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PRINCIPIOS DE LA JUSTICIA SEGÚN JOHN RAWLS (ANALITICA)

Hablar de igualdad es hablar de derechos humanos. Para entenderlo, hay que


hacer una breve historia de los derechos. Considerar, por lo menos, dos grandes
etapas. La primera de ellas empieza con la modernidad y consiste en la lucha por
las libertades individuales. Las revoluciones inglesa y francesa constitucionalizan
unos derechos básicos que protegen al individuo contra el poder abusivo del
poder político. El principio de la ley natural según el cual «todos los hombres
son, por naturaleza, libres e iguales» se materializa, en primer lugar, en el
reconocimiento explícito de los derechos civiles y políticos: todo individuo tiene
derecho a unas libertades básicas, a unas garantías jurídicas y procesales y a
participar en la vida política. La Bill of Rights de 1688, la Declaración de
Independencia de los Estados Unidos, en 1791 y la Declaración de derechos del
hombre y del ciudadano de 1789 son los hitos fundamentales en la aceptación
explícita de unos principios que declaran el derecho igual a la libertad de todos
los s re humanos.

Se trata sólo de la igualdad en la libertad: la igualdad de derechos civiles y


políticos. La primera generación de derechos humanos defiende únicamente lo
que luego Marx, con razón, criticará como «libertades formales». De iure, todos
los hombres son igualmente libres; de facto, sólo una minoría puede disfrutar
realmente de tal libertad. Las diferencias económicas y sociales constituyen un
impedimento insalvable para la realización de las libertades. Las distintas teorías
socialistas llamarán la atención sobre este hecho, que tampoco pasa
desapercibido a pensadores más liberales. Es el caso de utilitaristas como J.
Bentham y J. Stuart Mill, sabedores de que las desigualdades e injusticias
producen un malestar social que es un obstáculo tanto para la estabilidad política
como para maximizar el bienestar general. Poco a poco se afianza la convicción
de que a la primera generación de derechos hay que añadir una segunda: los
derechos económicos y sociales o los derechos de la igualdad. Unos bienes
mínimos y básicos -la educación, la sanidad, el trabajo- deberían garantizarse a
todos como condición necesaria de la libertad individual. La Declaración de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas, de 1948, reconoce ya explícitamente
y con pretensión de universalidad, los dos grupos de derechos: los derechos de la
libertad y los derechos de la igualdad. El reconocimiento del segundo grupo dará
pie a la formación de un nuevo modelo de estado: e1 estado de bienestar.

Ni en el terreno de la teoría ni en el de la práctica, la aceptación de tal modelo de


estado ha sido unánime. Sabemos que, en la práctica, los derechos humanos son
violados constantemente -todos: los civiles y políticos y los económico sociales-.
También la teoría registra dos líneas opuestas: un neoliberalismo que rechaza de
raíz el derecho a la igualdad como derecho básico, y un liberalismo social o
socialdemocracia, que acepta los dos generaciones de derechos como
componentes imprescindibles de la justicia distributiva. Los filósofos que se
encuentran en esta segunda línea consideran que la economía de mercado por sí
sola no consigue distribuir equitativamente los bienes básicos. Tal es la razón por
la que es preciso un estado interventor que se encargue de evitar las injusticias
derivadas de un reparto desigual de aquello que se considera fundamental para
poder ser libre. El tema es de tal envergadura que la justicia distributiva se ha
convertido en el concepto central de la filosofía política de la segunda mitad del
siglo XX. Elaborar unos criterios de justicia adecuados y posibles en las
sociedades de mercado libre es el objetivo de la mayoría de los filósofos que hoy
reflexionan sobre la política.

El pionero y referente de todos ellos es John Rawls, autor de una Teoría de la


justicia que ha hecho correr ya abundantes ríos de tinta. Expondré, en primer
lugar, el concepto de igualdad que propone la teoría de la justicia de Rawls Y, a
continuación, me referiré a dos de los críticos que, a mi juicio, más han añadido o
aportado a la concepción rawlsiana de la igualdad: Amartya Sen y Ronald
Dworkin.

John Rawls: la igualdad de bienes primarios

Rawls es un acérrimo antiutilitarista. Cree que la justicia debe basarse en unos


principios que, en ningún caso, pueden ser deducidos de una experiencia
arbitraria y contingente. Como buen kantiano, piensa que la ética -y la justicia es
el principio fundamental de una política ética- se justifica por la aprehensión de
algo así como una «necesidad racional». Aceptamos ciertos bienes como básicos,
aceptamos unos criterios de justicia, por que no podemos pensar la sociedad justa
si esos bienes o criterios faltan. De acuerdo con tal premisa, no es de recibo la
propuesta utilitarista según la cual lo justo consiste en la maximización del
bienestar general. Lo que unos y otros entiendan por bienestar depende de
contingencias difícilmente sumables. Siempre hay que dudar, por otra parte, de
que las preferencias personales sobre lo que gusta o produce placer realmente
coincidan con lo que se debe hacer porque es justo que así sea. Dicho de otra
forma, la regla de la mayoría -a la que irremediablemente conduce el utilitarismo-
puede errar y producir decisiones injustas -injustas para las minorías-. No
podemos, en conclusión abandonar una noción tan importante como la justicia a
tal cúmulo de arbitrariedades. Si justicia significa imparcialidad, es preciso que
hagamos el esfuerzo de pensar esa justicia no desde nuestras preferencias de
bienestar, sino desde una perspectiva que precisamente ponga entre paréntesis
todo lo que nos hace sustancialmente desiguales y, por lo tanto, interesados, no
imparciales.
John Rawls construye una complicada teoría que permite esa perspectiva de
igualdad digamos «natural». Sería imprescindible poder consensuar qué
entendemos por justicia -o por igualdad-, pero ese consenso siempre será
sospechoso si se realiza desde las condiciones de desigualdad en que nos
encontramos. No sería un consenso hecho desde la imparcialidad, sino desde la
parcialidad. A la justicia siempre se la ha pintado con los ojos vendados. Pues
bien, Rawls nos pide algo parecido a que nos vendemos los ojos. Nos pide que
nos imaginemos en una situación de desconocimiento casi total sobre las
condiciones en que nos ha tocado vivir. Cubiertos por lo que él Rama un ,(velo
de la ignorancia», los individuos estarían en condiciones de decidir
imparcialmente cuáles deberían ser los principios de la sociedad justa. La
ignorancia sobre nuestro sexo, inteligencia, capacidades, nivel de renta, suerte,
etc., nos forzaría a ser cautos, a imaginar lo peor, y a escoger unos criterios de
justicia que finalmente pudieran favorecernos en el caso de que nuestra suerte en
esta vida fuera la más deplorable. Piensa Rawls que, desde tal perspectiva -irreal
pero imaginable- los seres racionales no dudarían en ponerse de acuerdo y pactar
aquellos principios de la justicia que más podrían convenir a todos, incluidos
aquellos que se encontraran menos favorecidos por la fortuna. Tales principios no
podrían ser otros que el reconocimiento de la libertad y la igualdad, esto es, los
dos valores que están en la base de los dos grupos de derechos fundamentales
antes mencionados. En la formulación de Rawls, se enuncian así:

1. Toda persona tiene igual derecho a un régimen suficiente de libertades básicas


iguales, que sea compatible con un régimen similar de libertades para todos.

2. Las desigualdades sociales y económicas han de satisfacer dos condiciones:

a) deben estar asociadas a cargos y posiciones abiertos a todos en las condiciones


de equitativa igualdad de oportunidades; b) deben procurar el máximo beneficio
de los miembros menos aventajados de la sociedad.

Rawls es un liberal y el primer principio es, sin duda, la libertad. Pero es


consciente de que sin igualdad no hay libertad. Que hay que completar, por tanto
ese primer principio con otro que asegure la igualdad de oportunidades. Y añade
algo más: el único modo de corregir la desigualdad de oportunidades existente es
distribuyendo desigualmente aquellos bienes más básicos e imprescindibles,
dando más a quienes menos tienen. A esta segunda parte del principio de la
igualdad la llama principio de la diferencia.

El concepto de igualdad de Rawls no tiene nada que ver, así, con un igualitarismo
propio del socialismo más rancio. Rawls acepta las virtudes del capitalismo y la
economía de mercado. Sólo trata de paliar aquellas desigualdades que
precisamente impidan disfrutar de la libertad individual que esa misma economía
necesita. Reconocer los dos principios de la justicia significa, en definitiva,
aceptar unos bienes primarios, los únicos que los individuos deben poder
reivindicar como un derecho fundamental. Dichos bienes básicos no son sino la
explicitación de los dos principios de la justicia y constituyen el contenido de eso
que Rawls llama justice as fairness y que traducimos por (Justicia como
equidad». En efecto, la equidad -mejor que la igualdad- consiste en reconocer
que nadie debe verse privado de los siguientes bienes primarios o básicos:

1. Libertades básicas

2. Libertad de movimiento y trabajo

3. Posibilidad de ocupar posiciones d responsabilidad

4. Ingresos y riqueza

5. Las bases sociales de la autoestima

Tal como Rawls la entiende, la justicia sería, pues, la igualdad de oportunidades


para el bienestar. Quien no cuenta con los bienes básicos arriba detallados, de
hecho, no es libre: no es libre para escoger la forma de vida que prefiera, que es
la definición del bien de cada uno, o de lo que hoy llamamos bienestar. A
diferencia de los utilitaristas, Rawls no entiende que (Justicia» signifique
«bienestar». La justicia la constituyen, en su opinión, los «bienes primarios», que
son los bienes imprescindibles para el bienestar. El bienestar, se entienda como
«placer», «felicidad», o se entienda como «satisfacción de las preferencias» es
una noción, en el fondo, subjetiva, de homologación difícil y peligrosa. En
principio, las preferencias de la gente son distintas y divergentes, también sus
experiencias del placer o de la felicidad. La justicia es un valor demasiado básico
para reducirlo a una serie de apreciaciones personales más o menos contrastadas.
Aunque sea difícil llegar a un acuerdo, lo que hay que acordar son unos bienes
básicos o primarios como aquellos que, hoy y para nosotros, constituye el síne
qua non de la justicia.

Amartya Sen: la igualdad de capacidades

A diferencia de Rawls, Sen no es propiamente un filósofo. Es un economista


preocupado por las cuestiones de la justicia distributiva (¡una rara avis entre los
economistas!). El problema de las desigualdades preocupa a Sen desde hace
tiempo. Y uno de sus referentes filosóficos es John Rawls. Sen no está de
acuerdo con la propuesta de Rawls de reducir la justicia al reparto equitativo de
los bienes básicos. Le parece insuficiente. No basta hablar de bienes básicos
porque la relación entre éstos y el bienestar puede variar debido a las diferencias
personales. El bienestar no depende sólo de poseer unos bienes como los
descritos por Rawls, sino de la capacidad para usarlos o la capacidad de elegir.
No basta tener «oportunidades de bienestar», que es lo que ofrecen los bienes
básicos de Rawls. No bastan las oportunidades de funcionamiento en un sentido
o en otro: hay que tener capacidad de funcionar. Los bienes, los recursos, los
ingresos ayudan, pero son insuficientes si faltan las capacidades.

Se entiende la capacidad como la libertad para buscar los elementos constitutivos


del bienestar. Pero la transformación de los bienes o recursos en libertad de
elección varía de una persona a otra. La capacidad para aprovechar o dilapidar
los bienes básicos no es la misma en todo el mundo, ni siquiera es la misma en la
misma persona a diferentes edades. No sólo la edad, el entorno social, la cultura
o el poder adquisitivo pueden representar y representan un aumento o
disminución de las capacidades, sino que dos personas, con la misma capacidad,
eligen cosas distintas en función de sus metas personales. Si no se cuida esa
capacidad, la igualdad de bienes básicos no impediría serias desigualdades entre
los individuos, desigualdades en el modo de usar la libertad. De ahí que Sen le
enmiende la plana a Rawls Y proponga sustituir los bienes básicos por
capacidades para elegir.

Pero, la intervención en las capacidades de las personas ¿no implica una


inaceptable limitación de las libertades? Para Sen no es así. Él entiende que la
capacidad es la libertad, mientras los bienes primarios de Rawls son sólo medios
para la libertad. Pues es indudable que la libertad de una persona para realizar sus
fines depende tanto de cuáles sean esos fines, como del poder que tenga para
dirigir los bienes primarios hacia la realización de esos fines. Hay muchas otras
desigualdades distintas de la distribución de ingresos y propiedades que
contribuyen a disminuir la capacidad de una persona para proponerse metas y
poder realizarlas. Las desigualdades de género, sociales, de raza, son factores que
influyen en la capacidad para conseguir empleo, recibir atención médica o ser
tratado equitativamente por la policía. No vale juzgar la pobreza o la riqueza de
alguien sólo por sus ingresos: uno es rico o pobre según su grado de capacidad
-de poder- para conseguir eso que Sen denomina «algunos funcionamientos
básicos». Aquellos funcionamientos que hacen de una persona alguien «normal»,
«integrado» en una sociedad, sin problemas para situarse y defenderse en ella,
para adquirir una posición mínimamente desahogada. Es decir, digna. Para tener
eso que hoy llamamos «calidad de vida».

Un ejemplo del mismo Sen puede iluminar su propuesta. El estado indio de


Kerala tiene uno de los ingresos per cápita más bajos de la India. Lo que no
impide que sus habitantes tengan uno de los índices más altos de expectativa de
vida al nacer -más de 70 años, cuando la expectativa de la India es de 57-. Kerala
posee un alto nivel de alfabetización, incluida la alfabetización femenina. La
consecuencia es que los resultados de Kerala en muchos «funcionamientos
cruciales» no sólo son mejores que los del resto de la India, sino que sobrepasan
a los de otros países como China. Son éxitos sólo explicables a partir de políticas
públicas que dan a la educación y a los servicios de salud un valor fundamental.

Frente a la propuesta de Sen, la de Rawls nos parece excesivamente formal. Los


bienes primarios son bienes de libertad. Configuran una igualdad de
oportunidades centrada en la posibilidad formal de acceder a cargos o puestos de
responsabilidad. Sen propone una igualdad algo más sustantiva. Cree que sin
incidir más en las capacidades de cada uno, nos quedamos con unas
oportunidades demasiado ciegas. Hay que seguir más a los individuos, ver qué
hacen los bienes en ellos y tratar de ayudarles allí donde esos bienes no puedan
alcanzar su pleno rendimiento. Un sordo-mudo, un parapléjico, por ejemplo,
necesitan algo más que esas libertades y oportunidades que Rawls les otorga. No
bienes básicos, sino «capacidades básicas» para hacer lo que una vida de calidad
exige. El énfasis de Rawls en el principio de la diferencia es, para Sen,
insuficiente.

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