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"Facultad de Derecho".
Foto: Philippe Noguchi
Los editores de la Revista conciben entonces que la Facultad de Derecho no puede
“desentenderse de las múltiples exigencias de un mundo nuevo”, sino que “debe
contribuir a la creación y al imperio de un orden justo de vida, no pudiendo
permanecer como simple espectadora de la vida nacional”, sino que debe ser su
protagonista. El propio Cesar A. Muñiz resalta que “toca en suma investigar y
encontrar los ideales de la verdadera justicia social del pueblo peruano,
contribuyendo también a la formación de un pensamiento filosófico jurídico propio
de nuestra América Latina”. [4]
El ímpetu transformador de la Revista de Derechofue cercenado de manera abrupta
por los hechos políticos que envolvieron a la sociedad cusqueña. Durante la década
del sesenta se produce el gran levantamiento campesino indígena exigiendo la
reforma agraria: el núcleo de docentes de la Facultad, editores de la Revista, que
impulsaron abiertamente este movimiento emancipador, fueron perseguidos por el
régimen político, y varios de ellos fueron confinados en las cárceles como el “Cepa”
y el Frontón.[5]
Luego de la represión contra los profesores de izquierdas, tuvieron que transcurrir
seis años para que la Revista reapareciera en abril de 1971, con artículos que
muestran las primeras influencias decididas de las teorías que conciben el estudio
de la dogmática del Derecho como contenido único y puro de la “ciencia jurídica”.
Aunque todavía se aprecian trabajos que buscan analizar la reforma de la educación
decretada por el régimen de la Junta Militar de Gobierno y sus implicancias para la
universidad peruana. Nuevamente los hechos políticos determinaron que
laRevista dejara de ser publicada: en 1972, como respuesta a las potentes
manifestaciones del movimiento estudiantil, la UNSAAC fue intervenida por el
gobierno militar mediante una “Comisión Reorganizadora”.
La tercera etapa de la Revista de la Facultad de Derecho abarca los números 7º
(1990) y 8º (1994) editados durante los decanatos de Florencio Díaz Bedregal y de
Carlos Béjar Quispe, respectivamente. Tuvieron que transcurrir 19 años de silencio
de la Revista debido a que buena parte de la década del 70 la UNSAAC estuvo
intervenida por el gobierno, regida por decretos del régimen militar. Fue recién en
1982 que se logra desprender de la tutela que violaba su autonomía, con la
promulgación de la ley 23733 (Ley universitaria “Alayza–Sanchez”).
La vuelta a la institucionalidad de la Facultad de Derecho tomó casi toda la década
del 80. Una de las expresiones de esta vuelta a la normalidad es la Revista Número
7º (1990), editada en homenaje al 199º aniversario de creación de la Facultad de
Derecho[6], con artículos más bien breves que abandonan –excepto los artículos
sobre historia de la Facultad y el Paraninfo– los ánimos investigadores del binomio
derecho y realidad social, que habían caracterizado a la segunda etapa de
la Revista. En cambio, se percibe la influencia sobresaliente de la metodología del
legalismo y el formalismo positivistas.
El número 8º (1997) sale a la luz después de transcurridos seis años de la
publicación de su predecesor. No pudo cumplirse la intención institucional de que
fuera anual, debido al recorte de presupuesto, expresión de una práctica del
gobierno peruano de no asignarle fondos suficientes a la Universidad pública.[7]
"Reloj y libros" Foto: Leona
Es necesario mencionar un fenómeno académico muy importante: durante la
tercera etapa se publican revistas dirigidas y gestionadas por los
estudiantes. Una de las primeras es “La Rotativa Jurídica” (1986)[8]que alcanzó
dos números con artículos de contenido político-jurídico enfocados en la coyuntura
social. Se tocan, por ejemplo, temas como la militarización y la masacre de los
penales en Lima[9], el derecho socialista[10], la deuda externa[11], y comienza a
popularizarse el entendido de que la fundación de la Facultad de Derecho del Cusco
fue en 1791[12].
Otra de las publicaciones importantes de los estudiantes es la “Revista Jurídica
Temas de Derecho” que produjo dos números, el primero editado en 1992 en
homenaje al bicentenario de creación de la Facultad de Derecho y al tricentenario
de fundación de la UNSAAC. Esta revista salió a la luz en medio del conflicto
armado interno, una de las más graves coyunturas económicas y sociales por las
que atravesó el Perú, con la declarada linea editorial de “formar investigadores
jurídicos que planteen alternativas ante el sistema legal en crisis (…) y para tender
vínculos de integración, comunicación e intercambio con quienes tienen que ver con
el derecho y la sociedad”.[13] El segundo número de “Temas de Derecho” (1993)
amplió su cobertura a las Facultades de Derecho del Sur del país.[14]
En la primera década de este siglo aparece “Yachaq, Revista de Derecho” que
alcanzó seis números (el último publicado en 2010) con artículos orientados a
temas de derecho privado y empresarial en su mayoría escritos por académicos de
universidades limeñas, además de investigaciones sobre teoría y filosofía del
derecho de autores extranjeros.
Desde mediados de los 80, las revistas editadas por los estudiantes constituyen una
tendencia significativa e imparable. La inquietud publicadora ha dado lugar a la
organización de varios centros e institutos de investigación. Un hecho curioso, por
ejemplo, es la “reaparición” de “La Rotativa Jurídica” en 2010, editada esta vez por
el Instituto de Investigación de Derecho y Justicia.[15]
De manera lamentable, la Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas ha
dejado de ser publicada nuevamente durante un exorbitante tiempo, hace ya 17
años. Producto de causas externas, ha cundido en la Academia cusqueña una
especie de desánimo, de pereza intelectual y vacaciones del intelecto que es
necesario superar, más aún cuando la universidad es preciada ya no únicamente
por la parca formación profesional que logra proveer, sino principalmente por su
proyección social, su creación intelectual y sus labores de investigación, que son
fines primordiales de su existencia. La Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias
Políticas de la UNSAAC debería continuar con su noble tradición histórica y
emprender en libertad, con una energía institucional renovada, emancipada ya de
dictaduras y restricciones, una cuarta etapade su edición.
Desde la época colonial las lenguas indígenas de América formaron parte del debate
de la política de consolidación del modelo de dominación. De hecho, las posiciones
más duras mostraban un menosprecio explícito por ellas, junto a un deseo expreso
de extinguirlas. Tomás López Medel, Oidor de Guatemala, escribió en 1550
refiriéndose a la necesidad de expandir el castellano: “Y de esta manera se dará
entrada para nuestra lengua y para las cosas de nuestra religión y para desterrar la
bárbara lengua de estos [indios], y sus abominables costumbres”. Igualmente, en
Perú, el oidor Juan de Matienzo propuso que se forzara a los indios a aprender el
español.
Por otro lado se encontraban las posiciones más objetivas y equilibradas, por
ejemplo el jesuita José de Acosta escribe en 1588: “hay quienes sostienen que hay
que obligar a los indios con leyes severas a que aprendan nuestro idioma […] si
unos pocos españoles en tierra extraña no pueden olvidar su lengua y aprender la
ajena […] ¿en qué cerebro cabe que gentes innumerables olviden su lengua en su
tierra y usen solo la extraña que no la oyen sino raras veces y muy a disgusto?”.[1]
Por eso, en lugar de operar sobre un enorme conjunto, la Corona apostó por actuar
desde arriba de la escala social originaria: fueron creados colegios para los hijos de
caciques, donde se enseñaba el castellano. Ejemplos ‘exitosos’ de estas escuelas
para hijos de la nobleza indígena fueron los de Tlatelolco, Texcoco (en México),
Lima y Cusco (en Perú). La cédula de 1550, recogida en la Recopilación (Libro VI,
T. VI, Ley XVIII), dice textualmente: “Que a los indios se les pongan maestros, que
enseñen a los que voluntariamente las quisieren aprender, como les sea de menor
molestia y sin costa y ha parecido que esto pudieran hacer bien los sacristanes
como en las aldeas de estos reinos enseñan a leer y escribir la doctrina
cristiana.” [3]
[1] DE ACOSTA, José; De procuranda indorum salute; Madrid: Colección España Misionera,
1952. Págs. 357–358. [Cfr. SÁNCHEZ–ALBORNOZ, Nicolás; “De las lenguas amerindias al
castellano. Ley o interacción en el periodo colonial”; en Colonial Latin Américan Review, Vol.
10, No. 1, 2001. Págs. 49–67.]
[2] “(..) que en la mejor y más perfecta lengua de los indios no se pueden explicar bien y con
propiedad los misterios de la fe, sino con grandes absurdos e imperfecciones”. Otros previenen
de que los padres transmiten de palabra a los hijos la religión ancestral “se ha tratado y
deseado que desde niños aprendiesen la lengua castellana, porque en la suya se dice que les
enseñan sus mayores los errores de sus idolatrías, hechicerías y supersticiones, que estorban
mucho a su cristiandad”. [Ibíd.]
[3] SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Óp. Cit. Pág. 51.
[4] KONETZKE, Richard. 1953–1962. Colección de documentos para la historia de la formación
social de Hispano-América. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1964.
Pág. 89 [Cfr. Sánchez Albornoz, Pág. 58]
[5] Ibíd.
[6] MONTOYA, Rodrigo; “La democracia y el problema étnico en el Perú”, Revista Mexicana de
Sociología Vol. 48, No. 3. Jul. – Sep. 1986, Págs. 45–50. Pág. 46.
[7] BERMÚDEZ TAPIA; Manuel; “Pérdida de identidades lingüístico culturales en el Perú”;
en Revista Virtual de Antropología. Disponible en la web, a Enero de 2008,
en http://www.antropologia.com.br/arti/colab/a5-mbtapia.pdf
Publicado por Pável H. Valer Bellota en 21:08 4 comentarios:
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Etiquetas: colonialidad, educación bilingüe, lenguas indígenas, política lingüística
NOTA: Los detalles históricos y fotografías para este artículo fueron tomadas del libro:
RUBIO CORREA, Marcial A.; Albert Annthony Giesecke Parthymueller: “El más peruano de los
norteamericanos”; Ed. Alberto Giesecke Matto, impresión Nova Print, Lima 2007.