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Raquel Ferrero i Gandia, coord. (2013). Conversaciones antropológicas.

Museu Valencia
d’Etnologia. Valencia. (Págs: 119-128). Original en catalán. Traducción personal.

Jordi Roca i Girona.


Universitat Rovira i Virgili

Antropología del trabajo y cuestiones laborales

Ha habido, desde hace tiempo, diversas y diferentes aportaciones a una de aquellas


grandes preguntas, que parece que ahora no se estilan demasiado, que la ciencia y la
humanidad se hacen en ocasiones. Me refiero a la cuestión que podríamos formular cómo:
¿qué nos hace humanos? No entraré, porqué no es el caso, a analizar la variedad, como decía,
de respuestas. Pero sí que me fijaré, interesadamente, está claro, en una de las muchas que se
han dado y que señala el trabajo como una de las características más distintivas de la
naturaleza humana.

Los argumentos que se aportan para defender esta afirmación van desde la
consideración de que ninguna otra especie viviente ha realizado algo que puede asimilarse al
hecho de trabajar (presupuesto, por otro lado, ciertamente discutible, pero aun así defendible),
hasta el mismo origen mítico de la humanidad. En el contexto de influencia de la tradición
cristiana, en efecto, el trabajo acontece como uno de los principales elementos que
caracterización a la humanidad surgida después del episodio de la «caída» de la primera
pareja al Paraíso. En los inicios, por lo tanto, el trabajo no formaba parte del plan divino
reservado a los humanos. Su aparición es consecuencia de la transgresión humana y del
*castigo correspondiendo impuesto por la divinidad. De aquí proviene uno de los grandes
significados asociados al trabajo en el marco de la tradición mencionada: el trabajo como
penitencia. No en balde 1'origen latino del término, tripaliare, significa torturar.

Este significado decididamente negativo del término trabajo, que ha perdurado con
más o menos intensidad hasta nuestros días, ha sido complementado a la vez, dentro de esta
misma tradición de influencia cristiana, por otro que bien podríamos considerar como
positivo. Se trata de la concepción del trabajo como uno de los medios por excelencia de la
realización humana, teniendo en cuenta que acerca el ser humano al primero y más grande
trabajador (Dios creador) y, por lo tanto, dignifica la existencia.

Esta doble, y antagónica, conceptualización y significación del trabajo atraviesa de


manera implacable su abordaje en el contexto occidental, tanto desde el punto de vista del
conjunto de la población como desde la mirada más especializada de aquellos que han ido
teorizando y reflexionado sobre el hecho laboral.

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EL TRABAJO (INDUSTRIAL) SEDUCE A LA CIENCIA

El nacimiento de las llamadas Ciencias Sociales es una consecuencia directa de la


Revolución Industrial. Más específicamente, de las consecuencias sociales de la Revolución
Industrial. Los llamados padres de la ciencia social (Marx, Durkheim y compañía) se
preocupan sobre todo en su obra de los «males sociales» provocados por la nueva manera de
producir y el nuevo tipo de sociedad emergente: los grandes movimientos migratorios del
campo a la ciudad, la aparición de un nuevo modelo de desigualdad social basado en las clases
sociales, el fenómeno de la alienación, el cambio de valores y las estructuras sociales, etc.

El origen de todas estas transformaciones revolucionarias iniciadas hace apenas un


par de siglos y que influyen nuestro presente de forma todavía muy decisiva es, como se ha
dicho, la nueva manera de producir, basada en la complejidad técnica del factory system que
distingue y diferencia entre una vertiente técnica, dominada por la división técnica del trabajo
entre los ingenieros que diseñan y planifican y los obreros no cualificados que se limitan a
ejecutar, y una vertiente social que demandará de manera creciente la necesidad de gestionar
y organizar la complejidad de los procesos y las personas involucradas en la fábrica, el
exponente paradigmático del nuevo modelo productivo. Este escenario, como puede adivinarse
fácilmente, es el origen de buena parte de las disciplinas y especialidades científicas actuales
englobadas bajo la etiqueta amplia y no siempre precisa de las llamadas Ciencias Sociales:
desde la administración de empresas hasta la sociología o la psicología del trabajo, de la
empresa, industrial, etc.

¿Y la antropología? También tendrá una relación filial con el escenario de la


Revolución Industrial, pero, en cierto modo, no de la misma índole que las disciplinas que
acabamos de mencionar. La división técnica del trabajo que el nuevo modelo productivo
introdujo en el taller tuvo ciertos efectos, también, en el ámbito científico. Es en este sentido
que se ha explicado (y justo es decir que se ha discutido también) una cierta especialización
inicial de la sociología en el estudio de la sociedad llamada occidental y de la antropología, en
cambio, en el abordaje de las sociedades no occidentales (los otros denominados primitivos, no
desarrolladas, no industrializadas, etc.

Todo y así, esta concentración de 1a antropología en este tipo de sociedades viene


dada, como decíamos, por la propia naturaleza de la naciente sociedad industrial, que no
solamente influye en 1a mencionada división del trabajo intelectual sino que contribuye a la
aparición de una disciplina científica encargada de estudiar aquellas sociedades con las que el
occidente industrial se ir topando en su expansión colonial en busca de materias primas y
nuevos mercados. Inicialmente, pues, la antropología parecía quedar al margen del abordaje
de la realidad más genuina y específica de la sociedad occidental.

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EL DÍA QUE El «EXOTISMO» ANTROPOLÓGICO VA A SER DETERMINANTE: EL NACIMIENTO
DE LA ANTROPOLOGÍA DEL TRABAJO INDUSTRIAL

Fiel en su programa de enfoque holístico de la diversidad humana, la antropología no


dejó de ocuparse de la dimensión laboral de las sociedades que estudiaba, si bien muy a
menudo esta dimensión no fue nunca de las más relevantes y prioritarias y, en todo caso,
siempre quedó medio diluida bajo la categoría más amplia de la economía. El resto de
disciplinas sociales que, cómo hemos visto, sí que centraron ya desde el inicio su atención en la
realidad de la sociedad occidental, tampoco hicieron, curiosamente, del fenómeno laboral un
centro de interés especialmente destacable. Y digo curiosamente porqué, como se ha dicho, la
naturaleza de la revolución que hizo surgir las disciplinas sociales es de cariz marcadamente
laboral. A pesar de ello, tendremos que esperar hasta muy entrado el siglo XX para ver como la
ciencia social entra de hecho al taller y a la fábrica, los verdaderos iconos de aquella
revolución las consecuencias de la cual tanto se habían afanado a analizar las disciplinas
sociales.

El episodio, considerado a menudo como el «mito de origen» de las subdisciplinas


laborales de las diferentes ciencias sociales, desencadenante de este desembarco de diferentes
científicos sociales en la médula del sistema productivo industrial lo constituirá el conocido
como Proyecto Hawthorne, que se desarrolló en los Estados Unidos entre 1927 y 1932. El
proyecto, llamado Hawthorne en referencia a la planta industrial donde se desarrolló, situada
al oeste de Chicago y con un total de 30.000 trabajadores, surgió de la colaboración entre la
Western Electric Company (una división de la Bell Telephone System) y el Comité de Psicología
Industrial de la Universidad de Harvard, que se había creado por medio de una serie de becas
de la Fundación Rockefeller. Los principales objetivos del estudio eran la evaluación de los
principios de la llamada Organización Científica del Trabajo, promovidos por Taylor el 1911
en su libro Management científic, y la exploración de las relaciona entre las condiciones
físicas de trabajo y la productividad laboral, así como entre fatiga y monotonía, y satisfacción e
insatisfacción laboral. No hay que decir que el significado de este proyecto no es ajeno al
contexto en el cual se da: en plena década de los años 20 ya comienza a detectar los problemas
derivados del triunfo de la aplicación del modelo fordista (la máxima expresión del
taylorismo) y su lógica de la simplificación y rutinización de las tareas y la incentivación y
motivación estrictamente económicas.

El proyecto, que fue encargado a Elton Mayo, un psiquiatra australiano interesado en


los desórdenes psiquiátricos producidos por la sociedad industrial que más adelante daría
lugar a la llamada Escuela de Relaciones Humanas, se desarrolló en tres grandes fases.

En la primera, conocida como «Relay Assembly Test Room» (cámara de ensayos), se


aíslan seis trabajadoras en un espacio experimental que no reproducía las condiciones de
trabajo habituales para documentar los efectos sobre la fatiga que se derivaban de varios
cambios que los investigadores iban introduciendo en el sistema de incentivos y en varias
variables físicas de las condiciones de trabajo (intensidad de la iluminación, humedad,
temperatura, etc.). Los resultados que se obtuvieron resultaron contrarios a las hipótesis y
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expectativas de partida, puesto que se comprobó que la productividad de pequeños grupos
experimentales de trabajadores variaba independientemente de algunas condiciones físicas
que los investigadores habían identificado. Esta constatación se formuló con el nombre de
Efecto Hawthome, enunciado como el inesperado impacto de variables no experimentales en
resultados experimentales, es decir, la aparición de cambios independientemente de los
cambios introducidos por los investigadores en las condiciones de trabajo. Este resultado
sorpresivo e inesperado, que hacía que la producción del grupo de trabajadores escogido
aumentara de manera constante con independencia de los cambios implementados por los
investigadores, a pesar de la inicial frustración y desconcierto provocados tuvo el mérito, no
obstante, de apuntar una intuición que se concretó en una conclusión parcial: la importancia,
por encima de las condiciones físicas de trabajo, de los factores psicológicos en los cambios de
productividad.

Esta intuición determinó la segunda fase de la investigación, centrada en un programa


de entrevistas que se desarrolló entre 1928 y 1931 y que contó con más de 30 entrevistadores
que entrevistaron más de 20.000 personas. Las entrevistas individuales no dirigidas
mostraron, por un lado, el efecto catártico que su realización tenía sobre los trabajadores y, de
otra, la importancia de las relaciones interindividuales, de la identidad del grupo de trabajo,
del sentirse a gusto, integrado y protegido por un grupo dentro del entorno laboral. Las
entrevistas a grupos pequeños, a su vez, permitieran llegar a la conclusión que los grupos
sociales al taller eran capaces de ejercer un fuerte control sobre la conducta laboral de los
individuos. De estas segundas conclusiones parciales surgió la decisión de examinar más a
fondo el desarrollo y la naturaleza de estos grupos, lo cual dio lugar a la tercera y última
detrás de las fases del proyecto.

Hasta este momento la orientación del proyecto se había mantenido dentro de los
parámetros de la investigación más bien de cariz experimental característica de la psicología,
especialmente en la primera fase, con ligeras pinceladas, ya en la segunda fase, de
incorporación de una metodología de naturaleza cualitativa a pesar de que se implementada
con una lógica más bien de cariz cuantitativista. La misma evolución de la investigación y las
exigencias tecnicometodológicas que los nuevos hallazgos iban determinando hicieron que se
plantease, en esta tercera fase, la realización de un estudio de observación directa que fue
conocido como Bank Wiring Observation Room. La presencia de la antropología en el
proyecto, ante este escenario, estaba cantada. Y en efecto, Elton Mayo va recurrir, a través de
su amigo Malinowski, a contratar a W. Lloyd Warner como consultor para llevar a cabo esta
tercera fase. Lloyd Warner, en aquel momento, acababa de llegar de Australia, donde había
estado haciendo trabajo de campo, durante tres años, entre los aborígenes Murngin.
Incorporado al proyecto, Wamer sugirió que el grupo de trabajo y el taller podían ser
examinados igual que una pequeña sociedad o tribu primitiva, en la cual todos los aspectos
están interconectados en un sistema social. La observación directa se va a llevar a cabo por
parte de dos observadores diferentes sobre un grupo de 14 operarios masculinos que van a
seguir trabajando, a diferencia de lo que sucedió en la primera fase, bajo condiciones no

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experimentales. Los resultados mostraron la influencia de 1a organización informal de los
trabajadores en la productividad. Las variaciones en la productividad de los trabajadores
fueron explicadas en términos de sus posiciones individuales dentro de la organización
informal. Los grupos de trabajo informal ejercían un control considerable sobre el proceso de
producción y la productividad. El intento de la dirección, por ejemplo, de aumentar la
productividad pagando a cada trabajador por pieza producida y no, por lo tanto, el mismo a
cada uno, era contestado por el grupo de trabajo sancionando los trabajadores rápidos, los
cuales eran obligados a ir al ritmo preestablecido por el grupo. Las relaciones informales, es
decir, la interacción social con compañeros de trabajo y trabajadores inmediatamente
superiores, en fin, determinaban la satisfacción laboral.

El proyecto Hawthome, más allá de poder ser considerado el mito de origen, como
dicen, de las disciplinas sociolaborales, es un ejemplo excelente de cual sido desde sus inicios, y
hasta nuestros días, la relación entre ciencia social y trabajo. Por un lado, nos muestra la
pertinencia, y la necesidad, del abordaje interdisciplinar de este campo desde las Ciencias
Sociales, un aspecto que con posterioridad a Hawthome se iría perdiendo cada vez más. Y por
otro lado anuncia (y enuncia) ya algunas de las principales problemáticas del ámbito del
trabajo por las que se interesarán las disciplinas sociales: la tensión entre organización formal
e informal, entre la dimensión técnica del trabajo y la social, la productividad, la satisfacción y
la motivación laborales, las relaciones al puesto de trabajo, etc.

CUESTIONES LABORALES: EL PRESENTE Y EL FUTURO DEL TRABAJO

Hasta aquí hemos reflexionado brevemente sobre cuál es el papel del trabajo en la
configuración de la identidad humana, sobre como una transformación revolucionaría en la
manera de trabajar hizo surgir, desde el campo de la ciencia, diferentes disciplinas que se
interesaron para hacer del ámbito laboral su objeto de estudio, y, finalmente, como una de
estas disciplinas inicialmente no abocada de manera especial ni a ocuparse del trabajo ni
menos todavía a hacerlo en el marco de la sociedad occidental, la antropología, intervino
decisivamente en el nacimiento propiamente dicho de la investigación laboral en entornos
fabriles. A riesgo de construir un discurso demasiado deshilachado retomaré, en esta parte
final de mi exposición, la vía comenzada inicialmente relativa al significado y al valor
otorgado al trabajo, pero en este caso en el momento presente. Las bases que han sido
señaladas al comienzo, así como las diferentes problemáticas de cariz laboral que hemos visto
que han sido motivo de interés por parte decís científicos sociales, constituyen sin duda un
precedente y un marco contextual útiles e ineludibles para encarar este último reto.

El actual significado del trabajo, además de recoger los antecedentes lejanos más o
menos esbozados con anterioridad y de ser sensible a la focalización temática que ha realizado
la ciencia social que ha abordado la problemática laboral y que hemos visto también más
arriba, se construye en gran medida a partir del impacto extraordinario de la nueva manera
de producir que introduce el proceso de industrialización. Esta innovación revolucionaría,

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como es sabido, se centra en la máquina y la constante evolución tecnológica. Esto, entre otras
cosas, ha hecho decrecer el círculo del aprendizaje en las organizaciones del trabajo y ha
contribuido directamente también a la desvalorización continua de las habilidades laborales
para una gran mayoría de los trabajadores, que pasan a ser denominados «no cualificados», así
como a la erosión de la ética del trabajo. La tecnología, en este sentido, representa el nuevo
escenario de la sociedad moderna, que suplanta el escenario precedente de la naturaleza.

Atendida la importancia capital del factor tecnológico no es nada extraño que ya des
de los inicios de la sociedad industrial (pensamos por ejemplo en el movimiento ludista), pero
sobre todo en las últimas décadas, con el nuevo salto cualitativo producido por la irrupción de
la llamada sociedad neotecnológica o de las TIC, el debate sobre su impacto en el trabajo haya
estado en el centro de la reflexión de los científicos sociales. En este debate, en general,
podemos distinguir dos grandes tesis.

La primera afirma que el avance tecnológico comporta la eliminación de millones de


trabajadores, dato que cada vez más hay menos necesidad de mano de obra para producir los
bienes y servicios requeridos por la población. Este posicionamiento, aun así, ha dado lugar a
dos perspectivas diferentes que podríamos calificar como optimista y pesimista
respectivamente. En el primer caso se señala que esta liberación de las cargas laborales
comporta el beneficio de poder disponer de más tiempo libre para las personas trabajadoras.
La posición pesimista pone el énfasis, en cambio, en el paro masivo que se deriva de todo esto y
en la consiguiente depresión global que acontece. Parece claro, aun así, que la clave que
permite pasar de una valoración a otra la tenemos que buscar en cómo se distribuyen las
ganancias en la productividad que hace posible la tecnología. Si se produce una distribución
justa y equitativa de las ganancias mencionadas entonces es posible llevar a cabo una
reducción a nivel mundial de las horas de trabajo semanal junto con el esfuerzo por parte de
los gobiernos para generar puestos de trabajo alternativos a otros sectores de actividad como
por ejemplo aquellos que se engloban dentro de la llamada economía social. En síntesis, pues,
según esta primera tesis, la tecnología produce paro, pero este hecho puede ser aprovechado
como una oportunidad para reducir la jornada laboral, con la correspondiente posibilidad de
garantizar la plena ocupación para todo el mundo, y para aumentar el tiempo libre y el tiempo
de ocio. No hay que decir que, en cierta medida, el escenario que confiere este punto de vista
parece mantener un cierto paralelismo con aquello que sucedía en la época clásica, con la
sustitución del papel que entonces hacían los esclavos por el que actualmente desarrollarían
las máquinas.

La segunda tesis, por su parte, parte de una afirmación totalmente diferente de 1ª


anterior, en el sentido que establece que las tecnologías no destruyen puestos de trabajo, a
pesar de que tampoco se afirma que crean más y sí que se acepta, a menudo, que pueden
comportar la transformación de la naturaleza de los puestos de trabajo en cuestión, con
ocupaciones que ciertamente pueden desaparecer pero también, por el contrario, con
ocupaciones nuevas que la tecnología hace aparecer. Las tecnologías, se señala, sencillamente
nos permiten trabajar menos y producir más. Alguien llegó a decir en algún momento que el

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2010 sería posible que el 10% de la fuerza de trabajo produjera lo necesario para nuestras
necesidades vitales.

Hay un elemento común, aun así, en ambas tesis: el conjunto de la población, en el


contexto laboral actual está en disposición de reducir su tiempo de trabajo. Y, en efecto, lo que
es cierto es que el tiempo de trabajo ha disminuido. Al final del siglo XIX un trabajador de la
industria trabajaba 3.000 horas el año durante 50 años aproximadamente. El tiempo de
trabajo representaba el 60% del tiempo de su vida. Un siglo después, al final del siglo XX, en
los países desarrollados, la media de horas de trabajo por año se situaba en las 1.600-1.800,
mientras que la vida laboral media llegaba a los 40 años. En un siglo y medio
aproximadamente el tiempo de trabajo en Europa se ha reducido a la mitad. El trabajo, hoy,
ocupa menos del 30% del tiempo de la vida. Las previsiones de algunos autores, al final del
siglo pasado, apuntaban en la dirección que en el futuro inmediato trabajaríamos 37 años, 37
semanas el año y 37 horas en la semana. Algunos, más osados todavía, contemplaban la
posibilidad que en un futuro cercano cada persona pudiera resolver sus necesidades vitales
trabajando 20.000 horas en toda su vida (10 años a tiempo completo o 20 años a media
jornada).

La disminución del tiempo de trabajo y/o del trabajo, por otro lado, se relaciona
directamente con la posibilidad de aumentar el tiempo libre. Esto ha comportado que en el
debate laboral actual, cada vez más, se incorpora también la reflexión y el tratamiento sobre
aquello que a menudo se ha entendido como la otra cara de la moneda del trabajo: el tiempo
libre y de ocio. En este punto es importante aclarar, brevemente, la terminología y sus límites y
alcance conceptual.

El tiempo libre, en este sentido, lo podemos definir como el tiempo que resta después
del tiempo de trabajo, de las actividades de subsistencia, del tiempo dedicado a las obligaciones
sociales y del tiempo invertido para hacer posible todo lo anterior (transporte al puesto de
trabajo, comer, dormir, etc.). Esta conceptualización aparentemente obvia del tiempo libre nos
permite, por ejemplo, aclarar que aquellas personas que no tienen trabajo (que están en el
paro, pongamos por caso) ni obligaciones sociales, no tienen tampoco, en sentido estricto,
tiempo libre. Tienen tiempo desocupado, que es una cosa bastante diferente.

El ocio, a su vez, constituiría una categoría propia del tiempo libre y se daría cuando
este tiempo libre es ocupado de cualquier manera que sea considerada deseable por el
individuo. Según Joffre Dumazedier, el ocio tendría cuatro características:

1. Es una opción libremente asumida que puede darse después de que se haya
cumplido con las obligaciones laborales, sociales y biológicas.

2. No tiene motivaciones lucrativas y, por lo tanto, se desarrolla fuera del contexto


decís intereses económicos inmediatos por parte del actor social.

3. Suscita la búsqueda constante del placer o la felicidad.

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4. En las sociedades desarrolladas se vincula muy directamente a la propia
personalidad y estilo de vida.

Es evidente que estas cuatro características no resultan del todo precisas y pueden
plantear más de una interpretación e, incluso, contradicción. De este modo, y tan solo a modo
de ejemplo, la libre elección, por ejemplo, puede cuestionarse si tenemos en cuenta la
influencia de la presión social, los medios y la propia posición social del individuo en su
manera de llenar el tiempo de ocio, mientras que, a su vez, esta determinación o influencia
externa en la elección individual puede afectar también de manera importante al principio de
que las actividades de ocio supongan, cuando menos con carácter exclusivo, la búsqueda del
placer o la felicidad. Cómo ya se deja entrever, aunque no del todo claramente, en la última de
las características señaladas, no puede olvidarse que el ocio constituye también un poderoso
escenario de la ostentación, reafirmación y declaración de pertenencia de clase y estatus,
razón por la cual las tres primeras características apuntadas pueden verse, en ocasiones,
comprometidas por, y supeditadas a, la cuarta.

Una conclusión derivada de la caracterización anterior, aun así, establece que, en


consecuencia, cuando el tiempo libre o parado no se llena con actividades que despiertan el
interés de la persona, generalmente se produce lo que denominamos aburrimiento, que
etimológicamente [ab-horrere] quiere decir `tener miedo de'. El aburrimiento, en este
escenario, representaría el estado doloroso en que se encuentra el individuo, producido por la
carencia de interés por el contexto y por la imposibilidad o incapacidad, por lo tanto, para
autoconstruir-se el entorno. Se trata de una situación en la que las referencias culturales
contextuales no encajan con las que tienen valor para el individuo, en el que los estímulos no
son suficientemente intensos, en el qué estímulos y sujetos se mueven en marcos diferentes, sin
posibilidad de contacto, en qué hay un exceso de estímulos o bien, entre otros, en los que la
distancia entre los deseos y la posibilidad, básicamente económica, de satisfacerlos es
insalvable.

Cómo ya he señalado, el punto de partida fundamental en el tratamiento de esta


problemática es la percepción del ocio y el tiempo libre como la otra cara de la moneda del
trabajo. En este sentido, ambas realidades representarían una serie de valores contrastados,
opuestos, antagónicos. Mientras que el trabajo se caracterizaría por medio de palabras y
expresiones como por ejemplo estrés, esfuerzo, sufrimiento, compulsión, necesidad, dirigido a
una finalidad, tiempo gastado en los otros ..., el ocio se asociaría a términos como por ejemplo
facilidad, placer, no-esfuerzo, voluntariedad, finalidad en sí misma, tiempo propio . Mientras
que el trabajo se consideraría socialmente útil, una obligación hacia la sociedad, con
compensación monetaria, rutinario, organizado por los otros, estrictamente programado; el
ocio se vería como de goce individual sin ninguno otro propósito que la propia satisfacción, la
propia recompensa, la liberación de la rutina, libre de carga y tiempos marcados.

Aun así, justo es decir que esta polaridad esquemática y simplificada quizás sería más
propia de la sociedad industrial clásica que no del nuevo escenario social postindustrial,
posmoderno o de la modernidad tardía, como se quiera decir. En este contexto, las
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intersecciones, hibridaciones y confusiones entre ambas esferas pueden ser bastante
habituales: hay gente que busca, encuentra y/o requiere satisfacción en el trabajo y vive el
trabajo como placer, mientras que en el polo opuesto también encontramos actividades de ocio
rutinizadas, que esclavizan, que crean patologías, etc. Buena parte de estas «interferencias» se
producirían en el marco de un proceso que ha sido señalado por algunos autores, consistente
en detectar la presencia de elementos característicos de las esferas no laborales (el ámbito del
ocio, pero también el ámbito doméstico) en entornos laborales y viceversa: las actividades
domésticas se negocian, las parejas establecen pactos...; las jerarquías laborales se difuminan
en la dimensión formal, las decisiones se toman de forma participativa...

Además, hace falta que tengamos en cuenta, también, que la conexión entre trabajo,
tiempo libre y ocio varía con la ocupación, la edad, el género, el país, la historia, la cultura...

Más allá de estas consideraciones, aun así, y teniendo en cuenta también el elevado
número de excepciones y la imposibilidad de generalizar, lo que resulta irrebatible a la vista
de los datos, para la mayoría de autores, es el aumento espectacular del tiempo libre. Algunas
aportaciones que se mueven entre el terreno del análisis científico de los datos y una cierta
proyección utópica, como por ejemplo es el caso de André Gorc, han afirmado que el trabajo
no será ya nunca más una ocupación llena ni el centro de la vida y que la creciente
disposición de tiempo libre facilitará un amplio espectro de estilos de vida. El autor
mencionado señala que esta mayor disposición de tiempo libre para todo el mundo puede
comportar cambios en las relaciones sociales, en el sentido que el trabajo y las otras relaciones
sociales no sean dominadas por el dinero y el mercado, que la existencia humana se base en el
afecte, 1a amistad y la solidaridad, y que se uno se pueda dedicar a actividades no económicas
de trabajo voluntario.

A MODO DE CONCLUSIÓN. EL TRABAJO: UNA PERMANENCIA EN CONSTANTE EVOLUCIÓN

Retornando a la idea inicial de este texto, el trabajo como hecho idiosincrático de la


naturaleza humana, resulta evidente que, como tal, el trabajo ha tenido, y probablemente
tendrá, significados diferentes tanto desde el punto de vista sincrónico como diacrónico. Así
mismo, las experiencias vinculadas al hecho laboral se caracterizarán, obviamente, por su
diversidad y heterogeneidad. Gente diferente continuará teniendo actitudes diferentes y
experiencias diferentes en relación al trabajo y al tiempo libre. Estas diferencias nos muestran
simplemente, entre otros, que gente diferente tiene capacidades físicas y mentales diferentes,
temperamentos diferentes, oportunidades diferentes, experiencias diferentes, diferentes
posiciones en la sociedad y diferentes orígenes e influencias culturales.

A pesar de todo, es cierto también que podemos detectar ciertas regularidades o


tendencias generales. Es en este sentido que puede decirse que una nueva ética del trabajo y
del tiempo libre tal vez esté emergiendo en los últimos tiempos. Igual que pasó con la
irrupción de la ética protestando del trabajo, que vinculó de una manera directa la ética
religiosa al trabajo, por medo del llamado «ascetismo intramundano», como bien nos supo

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explicar Max Weber, ahora tal vez, cómo ha señalado por ejemplo Robertson, una nueva ética
del trabajo basada en la necesidad de arraigarse a la experiencia real de la gente, fomentada
por una minoría no conformista de las clases medianas, por los colectivos más desterrados por
las políticas de la flexibilidad, la deslocalización y otras retóricas similares y/o por los utópicos
de los años sesenta que no han caído exitosos en el «yuppismo tecnocrático» posterior (o bien
que ya se han cansado), es posible que esté emergiendo y pueda comportar la liberación de las
energías humanas hacia otro tipo de actividades y hacia otras prioridades que comporten un
nuevo modelo donde el peso y el significado del trabajo varíe más o menos radicalmente del
que habían sido hasta ahora.

Aun así no obstante, no parece tampoco demasiado creíble o viable que algunos
elementos históricamente característicos del trabajo no sigan manteniendo su presencia. El
carácter de obligación y necesidad que comporta el trabajo para la subsistencia (con el
corolario de la frustración y la insatisfacción que puede comportar) y su papel en los procesos
de la diferenciación social, para citar sólo dos de las características más importantes que posee,
a pesar de los cambios profundos que se están dando o puedan darse, difícilmente dejarán de
suponer una realidad terca y permanente y un escollo, quizás, insalvable.

Como ya apuntó Albert *Camus, en frase lapidaría y sintética de esta polisemia y


contradicción inherentes al trabajo: «Sin trabajo, toda la vida se carcome. Pero cuando el
trabajo es inhumano, la vida se ahoga y muere».

BIBLIOGRAFÍA

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