimismo otros momentos y otros actos:
las «mediciones», «la erección de un altar», etc.
Esas técnicas africanas han sido trasladadas y difundidas en
el mundo por los caminos de la esclavitud. Así, en Túnez se
hace bailar el Stambeli a los enfermos para exorcizar los
«djinns» y obtener la cura.
La existencia de las terapéuticas tradicionales, de la «dan-
zoterapja», se inscribe en un contexto sociocultural más ge-
neral: el del vodú (Haití), del candomble (Brasil), del Sante-
ría (Cuba), etc.

G. Balandier, Afrique ambigué, cap. I l l , Plon, París, 1957.


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ISBN 84-7432-009-7

O editorial Cóíigo: 213115

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