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El niño que domó el viento.

Una película inspirada en la historia real de William Kamkwamba. Un joven de


Malawi que con 13 años salvó a su pueblo de una muerte segura gracias a un
innovador sistema de riego que ganó la batalla a la sequía que padecían. Con la
historia de William el espectador consigue empatizar con un entorno que
seguramente le sea ajeno y concienciarse de la crudeza de la pobreza extrema. Esa
misma que impulsa al protagonista de esta historia real a buscar una solución para
su familia y sus vecinos.

«Lo intenté y lo hice». Con esta frase resumía su hazaña en la charla TED en la que
contó cómo gracias a la educación que había recibido y un libro pudo crear un
molino que a través de energía eólica pudo poner en marcha el sistema de riego
que salvó a su población.

William se enfrenta al gran reto de tener que convencer a quienes, como su padre,
tienen una visión cortoplacista frente a la situación extrema en la que se encuentra
(sin alimentos ni agua que pueda vencer a la sequía). En medio de esa grave
situación el protagonista debe conseguir que su padre confíe en él y su plan a
futuro: necesita la bicicleta de su padre para construir el molino que puede salvar a
toda una población. Pero hay un riesgo, que no funcione y entonces empeoren su
situación.

La educación es otro elemento clave de la historia. Sin educación William no habría


accedido al libro que le descubrió la forma de generar la energía eólica necesaria
para el sistema de riego. De ahí la importancia del acceso universal a la educación
gratuita. Ya que en varias ocasiones el protagonista se tiene que enfrentar a las
duras palabras de sus profesores de que si sus padres no pagan la cuota él no
podrá volver a la escuela.

Frente a la inactividad de un gobierno que deja morir a sus ciudadanos, surge la


esperanzadora iniciativa de la mano de un adolescente. Lo que sin duda reivindica
la esperanza frente a la adversidad.

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