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LA MUERTE REFLEXIÓN

“Pero tú, persevera hasta el fin y descansa, que al final de los tiempos te levantarás para recibir tu
recompensa” (Daniel 12:13 NVI).

A pesar de no conocerla personalmente, la muerte de Helena Tang a los 43 años me produjo mucha
tristeza. Durante el tiempo que viví en Canadá, varios años atrás, seguí a través del periódico su lucha
contra el cáncer. Ella le había permitido a un periodista y a un fotógrafo seguirla durante su periplo por
operaciones, quimioterapias, recuperaciones, y recaídas a lo largo de más de siete meses. En algunos
momentos veíamos cómo se iba recuperando, y en otros nos frustramos al ver que ningún tratamiento le
hacía el efecto esperado.

Helena, una creyente que se había reconciliado con el Señor y vuelto a la comunión con su iglesia, pidió
que celebrarán la navidad porque ella se daba cuenta que no le quedaba mucho tiempo más de vida.
Después de esa reunión, ella le entregó una carta al periodista dándole a conocer que ella había decidido no
permitir la presencia de la prensa en sus momentos finales. En la carta mencionó que su intención fue
“romper el hielo alrededor del tabú que existe alrededor de la muerte, esperando que la gente pueda estar
mejor preparada para su propia muerte”. Helena decidió que el momento final merecía el respeto que solo
la privacidad le podía proveer. Sin embargo, sus últimos meses compartidos luchando con su propia
muerte, nos dejaron un hermoso legado de coraje y entereza.

La muerte no es el fin de la existencia, sino un cambio radical en el estado del ser humano.

¿Cómo podríamos definir a la muerte? Es la terminación de la vida física por medio de la separación del
cuerpo y el alma. Para nosotros, los cristianos, la muerte no es el fin de la existencia, sino un cambio
radical en el estado del ser humano. Desde el punto de vista espiritual, es la prueba y la sanción de la
desobediencia humana, que separada de la Vida (Jesucristo mismo) muere irremediablemente. Para todos
los seres humanos, la muerte encierra una gran frustración, ya que en nuestros corazones anida el ansia por
la inmortalidad. Todos sabemos que moriremos, pero eso no es lo importante en esta materia. Lo que
definitivamente nos acongoja es el proceso de muerte, el cómo moriremos. El temor y la agonía, el rechazo
y el dolor, el miedo al castigo o lo incierto de la vida más allá de la vida terrena, son las pautas dramáticas
que hacen que veamos la muerte como una gran tragedia.

En la Biblia, Dios nos presenta la vida más allá de la muerte de una manera oscura en cuanto a sus detalles
y formas, más no en cuanto a su propósito, realidad, tragedia, y también esperanza. El profeta Daniel
recibió las palabras arriba mencionadas al final de sus días. Debía tener por lo menos unos noventa años al
escuchar esas palabras que señalaban el punto final de su existencia terrena. Había sido receptor de
sorprendentes visiones del futuro, pero por su propia finitud, él no llegaría a ver lo que había anunciado.
Dios no presenta la partida de Daniel de una manera dramática; simplemente la señala como un hecho
ineludible. No había nada que temer, Él lo tenía todo dispuesto.

Para nosotros, los cristianos, la muerte no es más que un estado intermedio. Es el período entre la partida
de este mundo y la resurrección con Jesucristo. No es un doloroso “purgatorio”, ya que pasado el umbral de
la muerte no hay posibilidades de cambio, ni tampoco, como algunos lo entienden, un tiempo de
inconsciencia. Es simplemente estar con el Señor, reposando de los trajines de la vida y recibiendo su
inmensa consolación. De acuerdo con lo que Dios le había mostrado a Daniel, el mundo seguiría viviendo
los embates y los dolores de la ambición y la soberbia de los hombres y mujeres que lo pueblen. Sin
embargo, en el centro del huracán de las tensiones y el devenir de los humanos, el plan perfecto de Dios
seguiría su curso inalterable. Así lo decía Juan: “El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace
la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:17 NVI).

Arturo Uslar Pietri (1906 – 2001), célebre político e intelectual venezolano, escribió un artículo décadas
atrás con las reflexiones que le suscitó la muerte temprana de uno de sus hijos. Citaré algunas frases:

“La desaparición de mi hijo mayor me devuelve súbitamente a la vieja e inagotable reflexión de la


condición humana. Lo sabemos todos pero tendemos a olvidarlo, acaso por inconsciente reacción
defensiva, sin lograr borrar nunca la constante presencia de ese límite fundamental… ya desde el mundo
pagano y en toda la amplitud y variedad de la presencia humana en el planeta, esa angustia condicionante
está presente en todos los seres humanos.

Es esa, precisamente, la condición fundamental que distingue al hombre de los demás seres vivientes. Es el
único animal que ha llegado a saber que ha nacido para morir, los demás lo ignoran o lo advierten apenas
en el instante mismo de su acabar. El Hombre, antropológicamente, comenzó a ser hombre genuino cuando
excavó la primera tumba. Era, a la vez, su manera de reconocer la muerte y de rechazarla. Los animales no
entierran.

Es la respuesta a esa condición (la angustia existencial hacia la muerte) la que hace la diferencia
fundamental entre los seres humanos. Las maneras de enfrentarla, de esquivarla, de olvidarla, de aceptarla
y de acomodarse a ella. La gran rebelión humana es la rebelión contra la muerte. Aún la voz de la mística,
‘muero porque no muero’ o ‘el placer de morir’, como rechazo de una vida mezquina en espera de otra
esplendorosa y eterna, no es sino el reflejo sublimado de esa condición.

Nuestra civilización recientemente pragmática y poco espiritual, adolece mucho de la falta de ese
sentimiento. Se vive al día, en la falsa eternidad del día, a corto plazo, acaso como un subterfugio
superficial para escapar a la cuestión fundamental. Lo que tiene efectos visibles y negativos en la condición
social e individual de la época presente. La devaluación y el repudio de la muerte son, en lo esencial, la
devaluación y el repudio del valor y significación de la vida. Se vive sin profundidad, fuera del tiempo,
fuera de mesura, fuera de razón, en la misma medida en que esa reflexión central disminuye o se borra.

Una reflexión más seria y constante sobre ese término ineluctable podría mejorar mucho la situación
existencial de los hombres. Los viejos cristianos hablaban de la vida como preparación para la muerte.
Hoy, tal vez, habría que crear conciencia sobre la muerte como preparación para la vida. Darle el pleno
valor de su brevedad perentoria, que podría ser la más grande fuerza moralizadora y equilibradora de la
loca ansiedad que impulsa al hombre a olvidar su condición fundamental. Precisamente, en la medida en
que entendamos que estamos tan de paso y que podemos tan poco, podríamos empezar a ser mejores”.

La muerte es dolor, pero también reflexión. Las lágrimas de la muerte limpian nuestros ojos para ver con
claridad y perspectiva la vida que tenemos por delante. El cristianismo es un canto a la vida que no ignora
la realidad de la muerte. No es un simple consuelo tímido al dolor, sino una poderosa promesa de Dios:
“Ésta es la promesa que él nos dio: la vida eterna” (1 Jn. 2:25 NVI).

Saber que tenemos victoria sobre nuestro mayor enemigo nos da libertad para enfrentar la vida de una
manera completamente distinta.
Jesucristo, quien es la vida, se enfrentó a la misma muerte en la Cruz, símbolo eterno de la muerte. Él tomó
allí nuestros pecados y fracasos para de una vez y por todas destruir el poder que la muerte tenía sobre
nosotros. Se manifestó su victoria en la resurrección de entre los muertos, ya que la muerte no le pudo
contener. Así como a Daniel se le ofreció victoria sobre la muerte, el Señor también le ofrece lo mismo a
todos aquellos que han hecho un pacto de vida con Jesucristo. El Señor mismo sabe que el hombre o la
mujer que muere sin Jesucristo, ya en el corazón está totalmente perdido e irremediablemente muerto.

Justamente, el saber que tenemos victoria sobre nuestro mayor enemigo nos da libertad para enfrentar la
vida de una manera completamente distinta. Juan lo describe así: “Nosotros sabemos que hemos pasado de
la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte”
(1Jn.3.14). Pablo decía que la muerte es la paga por el pecado, el resultado de nuestra propia separación de
Dios, de nuestro propio egoísmo que nos hizo pensar que podíamos ser iguales a Dios y que podíamos
menospreciar a nuestros hermanos. Eso es la muerte. Por eso la verdadera vida se manifiesta cuando
podemos amar, cuando permanecemos sujetos a Dios, cuando hemos sido limpiados por la Sangre del
Cordero y la vida del Cristo resucitado ha dado vida nueva a nuestra propia mortalidad. ¡Bendito milagro!

Los dejo con las maravillosas palabras de un poeta anónimo del Siglo de Oro de las letras españolas, para
que sigamos reflexionando sobre un tema universal que solo tiene una solución particular en Jesucristo, el
dueño de la vida:

“No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que tienes prometido; ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido; muéveme el ver tu cuerpo tan
herido; muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, en tal manera que aunque no hubiera cielo, yo te amara y aunque no hubiera
infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera; pues aunque lo que espero no esperara lo mismo que te quiero, te
quisiera”
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAFFFFFFFFFFFFUUUUUUUUUUUUUUUMMMMMMMMMMM
Dios en su sabiduría no nos dice el día en que vamos a morir. Tampoco sabemos el día de regreso de
Cristo.
Sin embargo, la Biblia nos apremia a vivir para Cristo y a estar preparados para ambos acontecimientos.
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“¡Sí, este es nuestro Dios; en él confiamos, y él nos salvó! ¡Este es el Señor, en él hemos confiado;
regocijémonos y alegrémonos en su salvación!”

Isaías. 25:9
Si el cielo fuera un lugar de vacaciones, ¿sería tan popular como Disney? Creo que la gente diría: “¿Cielo?
Sí, pienso ir allí en algún momento. Pero, por ahora, realmente queremos ir a ver el castillo de las
princesas”. Por supuesto, si preguntas en cualquier grupo: “¿Quién quiere ir al cielo?”. todos van a levantar
la mano. Pero, si preguntas: “¿Quién quiere ir a tomar un helado?”, en un santiamén todos salieron
corriendo hacia el auto y ya están tocando bocina, listos para partir. Discúlpame por decirlo, pero no me
parece bien que la recompensa eterna de los redimidos genere menos entusiasmo que ir a tomar un helado.
Quizás el cielo necesita mejor publicidad. Incluso si lees la Biblia palabra por palabra, no encuentras
mucha publicidad sobre el cielo. Escuchamos que es un lugar donde el león y el cordero andarán juntos.
Eso es genial, pero ¿y si eres alérgico a los gatos? ¿Y habrá un centro comercial donde se pueda pasar el
rato con los amigos? El mar de cristal, ¿tiene un tobogán?

Quizá lo mejor es no centrarse tanto en los detalles del cielo. ¿Habrá una tienda de donas? ¿Habrá wifi?
¿Puedes llevar tu colección de Legos?
En realidad, hay una sola cosa verdaderamente importante que debemos saber sobre el cielo: Jesús estará
allí. Es su lugar, y él está a cargo de la programación. Si conoces a Jesús, sabes que tiene un largo historial
de sorpresas con bendiciones que son mucho mejores de lo que podemos imaginar. A veces, la mejor
estrategia publicitaria es mencionar un nombre en el que todos podemos confiar.
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«Ciertamente vienen días, dice Jehová, el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan
ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová»

Amós 8:11
Mientras algunos tienen que lidiar contra los excesos, un inmenso número de personas lucha por sobrevivir
al hambre y a la carestía. Fisiológicamente, la sensación de hambre ocurre cuando disminuye
significativamente el nivel de glucosa en sangre y se manifiestan contracciones estomacales que provocan
dolores y sensaciones desagradables persistentes.

La falta de ingesta prolongada constituye una tragedia en el mundo, pues significa un alto índice de
desnutrición y mortalidad para la población mundial. Según la Organización para la Agricultura y la
Alimentación de las Naciones Unidas (FAO, por sus siglas en inglés), una de cada ocho personas en el
mundo (unos ochocientos cuarenta millones) han padecido desnutrición crónica en los últimos años. La
mayoría corresponde a niños que viven en países emergentes, cuya falta de alimentos es consecuencia
directa de la pobreza.

En la cita bíblica de hoy, Dios predice otro tipo de hambre sobre la tierra, «no hambre de pan ni sed de
agua, sino de oír la palabra de Jehová». Su Palabra es el único alimento capaz de satisfacer las necesidades
más profundas del alma, inspirando esperanza y dando vida a quienes se alimentan diariamente de ella.
Cada día trae consigo desafíos, luchas e incertidumbres. Para cada situación, el Señor ha dejado palabras de
ánimo, fortaleza y guía.

Su propósito es que todos tengan acceso libre y abundante a este rico sustento, por eso declara a los cuatro
vientos:«Por toda la tierra salió su voz y hasta el extremo del mundo sus palabras» (Salmos 19:4).Allí
encontramos a quien dijo:«Yo soy el pan de vida. El que a mi viene nunca tendrá hambre, y el que en mi
cree no tendrá sed jamás» (Juan 6:35); porque «las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida»
(vers. 63).

La desnutrición espiritual ¿te provoca dolores persistentes? Pues ¡sírvete con confianza! ¡No te quedes con
hambre!
Quisiera destacar lo que Pablo estaba diciendo aquí. Él no dice,
"esperamos" tener una morada, ó tenemos "una expectativa" de
tener una morada; o aun "creemos" tener un morada. Lo que él
dijo expresó una certeza. Dijo: "sabemos" que tenemos una
morada. Y estimado oyente, créanos que este "sabemos" aquí es
muy importante. Pablo lo sabía debido a que el Espíritu de Dios
se lo había revelado.
La palabra "tabernáculo" proviene de la palabra "skene", que
significa "tienda". Pablo se había referido a su cuerpo mortal
(4:10 y 11) y en el versículo 16 dijo que este cuerpo iba
decayendo. Ahora, en este pasaje lo comparó con una tienda
débil, frágil, que sería pronto destruida.

b. Nuestra morada terrestre, este tabernáculo: Pablo piensa en


nuestros cuerpos como si fueran tabernáculos: estructuras
temporales que no pueden considerarse como la persona en su
totalidad. Si el tabernáculo se deshiciere, aún tenemos una
esperanza eterna: de Dios un edificio, una casa no hecha de
manos, eterna, en los cielos.

Nuestra morada terrestre.


Literalmente, "nuestra carpa terrestre". La comparación del
cuerpo humano con una carpa o tienda era natural para uno que
se ocupaba en fabricar carpas (ver Hech. 18: 3), pues se parecen
en varios respectos: los materiales de los cuales ambos están
hechos provienen de la tierra, ambos son de naturaleza
transitoria y se destruyen con facilidad. Una tienda es sólo un
lugar transitorio para vivir, y puede ser desarmada y
transportada a otro lugar en cualquier momento. De acuerdo con
Juan 1: 14, Cristo "puso su tienda" entre nosotros cuando tomó
cuerpo humano al hacerse humano (ver el comentario
respectivo). Pedro también compara el cuerpo humano con una
"tienda" o "tabernáculo"
i. Deshiciere es la misma palabra que se utiliza para «derribar
un tabernáculo». Un día Dios «derribará el tabernáculo», y cada
uno de nosotros recibirá de Dios un edificio, un lugar para vivir
por toda la eternidad.

iii. Esto significa que somos más que nuestros cuerpos, y


explica por qué Pablo pudo considerar todo el dolor e
incomodidad en su cuerpo como una leve tribulación comparada
con el eterno peso de gloria por venir. Es un error decir:

i. Jesús dijo: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si


así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar
para vosotros» (Juan 14:2). De acuerdo con la fraseología del
antiguo griego, la palabra «mansiones» se traduce mejor como
«morada» o «un lugar para quedarse». Pero a la luz del carácter
de Dios, ¡se traduce mejor como mansiones! De Dios un
edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos será
un lugar glorioso para quedarse, una mansión para toda la
eternidad. Después de todo, Jesús ha estado preparando ese
lugar desde que ascendió al cielo.

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