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LOS PROBLEMAS DE LA ÉTICA

La existencia de las normas morales siempre ha afectado a la persona humana, ya que desde pequeños captamos por diversos medios la
existencia de dichas normas, y de hecho, siempre somos afectados por ellas en forma de consejo, de orden o en otros casos como una
obligación o prohibición, pero siempre con el fin de tratar de orientar e incluso determinar la conducta humana. Ya que las normas morales
existen en la conciencia de cada uno, esto provoca que existan diferentes puntos de vista y por ende problemas en el momento de
considerar las diferentes respuestas existenciales que ejercen las personas frente a ellas. Estos problemas se mencionan a continuación. 1. El
Problema de la Diversidad de Sistemas Morales. Este se da debido al pluralismo que existe en las tendencias frente a un mismo acto, esto es
que, para cuando algunas personas un acto es lo correcto, para otros es inmoral, por ejemplo el divorcio, el aborto, la eutanasia, etc. O sea la
pregunta que normalmente se hace una persona que rige su conducta en base a las normas morales es ¿cuál es el criterio para escoger una
norma o la contraria? 2. El Problema de la Libertad Humana. La libertad humana no es del todo real, ya que todo individuo está de cierta
forma condicionado por una sociedad en la cual toda persona actúa bajo una presión social, cultural o laboral; aunque considerando a la
ética y la moral, permite conservar una conciencia, misma que permite a una persona actuar en base a un criterio propio. El problema está
en la incompatibilidad de la libertad humana y las normas morales, o sea en el ser y el deber ser. 3. El Problema de los Valores. De este
problema surgen numerosos cuestionamientos pero el problema radica principalmente en la objetividad y subjetividad de los valores, o sea,
que existen cuestionamientos sobre si ¿los valores son objetivos?, ¿los valores existen fuera de la mente de tal manera que todo hombre
deba acatar los valores ya definidos?, o si los valores son subjetivos porque ¿dependen de la mentalidad de cada sujeto?. También existe
otro aspecto, su conocimiento, ¿cómo podemos conocer los valores? y en sí ¿cuál es su esencia? 4. El Problema del Fin y los Medios. Muchos
sostienen la importancia del fin de tal modo que cualquier medio es bueno si se ejecuta para obtener un fin bueno, esto se conoce como la
tesis maquiavélica "El fin justifica los medios", pero con esto lo único que ocurre es que se sobre valoran las "buenas intenciones " de un
acto, que es parte del interior del ser y se descuida el aspecto externo del acto (intenciones y finalidades). Con esto quiero decir que "El fin
jamás va a justificar los medios". 5. El Problema de la Obligación Moral. Esto está íntimamente ligado con el tema de los valores ya que
normalmente se dice que lo que se hace por obligación, pierde todo mérito , en cambio, cuando se realiza por propio convencimiento,
adquiere valor moral. Con esto se da a entender que la obligación moral le quita al hombre la única posibilidad de ser el mismo, de acuerdo
con su propia moralidad y con su propio criterio. Pero hay que aclarar también que una cosa es la obligación entendida como corrección
externa y otra como la obligación basada en la presión interna que ejercen los valores en la conciencia de una persona. 6. La Diferencia entre
Ética y Moral. Este es un problema que yo creo que a la mayoría de las personas nos ha ocurrido y nos hemos preguntado ¿qué no es lo
mismo? Pues no, por definición de raíces significan lo mismo (costumbre), pero en la actualidad se han ido diversificando y lo que hoy
conocemos como Ética son el conjunto de normas que nos vienen del interior y la Moral las normas que nos vienen del exterior, o sea de la
sociedad.

EL SER DEL SER HUMANO: VIVIR EN UNA COMUNIDAD JUNTO A OTROS


Nacer en un mundo implica para el ser humano, entre varias cosas, estar con otros y, a partir de esto, aprender a vivir con estos otros
asumiendo dicha condición. Estos otros son otros seres humanos que también tienen que aprender y, por supuesto, asumir su situación. Así
pues, el ser humano se va reconociendo como un ser que, en términos generales, forma parte de un todo que reúne a otros individuos como
él, que viven junto a él, de manera que el vivir humano se presenta como un con-vivir, como un estar con otros y, por tanto, como un
aprender a vivir con otros. De este escenario parte la ética y en él se desarrolla. El origen del término “ética” da luces al respecto.
El término que está en los orígenes de lo que hoy llamamos ética es el griego ethos, palabra cuya carga semántica se relaciona
estrechamente con la condición de con-vivencia de la vida humana y con lo que resulta de esta. Así, el ethos nombra el lugar o morada (que
se habita) y, consecuentemente, las costumbres, creencias y hábitos (que se adoptan), en suma, un modo de ser (que se muestra). Dicha
idea, junto a muchas más, fue rescatada posteriormente por los romanos y referida bajo su lengua. Así, el ethos griego fue el mos, moris,
mores latinos, es decir, con este último término los romanos nombraron la misma noción de con-vivencia humana y sus manifestaciones. De
este último término latino derivó la moral, siempre con la intención de traducir, en principio, la noción antes referida. De modo que
podemos afirmar que la ética y la moral son términos etimológicamente equivalentes y, en función de ello, podemos tratarlos
indistintamente50. Eso es lo que trataremos de hacer en este artículo, a pesar de que sabemos que la ética y la moral no se entienden hoy en
día de la misma manera, pues se han planteado (y se plantean) distintos criterios para diferenciarlas. Pero redundar en esto último nos
alejaría de los objetivos del presente texto, por ello no nos detendremos en la diferencia referida, salvo que sea estrictamente necesario en
atención a lo que tratamos de transmitir en este escrito. La importancia del ethos repercutió en la relevancia del escenario de convivencia
que permitió hacerlo más visible y regularlo. Para los griegos, ese escenario, por excelencia, fue la polis o comunidad (también traducido
como ciudad), en donde el ser humano se realizaba a partir de la interacción libre.
Tal comunidad era mucho más que un territorio, era el espacio que hacía posible la relación con el otro y la realización de determinados
fines. Vivir en comunidad era mucho más que ocupar un lugar en el espacio común, vivir en la polis era estar en un escenario de gran
interacción, sabiendo que la relación con el otro era fundamental para vivir bien51. El escenario que hace posible la interacción humana es lo
que, también, hace posible el surgimiento y la afirmación del ethos, pues un modo de vivir o una forma de ser está condicionada a una
dinámica en la que los individuos actúan relacionándose entre sí. Sin duda, el aprender a vivir por parte de una persona descansa en un
factor individual, esto es, depende de las actitudes y fines de la persona en sí, pero también está en función de su relación con otros
semejantes y también diferentes, con los cuales forma un todo. Este todo era, para los griegos, definitivamente la polis, pero también podría
equipararse, ya en la modernidad, a la sociedad o a la noción de colectivo que en la escena actual tiene cada vez más fuerza. El común
denominador de estos escenarios es el hecho de que se vive con otros y, en esta con-vivencia, en mayor o menor medida, se aprende. Si el
filósofo griego Aristóteles concebía al ser humano como un animal político, es decir, como un ser de la polis (comunidad) y para la polis,
nosotros podemos decir hoy en día, salvando las distancias, que el ser humano es un ser de grupos, que siempre está formando y/o
participando en grupos de distinta magnitud y de diverso carácter. Gracias a estos grupos, en sus relaciones con los otros, el individuo
aprende sin que, por cierto, este aprendizaje esté exento de dificultades y conflictos: “En nuestras vidas normales, nos consideramos
miembros de una variedad de grupos; pertenecemos a todos ellos. La ciudadanía, la residencia, el origen geográfico, el género, la clase, la
política, la profesión, el empleo, los hábitos alimentarios, los intereses deportivos, el gusto musical, los compromisos sociales, entre otros
aspectos de una persona, la hacen miembro de una variedad de grupos. Cada una de estas colectividades, a las que esta persona pertenece
en forma simultánea, le confiere una identidad particular”
Somos seres que estamos con otros formando grupos, grupos de diversa y múltiple índole. Estamos con otros y también nos juntamos a
otros, y en ese co-estar incorporamos diversas cosas, desde hábitos y prácticas comunes, hasta supuestos y expectativas determinadas. Vivir
con otros en un grupo contribuye a adoptar una manera de ser, identificando cosas, asumiendo significados y afirmando juicios de valor.
Como pensaban los antiguos griegos, un ethos se adopta y adquiere más sentido gracias a la vida con otros, pues esto condiciona la
afirmación de significados comunes, la toma de distancia respecto de determinadas ideas y la consecución de ciertos fines. En suma, el grupo
o el colectivo ayuda al individuo a formar una identidad que le permite situarse mejor en la realidad. Con-viviendo con otros planteamos y
validamos creencias, prejuicios e ideales, los que, en cierto grado, nos sostienen en la vida, dirigiendo nuestro andar cotidiano y
evidenciando que hay muchas y diversas aproximaciones a las cosas, y que ellas son necesarias para desenvolvernos bien en la vida. Pero ser
parte de la con-vivencia con otros no solo nos otorga unas cosas, también nos exige otras poniéndonos condiciones. De alguna forma y en
cierta medida, vivir con otros supone aceptar acuerdos y acatar directrices, lo que no ha sido, es, ni será sencillo, porque ello expresa
restricciones a los comportamientos de los individuos que, por lo menos, pueden incomodar. Desde esta perspectiva, vivir bien con otros
descansa también en saber vivir bajo las exigencias de esta vida. Con todo, no debemos olvidar que esta con-vivencia, al formarnos de cierta
manera, ya nos está ayudando a situarnos mejor en la realidad, pues ella nos permite tener, en principio, un enfoque de las cosas, una
manera de ser y de ver las cosas: “(…) una moral en este sentido es un sistema de exigencias recíprocas que están expresadas en un tipo de
oraciones de deber. La obligación expresada en estas oraciones se basa en los sentimientos de indignación y culpa. Cada sistema definido así
tiene un concepto de buena persona”
EL DEBER SER DEL SER HUMANO: SER EN ATENCIÓN A LOS OTROS
La relación con el otro (y cómo esta se pueda expresar y diversificar) es un factor crucial en la vida del ser humano, pues es lo que le otorga,
en buen grado, dinamismo al acontecer cotidiano del individuo, al confrontarlo con la necesidad de entablar vínculos con otros como él y con
la obligación de responder a dichos vínculos de determinada manera. En ello descansa la con-vivencia humana, en un hecho ineludible, en
una cuestión práctica, esto es, en cómo vivir relacionándome con los otros. La vida del ser humano adquiere sentido en la condición
permanente de estar viviendo con los otros y en cómo se entiende y asume tal condición. En términos generales, no elegimos formar parte
de ciertos grupos, estar en esta sociedad o en esta comunidad, pero ya estando en este escenario de vida con otros, tendría que
evidenciarse, paulatinamente, todo lo que esta condición posibilita. Vivir relacionándonos con otros hace posible, ante todo, situarnos en el
mundo; eso es lo básico e inicial: cómo el vínculo que entablo con otros diversos ayuda a comprender mejor la realidad en la que estoy, en
sus distintas dimensiones y desde diferentes ángulos. Antes que desarrollar una relación particular con el otro, acompañada de
determinados compromisos, lo que la con-vivencia me otorga es la oportunidad de abordar con el otro la realidad que nos ha tocado vivir,
tratando de comprenderla y de situarnos mejor en ella. Pues vivir con el otro es, inicialmente, comprender que se comparte un espacio y una
vida, comprender que se forma parte de una realidad en común que nos estimula e interroga, una realidad que llama nuestra atención: “Sólo
[se] puede ver y experimentar el mundo tal como éste es ‘realmente’ al entenderlo como algo que es común a muchos, que yace entre ellos,
que los separa y los une, que se muestra distinto a cada uno de ellos y que, por este motivo, únicamente es comprensible en la medida en
que muchos, hablando entre sí sobre él, intercambian sus perspectivas. Solamente en la libertad del conversar surge en su objetividad visible
desde todos lados el mundo del que se habla. Vivir en un mundo real y hablar sobre él con otros son en el fondo lo mismo (…)”62.
Situarse y comprender mejor el mundo en el que se está es, en un importante grado, saber de los otros que viven con nosotros y de lo que la
relación con ellos nos otorga. Situarse mejor en la realidad es comprender mejor a los otros que también están en ella, aprendiendo a darles
su lugar. Así pues, el vínculo con el otro aparece como algo crucial en el desarrollo de la vida de todo individuo. No se trata de elegir
relacionarme con las demás personas que están en mi realidad, sino de comprender la necesidad de dicha relación, siempre y cuando quiera
verdaderamente comprender mi realidad y responder a las situaciones que en esta se presentan. No se trata, pues, de tener consideraciones
especiales con los demás, sino de entender quiénes son los demás, qué traen consigo y qué buscan, dado el lugar que tienen en el mundo y,
por ende, dada la relevancia que tienen también para mi vida. La cuestión inicial no es buscar la amistad, sino apuntar a la comunicación
como vía imprescindible para entender mejor en dónde estamos. En ese sentido, es importante reconocer al otro, esto es, entender la
situación de las demás personas que también forman parte de una realidad, entender que responden a la misma condición a la que yo
respondo (vivir con otros), que son también estimulados por un contexto, que tienen preguntas, que buscan respuestas, que creen en algo y
que lo afirman, y que quieren cosas.
El otro es un ser humano como yo, interpelado por su entorno, con ideales y expectativas, y con cosas que decir. Y en tanto el otro habita
también mis espacios y con-vive conmigo, se parece a mí, es como yo: “Desde el comienzo, cuando nos paramos a pensar, algo que parece
total y radicalmente solitario, estamos con los otros, y muchas veces (para bien y para mal) descubrimos que somos los otros. Aunque en
muchos momentos parezcamos estar solos, e incluso abandonados –decimos–, estamos hechos de las historias de los otros, de lo que ellos
han tejido, y ellos están en el horizonte de todo lo que nos proponemos”63. Por eso el otro se parece a mí, por eso los seres humanos nos
parecemos, en tanto individuos que con-viven portando supuestos, creencias, intereses y metas, en suma, portando una historia. Ello
sustenta la relación de respeto que debo al otro, su reconocimiento, más allá de la cercanía temporal o espacial de este, más allá de que este
sea miembro permanente de mis grupos, más allá de que este sea alguien a quien vea cotidianamente y comparta generalmente mis
diversas opiniones. El otro es como yo, un ser humano que conforma una sociedad, una comunidad o un colectivo (o los tres
a la vez) y que, por ello, recibe mensajes y está sujeto a ciertas presiones.
LIBRE ALBEDRIO
La concepción presocrática que no pone fronteras entre el yo y su reino señala, indudablemente, uno de los períodos más felices de la
persona humana que es una sola criatura con el creador y lo creado, viviendo, palpitando y respirando con ellos por una única ley vital.
Con Platón el problema de la persona humana queda impostado para siempre. Sólo que el yo platónico está demasiado determinado dentro
de los límites de cada una de sus partes. Y si en el campo psicológico se puede comprender aquel tipo de empaste humano, en el campo
ético permanecemos perplejos frente a cierto determinismo que limita su libertad.
Aristóteles no supera —como hubiera deseado— el exagerado dualismo platónico entre lo universal y lo particular, entre el ser y el devenir.
En su psicología falta una verdadera nuance entre los dos términos, y el intelecto pasivo, que abarca por abstracción lo universal contenido
en lo particular sensible, y el intelecto activo, que comprende por iliuninación lo universal contenido en el intelecto pasivo, íntimamente no
se compenetran.
Si nada hay que objetar frente a la afirmación aristotélica de la voluntariedad en la virtud, es claro que la distinción entre parte afectiva del
alma y parte racional, limitan el campo de actuación y de acción del yo, llevando únicamente a la impostación del principio intelectualístico
que celebra en la virtud contemplativa la esencia y el valor de la ética humana. El planteamiento de un yo teorético de tal naturaleza reduce
entonces el concepto de voluntariedad y, en consecuencia, teoriza el de libertad, negando en gran parte los presupuestos de un mayor
realismo perseguidos por Aristóteles para conciliar lo divino con lo humano.
El hedonismo de los cirenaicos se torna hedonismo crítico en Epicuro y el quadrifármaco de los placeres y las penas no excluye un criterio
moral que de individual se hace universal.
Neoplatónicos y alejandrinos, después de estoicos y epicúreos, se encuentran ante una herencia frente a la cual se dan cuenta de que tienen
que empezar de nuevo.
Tanto en el orden teorético como en el moral, el pensamiento griego hahía recorrido una trayectoria visible a simple vista: no había sido
conquistada la verdad, ni alcanzada la felicidad. Todo el camino recorrido parecía haberlo sido en vano, terminándose en un estado de
desconfianza y escepticismo. La exigencia de una nueva visión e intuición del mundo se hace sentir imperiosa y se realiza en el sincretismo
filosófico neopitagórico y neoplatónico judaico alejandrino. Y la filosofía toma un camino de marcado carácter religioso y místico.
A las virtudes cardinales se unen las teologales, la filosofía se convierte en religión y la razón es suplantada por la revelación.
Si el hombre, a través de las conclusiones del pensamiento filosófico del período greco-romano, separado poco a poco de la naturaleza, fué
visto en cierto momento solo y abandonado, impotente para alcanzar el conocimiento, la virtud y la felicidad, el advenimiento del
pensamiento cristiano pudo asegurar la conquista de tal trinomio a. todos los hombres de buena voluntad. Las luchas y polémicas de los
padres de la Iglesia culminaron con el pensamiento de San Agustín, que pone la libre voluntad del hombre en el centro de su doctrina de la
Gracia.
Pero el concepto de libertad ahora es muy distinto del que en el pasado habían tenido Platón y los platónicos, Aristóteles y los aristotélicos.
Aquí la voluntad humana, por cuanto es libre, lleva en sí el germen de su posible perdición, porque desde su origen está inclinada al mal y
viciada. Bajo tal aspecto, la doctrina agustiniana pone frente al yo libre una libertad de obrar, por así decirlo, en un estado de déficit a priori.
No obstante, patrística y escolástica contribuyeron a enfocar el problema de la libertad individual frente a aquél de libertad moral en cuanto
la visión suprema de la ayuda de Dios y de su Gracia constituyen imperativos morales que devienen una sola cosa con la conciencia moral, ni
el temor de la pena o la esperanza de la beatitud eterna pueden representar, en el pensamiento de los escolásticos, más que un índice o una
ayuda a quien lo desea.

OBLIGATORIEDAD MORAL
La acción moral puede ser vista como una conducta obligada y como un acto de deber, en donde el agente o sujeto moral se encuentra
obligado a comportarse, sea en forma positiva o negativa, con relación a una norma, regla o principio de acción.
La obligación moral requiere grados de libertad tanto en la elección y acción del individuo, donde el sujeto reconoce dicha obligatoriedad
como razonada, argumentada y justificada.
Dos aspectos esenciales constituyen la naturaleza de la obligación moral para poder distinguirla de otras formas de obligación, y lo otro dice
relación a los contenidos de la obligatoriedad moral, abordemos pues estas dos interrogantes.
Necesidad y Fuerza
Ya hemos analizado que la conducta moral se presenta libre, consciente y obligatoria, sin embargo no debemos olvidar los alcances que
hemos hecho, en su momento, a la libertad y su relación con la necesidad. Tampoco debemos entender la obligación moral como un proceso
que excluye a la libertad, recordemos el aspecto negativo de toda acción moral; la negación o violación de una norma.
No debemos confundir la obligación moral con una condicionante histórica social como por ejemplo; en la Grecia antigua y la visión que se
tenía de los esclavos los cuales no fueron considerados hombres. Aquí no hay un contenido moral, pues los hombres de aquella época
estaban “obligados” a pensar y sentir como lo hicieron, es decir; no tuvieron alternativa y es justamente por esto se hace imposible la
obligación moral, ya que no hay libertad.
Libertad y Obligación Moral
La libre elección en el comportamiento moral ya lo hemos analizado y hemos dejado claro que no toda libertad de elección tiene que ver con
una acción moral. La libertad de elección es una condición indispensable para cumplir una obligación moral que se contrae, aquí vemos que
la obligación moral nos muestra un camino a seguir pero, también nos muestra lo que no debemos elegir o hacer. Y he aquí lo de la libertad,
podemos elegir y por supuesto que también, al mismo tiempo, restringimos nuestra propio rango de libertad. En el comportamiento moral
positivo (cumplimiento de una promesa) estamos obligados a cumplir la regla, la norma o el principio que dirige nuestra conducta moral.
Carácter Social de la Obligación Moral
A través del curso hemos insistido en el carácter histórico y social de la acción moral del ser humano, esto quiere decir que no debemos
abstraer el sujeto o individuo de su realidad, vale decir de las relaciones sociales en que se encuentra y por tanto la obligación moral no la
podemos explicar sólo desde la individualidad puesto que tiene un carácter histórico social y lo podemos observar en:
1. Existe obligación moral cuando las decisiones o acciones afectan a los otros, un grupo o a toda la comunidad. Aquí se encuentra el origen
de la obligación moral.
2. Si bien es cierto que la norma, la regla o el principio debe ser aceptado libremente por el individuo, dicha decisión está establecida en su
grupo o comunidad, por tanto no hay un vacío en la elección. Es la comunidad o el grupo el que establece los límites de lo positivo o negativo
de cada norma, regla o principio moral.
3. Lo social está presente en cada acción y decisión del individuo moral (conciencia moral), a pesar que es su elección o decisión, no deja de
ser hijo de tiempo, sin embargo siempre es él quien asume la responsabilidad moral de su conducta pero no se debe olvidar las ligas que
tiene todo sujeto con su grupo o comunidad.
La Conciencia Moral
El término conciencia tiene dos sentidos para ser usado. Uno que es general y que significa el conocimiento o reconocimiento de algo, y el
tener conciencia o ser conscientes es la comprensión de algo que está por suceder o sucedió, también es registrar la existencia de algo. Aquí
debemos adicionar el carácter de proyección de la conciencia, puesto que puede anticipar los resultados o consecuencias de lo que va a
suceder.
El término específico de la conciencia moral existe sobre la base del anterior
y como una especificidad de ella pero, desde la esfera moral, en breve es la comprensión del comportamiento moral e implica también una
valoración y evaluación de tal conducta en conformidad a los principios, normas o reglas que dicha conciencia conoce o reconoce, registra y
proyecta como obligatorias y he aquí su relación con el concepto de obligatoriedad moral.
Teorías de la Obligación Moral
Abordemos ahora el problema del contenido mismo de la obligación moral, es decir sobre cómo debemos actuar o, también qué tipo de
acción estamos obligados moralmente a realizar. Para lo cual analizaremos brevemente las teorías más importantes sobre la obligación
moral.
Deontología del Acto Moral
El principio de esta teoría (del griego deón que significa deber) sostiene que la especificidad de cada situación (acto) impide la aplicación de
una norma general para poder decidir lo que se debe hacer. Así, se origina un "intuir" especial en cómo debemos actuar o decidir sin utilizar
la norma, la cual no puede ser aplicada en un caso concreto por su generalidad.
Si bien es cierto que se reconoce el carácter particular, concreto y único de una situación dada en la que se ha de elegir y actuar., lo que es
importante, sin embargo no significa que diferentes situaciones específicas sean tan singulares como para que no tengan rasgos o
características comunes o esenciales y que por tanto no se pueda aplicar una misma norma. También esta el hecho que si no apelo a ninguna
norma general no podríamos argumentar que una acción es preferible a otra.
Teoría Deontológica de la Norma
Existen variantes de ésta teoría, sin embargo lo principal es que ellas sostienen que lo que debemos hacer en cada acción o acto moral ha ser
determinado por las normas, las cuales son válidas e independientes de las consecuencias de su aplicación.
La máxima expresión de tal tesis es la teoría formal de Kant. Recordemos que para Kant la buena voluntad es lo único bueno moralmente,
luego; la buena voluntad es la voluntad de actuar por deber y, por último, la acción buena moralmente es aquella que se realiza no sólo
conforme al deber sino por deber.

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