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Revista El Colectivo - jueves, 19 de mayo de 2011

MARIA SALEME DE BURNICHON


DEVELADORA DE SILENCIOS, OBRERA DE LA PALABRA

Por Osvaldo Quintana

La foto fue cedida por Soledad Burnichón

Maestra de maestras, con todo el peso histórico que tiene la palabra, María Saleme
de Burnichón, simplemente María para quienes tuvimos la suerte de conocerla, supo
ser una de las más grandes pedagogas de América Latina. Su cuerpo pequeño, la
mirada clara y el andar sereno acompañaron los vaivenes históricos de nuestro país.
Su rostro surcado por mil caminos supo de exilios, persecuciones y muerte. Fue,
entre tantas otras cosas: maestra rural, docente universitaria, alfabetizadora, y
militante por los derechos humanos pero, por sobre todo, seguirá siendo ejemplo de
lucha y compromiso ante tantos intelectuales claudicantes y un espacio de claridad
frente a tantos ilusionistas de la palabra.

“¡Qué lejos está la realidad, de lo que se mueve, de lo que cambia, el saber que se
sistematiza como saber que debe ser sabido!”

Aquel recuerdo de su infancia la acompañaría por siempre. María –la “negrita”- hija de

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padres inmigrantes y la menor de siete hermanos, había nacido un 15 de septiembre de
1919 en San Miguel de Tucumán. Su infancia transcurriría en una casa grande con mucho
personal de servicio, ubicada por la zona de Marcos Paz, cercana a Yerbabuena y al
Aconquija. Provenía de una familia acomodada aunque, ya por entonces, venida a menos.
Con la temprana muerte de sus padres el lugar se transformó de golpe “en una casa de
hermanos” y Manuela, una de las criadas, pasó a convertirse en su “nana”, alguien que
ejercería una temprana influencia en ella y marcaría su camino posterior. “Era una
muchacha fuerte, negra como yo, que me calzaba de un brazo y me llevaba como pájaro”,
solía contar María y su recuerdo se trasladaba hacia aquellos años en los que compartía la
primera escuela con sus vecinos, los hijos de quinteros y jardineros, la gente trabajadora,
con la cercanía de los cerros de fondo, respirando el aire denso de la selva.
Tucumán ya era, por entonces, una provincia empobrecida, bastante cerrada y con
diferencias sociales muy pronunciadas. La temprana relación con distintos sectores
sociales iba a abrirle marcas profundas. “Conocí el trasfondo de la sociedad”, comentaba
con voz suave y ese acento norteño que conservaría a pesar de los años. Tiempo después,
iniciando la Universidad para estudiar Pedagogía y Filosofía, tendría su primera experiencia
´en terreno¨ alfabetizando mujeres de una Fábrica de Fósforos. “Descubrí que, sin saber
leer y escribir, ellas sabían muchas cosas”.Así, tempranamente, María comprendió que su
lugar estaba con gente que, como Manuela, era analfabeta pero atesoraba otros saberes
tanto o más importantes.

“Hay crisis mundial, crisis de la ciencia, crisis de la economía, del arte, de la educación,
pero fíjense que todas en el fondo tienen una misma madre: el manejo del mundo…y para
manejar el mundo no necesitas educar. Hay gente ambiciosa, devota del dinero y del
consumo, avasallante de espacios propios y ajenos que nos están hablando de la
educación a la vez que están terminando con la educación”.

María del Carmen Castells es profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación de


Paraná. Entró a trabajar en 1983, plena “apertura democrática”. “Me presenté a un concurso
y fui la única recomendada entre 14 personas para que las nuevas autoridades pusieran un
profesor titular en mi materia, Didáctica I. Ahí conocí a María”.
Muchos todavía recuerdan su cuerpo pequeño con el cabello blanco recogido y su ruana,
transitando los pasillos de la facultad. En el sector lindante al desaparecido bar “Los Alpes”,
su andar silencioso contrastaba con el griterío de los estudiantes y el sonido de la calle. El
aula, identificada con la “C”, estaba muy cerca de la biblioteca, donde actualmente se
encuentra la fotocopiadora del Centro de estudiantes. Con mirada paciente y serena ella
permaneció parada al frente. Hasta que por fin se hizo un silencio.
“Si algo puedo recordar de María es su forma de hablar y sus silencios – continúa Castells
- La palabra de ella era una palabra abierta, que daba para seguir pensando”.

“Creo que hay que recuperar el parentesco con la palabra. ¿Qué nos pasa que hemos
distorsionado la relación del pensamiento con la palabra? Yo no sé, cuando converso con

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la gente, si lo que me están diciendo es lo que están pensando. Por eso hablo de recuperar
la palabra. La palabra tiene una carga conceptual y una significativa tan grande que si no
le recuperas esas dos cargas, entra en confusión tu pensamiento porque la palabra vuelve
de rebote. Cuando te estoy hablando a vos, pero en realidad me estoy hablando, creo que
lo que te estos diciendo es una cosa que estoy tratando de volver a organizar dentro mío”.

Cuando en 1948 el peronismo decide la cesantía de 900 profesores en todo el país, Maria
estudiaba en la Universidad de Tucumán, militaba en el Centro de Estudiantes y era
delegada de la FUA. El apoyo a las medidas de fuerza le costó su separación de la
Universidad durante cinco años. Tiempo después, mientras el presidente Perón llegaba a
su segunda presidencia incorporando a la mujer a la ciudadanía, paradójicamente, Saleme
ya por entonces profesora, era cesanteada al negarse a llevar el luto por la muerte de Eva
Perón que el gobierno había declarado como obligatorio. Al tiempo decide partir hacia
Buenos Aires.
Silvia Aprile, profesora en Ciencias de la Educación, había conocido a Saleme a fines de
los 80. “Lo que más me llamaba la atención era la serenidad que transmitía. Nosotros
vivíamos a mil por hora, acosados por las presiones y vos la veías tranquila, capaz de hacer
tantas cosas. Y para todos tenía tiempo. A todos les daba la misma importancia”.
En verdad, el vínculo de María Saleme con la Facultad de Ciencias de la Educación de
Paraná era anterior a 1986. Varios años atrás, Ramón Caropresi, por entonces rector, la
había convocado para la misma materia. Con la irrupción de una nueva dictadura, esta vez
encabezada por Juan Carlos Onganía, ambos habían sufrido idéntica suerte.
En su experiencia de varios años en Paraná, Saleme tuvo diferentes inserciones. Desde su
materia en la Facultad aportó a la formación de los docentes en momentos que el área
Didáctica se estaba reestructurando. Fue directora de diversos proyectos de investigación.
Fuera del ámbito universitario, trabajó con gente de educación de adultos, escuelas
periféricas, estuvo asesorando al Consejo de Educación y colaboró con gente del gremio
docente.

“Estoy harta de que en la Universidad nos amparemos en la autoridad. El discurso nuestro


es anti autoritario, pero pensamos que si no decimos lo que dice fulano, sultano o mengano,
popes de la literatura específica universal, no estamos seguros de estar diciendo algo que
valga. Ellos, para decir lo que dicen con autoridad estoy segura que se han dado muchas
veces de narices, han errado muchas veces. ¿Por qué no nosotros? Por eso digo: piensen,
piensen, vayan errando hasta que encuentren el camino”

Tras su paso por Buenos Aires, Saleme elige Córdoba para quedarse definitivamente
aunque su estadía tendrá muchas idas y vueltas debido a los vaivenes políticos. Las
dictaduras y algunos gobiernos “democráticos” la obligaran a abandonar la universidad y su
país.
En 1966, tras haber sido cesanteada por la dictadura de turno, Maria parte a México en
donde realiza una experiencia en la Universidad Veracruzana. Reincorporada en 1973,
alternará sus horas trabajando en Córdoba con estudiantes universitarios y alfabetizando
campesinos aborígenes en el norte del país dentro del proyecto Crear.

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“Ni bien la vi me pareció un ser muy especial”- recuerda hoy la profesora Victoria Baraldi –
No era alguien que pasara inadvertido. Ella reunía modestia con inteligencia. Tenía una
postura erguida, muy elegante. Sí, transmitía mucha serenidad- concuerda - aunque era
muy contundente cuando tenía que juzgar algo”.
Victoria pone como ejemplo un congreso sobre Currículum Universitario organizado por la
Facultad en plena época menemista. “Había mucha gente, estaban todos los paneles,
muchas ponencias y que se yo. En determinado momento ella tomó el micrófono y dijo:
`Gente, están privatizando las universidades. Si no salimos a luchar, todas estas historias
no van a poder seguir siendo contadas´. Cuando tenía que decir algo, lo decía”.
María había sido directora del primer trabajo de investigación de Baraldi llamado “El lugar
de la didáctica en la formación docente” cuyo prologo fuera incluido tiempo después en el
libro “Decires”, una compilación de escritos y reportajes de la profesora Saleme. “Cuando
uno se atascaba, tenía la palabra justa para permitirte avanzar. Y cuando quedabas
conforme también tenía la palabra justa para desestabilizarte y volver a hacerte pensar todo
nuevamente.”

La discriminación en la escuela aparece con otros ropajes: el buen alumno, el malo; el


obediente, el díscolo o insoportable; el que pasa y el que queda o se va. Toda una política
de descarte y exclusión. Se va fortaleciendo la conciencia discriminatoria, hasta concluir, el
discriminado discriminándose a sí mismo: `Soy una burra, por eso dejé la escuela´, `no
sabemos, es el destino del pobre´”.

Aquel 24 de Marzo había amanecido lluvioso y frío. A las 12,30 AM efectivos militares que
dijeron pertenecer al Ejército invadieron su casa en Villa Rivera Indarte, saqueándola y
secuestrando a toda la familia. Su esposo, titiritero y conocido editor de libros fue llevado
junto a su hijo menor al Campo de la Rivera. María, junto a una de sus hijas, su nuera y dos
nietos fueron llevados encapuchados y luego tirados en un campo cercano. Su hijo apareció
semidesnudo luego de pasar por La Perla, en una ruta cercana a Carlos Paz. Su esposo,
asesinado de siete balazos en la garganta, fue “hallado” en un aljibe de Mendiolaza. Con
su casa destruida y la familia dispersa por Argentina, María “opta” por no salir del país. Se
traslada a Buenos Aires donde realiza trabajos de empleada doméstica y cuidado de
ancianos para poder mantenerse, al tiempo que ingresa al Movimiento Ecuménico por los
Derechos Humanos donde militará hasta la vuelta “democrática”: “Me quedé porque mis
hijos me necesitaban- explicará tiempo después- , también porque no era la única afectada”.

En 1989 Maris Chiapino estaba en el Consejo General de Educación de Paraná como


Directora de Enseñanza de Adultos y María Saleme llegaba a trabajar con la conducción
del Consejo.
“En ese lugar donde muchas veces me sentía un bicho raro, María para mí fue un remanso,
un respaldo que a veces no encontraba en otros. Compartíamos una buena sintonía porque
podíamos hablar de cuestiones fundamentales que tenían que ver con la concepción del
mundo que queríamos. Ella era una mujer que creía y respetaba profundamente al otro”.
“En lo que la conocí, me atrevería a decir que nunca quiso sacar a nadie de ningún lugar”-
define Aprile- Ella quería que cada uno pensara su realidad y su situación. No era para nada
paternalista”.

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En un espacio como la Universidad, un lugar tan permeable al exceso de palabras, Saleme
fue partidaria de las prácticas de vida antes que de los discursos. Su vida misma fue un
testimonio. En un tiempo donde las palabras se daban vuelta o se vaciaban para ser
utilizadas con otros fines, María siempre defendió la necesidad de una palabra clara.

“¿Cómo enseña esto un docente en su tarea cotidiana? Si un peón de ajedrez no sabe que
puede neutralizar al rey, no lo jaquea (…) No enseña más que lo que le enseñaron y tal
como lo aprendió. No toca la raíz problemática de su campo (…) ¿Cómo puede ser formador
de formadores si no tiene autonomía, si su relación con el poder es ambigua; si sabe
solamente lo sabido; si su acercamiento al conocimiento consiste en reproducir; si enseñar
consiste en puerilizar el conocimiento?”

En 1988 la profesora Saleme es elegida por unanimidad Decana de la Facultad de Filosofía


y Humanidades de Córdoba, ejerciendo el cargo hasta 1990. Luego pasará a dirigir el
Centro de Investigaciones de la Facultad hasta su jubilación. Esto no impedirá que continúe
recorriendo el país para encontrarse con los maestros. Memoriosa y desconfiada de
quienes se amparaban tras “esa palabrita tan manoseada llamada democracia” ella solía
decir con dolorosa lucidez “falta una generación, ¿Quién va a hacer las cosas?”

“¿Cómo era María alejada de las aulas? Silvia sonríe. Los recuerdos están frescos todavía
– Tenía muy buen humor, era de reírse mucho”. Rememora un encuentro realizado en una
de las escuelas rurales, no recuerda si Alberdi o Almafuerte: “ella junto con quien fuera
director de Primaria, Carlos Caraballo, hacían cosas de chicos que nos dejaban
asombrados: se subían a los árboles, sacaban naranjas. Vos los hubieras visto, se divertían
como criaturas. También le gustaba tomarse unos buenos vinos, charlar hasta altas horas,
siempre estaba rodeada de gente. En una oportunidad nos vinimos caminando hasta su
hotel y pasamos por un barcito. Allí charlamos de cosas personales de la historia del país,
de su familia, de sus hijos. Con su hija tenía una linda relación. Decía: ´si algún día van a
Córdoba quiero que conozcan lo que está haciendo´. . La chica seguía sus pasos, enseñaba
en escuelas marginales. Y María la acompañaba mucho”.
“Tenía mucha ternura, pero a su manera – rememora Castells – No se congraciaba con la
gente. En esa aparente rudeza planteaba, en realidad, una gran confianza en el otro.
Recuerdo una vez que llamó diciéndome que no podría llegar a Paraná porque se le estaba
muriendo la “nana” y ella estuvo a su lado hasta el final. La mujer vivía pobremente y en
formas de cuidado mínimos. Y Cuando volvió, le pregunté y contestó con tristeza: “murió
como un pobre”.
Otra característica de María era su ética, sus valores muy arraigados. En los últimos años
que llegaba a Paraná, como ya tenía dedicación exclusiva en la Universidad de Córdoba,
ella no aceptaba cobrar un sueldo por su trabajo allí. Lo consideraba una carga pública. “Yo
misma la he visto devolver cheques” – cuenta Castells.
“No era como aquellos intelectuales que lo único que saben es leer y escribir- define Baraldi-
Era una hacedora manual, una persona muy humana que permitía acercarse a ella. No
como aquellos que, porque tienen un recorrido, son inalcanzables. En general se produce
que, cuando las personas tienen un acervo de conocimiento, en forma progresiva se

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estupidizan en otros aspectos, pierden el rumbo, se creen más de lo que son, pierden el
diálogo, la autocrítica, la sensibilidad. Todas esas cosas no hizo María. Por eso era distinta”

“Si usted tuviera la posibilidad de empezar de nuevo, ¿abandonaría la lucha y sería


una persona de entrecasa, quizás con su marido al lado?
Me lo he preguntado muchas veces; todos se plantean estas cosas, tentaciones hay
siempre. Pero te digo que no. El eje de nuestras vidas no es el de los místicos, la vida
misma pide vitalidad. Yo no aceptaría una vida tranquila, quizás porque nunca la tuve. Fui
huérfana desde muy chica, trabajé hasta de empleada doméstica, conozco lo que es el
hambre. Yo conozco el revés de la medalla, se lo que es la falta de lo que uno quiere y
necesita. Y te digo que no preferiría una vida tranquila porque creo que no es merecedora,
porque la situación de todos no merece que uno opte por olvidarse de lo que le pasa a los
otros”.

El 5 de Octubre de 2003, María salía de su trabajo como todos los días. Si bien había sido
obligada a jubilarse, fiel a sí misma, seguía yendo a su trabajo en el Departamento de
Investigación de la Escuela de Ciencias de Educación de Córdoba. Esa noche se sintió mal.
No obstante decidió irse sola y abordó un taxi. Perdió el conocimiento, tuvo un derrame
cerebral y entró en coma. El 21 de noviembre Córdoba amaneció distinta, silenciosa. “María
pasó por la vida despacito, humildemente, dulcemente, silenciosamente- dice Chiapino-
Claro, ella no era silenciosa porque cuando abría la boca te mataba con las cosas que
decía. Me refiero a que tenía poco espacio en la prensa, no se le daba el valor que ella
tenía. Por eso para algunos su muerte pasó inadvertida. Yo me enteré mucho tiempo
después, cosa que hasta hoy me duele mucho. Me hubiera gustado haberle dicho cuanto
nos ayudó. No sé si tuvo la conciencia de todo lo que nos aportó en esta línea de una
educación liberadora que dignifique al hombre y que le devuelva la palabra, como diría
Paulo Freire. ¿Viste como algunos escriben grandes tratados y, cuando los conoces
personalmente, te desilusionan, te parece mentira que esa persona pueda escribir cosas
tan hermosas? Bueno, María nunca escribió un libro. Priorizaba la construcción de la
persona y el dialogo antes que la palabra escrita. Y quizás su testamento esté en los seres
que conoció, en las personas vivas. Porque sus aportes son como esas piedras que uno
arroja al agua. Vos las tiras y ves cómo se hace un primer círculo, y otro, y otro. Y nunca
tenes conciencia de cuantas vibraciones produce.
Yo siempre recuerdo a la profesora María Teresa Sirvent cuando dice que la historia que
no está escrita es historia muerta. Por eso creo que hay que hacerla viva en las palabras
de quienes conocimos a María y sentimos los impactos de sus aportes. Porque es así como
se transmiten las culturas”.

Entrevista a Soledad Burnichón:

“MARIA FUE UNA MADRE INMENSAMENTE QUERIBLE”

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Una vez me preguntaron cómo era ser hija de María. No pude contestar de una manera
unívoca, ni sin hacer la salvedad sobre que soy una de sus cuatro hijos (dos varones y dos
mujeres), para cada uno de los cuales la experiencia ha tenido un significado singular. Pero
puedo asegurar que todos nosotros hemos contado con ella de manera incondicional, que
estuvo siempre que la necesitamos, hasta en los momentos y de las formas más
impensables. Sin embargo, esto no fue sólo lo que muchas madres hacen naturalmente por
sus hijos, sino parte de su actitud generosa y solidaria hacia mucha más gente –amigos,
alumnos, otros familiares, algún allegado ocasional...–, aunque con nosotros la tuvo de
manera quizá más intensa y constante; y así fue siempre, desde mis más lejanos recuerdos
hasta los últimos, cuando convivimos como cuando nos separaron muchos kilómetros. Su
presencia estuvo además marcada por la mesura, por escuchar antes que hablar, por dejar
que el otro pensara e hiciera antes que imponer su parecer, valorando lo de una,
provocando que una misma buscara respuestas a preguntas que también provocaba, aún
sin sugerirlas. La recuerdo como una madre inmensamente querible, de mirada y escucha
atentas, de corazón y pensamiento abiertos, de cálido interés y de tenue contacto físico.

¿Qué fue lo más importante que aprendió de ella?


Me resulta difícil hablar de “lo más importante”, pero creo que su ética, los principios y
valores que asumió en su práctica tanto profesional, como ciudadana en general y en lo
más doméstico y cotidiano de la vida familiar, fue una fuente de luz para quienes
compartimos o presenciamos su coherencia entre el pensar, el decir y el hacer en distintos
ámbitos.

¿En qué aspectos se reconoce en ella?


Supongo que en algunos rasgos como el ser exigente en hacer lo necesario, rigurosa en
tratar que eso sea lo más pertinente, confiada y respetuosa de las capacidades de los otros
y de sus distintas formas de comunicarlo.

María solía decir que ella no hablaba por hablar. ¿Qué importancia le daba a la palabra
en un contexto donde ésta era desvalorizada, tergiversada y bastardeada?

Precisamente, ella reivindicaba a la palabra como portadora de un significado, vehículo no


excluyente pero sí privilegiado del pensamiento y el sentimiento. Planteaba como una
resistencia de la palabra, resistir su vaciamiento, recuperando su poder comunicativo.
Recuperar la palabra, también, al modo de Paulo Freire, como herramienta de participación
y construcción de identidad, en una sociedad donde la palabra es acallada por la opresión.

¿Cuál es el momento que recuerda con más cariño de ella o de su relación con ella?

No hay un momento único, obviamente, en una relación con tantas experiencias


memorables, pero podría recortar las que me vienen a la memoria como flashes: cuando
nos leía o narraba cuentos o historias a la hora de dormir; cuando, de adolescente, me
hacía lugar en sus mates para escucharme y hablar; cuando ella o yo estábamos lejos y

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nos escribíamos; cuando comprendí algunas de sus opciones; cuando estuvo a mi lado en
algunas mías...

¿Y el momento más difícil que pasaron juntas?


Tampoco en esto hubo uno sólo, sino varios: cuando tuvo que ir a trabajar a México, luego
de sus cesantías por los gobiernos de Onganía y de Lanusse y se produjo la primera
diáspora familiar; cuando fuerzas del ejército saquearon nuestra casa, la dinamitaron y
secuestraron a mi padre y mi hermano de recientes 17 años, la noche del 24 de marzo de
1976, mientras se efectuaba el golpe militar en todo el país; cuando mi hermano apareció
tirado con una venda al cuello, pero vivo, y mi padre asesinado, fusilado, después de haber
estado en campos de concentración; cuando secuestraron en Córdoba al padre de mi hijo
mayor y cuando mataron luego, en Buenos Aires al que no alcanzó a ser padre de otro hijo;
cuando, en esos años, el horror nos golpeó, por las calles e irrumpiendo a patadas en las
casas, a nosotras, junto a tantos otros.

María, por el rol que ocupaba, debía toparse con distintas personas de diferentes
orígenes. Tengo claro cómo era la relación con sus pares y con las clases
“populares”, lo que quisiera saber era cómo se llevaba y qué pensaba de sus
encuentros con funcionarios, tecnócratas y representantes gubernamentales.

Alguna vez le planteé por qué accedía a ciertos encuentros convocados desde distintos
sectores del poder político hegemónico (organismos gubernamentales o no
gubernamentales). Me respondió que ella iba a donde estaba la gente con la que le
interesaba compartir. En general, se refería a los/as maestros/as. Con ellos/as se
encontraba y mantenía un diálogo tanto en grandes congresos organizados por ministerios
o sindicatos, como en pequeños talleres más bien marginales en espacios alternativos. Esto
no significa que no ejerciera algún tipo de selección, lo cual muchas veces implicaba
negativas y ausencias o presencia en los términos que decidía tenerla, muchas veces a
contrapelo de lo previsto por los organizadores. Por otra parte, sé de “encuentros” con
funcionarios, etc., que terminaron siendo “des-encuentros”, dadas las diferencias de
criterios, objetivos..., en fin, de concepciones y proyectos.

En el libro “Decires” ella se define como “zurda”. Según un testimonio que recogí,
afirman su simpatía por el peronismo, algo que pongo en duda ya que fue echada
dos veces bajo este signo político. ¿Tuvo María alguna militancia política partidaria?

Supongo que el uso del término “zurda” –no me acuerdo el contexto en que aparece en el
libro– era con un doble sentido: ella era zurda para escribir y lo había sido en una orientación
invertida de la escritura (como los árabes de los cuales descendía) hasta su “normalización”
en la escuela; luego, toda su vida estuvo enfrentada a las fuerzas “normalizadoras”, en el
sentido de tendientes a mantener el statu quo, lo consagrado como “normal”, cuando estas
fuerzas eran represivas y sancionadoras de todo lo que amenazara su predominio. Fue
entonces, también en el sentido despectivo que usaron quienes las ejercieron y
defendieron, políticamente “zurda”. Por lo mismo es que sufrió represión durante el

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peronismo de los ’40 y ’50. Su acercamiento al peronismo fue en los ’70, cuando una nueva
generación asumió una perspectiva social y política distinta para este movimiento, más allá
de las estrecheces partidarias ortodoxas. Ella tuvo militancia política (y social y cultural)
toda su vida, desde sus años más jóvenes, con su práctica como alfabetizadora con obreras
y sus lecturas. Participó con otros jóvenes comunistas y socialistas en las revueltas
estudiantiles del primer peronismo y en la construcción de un nuevo proyecto educativo
luego de la caída del peronismo, cuando fue directora de la escuela “Garzón Agulla” y entró
como profesora en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Córdoba. Fue allí donde
se relacionó en los ’60 con un grupo de jóvenes de esa nueva generación que reivindicaba
un sentido revolucionario para el peronismo. La suya no fue “simpatía por el peronismo”,
sino abrir la escucha y la mirada a nuevas posibilidades que pudiera albergar este
movimiento. No por ello dejó nunca de ser crítica y de sostener profundos debates sobre
los grandes contrastes que se presentaban en la nueva era: entre lo esencial y lo aparente,
entre los medios y los fines, las ideas y las prácticas, la “realidad” como única verdad y las
distintas lecturas de múltiples realidades coexistentes, etc.
Sus compromisos partidarios fueron tangenciales y efímeros, creo que no por desestimar
el valor de la organización política, a la que siempre aportó desde todos los espacios de
acción y de pensamiento en los que participó, sino por las limitaciones de la lógica de
construcción y de funcionamiento político de los partidos, que es también el de otras
instituciones de nuestro sistema político.

Una de las cosas que llaman la atención si uno se sumerge en su vida y obra tiene
que ver con que no hubiera dejado ninguna obra escrita, ya que “Decires” es una
recopilación de entrevistas y escritos sueltos. ¿Por qué cree que es esto?
Creo que el motivo principal de esta ausencia es su auténtica humildad: ella no consideraba
la necesidad de dejar huellas, marcas de su pensamiento ni de sus acciones para otros.
Esto es coincidente con su generosidad en ofrecer sin retaceos todo lo que tuviera para
ofrecer (opiniones, trabajo, tiempo, libros, dinero o lo que fuera), por lo que nunca esperó
reconocimiento ni retribución. Quizá por eso privilegió la palabra hablada a la escrita.
Recuerdo que a veces tipeaba en su vieja máquina Royal algunas páginas que luego leía
o usaba de guía para alguna intervención en un evento, y que el destino de esas hojas era
casi invariablemente una fogata en el patio, cuando se juntaban con otros papeles. Incluso
esa recopilación, que adoptó el sugestivo nombre de “Decires” por eso mismo, no es de lo
más significativo que haya escrito, sino sólo de lo que se pudo recuperar.

María revalorizaba el valor del silencio, en que cada uno recuperase su capacidad de
pensar y pensarse a sí mismo. ¿Cómo ve hoy a la educación y a los docentes? ¿Es
posible trabajar en un contexto en donde subyacen condiciones extremas de hambre,
violencia y abandono? ¿Puede el docente pensarse a sí mismo y pensar sus prácticas
en estas condiciones?
Bueno, son varias preguntas en una y veo que en este caso apelan a mi propia experiencia
en la docencia. No podría tratar el tema de las necesidades, las condiciones y las
posibilidades del trabajo educativo de una manera rápida y general, dado que es complejo
y multiforme, ni cabría hacer aquí un diagnóstico del estado de la educación que ya se ha

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hecho. Sólo podría agregar lo que, en la perspectiva que nace de mi práctica en escuelas
primarias públicas y extremadamente pobres (en varios sentidos), surge como necesidad
imperiosa para recuperar el sentido transformador y proyectivo de la educación. Es,
precisamente, la de poder pensar la escuela en la escuela. Es cierto que las condiciones
en las que se desarrolla el trabajo educativo atentan contra esa posibilidad, desde la
organización establecida en el sistema educativo hasta las prioridades y urgencias que se
fijan también en ámbitos ajenos a la escuela; pero también es cierto que la organización y
la planificación del trabajo que se sostiene en las decisiones y en las acciones cotidianas
de un colectivo puede abrir otras brechas. Y este trabajo es el que se mira y se piensa a sí
mismo, haciendo una lectura de su contexto y de su situación no para buscar justificaciones
a lo que no se puede sino para visualizar y explicar algunas de las condiciones generales
en las que se desarrolla.
Las “condiciones extremas de hambre, violencia y abandono” no sólo inciden en las
posibilidades de aprender de los niños y jóvenes, sino también en las de aprender de su
realidad de los docentes y en las de enseñar en esas condiciones. Pero si seguimos
creyendo y apostando a que el conocimiento en la escuela debe tener sentido y utilidad
fuera de la escuela, para resolver dilemas de nuestra vida social en general, será ése el
fundamento de lo que hagamos dentro de ella. Queda claro que no se trata de cambiar por
el sólo accionar de la escuela condiciones generadas y reproducidas por el conjunto de las
relaciones sociales, pero sí de producir en ella un conocimiento que nos habilite a
enfrentarlas y transformarlas.

¿Cuál crees que es la herencia que dejó María?


Su memoria, como referencia completa y valiosa para el pensar y el hacer de manera
comprometida, coherente, constante, inclaudicable; como ejemplo de una opción asumida
con toda y para toda la vida; como prueba fehaciente de que la acción se puede sostener
en la osadía y la claridad de visión antes que ser invalidada por la especulación con las
posibilidades.-

Disponible en:
http://elcolectivo2004.blogspot.com/2011/05/maria-saleme-de-burnichon.html

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