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Derecho y Cultura

Sociedad Multicultural, Estado y Derecho


martes, 29 de julio de 2014

La Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas


de la Universidad del Cusco
                                                                                                                             Pável H. Valer
Bellota

Portada de la Revista de la Facultad de Derecho 


Nro. 4. 1965
Hace más de seis décadas, en 1948, comenzó a publicarse la Revista de la Facultad
de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad del Cusco. Fue una de las
primeras que, desde las universidades peruanas, se ocuparon del campo jurídico,
con un contenido renovador de considerable impacto en el ámbito académico
nacional y latinoamericano. El camino que ha recorrido puede ser ordenado en
varias etapas, en atención a los periodos históricos que la influyeron, al devenir
ideológico que expresó y a las circunstancias sociales y políticas que la rodearon.
La primera etapa corresponde a la aparición de la primera Revista, en 1948.
Entonces se percibían aún los ecos de las publicaciones que, desde 1860 hasta
1920, editó el Colegio de Abogados del Cusco. Esta tendencia editora tuvo que
haberse combinado con el impulso que imprimió la Reforma Universitaria de 1909
que abrió espacio a una resonante vanguardia intelectual. Los resultados positivos
de la reforma universitaria cusqueña dieron fruto en la Facultad de Derecho de
manera tardía, con la publicación de la primera Revista. Fue durante el decanato de
Cesar A. Muñiz que salió a la luz el primer número, bajo su dirección y su arrastre
personal.
La segunda etapa comprende los números 2º (1964) al 5º (1965) que se
publicaron cuando era decano Ferdinand Cuadros Villena, y al número 6º (1971)
publicado bajo la dirección Enrique Holgado Valer[1]. Esta etapa se relaciona a la
llamada “edad de oro de la Facultad de de Derecho” en la que logran conjugarse los
impulsos progresistas de un grupo de profesores de izquierdas -encabezados por el
mismo Cuadros Villena y otros docentes como Carlos L. Valer Portocarrero- con los
fines de investigación propios de la universidad.
La idea que inspira los cinco números que componen esta etapa es la necesidad de
crear una“conciencia jurídica nacional” para solucionar los grandes problemas del
país. Para lograr este fin los intelectuales de la Facultad de Derecho plantean que
debería superarse “el modelo de la universidad teologal que sirve únicamente a la
profesionalización”[2]. Advierten la necesidad de una renovación universitaria
substancial más acorde a los tiempos de cambio de las estructuras sociales del
Perú, y  exponen que uno de los componentes indispensables de un nuevo tipo de
Facultad, junto con la extensión universitaria, es la investigación de “la realidad
socio-jurídica nacional y la formación de un derecho destinado a promover la
transformación de la sociedad peruana y conseguir que se realicen los postulados
de la democracia en los planos económico, político y cultural”.[3]

"Facultad de Derecho". 
Foto: Philippe Noguchi
Los editores de la Revista conciben entonces que la Facultad de Derecho no puede
“desentenderse de las múltiples exigencias de un mundo nuevo”, sino que “debe
contribuir a la creación y al imperio de un orden justo de vida, no pudiendo
permanecer como simple espectadora de la vida nacional”, sino que debe ser su
protagonista.  El propio Cesar A. Muñiz resalta que “toca en suma investigar y
encontrar los ideales de la verdadera justicia social del pueblo peruano,
contribuyendo también a la formación de un pensamiento filosófico jurídico propio
de nuestra América Latina”. [4]
El ímpetu transformador de la Revista de Derechofue cercenado de manera abrupta
por los hechos políticos que envolvieron a la sociedad cusqueña. Durante la década
del sesenta se produce el gran levantamiento campesino indígena exigiendo la
reforma agraria: el núcleo de docentes de la Facultad, editores de la Revista, que
impulsaron abiertamente este movimiento emancipador, fueron perseguidos por el
régimen político, y varios de ellos fueron confinados en las cárceles como el “Cepa”
y el Frontón.[5]
Luego de la represión contra los profesores de izquierdas, tuvieron que transcurrir
seis años para que la Revista reapareciera en abril de 1971, con artículos que
muestran las primeras influencias decididas de las teorías que conciben el estudio
de la dogmática del Derecho como contenido único y puro de la “ciencia jurídica”.
Aunque todavía se aprecian trabajos que buscan analizar la reforma de la educación
decretada por el régimen de la Junta Militar de Gobierno y sus implicancias para la
universidad peruana. Nuevamente los hechos políticos determinaron que
laRevista dejara de ser publicada: en 1972, como respuesta a las potentes
manifestaciones del movimiento estudiantil, la UNSAAC fue intervenida por el
gobierno militar mediante una “Comisión Reorganizadora”.  
La tercera etapa de la Revista de la Facultad de Derecho abarca los números 7º
(1990) y 8º (1994) editados durante los decanatos de Florencio Díaz Bedregal y de
Carlos Béjar Quispe, respectivamente. Tuvieron que transcurrir 19 años de silencio
de la Revista debido a que buena parte de la década del 70 la UNSAAC estuvo
intervenida por el gobierno, regida por decretos del régimen militar. Fue recién en
1982 que se logra desprender de la tutela que violaba su autonomía, con la
promulgación de la ley 23733 (Ley universitaria “Alayza–Sanchez”).
La vuelta a la institucionalidad de la Facultad de Derecho tomó casi toda la década
del 80. Una de las expresiones de esta vuelta a la normalidad es la Revista Número
7º (1990), editada en homenaje al 199º aniversario de creación de la Facultad de
Derecho[6], con artículos más bien breves que abandonan –excepto los artículos
sobre historia de la Facultad y el Paraninfo– los ánimos investigadores del binomio
derecho y realidad social, que habían caracterizado a la segunda etapa de
la Revista. En cambio, se percibe la influencia sobresaliente de la metodología del
legalismo y el formalismo positivistas.
El número 8º (1997) sale a la luz después de transcurridos seis años de la
publicación de su predecesor. No pudo cumplirse la intención institucional de que
fuera anual, debido al recorte de presupuesto, expresión de una práctica del 
gobierno peruano de no asignarle fondos suficientes a la Universidad pública.[7]
"Reloj y libros" Foto: Leona
Es necesario mencionar un fenómeno académico muy importante: durante la
tercera  etapa se publican revistas dirigidas y gestionadas por los
estudiantes. Una de las primeras es “La Rotativa Jurídica” (1986)[8]que alcanzó
dos números con artículos de contenido político-jurídico enfocados en la coyuntura
social. Se tocan, por ejemplo, temas como la militarización y la masacre de los
penales en Lima[9], el derecho socialista[10], la deuda externa[11], y comienza a
popularizarse el entendido de que la fundación de la Facultad de Derecho del Cusco
fue en 1791[12].
Otra de las publicaciones importantes de los estudiantes es la “Revista Jurídica
Temas de Derecho” que produjo dos números, el primero editado en 1992 en
homenaje al bicentenario de creación de la Facultad de Derecho y al tricentenario
de fundación de la UNSAAC. Esta revista salió a la luz en medio del conflicto
armado interno, una de las más graves coyunturas económicas y sociales por las
que atravesó el Perú, con la declarada linea editorial de “formar investigadores
jurídicos que planteen alternativas ante el sistema legal en crisis (…) y para tender
vínculos de integración, comunicación e intercambio con quienes tienen que ver con
el derecho y la sociedad”.[13] El segundo número de “Temas de Derecho” (1993)
amplió su cobertura a las Facultades de Derecho del Sur del país.[14]
En la primera década de este siglo aparece “Yachaq, Revista de Derecho” que
alcanzó seis números (el último publicado en 2010) con artículos orientados a
temas de derecho privado y empresarial en su mayoría escritos por académicos de
universidades limeñas, además de investigaciones sobre teoría y filosofía del
derecho de autores extranjeros.
Desde mediados de los 80, las revistas editadas por los estudiantes constituyen una
tendencia significativa e imparable. La inquietud publicadora ha dado lugar a la
organización de varios centros e institutos de investigación. Un hecho curioso, por
ejemplo, es la “reaparición” de “La Rotativa Jurídica” en 2010, editada esta vez por
el Instituto de Investigación de Derecho y Justicia.[15]   
De manera lamentable, la Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas ha
dejado de ser publicada nuevamente durante un exorbitante tiempo, hace ya 17
años. Producto de causas externas, ha cundido en la Academia cusqueña una
especie de desánimo, de pereza intelectual y vacaciones del intelecto que es
necesario superar, más aún cuando la universidad es preciada ya no únicamente
por la parca formación profesional que logra proveer, sino principalmente por su
proyección social, su creación intelectual y sus labores de investigación, que son
fines primordiales de su existencia. La Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias
Políticas de la UNSAAC debería continuar con su noble tradición histórica y
emprender en libertad, con una energía institucional renovada, emancipada ya de
dictaduras y restricciones, una cuarta etapade su edición.

[1] PROGRAMA ACADEMICO DE DERECHO; Revista de la Facultad de Derecho,  Nro. 6,


Cusco 1971. A partir de este número las revistas de la Facultad ya son editadas como fruto del
esfuerzo de un “Comité de Redacción”; al parecer dejan de ser parte del esfuerzo institucional
de la Facultad para convertirse en fruto del emprendimiento de pequeños grupos de profesores
sensibilizados con la producción intelectual como fin de la universidad.
[2] FACULTAD DE DERECHO; “Objeto y fines de la Facultad de Derecho”, proyecto de
resolución en la I Convención de las Facultades de Derecho del Perú; en Revista de la
Facultad de Derecho, Nro. 2, Cusco 1964. Págs. 53-56
[3] CUADROS VILLENA; “La investigación de la realidad socio-jurídica, fin primordial de las
Facultades de Derecho”, proyecto de resolución en la I Convención de las Facultades de
Derecho del Perú; en Revista de la Facultad de Derecho, Nro. 2, Cusco 1964. Pág. 58.
[4] MUÑIZ R., César A.; “Fines de las Facultades de Derecho”¸  Revista de la Facultad de
Derecho, Nro. 2, Cusco 1964. Págs. 5-16.
[5] TAMAYO HERRERA, José; “Historia integral de la Universidad Nacional de San Antonio
Abad del Cuzco: nueva visión sintética desde la perspectiva teórica del siglo XXI”; en El
Antoniano, Nro. 122, UNSAAC, Marzo de 2013. Págs. 23-57. [p.49-50]
[6] FACULTAD DE DERECHO; Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, Nro. 7,
Universidad de San Antonio Abad del Cusco, 1990. El “Consejo Editorial” de este número esta
conformado por los docentes José Bejar Quispe y Luis A. Aragón Ibarra, además del Sr. Víctor
Lovon Torres y el estudiante Elver Pizarro Pillco.
[7] BEJAR QUISPE, José; “Prologo”; en: FACULTAD DE DERECHO; Revista de la Facultad de
Derecho y Ciencias Políticas, Nro. 8, Universidad de San Antonio Abad del Cusco, 1990.
[8] FACULTAD DE DERECHO; La Rotativa Jurídica, Revista semestral, Año I, Nro. 2, Hernan
Mellado Villafuerte (Dir.); Cusco 20/10/93.
[9] VALER DELGADO, Vladimiro; “Las masacres en los penales de Lima: genocidio exponente
de un proceso de autoritarismo y militarización”; en: FACULTAD DE DERECHO; La Rotativa
Jurídica, Revista semestral, Año I, Nro. 2, Hernan Mellado Villafuerte (Dir.); Cusco 20/10/93. 
Págs. 18-21.
[10] MASIAS Z., Demetrio; “El sistema jurídico socialista”; en: FACULTAD DE DERECHO; La
Rotativa Jurídica, Revista semestral, Año I, Nro. 2, Hernan Mellado Villafuerte (Dir.); Cusco
20/10/93.  Págs. 15-17.
[11] LUNA FARFAN, Faustino; “La deuda externa y el derecho financiero y ributario”¸ en:
FACULTAD DE DERECHO; La Rotativa Jurídica, Revista semestral, Año I, Nro. 2, Hernan
Mellado Villafuerte (Dir.); Cusco 20/10/93.  Págs. 25-30.
[12] DIAZ BEDREGAL, Florencio; “Notas sobre la enseñanza del derecho en la Universidad
Nacional de San Antonio Abad del Cusco”; en: FACULTAD DE DERECHO; La Rotativa
Jurídica, Revista semestral, Año I, Nro. 2, Hernan Mellado Villafuerte (Dir.); Cusco 20/10/93. 
Págs. 7-14.
[13] TORRES ROSELLO, Juan Carlos; “Nota Editorial”; en Revista Jurídica Temas de
Derecho;  Consejo de Investigación de la UNSAAC, Facultad de Derecho y Ciencias Políticas;
Cusco 1992.
[14] UNSAAC, Universidad Nacional del Altiplano (Puno), Universidad Andina del Cusco,
Universidad Néstor Cáceres Velásquez (Juliaca) y Universidad de Apurimac (Abancay)
[15] INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN DE DERECHO Y JUSTICIA; Revista la Rotativa
Jurídica; Nro. 1, Ronald Hancco Lloclle (Dir); Cusco, Octubre 2010. Agradezco la colaboración
del Carlos Rodriguez Casaverde, estudiante de la Facultad de Derecho, que me proporcionó un
ejemplar de esta publicación.
Publicado por Pável H. Valer Bellota en 19:34 No hay comentarios: 
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martes, 13 de mayo de 2014

La UNSAAC debe transformarse en una Universidad del


Siglo XXI
   Publicado en Revista SAYARI  Nro. 2                                                                  
                                                                                                                           Pável H. Valer
Bellota
Foto: "Facultad de Derecho" Avener Prado 
En 1692 la Universidad del Cusco fue concebida como una institución para la
dominación. Su estructura y sus contenidos fueron diseñados para que sirvieran al
proceso de destrucción de los modelos sociales tawantinsuyanos. Estuvo centrada
en la enseñanza de la teología y el derecho (que eran la ciencia política de
entonces), y en la medicina (para el sometimiento de la naturaleza). Era una
institución oscura, ocupada del adoctrinamiento de la élite en las mejores formas de
implementar y administrar el modelo colonial.
Después de la implantación de la República (1821) la universidad permaneció por
mucho tiempo anclada en el pasado. Era una institución que albergaba a las ideas y
a muchos adeptos de las condiciones coloniales de opresión.
Aquel modelo fue criticado y estremecido a partir de la Reforma Universitaria de
1909. Una huelga de los estudiantes cusqueños consiguió que la universidad
deslinde con las condiciones coloniales y se libre del imperio de docentes
conservadores. El movimiento reformista desplegó planteamientos novísimos como
la representación estudiantil en el gobierno universitario y el ingreso a la función
docente por concurso de méritos.
Con su impulso, la universidad se colocó en los primeros lugares en innovación
ideológica y producción científica. Las ideas surgidas a partir de 1909 en la UNSAAC
–imaginadas por la “generación de La Sierra”– se hicieron dominantes en el debate
peruano. La “escuela cusqueña” propuso con éxito la defensa de los derechos de los
pueblos indígenas, el anti centralismo, el regionalismo político y económico. La
universidad enfocó su mirada hacia la realidad del entorno y se vinculó con
movimientos y organizaciones populares que propugnaban nuevos paradigmas.
La Reforma Universitaria del Cusco proyectó su influencia de manera decreciente
hasta mediados de 1970. Durante casi cincuenta años la UNSAAC engendró ideas,
produjo investigaciones y construcciones teóricas originarias con gran resonancia.
Pero ese ímpetu vigoroso se fue disipando y apagando paulatinamente.
A mediados de los años 70 la UNSAAC fue envuelta en un torbellino de contiendas
ideológicas y políticas. La dictadura militar quería que la universidad sirviera
completamente a sus intereses, a la vez que recortaba su financiamiento. Estas
intenciones no democráticas fueron motivo de oposición de estudiantes, profesores
y trabajadores administrativos que se organizaron en grupos de una variada gama
de izquierdas. En esta pugna “ganaron” en la práctica las posturas –compartidas
por ambos bandos en disputa– que señalaban que la universidad debía servir
únicamente a proyectos particulares de cambio político y económico, y que las
labores de educación, investigación -y acaso la escasa producción científica
subsistente- debían subordinarse a este objetivo. La universidad fue reducida a un
mero instrumento político cuyo resultado fue la disminución de su actividad
investigadora y su calidad académica.
Monumento a lo arcaico en la Facultad de Agronomía y
 Zootecnia de la UNSAAC. Foto: Kuntur Apuchin
La restructuración neoliberal de los años 90 propició un modelo de “universidad-
empresa”. El conocimiento fue reemplazado por la actividad sencillamente
crematística, subordinada a los intereses del mercado, por el llamado “saber
capitalizable”, para el que interesa la actividad académica sólo si da rédito
económico inmediato.
La carencia de un proyecto universitario coherente fue agravada por la huida de la
Política de los claustros. Al periodo de alta politización y radicalización de los años
70-80 le siguió un tiempo en el que surgieron en la UNSAAC nuevos grupos de
poder que, abjurando de las ideologías modernas, sin un programa ni una visión
clara y sin más interés que su propio beneficio, abandonaron los proyectos de una
universidad pública y ahora, a lo más, siguen imitando de muy mala manera los
ejemplos de gestión de la “universidad-empresa”. Se hicieron comunes la baja
calidad académica, la inoperancia administrativa, la inestabilidad institucional y la
pérdida de contacto con la sociedad, debido a la pugna en su interior de intereses
mezquinos. Hoy, el resultado de ese cóctel dañino es una universidad sin rumbo ni
proyecto, que camina por inercia.
De manera paradójica, esta institución a la deriva ha sido sorprendida en los
últimos años por un auge en el financiamiento: las regalías, el canon minero y del
gas proporcionan a la universidad gigantescos importes -inimaginables hace pocos
años- que deberían ser invertidos en investigación. Desdichadamente, esta
coyuntura histórica está siendo desperdiciada y la UNSAAC tiene serias dificultades
en la inversión, con visión a futuro, de esos presupuestos.
Tradicionalmente, uno de los pilares de la crisis de la universidad fue la falta de
fondos, la carestía de dinero para la investigación. Actualmente, este escollo parece
no existir más. El estancamiento ya no es causado principalmente por la escasez de
recursos económicos, sino es ocasionado por la inexistencia de un modelo de
gestión efectiva, participativa y democrática, y por la insuficiencia de planes que
favorezcan la calidad en las funciones de la universidad. No se invierte en capital
intelectual.
Hacen falta ideas sobre qué debemos hacer con la universidad, nos faltan maestros
y estudiantes que sean capaces de escribir, investigar, pensar e imaginar. La crisis
universitaria es ahora una crisis de paradigmas. La UNSAAC debe vencer la
decadencia, hallarse a sí misma, debe encontrarse con su historia y re-inventar su
arquetipo para convertirse en una Universidad del Siglo XXI.
Publicado por Pável H. Valer Bellota en 19:26 1 comentario: 
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domingo, 6 de abril de 2014

Antropología del Derecho, democracia y emancipación


social
                                                                              
Pável H. Valer Bellota

"Leyes, Laws" Foto de Juan J. Muñoz


Se debe observar al Derecho como un aspecto de la realidad social, como un
producto cultural de una sociedad determinada o de un grupo étnico nacional
particular. Así, se puede comprender su sentido empírico. Con esta visión es
posible hacer un análisis de las causas y los efectos concretos de la existencia de
un único orden jurídico-político en medio de una sociedad multicultural, investigar
sus condicionantes (históricos, económicos, políticos, ideológicos), y también sus
efectos sobre esos condicionantes. 
La antropología jurídica da cuenta de la manera en que los sistemas jurídicos se
encuentran inmersos en la cultura y el poder, en la dialéctica del conflicto, de la
dominación y la emancipación social[1]. La antropología jurídica, en este sentido,
puede contribuir a la transformación del Derecho en una herramienta de
emancipación social postcolonial, en un instrumento de reconocimiento del hecho
multicultural.
Como ya es conocido, los juristas tradicionales no se fijan en la realidad existente
más allá de la ley escrita, no logran situarse fuera del sistema dogmático jurídico
para apreciar el fenómeno social llamado Derecho en su integridad. Esta visión del
Derecho con un solo ojo causa que casi todos los estudios sobre la ley desechen de
sus enfoques una mirada a la cultura y a la realidad social, y excluyan considerar
que el Derecho más allá de ser un precepto escrito es también un fenómeno social,
y es el producto político de una negociación (o imposición) que busca la
construcción y legitimación de una hegemonía determinada[2] y de un concepto de
“bien” culturalmente establecido.
Ante esa ideología jurídica conservadora, se puede proponer la ampliación del
estudio delDerecho con métodos de investigación propios de la sociología y de la
antropología.
En especial, la antropología del campo jurídico debe analizar al Derecho como un
aspecto de la realidad social, como un producto cultural de una sociedad
determinada o de un grupo étnico nacional particular. El Derecho, en los países
postcoloniales de la América Andina, es un mecanismo de hegemonía y un
instrumento de control social, que se ha construido, y ejercido históricamente, al
margen de un gran segmento de ciudadanos a quienes actualmente se les niega su
participación en la constitución de la sociedad política –en la construcción jurídica
de la nación– debido a su identidad étnico-nacional (es decir debido a que son parte
de las sociedades étnicas originarias). 

Asamblea de Comuner@s de Chamaca, Cusco, Perú.


Foto: Pável H. Valer Bellota
En este panorama, el Derecho puede ser –y debe transformarse– en un mecanismo
y un instrumento de liberación, de emancipación social, de construcción de la
hegemonía pública democrática. Para esta tarea es necesario transformarlo en un
Derecho humilde, un Derecho construido desde abajo y para los de abajo, un
Derecho que reconozca al otro culturalmente diferente en un marco de producción
democrática de la norma jurídica que integre el pluralismo emancipatorio.[3]
La antropología del campo jurídico puede contribuir a esta transformación del
Derecho en una herramienta de emancipación social, más cuando el momento
contemporáneo de la antropología es el de un contexto postcolonial. Después del
proceso de colonización de las naciones indígenas de América, las estructuras
jurídico-políticas estatales han ganado terreno en todo el mundo. La
descolonización formal (la “independencia”) no ha producido un fortalecimiento de
las formas tradicionales de gobierno de los pueblos, ni la recuperación de sus
modelos políticos autóctonos, sino –por el contrario- ha llevado a la formación de
estructuras políticas que funcionan de acuerdo a la lógica estatal europea (o lo que
se llama actualmente Occidente).[4]
Por otro lado, se ha producido un cambio en el Derecho Internacional con nuevos
instrumentos que reconocen derechos a los pueblos originarios, como el Convenio
169 OIT y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos
Indígenas, junto a la incorporación en algunas Constituciones latinoamericanas de
la multiculturalidad, de algunos derechos culturales y, especialmente, de la
jurisdicción indígena. 
René Kuppe explica que dicho proceso de reconocimiento podría asignarle a la
antropología del Derecho una función paralela a la dogmática jurídica que rompa
con las “seducciones positivistas” en medio del desprestigio del Derecho oficial del
Estado. Puede ser que la dogmática jurídica, tal como hasta ahora se ha elaborado
de manera hegemónica, solo haya servido para legitimar un modelo político que ha
excluido y expulsado a innumerables personas del contrato social, y haya
degradado al Estado de Derecho a un mero discurso que blinda los intereses de los
sectores hegemónicos de los países postcoloniales Latinoamericanos. La
antropología jurídica puede contribuir a fundar sociedades más libres, y
verdaderamente democráticas, en base a hacer explícitas las realidades (culturales
y políticas) de las normas jurídicas.      

[1] POTZ, Richard ; “Sociedades, conflicto, cultura y derecho desde una perspectiva


antropológica”; en  POTZ, Richard (Edit.), Antropología Jurídica, perspectivas
socioculturales en el estudio del Derecho, Anthropos Editorial, Rubí Barcelona,
Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, México 2002. Págs. 13-49 [pág.
24]
[2] Para una idea general del Derecho como instrumento de hegemonía puede
consultarse, entre otros, el trabajo de NOGUERA FERNÁNDEZ, Albert; “Durkheim y
Weber: surgimiento de la sociología jurídica y teorización del Derecho como
instrumento de control social”, Investigaciones Sociales, Año X, N° 17, UNMSM
Lima, 2006, Págs. 395-411.
[3] Estas ideas, son tomadas prestadas de las propuestas de Antonio
Carlos WOLKMER. Una síntesis de su propuesta de pluralismo emancipatorio,
tributaria de la teoría sociológica jurídica de Erlich, puede encontrarse en el trabajo
de SÁNCHEZ RUBIO, David; “Pluralismo jurídico y emancipación social”,
en BELLOSO MARTÍN, Nuria y DE JULIOS-CAMPUZANO, ¿Hacia un paradigma
cosmopolita del derecho?: pluralismo jurídico, ciudadanía y resolución de
conflictos, Oñati IISJ, Dykinson, 2008. Págs. 111-129.
[4] KUPPE, René y POZT, Richard; “La antropología del derecho: perspectivas desde
su pasado, presente y futuro”; en ORDOÑEZ, José Emilio R.; Antropología
Jurídica; IIJ UNAM, México 1995. Págs. 9-45  

Publicado por Pável H. Valer Bellota en 22:45 No hay comentarios: 


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jueves, 21 de noviembre de 2013

La expansión del castellano, política lingüística colonial,


hoy
Dedicado a Fernando Manga Gonzales, "QOLLAPATO"                     
  Pável H. Valer Bellota
Señora del Valle del Colca (Perú)
Foto: Sjameron
“Siempre la lengua fue compañera del imperio” decía Elio Antonio de Nebrija en su
obra de lingüística española (1492), escrita en plena incursión colombina. Uno de
los principales intereses de los peninsulares en América fue la implantación del
castellano como lengua franca. Para los colonizadores, la suplantación de los
idiomas autóctonos fue más difícil que el desalojo del poder de los vencidos de las
empresas coloniales; los hispanos asaltaron en pocos años el espacio político y
social, pero su lengua lo está logrando solo al cabo de cinco siglos de dominación y
violencia cultural, y aun en contra de considerables resistencias de los pueblos
indígenas.

Desde la época colonial las lenguas indígenas de América formaron parte del debate
de la política de consolidación del modelo de dominación. De hecho, las posiciones
más duras mostraban un menosprecio explícito por ellas, junto a un deseo expreso
de extinguirlas. Tomás López Medel, Oidor de Guatemala, escribió en 1550
refiriéndose a la necesidad de expandir el castellano: “Y de esta manera se dará
entrada para nuestra lengua y para las cosas de nuestra religión y para desterrar la
bárbara lengua de estos [indios], y sus abominables costumbres”. Igualmente, en
Perú, el oidor Juan de Matienzo propuso que se forzara a los indios a aprender el
español.

Por otro lado se encontraban las posiciones más objetivas y equilibradas, por
ejemplo el jesuita José de Acosta escribe en 1588: “hay quienes sostienen que hay
que obligar a los indios con leyes severas a que aprendan nuestro idioma […] si
unos pocos españoles en tierra extraña no pueden olvidar su lengua y aprender la
ajena […] ¿en qué cerebro cabe que gentes innumerables olviden su lengua en su
tierra y usen solo la extraña que no la oyen sino raras veces y muy a disgusto?”.[1]

La política pública de castellanización comenzó sus andaduras como un instrumento


necesario para la propagación del cristianismo, la evangelización fue el norte
cultural de la invasión y la lengua un instrumento de prédica. En los preámbulos de
ciertas cédulas incorporadas a laRecopilación de las leyes de los reinos de las
Indias se considera a las lenguas nativas incapaces de expresar las complejidades
teológicas[2]. Junto a la religión, la tarea de alfabetizar y enseñar el castellano a
los millones de nativos del continente constituyó una labor interminable. Cualquier
disposición legal colonial orientada a su implantación forzosa estaba condenada
de antemano al fracaso.

Por eso, en lugar de operar sobre un enorme conjunto, la Corona apostó por actuar
desde arriba de la escala social originaria: fueron creados colegios para los hijos de
caciques, donde se enseñaba el castellano. Ejemplos ‘exitosos’ de estas escuelas
para hijos de la nobleza indígena fueron los de Tlatelolco, Texcoco (en México),
Lima y Cusco (en Perú). La cédula de 1550, recogida en la Recopilación (Libro VI,
T. VI, Ley XVIII), dice textualmente: “Que a los indios se les pongan maestros, que
enseñen a los que voluntariamente las quisieren aprender, como les sea de menor
molestia y sin costa y ha parecido que esto pudieran hacer bien los sacristanes
como en las aldeas de estos reinos enseñan a leer y escribir la doctrina
cristiana.” [3]

Luzmila Chiricente. Líder Asháninka


Casa de América
Con el tiempo, las campañas de castellanización se fueron haciendo cada vez más
agresivas. En 1638, por ejemplo, el obispo del Cusco escribió al rey de España: “es
triste cosa que los latinos y griegos diesen su lengua a los vencidos y nosotros no a
estos indios”[4]. El Duque de la Palata, virrey del Perú, organizó por su cuenta una
ambiciosa campaña educativa en 1685 justificándose en que se hallaba“tan
conservada en esos naturales su lengua india, como si estuvieran en el imperio del
inca, pues sólo en esa Ciudad de los Reyes y en los valles entendían la castellana,
que resultaba en lo político y lo espiritual el mayor impedimento para la crianza de
los naturales”. Disgustado por esto decidió ‘sembrar’ los Andes de escuelas rurales
en todos los pueblos que tuvieran cura, y dispuso excluir de los cargos públicos, de
cacique para abajo, a los indios que ignoraran el español o no lo hubieran enseñado
a sus hijos. Igualmente, Carlos III emitió una cédula en 1770 en la que expresaba
el afán de desaparecer las lenguas indígenas y de reemplazarlas por el castellano,
después promulgó las leyes complementarias de 1778 y 1782 sobre construcción y
dotación de escuelas.[5]

Desde la apreciación histórica de esos antecedentes, se puede concluir que el


proceso de castellanización es una campaña permanente desde hace cinco siglos
-en desmedro de los idiomas indígenas- que ha tomado forma de política de Estado
y que se viene aplicando en la actualidad, bajo la anuencia del modelo político de
dominación: la Constitución política realmente existente más allá del derecho
escrito.

Las políticas públicas de castellanización para la implantación de la religión, usando


la alfabetización de los indígenas en ese idioma, tienen su origen en un
planteamiento colonial. Y continúan hasta nuestros días basadas en el mito de la
escuela. Como explica Montoya, en el siglo XX los herederos de los colonizadores
en el poder consideraron que el único modo de ‘civilizar’ a los ‘bárbaros’ o ‘salvajes’
sería a través de la escolarización. El modelo occidental de dominación fue creando
lentamente el mito civilizatorio de la escuela a través de la oposición oscuridad–
analfabetismo–salvajismo frente a luz–alfabetización–civilización. Bajo este
esquema“(…) la escuela significa liquidar las culturas indígenas entendidas como
salvajes”[6].

Los procesos de educación formal, después de la declaración de independencia,


tuvieron la labor de continuar la campaña de castellanización diseñada en la época
colonial orientada a homogeneizar las culturas del país. Basándose en el principio
de igualdad -confundido con estandarización cultural- los programas de
alfabetización se convirtieron en armas políticas-culturales de los sectores
conservadores en poder del Estado, útiles en la lucha para acabar con el ‘problema’
de la diversidad nacional.

La imposición del castellano invadió también la educación superior. Actualmente el


sistema educativo dominante tiene valores, categorías conceptuales y modos de
pensar provenientes de tradiciones occidentales. Utiliza una multiplicidad de
palabras latinas ligadas a la sectorización de la ciencia, con una lógica matemática
relacionada a la creación de tecnologías, lo cual explica su postura frente a las
culturas nativas. De esta manera se produce un “dislocamiento cultural”[7]. ¿En
cuántas universidades se dictan clases en quechua, aymara, harambut,
matsigenka?

En esta orientación, se produce la impunidad jurídica de la violación de derechos


culturales por parte del Estado. Si se desconocen las diferencias lingüísticas, y se
pretende la implantación de un modelo cultural único, se arrinconan varios
derechos constitucionales. Por ejemplo el derecho de no ser discriminado por
motivo de idioma, el derecho a la identidad, integridad moral, psíquica y física y al
libre desarrollo y bienestar”. Se incumple el deber de respetar y proteger la
pluralidad étnica (Art. 2°, Constitución 1993).

El arcaico modelo político cultural, diseñado en la colonia, persiste hoy en el


proceso de expansión e implantación del castellano. Las políticas orientadas a
extinguir el uso de los idiomas autóctonos, mediante la enseñanza solo en el idioma
de los invasores, es parte central de dicho modelo. Ante esto, las políticas públicas
de naturalización del uso social y normalización lingüística para la recuperación,
preservación y promoción de los idiomas autóctonos son una necesidad urgente, y
una tarea democrática aun no llevada a cabo por el Estado. Ama hina kanqichis,
wiraqochakuna!!

[1] DE ACOSTA, José; De procuranda indorum salute; Madrid: Colección España Misionera,
1952. Págs. 357–358. [Cfr. SÁNCHEZ–ALBORNOZ, Nicolás; “De las lenguas amerindias al
castellano. Ley o interacción en el periodo colonial”; en Colonial Latin Américan Review, Vol.
10, No. 1, 2001. Págs. 49–67.]
[2]  “(..) que en la mejor y más perfecta lengua de los indios no se pueden explicar bien y con
propiedad los misterios de la fe, sino con grandes absurdos e imperfecciones”. Otros previenen
de que los padres transmiten de palabra a los hijos la religión ancestral “se ha tratado y
deseado que desde niños aprendiesen la lengua castellana, porque en la suya se dice que les
enseñan sus mayores los errores de sus idolatrías, hechicerías y supersticiones, que estorban
mucho a su cristiandad”. [Ibíd.]
[3] SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Óp. Cit. Pág. 51.
[4] KONETZKE, Richard. 1953–1962. Colección de documentos para la historia de la formación
social de Hispano-América. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1964.
Pág. 89 [Cfr. Sánchez Albornoz, Pág. 58]
[5] Ibíd.
[6] MONTOYA, Rodrigo; “La democracia y el problema étnico en el Perú”, Revista Mexicana de
Sociología Vol. 48, No. 3. Jul. – Sep. 1986, Págs. 45–50. Pág. 46.
[7] BERMÚDEZ TAPIA; Manuel; “Pérdida de identidades lingüístico culturales en el Perú”;
en Revista Virtual de Antropología. Disponible en la web, a Enero de 2008,
en http://www.antropologia.com.br/arti/colab/a5-mbtapia.pdf
Publicado por Pável H. Valer Bellota en 21:08 4 comentarios: 
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Etiquetas: colonialidad, educación bilingüe, lenguas indígenas, política lingüística

lunes, 7 de octubre de 2013

Albert A. Giesecke (1883–1968): La modernización


indigenista de la Universidad
                                                                                                                             Pável H. Valer
Bellota

Giesecke (con sombrero blanco) en Cusco 1911


Foto: Archivo Alberto Giesecke
Había cumplido 27 años cuando llegó a Cusco, nombrado rector por el propio
presidente de la República. Encargado de reabrir la Universidad Nacional de San
Antonio Abad, recesada por el gobierno para aplacar a los estudiantes que se
habían rebelado contra los métodos de enseñanza anquilosados, la compadrería
como procedimiento de nominación de docentes, y habían propuesto participar
directamente en su administración, Albert A. Giesecke, nacido en Filadelfia (USA),
se hizo cargo del rectorado -y de esas propuestas insólitas- a finales de febrero de
1910.
Después de instruirse en la Universidad de Pennsylvania, había investigado en las
Universidades de Londres, Berlín y Laussane, y obtenido el doctorado en economía
en la Universidad de Cornell. Al llegar al centro del mundo quechua, hablaba inglés
y alemán como idiomas maternos y era experto en latín, francés y castellano. En
aquellas universidades fue alumno de afamados catedráticos de economía y ciencia
política de la época, que lo habían interesado en estudios del comercio con América
Latina. Venía influenciado por esas experiencias y, de manera especial, por el
pragmatismo del filósofo norteamericano William James. 
El nombramiento de Albert A. Giesecke desató enconadas críticas políticas, hasta la
medida que tuvo que sortear el pedido de interpelación del Ministro de Educación,
por parte del Congreso de la República. Al parecer la ley universitaria de entonces
exigía tener 30 años para ser rector. Finalmente, el jefe de gabinete renunció, pero
por razones distintas a esa designación, y el asunto espinoso del gringo nombrado
Rector en Cusco pasó a segundo plano.
El establishment cusqueño, incluidos los estudiantes, recibió al nuevo rector con
recelo y cortapisas. Cinco semanas después de comenzar el rectorado, el Prefecto
del Cusco cedió el local de la universidad para que sirviera de cuartel a la tropa
reclutada por el ejército para hacer frente a una escaramuza con Ecuador. Era
domingo 3 de abril cuando le fue notificado el mandato de desalojo. Albert A.
Giesecke envió un telegrama al presidente Leguia quien, luego de media hora,
derogó esa orden; había aceptado el rectorado con la condición de contar con el
apoyo incondicional del gobierno. La rapidez en la solución del cierre militar de la
universidad le ganó la fama de arreglar directamente asuntos de Estado con el
Presidente Augusto B. Leguía, desde la humilde oficina del telégrafo provinciano.  
A partir de entonces fueron 14 años en los que administró la UNSAAC dando
continuidad democrática y haciendo efectivas las reivindicaciones de la primera
reforma universitaria de América (1909).  Burlando la oposición de la élite
conservadora cusqueña, abrió sus puertas a toda persona que tuviera aptitudes
para estudiar, logró que la universidad admitiera a las primeras mujeres con
derecho a recibir todos los títulos y grados académicos. A diferencia de los
aristocráticos rectores, Albert A. Giesecke fue muy cercano a los estudiantes: casi a
diario, a las seis de la mañana, se le podía ver jugando partidos de futbol, tenis y
básquet con ellos.
Envolvió a la universidad en un intenso proceso de modernización a la vez que
recuperaba lo mejor de la tradición histórica original. Renovó la biblioteca, reformó
los métodos de enseñanza e hizo más estricta la exigencia académica. Contrató
como docentes a los mejores alumnos, atrajo a los valores más selectos del medio,
sin condicionamientos pero con una orientación: que se estudiara el entorno, que
se investigara el contexto social concreto que rodeaba a la facultad. Se hicieron
frecuentes las excursiones académicas de investigación a las afueras del Cusco, la
universidad escolástica fue dejada de lado, reorientando la mirada de los
estudiantes más allá de únicamente los libros y las doctrinas teóricas.

Retrato Albert A. Giesecke ¿1910?


Foto: Archivo Alberto Giesecke
La apertura y la reorganización lograron que la universidad descubriera la realidad
peruana: el indígena, el problema de la tierra, la identidad cultural, los
planteamientos y el debate sobre la construcción de la nación surgieron como
campos novedosísimos para la ciencia. Hizo el primer censo del Cusco, se
comenzaron a estudiar los monumentos arqueológicos, el inka antiguo fue ligado
con el indio contemporáneo. Desde estos nuevos descubrimientos surgieron los
pensadores indigenistas metódicos, nacieron los “nuevos indios”, la llamada
“generación de la sierra” que ejerció influencia intelectual durante varias décadas.
Las nuevas ideas se divulgaron a Perú y parte de América gracias a la Revista
Universitaria que fundó y comenzó a publicar en 1912. Junto a ésta, Albert A.
Giesecke hizo aportes trascendentales a la revalorización del patrimonio cultural
prehispánico. Compró para la universidad la colección que Jose L. Caparó Muñiz
había juntado en cincuenta años de investigaciones arqueológicas en toda la región
y con ella fundó el Museo Arqueológico del Cusco, una muestra preciosa y única del
gran nivel civilizatorio alcanzado, hoy llamado “Museo Inka”.    
En 1920, condujo personalmente desde Lima a los delegados que participaron del
Primer Congreso de Estudiantes del Perú. Se encargó de organizar su alojamiento –
albergó en su propia casa a los lideres–, y logro que el gobierno provea una
subvención diaria para todos los asistentes durante las dos semanas que duró el
evento. Jorge Basadre, el gran historiador, estuvo entre los delegados: “No olvido
la sorpresa que me causó ver cómo Giesecke estaba cerca de los alumnos al
extremo de practicar deporte al lado de ellos en contraste con el estiramiento de
los catedráticos de Lima y constatar luego la modernización y la ampliación que
efectuó en San Antonio Abad”[1]. El Rector de la Universidad del Cusco fue elegido
presidente honorario del Congreso de Estudiantes por abrumadora mayoría.
En 1923, después de 14 años, decidió dejar el rectorado: la modernización
indigenista había sido concluida con éxito. Sin embargo, fue casi imposible
para Giesecke desligarse del Cusco. Se había casado con Esther Matto, una mujer
vinculada a sus familias más prominentes, y tenido dos hijos que nacieron allí. Pero
sobre todo había sido capturado por la magia, la multiculturalidad, el recuerdo y la
promesa histórica de la Ciudad Puma. Llegó a ser su alcalde varias veces.  
Su curriculum como Rector de la universidad del Cusco era atractivo para todo
intelectual, patronato o expedición que llegara al Perú a seguir la pista de los Inkas.
Se le voceaba incluso como posible primer descubridor de Machupicchu, antes de
Bingham, quien solamente habría seguido las instrucciones de Giesecke para llegar
a la ciudad perdida[2].
En 1949, por ejemplo, acompañó a Axel Wenner Gren a cuya Fundación había
recomendado investigar y recuperar de la maraña Wiñaywayna, Phuyupatamarqa y
Sayacmarqa  –tres hermosas ciudadelas monumento inkas cercanas a
Machupicchu. Gestionó que la Universidad del Cusco declarara al mecenas
doctor honoris causa, por sus aportes a la arqueología, y consiguió que él, en
agradecimiento, financiara la creación y el funcionamiento inicial del Departamento
de Arqueología, contratando a John Howland Rowe como su primer director.  
Es poco el espacio para describir las actividades extrauniversitarias de Albert A.
Giesecke. Convenció a un viejo investigador alemán de Lambayeque para que
cediera su colección de 6 mil piezas de excelente calidad, y su propia casa, para
fundar el acreditado Museo Brünning (1924).  Adquirió la colección de Victor Larco
Herrera para instituir el Museo Nacional de Arqueología y Antropología (1924).
Dirigió las primeras excavaciones arqueológicas en Pachacamaq y Cajamarquilla
(Lima, 1938). Preparó y organizó la visita de investigación en Cusco de Arnold
Joseph Toynbee –el encumbrado historiador de las civilizaciones (1950). Acompañó
personalmente a Charlton Heston cuando filmó en Cusco “El secreto de los Incas”
(1954). Promovió el turismo facilitando la llegada de los primeros aviones y
publicando las inaugurales guías del Cusco.  Fue Director general de Educación del
Perú, y agregado de la embajada de los Estados Unidos.
Pero sobre todo fue de esas personas que, teniendo la promesa de un futuro
brillante en su lugar de origen, deja todo para descubrir, a miles de kilómetros, que
tradición y modernidad pueden conjugarse bellísimamente, que se puede construir
una Universidad que irradie al infinito nuestro conocimiento desde un pueblecito
instalado en la enormidad los Andes. ¿Quién puede decir que el gringo Albert A.
Giesecke, nacido en Filadelfia de padres alemanes en 1883, no es como Saturnino
Willka, un ser oriundo, trascendental, que germinó nuevamente en el mismo
ombligo quechua de nuestro mundo? Finalmente, uno reformó la Universidad y el
otro lideró la reforma agraria.

NOTA:  Los detalles históricos y fotografías para este artículo fueron tomadas del libro:
RUBIO CORREA, Marcial A.; Albert Annthony Giesecke Parthymueller: “El más peruano de los
norteamericanos”; Ed. Alberto Giesecke Matto, impresión Nova Print, Lima 2007.

[1] BASADRE, Jorge; La vida y la historia; Ed. Industrial Gráfica S.A, Lima 1981


[2] GADE, Daniel W.; “Albert A. Giesecke (1883–1968) A Philadelphian in the Land of the
Incas”; Expedition;Vol. 48 Nº 3, University of Pennsylvania Museum of Archaeology and
Anthropology; Winter 2006.  Disponible
en: http://www.penn.museum/documents/publications/expedition/PDFs/48-3/Gade.pdf 
[accesado 6/10/2013]
Publicado por Pável H. Valer Bellota en 18:22 No hay comentarios: 
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Etiquetas: arqueología, cusco, Giesecke, reforma universitaria 1909. Machupicchu, universidad

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Diez años después del informe de la Comisión de la


Verdad las heridas de guerra siguen abiertas
Pável H. Valer Bellota

Foto: A.P / Rodrigo ABD


Poblado de Chaca, Perú. Niño observa restos exhumados 
de fosa clandestina
A los diez años del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, el
influyente diario norteamericano, The Washington Post, ha publicado algunos
artículos y notas sobre el conflicto armado interno que hirió al Perú entre 1980-
2000. 
El que sigue es uno de ellos escrito porFranklin Briceño de la agencia Associated
Press, y traducido al castellano por un sensibilizado y humilde servidor.
El texto original del artículo en inglés puede encontrarse aquí.

The original text in english can be readhere. 

HUANCAVELICA, Perú - Durante casi un cuarto de siglo rastrearon las montañas de


la región más pobre del Perú en busca de su hijo detenido por soldados en medio
de la noche. Durante su inútil búsqueda, la pareja encontró 70 fosas clandestinas y
desenterró tres docenas de cadáveres.
Después de que Javier fuera detenido junto a dos de sus compañeros de colegio,
escribieron al comando militar local, que negó saber nada. Escribieron la Iglesia
Católica, al Congreso y a tres Presidentes de la República sucesivos. Pero ninguno
respondió a Alejandro Crispin y a su esposa, Alicia.
“¿Cómo es posible que nadie vaya a la cárcel por la 'desaparición' de un hijo?",
pregunta Crispin, quien a los 69 años está igualmente agotado, perplejo e
indignado. “¿Cómo es posible que los asesinos de personas inocentes sigan libres?"
La odisea de esta pareja pone al descubierto el fracaso del Perú en hacer frente a
las heridas no cicatrizadas de miles de familias, la mayoría de ellas pobres,
campesinas de idioma quechua, que fueron las principales víctimas del conflicto de
1980-2000 entre el maoísta Sendero Luminoso y el Estado.
Cerca de 70.000 personas murieron, casi la mitad asesinada por los rebeldes y más
de un tercio por las fuerzas de seguridad, según las estimaciones de la Comisión de
la Verdad y Reconciliación compuesta por respetados académicos.
Pero 10 años después de que la Comisión emitiera sus recomendaciones, pocas se
han tenido en cuenta: no existe ningún organismo del Estado dedicado a la
búsqueda y catalogación de los cadáveres de las cerca de 15.000 personas
desaparecidas en el conflicto. Los investigadores atribuyen la mayoría de las
desapariciones a las fuerzas de seguridad.
Pocos violadores de derechos humanos han sido procesados judicialmente. Y menos
de dos de cada cinco de los 78.000 familiares de los asesinados que solicitaron
reparaciones las recibieron, consiguiendo menos de U.S $ 4,000 cada uno.
“Como nación, (Perú), ha fracasado rotundamente incluso para mostrar la empatía
más básica con sus conciudadanos”, dijo Eduardo González, director del Programa
para la Verdad y la Memoria del Centro Internacional para la Justicia Transicional,
una organización no lucrativa con sede en Nueva York que ayuda a la recuperación
de los países arruinados por la guerra.
Argentina y Chile han avanzado mucho más en sancionar a los autores de crímenes
de guerra, e incluso Colombia, que todavía está en guerra, ha hecho más en
otorgar reparaciones, dijo.
El entonces presidente Alejandro Toledo pidió perdón a todas las víctimas de la
violencia política cuando la Comisión presentó su informe en 2003. Pero ninguna
otra institución pública o social ha reconocido errores, dijo quien dirigió la Comisión
de la Verdad y Reconciliación, y ex rector de la Universidad Católica, Salomon
Lerner. “Es una tarea que queda por hacer”, informó a Associated Press.
En el aniversario de la publicación del informe, 28 de agosto, cientos de personas
marcharon en Lima en conmemoración de las víctimas del conflicto. Los dirigentes
políticos y militares del país estuvieron ausentes y en silencio.
Hasta la fecha, se han recuperado los cuerpos de 2.478 de desaparecidos.
Javier Crispin no está entre ellos.
Tenía 18 años cuando los soldados irrumpieron en su casa en Huancavelica, donde
él y dos amigos estaban haciendo un trabajo del colegio, y los detuvieron -
probablemente sospechando que eran "senderistas", dijo su padre. Esa ciudad se
encuentra en la región más pobre del Perú y colinda con Ayacucho, donde nació la
insurgencia, y donde se han producido más del 40% de las muertes y
desapariciones.
Docenas de residentes de Huancavelica dijeron que los soldados detenían a los
jóvenes en la calle, les ordenaban vaciar sus mochilas en busca de armas - y se
llevaban a algunos.
“Los soldados pasaban por las calles gritando: '¡Maldito seas, hijo de puta,
podemos hacer lo que queramos contigo'“, dijo Giovana Cueva, cuyo hermano
Alfredo Ayuque fue detenido junto a Javier.
A diferencia de Guatemala, que recibió ayuda de la ONU para hacer frente a la
violencia de su reciente pasado, el Perú ha hecho poco para catalogar los abusos e
identificar a los muertos.
Los hallazgos de Alejandro Crispin impulsaron a menudo a los investigadores de la
fiscalía, con la ayuda del Comité Internacional de la Cruz Roja.
“Todos estos años he tenido que echar mano de mi propio bolsillo para pagar por
información para encontrar las fosas clandestinas, porque aquí nadie ayuda”, dijo el
topógrafo jubilado, quien gastó los 10.000 dólares que había ahorrado para la casa
de ladrillos que nunca construirá.
La Comisión de la Verdad pudo documentar sólo 24.692 muertes – 44% causada
por los agentes de seguridad del Estado y 37% por parte de Sendero Luminoso, y
otros asesinatos de autoría indeterminada. Un porcentaje relativamente bajo de las
muertes en el conflicto se produjeron en combate real, dando lugar a que los
activistas de derechos humanos se quejaran por la escasa cantidad de procesos por
crímenes de guerra.
Sólo 68 agentes de las fuerzas del Estado han sido declarados culpables de
crímenes de guerra, mientras que 134 han sido absueltos, en su mayoría soldados,
dijo Jo-Marie Burt quien estudia el conflicto y es experta en ciencia política de la
George Mason University.
Los jueces no han aceptado que “en Perú hubieron violaciones sistemáticas de los
derechos humanos”, dijo. “En cambio, en los últimos años, vienen sosteniendo que
sólo hubieron ‘excesos’, y con estos argumentos han absuelto a los que dieron las
órdenes.”
El Procurador de Derechos Humanos de Huancavelica, Juan Borja, dijo que los
funcionarios del Ministerio de Defensa han bloqueado todos los intentos de localizar
y procesar a los responsables de la desaparición de Javier Crispin.
“He hecho 80 investigaciones... para éste y otros casos y su respuesta es que ellos
no tienen la información”, Borja dijo que él mismo y un arqueólogo forense
excavaron con picos y palas en una tumba clandestina fuera de Huancavelica a la
que Alejandro Crispin los llevó.
El Ministerio de Defensa no respondió de inmediato a las solicitudes de información.
Sendero Luminoso instigó el derramamiento de sangre, sus líderes y más de 600
sediciosos fueron condenados por terrorismo y encarcelados, pero muchos de sus
comandos de nivel medio, culpables de crímenes de guerra, han evadido la justicia.
Personas como Nicanor Torres han intentado, mayormente en vano, conseguir
justicia. Este sastre de 52 años de edad radicado en Lima está obsesionado con
vengar los asesinatos de sus padres y sus dos hermanos muertos en 1984 en
manos de los violentos en un remoto lugar de Ayacucho.
Su hermana Alejandrina, que tenía entonces 4 años, se escondió debajo de las
faldas de una vecina mientras los rebeldes cortaban las gargantas de sus padres,
en su casa de la comunidad campesina de Chaca. Se fue a Lima para salvarla.
Torres dice saber quien asesinó a sus parientes muertos: un comando rebelde que
les robó mil ovejas, cien cabezas de ganado y 53 caballos.
Torres dijo que rastreó a ese hombre y en dos oportunidades fue a su casa en la
capital de Ayacucho, Huamanga, con la intención de matarlo. La primera vez, una
mujer abrió la puerta. La segunda vez, una niña. Ambas dijeron que el ex cuadro
de Sendero Luminoso no estaba en casa.
Nicanor y Alejandrina Torres volvieron a Chaca en junio para el entierro formal de
sus padres, cuyos restos fueron exhumados el año anterior.
Los aldeanos lloraron en silencio mientras llevaban 21 ataúdes desde la plaza del
pueblo, a través de un bosque de eucaliptos junto a un río donde las ranas croaban,
hacia el cementerio.
Alejandrina Torres dijo que estaba tan conmocionada que no lloró. 
Sólo cuando regresó a Lima, en la soledad de su habitación, llegaron las lágrimas:
“No pude dormir durante dos días.” 

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