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Adaptado de: Luna, F. y Salles, A.

, (1995), Decisiones de vida y muerte, Buenos Aires:


Sudamericana.

Ética de la virtud

Las teorías éticas, en general, se basan en el estado moral de las acciones humanas.
Para ellas, la pregunta fundamental es ‘¿Qué debo hacer?’. Sin embargo, muchos
filósofos defienden un enfoque alternativo con raíces en la filosofía de Aristóteles que
ve la moral más propiamente vinculada con el carácter y la educación moral de la
persona que con las acciones guiadas por principios.

Para la teoría de la virtud la pregunta fundamental es: ¿Qué tipo de persona debo ser?
Y la mayor preocupación es cómo vivir para lograr un carácter virtuoso. Se supone que
la persona virtuosa hará lo correcto; es decir, en tanto uno posea un carácter virtuoso,
la moralidad de sus acciones queda, prácticamente, garantizada. ¿Qué es una virtud?
Es un rasgo de carácter valioso porque contribuye al bien de la persona y de los demás.
Las virtudes se manifiestan en acciones, emociones, deseos, actitudes y modos de
razonamiento de una persona y en gran medida están definidas por las prácticas de las
que surgen.

Quienes defienden esta posición argumentan que un buen análisis de las virtudes hace
innecesario recurrir a principios éticos. Sólo los juicios acerca de las virtudes son
fundamentales para la moralidad, y la filosofía moral debería concentrarse en
investigar qué es una vida virtuosa y cuáles son las virtudes que se deben cultivar.

Por ejemplo, en el caso de que un médico se vea enfrentado al dilema ético de mentir
o no a su paciente sobre un diagnóstico desfavorable, se supone que el médico
virtuoso tendrá la capacidad moral para discernir qué es lo correcto en las
circunstancias particulares en las que se encuentra, poniendo en juego virtudes como
la compasión por el paciente que sufre, la honestidad intelectual, el sentido de
justicia, la integridad profesional y el coraje.

En suma, no es posible decir de antemano cuál es la “acción buena” por la que debe
decidirse, pero si es virtuoso, se puede tener confianza en que tomará una decisión
correcta.

Ética deontológica (del gr. deon, deber)

Otro enfoque posible consiste en afirmar que todo ser humano debe seguir ciertos
principios o reglas independientemente de las consecuencias que tenga su aplicación.

Según este punto de vista ciertos tipos de acciones son intrínsecamente incorrectos.
Por ejemplo, tenemos la obligación de decir siempre la verdad porque mentir es un
acto intrínsecamente malo, aun cuando en ocasiones pueda tener buenas
consecuencias.
Según I. Kant, los seres humanos tienen el deber absoluto de no mentir, no importa
cuáles sean las consecuencias de ser veraces. Para Kant la moral consiste en hacer lo
que se debe precisamente porque ése es nuestro deber.

La moralidad está basada en el intelecto y sólo porque somos racionales podemos


descubrir las leyes morales que rigen nuestro comportamiento. Para Kant un acto es
correcto si satisface el 'imperativo categórico'. Una de sus formulaciones es : 'Obra
según una máxima que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal'.

La idea central es que una máxima es moral si puede ser generalizada de manera tal
que se pueda aplicar a todos los casos del mismo tipo. Esto significa que uno debe
querer que la regla que uno adopte para actuar pueda ser adoptada por todos aquellos
que están en una posición similar a la de uno sin que se caiga en graves
contradicciones.

Por ejemplo, imaginemos que un médico se dice a sí mismo: 'Puedo mentir siempre
que al hacerlo considere que beneficio al paciente'. Ahora generalicemos esta máxima:
'Todo médico puede mentir si considera que con esa mentira está beneficiando al
paciente'.

Pero al generalizar la máxima ella se 'autoanula', ya que el motivo por el cual el


paciente confía en el médico es porque supone que éste le dice la verdad. Si todos los
médicos comienzan a mentir (no importa cuán válido sea el motivo), los pacientes
dejarán de creerles. No se puede universalizar el mentir sin caer en contradicción.

La otra formulación del imperativo categórico enfatiza la necesidad de tratar a todos


los seres humanos como fines en sí mismos y no como meros medios, o instrumentos
para nuestra propia finalidad. Es decir, destaca nuestra obligación de respetarnos a
nosotros mismos y a las demás personas.

El respeto por las personas, según Kant, debe entenderse en función de la idea de la
dignidad que posee toda criatura racional y, fundamentalmente, implica el
reconocimiento de la autonomía del individuo.

Una persona es autónoma cuando su comportamiento es producto de sus decisiones


conscientes, y dichas decisiones son, a su vez, producto de una evaluación cuidadosa
de diferentes alternativas y razones.

Los seres humanos tienen objetivos y aspiraciones y poseen la capacidad de evaluar y


considerar cada una de sus opciones. Si el médico le miente al paciente, impide que
tome una decisión genuinamente autónoma con respecto a los pasos a seguir (por
ejemplo, ver a otro médico o quedarse con este diagnóstico).

Sin embargo, no faltan quienes consideran a la posición de Kant como demasiado


rígida desde el momento en que no contempla las graves consecuencias que puede
tener el afirmar como inamovible el principio de no mentir (así como cualquier otro),
sean cuales sean las consecuencias de obrar de ese modo.

Ética teleológica (del gr. telos, fin)

Las teorías éticas teleológicas postulan, a diferencia de las deontológicas, que es el


objetivo o propósito de cada acción lo que determina si dicha acción es correcta o
incorrecta. La teoría teleológica más importante es el utilitarismo.

En su formulación más simple, sostiene que la moralidad de las acciones tiene que ser
juzgada por las consecuencias. A su vez, las consecuencias de cada acción se evalúan
en función de la felicidad que causan a todas las personas afectadas. Así, las acciones
correctas son aquellas que producen más felicidad que infelicidad.

Las teorías utilitaristas se desarrollan a partir de la obra de los filósofos británicos J.


Bentham y J. S. Mill. Bentham mantiene que el principio de utilidad – la mayor felicidad
para el mayor número de personas- debe guiar las acciones de los seres humanos, e
identifica el placer con la felicidad y le dolor con la infelicidad.

Mill también identifica felicidad con placer, pero, a diferencia de Bentham, hace una
distinción entre dos tipos de placeres: inferiores y superiores. Mill sostiene que un
placer intelectual es superior a un placer meramente sensual y argumenta que los
seres humanos obtienen verdadera felicidad cuando logran placeres superiores.

La teoría utilitarista resulta atractiva desde el punto de vista práctico. En general es


flexible, y el énfasis que pone en 'la mayor felicidad para el mayor número' le da un
aire de imparcialidad. Sin embargo, no está libre de problemas. Se ha objetado que el
principio de utilidad no puede ser el árbitro final de todas nuestras decisiones morales.

Seguirlo ciegamente muchas veces implica no tomar en consideración las obligaciones


ineludibles que uno tiene con otras personas. Por ejemplo, si el médico de que
hablábamos antes decide que mentir será más beneficioso para el paciente, deberá
ignorar ese respeto por la autonomía del que hablaba Kant y la relación de confianza
mutua en la que se basaba la relación.

Por otro lado, se ha criticado al principio de utilidad por justificar ciertas injusticias, lo
que sugiere que para el utilitarismo la justicia no es intrínsecamente importante. Por
ejemplo, supongamos la existencia de normas o leyes que, en el objetivo de ayudar a
la humanidad, permiten la experimentación sobre determinados seres humanos sin su
previo consentimiento. Dichas normas pueden llegar a favorecer el balance de
felicidad sobre el de infelicidad (por ejemplo, si gracias a dichos experimentos se
descubre la cura de una enfermedad fatal).

Sin embargo, para mucha gente serían moralmente inaceptables pues no consideran
los intereses de los individuos sobre los que se experimenta. En este caso, en cambio,
Kant sí nos ofrece un criterio que contempla la justicia, con el principio de no tomar a
ninguna persona solamente como medio sino considerarla siempre como un fin en sí
misma.
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Ética aristotélica:
"La virtud es un hábito de elección, consistente en una posición intermedia relativa a
nosotros, determinada por la razón y tal como la determinaría el hombre prudente.
Posición intermedia entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto."
Aristóteles, Ética Nicomáquea

Ética kantiana:
1. "Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne
ley universal."
2. "Obra de tal modo que tomes a la humanidad, tanto en tu persona como en la
persona de cualquier otro, siempre como fin y nunca solamente como un medio."

Kant. I. Fundamentación para la metafísica de las costumbres

Ética utilitarista:
"El credo que acepta la Utilidad o Principio de la Mayor Felicidad como fundamento de
la moral, sostiene que las acciones son justas en la proporción con que tienden
promover la felicidad, e injustas cuando tienden a promover lo contrario de la
felicidad. Se entiende por felicidad el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad el
dolor y la ausencia de placer."
"El criterio utilitarista no es la mayor felicidad del propio agente sino la mayor felicidad
general."
Mill, J. S. El utilitarismo

Ética comunicativa:
"Cada norma válida habrá de satisfacer la condición de que las consecuencias y efectos
secundarios que se seguirán de su acatamiento universal para la satisfacción de los
intereses de cada uno (previsiblemente) puedan resultar aceptados por todos los
afectados ( y preferidos a las consecuencias de las posibles alternativas conocidas)."

"Sólo pueden pretender validez las normas que encuentran (o podrían encontrar)
aceptación por parte de todos los afectados, como participantes en un discurso
práctico."
Habermas, J. Conciencia moral y acción comunicativa

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