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El coreógrafo se prepara para realizar una nueva producción del Lago de los
Cisnes, en la que una sola bailarina represente al cisne blanco y al cisne negro.
Nina desea intensamente conseguir el papel y baila de manera impecable la
parte del cisne blanco. Thoma le pide que baile el cisne negro y al empezar a
hacerlo es interrumpida por la entrada abrupta de una bailarina nueva: Lily
(Mila Kunis). Nina pierde la concentración y ve la decepción del coreógrafo
ante su actuación. Nina vuelve a casa y practica con desesperación los
movimientos del cisne negro, decidida a acudir a Thoma para pedirle una
nueva oportunidad. Él le dice que ya ha escogido a otra bailarina para
sacudirla emocionalmente, pero cuando sale el listado con los personajes,
Nina se da cuenta de que el papel es suyo.
La presión que ejerce Thomas sobre Nina y las dificultades que encuentra
para conectarse con el lado más oscuro, sensual y pasional representado
por el cisne negro, van resquebrajando el estado mental de Nina quien
empieza a perder la posibilidad de distinguir entre realidad y alucinación,
adentrándose cada vez más en una confusión intolerable.
Sin Nina Erica tendría que enfrentar su fracaso, sin Erica Nina tendría
que asumir su sexualidad y su vida adulta. La ambivalencia del vínculo se
condensa magistralmente en la caja de música que Erica pone a funcionar al
arropar a Nina antes de dormir, tal como lo haría con una niña pequeña y que
despliega los acordes misteriosos del Lago de los Cisnes. La bailarina que da
vueltas sobre sí misma nos habla de un tiempo detenido, de lo siniestro que se
esconde en aquello del ser de Nina que no transcurre y- congelado- arrastra
consigo la posibilidad latente de una letal explosión. Aquí queda planteado
el conflicto: para ser Nina tendría que emprender una batalla incierta
entre la vida, la Nada y la muerte.
En la película se ilustra de manera admirable que- para Nina- los rituales que
rodean el cuerpo en el mundo del ballet y la exigencia permanente son un
refugio que le provee una sensación, así sea transitoria, de existir y habitar su
ser somático.
El manejo rígido del cuerpo es un intento de sobrevivir a la fragilidad de
su estructura mental, que restringe a Nina, impidiéndole desarrollar su
gran talento. Asi como “petrifica” su cuerpo, congela sus sentimientos y
transcurre en un terreno vital pobre, desértico y que habla más de sobrevivir
que de realmente vivir. En este contexto cobra sentido la necesidad de Nina
de ser “perfecta”. Tiene la fantasía de que al serlo, será finalmente
reconocida en su alteridad y unicidad. Reconocida, además, por un figura
masculina: Thoma en quien intenta, sin lograrlo, recobrar a un padre. Tiene la
idea de que al “ser perfecta” se sentirá viva, integrada, real, dueña de sí,
en pocas palabras existente.
En aquellos momentos de dolor en los que Nina despega sus dedos o alista
sus zapatillas, antes de ponérselas y asegurarse de que están
correctamente adaptadas a sus pies, se ve en ella una actitud de dominio y
apropiación de su cuerpo, que no existe cuando interactúa con otros. En
esos momentos, al igual que en otros en los que libera sus posibilidades de
movimiento, logra habitar y existir en y adentro de su cuerpo.
La piel y la imagen integrada del cuerpo como una posesión mental, sede
de la identidad y las relaciones humanas, se construye en las primeras
interaccciones del bebé con la madre. Cuando no hay tropiezos la madre
y el padre suministran al bebé unos cuidados adecuados y estables, que
dan al infante una sensación de continuidad existencial (Winnicott, 1956),
es decir, la certeza de su existencia; indispensable para habitar su ser
somático e integrar su psiquismo naciente.
Cuando la madre está inundada por sus propios conflictos, como es,
evidentemente, el caso de Erica, el cuadro es totalmente diferente. No existe el
espacio para que ese bebé despliegue realmente quién es, como veremos en el
apartado dedicado a los espejos. Erica no logra “prestarle” a Nina una piel
psíquica y física con la cual rodearse amorosamente para crear un
envoltorio seguro en el cual contener sus emociones, sus órganos y su
plenitud existencial.
Nina vive en una fusión, con- fusión letal con su madre, quien cierra aún
más el cerco de su absorbente intrusión cada vez que siente su hija da un
paso- no importa que tan pequeño- para alejarse y diferenciarse.
Rasguñarse es una manera de rasgar este terreno no delimitado, que
constituye un solo cuerpo para las dos. La sangre que corre y el dolor que
palpita, le reafirma que el soma si es suyo, le pertenece y la sangre que puede
ver y tocar de manera concreta constituye una prueba de que su ser corpóreo
no ha sido “tragado” por Erica.
Nina busca, sin éxito, un espacio privado en el cual desplegarse y Erica la
acorrala. Nina le dice que no cuando agresivamente le exige quitarse la
camiseta para ver si se ha arañado, le cierra la puerta, le grita que no tiene
doce años y finalmente amenaza con irse a vivir sola. Las heridas son un
mensaje de individuación que nunca se oye y un grito de esperanza, una
búsqueda de afianzarse como garante y habitante de su propio cuerpo. El
mensaje que repetidamente es desatendido y la imposibilidad de ser
contenida por otro ser humano hacen que la esperanza se pierda y la
locura con su manto de muerte gane terreno, destruyendo la esperanza y
las posibilidades vitales de lucha de nuestra protagonista. Las cicatrices
que relatan la inefabilidad de su dolor devienen una narración que pierde el
sentido, en la medida en la que no son recogidas, recubiertas y sanadas por
otro.
El espejo y el doble
Para poder reconocerse a sí mismo como ser único e irrepetible con derecho a
una existencia propia, el ser humano requiere del reflejo cargado de sentido
aportado por el otro. En los inicios de la vida los ojos de la madre son el
primer espejo (Winnicott, 1967a). Cuando la madre cumple esta función
el bebé empieza a ver su si mismo genuino a través de la mirada empática
de alguien que le devuelve algo de su esencia. Pero, nuevamente, si la
madre está cegada para ver a su bebé, por sus propias dificultades, el
bebé no encontrará un espacio propicio para reconocerse y explorar su
existencia. Cuando este reflejo no ha sido brindado, el ser continuará
buscándolo de múltiples maneras. En la película esta indagación se dará a
través de los espejos y de la figura del doble, encarnada en Lily.
Nina se mira en los espejos, recorre su figura que a veces le es ajena, trata de
corporizarla, pero el espejo, al igual que los ojos inertes de una madre que no
refleja al bebé el brillo de su esencia, devuelven una imagen bidimensional,
deshabitada, inanimada. Lily, por otra parte, se configura como un alter ego
(cabe anotar que en la película Lily será designada el alter de Nina, en caso de
que no pueda bailar el día de la presentación)
El coreógrafo reitera que siendo una obra emblemática del ballet, desea darle
un nuevo enfoque: volverlo más “real y visceral”, con la participación de una
sola bailarina que pueda hacer las partes del cisne blanco y del cisne negro. En
los hilos de la trama en los que se entrecruzan la historia de Nina y de los
cisnes que encarna, el director va urdiendo narraciones y vivencias para que se
amalgamen, confundan y enriquezcan mutuamente. Poco a poco se le van
cerrando a Nina los caminos y se va cristalizando una sensación de sin
salida que lleva a que, como el cisne blanco, equipare libertad y muerte,
existencia y destrucción del si- mismo fusionado con la madre. Es
importante que la música, que juega un papel fundamental en la película, es
utilizada para transmitir, delinear, y destacar las emociones que, muchas veces
sin palabras, van marcando el curso de la historia y del personaje.
Thoma plantea un reto a Nina: debe poder interpretar tanto el cisne blanco,
como el cisne negro. Reto titánico pues Nina ha exilado del terreno de lo
posible a su ser sexuado, pasional y espontáneo- condensado en el cisne
negro- para intentar sobrevivir a su gran vulnerabilidad y endeble
estructuración psíquica. Como vimos se escuda en la rigidez y se envuelve en
el control emocional y pulsional. Thoma aborda su proyecto despertando en
Nina su deseo sexual. El coreógrafo intenta- desde afuera- imponer y
desencadenar una integración que sólo puede darse desde una profunda
transformación interna. Es una integración condenada al fracaso y que la
empuja al borde del precipicio. Cuando la sexualidad se aborda desde afuera
sin que se posea la estructura interna para contenerla, es vivida como una
seducción que desorganiza. Winnicott (1967b) lo expresa con una metáfora
que aclara ésta idea: “La persona debe ser anterior al uso del instinto; el
jinete debe cabalgar en el caballo, no ser arrastrado por él”. Estos
comienzos sexuales han sido para el bebé complejos y asociados a
frustraciones, separaciones y choques entre el amor y el odio; la única forma
como pueden ser contenidos e integrados en un cuerpo y en una experiencia
total, con toda la satisfacción que de ello se deriva, depende de los procesos
previos que hayan permitido una integración. Esta sexualidad humana
esencialmente traumática en sus orígenes (McDougall, 1995) encuentra en
Nina un continente precario.