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SOBRE EL MECANISMO PSIQUICO

1
DE LOS FENÓMENOS HISTÉRICOS

por los doctores JOSE'F BREUER y¡ SIGMUND FREUD


(de Viena)

Señores: Me presento hoy ante ustedes con el objeto de someterles


un informe sobre un trabajo cuya primera parte ya ha sido publicada en
el ZentralMatt für Neurologie, bajo los nombres de Josef Breuer y del que
habla, Como colegirán ustedes del título, el mismo se refiere a la pato-
genia de los síntomas histéricos y sugiere que las razones inmediatas que
los determinan han de buscarse en la esfera de la vida psíquica.
Antes de pasar a reseñar, empero, el contenido de esta obra en común,
debo explicar la posición que la misma ocupa y nombrar al autor y el
descubrimiento que, por lo menos en lo esencial, hemos tomado como pun-
to de partida, por más que nuestra contribución personal se haya desarro-
llado en total independencia del mismo.
1 La Comunicación preliminar de Breuer y Freud fué publicada en una revista
berlinesa, el Neuroloqisoñee Zentralblatt, en SUB dos entregas del 19 y el 15 de enero
de 1893, siendo inmediatamente reimpresa en Viena por la Wiener medizinische
Blátter del 19 y el 26 de enero. La conferencia que aparece traducida a continuación
fuá pronunciada por Freud en la reunión del "Wiener mediziniseher Club" del 11
de enero de 1893, o sea antes de publicarse en Berlín la segunda mitad de la versión
original. La copia taquigráfica de la conferencia; revisada por el orador, fué impresa
en la Wiener medizinische Presse, también en dos entregas del 22 y el 29 de enero.
Aunque, como se advierte, la conferencia está encabezada por los nombres de Breuer y
de Freud, y si bien algunos de sus pasajes proceden directamente de la Comunicación
preliminar, su. contenido demuestra que la redacción fué obra exclusiva de Freud. La
traducci6n inglesa de dicha reseña taquigráfica, publicada en el International Jour-
nal 01 Psycho-Ánalysis, vol. XXXVII, pp. 8-13, 1956, parece ser la primera que se
hizo desde aquella remota fecha.
Cabe mencionar aquí una circunstancia de particular interés para los lectores
de habla castellana, que me ha sido señalada por James Strachey en una carta de
marzo 22 de 1955. Vierto literalmente las palabras del eximio traductor de Freud:
<, Me pregunto si usted estará enterado de que la primerísima traducción de una obra
psicológica de Freud que se haya publicado en el mundo fué en español. Precisamente
acabamos de averiguarlo. La Comunicación preliminar de Breuer y Freud, que fué
publicada en alemán el 19 y el 15 de enero de 1893, apareció en traducción castellana
en febrero y marzo del mismo año: Mecanismo psíquico de los [etuimenos histéricos,
por los Dres. José Breuer y ,Sigmund Freud. "Gaceta Médica de Granada", año XI,
nos. 232 y 233 (febrero y marzo de 1893), pp. 105·111 Y 129·1;35. Esta traducción, en
la medida de mis informaciones, se adelanta con mucho a ninguna otra que se haya
hecho: circunstancia muy notable, por cierto".
No ceso de preguntarme merced a qué relación personal se tradujo con tal cele-
ridad, nada menos que en Granada, la Comunicación preliminar de Breuer y Freud,
pero opto por creer que ello se debió más bien a Breuer, el renombrado clínico de
Viena, que a Freud, el aún joven e ignorado docente universitario. (N. del T.)
267 SOBRE EL MECANISMO PSíQUICO DE LOS FENÓMENOS HISTÉRICOS

Como ustedes sabrán, señores, todos los progresos modernos realizados


en la comprensión y el conocimiento de la histeria se derivan de la labor
de Charcot. Entre 1880 y 1885 Charcot comenzó a orientar su atención
hacia la "gran neurosis", como los franceses llaman a la histeria. Merced
a una serie de investigaciones consiguió demostrar la vigencia de un orden
y una legalidad, donde las insuficientes o indecisas observaciones clínicas
de los demás sólo permitían advertir una simulación o una desconcertante
falta de sujeción a regla alguna. Sin vacilar, puede afirmarse que cuanto
de nuevo hemos aprendido en épocas recientes sobre la histeria, directa o
indirectamente se remonta a las sugerencias de Charcot. Entre sus nume-
rosas obras, sin embargo, ninguna tiene, a mi juicio, más alto valor que
aquella en la cual nos enseñó a comprender las parálisis traumáticas que
aparecen en la histeria; y como es precisamente ésta la obra de la cual la
nuestra aparece comouna suerte de continuación, espero que me permitirán
ustedes exponerles una vez más este tema, deteniéndome en ciertos detalles.
Admitamos el caso de una persona que se haya visto expuesta a un
trauma sin haber estado previamente enferma y quizá aun sin tener la
menor tara hereditaria. El trauma en cuestión debe reunir ciertas condi-
ciones. Habrá de ser grave, es decir, será de tal especie que entrañe la
idea de un peligro de muerte o de una amenaza para la vida; pero no podrá
ser grave en el sentido de poner punto final a toda actividad psíquica,
pues en tal caso no produciría los resultados que de él esperamos. Así, por
ejemplo, no entrañará un traumatismo cerebral ni ninguna otra lesión
realmente grave. Además, el trauma debe tener una relación especial con
alguna parte del cuerpo. Así, por ejemplo, supongamos que a un trabaja-
dor le caiga una pesada viga de madera sobre el hombro; el golpe lo de-
rriba, pero no tarda en comprender que nada le ha sucedido, y regresa
a su casa con una leve contusión. Al cabo de algunas semanas o de unos
meses se despierta cierta mañana y advierte que el brazo que sufrió el
trauma pende inánime y paralizado, a. pesar de que durante el intervalo,
o sea en el período que podemos llamar de incubación, ha sido capaz de
moverlo perfectamente. Si el caso es típico, puede ocurrir que aparezcan
accesos peculiares: que después de un aura el sujeto sufra de pronto un
colapso, con agitación y delirio; si llega a hablar en el delirio, sus pala-
bras pueden demostrar que en él se repite la escena de su accidente, enri-
quecida quizá con diversas alucinaciones visuales. ¿ Qué ha ocurrido en es-
te caso? ¿ Cómo explicar este fenómeno?
Charcot explica el proceso reproduciéndolo, es decir, induciendo arti-
ficialmente la parálisis en un paciente. Con tal objeto necesita un sujeto
que ya se encuentre en estado histérico; además, necesita la condición
de la hipnosis y el método de la sugestión. Coloca a un paciente de este
tipo en hipnosis profunda y le aplica un ligero golpe sobre el brazo. El
brazo cae, está paralizado y muestra, precisamente, los mismos síntomas
que ocurren en las parálisis traumáticas espontáneas. El golpe puede
ser reemplazado, asimismo, por una sugestión verbal directa: "i Fíjese:
su brazo está paralizado!" También en este caso la parálisis exhibe
idénticas características.
Tratemos de comparar ambos casos entre sí: en el uno, un trauma;
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.en el otro, una sugestión traumática. El resultado final -la parálisis-
es exactamente el mismo en ambos casos. Si el trauma del primer caso
puede ser reemplazado en el otro por una sugestión verbal, .es verosímil
admitir que también en el caso de la parálisis traumática espontánea, una
idea de esa especie haya sido responsable del desarrollo de la parálisis. En
efecto, cierto número de pacientes comunican que .en el momento del
trauma tuvieron realmente la sensación de que el brazo les era aplastado.
De ser esto así, el trauma efectivamente podría ser equiparado por com-
pleto con la sugestión verbal. Para completar la analogía, empero, es
necesario un tercer factor. A fin de que la idea: "su brazo está parali-
zado", fuese capaz de provocar una parálisis en el paciente, era necesario
que éste se encontrara en estado de hipnosis. Pero el trabajador no esta-
ba en semejante estado, pese a lo cual podemos admitir que en el mo-
mento de sobrevenir el trauma se encontraba en un estado psíquico espe-
cial. Charcot se inclina, precisamente, a equiparar dicho afecto con el
estado de hipnosis artificialmente inducido. De ser esto así, la parálisis
traumática espontánea quedaría completamente explicada y puesta en
·analogía con la parálisis inducida por sugestión; en tal caso, la génesis
del síntoma quedaría inequívocamente determinada por las circunstancias
que rodearon el trauma.
Además, Charcot repitió el mismo experimento con el fin de explicar
las contracturas y los dolores que aparecen en la histeria traumática y,
a mi juicio, difícilmente existe otro punto en el que haya penetrado tan
profundamente como aquí la comprensión de la histeria. Su análisis, em-
'pero, se detiene aquí: no nos enseña cómo se originan otros síntomas y,
sobre todo, no nos enseña cómo aparecen los síntomas histéricos en las
histerias comunes, no traumáticas.

Señores: Aproximadamente en la misma época en que Charcot ilu-


minaba de esta suerte las parálisis hístero-traumáticas, o sea entre 1880
y 1882, el doctor Breuer emprendía la asistencia médica de una joven
que, con etiología no traumática, había caído en grave y complicada his-
teria (acompañada de parálisis, contracturas, trastornos del lenguaje y
de la visión y peculiaridades psíquicas de toda especie), mientras se en"
contraba asistiendo a su padre enfermo 2. Este caso habrá de ocupar
una importante plaza en la historia de la histeria, ya que fué el primero
en el cual un médico logró elucidar todos los síntomas del estado histé-
rico, determinar el origen de cada síntoma y, al mismo tiempo, hallar
un recurso que hiciera desaparecer dicho síntoma. Bien podemos decir
que fué éste el primer caso de histeria que llegó a tornarse inteligible.
El doctor Breuer mantuvo en secreto las conclusiones que dedujo de
dicho caso mientras no tuvo la certeza de no hallarse solo con su experien-
cia. Cuando regresé, en 1886, de un ciclo de estudios bajo Charcot,
comencé a efectuar, con la constante cooperación de Breuer, detenidas
observaciones en un discreto número de casos de histeria, examinándolos
2 Trátase, por supuesto, de la señorita Anna O., o sea de la primera historia
clínica en los Estudios sobre la histeria (1895 ti).
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desde el mencionado punto de vista. Comprobé así que la conducta de


esa primera paciente era, en efecto, típica, y que las inferencias que apa-
recían justificadas en este caso eran susceptibles de ser extendidas a un
considerable número de histerias, si no a todas en general.
Nuestro material estaba formado por casos de histeria común, es decir,
no traumática. Nuestro procedimiento consistió en tomar cada síntoma
por separado e inquirir las 'circunstancias en las cuales había aparecido
por primera vez, procurando alcanzar de tal manera una clara noción
de la causa desencadenante que pudiera haber determinado dicho sínto-
ma. Ahora bien: no piensen ustedes que tal tarea sea simple, pues si se
interroga a los pacientes en este sentido, por regla general no se obtiene,
en un principio, respuesta alguna. En un reducido número de casos los
pacientes tienen buenos motivos para no decir lo que saben, pero en un
grupo mucho mayor ni siquiera tienen noción alguna del contexto de sus
síntomas. El método que permite aprender algo al respecto es largo y
tedioso, a saber: el paciente debe ser colocado en hipnosis e interrogado
luego en cuanto al origen de algún síntoma particular: cuándo apareció
y qué recuerda el paciente en esa relación. Mientras se halla en dicho
estado, recupera la memoria de la que no pudo disponer en vigilia. De
esta manera hemos logrado aprender que, en términos generales, detrás
de casi todos, y quizá hasta de todos los fenómenos de la histeria, se'
oculta una experiencia de intensa tonalidad afectiva. Aun más: que di-
cha experiencia es de tal especie que torna al punto inteligible el síntoma
con el cual está relacionada y demuestra, por consiguiente, que el sín-
toma en cuestión se halla, una vez más, inequívocamente determinado.
Si se me permite equiparar esta experiencia de tonalidad afectiva con la
experiencia traumática mayor subyacente a la histeria traumática, puedo
formular sin reservas la primera tesis que hemos alcanzado: Existe 1tna
completa analogía entre la parálisis traumática y la histeria común, no
traumática. La única diferencia radica en que en la primera ha actua-
do un trauma mayor, mientras que en la última raramente puede incri-
minarse un único trauma mayor, sino más bien 1tna serie de impresiones
afectivas, o sea toda una historia dominada por el sufrimiento. Nada
hay de arbitrario, sin embargo, en equiparar semejante historia, que
aparece como factor determinante en los casos histéricos, con el accidente
que ha, ocurrido en las histerias traumáticas. En efecto, ya nadie duda,
hoy, que aun en el caso del trauma mecánico mayor de las histerias trau-
máticas, lo que produce el resultado no es el factor mecánico en sí, sino
el afecto del susto, es decir, el trauma psíquico. Lo primero que de
esto se desprende, entonces, es que la pauta de la histeria traumática,
tal como Charcot la estableció para las parálisis histéricas, se aplica con
absoluta generalidad a todos los fenómenos histéricos, o por lo menos a
la gran mayoría de los mismos. En todos los casos nos encontramos
frente a la actuación de traumas psíquicos que determinan inequívoca.
mente la índole de los síntomas manifestados.

Quiero presentar ahora- algunos ejemplos de lo expuesto. Primero,


veamos un caso caracterizado por la aparición de contracturas. Durante
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todo el curso de su enfermedad, la paciente de Breuer que ya he mencio-


nado exhibió una contractura del brazo derecho. En la hipnosis surgió
la. circunstancia de que en la época en que cayera enferma se había
visto expuesta al siguiente trauma. Hallábase sentada, dormitando, junto
al lecho en el cual yacía su padre enfermo; tenía el brazo derecho col-
gando por sobre el respaldo de la silla y estaba a punto de dormirse. En
ese momento tuvo una terrorífica alucinación; trató de rechazarla con el .
brazo, pero se sintió incapaz de hacerlo. Esto la asustó violentamente, y
el asunto no tuvo más consecuencias inmediatas. La contractura del brazo
derecho sólo apareció al desencadenarse su histeria. En otra enferma.
observé que sus palabras eran interrumpidas por un "chasquido" pecu-
liar de la lengua, que semejaba el grito del gallo silvestre 8. Desde meses
atrás le conocía este síntoma, que siempre había considerado como un
"tic". Sólo después de haberla interrogado por casualidad, en la hipno-
sis, acerca de su origen, pude descubrir que dicho ruido había aparecido
por primera vez en dos ocasiones. En cada una de ellas la paciente había
estado firmemente resuelta a mantenerse absolutamente callada. En
una de ellas estaba cuidando a un niño gravemente enfermo (la asis-
tencia de personas enfermas interviene con frecuencia en la etiología de
la histeria) ; el niño se había quedado dormido, y ella resolvió no hacer
ningún ruido que pudiese despertarlo. Pero, el temor de hacer algún rui-
do se convirtió en su efectiva emisión: un ejemplo, éste, de "antivolición
histérica" 4; la paciente mantuvo apretados los labios, pero produjo el
chasquido con la lengua. Varios años después el mismo síntoma apare-
ció por segunda vez; nuevamente, en una ocasión en que había resuelto
permanecer absolutamente quieta; desde entonces se mantuvo con persis-
tencia. A menudo, una causa determinante única no basta para fijar un
síntoma, pero si este mismo síntoma aparece varias veces acompañado
por un afecto particular, llega a quedar fijado y a tornarse crónico.
Uno de los síntomas más comunes de la histeria consiste en la combi-
nación de anorexia y de vómitos. Conozco·toda una serie de casos en
los cuales la ocurrencia de estos síntomas se explica muy simplemente.
Así, en una enferma los vómitos se presentaron con persistencia después
de cierta ocasión en que había leído una carta humillante poco antes de
comer, sintiendo violentas náuseas inmediatamente después. En otros ca-
sos, la repugnancia ante la comida pudo ser relacionada sin lugar a dudas
con el hecho de que, en virtud de la institución de la "mesa familiar",
una persona se había visto obligada a ingerir sus alimentos junto con
alguna otra persona a la cual detestaba; la repugnancia queda transfe-
rida, entonces, de dicha persona a la comida. La recién descrita mujer
8 Trátase de la señora Emmy von N., segunda historia clínica de los Estudios
sobre la histeria. Un ornitólogo describe el grito del gallo silvestre como "un 'tic
tac' que termina con un chasquido y un silbido" (FISHER.,Bird Recognition, 1955,
vol. lII, p. 46).
4 Freud había publicado recientemente un artículo en el que describía dicho
fenómeno y exponía este mismo ejemplo: Un caso' de curatYi6n hipn6tica (1892-93b).
[Se encuentra en O. C., t. X, pp. 207-218. Mi término, "antivolición ", Be encuentra
traducido allí como "voluntad contraria". N. del T.]
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aquejada por un "tic" era particularmente interesante en este sentido.


Comía extraordinariamente poco y sólo cuando se la conminaba a hacerlo.
Bajo hipnosis pude averiguar que este síntoma de la aversión a la comi-
da era el término final de una serie de traumas psíquicos. Así, siendo
todavía niña, su madre, una persona muy severa, insistía en que toda
la carne que hubiese dejado en su almuerzo, la volviera a comer dos horas
después, cuando ya estaba fría y con la grasa completamente solidifi-
cada. Lo hacía con suma repugnancia y conservó un vivo recuerdo de
esa experiencia, de modo que más tarde, cuando ya no se encontraba
sometida a este castigo, invariablemente sentía repugnancia a la hora de
las comidas. Diez años más tarde solía sentarse a la mesa con un fami-
liar tuberculoso que durante toda la comida tosía y expectoraba sin cesar.
Poco después se vió obligada a compartir sus comidas con otra persona
de su familia que, según ella sabía, sufría una enfermedad contagiosa.
En cuanto a la paciente de Breuer, se condujo durante un tiempo como
una persona afectada de hidrofobia; en el curso de la hipnosis se reve-
ló que .en cierta ocasión se había sorprendido viendo a un perro beber
de un vaso de agua que ella se disponía a tomar.
El insomnio y el sueño agitado son, también, síntomas que por 10
común pueden ser sometidos a la más precisa explicación. Así, durante
años enteros una mujer nunca llegaba a dormirse sino a las seis de la
mañana. Por largo tiempo había dormido en una habitación contigua
a la de su marido enfermo, que solía levantarse a dicha hora, después
de la cual ella misma podía dormirse tranquila. Por consiguiente, se con-
dujo de idéntica manera cuando, varios años después, produjo una afec-
eión histérica. Otro caso es el de un hombre histérico que había dormido
muy mal durante los doce últimos años. Su insomnio, empero, era de
un tipo muy especial: durante el verano dormía perfectamente, pero en
el invierno lo hacía muy mal, y en el mes de noviembre su sueño era
peor que nunca. No tenía la menor noción del posible motivo. La explo-
ración reveló que doce años atrás, en el mes de noviembre, se había pasado
muchas noches de vigilia junto a la cama de su hijo, enfermo de difteria.
La paciente de Breuer a la que ya me he referido con tal frecuencia
ofrecía un ejemplo de trastorno del lenguaje. Durante un largo perío-
do de su enfermedad podía hablar únicamente en inglés y no hablaba ni
comprendía el alemán. Este síntoma pudo ser remontado a un suceso
ocurrido antes del desencadenamiento de su enfermedad. Mientras se
encontraba en un estado de gran ansiedad había tratado de rezar, pero
no podía encontrar las palabras adecuadas. Por fin, se le ocurrieron
algunas palabras de una oración infantil en inglés. Cuando más tarde
cayó enferma, sólo conservó el dominio de este idioma.
La determinación del síntoma por un trauma psíquico no es en todos
los casos tan evidente. Con frecuencia sólo se comprueba una relación
que podríamos llamar "simbólica" entre la causa determinante y el sínto-
ma histérico. Esto es particularmente cierto en el caso de los dolores.
Así, una paciente 5 sufría de dolores pungitivos entre las cejas; el motivo
5 La señora Clicilie M., cuyos síntomas "simbólicos" son considerados al final
de la quinta historia clínica de los Estudios sobre la histeria.
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radicaba en que, siendo niña, la abuela le había dirigido cierta vez una
mirada interrogativa, "punzante". La misma paciente sufrió durante
un tiempo violentos dolores en el talón derecho, a los cuales no atinaba
. a encontrar explicación. Revelóse que estos dolores estaban vinculados
a una idea que se le había ocurrido cuando fué presentada por primera
vez en sociedad. Hallábase dominada a la sazón por el miedo de "dar
un traspié". Simbolizaciones de idéntica especie son empleadas por mu-
chos pacientes para producir toda una serie de neuralgias y dolores. Es
como si existiera la intención de expresar el estado mental por medio
de un estado físico, y son los giros del lenguaje los que ofrecen el puente
que facilita esa traslación. Sin embargo, en el caso de aquellas mani-
festaciones que, después de todo, constituyen los síntomas típicos de la
histeria -como las hemianestesias, los defectos del campo visual, las con-
vulsiones epileptiformes, etc.- no es posible demostrar la intervención
de un mecanismo psíquico de esta especie, que, en cambio, se confirma
a menudo en el caso de las zonas histerógenas.
Estos ejemplos, que he seleccionado de entre un vasto número de
observaciones, parecen ofrecer la prueba de que sería acertado considerar
los fenómenos de la histeria común como análogos a los de la histeria
traumática y. que, en consecuencia, toda histeria bien podría ser conside-
rada como una histeria traumática, en el sentido de que implica un
trauma psíquico y de que cada fenómeno histérico está determinado por
la índole del trauma respectivo.
. La siguiente cuestión a resolver concierne a la naturaleza del nexo
causal entre el factor determinante que hemos descubierto en el curso
de la hipnosis y el fenómeno que persiste subsiguientemente como un
síntoma crónico.. Dicha relación podría ser de diversa especie. En efecto,
podría pertenecer al tipo de los factores que cabe calificar de "desenca-
denantes". ASÍ, por ejemplo, si una persona predispuesta a la tubercu-
losis sufre un golpe en la rodilla, como resultado del cual desarrolla una
inflamación tuberculosa de esa articulación, el golpe habrá sido una sim-
ple causa desencadenante. No es esto, sin embargo, lo que ocurre en la
histeria. Interviene allí otro tipo de causación: la causación directa. Pode-
mos comprenderla imaginándonos un cuerpo extraño que siga actuando sin
cesar como causa estimulante de la enfermedad, mientras no sea eliminado.
Cessante causa cessat eiieetus, La observación de Breuer nos demuestra
que existe una conexión de este último tipo entre el trauma psíquico
y elfenómeno histérico. En efecto, de su primera paciente Breuer apren-
dió que el intento de descubrir la causa determinante de un síntoma re-
presentaba, al mismo tiempo, una intervención terapéutica. El momento
en que el médico averigua la ocasión en la cual el síntoma apareció por
vez primera y la razón de dicha aparición, es también la oportunidad en
que el síntoma desaparece. Así, por ejemplo, si el síntoma presentado
por el paciente consiste en dolores y si bajo hipnosis lo interrogamos res-
pecto de su origen, producirá una serie de recuerdos relacionados con
dichos dolores. Si conseguimos despertar en él un recuerdo. realmente
vívido y si logra ver ante sí las cosas con toda su primitiva realidad,
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comprobaremos que el paciente queda totalmente dominado por un afecto.


Si entonces lo inducimos a expresar este afecto mediante palabras, halla-
remos que, al mismo tiempo que produce ese violento afecto, el fenómeno
de los dolores vuelve a surgir muy intensamente, para desaparecer desde
ese instante con su carácter crónico. Tal fué lo que ocurrió en todos
los casos que he presentado. También es interesante comprobar que el
recuerdo de ese hecho particular era extraordinariamente más vívido que
el recuerdo de cualquier otro hecho, y que el afecto acompañante era
por lo menos tan intenso como podía haber sido en el momento de ocu-
rrir el hecho de referencia. Sólo cabe suponer, por consiguiente, que el
trauma psíquico seguía actuando realmente en el sujeto, sosteniendo el
fenómeno histérico, y que éste llegaría a su fin en cuanto el paciente
hubiese logrado hablar sobre el mismo.
Si, como acabo de decirlo, de acuerdo con nuestro método se descu-
bre el trauma psíquico interrogando al sujeto bajo hipnosis, es posible
comprobar que el recuerdo respectivo es extraordinariamente intenso y
que ha conservado la totalidad del afecto que le corresponde. Plan-
téase ahora la cuestión de cómo es posible que un suceso que ha ocurrido
hace tanto tiempo -en ocasiones, diez o veinte años atrás- puede seguir
ejerciendo todo su poder sobre el sujeto y cómo es que dichos recuerdos
no han caído víctimas del proceso de la extinción y el olvido.
A fin de poder responder a esta cuestión, quisiera comenzar con algu-
nos comentarios sobre las condiciones que gobiernan la extinción de los
contenidos de nuestra vida ideacional. Para ello partiremos de una tesis
que cabe expresar en los siguientes términos. Si una persona experimenta
una impresión psíquica, aumenta en su sistema nervioso algo que por
el momento llamaremos la "suma de excitación". En todo individuo
existe una tendencia a volver a reducir en lo posible esta suma de exci-
tación con el fin de conservar su estado de salud 6. El aumento de la
suma de excitación tiene lugar por las vías sensitivas y su disminución
se ·produce 'por las vías motrices. Así, cabe admitir que si algo incide
sobre alguien, éste producirá una reacción motriz. Podemos afirmar
ahora, sin lugar a dudas, que de esta reacción depende la medida en que
la impresión psíquica inicial persista o no. Considerémoslo en relación
con un ejemplo particular. Supongamos que un hombre sea injuriado,
golpeado o que le ocurra algo similar. Este trauma psíquico entrañará
un aumento de la suma de excitación de su sistema nervioso. Instinti-
vamente surge al punto la inclinación de reducir sin tardanza 'dicha exci-
tación aumentada. Por consiguiente, el hombre devolverá el golpe y se
sentirá aliviado; al hacerlo, quizá haya reaccionado adecuadamente, es
decir, quizá' haya eliminado ni más ni menos que lo que eri él se intro-
6 He aquí, probablemente, la primera enunciación publicada del '.' prmcipio de
constancia", sobre el cual llegó a basarse finalmente el conjunto de las teorías psi-
cológicas de Freud. Por extraño que parezca, dicho principio no f'ué explícltamonté
formulado en la Comunicaci6n p1'elim,inar, aunque aparece en un borrador de ese tra-
bajo, escrito aproximadamente un mes antes, pero publicado sólo póstumamente
(1940 d [1892]: O. C., t. -XXI, pp. 20-24). En cambio, dicho' principio es considerado
detenidamente en la contribución teórica de Breuer a los Estudios sobre la histeria
(1895 d).
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dujo. Ahora bien: esta reacción puede adoptar diversas formas. Para
aumentos muy leves de la excitación quizá basten, como respuesta las
alteraciones en la esfera del propio cuerpo: llanto, insultos acceso's de
furia, etc. Cuando más intenso sea el trauma, tanto mayor ~erá la reac-
ción adecuada. La reacción más adecuada, sin embargo, es siempre la
acción. Pero como un escritor inglés lo señaló jocosamente, el hombre
que por primera vez lanzó a su enemigo un insulto, en lugar de un
arma, fué el fundador de la civilización. Así, las palabras son sustitutos
de los actos, y en ciertas circunstancias (por ejemplo, en la confesión)
son sus únicos sustitutos. Por consiguiente, junto a la reacción adecuada
hay una que es algo menos adecuada. En cambio, si un trauma psíquico
no da lugar a ninguna reacción de rvinguna especie, el recuerdo del mis-
mo conservará el afecto 7 que originalmente poseía, de modo que si alguien
que ha sido injuriado no puede desquitarse ni con un golpe, ni con otro
insulto, se da la posibilidad de que el recuerdo del suceso vuelva a des-
pertar en él el afecto que originalmente lo acompañó. Un insulto que
haya sido devuelto, aunque sólo sea en palabras, se recordará de muy dis-
tinta manera a otro que uno se haya visto obligado a tolerar pasiva-
mente. El idioma describe muy característicamente un insulto sufrido
<ensilencio como una "mortificación" ["]{ rankung", que en alemán sigo
nifica, literalmente, "hacer enfermar"]. Así, si por algún motivo no se
ha producido reacción alguna ante un trauma psíquico, éste conservará
'Su afecto original, y si alguien no consigue aliviarse del aumento de
estimulaeión por medio de su "abrreacción", nos-hallamos ante la posi-
bilidad de que el suceso en cuestión persista como trauma psíquico. Por
otra parte, un mecanismo psíquico sano tiene a su disposición otros mé-
todos para elaborar el afecto de un trauma psíquico, aun cuando la reac-
ción motriz y la reacción verbal le queden vedadas: podrá elaborarlo aso-
ciativamente o mediante la producción de ideas antitéticas. Aun cuando la
persona injuriada no replique con un golpe ni con un insulto, podrá todavía
reducir el afecto vinculado a la injuria mediante la evocación de ideas ano
titéticas tales como las de su propio valor personal, de la indignidad de su
enemigo, y así sucesivamente. Ya responda una persona sana de una o
de otra manera ante una injuria, siempre conseguirá alcanzar el resultado
de que el afecto, originalmente poderoso en el recuerdo, llegue a perder
su intensidad y que, por fin, el recuerdo mismo, habiendo perdido su
afecto, caiga víctima del olvido y del-proceso de extinción.
- Ahora bien: hemos comprobado que en los casos de histeria persiste
toda una serie de impresiones que no han perdido sus respectivos afectos
y cuyo recuerdo permanece vívido. De ello se desprende que estos recuer-
dos de los histéricos, que se han tornado patógenos, ocupan una posición
excepcional en lo que se refiere al proceso de extinción, y la observación
nos demuestra, en efecto, que todos los sucesos que han llegado a conver-
tirse en factores determinantes de fenómenos histéricos, constituyen trau-
mas psíquicos que no han podido ser totalmente abrreaccionados a elabo-
. 7 En este pasaje y veinticinco líneas más adelante esta palabra aparece como
Effect ("efecto") en la versión original alemana, pero probablemente se trate de un
error de imprenta que debe leerse Affect.
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radas. 'Así, cabe afirmar que los enfermos de histeria. padecen de traumas
psíquicos incompletamente abrreaccionados. .
Existen dos grupos de condiciones en las cuales .los recuerdos pueden
tornarse patógenos. En el primer grupo, los recuerdos a los cuales pue-
den ser reducidos los fenómenos histéricos tienen por contenido ideas que
entrañaban un trauma tan poderoso, que el sistema nervioso no tuvo po-
der suficiente para elaborarlo de ninguna manera, o bien ideas frente.a las
cuales toda reacción quedó impedida por razones sociales (cosa que se
aplica con frecuencia a la vida matrimonial) ; o bien, por fin, el paciente
puede negarse simplemente a reaccionar, puede no querer .reaeeionar
frente al trauma psíquico. En este último caso, el contenido de los deli-
rios psíquicos se revela a menudo como constituí do precisamente por
aquel círculo de ideas que el paciente ha rechazado, inhibido o suprimido
con toda energía cuando se encontraba en su estado normal. (Así, por
ejemplo, en los delirios histéricos de las monjas aparecen blasfemias e
ideas eróticas.) Pero en un segundo grupo de casos el motivo de la falta
de reacción radica, no en el contenido mismo del trauma psíquico, sino
en otras. circunstancias. Con gran frecuencia comprobamos, en efecto,
que el contenido y los factores determinantes de los fenómenos histéricos
son sucesos absolutamente triviales de por sí, pero que han adquirido su
particular importancia merced al hecho de sobrevenir en momentos de
especial trascendencia, cuando la predisposición del paciente se hallaba
patológicamente intensificada. Así, por ejemplo, el afecto del susto puede
haberse producido en el curso de algún otro afecto grave y puede haber'
adquirido por tal razón una capacidad de repercusión tan contundente.
Los estados de esta especie son de breve duración y se hallan, en ciertc
modo, incomunicados con respecto al resto de la vida psíquica del sujeto.
Mientras éste se encuentra en semejante estado de autohipnosis, no puede
elaborar ni resolver asociativamente una idea que se le ocurre, mientras
que en el estado normal de vigilia será perfectamente capaz de hacerlo.
A través de nuestra considerable experiencia con esta clase de fenómenos
hemos llegado a admitir como verosímil el hecho de que en toda histeria
nos encontramos con un rudimento de lo que [en francés] se denomina.
double conseience, o sea con un desdoblamiento de la consciencia, y que
la tendencia a semejante disociación y, con ella, al surgimiento de estados
anormales de consciencia -que proponemos denominar "estados hipnoi-
deos"- constituye el fenómeno básico de la histeria.
Consideremos ahora la manera en que actúa nuestra terapia. Ella coin-
cide con uno de los más caros deseos humanos : el deseo de poder repetir
una acción. Una persona ha experimentado un trauma psíquico sin reac-
cionar suficientemente frente al mismo. Nosotros conseguimos hacérselo
experimentar por segunda vez, pero esta vez en la hipnosis, y ahora lo
compelimos a completar su reacción frente a dicho trauma. De tal modo
podrá librarse del afecto correspondiente a la idea, afecto que se encon-
traba, por así decirlo, "estrangulado", y una vez conseguido esto, se
. lleva hasta su término último el acto correspondiente a la idea. De ta~
modo logramos curar -aunque no la histeria misma, al menos algunos de
JOSEF BREUER y SIGMUND FREUD 276

sus síntomas individuales- haciendo que una reacción incumplida sea


completada.
No se crea, pues, que con todo esto hayamos progresado mucho en
cuanto al tratamiento de la histeria. Ésta, como las neurosis 8, tiene sus
causas más profundas, y son precisamente las causas más profundas las
que ponen al éxito de nuestro tratamiento límites que a menudo son harto
sensibles.

8 En esa época Freud solía emple.ar el términ~ "neurosis". para deno~ar ~x·
elusivamente la neurastenia y la neurosis de angustía, con exclusión de la histeria,

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