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Mi perfil lector

Soy el lector que deja veinte libros sin leer, como la novia de adolescencia que no
te gusta del todo. Cuando el texto no atrapa, lo dejaba de lado, sin que el libro se
sienta mal. Pero como lector, se siente uno mal; pero espera a que el texto lo
perdone, que sea un libro con experiencia en la lectura con otros y que no se
sienta despreciado. Detrás de ese patanismo literario hay siempre la
contemplación de un amor verdadero, de un ligero volver al libro y preguntarle
¿Qué cuentas?
También soy el lector que busca a toda costa a ese libro que nos desprecia,
ya sea porque su imagen se va desvaneciendo, porque no está al alcance de las
manos. El libro que coquetea en los estantes hasta que se abre frente a los ojos.
Recuerdo el Libro de los pasajes y sé ahora, que, a pesar de ser la hermosa
aspiración, sensual e inalcanzable, el corazón roto gotea sangre en sobre mis
manos al abrir la primera pagina y tener dos cuestionamientos inevitables: en
primera, no entender nada, y en segunda, el alto costo del hermoso papel
amarillento.
Hay libros gentiles que son mis amigos, en quienes puedo confiar porque
se han abierto de corazón a la primera lectura. El pliegue de Gilles Deleuze es un
libro amargo, un libro que se acoraza en su lenguaje. Hay libros que hacen su
intento por caerte bien, soy el lector que cree que está en la obligación de darle
una oportunidad a cada libro. Pero sólo algunos se quedan en el librero de la vida.
Aún hay libros que amo en secreto y son inalcanzables a pesar de que ha pasado
el tiempo: por ejemplo, algo en la conciencia me impide ir a la librería y comprar
sin un cargo de conciencia sobre el resto de mis amigos el libro de la juventud,
que por ahora me ha dejado de gustar.
Ahora bien, la psicología del libro, el interior y sus adentros, cuando leo
teoría sobre el libro, soy el lector que disfruta del porno de los libros, de su
materialidad, de su porno-sociología de los textos. Verlos desnudos, con sus
maravillosas formas de tipografías redondeadas del siglo XVI, ver sus adelantos y
coqueteos sobre la mesa, pensar en ellos como un libro al interior de la portada,
acariciar su lomo. El recato me impide seguir hablando de esa sobreexhibición
erótica del interior de los márgenes, de los elementos innovadores, de la desnudez
de la blanca piel de un blanco mayor a las orillas de la elegante página.
Por último, soy el lector de: ayer me llegó un libro, tiene un espacio especial
en el librero del que he sacado ya algunas lastimeras ediciones mal impresas de
ensayos universitarios y coloquios, para cumplir con el requisito del matrimonio de
“eres tú o tus libros”; sin embargo, hay algo más duro, ayer me llegó un libro y he
decidido dejar los mejores libros en mi vida, en una terrenal manda de
minimalismo y sí, en efecto, se viene como montaña la inmensa cantidad de tomos
materiales, de elegantes ediciones “libros sobre libros” y libros que hablan de
libros, y libros que forman más libros, y libros que dejan de ser libros y transmutan
a otras condiciones de libro, libros y más libros: sólo libros.

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