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Gary Williams
2 de marzo de 2011
A continuación enumeramos los principales argumentos a favor y en contra del uso de la pena
capital hoy, y presentamos una breve evaluación de cada uno. Primero consideraremos los
argumentos bíblicos y morales, y luego los argumentos basados en la utilidad social.
Evaluación. Jehová prohibió que Caín, el primer asesino, fuera ejecutado (Gn. 4:15). Sin
embargo, cuando la tierra se llenó de maldad y violencia, él castigó a sus habitantes con muerte
masiva mediante el diluvio (Gn. 6:5, 11-13). Para los sobrevivientes y toda la humanidad que
descendería de ellos instituyó la pena capital por el homicidio (Gn. 9:6). Siglos después, en la ley
para Israel, extendió la pena a una variedad de delitos (Éxodo 20-23; Levítico 17-26;
Deuteronomio 12-26). El Nuevo Testamento dice poco sobre el tema, pero el apóstol Pablo
afirma la autoridad aun del gobierno pagano e imperialista de Roma de castigar con la espada al
que hace lo malo (Ro. 13:4). Lo que es más, declaró ante el gobernador Festo su disposición a
sufrir la pena capital él mismo si, como se le acusaba, había hecho algún agravio o cosa alguna
digna de muerte (Hch. 25:11). En fin, desde Génesis 9 en adelante la Biblia apoya y, con
frecuencia, exige la pena capital por ciertos delitos.
La razón principal por la cual la Biblia apoya la pena capital es que es el único castigo equitativo
por ciertos delitos. Por cierto, no todo aquello que era ofensa capital en la antigua teocracia de
Israel se consideraría merecedor de la misma pena en nuestra sociedad pluralista. Sin embargo,
todavía impresiona la justicia simétrica de pasajes como Génesis 9:6 (“El que derramare sangre
de hombre, por el hombre su sangre será derramada”) y Éxodo 21:23 (“Si hubiere muerte,
entonces pagarás vida por vida”). Para el asesinato no hay otro castigo que satisfaga las
demandas de la justicia: “No tomaréis precio por la vida del homicida, porque está condenado a
muerte; indefectiblemente morirá” (Nm. 35:31).
2. La regla de amor enseñada por Jesús excluye la pena capital. Cuando matamos al delincuente
no lo amamos, es decir, no buscamos su mayor bien.
Pena capital: Pros y contras, pág. 2
Evaluación. Estrictamente hablando, nadie tiene derecho alguno, salvo Dios. Sin embargo, él nos
ha otorgado ciertos derechos y nos ha delegado ciertas responsabilidades. Una de estas es la de
“derramar la sangre” de los homicidas (Gn. 9:7).
Evaluación. Es precisamente por el carácter sagrado de la vida humana que Génesis 9:6 exige la
pena capital para el homicida: “...porque a imagen de Dios es hecho el hombre”. Según la Biblia,
lo que es inviolable es la sangre inocente. Quien la derrama debe morir (Dt. 19:10-13).
Evaluación. La legislación mosaica recalca que la administración de la justicia debe ser equitativa
para con todos, sin distingo alguno (Éx. 23:2-3, 6, 9; Lv. 19:15; Dt. 16:19-20). Es una tragedia,
entonces, que el sistema penal resulte discriminatorio. Sin embargo, la solución no es eliminar la
pena (en tal caso, tendríamos que eliminar todo castigo), sino trabajar para que su peso caiga
por igual sobre ricos y pobres que la merezcan.
Sin embargo, esta no es una solución permanente. Más bien, se debe reformar el sistema para
eliminar la corrupción y reducir a un mínimo la posibilidad de error. Según la Ley de Moisés, la
pena de muerte no se debía aplicar por evidencias circunstanciales, sino solo por la declaración
de un mínimo de dos testigos oculares (Nm. 35:30; Dt. 17:6). Para evitar falsos testigos
maliciosos, se legislaba para ellos el castigo que le hubiera correspondido al acusado (Dt. 19:16-
21) y se exigía que los testigos tiraran las primeras piedras para ejecutar al condenado (Dt. 17:7).
La Ley Mosaica también prohibía la corrupción judicial (Éx. 23:8; Dt. 16:19). Sin embargo, hubo
casos de “asesinatos judiciales” en el pueblo israelita tanto en el Antiguo Testamento (1 Rey.
21:1-16) como en el Nuevo (Stg. 5:6).
El error fatal en unos pocos casos, aunque trágico y deplorable, no es suficiente razón para no
intentar hacer justicia en los demás casos a través de la última pena. Así, la Ley de Moisés,
aunque reconocía el peligro, de todas formas exigía la pena capital. Pablo sabía que Jesús,
Esteban y Jacobo habían sido ejecutados injustamente (Hch. 7:57-60; 12:1-2), pero sostenía que
el gobierno tenía el derecho de castigar con la espada (Ro. 13:4). De manera semejante,
reconocemos que el trágico error fatal en unos pocos casos no es suficiente razón para suprimir
los medios de transporte moderno o la construcción de edificios altos.
Pena capital: Pros y contras, pág. 3
Hay que tomar en cuenta, además, que al no aplicar la pena de muerte, también corremos el
riesgo de ser responsables en alguna medida de la muerte de personas inocentes. El asesino
puede volver a cometer el mismo delito, sea adentro o afuera de la prisión.
Evaluación. En este sentido, la pena máxima protege no solo a la sociedad en general, sino
especialmente, y en mayor grado, a los reclusos que están encerrados con los criminales
peligrosos en la prisión. Muchos reclusos no son violentos, y no merecen la amenaza constante
de compañeros asesinos.
Evaluación. Es un argumento importante. Por otro lado, frente a la muerte, algunos asesinos se
han arrepentido para prepararse a encontrar a Dios. La última pena puede motivar al homicida a
una reforma que lleve fruto no solo en esta vida, sino también en la de ultratumba.
Evaluación. Ha de haber algo de verdad en este argumento, aunque ayudaría saber si ha habido
una investigación científica al respecto. En un proceso jurídico debe haber más opciones que
solo declarar inocente al acusado o sentenciarlo a la muerte. Por otra parte, el temor a las
venganzas es un problema que influye no solo en los casos capitales.
Conclusiones
La justicia exige la pena de muerte por ciertos delitos, pero dicho castigo se debe aplicar sólo
cuando la evidencia es absolutamente contundente, y siempre dentro del marco de un sistema
judicial limpio y equitativo.