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Inés Quintero
11 agosto, 2011
No obstante, en 1840, aquellos que por separado habían manifestado sus diferencias, los
que disienten del rumbo político y quienes han visto afectados sus intereses de manera
directa, no vacilan en hacer causa comú n constituyéndose en asociació n política
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corresponde obtener los mayores beneficios de la actividad econó mica. Ello ocurre
como parte de un intenso debate sobre los modelos, doctrinas y principios que
debían regir la conducció n econó mica del país.
Si bien, al constituirse la Repú blica, no hay mayores tropiezos para llegar a una
fó rmula política conveniente a todos los miembros de la elite dirigente, tal como
señ alamos al inicio, un lustro después comienzan a aparecer la fisuras que
finalmente determinan la ruptura del acuerdo inicial.
Hay, pues, una clara disposició n a establecer una ruptura con el esquema político
basado en las costumbres y tradició n absolutista, así como una firme decisió n de
impedir el autoritarismo como fó rmula de control social.
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Las distintas contiendas electorales enfrentan a los notables en la disputa por el
control de los organismos gubernamentales locales y nacionales. Los resultados no
cubren las expectativas de todos los miembros de la elite y surgen las desavenencias
propias de la lucha por el poder.
En 1839, tienen lugar dos sucesos que definen el desenlace final de la discordia. La
aprobació n del có digo de imprenta el 27 de abril, el cual establece un tribunal de
censura para evitar los abusos y, ya finalizando el añ o, la separació n definitiva de
Antonio Leocadio Guzmá n del tren gubernativo.
Alternabilidad republicana
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La defensa de los principios va seguida de una severa condena al gobierno. A juicio
de Lander, el gobierno ha establecido una prá ctica en el manejo de los cargos
pú blicos que no se encuentra apegada al ejercicio de la alternabilidad. Han llegado a
creerse los ú nicos venezolanos con aptitudes de gobernar” (Lander, 1834: 42),
violentando así la mayor garantía de un pueblo libre
En 1840, las observaciones de Lander forman parte del cuerpo doctrinario que
fundamenta la creació n del Partido Liberal. La defensa del principio alternativo es
ahora no só lo un derecho que deber ser respetado porque está consagrado
constitucionalmente, sino que se convierte en el recurso mediante el cual se
condena el usufructo del poder por parte de los “godos” y en formidable bandera
para justificar el derecho de los liberales a conquistar el poder.
A partir de 1840, de acuerdo al diagnó stico que elaboran, se abre una nueva era
para Venezuela. La experiencia política acumulada durante diez añ os de ejercicio
republicano ha consolidado los derechos ciudadanos y, la voluntad general tendrá la
oportunidad de expresarse electoralmente para modificar la situació n y hacer
imperar el principio alternativo.
Será , pues, la voluntad general la encargada de desalojar del gobierno a esa gavilla
de traficantes ambiciosos, de impedir que un solo hombre se sostenga en el poder
después de 21 añ os de gobierno ininterrumpido, de corregir esa anomalía de la
democracia y acabar con esa usurpació n del poder.
El discurso liberal pretende así descalificar a quienes han detentado el mando por
espacio de una década. Se condenan sus arbitrariedades, se censura la iniquidad de
sus leyes, la ignavia de los comisarios pú blicos, la corrupció n en las asambleas, el
personalismo, el engañ o y la desnaturalizació n del sistema que ha terminado por
destruir la moral civil.
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liberales, la ú nica opció n de poder capaz de dar cumplimiento al preciado derecho
liberal, de allí la pertinencia de agruparse en un partido político.
Al igual que ha ocurrido en las naciones civilizadas, en donde los disímiles intereses
de la sociedad se encuentran representados en partidos opuestos, en Venezuela, al
alcanzar su madurez política, es a todas luces conveniente la presencia de dos
partidos que dividan de manera pacífica la opinió n de los venezolanos. Ello
contribuiría, sin duda, al perfeccionamiento de las instituciones, a la defensa de los
principios constitucionales, a garantizar el equilibrio del sistema. Su acció n civil
ordenaría y canalizaría la opinió n en las contiendas electorales. Cada agrupació n, de
acuerdo a sus principios, estaría en la posibilidad de enarbolar sus propias
banderas, combatir cívicamente a sus adversarios y disputarse la preferencia de los
electores.
La libertad de imprenta
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Al añ o siguiente, Rufino Gonzá lez, editor de El Demó crata, sale en defensa de la
libertad de imprenta. La concibe como el paladió n de las demá s libertades, sin ella
no hay justicia, ni repú blica, ni patria (El Demó crata, 1834). Posteriormente, en
ocasió n de discutir la aprobació n de un nuevo có digo de imprenta, la opinió n se
encuentra dividida, al punto que es devuelto el proyecto por los mismos hombres
del gobierno, hasta que, finalmente, en 1839 se aprueba el nuevo estatuto fijando los
linderos en los cuales podría ejercerse el preciado derecho liberal.
En ocasió n del juicio seguido contra Antonio Leocadio Guzmá n por las seguidillas
contra Juan Pérez [2] y luego de las persecuciones de que es objeto a raíz del tenso
ambiente electoral del añ o 1846, se desata en la prensa liberal un férreo ataque a la
política punitiva y restrictiva del gobierno a través de la prensa contra quienes
disienten de sus actos y ejecutorias.
En opinió n de los liberales, los actos del gobierno constituyen un intento por
destruir la má s hermosa de las garantían constitucionales. Iniciativas como la de la
Secretaría de Interior y Justicia, calificando de sediciosa la prensa liberal, no son
sino un paso má s en el camino del “desenfreno opresor” de los gobernantes, del
“ultraje de la soberanía”, de su “desprecio hacia la mayoría”.
Con este ú ltimo acto se pretende colocar a la libertad de imprenta, ese derecho
supremo del liberalismo, como la culpable de la perturbació n del orden, cuando no
ha sido sino la encargada de enseñ arle al pueblo sus derechos e instruirlo en el
ejercicio de los principios republicanos. En su defensa, los liberales recurren a
diversos autores europeos de todos los tiempos para demostrar el derecho que los
asiste y reiterar, una vez má s, los desaciertos y arbitrariedades de quienes se
encuentran en el usufructo del poder.
La defensa del liberalismo y sus principios cardinales llevada adelante por el Partido
Liberal, má s que un problema de doctrina, constituye un asunto político. La crítica
va dirigida a quienes, encargados de ejecutar la propuesta liberal de 1830, lo han
hecho equivocadamente: se trata de descalificar a sus oponentes con el fin de
sustituirlos en el poder. La defensa de la alternabilidad, de la presencia de partidos
políticos y del derecho a la libertad de imprenta son así parte de la disputa por el
control del poder.
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doctrinario; se trata má s bien de una contienda que tiene su origen en la disparidad
de beneficios que acarrea la ejecució n de las medidas gubernamentales, lo cual los
lleva a convertirse en críticos del liberalismo econó mico, como veremos a
continuació n.
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aprueba la Ley de Espera y Quita, segú n la cual, para la ejecució n de las acreencias,
no era necesario el consentimiento de todos los poseedores de exigencias contra
una propiedad. También, ese mismo añ o, se crea el Banco Nacional de Venezuela
para la emisió n, descuento y giro de libranzas y letras de cambio. El Estado
participaba con una quinta parte de las acciones y el resto eran suscritas por el
capital privado, 50% para 4 accionistas mayoritarios: Juan Nepomuceno Chaves,
Guillermo Ackers, Juan Elizondo y Adolfo Wolf; el resto serían ofrecidas en venta al
pú blico.
Las iniciativas del gobierno, al poco tiempo, crean malestar en el grupo de los
propietarios, en particular entre aquellos que comienzan a ver afectados sus
intereses como consecuencia de la ejecució n de las medidas econó micas
gubernamentales. La disensió n comienza como asunto individual, aislado, pero
rá pidamente va cobrando cuerpo hasta convertirse en problema colectivo. El
objetivo es alcanzar una modificació n sustancial de la situació n, cuyos resultados se
traduzcan en un mejoramiento significativo de las condiciones en las cuales
desempeñ an los agricultores su actividad econó mica.
El malestar originado por las medidas econó micas del gobierno despierta, entre
muchos propietarios, especiales reservas. Tres añ os después de la aprobació n de la
Ley del 10 de abril y dos añ os má s tarde de haber empezado a funcionar los
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tribunales de comercio previstos en la Ley Mercantil, se alzan las primeras voces de
protesta: Tomá s Lander, quien es citado en calidad de deudor por el Tribunal
Mercantil de Caracas, discute su cará cter inconstitucional y expone sus opiniones
adversas a la legislació n imperante: leyes absurdas y estrafalarias depravan la razó n
de los asociados induciéndolos a absurdos y a peligrosas extravagancias (Lander,
1837: 483)
Pero no está solo Lander en su rechazo a la legislació n vigente, José Félix Blanco y
Juan Bautista Calcañ o, redactores del perió dico La Bandera Nacional, manifiestan
opiniones adversas a la citada normativa. El editorial del 23 de enero de 1838,
expresa sus reservas ante el excesivo liberalismo que encierra el instrumento legal y
los peligros que podría acarrear la elevació n de las tasas de interés en virtud de las
condiciones reinantes: escasez de mano de obra y notoria ausencia de capitales. A
mediados de añ o, se pronuncian por su reforma.
Ello ha dado lugar a una pérdida del equilibrio econó mico. Se ha aumentado el
poder de los dueñ os de la riqueza metá lica en detrimento de los propietarios y
productores agrícolas, se ha oprimido a la industria y arruinado a la clase laboriosa.
Al liberar a la usura se han favorecido el abuso y el agio. Los que en otra época
fueron capitalistas honrados que cobraban tasas de interés guiados por la
moderació n, se han transformado en agiotistas y, los usureros de siempre, son ahora
“buitres que se alimentan de los despojos de sus víctimas”. Es, pues, el “despotismo
de la usura”, la “esclavitud del trabajo”, la “sanció n del abuso”, el desnivel de la
sociedad, el predominio de la minoría improductiva sobre la mayoría laboriosa.
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indolencia y se castiga al laborioso, el hombre honrado es perseguido y el inmoral se
mantiene en la impunidad.
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població n, es la generadora de la riqueza individual de los ciudadanos, la ú nica
fuente capaz de ofrecer prosperidad, la verdadera y má s importante industria
nacional, la que conserva y moraliza las costumbres, a ella se han dedicado los
venezolanos desde los má s remotos tiempos. Es pues, la agricultura la ú nica
esperanza que tiene la Repú blica para solventar sus males, deudas y atraso. De allí
que condenan con vehemencia la conducta oficial, la cual, lejos de favorecerla, la ha
colocado en el deplorable estado en el cual se encuentra, sometida al rigor e
impudicia de los prestamistas.
El Estado interventor
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La manera de solventar los excesos ocurridos como consecuencia de los abusos en la
aplicació n de los postulados liberales es abandonar, drá stica e irrevocablemente, la
política del laissez faire y comprometer al Estado de manera activa en la
recuperació n del país.
Resolver las enormes dificultades que enfrentan los países nuevos en su proceso de
crecimiento no puede estar al alcance de los particulares: no es un esfuerzo
individual sino de todo el cuerpo social. Le corresponde al Estado actuar para crear
y favorecer las condiciones que permitan la prosperidad del país.
La fó rmula del Partido Liberal es, a todas luces, contraria al liberalismo econó mico
de la época: su inspiració n obedece má s bien a las exigencias de quienes, afectados
directamente por la orientació n de la política del régimen, procuran un cambio de
direcció n que les permita acceder a mayores y mejores beneficios en el usufructo de
su riqueza.
Se trata de un rico e intenso debate sobre los problemas econó micos y políticos del
país a la luz de las expectativas e intereses que mueven a la elite dirigente. La lucha
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por el poder y la confrontació n que genera entre los bandos se expresa, entre los
llamados liberales, en la defensa de los principios del liberalismo como recurso de
legitimació n de su propia actuació n política. La alternabilidad republicana, el libre
juego de opinió n y la participació n electoral en partidos políticos, son las piezas
argumentales con las cuales enfrentan a sus contendores.
La discordia sobre los problemas econó micos tiene otros ingredientes. En este caso
se trata de una confrontació n por la obtenció n de mayores cuotas de beneficios. El
asunto se procura dirimir a través de la confrontació n de ideas en torno a los
principios de la teoría econó mica y su aplicabilidad en Venezuela, de donde resulta
una exposició n, por parte de los liberales, en la cual se condena la ejecució n de las
medidas liberales adelantadas por el gobierno. Los principios de la doctrina liberal
en materia econó mica no se ajustan a las especificidades venezolanas, de acuerdo a
la ó ptica de los hombres del Partido Liberal, quienes al ver afectados de manera
directa sus intereses se erigen en sus principales críticos, condenan sus excesos,
reivindican a la agricultura y solicitan la intervenció n del Estado.
Bibliografía
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Banko, Catalina. Poder político y conflictos sociales en la repú blica oligá rquica
(1830-1848), Caracas, Ediciones de la Universidad Santa María, 1986
Carrera Damas, Germá n. Temas de Historia Social y de las Ideas, Caracas, Ediciones
UCV, 1969.
Díaz Sá nchez, Ramó n. Guzmá n, elipse de una ambició n de poder, Madrid, Editorial
Mediterrá neo, 2 tomos, 1975
Lander, Tomá s (1835) “A mis censores”, Pensamiento Político venezolano del siglo
XIX, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la Repú blica, tomo IV, 196
14
Lander, Tomá s Lander: (1837) “Los Tribunales de Comercio y la Constitució n”,
Pensamiento Político Venezolano del siglo XIX, Caracas, Ediciones de la Presidencia
de la Repú blica, tomo IV, 1961
Parra Pérez, Caracciolo. Mariñ o y las guerras civiles, Madrid, Ediciones de Cultura
Hispá nica, 3 vol. 1958-1960
Pino Iturrieta, Elías. Las ideas de los primeros venezolanos, Caracas, Fondo Editorial
Tropykos, 1987.
[1] José Gil Fortoul: Historia Constitucional de Venezuela, 1930. Manuel Pérez Vila:
“El Gobierno deliberativo. Hacendados, comerciantes y artesanos frente a la crisis.
1830-1848” en Política y Economía e Venezuela, 1976. Elías Pino Iturrieta: Las ideas
de los primeros venezolanos, 1987. Diego Bautista Urbaneja: La idea política de
Venezuela, 1988.
[2] Al finalizar el añ o 1843, El Relá mpago editó unas seguidillas del poeta Rafael
Arvelo, en las cuales se satirizaba al señ or Juan Pérez, albacea testamentario del
señ or Juan Nepomuceno Chaves, director fundador del Banco Nacional. Al intentar
juicio contra el autor de los versos, apareció como responsable el Sr. Juan Villalobos.
No obstante el tribunal de censura, a solicitud del abogado de Pérez, declaró sin
responsabilidad al señ or Villalobos y abrió causa contra Antonio Leocadio Guzmá n
en su calidad de dueñ o de la imprenta. El juicio seguido a Guzmá n fue un escá ndalo
pú blico y su absolució n el 9 de febrero de 1844, en medio del clamor de sus
seguidores, motivo de jú bilo para el Partido Liberal. El asunto está ampliamente
desarrollado en Francisco Gonzá lez Guinan, Historia Contemporá nea de Venezuela
tomo III, pp. 365-367 y 385-399.
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