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Cicer., De fato, 17). De manera que, por primera vez, con los estoicos
aparece la doctrina que identifica la libertad con la necesidad, transfiriendo
la libertad propia de la parte al todo; es decir, del hombre al Principio que
opera y actúa en el hombre. Sin embargo, no faltó entre los maestros de la
Stoa quien quiso reconocer a la iniciativa del sabio cierto margen de libertad
con respecto al mismo orden cósmico.
Crisipo distinguía las causas perfectas o fundamentales de las
concomitantes o próximas. Las primeras actúan como absoluta necesidad,
las segundas pueden sufrir nuestra influencia; y aun cuando no la sufran,
podemos nosotros cooperar a ellas o no. Así como quien da un empujón a
un cilindro le ha dado el comienzo del movimiento, pero no la capacidad de
rodar, así el objeto imprime ciertamente dentro de nosotros la
representación, pero no determina necesariamente el asentimiento, que queda
a nuestro arbitrio. Con estos límites la voluntad y la índole de cada uno
pueden influir de conformidad con el orden del todo, en la elección y en la
ejecución de las acciones (Cicer., De fato, 41-3; Aulo G., Noct. att., VII, 2).
95. LA ETICA
Un mundo es, según Epicuro, "un trozo de cielo que comprende astros,
tierras y todos los fenómenos, recortado en el infinito". Los mundos son
infinitos; están sometidos a nacimiento y a muerte. Pero, sosteniendo
Epicuro que los átomos caen en el vacío en línea recta y con la misma
velocidad, para explicar el choque, en cuya virtud se agregan y se
disponen en los varios mundos, admite una desviación casual de los
átomos de su trayectoria rectilínea. Esta desviación de los átomos es el
único acontecimiento natural no sujeto a necesidad. Como dice Lucrecio,
"rompe las leyes del hado".
En este mundo, del cual se ha eliminado cualquier traza de potencias
divinas, Epicuro admite, sin embargo, la existencia de divinidades. Y la
admite en virtud de su mismo empirismo: porque los hombres poseen la
imagen de la divinidad; y esta imagen, como cualquier otra, no puede
haberse producido en ellos más que por flujos de átomos emanados de las
mismas divinidades. Los dioses tienen forma humana, que es la más perfecta
y, por tanto, la única digna de seres racionales. Mantienen entre sí una
amistad análoga a la humana; y habitan en los espacios vacíos entre mundo
y mundo (intermundos). Pero no se preocupan ni del mundo ni de los
hombres. Cualquier cuidado de este género sería contrario a su perfecta
dicha, puesto que les impondría una obligación y ellos no tienen
obligaciones, antes bien, viven libres y felices. Por esto el motivo de que el
hombre sabio les honre no es el temor, sino la admiración de su excelencia.
El alma, según Epicuro, está compuesta de partículas corpóreas
difundidas por todo el cuerpo como un soplo cálido. Tales partículas son
más finas y redondas que las demás, y, por lo tanto, más móviles. Las
facultades del alma, como se ha visto, son fundamentalmente tres: la
sensación en sentido propio; la imaginación (mens, según Lucrecio), que
produce las representaciones fantásticas; la razón (λσγος), que es la facultad
del juicio y de la opinión. A estas facultades teoréticas se añade el
sentimiento, placer o dolor, que es la norma de la conducta práctica. La
parte irracional del alma, que es principio de vida, está difundida por todo el
cuerpo.
Con la muerte los átomos del alma se separan y cesa toda posibilidad de
sensación: la muerte es "privación de sensaciones". Por eso es necio temerla:
"El más terrible de los males, la muerte, no es nada para nosotros porque
cuando existimos nosotros no existe la muerte y cuando existe la muerte,
nosotros no existimos" (Ep. ad Men., 125).
101. LA ETICA
BIBLIOGRAFIA
§ 96. Los datos antiguos sobre la vida, los escritos y la doctrina de Epicuro fueron recogidos por
primera vez por H. Usener, Epicúrea, Leipzig, 1887. Bignone, Epicuro, obras, fragmentos, testimonios
de su vida, traducidos con introducción y comentario, Bari, 1920; Diano, Epicuri Ethica, Florencia,
1946; Arrighetti, Epicuro. Opere, introducción, texto crítico, traducción y notas, Turín, 1960. Los
últimos volúmenes recogen también los fragmentos encontrados en los papiros de Herculano.— Sobre
la formación de la doctrina epicúrea: Bignone, L'Aristotele perduto e la formazione filosófica di
Epicuro, 2 vol., Florencia, 1936; Diano, Note epicuree, en "Annali Scuola normale superiore di Pisa",
1943; Questioni epicuree, en "Giornale critico filosofia italiana", 1949.
§ 97. Sobre los discípulos menores de Epicuro: Zeller, I I I , l, p. 378 y sigs. Del De rerum natura
de Lucrecio, véase la edición de Giussani, Turín, 1896-1898. Y la de Joaquín Balcells, 2 tomos,
segunda edición, en la colección de la "Fundado Bernal Metge", Barcelona, con texto catalán junto al
latino.
ESTOICISMO 179
racional, viene a ser por primera vez, en los estoicos, la noción fundamental de
la ética. En efecto, ni la ética platónica ni la aristotélica hacen referencia al
orden racional del todo, asumiendo como su fundamento, la primera, la
noción de la justicia; la segunda, la de felicidad. La noción de deber no aparecía
en su ámbito y dominaba en ella la noción de virtud como camino para realizar
la justicia o la felicidad. "Los estoicos llaman deber —dice Diógenes Laercio
(VII, 107-109)— a aquello cuya elección puede ser razonablemente
justificada... De las acciones realizadas por instinto algunas son debidas u
obligatorias, otras contrarias al deber, otras ni debidas ni contrarias al deber.
Son acciones debidas aquellas que la razón aconseja efectuar, como honrar a
los padres, a los hermanos, a la patria e ir de acuerdo con los amigos. Son
contrarias al deber aquellas que la razón aconseja no hacer... Ni debidas ni
contrarias al deber son aquellas que la razón ni aconseja ni prohibe, como
levantar una pajita, tener una pluma, etc." Como dice Cicerón (De off., I I I ,
14), los estoicos distinguían el deber recto, que es perfecto y absoluto y no
puede darse más que en el sabio, y los deberes "intermedios", que son comunes
a todos y muchas veces se realizan sólo con la ayuda de una buena índole y de
cierta instrucción. Este predominio de la noción del deber conduce a los
estoicos a una de las doctrinas típicas de su ética: la justificabilidad del
suicidio. Pues, cuando las condiciones contrarias al cumplimiento del deber
prevalecen sobre las favorables, el sabio tiene el deber de abandonar la vida
aunque se halle en el colmo de la felicidad (Cicer., De fin., I I I , 60). Sabemos
que muchos maestros de la Stoa siguieron este precepto que, en realidad, no
es sino la consecuencia de su noción del deber.
Sin embargo, el deber no es el bien. El bien comienza a existir cuando se
repite y se consolida la elección aconsejada por el deber, manteniendo
siempre su conformidad con la naturaleza, hasta llegar a ser en el hombre
una disposición uniforme y constante, es decir, una virtud (Cicer., De fin.,
III, 20; Tusc., IV, 34). La virtud es verdaderamente el único bien. Pero
solamente lo es del sabio, o sea, de quien es capaz del deber recto y se
identifica con la sabiduría misma, ya que no es posible sin el conocimiento
del orden cósmico con el que se adecúa y conforma el sabio. La virtud
puede tener nombres muy diversos según los dominios a los que se refiere (la
prudencia se dirige a los objetivos del hombre, la templanza a los impulsos,
la fortaleza a los obstáculos, la justicia a la distribución de los bienes:
Stobeo, Ecl., II, 7, 60); pero en realidad es una sola y la posee toda entera
sólo quien sabe entender y cumplir el deber, o sea, únicamente el sabio
(Dióg. L., VII, 126).
Entre la virtud y el vicio no hay término medio. Así como un pedazo de
madera es recto o torcido, sin posibilidades intermedias, de la misma manera el
hombre es justo o injusto y no puede ser justo o injusto sólo parcialmente. Y de
hecho, quien posee la recta razón, esto es, el sabio, lo hace todo bien y
virtuosamente; mientras quien carece de la recta razón, el necio, todo lo hace
mal y de modo vicioso. Y puesto que lo contrario de la razón es la locura, el
hombre que no es sabio es un loco. De la misma manera que quien está
sumergido en el agua, aunque esté un poco debajo de la superficie, no puede
respirar, como si estuviera en unas aguas profundas, así el que quiere alcanzar
la virtud, pero no es virtuoso, no es menos miserable que quien está más alejado
de ella (Cicer., De fin., III, 48).
180 FILOSOFÍA ANTIGUA
ni hoy o mañana, sino que como única, eterna e inmutable ley, gobernará a
todos los pueblos y en todo tiempo" (Lactancio, Div. inst., VI, 8, 6-9;
Cicer., De rep., III, 33). Estos conceptos constituyeron y constituyen la base
de la teoría del derecho natural que, durante muchos siglos, ha sido el
fundamento de toda doctrina del derecho.
Si es única la ley que gobierna a la humanidad, también lo es la
comunidad humana. "El hombre que se acomoda a la ley es ciudadano del
mundo (cosmopolita) y dirige las acciones según el querer de la naturaleza
con arreglo al cual se gobierna todo el mundo" (Filón, De mundi opif., 3).
Por eso el sabio no pertenece a esta o aquella nación sino a la ciudad
universal de la que son conciudadanos todos los hombres. En esta ciudad no
existen libres y esclavos, sino que todos son libres. Para los estoicos, la única
esclavitud es la del necio, por cuanto no se determina en conformidad con
aquella ley que es la misma naturaleza suya y del mundo. La esclavitud
impuesta por el hombre sobre el hombre no es para los estoicos más que
perversidad (Dióg. L., VII. 121).
BIBLIOGRAFIA