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Este relato describe un encuentro sexual apasionado entre dos personas. Comienza con un beso ardiente que lleva a caricias cada vez más íntimas. Luego de quitarse la ropa, exploran sus cuerpos con besos y caricias hasta alcanzar el orgasmo. Culminan con una penetración agresiva que deja a ambos saciados. El autor presenta este encuentro carnal como fragmentos que expresan la catarsis de un alma.
Este relato describe un encuentro sexual apasionado entre dos personas. Comienza con un beso ardiente que lleva a caricias cada vez más íntimas. Luego de quitarse la ropa, exploran sus cuerpos con besos y caricias hasta alcanzar el orgasmo. Culminan con una penetración agresiva que deja a ambos saciados. El autor presenta este encuentro carnal como fragmentos que expresan la catarsis de un alma.
Este relato describe un encuentro sexual apasionado entre dos personas. Comienza con un beso ardiente que lleva a caricias cada vez más íntimas. Luego de quitarse la ropa, exploran sus cuerpos con besos y caricias hasta alcanzar el orgasmo. Culminan con una penetración agresiva que deja a ambos saciados. El autor presenta este encuentro carnal como fragmentos que expresan la catarsis de un alma.
Un encuentro algo casual, entre ansias y vanidades, en
un cuarto de hotel se anidó nuestra existencia.
Un vestido rojo se mezcla en la ardiente piel que mis
manos desean concebir, ante mis impulsos de furia y sin titubear tomando su cintura, le llevo contra la pared; con aceleración en mi respiración, veo sus labios mientras su lengua los saborea como cual serpiente entra en cacería de su presa.
Dejando que mis instintos tomasen posesión, mi cuerpo
se entrega como cual volcán en erupción a explotar en su boca con un beso lleno de pasión; tan tierno, carnal, ardiente y violento, en un instante sentí que en parar ella pensó, pero mi calor pudo a sus inseguridades dominar.
Trastabillando y sin soltarla, entre besos y deslizando
mis labios húmedos sobre su cuello, empecé a desabotonar su blusa, dejando su silueta perfecta cubierta tan solo con su ropa interior, tan caliente quedó, al punto de que ella misma el sostén se quitó. Entre caricias trató de hurtar mi camisa sin tener éxito alguno y con vos entre cortada a su oído le dije – <<Tranquila, relájate. Yo te ayudo.>>
Fragmentos de un alma en catarsis.
Sediento de encanto abordé a masajear uno de sus senos, haciéndole estremecer de placer mientras el otro llevaba a mi boca, y ¡por Dios! Lo devoraba como si nunca fuese a degustar otra teta en mi puta vida. A tientas buscó mi miembro y con maldad empezó a masturbarlo, suave, rápido, con y sin pausas. Entre placer subí a su boca mientras mis huellas con su clítoris jugueteaban y de su rostro salía una sonrisa peculiar que en sus ojos reflejaba piedad.
Mis manos avivando su piel al rozarla, mi rostro
descendiendo por su abdomen hasta llegar al dúctil elástico de su ropa interior, el cual con un solo movimiento se desvaneció. Besaba la pared interna de sus muslos, forzando a tensar su espalda y que con ímpetu sus piernas de deseo temblaran; o qué iba a saber yo, quizá era algo más fuerte que eso, pues cuando mi lengua rozó sus labios vaginales, soltó un fuerte grito lleno de goce y dilatado jadeo.
Segundos después, mi apetito ya jugaba con sus
verticalidades en una horizontalidad de furia sin deidad, entre gemidos suplicando más y gritando mi nombre ante el placer que saboreaba, su espalda se arqueo y su cuerpo entre fibras de fruición se tensó, liberando su orgasmo más letal en el momento en que sus dedos a mi cabello sujetaban con excitación. Retornando a su boca, le hice probar su ajustado sabor, una mirada infernal de sus ojos se desprendía, el deseo apoderado de sus entrañas y el calor palpitante que en su vagina deseaba una entrada.
Fragmentos de un alma en catarsis.
Sin omitir la codicia que su cuerpo a mis pretensiones envolvía, la penetré tan fuerte que un gemido soltó muy de prisa, de placer o tal vez de dolor o, no lo sé, pues no contuve las ansias de que mi sangre devorase sus fluidos. Comencé con un ritmo lento y enseguida mi cuerpo aceleró para así escuchar sus jadeos acordonados a su cadera rítmica en un ir y venir, de su infernal deseo era un reo.
Saliendo de su humedad, un quejido entre el bullicio de
la ciudad se disparó y una sonrisa diabólica esbozó; sonreí en el instante en que con una penetración más sedienta y agresiva mi amor a su ser dominó. Posando su aliento encima de mí acalorado y sudoroso cuerpo, con una mano enlacé mis dedos en sus cabellos, mientras que con la otra su clítoris acariciaba al ritmo de la deliciosa penetración que nuestros cuerpos disfrutaban, con salidas y entradas entre el choque de mis piernas con sus nalgas un clímax atípico nos sació el alma.