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Traductoras:
Annabelle Mel Cipriano
DaniO
Marie.Ang Jo
Mery
Christensen Amy
Juli_Arg
vane-1095 pokprincssbooo
Majo_Smile ♥
Carlota Priscila(page92)
Deeydra Ann'
Nina_ariella Panchys
♥...Luisa...♥
munieca ro0.
Andreani
3
Madeleyn
Correctoras:
Escritora Solitaria Deeydra Ann'
Melii
Nats Mel Cipriano
Vero
ladypandora LuciiTamy
Tamis11
Vericity Mery
Panchys
Juli_Arg
vane-1095
Chio
Verito
Lectura Final:
Vericity
Diseño:
Francatemartu
Sinopsis
C uando a la profesora de Inglés Anna Emerson, de treinta
años de edad, se le ofrece un trabajo de tutorías para
T.J. Callahan en la casa alquilada de verano de la
familia en las Maldivas, ella acepta sin dudar; una vacaciones de
trabajo en una isla tropical supera a la biblioteca cualquier día.
T.J. Callahan no tiene ningún deseo de salir de la cuidad, no es
como si alguien le haya preguntado. Tiene casi diecisiete años y si el
tener cáncer no fuera suficiente, ahora tiene que pasar su primer
verano en remisión con su familia—y un montón de tareas
pendientes—en lugar de sus amigos.
Anna y T.J. están en camino de unirse a la familia de T.J. en
las Maldivas cuando el piloto de su hidroavión sufre un ataque al
corazón y choca en el Océano índico. A la deriva en aguas infestadas
de tiburones, sus chalecos salvavidas los mantienen a flote hasta
que llegan a la orilla de una isla deshabitada. Ahora Anna y T.J. sólo 4
quieren sobrevivir y deben trabajar juntos para conseguir agua,
comida, fuego y vivienda. Sus necesidades básicas pueden
satisfacerse pero cuando los días se convierten en semanas y
después meses, los náufragos se enfrentan a más obstáculos,
incluyendo tormentas tropicales, los peligros que acechan en el
océano, y la posibilidad que el cáncer de T.J. pueda regresar.
Mientras que T.J. celebra otro cumpleaños en la isla, Anna comienza
a preguntarse si el mayor de los obstáculos será vivir con un chico
que se está convirtiendo en un hombre.
1
Anna
Traducido por Panchys & Mel Cipriano
Corregido por Melii
Junio 2001
***
14
2
T.J.
Traducido por Deeydra Ann’
Corregido por Vero
D
os imágenes borrosas de T.J. se cernían sobre mí, y parpadeé
hasta que se fusionaron en uno solo. Él tenía cortes en la
cara y el ojo izquierdo estaba cerrado por la hinchazón.
—¿Dónde estamos? —pregunté. Mi voz sonó áspera y mi boca sabía
a sal.
—No lo sé. Alguna isla.
—¿Qué pasó con Mick? —pregunté.
T.J. sacudió la cabeza. —Lo que quedó del avión se hundió
rápidamente.
18
—No puedo recordar nada.
—Te desmayaste en el agua, y cuando no pude despertarte pensé
que habías muerto.
La cabeza me dolía. Me toqué la frente e hice una mueca cuando mis
dedos rozaron una gran protuberancia. Algo pegajoso recubría el lado de
mi cara.
—¿Estoy sangrando?
T.J. se inclinó hacia mí y peinó mi cabello hacia atrás con sus dedos,
buscando la fuente de la sangre. Lloré cuando la encontró.
—Lo siento —dijo—. Es un corte profundo. No está sangrando tanto
ahora. Sangraba mucho más cuando estábamos en el agua.
El miedo se apoderó de mí, viajando a través de mi cuerpo como una
ola.
—¿Había tiburones?
—No sé. No vi ninguno, pero estuve preocupado sobre ello.
Tomé una respiración profunda y me senté. La playa giraraba.
Colocando las manos planas sobre la arena, me tranquilicé a mi misma
hasta que lo peor de los mareos pasó.
—¿Cómo llegamos aquí? —pregunté.
—Enganché mis brazos por las correas de tu chaleco salvavidas, y
nos dejé llevar por la corriente hasta que vi la orilla. Luego te arrastré
sobre la arena.
La realización de lo que había hecho se hundió en mí. Miré hacia el
agua y no dije nada durante un minuto. Pensé en lo que podría haber
pasado si me hubiera dejado ir o si los tiburones hubieran venido o si no
hubiera una isla. —Gracias, T.J.
—Seguro —dijo, encontrando mi mirada sólo durante unos segundos
antes de mirar lejos.
—¿Estás herido? —pregunté.
—Estoy bien. Creo que me golpeé la cara en el asiento que se
encontraba delante de mí.
Intenté ponerme de pie y fallé, vencida por el mareo. T.J. me ayudó a
sostenerme y esta vez me quedé sobre mis pies. Desabroché mi chaleco
salvavidas y lo dejé caer en la arena.
Me alejé de la orilla y miré hacia la isla. Se parecía a las fotos que
había visto en Internet, excepto que no tenía un hotel de lujo o casas de
vacaciones en las que permanecer. Con los pies desnudos, la arena
primitiva blanca parecía azúcar bajo mis pies; no tenía ni idea de que le 19
había pasado a mis zapatos. La playa dio paso a los arbustos con flores y
vegetación tropical y, finalmente, una zona boscosa donde los árboles
crecían muy juntos, sus hojas formando un toldo verde. El sol, alto en el
cielo, la quemaba con un calor intenso. La brisa del océano no bajaba mi
aumento de la temperatura corporal, y el sudor corría por mi cara. Mi ropa
se pegaba a mi piel húmeda.
—Tengo que volver a sentarme. —Mi estómago estaba revuelto, y
pensé que podría vomitar. T.J. se sentó junto a mí y cuando las náuseas
finalmente pasaron, le dije—: No te preocupes. Tienen que saber que se
estrelló y van a enviar un avión de búsqueda.
—¿Tienes alguna idea de dónde estamos? —preguntó.
—En realidad, no.
Usé mi dedo para dibujar en la arena. —Las islas se agrupan en una
cadena de veintiséis arrecifes que corren de norte a sur. Aquí es donde nos
dirigíamos. —Señalé una de las marcas que hice. Llevé mi dedo a través de
la arena y señalé a otro—. Este es Malé, el punto de partida. Estamos en
algún lugar intermedio, creo, a menos que la corriente nos haya llevado al
este o al oeste. No sé si Mick se quedó en el camino, y no sé si los
hidroaviones archivan un plan de vuelo o si son rastreados sobre el radar.
—Mi mamá y mi papá deben estar volviéndose locos.
—Sí. —Los padres T.J. habían, sin duda, intentado llamar a mi
celular, pero era probable que se encontrase en el fondo del océano ahora.
¿Habría que construir una señal de fuego? ¿No es eso lo que se
supone que debes hacer cuando estás perdido? ¿Crear fuego para que
sepan dónde estás?
No tenía idea de cómo crearlo. Mis habilidades de supervivencia se
limitaban a lo que había visto en la televisión o leído en los libros. Ninguno
de nosotros usaba gafas, así que no podíamos colocar las lentillas en
ángulos hacia el sol. No teníamos ningún espejo o roca. Pero nos quedaba
la fricción, ¿Si frotábamos dos varitas juntas, realmente funcionaba? Tal
vez no teníamos que preocuparnos por un incendio, al menos no todavía.
Nos verían si volaban bajo y nos quedabamos cerca de la playa.
Tratamos de deletrear SOS. En primer lugar utilizamos nuestros pies
para aplanar la arena, pero no creía que fuera visible desde el aire. A
continuación, tratamos de utilizar hojas, pero la brisa las dispersó antes
de que pudiéramos formar letras. No había ninguna roca grande para
sostener las hojas, sólo guijarros y los fragmentos de lo que pensé eran el
coral. Movernos por alrededor nos hizo sentirnos más calurosos y el dolor
en mi cabeza empeoró. Nos dimos por vencidos y nos sentamos.
Mi cara se quemó por el sol y los brazos y las piernas de T.J. se
pusieron rojos. Pronto no tuvimos más remedio que alejarnos de la orilla y 20
refugiarnos bajo un árbol de coco. Los cocos cubrían el suelo, y sabía que
contenían agua. Los golpeamos contra el tronco del árbol, pero no pudimos
abrirlos.
El sudor corría por mi cara. Recogí mi pelo y lo sostuve en la parte
superior de mi cabeza. Con mi lengua hinchada y la sequedad en la boca
se me hacía difícil tragar.
—Voy a echar un vistazo alrededor —dijo T.J—. Tal vez hay agua en
alguna parte. —No se había ido por mucho tiempo, cuando llegó de nuevo
al árbol de coco sosteniendo algo en la mano.
—No vi nada de agua, pero he encontrado esto.
Era del tamaño de un pomelo y verde, espinosas cubrían su
superficie.
—¿Qué es? —pregunté.
—No sé, pero tal vez tiene agua en su interior, al igual que los cocos.
T.J. la peló, usando sus uñas. Fuera lo que fuese, los insectos
habían llegado allí primero, así que lo dejó caer al suelo, golpeándolo con
el pie.
—Lo encontré debajo de un árbol —dijo—. Había un montón de ellos
colgando, pero estaban demasiado altos para alcanzarlos. Si consigues
subir en mis hombros, podríamos ser capaces de derribar una. ¿Crees que
puedes caminar?
Asentí con la cabeza. —Si vamos despacio.
Cuando llegamos al árbol, T.J. estrechó mi mano y me ayudó a subir
a sus hombros. Yo era alto un metro y ochenta y y pesaba cincuenta y
cuatro chilos. T.J. tenía por lo menos catorce centimetros y probablemente
catorce libras más que yo, pero se tambaleó un poco tratando de mantener
mi equilibrio. Llegué tan alto como pude, mis dedos se extendieron hacia
la fruta. No podía agarrarla, así que la golpeé con mi puño en su lugar. Las
primeras dos veces no se movió, pero la golpeé un poco más y salió
volando.
T.J. me bajó al suelo y la agarré.
—Todavía no sé lo que es esto —dijo, después de que se la entregué.
—Puede que sean frutos del árbol de pan.
—¿Qué es eso?
—Es una fruta que se supone que sabe a pan.
T.J. la peló, y el olor fragante me recordó de la guayaba1. La
dividimos por la mitad y chupamos la fruta, el jugo inunda nuestras bocas
secas. La masticamos y la tragamos en pedazos. La textura gomosa
probablemente significaba que la fruta necesitaba más tiempo para
21
madurar, pero de todas maneras la comimos.
—Esto no sabe a pan, para mí —dijo T.J.
—Tal vez lo es si se cocina.
Después de que terminé, me volví a subir en los hombros de T.J. y
derribé dos más que comimos inmediatamente. Luego regresamos al árbol
de coco, nos sentamos y esperamos otra vez.
A última hora de la tarde, sin previo aviso, el cielo se abrió y una
lluvia torrencial cayó sobre nosotros. Salimos de debajo del árbol, se
volvimos el rostro hacia el cielo, y abrimos la boca, pero la lluvia terminó
diez minutos más tarde.
—Es la temporada de lluvias —dije—. Debería llover todos los días,
probablemente más de una vez. —No teníamos nada donde retener el agua
y las gotas que logré conseguir con mi lengua, me hicieron querer más.
—¿Dónde están? —preguntó T.J. cuando el sol se puso. La
desesperación en su voz acompañaba mi propio estado emocional.
—No lo sé. —Por razones que no podía entender, el avión no había
llegado—. Nos van a encontrar mañana.
1 Guayaba: Es una fruta tropical nativa del Caribe, América Central, América del Norte y
el norte de Sudamérica. Es comestible, redondo y en forma de pera.
Volvimos a la playa y nos tendimos en la arena, descansando la
cabeza en los chalecos salvavidas. El aire se enfríó y el viento que soplaba
desde el agua me hizo temblar. Envolví mis brazos mí alrededor y me hice
un ovillo, escuchando el rítmico golpeteo de las olas chocando con el
arrecife.
Los escuchamos antes de entender lo que eran. Un sonido de aleteo
llenó el aire seguido por las siluetas de cientos, quizá miles, de
murciélagos. Obstruyeron la luz de la luna, y me pregunté si habían
estado colgando por encima de nosotros en algún lugar cuando fuimos
hacia el árbol del pan.
T.J. se sentó. —Nunca he visto tantos murciélagos.
Los observamos durante un rato y, finalmente, se dispersaron, a la
caza de otros lugares. Unos minutos más tarde, T.J. se quedó dormido. Me
quedé mirando al cielo, sabiendo que nadie nos estaría buscando en la
oscuridad. Cualquier misión de rescate llevado a cabo durante el día no se
reanudaría hasta mañana. Me imaginé a los padres de T.J. angustiados,
esperando a que saliera el sol. La posibilidad de que mi familia recibiese
una llamada trajo lágrimas a mis ojos.
Pensé en mi hermana, Sarah, y una conversación que tuve con ella
hace un par de meses. Nos habíamos reunido para cenar en un
restaurante de comida mexicana y cuando el camarero trajo las bebidas, 22
tomé un sorbo de mi margarita y dije—: Acepté ese trabajo de tutoría del
que te hablé. Con el chico que tenía cáncer.
Puse mi copa hacia abajo, recogí un poco de salsa en un chip de
tortilla, y me lo metí en la boca.
—¿Ese con el que tienes que ir de vacaciones? —preguntó.
—Sí.
—Te irás por tanto tiempo. ¿Qué piensa John de esto?
—John y yo tuvimos la charla del matrimonio de nuevo. Pero esta
vez le dije que también quería un bebé. —Me encogí de hombros—. Pensé,
¿por qué no ir a por todas?
—Oh, Anna —dijo Sarah.
Hasta hace poco, no le había dado realmente mucha importancia a
tener un bebé. Me sentía perfectamente contenta de ser tía de los niños de
Sarah, Chloe de dos años y Joe de cinco años. Pero luego, todos
empezaron a darme mantas envueltas para que los sostuviera, y me di
cuenta de que quería la mía propia. La intensidad de mi fiebre de bebé, y
el tictac subsecuente de mi reloj biológico, me sorprendió. Siempre he
pensado que el deseo de tener un hijo era algo que sucedía poco a poco,
pero un día sólo estaba allí.
—No puedo seguir con esto, Sarah —continué—. ¿Cómo podría él
manejar un bebé cuando ni siquiera se puede comprometer con el
matrimonio? —Negué con la cabeza—. Otras mujeres hacen que parezca
tan fácil. Encuentran a alguien, se enamoran y se casan. Tal vez en un año
o dos forman una familia. Sencillo ¿verdad? Cuando John y yo hablamos
de nuestro futuro, es tan romántico como una transacción inmobiliaria,
con casi tanta contestación. —Agarré la servilleta y limpié mis ojos.
—Lo siento, Anna. Francamente, no sé cómo has esperado tanto
tiempo. Siete años parece tiempo suficiente para que John averigüe lo que
quiere.
—Ocho, Sarah. Han sido ocho. —Tomé mi copa y la terminé en dos
grandes tragos.
—Oh. Perdí un año en alguna parte. —Nuestro camarero se detuvo y
preguntó si queríamos otra ronda.
—Probablemente debería traerlos —le dijo Sarah—. Entonces, ¿cómo
terminó la conversación?
—Le dije que me iba para el verano, que necesitaba alejarme por un
tiempo para pensar acerca de lo que quería.
—¿Qué dijo?
—Lo mismo que dice siempre. Que me ama, pero que simplemente 23
no esta listo. Siempre ha sido honesto, pero creo que por primera vez se
dio cuenta de que tal vez no se trata sólo de su decisión.
—¿Hablaste con mamá al respecto? —preguntó Sarah.
—Sí. Me dijo que me pregunte a mí misma si mi vida es mejor con o
sin él.
Sarah y yo tuvimos suerte. Nuestra madre había perfeccionado el
arte de dar sencillos, pero prácticos, consejos. Se mantuvo neutral y nunca
juzgó. Una anomalía de los padres, de acuerdo con muchas de nuestras
amigas.
—Bueno, ¿cuál es tu respuesta?
—No estoy segura, Sarah. Lo amo, pero no creo que vaya a ser
suficiente para mí. —Necesitaba tiempo para pensar, para estar segura, y
Tom y Jane Callahan me habían dado la oportunidad perfecta para
adquirir una cierta distancia. Espacio literal para tomar mi decisión.
—Verá esto como un ultimátum —dijo Sarah.
—Por supuesto que lo hará. —Tomé otro trago de mi margarita.
—Estás manejándolo muy bien.
—Eso es porque en realidad no he roto con él todavía.
—Tal vez sea una buena idea para que ti poder estar a solas por un
tiempo, Anna. Arreglar las cosas y decidir lo que quieres para el resto de tu
vida.
—No tengo que sentarme y esperar por él, Sarah. Tengo un montón
de tiempo para encontrar a alguien que quiera las mismas cosas que yo.
—Lo tienes. —Terminó su margarita y me sonrió—. Y mírate, volarás
a lugares exóticos sólo porque puedes. —Suspiró—. Me gustaría poder ir
contigo. Lo más parecido que he tenido a unas vacaciones en el último año
fue cuando David y yo llevamos a los niños a ver los peces tropicales en el
Acuario Shedd.
Sarah hacía malabares con el matrimonio, la paternidad, y un
trabajo de tiempo completo. Volar en solitario a un paraíso tropical,
probablemente sonaba como nirvana para ella.
Pagamos nuestra cuenta y cuando entramos en el tren pensé que tal
vez, sólo tal vez, mi hierba estaba un poco más verde. Que si mi situación
tenía un lado positivo, era la libertad de pasar el verano en una isla
preciosa, si me daba la gana.
Hasta el momento, ese plan no había funcionado muy bien.
Me dolía la cabeza, mi estómago gruñía, y nunca había estado tan
sedienta en mi vida. Temblando, con la cabeza apoyada en mi chaleco 24
salvavidas, traté de no pensar en cuánto tiempo podría llevarles
encontrarnos.
4
T.J.
Traducido por Mel Cipriano.
Corregido por tamis11
Día 2
M
e desperté tan pronto como aclaró. Anna ya estaba
despierta, sentada en la arena junto a mí, mirando el cielo.
Mi estómago gruñía, y no tenía saliva.
Me senté. —Hola. ¿Cómo está tu cabeza?
—Aún bastante dolorida —dijo.
Su rostro era un pequeño lío, también. Moretones púrpuras cubrían
sus mejillas hinchadas y había sangre seca cerca de su cuero cabelludo. 25
Caminamos hasta el árbol del pan, Anna subió sobre mis hombros y
derribó dos frutas. Me sentía débil, inestable, y era difícil sostenerla.
Se bajó y mientras estábamos allí, una fruta del árbol del pan se
desprendió de su rama y cayó a nuestros pies. Nos miramos el uno al otro.
—Eso hará las cosas más fáciles —dijo.
Quitamos la fruta podrida de debajo del árbol, de modo que si
regresábamos y encontrábamos alguna en la tierra, sabríamos que
podríamos comerla. Tomé la que se había caído y la pelé. Su jugo era dulce
y la fruta no fue tan difícil de masticar.
Necesitábamos desesperadamente algo para recoger el agua, y
caminamos a lo largo de la costa en busca de latas vacías, botellas,
recipientes, cualquier cosa que fuese impermeable y mantuviera la lluvia.
Encontramos escombros, lo que pensé que podrían ser los restos del avión,
pero nada más. La falta de cualquier tipo de basura humana me hizo
preguntarme dónde diablos estábamos.
Fuimos hacia el interior. Los árboles bloqueaban la luz del sol y los
mosquitos nos invadieron. Les di una palmada y me limpié el sudor de la
frente con mi brazo. Vimos un estanque cuando llegamos a un pequeño
claro. Más bien como un gran charco, que estaba lleno de agua turbia, y la
sed me sobrepasó.
—¿Podemos beber eso? —pregunté.
Anna se arrodilló y metió su mano. Hizo girar el agua a su alrededor
y arrugó la nariz ante el olor. —No, está estancada. Probablemente no sea
segura para beber.
Seguimos caminando, pero no pudimos encontrar nada que pudiera
contener el agua, así que volvimos a la palma de coco. Cogí uno de los
cocos del suelo y lo estrellé contra el tronco del árbol, y luego lo tiré
cuando no pude lograr que se agrietara. Le di una patada al árbol, que me
hizo doler el pie. —¡Maldita sea!
Si podía conseguir abrir un coco, podríamos beber el agua que había
dentro, comer la fruta, y recoger la lluvia en la cáscara vacía.
Anna no pareció darse cuenta de mi rabieta. Negó con la cabeza
hacia atrás y hacia delante y dijo—: No entiendo por qué no hemos visto
un avión todavía. ¿Dónde están?
Me senté a su lado, respirando con dificultad y sudando.
—No lo sé. —No dijimos nada durante un tiempo, perdidos en
nuestros propios pensamientos.
Finalmente, dije—: ¿Crees que debamos encender una fogata?
—¿Sabes cómo hacerlo? —preguntó. 26
—No. —Había vivido en la ciudad toda mi vida, podía contar con una
mano el número de veces que había acampado, y aún así me sobrarían
dedos. Además, siempre utilizamos un encendedor—. ¿Y tú?
—No.
—Podríamos intentarlo —le dije—. Parece que tenemos tiempo.
Sonrió ante mi pobre intento de una broma. —Está bien.
Frotamos dos palillos durante la siguiente hora. Anna consiguió que
los suyos estuvieran lo suficientemente calientes como para quemar sus
dedos antes de que decidiera dejarlo. Yo lo hice un poco mejor, hasta creí
ver algo de humo, pero nada de fuego. Mis brazos dolían.
—Me doy por vencido —le dije, dejando caer mis palillos y
limpiándome el sudor con el borde de mi camiseta, antes de que algunas
gotas me salpicaran los ojos.
Empezó a llover. Me concentré en tratar de atrapar las gotas sobre la
lengua, agradecido por la pequeña cantidad de agua que pude ingerir. La
lluvia terminó después de unos pocos minutos.
Todavía sudando, me acerqué a la orilla, me quité la camiseta, y me
metí al agua, usando sólo mis pantalones cortos. La temperatura de la
laguna me recordó a la de un baño, pero metí la cabeza debajo y la sentí
un poco más fresca. Anna me siguió, deteniéndose antes de llegar al agua.
Se sentó en la arena, sosteniendo su largo cabello con una mano. Tenía
que estar quemándose dentro de su camisa de mangas largas y sus
pantalones vaqueros. Unos minutos más tarde, se puso de pie, vaciló, y
luego se sacó la camiseta por sobre su cabeza. Se desabrochó los
vaqueros, salió de ellos, y se dirigió hacia mí, vestida sólo con un sujetador
negro y ropa interior a juego.
—Sólo imagina que estoy en mi traje de baño, ¿de acuerdo? —dijo
cuando se unió a mí en el agua. Tenía la cara roja, y apenas podía
mirarme.
—Claro. —Estaba tan aturdido que apenas podía hablar.
Tenía un cuerpo impresionante. Piernas largas, abdomen plano. Una
muy linda estantería. Observarla debería haber sido la última cosa en mi
mente, pero no lo era. Cualquiera pensaría que sería incapaz de tener una
erección, considerando la sed y el hambre que tenía, y cuán seriamente
jodida era nuestra situación, pero se equivocaban. Me alejé de ella hasta
que estuve bajo control.
Estuvimos en el agua durante mucho tiempo y cuando salimos, me
dio la espalda y se puso sus ropas. Registramos el árbol del pan pero no
había ninguna fruta en el suelo. Anna subió a mis hombros y cuando logré
estabilizarla, presionando sobre sus muslos, la imagen de sus piernas
desnudas apareció mi mente. 27
Bajó dos frutas de pan. Yo no tenía mucha hambre, lo cual era raro
ya que había estado muriendo de hambre. Anna no debió estar
hambrienta, tampoco, ya que no se comió la fruta después de haber
chupado todo su jugo.
Cuando el sol se puso, nos tendimos cerca de la orilla y vimos los
murciélagos llenando el cielo.
—Mi corazón está latiendo muy rápido —le dije.
—Es un signo de deshidratación —explicó Anna.
—¿Cuáles son los otros signos?
—Pérdida del apetito. No tener que hacer pis. Sequedad en la boca.
—Tengo todo eso.
—Yo también.
—¿Cuánto tiempo podemos estar sin agua?
—Tres días. Tal vez menos.
Traté de recordar la última vez que había bebido algo. ¿Tal vez en el
aeropuerto de Sri Lanka? Lográbamos conseguir un poco en nuestras
bocas cuando llovía, pero no sería suficiente para mantenernos vivos. La
comprensión de que se nos estaba acabando el tiempo me asustó.
—¿Qué pasa con el estanque?
—Es una mala idea —aseguró.
Ninguno de nosotros dijo que lo que estábamos pensando. Si todo se
decidía entre el agua del estanque o nada de agua, íbamos a tener que
beberla de todos modos.
—Van a venir mañana —dijo ella, pero no sonaba como si realmente
se lo creyera.
—Espero que sí.
—Tengo miedo —susurró.
—Yo también. —Me di la vuelta sobre mi lado, pero pasó mucho
tiempo antes de que me quedara dormido.
28
5
Anna
Traducido por Mery St. Clair
Corregido por tamis11
Día 3
Día 4
C
uando salió el sol, apenas podía levantar la cabeza de la
arena. Dos cojines de los asientos del avión habían flotado
durante la noche y algo azul junto a ellos llamó mi atención.
Rodeé hacia Anna y la sacudí para despertarla. Me miró con los ojos
hundidos, sus labios resecos y sangrando.
—¿Qué es eso? —Señalé la cosa azul, pero el esfuerzo requerido para
mantener mi mano alzada era demasiado, y dejé caer mi brazo de vuelta a
la arena. 33
—¿Dónde?
—Allá. Por los cojines de los asientos.
—No lo sé —dijo.
Levanté mi cabeza y protegí mis ojos del sol. Lucía familiar y de
repente me di cuenta de lo que era. —Esa es mi mochila. Anna esa es mi
mochila.
Me puse de pie con las piernas temblorosas, caminé hacia la orilla y
la agarré. Cuando regresé, me arrodillé junto a Anna, abrí mi mochila y
saque la botella de agua que ella me había dado en el Aeropuerto de Malé.
Se sentó. —Oh Dios mio.
Torcí la tapa para abrirla y nos pasamos la botella de ida y vuelta,
siendo cuidadosos de no beber muy rápido. Contenía casi un litro, y lo
bebimos todo, pero apenas tomó el borde de mi sed.
Anna alzó la botella vacía. —Si usamos una hoja como embudo
podemos colectar el agua de la lluvia en esto.
Temblorosos y débiles, caminamos al árbol del pan y arrancamos
una gran hoja de una de las ramas más bajas. Anna la rasgó hasta que fue
del tamaño adecuado y la metió en la boca de la botella vacía, haciendo la
abertura tan ancha como era posible. Había cuatro panas en el suelo, y las
llevamos de vuelta a la orilla y las comimos todas. Saqué todo de mi
mochila. La gorra de beisbol de Los Cachorros de Chicago estaba
empapada, pero me la puse de todas formas. Había también una sudadera
gris con capucha, dos camisetas, dos pares de pantalones deportivos,
vaqueros, ropa interior y calcetines, un cepillo de dientes y pasta dental, y
mi reproductor de CD. Agarré el cepillo y la pasta. El interior de mi boca
sabía a algo que ni siquiera podía comenzar a describir. Removí la tapa de
la pasta, derramé un poco sobre mi cepillo, y se lo tendí a Anna. —Puedes
compartir mi cepillo si no te importa.
Ella sonrió. —No me importa, T.J. Pero ve tú primero. Es tuyo.
Cepillé mis dientes y luego enjuagué el cepillo en el océano y se lo
entregué a ella. Derramó más pasta en él, y cepilló sus dientes. Cuando
hubo terminado, lo enjuagó y me lo devolvió. —Gracias.
Esperamos a que lloviera y cuando lo hizo en horas de la tarde,
vimos la botella llenarse de agua. Se la tendí a Anna y bebió la mitad y me
la devolvió. Después de que terminamos pusimos la hoja de regreso y la
lluvia la llenó de nuevo. Anna y yo bebimos eso también. Necesitábamos
más, mucho más probablemente, pero comencé a pensar que quizás no
moriríamos después de todo.
Teníamos una forma de recolectar agua, teníamos las panas, y
sabíamos que podíamos hacer fuego. Ahora necesitábamos un refugio, 34
porque sin uno, nuestro fuego nunca se quedaría encendido.
Anna quería construir el refugio en la playa porque las ratas la
enloquecían.
Rompimos dos ramas con forma de Y y las llevamos a la arena,
poniendo el palo más largo que encontramos entre ellas. Hicimos una
mierda de cobertizo al apoyar más ramas a cada lado.
Las panas dejaron alineado el suelo excepto por un pequeño círculo
donde construíamos nuestro fuego. Anna recogió piedras para ponerlas en
forma de anillo alrededor. Estaría lleno de humo adentro, pero eso quizás
mantendría alejado a los mosquitos.
Decidimos esperar hasta la mañana para hacer otro fuego. Ahora
que teníamos refugio, podríamos recolectar leña y almacenarla adentro del
cobertizo, para que pudiera secarse.
Llovió de nuevo y llenamos nuestra botella tres veces; nunca había
probado algo tan bueno en toda mi vida.
Cuando el sol se levantó, llevamos los cojines, los chalecos
salvavidas y mi mochila dentro del cobertizo.
—Buenas noches T.J. —dijo Anna, descansando la cabeza en uno de
los cojines, la pila de fuego entre nosotros.
—Buenas noches Anna.
7
Anna
Traducido por munieca
Corregido por Escritora Solitaria
Día 5
A
brí los ojos. La luz del sol se filtraba entre las rendijas de la
choza. La presión sobre mi vejiga —algo que no había sentido
en mucho tiempo— me confundió por un segundo, y luego
sonreí.
Tenía que ir al baño.
Salí de la choza sin despertar a T.J. y entré en el bosque. Me puse en
cuclillas detrás de un árbol, arrugando la nariz ante el olor a amoníaco
35
proveniente de mi pis. Cuando me subí mis pantalones, me encogí ante la
humedad entre las piernas.
T.J. estaba despierto y de pie junto a la choza, cuando volví.
—¿Dónde estabas? —preguntó.
Sonreí y dije—: Haciendo pis.
Me chocó los cinco. —Tengo que ir, también.
Cuando volvió, fuimos al árbol del pan y recogimos tres tendidos en
el suelo. Nos sentamos y tomamos nuestro desayuno.
—Déjame ver tu cabeza. —dijo T.J.
Me incliné y T.J. peinó a través de mi cabello con sus dedos hasta
que encontró el corte.
—Está mejor. Probablemente debería haber tenido puntos de sutura,
sin embargo. No puedo ver nada de sangre seca, pero tu pelo es tan oscuro
que es difícil de decir. —Señaló mi mejilla—. Los moretones se van
desvaneciendo. Ese se está volviendo amarillo.
La apariencia de T.J. había mejorado, también. Sus ojos ya no
estaban cerrados por la hinchazón, y sus cortes fueron sanando bien. Le
había ido mejor que mí gracias a su cinturón de seguridad. Su rostro —
muy guapo, aunque aún muy juvenil— no tendría cicatrices permanentes
del accidente de avión. No sé si podría decir lo mismo, pero no preocuparía
por eso hasta el momento.
Después del desayuno, T.J. hizo otro fuego.
—Bastante impresionante, chico de ciudad —le dije, apretando su
hombro.
Sonrió, agregando pequeños trozos de leña y persuadiendo a las
llamas más altas, claramente orgulloso de sí mismo. Se secó el sudor de
los ojos y dijo—: Gracias.
—Déjame ver tus manos.
Me las ofreció, las palmas hacia arriba. Ampollas cubrían la piel en
carne viva, callosa, y dio un respingo cuando las toqué.
—Eso tiene que doler.
—Lo hace —admitió.
El fuego llenó de humo el refugio, pero no se apagaría cuando llovía.
Si escuchabámos un avión, podríamos liquidarlo y tirar hojas verdes en el
fuego para crear humo.
Nunca había pasado tanto tiempo sin una ducha, y olía fatal.
—Voy a tratar de limpiarme —le dije—. Tienes que quedarte aquí,
36
¿de acuerdo?
Asintió con la cabeza y me dio una camiseta de manga corta de su
mochila. —¿Quieres usar esto en lugar de tu camiseta manga larga?
—Sí. Gracias. —La camiseta me quedaría como un vestido, pero no
me importaba.
—Te daría unos pantalones cortos, pero sé que son demasiado
grandes.
—Está bien —le dije—. La camiseta realmente ayudará.
Caminé a lo largo de la costa, parando para quitarme la ropa sólo
cuando ya no podía ver a T.J. o la choza. Escruté el cielo azul, sin nubes.
Ahora sería un momento excelente para que un avión volase por
encima. Seguramente, alguien se daría cuenta de una mujer desnuda en la
playa.
Me metí en la laguna, y los peces se dispersaron. La quemadura de
sol en mis manos y pies se había desvanecido en un bronceado oscuro,
que contrastaba con los brazos y las piernas blancas. Mi cabello colgaba
de mis omóplatos, en un nido de ratas de enredos.
Me lavé el cuerpo con mis manos, y luego recuperé mi ropa de la
orilla enjuagándolas en el océano. Me peiné con los dedos y deseé un
sujetador para una coleta.
Un poco más limpia cuando salí del agua, me puse mi ropa interior
mojada y el sujetador, y tiré de la camiseta de T.J. por encima de mi
cabeza. Llegaba hasta la mitad del muslo, así que no me moleste con mis
jeans.
—Sé que no estoy usando pantalones —expliqué cuando regresé a la
choza—. Pero estoy caliente, y quiero dejar que se sequen.
—No es gran cosa, Anna.
—Me gustaría que tuviéramos algo con qué pescar. Hay un montón
de peces en la laguna —Se me hizo agua la boca y mi estómago gruñó.
—Podríamos tratar de atraparlos con una lanza. Después de
asearme, podemos buscar unos palos largos. Nuestro suministro de leña
es bajo, también.
T.J. volvió a la choza cinco minutos más tarde, con el pelo mojado,
usando ropa limpia. Sus brazos estaban envueltos alrededor de algo
grande y voluminoso.
—Mira lo que encontré en el agua.
—¿Qué es?
37
Puso el objeto en el suelo y lo hizo girar para que pudiera leer la
escritura en el lateral.
—Esa es la balsa salvavidas del avión —Me arrodillé a su lado—.
Recuerdo haberla visto cuando estaba en busca de los chalecos salvavidas.
Abrimos el contenedor y sacamos la balsa. Abrí la bolsa a prueba de
agua adjunta y saqué una hoja de papel que enumeraba el contenido. Lo
leí en voz alta—: La balsa con toldo se encuentra dentro de la caja de
accesorios, cuenta con dos puertas desplegables y un colector de agua de
lluvia en la parte superior del panel del techo. Paquetes especiales están
disponibles, incluidas radiobalizas y localizadores de emergencia.
Mis esperanzas se dispararon. —T.J. ¿dónde está la caja de
accesorios?
T.J. miró en el contenedor y sacó otra bolsa impermeable. Me
temblaban las manos mientras rompía el plástico, y tan pronto como hice
un agujero lo suficientemente grande, di vuelta al revés y boté todo objeto
sobre la arena. Revolvimos en ellos, las manos chocando unas con otras
mientras examinamos cada elemento.
No encontramos nada que conduciera al rescate.
No localizador de emergencia. Sin señal de radio, teléfono satelital, o
transmisor.
Mis esperanzas se desplomaron. —Supongo que pensaron que el
paquete especial era una mejora innecesaria.
T.J. meneó la cabeza lentamente.
Pensé en lo que podría haber ocurrido si hubiéramos encontrado un
localizador de emergencia.
¿Sólo lo enciendes y esperas a que vengan a por ti?
Lágrimas llenaron mis ojos. Parpadeándolas de vuelta, empecé a
inventariar el contenido del estuche de accesorios: cuchillo, botiquín de
primeros auxilios, lona, dos mantas, cuerdas y dos envases de plástico
plegable de dos kilos.
Abrí el botiquín de primeros auxilios: Tylenol, Benadryl, ungüento
antibiótico, crema de cortisona, curitas, toallitas con alcohol e Imodium.
—Déjame ver tus manos —le dije a T.J.
Las ofreció, y le puse una pomada antibiótica y curitas en sus
ampollas.
—Gracias.
Cogí la botella de Benadryl. —Esto puede salvar tu vida.
38
—¿Cómo?
—Va a detener una reacción alérgica.
—¿Qué pasa con eso? —preguntó T.J. señalando una botella blanca.
Me miró y miré hacia otro lado. —Eso es Imodium. Es un anti-
diarreico.
Soltó un bufido cuando oyó eso.
La balsa salvavidas se inflaba con una lata de dióxido de carbono.
Cuando pulsamos el botón, se llenó de gas tan rápidamente que tuvimos
que saltar fuera del camino.
Unimos el techo del toldo y el colector de agua de lluvia. La balsa
salvavidas se parecía a una de las casas de brincos en las que mi sobrina y
sobrino amaban saltar, aunque no tan alta.
—Esto debería contener cerca de diez litros de agua —le dije,
señalando el colector de agua. Tenía sed otra vez, esperaba que la lluvia de
la tarde llegara temprano.
Solapas de nylon colgaban a los lados y se unían a la balsa
salvavidas con velcro. Dejándolas abiertas durante el día permitiría la luz y
el aire en su interior.
Las puertas de malla desplegables proporcionaban una pequeña
abertura.
Empujamos la balsa salvavidas al lado de la choza y pusimos más
leña al fuego antes de caminar hacia el árbol de coco. T.J. cortó la cáscara
de un coco. Él abrió el coco metiendo la hoja del cuchillo, y golpeando el
mango con el puño. Yo cogí el agua que se derramó en uno de los
recipientes de plástico.
—Pensé que iba a ser más dulce. —dijo T.J. después de que él tomó
un trago.
—Yo también —. Sabía un poco amargo, pero no estaba mal.
T.J. raspó la carne con el cuchillo. Muerta de hambre, quería comer
todos los cocos del suelo. Compartimos cinco antes de que mi ansia de
hambre se disipara. T.J. tuvo uno más, y me pregunté cuánta comida
tomaba llenar un muchacho de dieciséis años.
La lluvia llegó una hora más tarde. T.J. y yo nos empapamos,
sonriendo y aplaudiendo, viendo los diferentes contenedores llenarse hasta
el tope. Agradecida por la gran abundancia, bebí hasta que no pude
aguantar más, el agua se agitó en mi estómago cuando me moví.
Al cabo de una hora, los dos orinamos otra vez. Celebramos
comiendo otro coco y dos frutas de pan. 39
—Me gusta el coco más que la fruta de pan. —Le dije.
—A mí también. Aunque ahora que tenemos un fuego, tal vez
podemos asarlo y ver si tiene mejor sabor.
Reunimos más leña y encontramos unos palos largos para pescar
con arpón. Tiramos la lona en la parte superior de la choza y la atamos
con la cuerda para mayor protección de la lluvia.
T.J. talló cinco marcas de conteo en el tronco de un árbol. Ninguno
de los dos mencionó otro modelo.
A la hora de dormir, elevamos el fuego tan alto como pudimos sin
quemar la choza. T.J. se metió en la balsa salvavidas. Fui tras él, con la
camiseta que me había dado por un camisón. Cerré la puerta deslizándola
hacia abajo detrás de mí, por lo menos tendríamos cierta protección contra
los mosquitos.
Bajamos las solapas de nylon y las unimos con los cierres de velcro.
Separé las mantas y puse los cojines de asiento abajo como almohadas.
Las mantas eran ásperas pero nos mantendrían caliente cuando el
sol se pusiera y bajara la temperatura. Los cojines de los asientos eran
delgados y olían a moho, pero era lujosamente cómodo comparado a
dormir en el suelo.
—Esto es impresionante —dijo T.J.
—Lo sé.
Un poco más pequeña que una cama doble, compartiendo el bote
salvavidas con T.J. dejaría sólo unos centímetros entre nosotros. Yo estaba
demasiado cansada para preocuparme.
—Buenas noches, T.J.
—Buenas noches, Anna. —Ya sonaba soñoliento, y rodó sobre su
costado y se desmayó.
Segundos más tarde, yo también lo hice.
Me desperté en medio de la noche para controlar el fuego. Sólo
quedaban brasas, por lo que añadí más leña y hurgué con un palo,
enviando chispas en el aire. Cuando el fuego ardió fuerte otra vez, volví a
la cama.
T.J. despertó cuando me acosté a su lado.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Nada. Puse más leña al fuego. Vuelve a dormir.
Cerré los ojos, y nos dormimos hasta que salió el sol.
40
8
T.J.
Traducido por Annabelle
Corregido por Escritora Solitaria
2
Es un cantante, compositor, productor cinematográfico, empresario, actor y autor
americano. Es más conocido por su música, la cual a menudo representa el estilo de vida
de “escapadas a islas desiertas”.
Fuimos caminando por la orilla. No me había cambiado de nuevo a
mis shorts, así que me quité las medias, la camisa, y salí de los vaqueros.
Debajo tenía unos bóxers grises.
—Haz como si fuera mi bañador —dije.
Miró mi ropa interior y sonrió. —De acuerdo.
La esperé en la parte baja, intentando no mirarla mientras se
quitaba la ropa. Sí ella tenía el valor de desvestirse frente a mí, no iba a
actuar como un idiota sobre el asunto.
Aunque mi erección volvió, y esperaba que no lo notara.
Nadamos por un rato, y cuando salimos del agua, nos vestimos y
sentamos en la arena. Anna miró fijamente hacia el cielo.
—Estaba muy segura de que ese avión volvería a pasar —dijo.
Cuando regresamos al refugio, le coloqué algo más de leña a la
fogata. Anna tomó una de las sábanas de la balsa salvavidas, la extendió
en la arena, y se sentó. Tomé la guitarra y me senté junto a ella.
—¿Tocas? —preguntó.
—No. Bueno, uno de mis amigos me enseñó parte de una canción. —
Tiré de las cuerdas y comencé a tocar las primeras notas de “Wish You
Were Here.” 44
Anna sonrió. —Pink Floyd.
—¿Te gustan los Pink Floyd?
Asintió. —Me encanta esa canción.
—¿En serio? Es genial. Nunca se me hubiera ocurrido eso.
—¿Por qué? ¿Qué tipo de música crees que escucho?
—No lo sé, algo cómo, ¿Mariah Carey?
—No, me gusta lo otro. —Se encogió de hombros—. ¿Qué puedo
decir? Nací en el ’71.
Calculé su edad. —¿Tienes treinta?
—Sí.
—Creí que tenías veinticuatro o veinticinco.
—No.
—No pareces de treinta.
Sacudió la cabeza y se rió ligeramente. —No estoy muy segura si eso
es algo bueno o algo malo.
—Sólo me refiero a que es muy fácil hablar contigo.
Me sonrió. Tiré de las cuerdas un poco más, tocando las mismas
notas de Pink Floyd, pero tuve que parar porque las manos me dolían por
hacer la fogata.
—Si tuviésemos algo que pudiéramos usar como anzuelo, podría
convertir esto en una caña de pescar —dije—. Una cuerda de la guitarra
podría hacer una línea bastante decente. —Pensé en usar un clavo de la
caja de herramientas, pero los peces no eran muy grandes, y necesitaba
algo más pequeño y liviano.
Más tarde, cuando nos fuimos a la cama, ella dijo—: Espero que esa
fiesta por la que te quedaste más tiempo haya valido la pena.
—No fue una fiesta. Sólo les dije eso a mis padres.
—¿Qué fue?
—Los padres de Ben no estaban en la ciudad. Su primo justo había
salido de la universidad para el verano, y se suponía que iba a venir con
su novia. Iba a traer dos de sus amigas. Ben se convenció a si mismo de
que podría conquistar a una de ellas. Le aposté veinte dólares a que no
podría hacerlo. —No le dije a Anna que yo también tenía planeado
intentarlo.
—¿Lo logró?
—Nunca aparecieron. En vez de eso nos quedamos allí toda la 45
noche, bebiendo cerveza y jugando videojuegos. Dos días después me
monté en el avión contigo.
—Guau, T.J. Lo lamento —dijo.
—Sí. —Esperé un minuto y luego pregunté—: ¿Quién era ese hombre
en el aeropuerto?
—Mi novio, John.
Recordé el beso que le había dado. Parecía como si intentaba
encajarle su lengua en la garganta. —Debes extrañarlo.
No respondió de inmediato, pero finalmente, dijo—: No tanto como
probablemente debería.
—¿Qué significa eso?
—Nada. Es complicado.
Mi giré de lado y coloqué mi cojín del asiento debajo de mi cabeza.
—¿Por qué crees que ese avión no regresó, Anna?
—No lo sé —dijo. Pero me dio la impresión de que si lo sabía.
—Creen que estamos muertos, ¿cierto?
—Espero que no —dijo—. Porque si lo piensan, entonces dejarán de
buscarnos.
9
Anna
Traducido por ♥...Luisa...♥
Corregido por Escritora solitaria
A
la mañana siguiente, T.J. usó el cuchillo para cortar los
extremos de dos palos largos en puntos fuertes.
—¿Lista para arponear algunos peces? —preguntó.
—Definitivamente.
Cuando llegamos a la orilla, T.J. se arrodilló y recogió algo.
—Esto tiene que ser tuyo —dijo, dándome una zapatilla de bailarina
azul oscuro.
—Así es. —Miré en el agua—. Tal vez la otra estará empapada. 46
Nos metimos en la laguna, que me llegaba a la cadera. El calor no
era tan intolerable en la mañana, así que me puse una camiseta de T.J.,
en lugar de sólo mi sujetador y ropa interior. El dobladillo saturado de
agua como una esponja se aferraba a mis muslos. Habíamos intentado, sin
éxito, durante más de una hora arponear un pez. Pequeños y rápidos, se
dispersaban en cuanto hacíamos algún tipo de movimiento.
—¿Crees que tendríamos mejor suerte un poco más lejos? —le
pregunté.
—No lo sé. Los peces son, probablemente, más grandes, pero podría
ser más difícil de usar la lanza.
Me di cuenta de algo, entonces, flotando en el agua. —¿Qué es eso,
T.J.? —Protegí mis ojos con la mano.
—¿Dónde?
—Ahí en frente. ¿Ves lo que sube y baja? —Señalé con el dedo.
T.J. entrecerró los ojos en la distancia. —Oh, mierda. Anna, no veas.
Demasiado tarde.
Justo antes de que me dijera que no mirase, lo descubrí. Dejé caer
mi lanza y vomité en el agua.
—Va a ser arrastrado, así que vamos a volver a la orilla —dijo T.J.
Lo seguí fuera del agua. Cuando llegamos a la arena vomité otra vez.
—¿Ya está aquí? —le pregunté, limpiándome la boca con el dorso de
mi mano.
—Casi.
—¿Qué vamos a hacer?
La voz de T.J. sonaba temblorosa e insegura. —Vamos a tener que
enterrarlo en alguna parte. Nos vendría bien una de las mantas, a menos
que no quieras.
Por mucho que odiaba renunciar a una de nuestras pocas
pertenencias, envolverlo en una manta parecía lo respetuoso para hacer. Y
si era honesta conmigo misma, sabía que no había manera de que pudiera
tocar su cuerpo con mis manos desnudas.
—Iré por ella —le dije, agradecida por una excusa para no estar allí
cuando lo arrastrara.
Cuando regresé con la manta, se la entregué a T.J., y rodamos el
cuerpo en ella, empujando con los pies. El olor de la descomposición, la
carne anegada llenó mi nariz, y escondí y hundí la cara en el hueco de mi
codo.
—No lo podemos enterrar en la playa —le dije. 47
T.J. sacudió la cabeza. —No.
Elegimos un lugar debajo de un árbol, lejos del cobertizo, y
empezamos a cavar en la tierra blanda con las manos.
—¿Es lo suficientemente grande? —preguntó T.J. bajando la mirada
al agujero.
—Creo que sí.
No necesitábamos una tumba grande porque los tiburones habían
comido las piernas de Mick y parte de su torso. Y un brazo. Otra cosa en la
que habían estado trabajando era su cara, hinchada y blanca. Recortes de
la camiseta desteñida que había estado usando colgaban de su cuello.
T.J. esperó mientras yo tenía arcadas, y luego agarré uno de los
bordes de la manta y le ayudé a arrastrar a Mick a la tumba y bajarlo en el
agujero.
Lo cubrimos con tierra y nos levantamos.
Lágrimas silenciosas rodaron por mi cara. —Él ya estaba muerto
cuando caímos al agua —dije con firmeza, como un comunicado.
—Sí —estuvo de acuerdo T.J.
Empezó a llover, así que volvimos a la balsa salvavidas y nos
metimos dentro. El pabellón nos mantuvo secos, pero me estremecí. Tiré
de la manta sobre nosotros —la que ahora estaríamos compartiendo— y
dormimos.
Cuando nos despertamos, T.J. y yo reunimos fruta de pan y coco.
Ninguno de los dos dijo mucho.
—Aquí. —T.J. me entregó un trozo de coco.
Le aparté la mano. —No, no puedo. Tú cómelo. —Mi estómago
estaba revuelto. Nunca sacaría la imagen de Mick fuera de mi cabeza.
—¿Tu estómago está todavía revuelto?
—Sí.
—Prueba un poco de agua de coco —dijo, pasándomelo.
Levanté el envase de plástico a mis labios y bebí un trago.
—¿Eso descendió bien?
Asentí con la cabeza. —Tal vez me quede sólo con esto por un rato.
—Voy a buscar un poco de leña.
—Está bien.
Sólo se había ido unos minutos, cuando sentí el chorro.
Oh, Dios mío, no. 48
Con la esperanza de una falsa alarma, entré en la dirección opuesta
a donde T.J. se había ido y tiré de mis pantalones abajo. Allí, en la
entrepierna de algodón blanco de mi ropa interior era la prueba de que
acababa de llegar mi período.
Me apresuré hacia algo en lo que apoyarme y agarré una camiseta
manga larga. De vuelta en el bosque, arranque una tira, hice una bola, y la
metí en mi ropa interior.
Necesito que este día miserable se termine.
Cuando se puso el sol, los mosquitos hacían un festín con mis
brazos.
—Debiste de haber decidido que estar más fría valía más que unas
cuantas picaduras —dijo T.J. cuando me vio espantándolos con mi mano.
Se había puesto la sudadera y unos vaqueros tan pronto como los bichos
salieron.
Pensé en mi camisa de manga larga, escondida debajo de un arbusto
al que sólo esperaba ser capaz de encontrar de nuevo.
—Sí, algo así.
10
T.J.
Traducido por Marie.Ang Christensen
Corregido por Vane-1095
N
o comimos nada más que coco y fruta de pan por los
siguientes ocho días y nuestras ropas acabaron colgándonos.
El estómago de Anna gruñía mientras dormía, y yo tenía un
constante dolor en el mío. Dudaba que los equipos de rescate aún
estuvieran buscándonos, y un hoyo, una sensación de vacío, que no tenía
nada que ver con el hambre, se unía al dolor en mis entrañas cada vez que
pensaba en mi familia y amigos.
Pensé que impresionaría a Anna si podía pescar un pez. Me las
arreglé para apuñalarme a mí mismo el pie en su lugar, lo cual duele como
el infierno, pero no le dejé saber eso.
49
—Quiero poner una pomada antibiótica en él —dijo Anna. Untó
suavemente pomada en la herida y la cubrió con una curita. Dijo que la
humedad de la isla era perfecta para los gérmenes y el pensar que uno de
nosotros obtuviera una infección la asustaba como la mierda—. Tendrás
que permanecer fuera del agua hasta que sanes, T.J. Quiero mantenerte
seco.
Genial. Nada de pescar y nada de nadar.
Los días pasaron lentamente. Anna se tranquilizó. Durmió más, y la
pillé secándose los ojos cuando regresé de recolectar leña o explorar la isla.
La encontré sentada en la playa un día, mirando el cielo.
—Es más fácil si dejas de pensar que van a volver —dije.
Me miró. —¿Así que sólo debo esperar a que un avión vuele al azar
sobre mi cabeza algún día?
—No lo sé, Anna. —Me senté a su lado. —Podemos salir en una
balsa salvavidas —dije—, cargarla con comida y usar los recipientes de
plástico para recolectar agua de lluvia. Sólo comienza a remar.
—¿Qué pasa si nos quedamos sin comida o algo le sucede a la
balsa? Eso sería suicidio, T.J. Obviamente no estamos en la trayectoria de
vuelo de cualquiera de las islas inhabitadas, y no hay garantía de que un
avión volará por aquí. Estas islas se extienden por miles de kilómetros de
agua. No puedo estar en el mar. No después de ver a Mick. Me siento a
salvo aquí, en tierra. Y sé que no van a volver, pero el decirlo en voz alta
me parecería que me di por vencida.
—Yo me sentía de esa manera, pero ya no más.
Anna me estudió. —Eres muy adaptable.
Asentí con la cabeza. —Vivimos aquí ahora.
50
11
Anna
Traducido por Majo_Smile ♥
Corregido por LadyPandora
T
.J. gritó mi nombre. Estaba sentada al lado del cobertizo, con
la mirada perdida en el espacio. Corrió hacia mí, arrastrando
una maleta tras él.
—Anna, ¿es tuya?
Me puse de pie y corrí a su encuentro a mitad de camino.
—¡Sí!
Por favor, deja que sea la correcta.
Me tiré en la arena en frente de la maleta y tiré de la cremallera, 51
entonces abrí la tapa y sonreí.
Empujé la ropa mojada a un lado y busqué mis joyas. Encontré la
bolsa con cierre hermético, la abrí, y derramé todo. Escudriñando a través
de ella, mis dedos se cerraron en torno a un pendiente con forma de aro y
lo alcé triunfalmente para que T.J. lo viera.
Sonrió, observando el alambre curvado que colgaba del aro.
—Eso sería genial como anzuelo, Anna.
Lo saqueé todo de la maleta: el cepillo de dientes y dos tubos de
pasta dental corriente, además de un tubo dental blanqueador Crest,
cuatro barras de jabón, dos botellas de gel de baño, champú y
acondicionador, loción, crema de afeitar y mi maquinilla de afeitar, más
dos paquetes de cartuchos de recambio de cuchilla. Tres desodorantes,
dos sólidos y uno en gel, el aceite de bebé y las bolas de algodón para
quitar el maquillaje, bálsamo labial de cereza y, gracias Jesús, dos cajas
de tampones. El quitaesmalte y el esmalte, pinzas, bastoncitos de algodón
para los oídos, pañuelos de papel, una botella de Woolite3, para lavar a
mano mis trajes de baño, y dos tubos de Coppertone, con un factor de
protección solar de 30. T.J. y yo estábamos ya tan morenos que no creí
que el protector solar hiciera una diferencia.
***
4 Banda estadounidense de hard rock y album oriented rock, formada en Illinois en 1967.
5 Eslogan de la marca Nike.
—Voy a darme un baño —le dije—. No puedes ir al agua mientras yo
esté allí. ¿Eso queda claro?
T.J. asintió con la cabeza.
—No lo haré. Te lo prometo. Voy a ver si puedo hacer una caña de
pescar, mientras tú vas. Iré cuando regreses.
—Está bien.
Cuando llegué a la orilla, me quité la ropa, entré en el agua, y hundí
la cabeza. Me lavé el pelo sucio, lo enjuagué, y volví a lavármelo. El
champú olía increíble, pero quizás era porque yo olía muy mal. Después de
ponerme el acondicionador, me enjaboné de pies a cabeza y me senté en la
orilla, afeitándome las piernas y las axilas. Entré en el agua para
enjuagarme y floté de espaldas durante un rato, contenta y limpia.
Me puse mi bikini amarillo, me eché desodorante y me desenredé el
cabello, haciéndome un moño y asegurándolo con una pinza de pelo. Elegí
las gafas de sol negras, decidiendo que T.J. debía de ponerse las Ray Ban.
Él me miró dos veces cuando me acerqué. Cuando me senté a su
lado, se inclinó, me olfateó, y dijo—: Los mosquitos van a comerte viva.
—Me siento tan bien que ni siquiera me importa.
—¿Qué opinas? —preguntó, levantando la caña de pescar. Había
hecho un agujero en el extremo de un palo largo y atado la cuerda de la
53
guitarra al mismo. Lo colocó al otro extremo a través de un circuito abierto
en el cable de mi pendiente.
—Se ve muy bien. Cuando vuelvas de lavarte, lo probamos. Dejé todo
por el agua. Sírvete tú mismo.
Cuando T.J. regresó, se veía limpio y olía tan bien como yo. Le di las
Ray Ban.
—Oye gracias —dijo, poniéndoselas—. Son geniales. —Agarró la caña
de pescar.
—¿Qué vamos a utilizar como cebo? —pregunté.
—Lombrices, supongo.
Cavamos en el suelo, por debajo de los árboles, hasta que
encontramos algunos. Parecían más gusanos grandes que lombrices, eran
blancos y ondulados, me estremecí. T.J. recogió un puñado, y fuimos
hacia el agua.
—La cuerda no es muy larga —dijo—. No quería usar todas las
cuerdas de la guitarra por si acaso se rompía o le pasaba algo al palo.
Después de caminar hasta la altura de la cintura, lanzó el anzuelo.
Nos quedamos quietos.
—Algo está mordisqueando —dijo.
Tiró el palo hacia atrás y sacó la cuerda. Aplaudí ante los peces que
colgaban del extremo.
—Oye, ¡funcionó! —gritó.
T.J. pescó otros siete en menos de media hora. Cuando llegamos al
cobertizo, salió a recoger leña, y yo limpié el pescado con el cuchillo.
—¿Dónde aprendiste a hacer eso? —me preguntó cuando regresó.
Vació la mochila llena de palos en el montón de leña en el cobertizo.
—Mi padre. Solía llevarnos de pesca a Sara y a mí todo el tiempo, a
la casa del lago que teníamos cuando éramos pequeñas. Siempre se ponía
su sombrero loco con dibujos de anzuelo en forma de pez. Le ayudaba a
limpiar todo lo que cogía.
T.J. observaba mientras raspaba las escamas con el cuchillo y luego
le cortaba la cabeza. Pasé el cuchillo en horizontal y hacia abajo por el
largo de los peces, separando el filete de la piel. Vertí agua de lluvia en mis
manos para quitarme la sangre y las tripas, y luego cocinamos el pescado
en la piedra plana que usábamos para tostar pan. Nos comimos los siete,
uno detrás de otro. Sabían mejor que cualquier otro pez que hubiera
comido antes.
—¿Qué tipo de pescado crees que es? —le pregunté a T.J. 54
—No lo sé. Aunque está bastante bueno.
Nos sentamos en la manta después de cenar, con nuestros
estómagos llenos por primera vez en las últimas semanas. Alcancé mi
maleta y saqué la agenda, alisando las páginas torcidas.
—¿Cuántos días hemos estado aquí? —le pregunté a T.J.
Se acercó al árbol e hizo un recuento de las marcas que había hecho
con el cuchillo.
—Veintitrés.
Redondeé la fecha en el calendario. Era casi julio.
—Voy a hacer un seguimiento a partir de ahora. —Entonces pensé
en algo—. ¿Cuando se supone que debes ir al médico?
—A finales de agosto. Se supone que me tienen que hacer un
escáner.
—Nos encontrarán para entonces.
Realmente no lo creía. Y dada la mirada en la cara de T.J., él
tampoco.
***
Estaba yendo al baño detrás de un árbol cuando lo escuché. El
aleteo, el sonido de algo agitándose me sorprendió y casi caí en mi charco
de pis. Me puse en pie y me levanté la ropa interior y los pantalones
cortos, entonces escuché, pero no volví a oír el ruido.
—Creo que he oído a un animal —le dije a T.J. cuando regresé.
—¿Qué clase de animal?
—No lo sé. Era como el ruido de un aleteo. ¿Has oído algo?
—Sí, también lo he oído.
Volvimos al lugar donde había oído el ruido, pero no encontramos
nada. Reunimos toda la leña que podíamos cargar en el camino de regreso,
y la depositamos en nuestra pila de leña.
—¿Quieres ir a nadar? —preguntó T.J.
—Claro.
Ahora que tenía traje de baño, nadar sonaba como una gran idea.
El agua clara en la laguna habría sido perfecta para bucear.
Nadamos durante aproximadamente media hora, y justo antes de que
saliéramos del agua, T.J. pisó algo. Se zambulló debajo de la superficie.
Cuando subió, sostenía una zapatilla de deporte en la mano.
55
—¿Es tuya? —pregunté.
—Sí. Me imagino que al final se lavarán —dijo.
Nos sentamos en la playa, con la brisa del océano secando nuestros
cuerpos.
—¿Por qué tus padres eligieron estas islas? —pregunté—. Están tan
lejos.
—El buceo. Se supone que son unos de los mejores puntos de buceo
en el mundo. Mi padre y yo estamos diplomados —dijo T.J., hundiendo
sus pies en la arena blanca—. Cuando estaba muy enfermo, hizo la gran
cosa de decirles a todos que tan pronto como me recuperara, tendríamos
las mejores vacaciones. Como si me importara una mierda.
—¿No querías venir aquí?
T.J. sacudió la cabeza.
—¿Por qué no?
—Nadie quiere pasar todo el verano con su familia. Quería quedarme
en casa y pasar el rato con mis amigos. Entonces me dijeron que ibas a
venir y que tendría que hacer todo el trabajo que no hice o tendría que
repetir decimo grado. Eso realmente me molestó. —Me miró como
disculpándose—. Sin ánimo de ofender.
—No lo has hecho.
—Sin embargo, no me escucharon. Mi madre y mi padre se
convencieron a sí mismos de que este viaje sería lo mejor que le ha pasado
a nuestra familia. Pero incluso mis hermanas estaban enfadadas. Querían
ir a Disney World.
—Lo siento, T.J.
—No pasa nada.
—¿Qué edad tienen tus hermanas?
—Alexis tiene nueve años y Grace once. A veces me vuelven loco, no
paran de hablar, pero son fantásticas —dijo—. ¿Tienes hermanos o
hermanas?
—Tengo una hermana, Sara. Es tres años mayor que yo y está
casada con un tipo llamado David. Tienen dos hijos, Joe de cinco años y
Chloe de dos. Los echo muchisimo de menos a todos. No puedo
imaginarme como lo estarán pasando, sobre todo mi madre y mi padre.
—Yo también echo de menos a mi familia —dijo T.J.
Observé el brillante cielo azul y miré hacia el agua turquesa,
escuchando el sonido relajante de las olas golpeando el arrecife.
—Realmente esto es precioso —dije. 56
—Sí —estuvo de acuerdo T.J.—. Lo es.
12
T.J.
Traducido por Panchys
Corregido por LadyPandora
U
na de las cosas más difíciles de estar en la isla era el
aburrimiento. Tomaba su tiempo reunir comida y leña, e ir a
pescar dos o tres veces al día, pero aún teníamos muchas
horas que sobraban. Explorábamos y nadábamos, pero también
conversábamos, y no pasó mucho tiempo antes de sentirme casi tan
cómodo con Anna como lo hacía con mis amigos; escuchaba lo que tenía
que decir.
Me preguntó cómo lo estaba llevando, emocionalmente hablando.
Los chicos supuestamente deben ser rudos, y Ben y yo segurísimo que
nunca nos sentaríamos por ahí a hablar de cómo nos sentíamos, pero
57
admití a Anna que tenía una extraña sensación en mi estómago cada vez
que pensaba en cuándo nos encontrarían. Le dije que a veces me
asustaba. Le dije que no siempre dormía bien. Me dijo que ella tampoco.
Aunque me gustaba compartir una cama con Anna, a veces se
acurrucaba junto a mí, con su cabeza en mi hombro, y una vez cuando me
dormí de lado, presionó su pecho contra mi espalda y metió las rodillas en
el espacio por detrás de las mías. Lo hizo mientras dormía, y no significaba
nada, pero se sintió bien. Nunca había pasado la noche entera con una
chica antes. Emma y yo sólo habíamos dormido juntos un par de horas y
eso fue sobre todo, porque estaba enferma.
Me gustaba Anna. Mucho. Sin ella la isla habría apestado.
***
veces.
—No fue divertido. Estuve entrando y saliendo del hospital muchas 58
—¿Cuánto tiempo estuviste enfermo?
—Alrededor de un año y medio, supongo. Durante un tiempo, no
estuve muy bien. Los médicos no sabían qué pensar.
—Eso tuvo que ser realmente aterrador T.J.
—Bueno, trataron de mantenerlo en secreto, lo cual odiaba. Sólo
supe que era malo porque de repente nadie me miraba a los ojos cuando
preguntaba cosas. O cambiaban de tema. Eso me asustaba.
—Apuesto a que sí.
—Al principio, mis amigos me visitaban todo el tiempo, pero cuando
no me recuperé, algunos de ellos dejaron de venir. —Tomé otro sorbo de
agua y le entregué la botella a Anna—. ¿Conoces a mi amigo, Ben?
—Sí.
—Él vino cada día. Pasaba horas viendo la televisión conmigo, o sólo
se sentaba en una silla junto a mi cama del hospital cuando me sentía
L
a luz del sol me despertó, iluminando el interior de la balsa
salvavidas. T.J. ya se había ido a buscar leña o pescar.
Bostecé, estiré mis brazos y piernas, y salí de la cama. Mi
maleta se encontraba en la choza, y metí la mano y tomé un bikini,
volviendo a la balsa salvavidas para cambiarme. Vestida, levanté las
solapas de nylon para dejar que entrara algo de aire fresco.
T.J se acercó con el pescado que capturó para el desayuno. Sonrió.
—Hola.
—Buenos días. 60
Revisé los árboles de fruta del pan y coco, recogiendo todo del suelo
y trayéndolos de vuelta a la choza. T.J. quebró los cocos mientras yo
limpiaba y cocinaba el pescado.
Después del desayuno cepillamos nuestros dientes, los enjuagamos
con agua de lluvia, y taché la fecha en mi agenda. Septiembre ya. Difícil de
creer.
—¿Quieres ir a nadar? —preguntó T.J.
—Seguro.
La última semana, T.J. había visto dos aletas, justo fuera del
arrecife. Nos entró el pánico y salimos del agua, mientras mirábamos como
venían hasta el final de la laguna. Delfines. Nos metimos lentamente
dentro del agua y ellos no nadaron lejos, esperando pacientemente
mientras nos acercábamos a ellos.
—Casi actúan como si estuvieran aquí para presentarse —dije con
asombro.
T.J. acarició a uno y se rió cuando sopló agua por su respiradero.
Nunca había visto criaturas tan sociales. Nadaron con nosotros por un
rato y luego nos dejaron abruptamente, como si fuera una especie de
programa marítimo.
—Tal vez los delfines volverán hoy —dije mientras seguía T.J. hasta
la orilla.
Nos entretuvimos nosotros mismos usando uno de los recipientes de
plástico plegable como una máscara de snorkel. Habían escuelas de peces
de brillantes colores, púrpura, azul, naranja, y amarillo y negro a rayas.
Vimos una tortuga marina y una anguila asomando su cabeza desde el
fondo del océano. Me alejé nadando rápidamente cuando la vi.
—No hay delfines —dije después a T.J. y había estado nadando por
al menos una hora—. Debemos haberlos perdido.
—Podemos intentarlo de nuevo después de nuestra siesta. —De
repente, apuntó hacia la costa—. Anna, mira hacia allá.
Una pata de cangrejo salió de la arena, la pinza se abrió, y se cerró.
Salimos corriendo del agua.
—Voy a agarrar mi sudadera —dijo.
—Date prisa, está tratando de enterrarse.
T.J. regresó en un tiempo record, envolvió su sudadera alrededor del
cangrejo, y lo tiró fuera de la arena. Fuimos de nuevo a la choza y T.J. lo
sacudió sobre el fuego.
—Oh Dios —dije, pensando por un segundo en la violenta muerte del
cangrejo.
61
Lo superé rápido.
Rompimos las piernas con las pinzas de la caja de herramientas,
sorprendiéndonos de de nosotros mismos. La carne de cangrejo —incluso
sin mantequilla caliente derretida— sabía mejor que cualquier cosa que
había comido desde que estábamos en la isla. Ahora que sabíamos donde
se enterraban, T.J. y yo tendríamos que verificar la costa diariamente. Me
había cansado del pescado, cocos, y la fruta de pan que apenas podía
tragar a veces, y agregar la carne de cangrejo daría un poco de variedad,
algo que estaba desesperadamente fuera de nuestra dieta.
Cuando el cangrejo no era nada más que un montón de trozos de
concha, saqué la manta de la balsa salvavidas y la tendí bajo el árbol de
cocos. Nos tendimos uno al lado del otro. La sombra del árbol ayudaba a
mantenernos frescos durante las horas más calurosas del día, y se había
convertido en nuestro lugar favorito para tomar la siesta.
Una gran, espeluznante y peluda araña —su cuerpo del tamaño de
un cuarto— se arrastró perezosamente por el hombro de T.J. y la sacudí
con mi dedo.
—Esa incluso me asustó —dije.
T.J. se estremeció. Odiaba las arañas, siempre sacudía nuestra
manta, comprobándola antes de ponerla de vuelta en la balsa salvavidas.
Personalmente, odiaba a las serpientes. Ya había pisado una y la única
cosa que me impidió quedar completamente traumatizada fue el hecho de
que llevaba mis tennis. Odiaba pensar haber pisado una descalza; fuera o
no venenosa era demasiado estresante para pensarlo.
Pensé que T.J. ya se había quedado dormido, pero luego dijo—: ¿Qué
crees que va a pasar con nosotros, Anna? —Su voz sonó somnolienta.
—No lo sé. Creo que seguiremos haciendo lo que estamos haciendo y
trataremos de aguantar hasta que alguien nos encuentre.
—No estamos haciéndolo tan mal —dijo T.J., rodando sobre su
estómago—. Apuesto a que sorprendería mucha gente.
—Esto me sorprende. —Mi estómago lleno me puso somnolienta
también—. No es como si hubiéramos tenido una elección, T.J. O lo
imaginamos o morimos.
T.J. levantó la cabeza de la manta y me miró con una expresión
contemplativa. —¿Piensas que hayan hecho funerales para nosotros
cuando regresemos a casa?
—Sí. —La idea de nuestras familias manteniendo monumentos dolía
tanto que apreté los ojos cerrados y quise estar dormida, con la esperanza
de escapar de las imágenes de una iglesia llena de gente, un altar vacío y
los rostros llorosos de mis padres. 62
Después de nuestra siesta reunimos leña, una tarea interminable y
tediosa. Manteníamos el fuego ardiendo constantemente, en parte para
que T.J. no tuviera que hacer una nueva y en parte porque ambos aún
manteníamos la esperanza de que un avión volara sobre nosotros. Cuando
pasara, estaríamos listos, nuestra pila de hojas verdes enviarían señales
de humo tan pronto como las arrojáramos a las llamas.
Agregamos leña a la pila en la choza. Luego llené el contenedor que
había tenido la balsa salvavidas con agua de mar, agregué una tapa de
Woolite, y agité nuestra ropa sucia alrededor de ella.
—Debe ser el día del lavado —dijo T.J.
—Síp.
Colgamos una cuerda entre dos árboles y colgamos la ropa para que
se secara. No teníamos mucho; T.J. llevaba pantalones cortos y nada más.
Yo pasaba los días en bikini, durmiendo con su camiseta y un par de
pantalones cortos cada noche.
Más tarde esa noche, después de la cena, T.J. preguntó si quería
jugar a las cartas.
—¿Poker?
Se echó a reír. —¿Qué, no te pateé el trasero lo suficiente la última
vez?
T.J. me enseñó a jugar, pero no era muy buena. Al menos, eso es lo
que él pensaba. Empecé a tomarle el ritmo, y estaba a punto de vencerlo.
Seis manos más tarde, gané cuatro, y él dijo—: Eh, debo estar
teniendo una mala noche. ¿Quieres en su lugar jugar damas?
—Está bien.
Él dibujó un tablero de damas en la arena. Usamos piedrecitas para
las damas y jugamos tres juegos.
—¿Uno más? —preguntó T.J.
—No, voy a ir a tomar un baño.
Me preocupaba nuestro subministro de jabón y champú. Me había
llenado con un montón de cada uno, pero T.J. y yo habíamos acordado
bañarnos solamente cada dos días. Por si acaso. Quedábamos un poco
más limpios desde que nadamos más, pero no siempre olíamos de los
mejor.
—Tu turno —dije, cuando volví de la costa.
—Extraño la ducha —dijo T.J.
Después del baño, nos fuimos a la cama. T.J. cerró la puerta
corredera de la balsa salvavidas y se acostó a mi lado.
—Daría cualquier cosa por una Coca —dijo.
63
—Yo también. Una grande, con un montón de hielo.
—Y quiero algo de pan. No fruta del pan. Pan. Como un gran
sándwich, con papas fritas y un pepinillo.
—Pizza, estilo Chicago6 —dije.
—Una gran y sabrosa hamburguesa con queso.
—Bistec —dije—. Y una papata cocida al horno con queso y crema
agria.
—Pastel de chocolate para el postre.
—Sé cómo hacer un pastel de chocolate. Mi mamá me enseñó.
—¿Del tipo con chispas de chocolate encima?
—Sí. Cuando salgamos de esta isla, voy a hacerte una. —Suspiré—.
Sólo nos estamos torturando nosotros mismos.
—Lo sé. Ahora tengo hambre. Bueno, ya tenía un poco de hambre.
Me giré sobre mi costado y me acomodé. —Buenas noches, T.J.
—Buenas noches.
6
Pizza con una base de pan gruesa y crujiente cubierta de queso y salsa de tomate.
***
***
L
a lluvia comenzó a caer por todos lados. Los truenos
retumbaban y los relámpagos iluminaban el cielo. El viento
sacudió la balsa salvavidas, y me preocupaba que esto nos
recolocara a mitad de la playa. Hice una nota mental: hacer un ancla a la
balsa mañana.
—¿Estás despierta? —le pregunté a Anna.
—Sí.
La tormenta se extendió por horas. Nos juntamos con la cobija
encima de nuestras cabezas. El delgado nylon que cubría el techo y que 66
colgaba de los lados de la balsa era todo lo que nos protegía de los rayos,
lo cual era mejor que no tener ninguna protección. No hablamos mucho,
sólo esperamos a que terminara, y cuando finalmente ocurrió, dormimos
agotados.
A la mañana siguiente, Anna trajo algunos cocos verdes pequeños
que cayeron del árbol por la tormenta. Los abrimos. La pulpa sabía dulce,
y el agua no era amarga como en los cocos marrones.
—Estos son tan buenos —dijo Anna.
El cobertizo se había derrumbado y nuestra fogata se había apagado,
así que hice otra, esta vez usando mis cordones. Los até a los extremos
opuestos del palo, curvándolo. Haciendo un nudo en la cuerda, coloqué el
otro palo contra el que estaba perpendicular, así las maderas se apoyaban.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Anna.
—Voy a usar esto para girar el palo. Así lo hizo un tipo en la
televisión.
Ajusté la tensión en la cuerda y sostuve el palillo en diferentes
ángulos. Me tomó un rato conseguir que el palo girara lo suficientemente
rápido, pero una vez que lo hice, conseguí humo en unos quince minutos,
y las llamas muy pronto después de eso.
—Oye —dijo Anna—. Esa fue una grandiosa idea.
—Gracias. —Apilé en la yesca y observé el fuego crecer. Anna y yo
pusimos el cobertizo de nuevo juntos.
Me sequé el sudor de los ojos y dije—: Espero que esta sea la peor
tormenta que tendremos. —Incliné el último barrote contra el cobertizo—.
Porqué no sé que vamos a hacer si nos quedamos sin refugio.
***
L
os delfines nadaban junto a mí en la laguna. Se zambullían
bajo mi cuerpo, y aparecían al otro lado. Hicieron los ruidos
chirriantes más divertidos, y cuando hablé con ellos, actuaron
como si me entendieran. A T.J. y a mí nos gustaba agarrar sus aletas, y
reír mientras ellos nos dejaban montarlos. Podría jugar con ellos durante
horas.
T.J. corrió hacia la laguna. —Anna, adivina lo que encontré.
La otra zapatilla de tenis de T.J. estaba lavada, y puesto que ya no
tenía que preocuparse de dañar sus pies más, se pasaba horas en el 69
bosque, en busca de algo interesante. Hasta el momento, no había
encontrado nada más que picaduras de mosquitos, pero no dejaba de
mirar de todos modos. Le daba algo que hacer.
—¿Qué encontraste? —le pregunté, acariciando a uno de los
delfines.
—Ponte tus tenis y ven a ver.
Le dije adiós a los delfines, y lo seguí a la choza para ponerme los
zapatos y los calcetines.
—Bueno, ahora tengo curiosidad. ¿Qué es?
—Una cueva. Fui a tomar un montón de palos, y cuando los aparté,
vi la apertura. Quiero ver lo que hay en ella.
Sólo tomó unos minutos llegar a la cueva. T.J. se arrodilló a la
entrada y se arrastró a través de sus manos y rodillas.
—Es más estrecho de lo que pensaba —gritó—. Acuéstate en el suelo
y arrástrate como en el ejército usando tu estómago. Es apretado, pero allí
hay un espacio. Vamos, entra
—De ninguna manera —le grité de vuelta—. Nunca iré en esa cueva.
Mi corazón latía más rápido, y empecé a sudar sólo de pensarlo.
—Estoy avanzando a tientas. No puedo ver nada.
—¿Por qué hiciste eso? ¿Qué pasa si hay ratas, o una gran y
terrorífica araña?
—¿Qué? ¿Crees que puede haber arañas?
—No, no importa.
—No creo que haya nada aquí, excepto piedras y palos. Sin embargo
no puedo estar seguro.
—Si los palos están secos, sácalos. Podemos añadirlos a la pila de
leña.
—Está bien.
T.J. salió de la cueva y se puso de pie con algo que parecía un hueso
de la espinilla en una mano, y algo que definitivamente era una calavera
en la otra. Los soltó y dijo—: ¡Mierda!
—Oh, Dios mío —le dije—. No sé de quiénes son, pero no terminó
bien para ellos.
—¿Crees que es la persona que construyó la cabaña? —preguntó
T.J. Miramos el cráneo.
Asentí con la cabeza. —Esa sería mi conjetura.
Caminamos de regreso a la choza y cogimos un leño encendido del
fuego que utilizamos para una antorcha. Nos apresuramos a volver a la
70
cueva y T.J. se puso en sus manos y rodillas y se metió dentro,
sosteniendo la antorcha delante de él.
—No te quemes —grité tras él.
—No lo haré.
—¿Entraste?
—Sí.
—¿Qué ves?
—Definitivamente es un esqueleto. Pero no hay nada más aquí. —
T.J. salió y me entregó la antorcha—. Voy a dejar los huesos en la cueva
con el resto de ellos.
—Buena idea.
T.J. y yo caminamos de regreso a la choza.
—Bueno, eso fue horrible —le dije.
—¿Cuánto tiempo tarda un cuerpo para convertirse en un esqueleto?
—preguntó T.J.
—¿Con este calor y humedad? Probablemente no mucho.
—Definitivamente creo que es el chico de la cabaña.
—Probablemente tienes razón. Y si es él, ahí va una de nuestras
posibilidades de rescate. —Negué con la cabeza—. No va a volver, porque
nunca se fue. Pero, ¿qué lo mató?
—No lo sé. —T.J. arrojó un poco de leña al fuego y se sentó a mi
lado—. ¿Por qué no entraste en la cueva? Antes de que supiéramos sobre
el esqueleto, quiero decir.
—No puedo soportar espacios pequeños y cerrados. Me asusté.
¿Recuerdas la casa del lago de la que te hablé? ¿A la que mi papá y yo
íbamos a pescar?
—Sí.
—Sarah y yo siempre jugábamos con los otros niños que veraneaban
con sus familias. Había un camino que rodeaba todo el lago, y tenía un
gran tubo de drenaje bajo él. Los niños siempre se retaban entre ellos a
arrastrarse a través de él, al otro lado. En una ocasión, Sarah y yo
decidimos hacerlo, y convencimos a todos los demás a que fueran.
Llegamos a mitad de camino, y me entró el pánico. No podía respirar y la
persona frente a mí no seguía adelante. No podía retroceder porque habían
niños detrás de mí, también. Tenía probablemente siete, y no era muy
grande, pero la tubería era muy pequeña. Finalmente lo hicimos, y Sarah
tuvo que ir a buscar a nuestra madre, porque yo no dejaba de llorar. Lo
recuerdo como si fuera ayer. 71
—No me extraña que no quisieras entrar
—Lo que no puedo entender es por qué Bones7 se arrastraría allí
para morir.
—¿Bones?
—Siento como si debiera tener un nombre. Bones suena mejor que
“chico de la cabaña”.
—Funciona para mí —dijo, T.J.
***
A
nna estaba de pie al lado del bote salvavidas. Le entregué a
ella los peces que había capturado y almacenado en el
cobertizo. —¿Hay algo en el colector de agua?
—No.
—Quizás va a llover más tarde.
Ella miró ansiosa el cielo y comenzó a limpiar el pez. —Eso espero.
Era noviembre, y habíamos estado en la isla por seis meses. Anna
decía que la estación lluviosa no llegaría hasta mayo. Seguía lloviendo, 75
todos los días, pero muy poco. Teníamos agua de coco, pero aún así
seguíamos teniendo mucha sed.
—Al menos sabemos que nunca más tenemos que volver a beber de
la laguna —Anna dijo, estremeciéndose—. Eso fue horrible.
—Dios, lo sé. Pensé que me quedaría sin mi bazo.
No podíamos controlar la lluvia, pero las Maldivas tenían una gran
cantidad de vida marina. El coco y la fruta del árbol del pan apenas
calmaba un poco nuestra hambre, pero los peces de brillantes colores que
saqué de la laguna nos salvaron de morir de hambre.
Estuve de pie en las aguas profundas que me cubrían hasta la
cintura capturando un pez tras otro. Ninguno era más grande que quince
centímetros. Un pendiente y una cuerda de guitarra no aguantarían más y
me preocupaba de sacar algo más grande y que se rompieran. Era una
buena cosa que Anna empacara muchos pendientes por que ya perdí uno.
A pesar de que teníamos suficiente para comer, Anna decía que a
nuestra dieta le faltaban un montón de cosas importantes.
—Estoy preocupada por tí, T.J. Todavía tienes que crecer.
—Estoy creciendo bien. —Nuestra dieta no estaba tan mal, porque
mis pantalones cortos me llegaban hasta las rodillas cuando nos
estrellamos, y ahora estaban tres centímetros más arriba.
—El árbol del pan debe tener vitamina C, de lo contrario tendríamos
el escorbuto —murmuró en voz baja.
—¿Qué demonios es el escorbuto? —pregunté—. Suena asqueroso.
—Es una enfermedad causada por no tener suficiente Vitamina C —
dijo—. Los piratas y marineros murieron por ella en los viajes largos. No es
agradable.
Anna debería preocuparse más por ella misma. Su traje de baño
tenía espacios vacíos en el trasero, y sus pechos no rellenaban la parte de
arriba como antes. Su clavícula sobresalía y su tórax se veía. Traté de
hacer que comiese más, y ella lo intentó, pero la mitad de las veces yo
terminé su comida. A diferencia de ella, comer lo mismo todos los días no
me molestaba, y comía cada vez que me daba hambre.
Una mañana, varias semanas después, Anna dijo—: Hoy es el Día de
Acción de Gracias.
—¿Lo es? —No le prestaba atención a las fechas, pero Anna lo
recordaba todos los días.
—Sí. —Cerró su agenda y la puso en el suelo a su lado—. No creo
que antes haya comido pescado para Acción de Gracias.
—O coco y fruta del árbol del pan —añadí.
—No se trata de lo que comemos. Acción de Gracias se trata de
76
agradecer lo que tenemos.
Trató de ser alegre cuando lo dijo pero luego se limpió los ojos con el
dorso de su mano, y se puso sus gafas de sol.
Ninguno de nosotros mencionó que era un día festivo el resto del día.
No había pensado en Acción de Gracias; asumía que alguien nos
encontraría antes de eso. Anna y yo casi nunca hablábamos del rescate ya
que más bien nos deprimíamos. Todo lo que podíamos hacer era esperar y
tener esperanza de que alguien volara en el cielo. Esa fue la cosa más
difícil, no tener ningún control de lo que nos pasaba, a menos que
decidiéramos dejar el bote salvavidas, y Anna nunca estaría de acuerdo
con eso. Si estuviera de acuerdo, probablemente sería un suicidio.
Esa noche en la cama ella susurró—: Estoy agradecida de que nos
tengamos, T.J.
—Yo también.
Si Anna hubiera muerto después del accidente de avión, y yo
hubiese estado solo todo este tiempo, me pregunto cómo lo hubiera hecho.
***
Pasamos Navidad persiguiendo un pollo.
Más temprano esa mañana, cuando me agaché para recoger algunos
palos de la pila de leña, grité como una niña cuando un pollo salió
disparado de un arbusto cercano, y estaba asustado hasta la mierda.
Salí después de él, pero el pollo desapareció en otro arbusto. Metí mi
mano en el arbusto y la di vueltas alrededor, pero no pude encontrarlo.
—Anna, ese sonido de aleteo que escuchamos es de un pollo —dije
cuando volví con la leña.
—¿Hay pollos aquí?
—Sí, perseguí uno en los arbustos, pero se escapó. Ponte tus
zapatillas. Vamos a tener pollo para la cena de Navidad.
***
—Se quedó ahí. Lo he oído. Voy a patear el arbusto así que prepárate
para atraparlo cuando corra para el otro lado —dijo Anna y la Operación
Atrapar al Pollo comenzó. Lo hemos estado siguiendo hace más de una
hora, desde un extremo de la isla hasta el otro, y finalmente lo
encerramos. 77
—Ahí está —gritó cuando oyó el aleteo en una arbusto junto a mí.
Traté de abordarlo pero me quedé sólo con un puñado de plumas.
—Maldita sea, tú hijo de puta.
Yo iba detrás de él. Anna me alcanzó y lo acorralamos en un grupo
de arbustos. El pollo empezó a moverse a través de una brecha en las
hojas, pero Anna se abalanzó y se aferró a él. Lo agarré de sus piernas, lo
saqué de los arbustos y lo tiré al suelo.
Anna no perdió el ritmo. —Buen trabajo T.J. —Me dio una palmadita
en la espalda.
Le corté el cuello al pollo y lo colgué boca abajo para que la mayoría
de la sangre se drenara, luego le saqué las plumas, tratando de no mirar
su cabeza.
Anna cortó lo demás con un cuchillo.
—Esto no es en absoluto como se ve en los supermercados —dijo.
—Se ve bien —dije.
Ella lo destrozó totalmente, pero pusimos las piezas en varias rocas
y los pusimos cerca del fuego. Olfateó el aire.
—Huele eso —dijo.
Cuando se veían listos, los dejamos enfriarse y luego sacamos la
carne aparte con nuestros dedos. Estaba quemada en algunas partes y en
otras partes casi cruda, pero tenía un sabor asombroso.
—Este pollo es genial —dije, lamiendo mis dedos.
Anna terminó su muslo de pollo y dijo—: Me pregunto cuántos pollos
habrán aquí.
—No lo sé. Pero vamos a tener que encontrar cada uno de ellos.
—Este es el mejor pollo que he probado, T.J.
Eructé y me reí. —No hay duda.
Recogimos los huesos limpios y expandimos nuestra manta en el
suelo, lejos del fuego.
—¿Tú abres tus regalos en Vísperas de Navidad o el día de Navidad?
—le pregunté.
—En Vísperas de Navidad, ¿y tú?
—Ambas, algunas veces Grace y Alexis ruegan para abrirlos el
veintitrés, pero mi mamá les dice que esperen.
Nos quedamos al lado del otro, era relajante. Pensé en Grace y
Alexis, y mi mamá y mi papá. Probablemente estaban teniendo un tiempo
difícil, celebrando su primera Navidad sin mí.
78
Si sólo supieran que Anna y yo estábamos vivos y celebrando
nuestra propia Navidad.
***
L
levábamos en la isla poco más de un año, cuando nos
sobrevoló un avión.
Esa tarde estaba recogiendo cocos, y el rugido de los motores,
tan fuerte e inesperado, me sobresaltó. Dejé todo y corrí hacia
la playa.
T.J. surgió de entre los árboles. Corrió hacia mí, y agitamos los
brazos adelante y atrás, viendo como el avión pasaba sobre nuestras
cabezas.
Gritamos, nos abrazamos y saltamos arriba y abajo, pero el avión 80
giró a la derecha y siguió volando. Nos quedamos allí, escuchando el
sonido de los motores que se alejaban.
—¿Inclinó sus alas? —le pregunté a T.J.
—No estoy seguro. ¿Lo hizo?
—No sabría decir. Tal vez lo hizo.
—Tenía flotadores, ¿verdad?
—Era un hidroavión —confirmé.
—Por lo tanto, ¿podría haber aterrizado allí? —preguntó, señalando
a la laguna.
—Creo que sí.
—¿Nos vieron? —preguntó.
T.J. llevaba unos pantalones cortos deportivos de color gris con una
fina raya azul a cada lado y no llevaba camisa, pero yo llevaba mi bikini
negro que debería haber sido visible sobre la arena blanca.
—Claro, quiero decir, ¿no te fijarías en dos personas agitando sus
brazos?
—Tal vez —dijo.
—Sin embargo, no han visto nuestro fuego —señalé. No habíamos
derribado el cobertizo, ni quemado algunas hojas verdes para provocar
más humo. Ni siquiera estaba segura de tener hojas verdes en el cobertizo.
Nos sentamos en la playa las horas siguientes sin hablar, tratando
de escuchar el sonido de los motores del avión acercándose.
Al final, T.J. se puso de pie. —Voy a pescar —dijo con voz plana.
—Está bien —contesté.
Tras su marcha, me acerqué al cocotero y recogí los que se habían
caído al suelo. Me detuve en el árbol de pan en mi camino de vuelta, recogí
dos, y lo dejé todo en el cobertizo. Avivé el fuego y esperé a T.J.
Cuando volvió, limpié y cociné el pescado para la cena, pero ninguno
de los dos comimos. Parpadeé para contener las lágrimas y suspiré de
alivio cuando T.J. se alejó hacia el bosque.
Me tumbé en la balsa salvavidas, haciéndome una bola, y lloré.
Toda la esperanza a la que me había aferrado desde que nuestro
avión cayó, se rompió en millones de fragmentos, como un bloque de hielo
golpeado por un mazo. Pensé que si lográbamos estar en la playa cuando
nos sobrevolase el primer avión, seríamos rescatados. Tal vez, no nos
vieron.
Tal vez nos vieron, pero no sabían que estábamos perdidos. Eso no
81
importaba ahora, porque no iban a volver.
Se me terminaron las lágrimas, y me pregunté si por fin había
acabado con ellas.
Me arrastré fuera de la balsa salvavidas. El sol se había puesto, y
T.J. estaba sentado junto al fuego, con su mano derecha apoyada
lánguidamente en su muslo.
Le miré más de cerca. —Oh, T. J, ¿te la has roto?
—Seguramente.
Cualquier cosa con la que hubiese estrellado su puño —sospecho
que un tronco de un árbol— había dejado sus nudillos sangrando y su
mano horriblemente retorcida.
Fui a por el botiquín de primeros auxilios y le di dos Tylenol y un
poco de agua.
—Lo siento —dijo sin hacer contacto visual—. Lo último que
necesitas es otro hueso roto que cuidar.
—Escucha —le dije, arrodillándome ante él—. Nunca voy a criticar
las cosas que hagas que te ayuden a salir adelante, ¿de acuerdo?
Finalmente me miró, asintió con la cabeza, y cogió el Tylenol de mi
mano extendida. Le di la botella de agua, y se tomó la pastilla. Me senté
con las piernas cruzadas junto a él, mirando las chispas que flotaban en el
aire cuando añadí un leño al fuego.
—¿Cómo sales adelante, Anna?
—Lloro.
—¿Funciona?
—A veces.
Miré su mano rota y contuve el impulso de lavarle la sangre y cogerle
de la mano. —Renuncio, T.J. Una vez dijiste: es más fácil si no piensas que
van a volver y tenías razón. Este tampoco va a volver. Un avión tendrá que
aterrizar en la laguna para hacerme creer que podremos salir de esta isla.
Hasta entonces, solo somos tú y yo. Es lo único de lo que estoy segura.
—También renuncio —susurró.
Le miré, tan roto, tanto física como mentalmente, y resultó que aún
me quedaban algunas lágrimas después de todo.
Le revisé la mano a la mañana siguiente. Su tamaño se había
duplicado.
—Hay que inmovilizarla —dije. Cogí un palo de la pila de leña y 82
rebusqué en mi maleta algo con lo que atarlo—. No voy a apretarlo T.J.,
pero te va a doler un poco.
—Está bien.
Puse el palo bajo su palma, y envolví con cuidado la tela negra a su
alrededor, dos veces, y la metí dentro.
—¿Con que me has vendado la mano? —preguntó.
—Mi tanga. —Levanté la mirada y le miré—. Tenías razón; es
absolutamente incómodo. Sin embargo, es impresionante para los
primeros auxilios.
Las comisuras de la boca de T.J. se elevaron ligeramente. Me miró,
sus ojos marrones mostraban un rastro de la chispa que habían perdido la
noche anterior.
—Esto será una historia graciosa algún día —dije.
—¿Sabes qué, Anna? Ya tiene un poco de gracia.
***
T.J. cumplió dieciocho años en septiembre de 2002. No parecía el
mismo chico con el que me estrellé al aterrizar en el océano hace quince
meses.
Por un lado, realmente necesitaba afeitarse. El pelo era muy largo
pero más corto que una barba completa con bigote. Se veía bien en él, en
ese momento. No estaba segura de si le gustaba el vello facial, o si
simplemente no quería preocuparse por el afeitado.
Su cabello estaba casi tan largo como para hacerse una coleta, y el
sol lo había vuelto marrón claro. Mi pelo también había crecido.
Sobrepasaba la mitad de mi espalda y lleno de nudos. Intenté cortarlo con
nuestro cuchillo, pero la hoja —fina y sin sierra— no se vio a través de mi
pelo.
Pese a estar muy delgado, T.J. había crecido por lo menos 5 cm,
situándole en el metro ochenta.
Parecía mayor. Habiendo cumplido los treinta y uno en mayo,
probablemente, yo también lo parecía. No lo sabría, el único espejo que
tenía estaba en mi neceser de maquillaje, que estaba flotando en algún
lugar del océano.
Me obligué a no preguntarle cómo se sentía, o si tenía algún síntoma
del cáncer, pero le vigilaba de cerca. Parecía estar haciendo las cosas bien,
creciendo y madurando, incluso bajo nuestras menos que deseables
83
condiciones.
***
E
staba parado frente la casucha de Bones cuando Anna me
encontró. Sudor corría por su rostro.
—Perseguí una gallina por toda la isla, pero corría muy
rápido. La atraparé aunque sea lo último que haga. —Se agachó y puso
sus manos sobre las rodillas, tratando de recuperar el aliento. Levantó su
mirada hacia mí—. ¿Qué estás haciendo?
—Quiero echar abajo esta casucha, luego llevar la madera de vuelta
a la playa para construirnos una casa.
—¿Tienes alguna idea de cómo construir una casa? 85
—No, pero tengo un montón de tiempo para averiguarlo. Si soy
cuidadoso, puedo reutilizar toda la madera y los clavos. Puedo hacer un
toldo con la lona para que el fuego no se escape. —Examiné las bisagras
de la puerta, considerando si eran salvables—. Necesito algo que hacer,
Anna.
—Creo que es una gran idea —dijo.
Nos tomó tres días derrumbar la casucha y llevar las piezas a la
playa. Saqué todos los viejos clavos y los puse en la caja de herramientas
con los otros.
—No quiero estar cerca del bosque —dijo Anna—. Por las ratas.
—De acuerdo. —Sin embargo no podía construir en la playa,
porque la arena era muy inestable. Elegimos un lugar entre los dos,
donde terminaba la arena y comenzaba el barro. Cavamos una base, lo
que apestó porque no teníamos una excavadora. Usé la garra del martillo
para sacar pedazos de tierra y Anna me siguió detrás, recogiéndolos en
uno de nuestros contenedores de plástico.
Usé el serrucho rústico para cortar la madera del tamaño correcto.
Anna sostenía las tablas mientras yo aporreaba los clavos.
—Estoy feliz que hayas decidido hacer esto —me dijo.
—Me va a tomar un tiempo terminarlo.
—Está bien.
Se dirigió a la caja de herramientas para traerme unos clavos más.
Después de que me los pasara dijo—: Dime si necesitas más ayuda.
Estrechó una manta cercana y cerró los ojos. La observé por un
minuto, mis ojos moviéndose desde sus piernas hasta su estómago y sus
pechos, preguntándome si su piel se sentía tan suave como parecía.
Pensé en lo sucedido el otro día, cuando besó mi cuello debajo de la
palmera. Recordé lo bien que se sintió. De repente, abrió sus ojos y volvió
su cabeza hacia mí. Aparté la mirada rápidamente. Perdí la cuenta de
cuántas veces me había atrapado mirándola. Nunca decía nada al
respecto, ni que dejara de hacerlo, lo que era una razón más de por qué
me gustaba tanto.
***
***
Anna y yo nos acostamos en la cama una noche, hablando en la
oscuridad.
—Extraño a mi familia —dijo ella—. Tengo este pensamiento en mi
cabeza reproduciéndose todo el tiempo. Me imagino que aterriza un avión
en la laguna y tú y yo estamos justo en la playa cuando eso pasa.
Nadamos para salir y el piloto no puede creer que seamos nosotros.
Volamos lejos y tan pronto como encontramos un teléfono, llamamos a
nuestras familias. ¿Puedes imaginarte cómo sería para ellos? ¿Que se les
diga que alguien murió e ir a su funeral, para que luego ellos te llamen
por teléfono?
—No, no puedo imaginar cómo sería. —Me di vuelta sobre mi
estómago y acomodé el cojín del asiento debajo de mi cabeza—. Apuesto
que deseas no haber aceptado este trabajo.
—Acepté este trabajo porque era una gran oportunidad para ir a un
lugar en el que nunca había estado. Nadie hubiese podido predecir que
esto iba a pasar.
Me rasqué una picadura de mosquito en mi pierna. —¿Vivías con
ese tipo? Dijiste que dormías junto a él.
—Sí.
—No creo que él quisiera que estuvieses lejos por tanto tiempo. 88
—No quería
—¿Pero tú sí?
No dijo nada por un minuto. —Me siento extraña hablando de esto
contigo.
—¿Por qué? ¿Porque piensas que soy muy joven para siquiera
entenderlo?
—No, porque eres hombre. No sé si puedas comprenderlo.
—Oh, lo siento. —No debí haber dicho eso. Anna era realmente
buena en no tratarme como a un niño.
—Su nombre es John. Yo quería casarme, pero él no estaba listo, y
estaba cansada de esperar. Pensaba que sería bueno si me iba por un
tiempo. Tomar algunas decisiones.
—¿Cuánto tiempo han estado juntos?
—Ocho años. —Sonaba avergonzada.
—¿Así que no quería casarse?
—Bueno. Creo que simplemente no quería casarse conmigo.
—Oh.
—No quiero seguir hablando de él. ¿Qué hay contigo? ¿Tienes a
alguien en Chicago?
—Ya no. Solía salir con esta chica llamada Emma. La conocí en el
hospital.
—¿Ella también tenía Hodgkin?
—No, leucemia. Estaba sentada en una silla a mi lado cuando me
hicieron mi primera quimioterapia. Pasamos un montón de tiempo juntos
después de eso.
—¿Tenía tu edad?
—Un poco más joven. Tenía catorce.
—¿Cómo era?
—Un poco callada. Pensaba que era muy linda. Aunque ya había
perdido su cabello y ella lo odiaba. Usaba siempre un gorro. Cuando el
mío también se cayó, dejó de estar avergonzada. Después de eso
simplemente nos sentábamos por ahí como dos peladitos y no nos
importaba.
—Perder tu cabello debe ser difícil.
—Sí, y probablemente es peor para las chicas. Emma me mostró
algunas fotos viejas, tenía el pelo largo y rubio. 89
—¿Alguna vez pudieron estar juntos cuando no estaban en quimio?
—Sí. Ella conocía el camino alrededor del hospital. Las enfermeras
siempre miraban para otro lado cuando nos atrapaban besándonos en
alguna parte. Subíamos al jardín de la azotea del hospital, y nos
sentábamos al sol. Quería llevarla afuera, pero su sistema inmunológico
no podía soportar estar en una multitud. Una noche, las enfermeras nos
dejaron ver un video en una habitación vacía. Nos acostamos en una
cama juntos y nos trajeron palomitas.
—¿Qué tan enferma estaba ella?
—Estaba bien cuando nos conocimos, pero después de seis meses,
se enfermó bastante. Una noche en el teléfono, me dijo que había hecho
una lista de cosas que quería hacer, y me dijo que pensaba que se estaba
quedando sin tiempo.
—Oh, T.J.
—Tenía quince años para ese entonces, pero ella quería llegar a los
dieciséis para poder sacar la licencia de conducir. Quería ir a la
graduación, pero decía que cualquier baile escolar serviría. —Vacilé, pero
estar al lado de Anna en la oscuridad hacía más fácil poder hablar de
estas cosas—. Me dijo que quería tener sexo, para poder saber cómo se
sentía. Su doctor tuvo que regresarla al hospital y le consiguieron una
habitación privada. Creo que las enfermeras lo sabían, quizás ella se los
contó, pero nos dejaban solos y nos las arreglamos para sacar una cosa
de esa lista. Murió tres semanas después.
—Eso es tan triste, T.J. —Anna sonaba como si estuviera tratando
de no llorar—. ¿Estabas enamorado de ella?
—No lo sé. Me importaba mucho, pero fue un tiempo tan extraño.
Mi quimio dejó de funcionar, y tuve que empezar radiación. Me asusté
cuando murió. ¿Sabría si la amé, Anna?
—Sí —susurró.
No había pensado en Emma en un tiempo. Aún así nunca la
olvidaría; había sido mi primera vez también.
—¿Qué decidiste sobre ese tipo, Anna?
No respondió. Quizás no quería decírmelo, o quizás ya se había
quedado dormida. Escuché las olas rompiendose contra el arrecife, el
sonido me relajaba. Cerré mis ojos y no los abrí hasta que el sol me
despertó a la mañana siguiente.
90
19
Anna
Traducido por Marie.Ang Christensen.
Corregido por Mel Cipriano.
A
nna estaba despierta y sentada cerca del fuego cuando regresé
de pescar la mañana siguiente. —¿Cómo está tu mano?
Tendió hacia arriba la palma de su mano y quité su vendaje.
—No se ve tan mal —dije. La irregular herida filtraba sangre, y su
mano se había hinchado un poco de la noche a la mañana—. Voy a
limpiarla otra vez, y ponerle otro vendaje, ¿de acuerdo?
—Está bien.
Pasé otra toallita impregnada en alcohol a través de la picadura.
93
—Te ves cansada —dije, notando los círculos oscuros bajo sus ojos.
—No dormí muy bien.
—¿Quieres volver a la cama?
Sacudió la cabeza. —Tomaré una siesta más tarde.
Puse un nuevo vendaje en su mano. —Ahí. Tan buena como nueva.
No debió haberme oído bien, porque se quedó pegada en el espacio y
no dijo nada.
Más tarde esa mañana, terminé de elaborar la casa y comencé a
colocar las murallas. Los árboles del pan daban una savia lechosa, y
parché las grietas con la misma.
Anna trabajó en silencio a mi lado, sosteniendo tablas o dándome
clavos.
—Estás tranquila —comenté.
—Sí.
Martillé un clavo en la tabla, asegurándola en el marco y pregunté—:
¿Estás preocupada por el mordisco?
Asintió con la cabeza. —Ese murciélago parecía enfermo, T.J.
Dejé el martillo y sequé el sudor de mis ojos.
—No se veía nada bien. —admití.
—¿Crees que tenía la rabia?
Coloqué la siguiente tabla y cogí el martillo. —No, estoy seguro de
que no la tenía. —Sin embargo, sabía que a veces los murciélagos
portaban enfermedades.
Anna tomó una respiración profunda. —Voy a tener que esperar,
supongo. Si no me enfermo dentro de un mes, probablemente estoy bien.
—¿Cuáles son los síntomas?
—No lo sé. Fiebre, ¿tal vez? ¿Convulsiones? La enfermedad ataca el
sistema nervioso central.
Eso me asustó como la mierda. —¿Qué debo hacer si te enfermas? —
Traté de recordar lo que había en el botiquín de primeros auxilios.
Anna negó con la cabeza. —No haces nada, T.J.
—¿Por qué no?
—Porque sin vacunas contra la rabia la enfermedad es fatal.
No pude respirar por un segundo, como si el viento huiera sido
sacado de mí. —No lo sabía. 94
Asintió con la cabeza, lágrimas llenando sus ojos. Dejé caer el
martillo y puse mis manos sobre sus hombros. —No te preocupes —le
dije—. Vas a estar bien.
No tenía ni idea de si lo estaría, pero necesitaba que los dos lo
creyéramos.
Conté hacia adelante cinco semanas y encerré en un círculo la fecha
en la agenda de Anna. Ella quería esperar poco más de un mes, sólo para
estar segura.
—Así que si no pasa nada por aquel entonces —dije—, y no tienes
ningún síntoma, estás bien, ¿verdad?
—Creo que sí.
Cerré la agenda y la puse de vuelta en la maleta de Anna.
—Vamos a volver a nuestra rutina regular —dijo—. No quiero pensar
en eso.
—Claro, lo que ayude.
Ella debería haber sido una actriz en lugar de una maestra. Durante
el día, dio un gran espectáculo, sonriendo como si nada le molestara. Se
mantuvo ocupada, gastando horas jugando con los delfines o ayudándome
con la casa. Pero no comía, y estaba muy inquieta en la cama, sabía que
tenía problemas para dormir.
Me desperté cuando salió de la balsa una noche dos semanas más
tarde. Siempre se levantaba al menos una vez a tirar leña al fuego, pero
por lo general venía de regreso. No lo hizo esta vez, así que fui a ver cómo
estaba. La encontré en el cobertizo, mirando las llamas.
—Oye —dije, sentándome a su lado—. ¿Qué pasa?
—No puedo dormir. —Anna atizó el fuego con un palo.
—¿Te encuentras bien? —Traté de no parecer ansioso—. No tienes
fiebre, ¿verdad?
Sacudió la cabeza. —No. Estoy bien, de verdad. Vuelve a la cama.
—No puedo volver a dormir a menos que estés a mi lado.
Se veía sorprendida. —¿No puedes?
—No. No me gusta cuando estás aquí sola. Me pone nervioso. No
tienes que ponerle leña al fuego todas las noches. Te dije que no es gran
cosa para mí hacer uno en la mañana.
—Es simplemente un hábito. —Se puso de pie—. Vamos. Por lo
menos uno de nosotros debería ser capaz de dormir.
Seguí a Anna a la balsa y después de acostarnos, nos cubrió con la
95
manta. Llevaba pantalones cortos y mi camiseta, y mientras se acomodaba
en una buena posición, su pierna desnuda rozó la mía. No la alejó cuando
dejó de moverse, y yo tampoco lo hice.
Nos quedamos en la oscuridad, con las piernas tocándose, y ninguno
de nosotros durmió durante mucho tiempo.
Estuvo de acuerdo en dejar de levantarse en medio de la noche y
una mañana un par de semanas más tarde, después de que encendí el
fuego, dije—: Anna, me gustaría que pudieras tomarme el tiempo. Apuesto
a que hago esto en menos de cinco minutos.
—Bueno, ahora estás mostrándolo.
Sin embargo, se rió cuando lo dijo, y a medida que nos acercamos a
la fecha que marqué en la agenda, pareció relajarse un poco. Cuando las
cinco semanas habían pasado, sostuve su palma abierta en mi mano, y
tracé la cicatriz que quedó con el pulgar.
—Creo que vas a estar bien —dije. Y esta vez, realmente lo pensaba.
Me sonrió. —Yo también lo creo.
Limpió tres peces para el almuerzo ese día. —¿Aún tienes hambre?
Soy capaz de comer más.
—No, gracias. Me moría de hambre, pero ya estoy lleno.
Nadamos por mucho tiempo y trabajamos en la casa hasta la hora
de cenar. Una vez más, comió más de lo que había comido en las últimas
semanas. A la hora de acostarse, apenas podía mantener los ojos abiertos,
y se quedó dormida después de segundos que me acosté a su lado. Me
quedé dormido también, pero me desperté cuando Anna se acurrucó a mi
lado y apoyó su cabeza en mi hombro.
Puse mi brazo alrededor de ella y la atraje más cerca. Si se hubiera
enfermado, lo único que podría haber hecho era verla sufrir. Enterrarla al
lado de Mick cuando muriera. No sabía si podría lograrlo sin ella. El
sonido de su voz, su sonrisa, ella, esas eran las cosas que hacían la vida
en la isla soportable. La abracé un poco más apretado y pensé que si
despertaba podría decirle eso. No lo hizo sin embargo. Suspiró en su
sueño, y en fin me dormí.
Se había mudado de vuelta a su lado de la cama en el momento en
que me desperté a la mañana siguiente. Estaba encendiendo el fuego
cuando ella salió de la balsa. Me sonrió, extendiendo los brazos sobre su
cabeza.
—Tuve una buena noche de sueño. La mejor que he tenido en
mucho tiempo.
—También dormí bastante bien, Anna.
Unas noches más tarde, nos encontrábamos en la cama debatiendo
96
sobre nuestro top diez favorito de álbumes de rock clásico de todos los
tiempos.
—Los Rolling Stones, Sticky Fingers es mi número uno. Coloco Led
Zeppelin IV de nuevo a la quinta posición —dijo.
—¿Estás drogada? —Cuando comencé a enumerar las razones por
las que no estaba de acuerdo —todo el mundo sabía que The Wall de Pink
Floyd debía ser el número uno— me tiré un pedo. La fruta de pan tenía ese
efecto en mí a veces.
Ella gritó y de inmediato trató de escapar por la puerta de la balsa,
pero la agarré por la cintura, tiré de ella hacia atrás, y puse la manta
apretada sobre su cabeza.
Era un pequeño juego que me gustaba jugar con ella.
—Oh no, Anna, oh Dios mío, es mejor salgas de ahí abajo —me
burlé, riendo—. Debe oler horrible. —Luchó para liberarse, y sostuve la
manta aún más apretada.
Cuando por fin la solté, hacía ruidos de náuseas y dijo—: Voy a
patear tu trasero, Callahan.
—¿En serio? ¿Tú y qué ejército? —Probablemente pesaba unos
cincuenta kilos. Los dos sabíamos que no paneaba patear el trasero de
nadie.
—No te pongas demasiado engreído. Uno de estos días, voy a buscar
la manera de tirarte abajo.
Me reí y dije—: Oh, estoy asustado, Anna.
Lo que no reconocí, sin embargo, era que podía haberme puesto de
rodillas con un toque de su mano, si la ponía en el lugar correcto.
Me pregunté si lo sabía.
***
T
.J. se subió al techo de la casa y extendió una capa de savia
del fruto de pan sobre las hojas de palmera. —No sé si esto nos
mantendrá secos. Supongo que lo sabremos cuando llueva.
La casa estaba casi terminada. Me senté con las piernas cruzadas en
el suelo, mirándole mientras saltaba desde el tejado, cogía el martillo, y
clavaba los últimos clavos.
Se había recogido el pelo en una coleta, y llevaba el sombrero de
vaquero y gafas de aviador. Su rostro era tan moreno que parecía que
había nacido en la isla. Tenía una gran sonrisa, con dientes blancos y
rectos, pómulos salientes, y una mandíbula cuadrada sólida. Necesitaba
99
afeitarlo de nuevo.
—Te ves bien, T.J. Muy saludable. —Estaba delgado, pero tenía los
músculos bien definidos, probablemente por la construcción a mano de
nuestra casa, y no mostraba signos externos de malnutrición, por lo
menos no todavía.
—¿En serio?
—Sí. No estoy segura de cómo, pero has crecido aquí.
—¿Me veo más viejo?
—Lo haces.
—¿Soy guapo, Anna? —Se arrodilló frente a mí y sonrió—. Vamos,
puedes decírmelo.
Rodé mis ojos. —Sí, T.J. —dije, sonriéndole—. Eres muy guapo. Si
alguna vez salimos de esta isla serás muy popular entre las damas.
Levantó su puño al aire. —Sí. —Entonces dejó el martillo y tomó un
sorbo de agua. —No puedo recordar como lucía antes del accidente, ¿tú
puedes?
—Más o menos. Pero probablemente no he cambiado tanto.
T.J. se sentó. —Dios, estoy adolorido. ¿Me frotas la espalda, por
favor?
—Claro. —Masajeé sus hombros, que eran considerablemente más
amplios de lo que estaban hace dos años. Su espalda era más ancha
también, y sus brazos eran sólidos. Levanté su cola de caballo, amasando
la parte de atrás de su cuello.
—Eso se siente bien.
Le di un masaje extra-largo y cerca del final, dijo—: Sigues siendo
hermosa, Anna. En caso de que te lo preguntaras.
Mi cara se puso caliente, pero sonreí. —No lo hacía, T.J. Pero
gracias.
***
***
E
staba en el bosque cuando Anna gritó. Venía en dirección de
la casa, y cuando despejé los árboles, corrí hacia el sonido.
Se tambaleó y se desplomó en el suelo. Jadeante, dijo—:
Medusa.
El contorno de los tentáculos había dejado marcas rojas en sus
piernas, estómago y pecho. No sabía qué hacer.
—Haz que me suelte —gritó. Cuando baje la mirada, vi claramente
algunos tentáculos todavía pegados a su estómago y pecho. Tiré de uno, y
me hirió. 104
Corrí hacia el colector de agua y agarre el recipiente de plástico en el
suelo junto a ella. Lo llené, corrí de regreso a Anna, y la rocié con el agua
fresca. Los tentáculos no se enjuagaron y gritó de dolor, como si el agua
dulce lo empeorara.
—T.J., prueba el agua de mar —dijo—. ¡Date prisa!
Sin soltar el recipiente, corrí hasta la orilla y lo llene con agua del
océano. Corrí de vuelta y esta vez, cuando vertí el agua de mar, no gritó.
Lloriqueó en el suelo mientras trataba de averiguar qué hacer a
continuación. Sabía que aún sentía dolor por la forma en que se movía
adelante y atrás, tratando de encontrar una posición cómoda.
Me acordé de las pinzas y corrí a la maleta de Anna para
conseguirlas. Cuando volví, saqué los tentáculos tan rápido como pude.
Cerró los ojos y gimió.
Los había quitado prácticamente todos cuando la piel de Anna
comenzó a ponerse roja, no sólo donde había sido picada, sino por todas
partes. Sus párpados y labios se hinchaban. Me entró el pánico y vertí más
agua de mar sobre ella, pero no sirvió de nada. Sus ojos cerrados siguieron
hinchándose.
Me topé con el cobertizo y encontré el botiquín de primeros auxilios,
y luego me lancé hacia abajo sobre la arena a su lado, abriendo la tapa y
vertiéndolo todo.
Cuando cogí la botella con el líquido en su interior de color rojo,
escuché su voz en mi cabeza.
Esto puede salvarte la vida. Detiene las reacciones alérgicas.
La cara de Anna parecía un globo para entonces, y sus labios
hinchados, la piel se había separado. Luché con la tapa a prueba de niños,
pero una vez que lo bajé puse mi brazo debajo de ella, levanté su cabeza, y
derramé el Benadryl10 en su garganta. Tosió y escupió, no tenía ni idea de
cuánto le había dado.
Su parte superior del bikini se desplazó cuando la levanté. Era muy
grande en ella, puesto que había perdido peso, y cuando baje la mirada vi
unos pocos tentáculos dentro de él, escociéndole.
Tire de su top, haciendo una mueca a las marcas en su pecho. Puse
su espalda hacia abajo, derrame lo que quedaba del agua de mar, y saqué
los tentáculos con las pinzas.
Me quité la camiseta y la cubrí con ella, vistiéndola con cuidado.
—Estarás bien, Anna. —Entonces le cogí la mano y esperé.
Cuando su piel no estaba tan roja y la hinchazón bajó un poco, miré
105
a través de los contenidos del botiquín de primeros auxilios esparcidos por
el suelo.
Después de leer todas las etiquetas, elegí un tubo de crema con
Cortisona11.
Empecé por las piernas y me abrí paso hacia arriba, frotando la
crema sobre las ronchas.
—¿Esto ayuda?
—Sí —susurró. Sus ojos ya no estaban hinchados, pero no los
abrió—. Estoy muy cansada.
No supe si debería dejarla dormir, y temí que por accidente le diera
una sobredosis. Revisé la botella de Benadryl, todavía había un montón a
la izquierda, y la etiqueta decía que podía causar somnolencia.
—Está bien, duérmete. —Lo hizo antes de que terminase de hablar.
106
23
Anna
Traducido por Madeleyn
Corregido por Nats
A
brí mis ojos y suspiré de alivio por la falta de ardor y dolor
punzante. T.J. dormía a mi lado, su respiración profunda y
constante. Desnuda de cintura para arriba, algo suave cubría
mi pecho como una manta. Me senté y deslice la camiseta por encima de
mi cabeza, inhalando el aroma familiar de T.J. Di vuelta en mi lado y me
dormí de nuevo.
Por la mañana, me desperté sola. Tiré del dobladillo de la camiseta
hacia arriba. La silueta roja de los tentáculos permanecía y lo haría
probablemente por un largo tiempo. El aumento era mayor, me estremecí
por la condición de mis pechos. Oscuras manchas de color rojo, costras y 107
mucha sangre los cubrían. Dejé caer la camiseta, la remetí en mis
pantaloncillos y abandoné la casa para ir al baño.
T.J. hacía fuego cuando regresé.
Se puso de pie. —¿Cómo estás?
—Regresando a la normalidad. —Levanté mi camiseta un poco y le
mostré mi estómago. Trazó las marcas con su dedo.
—¿Te duele?
—No, no realmente…
—¿Y eso? —Señaló mi pecho.
—No tan bien.
—Lo siento. Había algunos tentáculos en el interior de tu top,
picándote, y no me di cuenta de inmediato.
No tenía ningún recuerdo de él quitándome el top, sólo el dolor
ardiente. —Está bien, no lo sabías.
—Estabas roja e hinchada.
—¿Sí? No recuerdo eso.
—Te di un Benadryl. Te noqueó.
—Hiciste exactamente lo que tenías que hacer.
Entró en la casa y regresó con un tubo de Cortisona. —Froté esto en
tu piel. Veo que te ayudó. Me dijiste que lo hiciera antes de quedarte
dormida.
Tomé el tubo que me extendía. ¿Frotó esto en mis pechos también?
Me imaginé a mí misma tumbada en la arena, vestida sólo con la mitad
inferior de mi traje de baño, mientras T.J. extendía la crema sobre mi piel,
y de repente no pude mirarlo.
—Gracias —dije.
—¿Lograste ver la medusa que te picó?
—No, sólo sentía el dolor.
—Nunca he visto una en una laguna.
—Yo tampoco. Debió tomar el camino equivocado en el arrecife.
Entré en casa para tomar mi cepillo de dientes, y apreté una
minúscula cantidad de pasta en el cepillo. Cuando salí, le dije—: Por lo
menos no era una de las mortales.
T.J. me miró con una expresión de alarma. —¿Una medusa puede
matarte?
Saqué el cepillo de dientes de mi boca. —Algunas de ellas.
108
Nos quedamos fuera del agua ese día. Caminé a lo largo de la costa,
entrecerrando los ojos por la distancia y comprobando por medusas,
recordándome a mí misma que el hecho de que no podíamos ver los
peligros del océano no quería decir que no estaban allí. También me
pregunté si el botiquín de primeros auxilios algún día dejaría de contener
la única cosa que necesitábamos para salvar cualquiera de nuestras vidas.
***
***
Nos sentamos con las piernas cruzadas, enfrentados en la orilla del
agua, así podía afeitarlo. Se inclinó hacia delante, apoyando sus manos
sobre mis muslos para mantener el equilibrio.
—¿Cómo me convertí en tu peluquera personal? —bromeé—. Te
baño. Te afeito. —Esparcí la crema de afeitar, que casi desaparecía entre
sus mejillas.
Me dio una gran sonrisa. —¿Soy afortunado?
—Te estás malcriando. Cuando salgamos de esta isla tendrás que
afeitarte tu mismo.
—Eso no será divertido en absoluto.
—Podrás manejarlo.
Terminé de afeitarlo y caminamos de regreso a la casa, listos para
una siesta bajo el toldo.
—Sabes, estaría feliz de darte un baño o afeitarte, Anna. Sólo tienes
que decírmelo.
Me eché a reír. —Estoy bien, en serio.
—¿Segura? —Estaba acostado sobre la manta a mi lado, se acercó y
tiró de mi brazo hacia arriba, entonces pasó el dorso de su mano a lo largo
de mi axila. 109
—Vaya, son suaves.
—¡Alto! Tengo muchas cosquillas. —Sacudí su mano.
—¿Qué pasa con las piernas? —preguntó, y antes de que pudiera
responder, se inclinó hacia mí y pasó la mano lentamente por mi pierna,
desde el tobillo hasta el muslo.
El calor que inundó mi cuerpo me tomó por sorpresa. Jadeé, un
cruce entre un suspiro y un gemido, y se escapó antes de que pudiera
detenerlo. Los ojos de T.J. se abrieron y me miró con la boca abierta.
Luego sonrió, claramente satisfecho con el efecto que su toque tuvo en mí.
Respiré profundamente y dije—: Puedo manejar mi propio aseo.
—Sólo trato de recompensarte por haberme ayudado todo este
tiempo.
—Eso es muy amable de tu parte, T.J., ve a dormir. —Se rió y se
acostó de lado, de espaldas a mí. Me acosté bocarriba y cerré los ojos.
Sólo tiene dieciocho años. Es demasiado joven.
Una voz en mi cabeza dijo: técnicamente es bastante viejo.
***
Días después, por la tarde, T.J. y yo nadábamos con los delfines.
Había cuatro de ellos, y vimos como retozaban a nuestro alrededor. Quería
ponerles nombre, pero no podía distinguirlos.
Cuando se fueron, nos sentamos en la orilla. Coloqué los dedos de
mis pies en la suave arena blanca.
—¿No dijiste que ibas a tomar un baño? —preguntó.
—Sí. Pero no he traído nada. —Nuestras fuentes fueron
disminuyendo con rapidez. Sólo podíamos bañarnos con jabón una vez por
semana. Ya no notaba cómo olíamos.
—Puedo conseguirte cualquier cosa —dijo.
—¿Puedes?
—Claro.
—Está bien, pero necesito ropa también.
—No hay problema.
Trajo todo y lo dejó sobre la arena. Esperé hasta que se marchó y
luego me desnudé.
Cuando terminé de bañarme, me quedé un minuto secándome al sol.
Me acerqué a la pila de ropa, esperando encontrar una camiseta sin
mangas y pantalones cortos, o un bikini. Me sorprendió lo que escogió.
110
Había elegido un vestido, el único aún empacado. Era uno de mis
favoritos, azul corto y ligero con finos tirantes.
También seleccionó encaje de color rosa como ropa interior, sentí
calor en mis mejillas. Olvidó el sujetador, o tal vez no, porque nunca usé
uno con este vestido de todos modos.
Me deslicé en la ropa interior y coloque el vestido por encima de mi
cabeza. Cuando llegué a casa, T.J. me miró abiertamente.
—¿Tenemos reserva para cenar y no lo sabía? —pregunté.
—Me gustaría —dijo.
Me detuve frente a él. —¿Por qué un vestido?
Se encogió de hombros. —Pensé que te verías bien en él. —Se quitó
sus gafas de sol y me miró de arriba abajo—. Estaba en lo cierto.
—Gracias —dije, sonrojándome de nuevo.
Fue a pescar y me senté sobre la manta, bajo la marquesina,
esperando a que regresara.
A menudo atrapaba a T.J. mirándome, pero nunca fue tan evidente.
Se estaba volviendo más audaz, probando las aguas. Si trataba de ocultar
sus sentimientos antes, ahora no le interesaba hacerlo. No sabía cuáles
eran sus intenciones, o incluso si las tenía, pero vivir con él estaba a
punto de complicarse.
Eso lo sabía.
***
112
24
T.J.
Traducido por Carlota
Corregido por Nats5
V
i como Anna se alejaba después de que la cepillase el pelo.
Pensé en el otro día, cuando hizo ese sonido mientras subía
mi mano por su pierna. Me pregunté qué tipo de ruido haría si
hiciese algo más con mi mano. La necesidad de meterla dentro de la parte
inferior de su bikini y descubrirlo había sido casi incontrolable. Si
estuviéramos en Chicago, no tendría ninguna posibilidad con ella. Pero
estaba comenzando a preguntarme si, aquí en la isla, podría.
*** 113
Anna y yo nadábamos de un lado al otro en la laguna, esperando a
los delfines. —Me aburro —dije.
—Yo también —dijo, flotando sobre su espalda—. Ey, vamos a ver si
podemos hacer el alzamiento como Johnny y Baby.
—Realmente no tengo ni idea de lo que estás hablando.
—¿Nunca has visto Dirty Dancing?
—No. —El título no sonaba mal, sin embargo.
—Es una película genial. La vi en el instituto. 1987, creo.
—Tenía dos años.
—Oh, a veces se me olvida lo joven que eres.
Sacudí mi cabeza. —No soy tan joven.
—Bueno, de todos modos, Patrick Swayze interpreta a un profesor
de baile llamado Johnny Castle en un resort turístico en las montañas
Catskill. Jennifer Grey interpreta a Baby Houseman, y se hospeda allí con
su familia. —Anna se detuvo un momento y entonces dijo—: Oye, se me
acaba de ocurrir algo. Baby y su familia estaban pasando todas sus
vacaciones lejos de casa, justo como tú.
—¿Ella también estaba enfadada por eso? —pregunté.
Anna sacudió su cabeza y se echó a reír. —No lo creo. Se lió con
Johnny y pasaron un montón de tiempo en la cama.
¿Por qué nunca he visto esa película? Suena impresionante.
—Pero entonces Penny, la pareja de baile de Johnny, se queda
embarazada, y Baby tiene que sustituirla. Hay un alzamiento difícil, y
Baby no puede hacerlo al principio, por lo que lo practican en el agua.
—¿Y eso es lo que quieres hacer? —Si significaba tocarla, yo estaba
de acuerdo.
—Siempre he querido intentarlo. No puede ser tan difícil.
Se puso en frente de mí y dijo—: Está bien, voy a correr hacia ti, y
cuando salte pon tus manos aquí. —Cogió mis manos y las puso sobre sus
caderas—. Entonces me alzas por encima de tu cabeza. ¿Crees que me
puedes levantar?
Puse mis ojos en blanco. —Por supuesto que puedo levantarte.
—Por alguna razón, Baby llevaba pantalones en el agua cuando hizo
esto, lo cual nunca entendí. Bueno, ¿estás listo?
Dije que sí, y Anna corrió hacia mí y saltó. En el momento en que
mis manos tocaron sus caderas, se agarró a mí porque decía que le hice 114
cosquillas. Mi cara terminó entre sus piernas.
Nos desenredamos y me dijo—: No me hagas cosquillas la próxima
vez.
Me eché a reír. —No te hice cosquillas. Puse mis manos donde me
dijiste.
—Vale, vamos a hacerlo de nuevo. —Retrocedió para coger
carrerilla—. Allá voy.
Esta vez, cuando la alcé, el agua era muy profunda y no pude hacer
pie. Caí hacia atrás y ella cayó sobre mí, lo que no apestaba.
—Mierda, eso fue mi culpa —dije—. Tenemos que acercarnos más a
la orilla. Inténtalo de nuevo.
Esta vez lo hicimos perfectamente. La alcé, extendió los brazos y las
piernas y arqueó la espalda.
—¡Lo hice! —gritó.
La sostuve todo el tiempo que pude, y luego bajé mis brazos. Había
retrocedido unos pasos para bajarla, y tan pronto como sus pies tocaron el
fondo, su cabeza estaba bajo el agua. Me agaché y la levanté. Tomó aliento
y puso sus brazos alrededor de mi cuello. Unos segundos más tarde,
envolvió sus piernas alrededor de mi cintura y me abrazó.
Parecía sorprendida, tal vez porque no se esperaba que el agua la
cubriese la cabeza, o tal vez porque tenía mis manos en su culo.
—Ya no me aburro, Anna. —De hecho, si la bajaba un poco, sentiría
exactamente cómo de poco me estaba aburriendo.
—Bien. —Seguía aferrada a mí con sus brazos y sus piernas, y
estaba pensando en besarla cuando dijo—: Tenemos compañía.
Miré detrás de mí cómo cuatro delfines nadaban hacia la laguna,
asomando sus hocicos y pidiendo que jugásemos con ellos.
Decepcionado, fui a la parte poco profunda y la solté, asegurándome
de que tocaba el suelo.
Me gustaba jugar con los delfines, pero jugar con Anna me gustaba
mucho más.
115
25
Anna
Traducido por Nina_ Ariella & Jo & ♥...Luisa...♥
Corregido por Panchys
N
os sentamos bajo la cubierta a jugar póker viendo la tormenta
caer, un rayo zigzagueó a través del cielo y el aire húmedo
presionó sobre mí como una cobija. El viento levantó y
dispersó nuestras cartas.
—Mejor vamos dentro —dijo T.J.
Una vez dentro, me estiré detrás de él en el bote salvavidas y vi el
interior de la casa iluminarse con cada rayo.
—No vamos a dormir mucho esta noche —dije
—Probablemente no
116
Nos acostamos uno junto al otro, escuchando la lluvia golpear
contra la casa. Solo unos segundos separaban el ruido del trueno.
—Nunca ha habido tantos rayos antes —dije.
Aún más inquietante, el vello en mis brazos y detrás de mi cuello se
puso de punta por el aire cargado eléctricamente. Me dije a mí misma que
la tormenta terminaría pronto, pero a medida que las horas pasaron solo
se intensificó.
Cuando las paredes comenzaron a sacudirse, T.J. trepó fuera del
bote salvavidas y alcanzó mi maleta. Se volteó y me arrojó mis jeans.
—Ponte estos.
Tomó sus propios jeans y se metió dentro de ellos. Luego metió la
caña de pescar dentro del estuche de la guitarra
—¿Por qué?
—Porque no creo que podamos soportar esto aquí afuera.
Salí de la cama y puse mis jeans sobre mis shorts. —¿A dónde más
iríamos? —Tan pronto como pregunté, lo supe—. ¡No! No hay forma de que
yo vaya ahí, lo hemos hecho bien en otras tormentas. Nos podemos quedar
aquí.
T.J. tomó su mochila y metió dentro su cuchillo, soga, y el botiquín
de primeros auxilios. Me arrojó las zapatillas y metió los pies en sus Nikes,
sin desatar los cordones primero. —Nunca ha sido tan malo —dijo—, y lo
sabes.
Abrí la boca para discutir con él y el techo voló.
T.J. sabía que había ganado. —Vamos —dijo apenas audible sobre el
bramido del viento. Deslizó sus brazos por la mochila y me pasó el estuche
de la guitarra—. Vas a tener que llevar esto. —Tomó la caja de
herramientas en una mano, mi maleta en la otra y nos apresuramos por el
bosque hacia la cueva. La lluvia nos golpeaba y el viento soplaba con
mucha violencia, pensé que me haría caer.
Dudé en la entrada de la cueva.
—Entra Anna —gritó.
Me incliné tratando de encontrar el coraje para entrar, el repentino
crujido de la rama de un árbol sonó como un disparo, T.J. puso su mano
en mi trasero y me empujó. Empujó dentro el estuche de la guitarra, la
caja de herramientas y la maleta después de mí y siguió justo antes de que
el árbol cayera bloqueando la entrada a la cueva y hundiéndonos en la
oscuridad.
Choqué con los huesos como una bola de boliche contra diez pines. 117
El esqueleto se esparció por el suelo de la cueva y unos segundos después
T.J. aterrizó en un montón junto a mí.
Los dos —y todo lo que teníamos— apenas cabíamos en el pequeño
espacio. Tuvimos que tumbarnos en nuestra espalda, hombro con hombro
y si extendía mi brazo podría haber tocado la pared de la cueva,
centímetros a mi derecha; T.J. podría haber hecho lo mismo a su
izquierda. La cueva olía a suciedad, plantas descomponiéndose y a
animales que esperaba no fueran murciélagos. Agradecida de estar usando
jeans, crucé los pies en los tobillos para evitar que cualquier cosa trepara
por mis pantalones. El techo estaba a menos de sesenta centímetros sobre
nuestras cabezas. Era como estar en un ataúd con la tapa cerrada y entré
en pánico, mi corazón retumbando, jadeando, sintiendo como si no
pudiera obtener suficiente aire.
—Intenta no respirar tan rápido —dijo T.J.—. Tan pronto como se
detenga estaremos fuera de aquí
Cerré mis ojos y me concentré en inhalar y exhalar, solo bloquear
todo. Dejar la cueva ahora no era una opción
T.J. tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos apretando
suavemente, yo apreté también, aferrándome a su mano como a una línea
de vida
—No te sueltes —susurré
—No iba a hacerlo.
Nos quedamos en la cueva por horas, escuchando la tormenta
mientras rugía afuera. Cuando finalmente se detuvo, T.J. movió de la
entrada las ramas del árbol. El sol estaba arriba y nos arrastramos fuera
mirando en shock la devastación.
La tormenta derribó tantos árboles que volver a la playa era como
elegir un camino en un laberinto. Cuando finalmente salimos del bosque
los dos nos quedamos mirando.
La casa se había ido.
T.J. miró el suelo donde una vez estuvo. Lo abracé y dije—: Lo
siento.
No respondió pero me rodeó con sus brazos y nos quedamos así por
largo tiempo.
Recorrimos el área y encontramos el bote salvavidas contra un árbol.
Lo revisamos cuidadosamente buscando agujeros, y yo buscaba escuchar
el silbido del aire escapando, pero no escuché nada. El colector de agua
flotaba en el mar a varios metros de la costa y la lona y el toldo del techo
estaban enredados entre los montones de madera que una vez fueron
nuestro hogar.
Los cojines de los asientos, chalecos salvavidas y cobijas estaban 118
dispersas por la arena. Las dejamos secar al sol, amarramos el toldo del
techo a la balsa salvavidas pero T.J. había cortado los lados de nailon y la
puerta que se pliega hacia abajo para usarlos en la casa. La cubierta nos
protegería de la lluvia pero ya no teníamos ninguna protección de los
mosquitos.
Nos pasamos el resto del día construyendo otro refugio y juntando
leña para el fuego y amontonándola dentro para que pudiera secar. T.J.
fue a pescar y yo recolecté cocos y frutos de pan.
Después nos sentamos junto a la fogata a comer pescado, apenas
manteniendo nuestros ojos abiertos. Afortunadamente la balsa continuó
manteniendo el aire y cuando el sol se puso T.J. y yo nos acostamos, me
quedé dormida instantáneamente con la cabeza apoyada en mi cojín del
asiento ligeramente húmedo.
***
***
129
26
T.J.
Traducido por Amy
Corregido por LuciiTamy
E
xtendí la manta al lado del fuego y comprobé el tiburón,
asegurándome de que no se estuviera quemando. No es que
importara porque teníamos demasiado, pero mi estómago
gruñó, y no podía esperar a que estuviera listo para que pudiéramos
comer.
Anna se acercó usando el vestido azul, su cabello mojado peinado
hacia atrás. Olía como a vainilla. Sonreí y levanté mis cejas cuando se
sentó a mi lado, y ella se ruborizó.
—Te ves muy linda —dije. 130
—Gracias. Pensé que debería vestirme bien, ya que estamos
celebrando.
Comimos tanto tiburón como pudimos. La textura de los filetes me
recordó a la carne vacuna, y el sabor era más fuerte que los pequeños
peces que normalmente comíamos.
—¿Quieres más fruta del árbol del pan? —pregunté. En lugar de
responder, ella eructó—. Anna, estoy sorprendido —bromeé—. Nunca te
había escuchado eructar.
—Eso es por que soy una señorita. Y nunca había tenido suficiente
comida en mi estómago que me hiciera eructar —Sonrió—. Guau. Eso se
sintió muy bien.
—Entonces, ¿quieres un poco? Ya casi no queda.
—Claro —dijo, riéndose—. Tengo espacio ahora.
Ya había recogido algunas frutas del pan con mis dedos. Sin pensar,
se las ofrecí. Ella dejó de reírse, y me miró como si no estuviera segura de
lo que acababa de decir. Esperé, y se inclinó hacia mí y abrió su boca.
Deslicé mis dedos adentro, preguntándome si mis ojos eran tan grandes
como los de ella. Cuando chupó la fruta, mi respiración se arruinó
completamente.
—¿Más?
Asintió lentamente con la cabeza, y su respiración tampoco sonaba
bien. Recogí un poco de fruta y esta vez, cuando puse mis dedos en su
boca, puso su mano en mi muñeca.
Esperé que tragara y luego perdí mi cordura completamente.
Tomé su cara con ambas manos, y la besé, duro. Abrió su boca y
deslicé mi lengua adentro. Podría besrla por días, y si me dijera que parara
no estaba seguro de poder hacerlo.
Pero no me lo dijo. Puso sus brazos alrededor de mi cuello,
apretándose a mí, y me devolvió el beso con fuerza. La atraje a mi regazo
así que se sentó a horcajadas, y gemí dentro de su boca cuando se sentó
en mi erección, su vestido se subió hasta su cintura.
Besó mi cuello, lamiendo y chupando el camino hasta mi hombro. Se
sentía increíble. Le saqué el vestido por la cabeza, y la levanté, dejándola
sobre su espalda. Enganché mis dedos debajo del cinturón de su ropa
interior, y levantó sus caderas para que pudiera quitárselos. La besé
frenéticamente. Mis manos iban de un lugar a otro porque no podía decidir
en que lugar quería tocarla más.
—Ve más despacio, T.J. —susurró.
—No puedo.
Se acercó a mí y tiró de mis shorts. Los tiré lejos y tan pronto como 131
estuve desnudo envolvió su mano a mí alrededor. Me vine veinte segundos
más tarde, sorprendido de que tomara todo ese tiempo.
Cuando mi cabeza se despejó, la besé y pasé las manos por cada
centímetro de su cuerpo, lentamente esta vez. La toqué en lugares que
nunca pensé que haría y escuchando los sonidos que hacía, supuse que
tenía que haberse sentido bien.
Cuando estuve listo otra vez, que fue muy pronto, la tiré encima de
mí. Estar dentro de ella no se parecía a nada que hubiese sentido antes.
Emma había estado nerviosa y tensa, y estaba preocupado de hacerle
daño, pero Anna se veía relajada, ya que sabía lo que estaba haciendo. Se
sentó encima de mí, sus manos sobre mi estómago, moviéndose a su
propio ritmo. La vista era asombrosa. Observaba cómo cerraba sus ojos y
se arqueaba hacia atrás, y unos minutos después, cuando su expresión
cambió y gritó, apreté sus caderas y me vine tan fuerte como nunca antes
en mi vida.
Después puse mis brazos alrededor de ella y susurré—: ¿Fue una
cosa de sólo una vez, tú y yo?
—No.
27
Anna
Traducido por munieca
Corregido por LuciiTamy
E
ntramos en la casa cuando cayó la noche y descendieron los
mosquitos. T.J. se acostó a mi lado y nos cubrió con la
manta. Envolvió su cuerpo desnudo a mi alrededor y se quedó
dormido segundos más tarde.
Yo estaba completamente despierta.
Cuando me besó, no había parado a pensar antes de regresarle el
beso. Éramos dos adultos consintiendo, pero no importa cómo lo hilé en
mi cabeza, sabía que si alguna vez conseguíamos salir de la isla, y la gente
se enterara de lo que habíamos hecho, habría repercusiones por mis actos. 132
Mientras yacía en la oscuridad con T.J. en cuchara, justifiqué que lo que
habíamos hecho se sentía bien, y si alguien merecía eso, éramos nosotros.
Lo que hicimos era nuestro asunto y de nadie más.
Al menos eso es lo que me dije a mí misma.
***
E
stábamos almorzando cuando una gallina salió de los
bosques.
—Anna, mira detrás de ti.
Se dio vuelta.
—¿Qué demonios?
Vimos como la gallina se acercaba. Picoteaba el suelo, sin ningún
apuro.
—Después de todo había otro más —dije. 134
—Sí, el tonto —apuntó Anna—. Sin embargo es el último en pie, así
que algo ha hecho bien.
La gallina vino directamente hacia Anna y ella dijo—: Oh, hola.
¿Sabes lo que les hicimos al resto de los de tu especie?
Inclinó la cabeza y la miró como si estuviera tratando de descifrar lo
que estaba diciendo. Mi boca se hizo agua. Pensé sobre la cena de pollo
que Anna y yo tendríamos. Pero luego ella dijo—: No matemos a este, T.J.
Veamos si pone huevos.
Construí un pequeño corral.
Anna recogió la gallina y lo puso dentro. Se sentó y nos miró a los
dos como si estuviese feliz con su nuevo lugar. Anna puso un poco de agua
en una cáscara de coco.
—¿Qué comen los pollos? —preguntó.
—No lo sé. Tú eres la profesora. Tú dime.
—Enseño inglés. En un área mayormente metropolitana.
Eso me hizo reír.
—Bueno, no sé lo que come. —Me incliné sobre el corral y dije—:
Mejor que pongas huevos, ahora sólo eres otra boca que alimentar, y si no
te gusta el coco, la fruta del pan y el pescado, no te va a gustar aquí.
Juro por Dios que la gallina asintió.
Puso un huevo al día siguiente.
Anna lo rompió y lo puso en un cascarón de coco y lo revolvió con su
dedo. Puso el coco con el huevo cerca de las llamas y esperó a que se
cocinara. Cuando pareció listo, lo dividió en dos.
—Esto es fantástico —exclamó Anna.
—Lo sé. —Terminé mi parte en dos mordidas—. Hace tanto que no
comía huevos. Sabe justo como lo recuerdo.
La gallina puso otro huevo dos días más tarde.
—Fue una buena idea, Anna.
—Probablemente también lo piensa Pollo —dijo.
—¿Le pusiste a la gallina, Pollo?
Parecía avergonzada.
—Cuando decidimos no matarlo, le tomé cariño.
—Está bien —dije—. Algo me dice que a Pollo también le gustas.
*** 135
Anna y yo bajamos al agua para darnos un baño. Cuando
alcanzamos la costa, me quité mis pantalones cortos y me metí al agua,
dando vuelta para verla sacarse la ropa. Se tomó su tiempo, sacándose
primero su camiseta sin mangas y luego sacándose lentamente sus
pantalones cortos y su ropa interior.
Desearía que pudiera hacer eso con música.
Se reunió conmigo en el agua, y lavé su cabello.
—Estamos seriamente quedándonos sin champú —dijo,
sumergiéndose para sacarse el champú.
—¿Cuánto más nos queda?
—No sé, quizás lo suficiente para unos pocos meses más. Nuestras
reservas de jabón no están mucho mejor.
Cambiamos lugares, y lavó mi pelo. Me enjaboné las manos y las
pasé sobre ella y hizo lo mismo por mí. Después de enjuagarnos, nos
sentamos en la arena dejando que la brisa secara nuestra piel. Anna se
puso frente mío y se recostó en mi pecho, relajándose mientras el sol se
ponía en el horizonte.
—Te espié mientras te bañabas una vez —admití—. Estaba
buscando leña, y no estaba poniendo atención. Entraste al océano
desnuda, y me escondí detrás de un árbol y te observé. No debí haberlo
hecho. Confiabas en mí, y lo hice de todas formas.
—¿Me espiaste alguna otra vez?
—No. Quise. Muchas veces, pero no lo hice. —Tomé aliento y lo deje
salir—. ¿Estás enojada?
—No. Siempre me pregunté si tratarías de espiarme. ¿Yo, um,
hice…?
—Sí. —Me levanté y tomé su mano. Volvimos a la casa y nos
acostamos en la balsa, y luego me dijo que yo era mejor que aceite de bebé
y su mano.
136
29
Anna
Traducido por Mel Cipriano.
Corregido por LuciiTamy
M
e senté cerca de la orilla para pintar las uñas de mis pies de
color rosa. Era tonto teniendo en cuenta nuestras
circunstancias, pero tenía el esmalte en mi maleta, y sin
duda tenía tiempo, por lo que los pinté de todos modos.
T.J. se acercó.
—Lindos pies.
—Gracias —dije, empezando otra capa—. ¿Alguna vez te hablé
acerca de Lucy, mi manicura?
Se echó a reír. 137
—Ni siquiera sé lo qué es eso.
—La chica que hace las uñas.
—Oh. No, nunca me has hablado de ella.
—Solía ir a Lucy cada sábado.
T.J. levantó una ceja.
—Sí, quizás me preocupaba un poco más por mi aspecto en Chicago
de lo que lo hago aquí. De todos modos, el inglés no era la primera lengua
de Lucy, y nunca supe cuál realmente lo era, sólo sabía que no podía
hablarla. Pero eso no nos impedía tener esas largas conversaciones, a
pesar de que ninguna de nosotras entendía algo de lo que la otra decía.
—¿Acerca de qué hablaban?
—No sé, sólo cosas. Ella sabía que yo enseñaba en la escuela, y que
tenía un novio llamado John. Me enteré de que tenía una hija de trece
años y que le encantaba ver realities en la televisión. Era tan agradable.
Me llamaba dulce, y siempre me abrazaba para saludarme o despedirse.
Cada vez que la visitaba me preguntaba cuándo iba a casarme con John.
Una vez, tuvimos una gran interrupción de la comunicación y, al parecer,
le prometí que podía hacerle la manicura a mis damas de honor para la
boda.
Metí la tapa en el esmalte de uñas y revisé los dedos de mis pies. No
había hecho el mejor de los trabajos.
—Lucy… mierda, si viera mis pies ahora mismo. —Levanté la vista
hacia T.J. Tenía una extraña expresión en su rostro, una que no sabía
leer.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—¿Estás seguro?
—Sí. Voy a ir a pescar. Será mejor que dejes secar bien esos pies.
—De acuerdo.
Parecía haber vuelto a la normalidad para el momento en el que
regresó junto a los peces, así que lo que sea que le había molestado, lo
superó rápidamente.
***
*** 139
Pollo se acercó y se sentó en mi regazo. T.J. se echó a reír, se le
acercó, y le alborotó las plumas.
—Me da mucha risa cuando hace eso —dijo.
Ya no teníamos que mantenerla encerrada. La había dejado salir una
vez, y luego se me había olvidado volverla a guardarla. Deambuló por ahí,
pero no trató de escaparse.
—Lo sé, es tan extraño. Por alguna razón, de verdad le gusto. —Le di
a Pollo una suave caricia en la cabeza.
—Es porque cuidas de ella.
—Me encantan los animales. Siempre he querido un perro, pero
John era alérgico.
—Tal vez puedas tener uno cuando lleguemos a casa —dijo.
—Un golden retriever.
—¿Esa es la clase de perro que quieres?
—Sí. Uno ya crecido, que nadie más quiera. Salido de un refugio.
Voy a tener mi propio apartamento, lo adoptaré y lo llevaré a casa.
—Has pensado en esto.
—He tenido tiempo para pensar en un montón de cosas, T.J.
Algunas noches más tarde, cuando estábamos en la cama, T.J. gimió
y se derrumbó sobre mí, respirando con dificultad.
—Guau —dije, sintiendo que su cuerpo se relajaba.
Me besó en el cuello y susurró—: ¿Se sintió bien?
—Sí. ¿Dónde aprendiste eso?
T.J. se echó a reír, todavía tratando de recobrar el aliento.
—Tengo una profesora excelente. Me deja practicar todo el tiempo
hasta que llego a hacerlo bien.
Salió de encima de mí tirándome hacia él para que pudiera poner mi
cabeza en su pecho. Me acurruqué más cerca, contenida y somnolienta.
Me frotó la espalda.
No fue hasta que cumplí los veintiséis o veintisiete años que incluso
me di cuenta de lo que quería en la cama. Cuando traté de decírselo a
John, no parecía tan emocionado acerca de tomar la dirección. T.J. no
había tenido reparos en preguntarme lo que me gustaba, así que decidí no
ser tímida a la hora de decirle, lo que estaba funcionando de manera
espectacular.
Suspiré.
140
—Harás a una mujer muy feliz algún día, T.J.
Su cuerpo se tensó y dejó de acariciarme la espalda.
—Sólo quiero hacerte feliz a tí, Anna. —La forma en que lo dijo, y la
exclusividad que escuché en su voz me hizo desear poder responderle de la
misma forma.
—Oh, lo haces, T.J. —dije rápidamente—. Lo haces.
No habló mucho al día siguiente. Me metí en el agua mientras
pescaba, y me paré junto a él.
—Lo siento. Herí tus sentimientos y eso es lo último que quería
hacer.
Mantuvo la mirada fija en la línea de pesca.
—Sé que esto nunca habría sucedido entre nosotros, en Chicago,
pero por favor, no hables acerca de despedirte de mí mientras aún estemos
aquí.
Puse mi mano sobre su brazo.
—Cuando dije eso, acerca de que harás a otra mujer feliz, no fue
porque fuera yo la que diría adiós, T.J. Tú lo eres.
Se volteó, confundido. —¿Por qué yo diría adiós?
—Porque soy trece años mayor que tú. Éste podría ser nuestro
mundo, pero no es el mundo real. Todavía tienes un montón de cosas que
no has experimentado. No querrás estar atado a nadie.
—No sabes lo que quiero, Anna. Además, no pienso en el futuro
nunca más, y no lo he hecho desde que el avión no regresó. Todo lo que sé
es que tú me haces feliz, y quiero estar contigo. ¿Puedes sólo estar
conmigo, también?
—Sí —le susurré—. Puedo hacer eso.
Quería decirle que nunca haría nada que le hiciera daño otra vez.
Pero tenía miedo de que esa fuera una promesa que no podría ser capaz de
mantener.
***
143
30
T.J.
Traducido por ♥...Luisa...♥
Corregido por Vane-1095
A
nna —susurré su nombre—. ¿Estás despierta?
—Hmm —dijo.
—¿Todavía amas a ese tipo? —Sabía su nombre, pero no
quería decirlo. Estaba envuelto alrededor de ella, mi pecho contra su
espalda. Se dio la vuelta para mirarme.
—¿John? No, no lo amo más. No he pensado en él en mucho tiempo.
¿Por qué?
—Me lo preguntaba. No importa, duérmete. —La besé en la frente y
la coloqué sobre mi pecho.
144
Pero ella no se durmió. Me hizo el amor en lugar de eso.
***
venir.
La mirada de sorpresa en su rostro me dijo que no lo había visto 145
—No se suponía que te enamoraras —susurró.
—Bueno, lo hice —le dije, mirándola a los ojos—. He estado
enamorado de ti desde hace meses. Te lo digo ahora porque creo que tú
también me amas, Anna. Simplemente crees que no deberías. Me lo dirás
cuando estés lista. Puedo esperar. —Tiré de su boca hacia abajo a la mía y
la bese, y cuando terminé, sonreí y le dije—: Feliz cumpleaños.
31
Anna
Traducido por Majo_Smile ♥
Corregido por Mel Cipriano
D
ebería haber sabido que se estaba enamorando. Todas las
señales estaban ahí, y desde hacía bastante tiempo. Fue
sólo después de que se enfermó que me arrepentí de no
decirle que tenía toda la razón.
Yo lo amaba.
Una semana después de mi cumpleaños, me acosté en la cama
junto a él sólo para descubrir que ya estaba dormido. Había ido al baño,
y llenado nuestra botella en el colector de agua, pero sólo llevaba unos 146
minutos detrás de él, y T.J. nunca se iba a dormir sin hacer el amor
primero.
Todavía estaba durmiendo a la mañana siguiente cuando me
desperté, y tampoco despertó durante el tiempo que había ido a pescar, y
a juntar coco y fruta de pan.
Me metí en la cama. Sus ojos estaban abiertos, pero se le veía
cansado. Besé su pecho. —¿Te encuentras bien? —pregunté.
—Sí, estoy cansado.
Besé su cuello de la forma que sabía que le gustaba, pero luego me
aparté bruscamente.
—Oye, no te detengas.
Puse mi mano sobre su cuello. —T.J., tienes un bulto aquí.
Alzó la mano y lo sintió con sus dedos. —Probablemente no sea
nada.
—Dijiste que me avisarías si notabas algo.
—No sabía que estaba allí.
—Te ves muy cansado.
—Estoy bien. —Me besó e intentó quitarme la camisa.
Me senté, fuera de su alcance. —Entonces, ¿qué pasa con el bulto?
—No lo sé. —Se levantó de la cama—. No te preocupes por eso,
Anna.
Después del desayuno, aceptó de mala gana que revisara su cuello.
Apreté los dedos suavemente por debajo de su mandíbula, descubriendo
ganglios linfáticos inflamados en ambos lados. ¿Había estado sudando en
la noche? No estaba segura. No parecía haber perdido peso, me habría
dado cuenta si lo hacía. Ninguno de los dos dijo nada acerca de lo que
podrían significar los bultos. Se veía exhausto así que lo envié de vuelta a
la cama. Bajé a la laguna, me metí en el agua, y floté sobre mi espalda,
mirando hacia el cielo azul sin nubes.
El cáncer está de vuelta. Lo sé, y él también.
Se despertó para almorzar, pero después de comer, se quedó
dormido otra vez, y continuó así, pasándose la cena. Entré en la casa
para ver cómo estaba. Cuando me incliné para besar su mejilla, su piel
me quemó los labios.
—T.J. —Gimió cuando puse la palma de mi mano contra su frente
caliente—. Vuelvo pronto. Voy a traer el Tylenol.
Encontré el botiquín de primeros auxilios, y sacudí dos pastillas de
Tylenol sobre la palma de mi mano. Le ayudé a tragarlas con agua, pero 147
vomitó sobre su cuerpo unos minutos más tarde.
Lo limpié con una camiseta, y traté de moverlo un poco, hacia la
parte seca de la manta. Gritó cuando lo toqué.
—Bueno, no voy a moverte. Dime qué te duele.
—La cabeza. Detrás de mis ojos. Por todas partes. —Se quedó
quieto y no dijo nada más.
Esperé un rato y luego traté de darle un poco más de Tylenol. Me
preocupaba que fuera a vomitar otra vez, pero no lo hizo.
—Te sentirás mejor en poco tiempo —le dije, pero cuando lo revisé
media hora más tarde, su frente se sentía aún más caliente.
Durante toda la noche, ardió de fiebre. Vomitó otra vez, y no podía
soportar que lo tocara, porque dijo que se sentía como si sus huesos se
estuvieran rompiendo.
Al día siguiente, durmió durante horas. No quería comer y apenas
bebía. Su frente se sentía tan caliente que me preocupaba que la fiebre
fritara su cerebro.
Aquello no era cáncer. Los síntomas habían aparecido demasiado
pronto.
Pero si no es cáncer, ¿qué es? ¿Y qué demonios voy a hacer al
respecto?
La fiebre no bajaba, y nunca deseé tener hielo más de lo que hice
entonces. Estaba tan caliente y la camiseta que mojaba en el agua y
exprimía en su frente era probablemente demasiado caliente para
refrescarlo, pero no sabía qué más hacer.
Tenía los labios secos y agrietados, y me las arreglé para conseguir
pasar un poco de agua y Tylenol por su garganta. Quería tenerlo en mis
brazos, consolarlo, alisar el cabello sobre sus ojos, pero mi contacto le
causaba dolor, así que no lo hice.
Estalló en un sarpullido al tercer día. Brillantes puntos rojos le
cubrieron el rostro y el cuerpo. Pensé que tal vez la fiebre estaba cerca de
romperse, que el sarpullido indicaba que su cuerpo estaba luchando
contra la enfermedad, pero a la mañana siguiente el sarpullido era peor,
y se sentía más caliente. Inquieto e irritable, se deslizaba dentro y fuera
de su conciencia, dejándome presa del pánico cuando no lo pude
despertar.
La sangre empezó a gotear de su nariz y su boca al quinto día. El
temor se apoderó de mí en oleadas, mientras limpiaba la sangre con mi
camiseta blanca, que por la tarde ya estaba de color rojo. Me dije que el
sangrado se había reducido, pero no era así. Moretones cubrieron su 148
cuerpo donde la sangre se acumulaba bajo la piel. Me acosté a su lado
durante horas, llorando y sosteniendo su mano. —Por favor no te
mueras, T.J.
Cuando salió el sol a la mañana siguiente, lo tomé entre mis
brazos. Si sintió dolor por el contacto, no lo demostró. Pollo rasguñaba
un lado de la balsa salvavidas. Me incline y la recogí. Se dejó caer junto a
T.J., y no se movió de su lado. La dejé quedarse.
—No estás solo, T.J. Estoy aquí. —Le quité el cabello del rostro, y lo
besé en los labios. Dormitándome, soñé que T.J. y yo estábamos en un
hospital, y que el médico me decía que debería estar feliz de que al menos
no fuera cáncer.
Cuando me desperté, puse mi oído en su pecho, llorando de alivio
cuando escuché su corazón. A lo largo del día, su sarpullido se
desvaneció, y el sangrado decayó y se detuvo finalmente. Esa noche me
puse a pensar que tal vez sí iba a vivir.
A la mañana siguiente, su frente estaba fresca cuando lo toqué.
Hizo un sonido cuando traté de despertarlo, lo cual me pareció que
quería decir que estaba durmiendo y no inconsciente. Salí de la casa para
recoger coco y fruta de pan, y llenar varios recipientes con agua del
colector, parando con frecuencia para ver cómo estaba.
Hice una fogata. No tenía manera de medir el tiempo, pero si
tuviera que adivinar, diría que duró menos de veinte minutos.
Nada mal para una chica de ciudad.
Me lavé los dientes. Realmente necesitaba un baño, no había
estado cerca del agua en días, pero no quería dejar a T.J. solo tanto
tiempo. Por la tarde, me acosté a su lado, sosteniendo su mano. Sus
párpados se agitaron, y luego los abrió por completo. Apreté suavemente
sus dedos y dije—: Hola.
Se volvió hacia mí y parpadeó, tratando de concentrarse. Arrugó la
nariz. —Hueles mal, Anna.
Me eché a reír y llorar al mismo tiempo. —No hueles tan bien
tampoco, Callahan.
—¿Puedo tomar un poco de agua? —Su voz era áspera. Lo ayudé a
sentarse para que pudiera beber de la botella de agua que había estado
esperándolo.
—No bebas demasiado rápido. Quiero que permanezcas acostado.
—Dejé que tomara la mitad de la botella, y luego facilité su regreso a la
cama—. Puedes tener el resto en pocos minutos.
—No creo que el cáncer haya regresado.
—No —estuve de acuerdo.
149
—¿Qué crees que era?
—Algo viral. De lo contrario, no estaríamos teniendo esta
conversación. ¿Tienes hambre?
—Sí.
—Te voy a conseguir un poco de coco. Lo siento, no hay peces. No
he estado en el agua últimamente.
Me miró sorprendido. —¿Cuánto tiempo estuve fuera?
—Algunos días.
—¿En serio?
—Sí. —Mis ojos se llenaron de lágrimas—. Pensé que ibas a morir
—le susurré—. Estabas tan enfermo, y no había nada que pudiera hacer
excepto estar a tu lado. Te amo, T.J. Debería habértelo dicho antes. —Las
lágrimas corrieron por mis mejillas.
Me acercó a él y dijo—: Te amo demasiado, Anna. Pero ya lo sabías.
32
T.J.
Traducido por Deeydra Ann’
Corregido por Mel Cipriano
T
omé agua mientras Ana iba a pescar. Cuando volvió, cocinó el
pescado y me lo dio de comer en la cama.
—Has hecho un fuego —dije.
Lucía orgullosa. —Lo hice.
—¿Tuviste algún problema?
—Nop. —Quería tragarme la comida, pero Anna no me lo permitió.
—No comas demasiado rápido —dijo.
Establecí un ritmo, dejando que mi estomago se acostumbrara a
150
tener algo en él.
¿Por qué Pollo está en la cama con nosotros? —pregunté. No me
había fijado en ella al principio, pero se sentó en la esquina del bote
salvavidas sin hacer ruido y luciendo muy a gusto.
—Estaba preocupada por ti. Ahora, sólo le gusta estar aquí.
Más tarde, Anna y yo fuimos a la playa a tomar un baño,
deteniéndonos dos veces para que pudiera descansar.
Me condujo dentro del agua y se enjabonó las manos, recorriéndolas
por mi piel. Cuando estaba limpio, ella se lavó. Sus huesos de la cadera
sobresalían y conté todas las costillas.
—¿No has comido mientras estaba enfermo?
—No realmente. Tenía miedo de dejarte. —Se enjuagó y luego me
ayudó a ponerme de pie—. Además, tú tampoco estabas comiendo bien.
Tomó mi mano y nos dirigimos de nuevo a la casa. Dejé de caminar.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Ese novio que tenías debió haber sido un completo idiota.
Sonrió. —Vamos. Necesitas descansar.
Haber tomado un baño me agotó tanto que no pude argumentar.
Cuando llegamos a la casa, me ayudó a meterme en la cama y se tendió a
mi lado, sosteniendo mi mano hasta que me quedé dormido.
Para la siguiente semana, no tenía mucha energía y Anna estaba
preocupada por una recaída. Constantemente comprobaba mi frente para
ver si tenía frente y se aseguraba de que bebiera mucha agua.
—¿Por qué tengo tantos moretones? —pregunté.
—Estabas sangrando por la nariz y la boca y al parecer bajo la piel.
Eso me asustó más, T.J. Sabía que sólo puedes perder una cierta cantidad
de sangre, y no estaba segura de cuanta.
Escuchar eso me asustó. Dejé de pensar en ello y me concentré en
cosas más agradables, como besar a Anna y sacar su camiseta.
—Realmente te estás sintiendo mejor —dijo ella.
—Sí. Sin embargo, es posible que debas estar arriba. No tengo fuerza
para algo más.
—Por suerte para ti, me gusta estar arriba —dijo, besándome de
regreso.
—Suerte es mi segundo nombre. —Después, cuando la abracé, le
dije—: Te amo. 151
—También te amo.
—¿Qué dijiste?
—Dije: también te amo. —Se acurrucó más cerca y se rió—. Me
escuchaste la primera vez.
***
***
V
omité mi desayuno una mañana en noviembre. Me
encontraba sentada en la manta al lado de T.J., comiendo un
huevo revuelto, y de la nada llegaron las náuseas. Apenas
logré alejarme tres pasos antes de vomitarlo todo.
—Oye, ¿qué ocurre? —preguntó T.J. Me trajo un poco de agua y me
enjuagué la boca.
—No lo sé, pero eso definitivamente no quiso quedarse allí dentro.
—¿Te sientes bien?
—Ahora me siento mucho mejor. —Apunté hacia Pollo, quien se
153
encontraba caminando a nuestro alrededor—. Pollo, ése fue un huevo
malo.
—¿Quieres intentar con algo de fruta de pan?
—Tal vez más tarde.
—De acuerdo.
Me sentí bien durante el resto del día, pero a la mañana siguiente
vomité de nuevo, justo después de comer un pedazo de coco.
Al igual que el día anterior, T.J. me trajo agua, y me enjuagué la
boca. Me guió de nuevo hacia la manta.
—Anna, ¿qué está mal? —preguntó, en su rostro se asomaba la
preocupación.
—No lo sé. —Me recosté y abracé mi cuerpo de lado, esperando a
que las náuseas se fueran.
T.J. se sentó a mi lado y me apartó el cabello de la cara. —Esto
sonará loco, pero, no estás embarazada, ¿verdad?
Bajé la mirada hacia mi estómago, el que se encontraba casi
cóncavo, ya que no había subido el peso que perdí cuando T.J. se
enfermó. Aún no me venía el período.
—Eres estéril, ¿cierto?
—Ellos me dijeron que sí. Que probablemente siempre lo sería.
—¿A que se referían con probablemente?
Lo pensó por un minuto. —Recuerdo algo sobre que una leve
posibilidad de fertilidad podría regresar, pero que no contara con ello. Por
eso fue que todos quisieron que guardara mi esperma. Dijeron que era la
única manera de estar seguros.
—Eso suena bastante estéril, en mi opinión. —Me senté, sintiendo
un poco menos nauseabunda—. No hay manera de que esté embarazada.
Aquí entre tú y yo, es probablemente imposible. Seguro que es un simple
virus estomacal. Sólo Dios sabe lo que está viviendo en este momento en
mi aparato digestivo.
Tomó mi mano. —Está bien.
Más tarde esa noche, justo antes de dormirnos, me dijo—: ¿Qué
pasa si en verdad estás embarazada, Anna? Sé que quieres un bebé. —
Apretó con más fuerza sus brazos a mi alrededor.
—Oh, T.J. No digas eso. No aquí. No en esa isla. El bebé tendría
terribles posibilidades de no sobrevivir. Cuando te enfermaste y pensé
que morirías, fue casi más de lo que pude soportar. Si vemos cómo muere
nuestro bebé, yo también querría morir. 154
Exhaló. —Lo sé. Tienes razón.
No vomité a la mañana siguiente, ni ninguna otra luego de esa. Mi
estómago se mantuvo plano, y no tuve que preocuparme por tener a un
bebé en la isla.
***
A
nna y yo caminamos de la mano por la playa el día después de
Navidad. Ninguno de los dos había dormido bien anoche. Ella
no estaba muy habladora, pero esperaba que se animara
ahora que las festividades habían terminado.
Me di cuenta de algo extraño en la laguna. El agua había retrocedido
casi hasta el arrecife, dejando una gran zona del fondo marino seca.
—Mira eso, Anna. ¿Qué está pasando?
—No sé —dijo—. Nunca he visto eso antes.
Un pez atado flotaba hacia adelante y hacia atrás. —Esto es extraño.
157
—Sí. No lo entiendo. —Se cubrió los ojos con la mano—. ¿Qué es eso
por ahí?
—¿Dónde? —Entorné los ojos, tratando de averiguar lo que veía.
Algo azul se había formado en la distancia, pero me confundió, porque el
tamaño estaba todo mal.
Y fuera lo que fuera, rugía.
Ana gritó, y yo comprendí. Tomé su mano y corrimos.
Mis pulmones quemaban. —Rápido Anna, vamos, rápido, ¡rápido! —
Miré por encima del hombro a la pared de agua que venía hacia nosotros y
nos dimos cuenta de que no importaba lo rápido que corriéramos. Nuestra
isla de baja altitud no tenía ninguna posibilidad.
Segundos más tarde, llegó la ola, rasgando la mano de Anna de mi
alcance. Se la tragó, a ella, a mí y a la isla.
Se tragó todo.
35
Anna
Traducido por Annabelle
Corregido por Juli_Arg
C
uando la ola golpeó, me empujó hacia adelante y luego hacia
abajo. Debajo del agua, me giré y di volteretas por tanto
tiempo que sentí mis pulmones a punto de explotar.
Sabiendo que no podía retener mi aliento por más tiempo, pateé y
luché con todas mis fuerzas hacia el rayo de luz que brillaba sobre mí. Mi
cabeza rompió contra la superficie y tosí y jadeé, luchando por obtener
algo de aire.
—T.J. —grité su nombre tan pronto como abrí mi boca, con el agua
corriendo por mi garganta. Por la superficie flotaban tres troncos, grandes 158
pedazos de madera, ladrillos, y un montón de concreto, no entendía de
dónde podía haber venido todo eso.
Pensé en los tiburones y sentí pánico, provocando que me agitara e
híperventilara. Mi corazón latía tan violentamente que creí que saldría
disparado de mi pecho. Mi tráquea se contrajo y me sentí como si
intentara hacer pasar el aire mediante una pajita. Escuché la voz de T.J.
en mi cabeza.
Respira despacio, Anna.
Inhalé lentamente, esquivando los escombros. Floté sobre mi
espalda intentando conservar energía, y luchado para mantener mi cabeza
por encima del agua. De nuevo grité el nombre de T.J., llamándolo hasta
quedarme sin voz, con mis gritos de dolor reduciéndose a nada más que
roncos murmullos. Me quedé quieta para escuchar su voz llamándome,
pero sólo obtuve silencio.
Entonces vino otra ola, no tan poderosa como la primera, pero logró
impulsarme hacia abajo, volteándome y retorciendo mi cuerpo en círculos.
De nuevo, nadé hacia la luz.
Cuando salí a la superficie, jadeando, pude ver una gran cubeta de
plástico flotando en el agua. Mis dedos se estiraron hacia su asa y la
agarré, su firmeza apenas lograba mantenerme a flote.
El mar se calmó. Miré hacia mí alrededor, pero no había nada más
que azul.
Las horas pasaron, y la temperatura de mi cuerpo bajó
gradualmente. Con las lágrimas cayendo sobre mi rostro, temblé,
preguntándome cuando vendrían los tiburones, porque sabía que, en fin,
lo harían. Quizá ya estuvieran rondando por allí debajo.
La cubeta mantenía mi cabeza sobre el agua, pero para eso debía
cambiar su posición constantemente, para que así se mantuviera en un
ángulo que no causara que se sumergiera, lo que me tenía completamente
exhausta.
Habría dado lo que fuera, pagado cualquier precio, por estar de
nuevo en la isla con T.J. Viviría allí para toda la vida, siempre y cuando
pudiéramos estar juntos.
Cabeceé, despertándome de pronto cuando el agua cubrió mi cara.
La cubeta se salió de mi agarre y flotó lejos. Intenté nadar hasta ella, pero
mis brazos ya no daban para más. Mi cabeza se hundió, luché para
sacarla a flote de nuevo. Pensé en T.J. y sonreí detrás de mis lágrimas.
¿Te gusta Pink Floyd?
Intentaba alcanzar esos pequeños cocos verdes que te gustan.
¿Sabes qué, Anna? Te encuentras bien. 159
Lloré, dejándolo salir todo. Mi cabeza se hundió, y moví las piernas
frenéticamente, usando lo último que quedaba de mi fuerza para salir de
nuevo a flote.
Nunca te dejaré sola, Anna. No si puedo evitarlo.
Creo que también me amas, Anna.
Volví a sumergirme y cuando salí de nuevo fue por última vez, y el
pánico, el pánico y el miedo corrían de arriba a abajo por mi cuello, y grité,
pero me encontraba tan cansada que sonó sólo como un quejido. Y justo
cuando pensé: esto es todo, éste es el final de mi vida, escuché el
helicóptero.
36
T.J
Traducido por munieca
Corregido por Juli_Arg
C
uando la ola golpeó, arrancó a Anna de mis manos y me lanzó
hacia arriba y hacia abajo y alrededor. Tosí y ahogué, y no
podía respirar, y las olas me arrastraban de nuevo abajo cada
vez que me las arreglaba para conseguir mi cabeza fuera del agua.
—¡Anna! —grité su nombre varias veces, luchando para evitar que el
agua pase por mi garganta. Giré en un círculo, pero no pude verla en
ninguna parte.
¿Dónde estás, Anna?
El tronco de un árbol chocó contra mi cadera y el dolor atravesó mi
160
cuerpo. Residuos sin fin se arremolinaban a mi alrededor, pero no había
nada lo suficientemente grande para agarrarse antes de que pasaran,
arrastrados por las olas agitadas.
Aflojé mi respiración, tratando de no entrar en pánico.
Ella tiene que luchar. No puede darse por vencida.
Flotaba sobre mi espalda para conservar mi fuerza, gritando su
nombre y escuchando atentamente por una respuesta. Nada salvo el
silencio.
Una segunda ola golpeó, más pequeña esta vez, y me fui debajo de
nuevo. Una rama de árbol grande flotaba a mi lado cuando salí a la
superficie, y me aferré a ella. El pensamiento de Anna tratando de
mantener la cabeza fuera del agua me mató. Estaba aterrorizada de estar
sola en la isla, pero estar sola en el agua era una pesadilla que ninguno de
nosotros alguna vez había pensado. Dijo que se sentía a salvo conmigo,
pero no podía protegerla ahora.
Solamente te dejé sola, Anna, porque no pude evitarlo.
Llamé por su nombre otra vez, haciendo una pausa por un minuto
completo para escuchar antes de intentar de nuevo. Mi voz se hizo más
débil y mi garganta dolía con sed. El sol, alto en el cielo caía a plomo sobre
mí, mi cara ya picaba con las quemaduras del sol.
La rama del árbol anegado se hundió. No había otra cosa a que
aferrarse, por lo que alterné entre pedaleando en el agua y flotando sobre
mi espalda.
Luché para mantener mi cabeza fuera del agua. El tiempo pasó y
creció mi agotamiento. Escudriñando en la distancia, vi una viga de
madera flotante. Mis brazos y piernas apenas tenían fuerza suficiente para
impulsarme hacia ella. La agarré, agradecido de que soportara mi peso sin
hundirse.
Mi mejilla descansaba sobre la madera, y pesé mis opciones.
No tardé mucho en darme cuenta de que no tenía ninguna.
161
37
Anna
Traducido por Annabelle
Corregido por Juli_Arg
E
l hombre en el traje acuático cayó dentro del agua a mi lado.
Dijo algo, pero no pude escucharlo por el ruido de las hélices
del helicóptero. Mantuvo mi cabeza fuera del agua y le hizo
señas a alguien con su mano libre para que bajaran una canasta.
No estaba segura de si era real, o un sueño. El hombre me puso en
la canasta; se elevó y luego otro hombre me introdujo en el helicóptero. La
bajaron de nuevo y subieron al hombre en el traje acuático.
Temblaba incontrolablemente en mi camisa y pantaloncillos. Me
envolvieron en sabanas y luché en medio de un agotamiento tan profundo 162
de lo que alguna vez experimenté para formar las palabras que quería
decir.
—T.J. —Salió casi como un susurro, y nadie dentro del helicóptero
pudo escucharme.
—T.J. —dije, un poco más fuerte.
El hombre levantó mi cabeza y colocó una botella de agua contra mis
labios. Bebí, satisfaciendo mi violenta sed.
—¡T.J.! T.J. está allí abajo. Tienen que encontrarlo.
—Estamos bajos en combustible —dijo el hombre—. Y debemos
llevarte al hospital.
Me costó trabajo entender lo que decía. —¡No! —Me senté, tomando
sus hombros—. Él está allí abajo. No podemos dejarlo ahí.
La histeria me envolvía, y grité. El sonido llenó todo el helicóptero, y
el hombre intentó calmarme.
—Haré que el piloto alerte a los otros helicópteros. Lo buscarán.
Todo va a estar bien —dijo, dándole un apretón a mi hombro.
No podía sacar de mi cabeza la imagen de T.J. hundiéndose sin salir
de nuevo a la superficie. Me encerré en mí misma, y fui a un lugar dentro
de mí en donde no debía pensar o sentir. La bienvenida con mi familia, esa
escena que había imaginado en mi mente cientos de veces en los últimos
tres años y medio, falló al provocar cualquier emoción dentro de mí.
El helicóptero se movió a toda velocidad y nos dirigimos al hospital,
dejando a T.J. atrás.
163
38
T.J.
Traducido por Annabelle
Corregido por Deeydra Ann’
A
l principio no podía identificar el sonido. Me vino de repente,
cuando mi cerebro se dio cuenta de que el thwack-thwack-
thwack eran las hélices de un helicóptero haciendo eco en la
distancia. El sonido se hizo cada vez más débil, hasta el punto en que ya
no pude escucharlo.
Regresa. Por favor, da media vuelta.
No lo hizo. Mi esperanza se convirtió en desesperación, y supe que
iba a morir. Mi fuerza decaía cada vez más y me costaba mucho
sostenerme a la viga. La temperatura de mi cuerpo había caído y sentía 164
dolor por todas partes.
Me imaginé el rostro de Anna.
¿Cuántas personas podían decir que habían sido amadas de la
manera en que ella me amaba?
Mis dedos se deslizaron de la viga, y me costó trabajo volverla a
agarrar. Me mantuve quieto, cabeceando una y otra vez. Un sueño con
tiburones me despertó de repente. Mi cabeza se hundió y bajé lentamente.
Por instinto, mantuve el aliento por el mayor tiempo posible, hasta que,
eventualmente, no pude sostenerlo más.
Floté en un mar de vacío, sin ningún peso, hasta que otra sensación
me invadió. La muerte no sería pacífica, después de todo. Me dolía, su
abrumador peso golpeaba mi pecho.
De pronto, la presión se desvaneció. El agua de mar salió de mi boca
y abrí los ojos. Un hombre usando un traje acuático se encontraba de
rodillas a mi lado, con sus manos inmóviles sobre mi pecho. Mi cabeza
descansaba sobre algo sólido, y me di cuenta que me encontraba dentro de
un helicóptero. Respiré profundamente y, tan pronto como tuve suficiente
aire dentro de mis pulmones, dije—: Regresen. Debemos encontrarla.
—¿A quién? —preguntó.
—¡Anna! ¡Debemos encontrar a Anna!
165
39
Anna
Traducido por Panchys
Corregido por Deeydra Ann’
M
e encontraba profundamente entumecida. El hombre
sacudió suavemente mi hombro, yo no quería hablar, pero
no pararía de preguntarme si podía oírle. Me volví hacia la
voz y parpadeé, tratando de enfocar mis hinchados ojos llenos de lágrimas.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó—. Uno de los otros helicópteros
acaba de sacar a un hombre del agua. —Luché para sentarme, con ganas
de escuchar con claridad lo que estaba a punto de decir—. Dijeron que él
está buscando a alguien llamada Anna.
Me tomó un momento registrar sus palabras, pero cuando 166
comprendí su significado, experimenté alegría, pura y verdadera, por
primera vez en toda mi vida.
—Soy Anna. —Me envolví en mis brazos y me balanceé hacia atrás y
hacia adelante, sollozando.
Aterrizamos en el hospital, me cargaron en una camilla y me
llevaron dentro. Dos hombres me transfirieron desde la camilla a una
cama de hospital, ninguno de los dos hablaba inglés. Pasamos junto a un
teléfono público colgado en la pared.
Un teléfono. Hay un teléfono.
Volví la cabeza hacia él a medida que pasábamos y entré en pánico
cuando no pude recordar el número de teléfono de mis padres.
El hospital estaba lleno de pacientes. La gente se sentaba en el suelo
del vestíbulo, esperando para ver a un médico. Una enfermera se acercó y
me habló con dulzura en un idioma que no entendía. Sonriendo y
acariciando mi brazo, atravesó la piel de la palma de mi mano con una
aguja y colgó la bolsa de suero en un poste al lado de mi cama.
—Necesito encontrar a T.J. —dije, pero negó con la cabeza y, al ver
mi temblor, tiró de la sábana hasta mi cuello.
El caos de tantas voces, sólo algunas de ellas hablando en inglés,
retumbó en mis oídos, más fuerte que todo lo que había escuchado en los
últimos tres años y medio. Aspiré el olor a desinfectante y parpadeé ante
las luces fluorescentes que hacían que mis ojos dolieran. Alguien empujó
mi cama en un pasillo en la esquina. Me recosté de espaldas luchando por
mantenerme despierta.
¿Dónde está T.J.?
Quería llamar a mis padres, pero no tenía la fuerza para moverme.
Me quedé dormida por un minuto, despertando cuando unos pasos se
aproximaron.
Una voz dijo—: La Guardia Costera sólo la trajo. Creo que es la que
él está buscando.
Unos segundos después, una mano retiró la sábana que me cubría,
y T.J. pasó de su camilla a la mía, tratando de no enredar las mangueras
de nuestras intravenosas. Envolvió sus brazos a mí alrededor y se
derrumbó, enterrando su cara en mi cuello. Las lágrimas corrían por mi
cara con el puro alivio de sostener el peso sólido de él en mis brazos.
—Lo lograste —dijo, temblando—. Te amo Anna —susurró.
—Te amo también. —Traté de hablarle del teléfono público, pero el
cansancio se apoderó de mí y de mis palabras confusas que no tenían
sentido. Me dormí.
167
***
171
40
T.J.
Traducido por Nina_Ariella
Corregido por Panchys
A
nna me pasó el celular. Marqué mi número y esperé a que
alguien respondiera. Contesta, contesta, contesta.
—¿Hola? —Era mi mamá. Una oleada de emoción se apoderó
de mí cuando escuché su voz. No me había dado cuenta hasta ese preciso
momento cuánto la había extrañado. Lágrimas llenaron mis ojos y
parpadeé para devolverlas. Anna puso su brazo alrededor mío.
—Mamá, es T.J. no cuelgues. —Se hizo un silencio del otro lado, así
que seguí hablando—. Anna y yo no morimos en el accidente de avión.
Hemos estado viviendo en una isla. La guardia costera nos rescató 172
después del tsunami y estamos en el hospital en Malé.
—¿T.J.? —Sonaba extraña, como si estuviera en un trance. Comenzó
a llorar.
—¡Mamá, pásame a papá!
—¿Quién es? —gritó mi papá al teléfono.
Sentí una segunda oleada de emoción cuando escuché la voz de mi
papá y quería aferrarme a él, pero mi deseo de hacerle entender lo que
había sucedido y dónde estábamos ganó. Mi voz fue estable cuando dije—:
Papá, es T.J. No cuelgues. Sólo escucha. Anna y yo logramos llegar a una
isla después que nos estrellamos. La guardia costera nos sacó del agua
después del tsunami. Estamos en el hospital en Malé, y ambos estamos
bien. —Hubo silencio del otro lado—. ¿Papá?
—Oh Dios mío —dijo—. ¿Eres tú? ¿Realmente eres tú?
—Sí, soy yo.
—¿Has estado vivo todo este tiempo? ¿Cómo?
—No fue fácil.
—¿Estás bien? ¿Estás herido?
—Estamos bien. Cansados y doloridos. Hambrientos.
—¿Anna está bien?
—Sí, está sentada aquí junto a mí.
—No sé qué decir, T.J. Estoy abrumado. Necesito pensar por un
minuto. Necesito encontrar la manera de sacarte de ahí —dijo.
Por primera vez en un largo tiempo, nada pesaba sobre mis
hombros. Mi papá se encargaría y nos llevaría a casa.
—Papá, Anna quiere que llames a su hermana también, y te
asegures que sabe lo que sucede.
Anna me dio el número, y lo repetí para mi papá.
—La última cosa que quiero hacer es colgar, T.J., pero son las 8 de
la tarde aquí, y necesito comenzar a hacer llamadas antes de que se haga
más tarde. Conseguirles un avión puede difícil por el nueve-once15. Si no
puedo conseguirles un vuelo comercial, conseguiré uno de alquiler.
Probablemente será mañana antes de que pueda sacarlos de ahí. ¿Son
capaces de salir del hospital?
—Sí, eso creo.
—¿Puede alguien llevarlos a un hotel?
—Puedo mirar. Tal vez alguien pueda llevarnos.
—Una vez que llegues a un hotel, llámame y les daré el número de
173
mi tarjeta de crédito.
—Está bien papá. ¿Está bien mamá?
—Sí, está justo aquí. Quiere hablar contigo.
Casi no podía entenderle a mi mamá. Tan pronto como escuchó mi
voz, comenzó a llorar de nuevo.
—Está bien mamá, estaré en casa pronto. No llores. Pon a papá de
nuevo al teléfono, ¿está bien?
Cuando mi papá volvió a la línea le dije que íbamos a hablar con la
policía local y que intentaríamos ir a un hotel, y lo llamaría desde ahí.
—Está bien, T.J. estaré esperando.
—Va a comenzar a hacer llamadas —dije después que colgué el
teléfono—. Dijo que conseguirnos un vuelo comercial podría ser difícil por
el nueve-once.
—¿Qué es nueve-once?
—No lo sé. Dijo que tal vez tendría que alquilar un avión. Si podemos
encontrar un aventón a un hotel, podemos llamarlo y él les dará su
16
Es una señal luminosa visible en la distancia.
—Porque no había ninguna —dije.
—Todas las balsas salvavidas tienen una. Están establecidas por la
Guardia Costera cuando un avión vuela sobre agua.
—Bueno, la de nosotros no —dije—. Y créame, buscamos.
Escribió nuestra información de contacto y luego me dio una tarjeta
de contacto.
—Por favor, que su abogado me llame cuando regresen a los Estados
Unidos.
Puse la tarjeta en el bolsillo de mis pantalones cortos. —Hay una
cosa más —dije volviéndome hacia los dos policías—. Alguien estaba
viviendo ahí antes que nosotros. —Anna y yo les contamos de la choza y el
esqueleto—. Si estaban buscando una persona desaparecida, puede que la
hayamos encontrado.
Cuando terminamos de hablar con ellos, le preguntamos al Dr.
Reynolds si alguien podría llevarnos a un hotel.
—Yo puedo —dijo.
El Dr. Reynolds conducía un Honda Civic golpeada. No tenía aire
acondicionado así que bajamos las ventanas. Salir del estacionamiento a
las carreteras, autos, y edificios —cosas que no había visto en tanto
tiempo— me asombró. Inhalé el humo de los tubos de escape de los autos,
175
tan diferente del olor de la isla.
Cuando vi el letrero del hotel, sonreí porque finalmente me di cuenta
que Anna y yo tendríamos una habitación, una ducha, y una cama.
—Gracias por toda su ayuda —le dijimos al Dr. Reynolds cuando nos
dejó frente al hotel.
—Buena suerte a los dos —dijo, estrechando mi mano y dándole un
abrazo a Anna.
El hotel no había sufrido muchos daños. Alguien estaba barriendo
los escombros del andén de enfrente cuando Anna y yo caminamos por la
puerta giratoria. Los huéspedes del hotel se habían reunido en el
vestíbulo, algunos de ellos parados junto a montones de equipaje.
Todos nos miraron. Si había una regla de servicio contra no usar
zapatos o camisa, yo la estaba violando. Vi nuestros reflejos en un gran
espejo colgado en la pared. No nos veíamos muy bien.
Seguí a Anna a la recepción donde una mujer estaba de pie
escribiendo en un computador.
—¿Se van a registrar? —preguntó.
—Sí, una habitación, por favor —dije—. Y ¿podría prestarme su
teléfono?
Ella volvió el teléfono hacia mí, y llamé por cobrar a mi papá17. —
Estamos en el hotel —dije.
—Tomen un par de habitaciones y carguen todo a ellas —dijo mi
papá.
—Solo necesitamos una habitación, papá.
Se pausó por un segundo. —Oh. Está bien.
Le pasé el teléfono a la mujer y esperé mientras mi papá le daba la
información de su tarjeta de crédito. Ella me lo devolvió y terminó de
escribir.
—¿Hay una tienda de regalos en el hotel? —preguntó mi papá.
—Sí, puedo verla desde aquí. —La tienda de regalos estaba justo a la
vuelta de la esquina desde el escritorio. Por lo que podía decir, parecía
bastante lujosa.
—Compren lo que necesiten. Estoy trabajando en sacarte a tí y a
Anna de ahí. El aeropuerto de Malé sufrió algunos daños, pero me dijeron
que no habían tenido que cancelar muchos vuelos. Un vuelo comercial no
va a funcionar así que estoy trabajando en alquilar un avión. Tu mamá
quería viajar hasta allí y traerte, pero la convencí de que llegarías más
pronto si no tenías que esperar a que llegara por tí primero. Llamaré a tu
habitación tan pronto como tenga los detalles pero estén listos para irse 176
por la mañana.
—Está bien, papá. Lo estaremos.
—Ni siquiera sé qué decir, T.J. Tu mamá y yo aún estamos en shock.
Tus hermanas no han parado de llorar, y el teléfono no para de sonar. Sólo
queremos traerlos a Anna y a ti a casa. Ya he hablado con Sarah, y me
aseguraré de que reciba toda la información tan pronto como la tenga.
Nos despedimos y le devolví el teléfono a la mujer tras el escritorio.
—Estamos bastante copados —dijo—, pero tenemos una suite
disponible. ¿Eso estará bien?
Sonreí y dije—: Eso estará bien.
Anna y yo caminamos dentro de la tienda de regalos y miramos
alrededor, inseguros de donde comenzar. Estaba dividida en dos. Un lado
tenía estantes de ropa —todo desde camisetas de recuerdo hasta ropa
formal— y en un lado no tenía nada más que comida. Dulces, papas fritas,
galletas saladas, se alineaban en los estantes.
—Oh Dios mío —dijo Anna y salió.
17
Se refiere a una llamada en la que el destinatario es quien paga.
Tomé dos cestas de compras de un montón cerca de la puerta de en
frente y la seguí.
Le pasé una y reí cuando metió dentro unos Sweet Tarts18 y Hot
Tamales19. Yo tomé un paquete de Doritos y los lancé dentro, seguido por
tres Slim Jims20.
—¿En serio? —preguntó, levantando una ceja.
—Oh, sí —dije sonriéndole.
Después de que llenamos una canasta con comida chatarra,
seguimos hacia el estante de artículos de aseo.
—Probablemente hay jabón y champú en la habitación, pero no voy
a arriesgarme —dijo Anna, tomando más y agregando cepillos de dientes,
crema dental, desodorante, loción, cuchillas de afeitar, crema de afeitar,
un cepillo y un peine.
Luego, escogimos una camiseta y un par de zapatos para mí. Anna
sacudió un paquete de calzoncillos en mi dirección, y negué pero ella
asintió, se rió, y los lanzó dentro de la canasta. Busqué dentro de un barril
lleno de sandalias para hombre y escogí un par negro.
Un estante cercano tenía vestidos de verano y escogí uno azul para
Anna. Ella encontró un par de sandalias que combinaban con él.
Anna recogió algo de ropa interior, un par de shorts y una camiseta
177
y llevamos las canastas al mostrador, cargando todo a nuestra habitación.
Subimos en el elevador hasta el tercer piso. Deslicé la tarjeta dentro,
y cuando entramos a la habitación, la primera cosa que noté fue una gran
cama llena de almohadas. Una gran pantalla de televisión colgada de la
pared al otro lado de la cama y cuatro sillas de comedor y una mesa junto
a un escritorio con tapa deslizante y un mini refrigerador. El área de la
sala tenía una mesa de café, un sofá, y dos sillas dispuestas frente a otro
televisor. El aire acondicionado botaba aire gélido a la habitación.
Una bandeja de cuatro vasos de vidrio cubiertos de plástico estaba
en una mesa baja junto a la puerta. Desenvolví dos, caminé al baño y los
llené en el lavabo. Anna me siguió, y le pasé uno. Lo miró unos segundos
antes de llevarlo a sus labios y bebió.
Revisamos el resto del baño. Una ducha gigante con paredes de
vidrio ocupaba una esquina de la habitación y un mostrador de mármol
con dos lavabos y una cesta de jabón y champú estaba en medio de la
ducha y un gran jacuzzi. Dos batas blancas colgaban de un gancho junto
a la puerta.
A
brí mis ojos y me estiré. T.J. se apoyaba contra la cabecera de
la cama, con la televisión encendida a un volumen bajo,
comiendo Slim Jim.
—Esa fue una buena siesta. —Lo besé y saqué mis piernas de la
cama—. Tengo que hacer pis. ¿Sabes lo que más me gusta sobre este
baño? —dije, mirando sobre mi hombro mientras caminaba hacia la
puerta.
—¿El papel higiénico?
—Sí. 182
Cuando regresé del baño, T.J. me hizo probar un bocado de su Slim
Jim.
—Admítelo. No está mal —dijo.
—Está bien, pero soy mucho menos exigente de lo que solía ser.
¿Dónde estan mis tartas?
Las encontré en el armario. No me había acostumbrado al aire
acondicionado, así que me puse un apretado suéter y me acurruqué bajo
las sábanas otra vez, junto al cuerpo de T.J. Tenía el cuerpo rígido y
adolorido, más de lo que había estado cuando me sacaron del agua, y
agradecía mucho tener esta cama tan suave.
Eran las diez de la noche cuando intenté llamar a Sarah. Eran las
nueve de la mañana en Chicago, pero su móvil parecía estar ocupado.
—Todavía no tiene línea libre —dije. La llamé al número de casa,
pero sólo sonó—. Su máquina aún no está funcionando, tampoco.
—Voy a tratar de llamar a mi papá. Tal vez habló con ella. —T.J.
marcó el número de su casa y espero. Sacudió la cabeza—. Su línea está
ocupada, también. Supongo que ambos están recibiendo un montón de
llamadas. Podemos intentarlo nuevamente en la mañana.
T.J. puso el teléfono en su lugar de regreso y acarició mi cabello.
—No sé cómo voy a acostumbrarme a no compartir mi cama contigo
todas las noches.
—Entonces, no te acostumbres —dije. Me apoyé sobre mi codo y lo
miré. No estaba lista para dejarlo ir, sin importar cuán egoísta me hacía
sentir esto.
Se sentó. —¿Qué quieres decir con esto?
—Sí. —Mi corazón latía acelerado y mi cerebro gritaba que era una
mala idea, pero no me importó—. Vamos a estar separados por un tiempo.
Tú necesitas estar con tu familia y yo lo haré también. Después de eso, si
quieres regresar, te esperaré.
Exhaló, con una expresión de alivio en su rostro. Me jaló hacia sus
brazos y me besó en la frente. —Por supuesto que quiero eso.
—No va a ser fácil, T.J. Las personas no lo entenderán. Habrán
muchas preguntas. —Un nudo se formó en mi estómago solo con
pensarlo—. Es posible que debas mencionar que tenías casi diecinueve
antes de que algo ocurriera entre nosotros.
—¿Crees que alguien lo pregunte?
—Creo que todo el mundo va a preguntarlo.
183
***
D
esperté antes que Anna y ordené huevos, panqueques,
salchichas, tocino, tostadas, papas fritas, jugo y café.
Cuando llegó, la besé hasta que se despertó.
Abrió sus ojos. —Huelo café.
Le serví una taza. Tomó un trago y suspiró. —Oh, está bueno.
Comimos el desayuno en la cama y luego Anna se dio una ducha.
Me quedé cerca del teléfono en caso de que mi papá llamara. Tan pronto
como ella terminó su ducha, cambiamos lugares. Cuando salí, secándome
con una toalla, me miró fijamente. 184
—Te afeitaste.
Frotó el dorso de su mano contra mi piel.
Me reí. —Me dijiste que si alguna vez éramos rescatados tendría que
hacerlo yo mismo.
—No lo dije en serio.
El teléfono sonó a las 11. Mi papá había alquilado un avión y dijo
que teníamos que estar en el aeropuerto en una hora.
—Aparte de reabastecer combustible, vas a volar completamente
directo. Vamos a estar esperándote en O’Hare.
—Papá, Anna ha estado tratando de contactarse con su hermana.
¿Has hablado con ella?
—Lo intenté dos veces. Su línea ha estado ocupada, pero la nuestra
también lo ha estado, T.J. La noticia se extendió rápido. El aeropuerto hizo
arreglos especiales, y nos están permitiendo estar en la puerta cuando
aterrices, pero los medios de comunicación también estarán allí. Haré lo
que pueda para mantenerlos a una distancia razonable.
—De acuerdo. Mejor me voy para que podamos llegar al aeropuerto.
—Te amo, T.J.
—También te amo, papá.
Me vestí con la camiseta y los pantalones cortos que compramos en
la tienda de regalos. Anna llevaba el vestido azul. Saqué la tarjeta de visita
de la carta de hidroaviones del bolsillo de mis pantalones y tiré nuestra
vieja ropa sucia a la basura. Metimos todo lo demás en dos bolsas de
plástico que encontramos en la habitación.
Después de pagar la cuenta e irnos, tomamos el transporte del hotel
al aeropuerto. Anna casi no podía quedarse quieta. Me reí y envolví mis
brazos a su alrededor.
—Estás nerviosa.
—Lo sé. Estoy emocionada y tomé un montón de café.
El servicio de transporte desaceleró a una parada en la entrada del
aeropuerto, y Anna y yo nos pusimos de pie.
—¿Estás lista para salir de aquí? —le pregunté, tomando su mano.
Sonrió y dijo—: Absolutamente.
La tripulación del vuelo —piloto, copiloto y un auxiliar de vuelo—
vitorearon y aplaudieron cuando Anna y yo agachamos nuestras cabezas y
caminamos hacia la puerta del avión. Estrecharon nuestras manos y
nosotros sonreímos y nos presentamos. 185
Revisé la cabina. Había siete asientos; cinco individuales separados
por un pasillo estrecho y dos asientos unidos. Un angosto sofá se extendía
a lo largo de la pared. No podía imaginarme lo que esto le debió haber
costado a mi papá.
—¿Qué tipo de avión es éste? —pregunté.
—Es un Lear 55 —dijo el piloto—. Es un jet de tamaño mediano.
Tendremos que detenernos varias veces para reabastecernos, pero
estaremos en Chicago en unas dieciocho horas.
Anna y yo pusimos nuestras bolsas de plástico en el compartimiento
superior y nos instalamos en los asientos reclinables de cuero lado-a-lado.
Una larga mesa montada en el piso estaba colocada frente a nosotros.
La azafata se acercó tan pronto como nos abrochamos el cinturón de
seguridad.
—Hola. Mi nombre es Susan. ¿Qué les gustaría para beber? Tengo
refrescos, cerveza, vino, cocteles, agua embotellada, jugo y champán.
—Adelante, Anna.
—Tomaré agua, champán y jugo, por favor —dijo.
—¿Desea que convierta eso en una mimosa21? Tengo zumo de
naranja natural.
Anna le sonrió a Susan. —Me encantaría una mimosa. Muchas
gracias.
—Tomaré agua, cerveza y una coca cola —dije—. Gracias.
—Por supuesto. Enseguida estaré de regreso.
Tuvimos cero tolerancia con el alcohol, y nos pusimos un poco
mareados. Anna bebió dos mimosas y yo cuatro cervezas. Ella no podía
dejar de reír, y yo no podía dejar de besarla; éramos ruidosos, también, y
Susan hizo un asombroso trabajo fingiendo no darse cuenta. Trajo un
enorme plato de queso, galletas saladas y fruta, probablemente esperando
que eso nos subiera la sobriedad. Acabamos con eso, pero no antes de que
yo insistiera en tratar de lanzar varias uvas hacia la boca abierta de Anna.
Fallé todo el tiempo, lo cual hizo que nos riéramos mucho.
Cuando se hizo de noche, Susan trajo mantas y almohadas.
—Oh, genial —dijo Anna, hipando—. Estoy un poco somnolienta.
Extendí las mantas sobre nosotros y deslicé mis manos por debajo
del vestido de Anna.
—Detén eso —dijo ella, tratando de desviar mis manos—. Susan está
justo ahí.
186
—A Susan no le importa —dije, tirando de la manta por sobre
nuestras cabezas para que pudiéramos tener algo de privacidad. Sin
embargo, fue sólo una charla, porque cinco minutos más tarde, me
desmayé.
Me desperté con un dolor de cabeza. Anna seguía dormida, su
cabeza descansando en mi hombro. Cuando se despertó, nos turnamos
para asearnos y cepillar nuestros dientes en el baño. Susan puso un plato
de sándwiches de pavo y carne asada en la mesa, junto con papas fritas y
Coca-Colas. También me tendió dos paquetes individuales de Tylenol y dos
botellas de agua.
—Gracias.
—De nada —dijo, dándome una palmada en el hombro
Abrimos el Tylenol y nos tomamos las pastillas con un vaso de agua.
—¿Qué día es, Anna?
Lo pensó un minuto antes de responder. —¿28 de diciembre?
T
.J. y yo bajamos del avión de la mano. Cuando salimos al otro
lado, la multitud rugió. Los flashes de cientos de cámaras me
cegaron, y parpadeé, intentando concentrarme. Los reporteros
comenzaron a gritarnos preguntas inmediatamente. Sarah se abalanzó de
forma borrosa y me abrazó, llorando.
Jane Callahan estaba casi histérica cuando envolvió a T.J., a Tom
Callahan y a dos niñas —asumí que las hermanas de T.J.— en un abrazo
familiar.
David estaba junto a Sarah, y se acercó a abrazarme. Le abracé 188
fuerte y luego me alejé, buscando a mis padres entre la multitud.
John estaba allí.
Se apresuró hacia delante y le abracé automáticamente. Di un paso
atrás, queriendo que saliese de mi camino. Confundido, mi corazón
empezó a latir. Mis ojos se posaron en el resto de las personas de pie
dentro del área acordonada, pero no vi a mamá.
Ni a papá.
Busqué de nuevo, frenéticamente, y entonces comprendí por qué su
teléfono había estado desconectado. Se me doblaron las rodillas. Sarah y
David me sostuvieron.
—¿Ambos?
Sarah asintió con la cabeza, las lágrimas corrían por su rostro.
—No —grité—. ¿Por qué no me lo contaste?
—Lo siento —dijo—. Tu llamada me pilló con la guardia baja, y
sonabas tan feliz. No pude hacerlo, Anna.
Me llevaron a una silla. Antes de que pudiera sentarme, T.J.
apareció a mi lado. Se sentó y me tomó en sus brazos, balanceándome
suavemente mientras yo lloraba. Levanté mi cabeza de su pecho.
—Ambos están muertos.
—Lo sé. Mi madre me lo acaba de decir.
Me besó en la frente y me enjuagó las lágrimas mientras las cámaras
lo capturaban todo. No lo sabía entonces, pero menos de veinticuatro
horas más tarde, las fotos de T.J. sujetándome y besándome aparecerían
en las portadas de los periódicos de todo el país.
Apoyé la cabeza en su pecho y cerré los ojos, Sarah me frotó la
espalda. Finalmente, respiré hondo y me senté.
—Lo siento mucho —dijo T.J., retirándome el pelo de la cara.
Asentí con la cabeza. —Lo sé.
Estábamos en silencio, excepto por los clics y los flashes de las
cámaras. Me giré hacia Sarah y dije—: Quiero ir a casa.
Sarah escribió su número de teléfono para que pudiese dárselo a
T.J. y lo guardó en el bolsillo de sus pantalones cortos.
—Te llamaré dentro de un rato. —Envolvió sus brazos a mi alrededor
y me susurró al oído—. Te amo.
—También te amo —respondí susurrando.
Nos pusimos de pie mientras Tom y Jane Callahan se acercaron a
nosotros, con las hermanas de T.J. a la zara.
—Lo siento, Anna —dijo Jane—. Sarah nos contó lo de tus padres.
189
Me sentí horrible sabiéndolo mientras estabas viniendo a casa. —Me
abrazó y cuando se alejó me sostuvo las manos durante un rato—. Te
llamaremos dentro de poco. Tenemos algunas cosas que discutir. —Me
sonrió y me dio un rápido beso en la mejilla.
Tom Callahan sonrió y me apretó el hombro.
—Gracias por alquilar el avión —dije.
—No hay de qué, Anna.
Sarah mandó a David a decir a los medios de comunicación que yo
no daría un comunicado. John vino y se puso a mi lado. Empezó a
tomarme la mano, pero luego cambió de idea.
—Siento lo de tus padres, Anna.
—Gracias.
Nos quedamos allí con torpeza, como extraños, y finalmente dijo—:
Estaba muy feliz cuando Sarah me llamó. No podía creer lo que me estaba
contando.
Respiré hondo y dije—: John…
—No digas nada. Solo tómate tu tiempo y cuando estés lista,
hablaremos. Sé que probablemente quieres salir de aquí. —Miró a T.J.,
que estaba con su familia—. Le di a Sarah tus cosas hace
aproximadamente un año. No fui capaz de hacerlo hasta entonces. —Sus
ojos se clavaron en los míos—. Estoy muy contento de que llegases a casa,
Anna.
Me abrazó y se alejó. Y entonces Sarah y David me llevaron a la
puerta.
190
44
T.J.
Traducido por DaniO
Corregido por Deeydra Ann’
M
i familia me rodeó. Alexis y Grace sostuvieron cada una de
mis manos y mamá no podía decidir si reír o llorar, así que
hizo ambas cosas.
—No puedo creer lo alto que estás —dijo papá.
Todo el mundo se asustó cuando vio mi cola de cabello. —No tenía
tijeras —expliqué.
Noté a un tipo alto y rubio por la esquina de mi ojo. Caminó hacia
Anna. No le hables. Ella ya no te ama. Los observé hasta que mamá tiró de
mi brazo. 191
—Vámonos a casa T.J.
Observé a Anna una vez más. John la abrazó y se alejaron. Exhalé y
dije—: Estoy listo, mamá.
Antes de que saliéramos, mamá me dio un abrigo, junto con
calcetines y un par de tenis. Me deshice de los zapatos que tenía y los puse
en la bosa de plástico con el resto de mis cosas y seguí a mi familia al
auto.
Cuando llegamos a casa, tomé una ducha, envolví una toalla
alrededor de mi cintura y caminé dentro de mi antigua habitación. Se veía
exactamente igual. La cama doble seguía teniendo la misma ropa de cama
color azul marino en ella, mi equipo de sonido y mi colección de CD’S
permanecían en la misma esquina de mi escritorio. Una pila de ropa yacía
doblada en el armario. Mamá hizo un buen trabajo adivinando mi talla
considerando lo mucho que había crecido.
Cuando salí de mi habitación, mamá seguía en la cocina preparando
el desayuno. Me dio un plato de panqueques y tocino y, cuando terminé de
comer, me senté en la sala a hablar con mi familia. Grace, ahora de
catorce años, quería sentarse junto a mí. Alexis, quien acababa de cumplir
los doce, se sentó a mis pies.
Les conté todo; Mick, el accidente, el agua contaminada, la sed, el
hambre, el tiburón, cuando enfermé, y el tsunami y respondí todas sus
preguntas. Mamá empezó a llorar de nuevo cuando oyó cuán enfermo
había estado.
Más tarde, mis hermanas se fueron a la cama y solo éramos mis
padres y yo.
—No puedes imaginarte T.J. —dijo mamá—. Pensar que tu hijo está
muerto y luego él te llama por teléfono. Si eso no es un milagro no sé lo
que es.
—Tampoco yo —estuve de acuerdo—. Anna soñó con el día en que
nosotros haríamos esas llamadas. No podía esperar a que todos
descubrieran que estábamos vivos.
El silencio llenó la habitación por primera vez desde que empezamos
a hablar.
Mamá aclaró su garganta. —¿Qué tipo de relación tuvieron Anna y
tú? —preguntó.
—Exactamente del tipo que piensas.
—¿Cuántos años tenías?
—Casi diecinueve —dije—. Y, ¿mamá? 192
—¿Si?
—Definitivamente fue mi idea.
45
Anna
Traducido por Amy
Corregido por Deeydra Ann’
N
os detuvimos en el baño porque necesitaba desesperadamente
sonarme la nariz y limpiarme los ojos. Sarah me dio un poco
de Kleenex.
—Debería haber sabido que algo iba mal cuando su número
telefónico no funcionó. Habías dicho que vendieron la casa.
—Dije que la casa fue vendida. David y yo la pusimos en el mercado
tan pronto como los bienes estuvieron legalizados y claros.
Me incliné hacia delante, apoyándome en el mostrador del baño.
193
—¿Qué paso con ellos?
—Papá tuvo otro ataque al corazón.
—¿Cuándo?
Dudó. —Dos semanas después de que tu avión se estrelló.
Comencé a llorar otra vez. —¿Qué hay sobre mamá?
—Cáncer de ovario. Murió hace un año.
David gritó en el baño. Sarah asomó su cabeza por un segundo,
luego volvió y dijo—: Los reporteros se están dirigiendo para acá. Vamos a
salir de aquí, a menos que quieras hablar con ellos.
Negué con la cabeza. Sarah me había traído un abrigo y unas botas
forradas en lana. Me las puse y caminamos hasta el estacionamiento, los
medios no muy lejos. Aspiré el olor a nieve y gases de escape.
—¿Dónde están los niños? —pregunté cuando llegamos al
departamento de Sarah y David. En realidad, quería sostener a Joe y
Chloe en mis brazos.
—Los llevamos con los padres de David. Los iré a buscar mañana.
Están muy emocionados por verte.
—¿Qué quieres comer? —preguntó David.
Mi estómago estaba revuelto. Había estado esperando ordenar un
festín, pero ahora no creía que pudiera comer.
David debió haberlo sentido porque dijo—: ¿Qué tal si voy a comprar
algunos bagels22 y tú comes cuando estés lista?
—Eso suena genial, David. Gracias.
Me quité el abrigo y las botas.
—Tus ropas están aquí —dijo Sarah—. Las puse en el armario extra
del dormitorio después de que John las trajo. Tu joyería, calzado y algunas
otras cosas están ahí, también. Nunca fui capaz de deshacerme de nada de
eso.
Seguí a Sarah por el pasillo hasta la habitación de invitados. Abrió el
armario y me quedé mirando mis ropas. La mayoría de ellas estaban en
perchas y el resto estaba apilado cuidadosamente en el estante superior.
Un suéter cachemira azul claro me llamó la atención, extendí la mano y
toqué la manga, sorprendida de lo suave que se sentía bajo mis dedos.
—¿Quieres tomar una ducha primero? —preguntó Sarah.
—Sí —dije, tomando un par de pantalones de yoga grises y una
camiseta blanca de manga larga.
También saqué el suéter azul de la estantería. Una cómoda en la
esquina tenía mis calcetines, sostenes y ropa interior. Me dirigí hacia el
194
baño y me puse bajo la ducha por largo tiempo.
La ropa nadaba en mí, pero era familiar y cálida.
—Stefani llegará en cualquier momento —dijo Sarah, dándome una
taza de café una vez que me senté en el sofá de la sala de estar.
Sonreí ante la mención de mi mejor amiga. —No puedo esperar para
verla. —Tomé un sorbo de mi café. Sarah le había echado licor—. ¿Crema
irlandesa Bailey?
—Pensé que podrías tomar un trago.
—Está bien, pero sólo uno. Estoy un poco baja de peso estos días. —
Sostuve la taza caliente en mis manos—. ¿Cómo lo hizo mamá después de
la muerte de papá? —pregunté.
—Bien. Se negó a vender la casa, entonces David se hizo cargo del
trabajo del jardín y contratamos a alguien para que sacara la nieve en la
entrada y las aceras. Nos aseguramos de que no estuviera sola.
—¿Qué tan malo fue el cáncer?
—No fue bueno. Luchó duramente, todo el camino hasta el final.
—¿Fue al hospital?
196
46
T.J.
Traducido por Deeydra Ann’
Corregido por Nats5
M
ás tarde esa noche me fui a mi habitación, y tendido en mi
cama llamé a Anna. —Hey —le dije cuando contestó—.
¿Cómo estás?
—Agotada. Demasiado para procesar.
—Me gustaría poder ayudar.
—Sólo tomará algo de tiempo —dijo—. Estaré bien.
—Estoy acostado en mi cama. Mi mamá no podía deshacerse de
nada. 197
—Tampoco lo hizo Sarah. Pensé que la gente supuestamente debía
dar tus cosas cuando mueres.
—Mi mamá sabe sobre nosotros.
—Oh, Dios. ¿Qué dijo?
—Me preguntó cuántos años tenía cuando empezó. Eso es todo.
—Podría revisarlo después.
—Tal vez. Así que, ¿ese era John en el aeropuerto?
—Sí.
—¿Qué le dijiste?
—Nada. Me interrumpió. Se supone que debo llamarlo.
—¿Lo harás?
—Eventualmente. No puedo lidiar con esto ahora mismo. Hace unos
días estábamos caminando por la playa. Ahora estamos en casa. Es
surrealista.
—Lo sé.
—¿Estás cansado? —preguntó.
—Exhausto.
—Duerme un poco.
—Te amo, Anna
—Te amo, también.
198
47
Anna
Traducido por ro0
Corregido por Verito
S
arah abrió la puerta del dormitorio, sosteniendo una taza de
café y el diario en su mano.
—¿Estás despierta?
Me senté y pestañeé. La luz del día se filtraba por las cortinas.
—¿Qué hora es?
—Casi las diez. —Sarah me ofreció el café y puso el diario sobre la
mesita de noche—. Los reporteros no tomarán un no por respuesta. Tuve
que desconectar el timbre. 199
Tomé su teléfono de la mesita de noche y lo encendí. Lo apagué
después de hablar con T.J. La pantalla mostraba once llamadas perdidas.
—Están llamando a tu teléfono también. Conseguiré uno propio lo
más pronto que pueda.
Sarah sacudió su mano restándole importancia. —No te apresures.
Quizás podamos enviar a David a escoger uno.
Puse el café en la mesita y tomé el diario. Fotos de T.J. y yo cubrían
la portada. Eran las mismas que ya había visto en CNN y muchas del
aeropuerto. La más grande mostraba a T.J. besando mi frente rodeados de
pequeñas fotos de nosotros corriendo de la mano, abrazados, y de él
secando mis lágrimas y tomándome en sus brazos. Para aquellos que
especulaban sobre la naturaleza de nuestra relación, un vistazo a la
portada probablemente respondería a todas sus preguntas.
Le pasé el diario a Sarah. —Si los reporteros pasan, diles que no
estoy lista para hablar, ¿está bien? —Tomé taza y la ahuequé en mis
manos. Pensamientos de mi mamá y papá llenaron mi cabeza y comencé a
llorar. Sarah se subió a la cama y me rodeó con sus brazos, alcanzándome
una caja de pañuelos.
—Está bien, Anna. También lo hice, después de que murieron. Va a
pasar un tiempo antes de que deje de doler tanto.
Asentí. —Lo sé.
—¿Estás hambrienta? David salió a buscar el desayuno.
La confusión emocional había arruinado mi apetito, pero mi
estómago se sentía vacío. —Un poquito.
—¿Qué quieres hacer hoy?
—Probablemente debería hacer unas citas. Doctor, dentista,
peluquero.
Sarah dejó la habitación y regresó con una guía telefónica. —Dime a
quién llamar.
200
48
T.J.
Traducido por Deeydra Ann’
Corregido por Chio
B
en irrumpió en mi cuarto, sosteniendo el periódico en su
mano.
—Una pregunta —dijo, caminando hacia mi cama,
sosteniendo su dedo índice en el aire—. ¿Qué edad tenías
cuando empezaste a tirártela? Porque estoy bastante seguro por estas
imágenes que lo has hecho.
Si no hubiera estado mirando la foto de mí besando a Anna, podría
haber visto mi puño antes de que conectara con su ojo izquierdo.
—¡Jesucristo! ¿Por qué hiciste eso? —preguntó, mirándome desde el 201
suelo en donde estaba tendido, sosteniendo su ojo.
—¿Eso es lo primero que me dices después de tres años y medio?
Se sienta, su ojo derecho ya está empezando a hincharse.
—Joder, Callahan. Eso duele.
Me levanté de la cama y le ofrecí mi mano. La tomó y lo jalé del piso.
—No vuelvas a decir algo como eso de nuevo.
—¿T.J.? —Mi mamá estaba de pie en la puerta abierta. Se dio cuenta
de Ben sosteniendo su ojo—. ¿Está todo bien?
—No pasa nada, mamá.
—Si, estamos genial, Jane —dijo Ben.
Mi mamá nos miraba, pero no preguntó que había pasado. —¿Qué
quieres para comer, T.J.?
—Cualquier cosa, mamá.
Después de que mi mamá se fuera, Ben dijo—: Así que, ¿estás,
como, enamorado?
—Si.
—¿Te ama?
—Dice que sí.
—¿Sabe tu mamá?
—Síp.
—¿Enloqueció?
—Aún no.
—Bueno, me alegro de que hayas vuelto, hombre. —Ben me dio un
abrazo incómodo—. Tuve un real y duro momento cuando me dijeron que
habías muerto. —Miró hacia el suelo—. Hablé en tu funeral.
—¿Lo hiciste?
Asintió.
Ben muy apenas podía pararse delante de todos en nuestra clase de
discurso en noveno grado. No podía imaginarlo dirigiéndose a la gente en
mi funeral.
Tal vez no debí golpearlo. —Eso fue genial de tu parte, Ben.
—Sí, bueno, hizo feliz a tu mamá. De todos modos, vas a cortarte el
pelo, ¿no? Te ves como una maldita chica.
—Sí.
Mi mamá me hizo una hamburguesa con queso y papas fritas, y Ben
202
se sentó conmigo mientras comía. Mis padres me abrazaron un par de
veces y mi mamá me dio un beso. Ben probablemente quería hacer un
estúpido comentario, pero mantuvo un poco de hielo en su ojo y mantuvo
la boca cerrada. Grace y Alexis se sentaron en la mesa por un rato,
hablándome sobre la escuela y sus amigos. Vacié lo último de mi Coca-
Cola.
—No puedo conseguir que estés con el Dr. Sanderson hasta mañana.
Pensé que tal vez pudieran meterte, pero al parecer están con exceso de
reservas.
—Está bien, mamá. He esperado tanto tiempo. Un día más no
importará.
Se secó las manos con una toalla y me sonrió. —¿Quieres algo más
de comer?
—No. Estoy lleno, gracias.
—Voy a hacerte una cita para un corte de cabello y con el dentista.
—Mi mamá apagó la estufa y se fue a hacer las llamadas.
—Entonces, ¿tienes trabajo o qué? —le pregunté a Ben—. Es
mediodía.
—Estoy en la universidad. Son vacaciones de invierno.
—¿Fuiste a la universidad? ¿Dónde?
—Universidad de Iowa. Soy de segundo año. Tienes que venir a
visitarme. ¿Y qué hay de ti? ¿Qué vas a hacer?
—Le prometí a Anna que conseguiría mi GED. Después de eso no
tengo idea.
—¿Vas a seguir viéndola?
—Sí. Ya la hecho de menos. He estado despertando a su lado por
tres años y medio.
—Amigo, si te hago otra pregunta, ¿podrías por favor no pegarme?
—Depende de lo que sea.
—¿Qué se siente estar con ella? ¿Es cierto lo que dicen sobre las
chicas mayores?
—No es tan mayor.
—Uh, está bien. De todos modos, ¿cómo es?
—Es increíble.
—¿Qué hace?
—Hace todo, Ben.
203
49
Anna
Traducido por Mery St. Clair
Corregido por Deeydra Ann’
M
i peluquera, Joanne, entró en la sala de Sarah.
—Hay reporteros allá abajo —dijo—. Creo que me tomaron
fotografías. —Se quitó su abrigo y me abrazó—. Bienvenida a
casa, Anna. Historias como las tuyas son por lo cual creo en los milagros.
—Yo también, Joanne.
—¿Dónde quieres que te corte el cabello? —preguntó Sarah.
Ya había tomado una ducha y mi pelo estaba aún mojado, por lo que
Joanne hizo que me sentara en un taburete en la cocina de Sarah. 204
—¿Qué te ocurrió? —preguntó, examinando las puntas de mi
cabello.
—T.J. tenía que quemarlo cuando estaba demasiado largo.
—Estás bromeando.
—No. Le preocupaba quemarme toda la cabeza.
—¿Cuánto quieres que te lo corte?
Mi cabello me llegaba a media espalda. —Un par de centímetros. ¿Y
quizás un flequillo largo?
—Claro.
Joanne me hizo preguntas sobre la isla. Le conté a ella y Sarah sobre
el murciélago que se enredó en mi cabello.
—¿Te mordió? —Sarah parecía horrorizada—. ¿Y T.J. lo mató?
—Sí. Todo salió bien. No tenía rabia.
Joanne secó mi cabello y lo alisó con una plancha. Levantó un
espejo de mano y miré mi reflejo. Mi cabello se veía saludable ahora, con
las puntas lisas.
—Guau. Esto es una gran mejora.
Sarah trató de pagar, pero Joanne no aceptó el dinero. Le agradecí
que viniera al apartamento.
—Es lo menos que podía hacer, Anna. —Me abrazó y besó.
Cuando se fue, le dije a Sarah—: Si podemos salir de casa sin ser
acosadas, hay un lugar donde me gustaría ir.
—Claro —dijo Sarah—. Voy a llamar un taxi.
Los reporteros gritaron mi nombre tan pronto como Sarah y yo
abrimos la puerta. Estaban esperando en las escaleras, nos abrimos paso
entre ellos y nos adentramos en el taxi que nos esperaba.
—Desearía que tu edificio tuviera una puerta trasera —dije.
—Probablemente esperarían por ahí, también. Malditos buitres —
murmuró Sarah.
Sarah le dio al conductor una dirección y luego conducimos a través
de la entrada del Cementerio Graceland.
—¿Puede por favor esperarnos? —le preguntó Sarah al conductor.
Algunos copos de nieve se arremolinaban en el cielo gris. Me
estremecí, pero Sarah parecía ajena del frío, sin molestarse siquiera en
abrochar su abrigo. Me condujo hacia la tumba de nuestros padres,
Josephine y George Emerson, yacían lado a lado. 205
Me arrodillé en frente de la lápida y tracé su nombre con el dedo.
—Regresé —susurré. Sarah me dio un pañuelo y sequé las lágrimas
que salían de mis ojos.
Imaginé a mi padre con su tonto sombrero cubierto con señuelos de
pesca, enseñándome cómo limpiar el pescado. Recordé cómo amaba darles
comida a los pájaros y observarlos mientras se acercaban. Pensé en mi
madre, lo mucho que amaba su jardín, su hogar y sus nietos. Compartir
mis aventuras de clases con ella los domingos ya no iba a suceder. Nunca
sería capaz de darme consejos, y nunca escucharía las voces de mis
padres otra vez. Grité, dejando escapar todo. Sarah esperó pacientemente,
dándome tiempo para la catarsis que desesperadamente necesitaba. Mis
lágrimas finalmente cesaron y me levanté.
—Podemos irnos ahora.
Sarah pasó su brazo alrededor de mí y regresamos al taxi. Le dijo al
conductor otra dirección y fuimos a la casa de los padres de David para
recoger a los niños.
Joe y Chloe dejaron de jugar cuando entramos en la habitación.
Probablemente yo parecía como un fantasma para ellos. Sarah había
mantenido mi memoria viva, pero la tía que ellos pensaban que estaba
muerta, ahora estaba de pie frente a ellos. Me arrodillé a su lado y dije
suavemente—: Chicos, los extrañé.
Joe se acercó primero. Lo abracé fuerte. —Deja que te mire —dije,
apartándolo un poco.
—Estoy perdiendo todos mis dientes —dijo. Abrió la boca y me
mostró los huecos.
—Debes mantener al hada de los dientes muy ocupada.
Chloe, precavidamente, se aventuró un poco más cerca y susurró—:
Yo también perdí algunos. —Abrió su boca ampliamente para que así
pudiera ver sus huecos.
—Caray, tu mamá debe poner toda tu comida en la licuadora. ¡Están
sin dientes!
—Tía Anna, ¿vas a vivir en nuestra casa ahora? —preguntó Chloe.
—Por un tiempo.
—¿Puedes arroparme esta noche? —preguntó ella.
—No, yo quiero que ella me arrope a mí está noche —discutió Joe.
—¿Por qué no duermo con ambos está noche? —Los abracé contra
mi pecho, luchando con las lágrimas. 206
—¿Están listos para ir a casa? —preguntó Sarah.
—¡Sí!
—Entonces, besen a su abuela y vámonos.
Más tarde esa noche, después de llevar a los niños a la cama, Sarah
nos sirvió un vaso de vino tinto. Su teléfono sonó y me lo entregó.
—Hola, ¿cómo estás? —preguntó T.J.
—Bien. Sarah y yo fuimos al cementerio hoy.
—¿Fue duro?
—Sí. Realmente quería ir, sin embargo. Me siento un poco mejor
ahora, después de visitar sus tumbas. Voy a regresar otra vez. ¿Qué
hiciste tú hoy?
—Tengo un nuevo corte de cabello. Es posible que no me reconozcas.
—Voy a extrañar esa coleta.
T.J. rió. —Yo no.
—Acabo de llevar a los niños a la cama. Me tomó dos horas leerles
cada libro que tenían. Sarah acaba de servirnos algo de vino y Stefani va a
venir. ¿Qué hay de ti? ¿Algún plan?
—Voy a salir con Ben si podemos escabullirnos de los periodistas.
—¿Cómo está Ben?
—Aún es un bocazas.
—¿Has ido a ver al doctor ya?
—Iré mañana.
—Espero que la cita vaya bien.
—Irá bien. ¿Tú no has ido ya?
—Mañana. Luego tengo que ir al dentista en la tarde.
—Yo también. ¿Recuerdas cuando me quité mis brackets?
—Lo había olvidado.
—Te veré en Víspera de Año Nuevo, Anna. Te amo.
—También te amo. Diviértete esta noche.
207
50
T.J.
Traducido por Juli_Arg
Corregido por Nats5
A
brí la puerta cuando Ben llamó. Su ojo se había cerrado por la
hinchazón y se volvió púrpura y azul.
—Mierda. Lo siento por eso —dije.
—Eh, no hay problema. Tienes suerte de que sea tan bonachón —
dijo.
—Francamente, esa es tu mejor cualidad.
—Un grupo de chicos de la escuela están en casa por las vacaciones
de Navidad. ¿Estás para una fiesta? 208
—Claro. ¿Dónde?
—En lo de Coop. Sus padres se fueron a las Bahamas esta mañana.
Agarré mi abrigo. —Vamos.
Al menos veinte de mis antiguos compañeros de clase estaban de pie
hombro con hombro en la sala de Nate Cooper cuando nos presentamos.
La música rock atacó desde el estéreo. Todo el mundo aplaudió cuando
entramos por la puerta y un grupo de muchachos estrecharon mi mano y
me dieron una palmada en la espalda. A algunos de ellos llevaba sin verlos
desde antes de empezar el tratamiento de Hodgkin porque falté mucho a la
escuela ese año. Fue raro cuando me di cuenta de que todos se habían
graduado menos yo.
Alguien me lanzó una cerveza. Querían oír hablar de la isla, y
contesté todas sus preguntas. Ben debía haberles dicho como consiguió su
ojo negro, sin embargo, porque nadie preguntó sobre Anna.
Iba por mi segunda cerveza cuando una chica se sentó a mi lado en
el sofá. Tenía el pelo largo y rubio y llevaba una tonelada de maquillaje.
—¿Te acuerdas de mí? —preguntó.
—En parte —le dije—. Lo siento. He olvidado tu nombre.
—Alex.
—Estabas en mi clase, ¿verdad?
—Sí. —Tomó un largo trago de su cerveza—. Luces distinto a cuando
éramos estudiantes de segundo año.
—Sí, bueno, eso fue hace cuatro años. —Acabé mi cerveza y miré
alrededor por Ben.
—Te ves bien. No puedo creer que vivieras realmente en esa isla.
—En realidad no tuve otra opción. —Me levanté—. Estoy
preparándome para irme. Te veo por ahí.
—Eso espero.
Encontré a Ben en la cocina. —Oye, me voy.
—No puedes irte ya, hombre. Es sólo medianoche.
—Estoy cansado. Me voy a la cama.
—Eso es poco convincente tío, pero vale, lo entiendo. —Ben me
chocó los cinco, y salí por la puerta.
De camino al tren pensé en Anna, y sonreí todo el trayecto hasta
casa.
209
51
Anna
Traducido por Vane-1095
Corregido por Chio
D
esperté a Joe y a Chloe para que pudiéramos tomar el
desayuno juntos. Estábamos terminando nuestros waffles y
el jugo cuando Sara entró en la cocina.
—Buenos días —dijo—. Gracias por darle de desayunar a los niños.
—La tía Anna hace los mejores waffles —dijo Chloe.
—El novio de la tía Anna va a venir mañana por la noche —anunció
Joe.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Sarah. 210
—Escuché a tí y a la tía Anna hablando de ello.
—Sí, el novio de la tía Anna va a venir a celebrar la Víspera de Año
Nuevo. Espero que usen sus buenos modales y no actúen como completos
vándalos.
—La tía Anna necesita tomar una ducha —le dije a los niños—, tiene
un largo día por delante.
—¿Doctor? —preguntó Sarah.
—Y dentista. Esta será una visita divertida.
***
***
215
52
T.J.
Traducido por DaniO
Corregido por Chio
M
i mamá estaba sentada en la sala bebiendo café cuando
caminé por la puerta a las nueve de la mañana el día de
Año Nuevo.
—Hola mamá. Feliz Año Nuevo. —La abracé y me senté—. Me quedé
donde Anna anoche.
—Pensé que lo harías.
—¿Debí haber llamado? —A parte de haber salido con Ben o los
compromisos que mi madre tenía programados, había pasado cada minuto
con mi familia desde que había llegado a casa. Sabía que entendían mi 216
deseo de ver a Anna, pero no se me había ocurrido avisarles que iba a
estar fuera toda la noche.
—Habría sido lindo si lo hubieras hecho. Entonces no me habría
preocupado.
Mierda. Me pregunté cuántas noches de insomnio había pasado en
los últimos tres años y medio, y me sentí como el más grande imbécil por
no llamar.
—Lo siento mamá. Llamaré la próxima vez.
—¿Quieres un poco de café? Puedo hacerte el desayuno.
—No gracias. Desayuné con Anna. —Nos sentamos en silencio por
un minuto—. No has dicha nada acerca de Anna y yo mamá. ¿Cómo te
sientes acerca de eso?
Sacudió su cabeza. —No es lo que habría escogido, T.J. Ninguna
madre lo habría hecho. Pero entiendo lo que debió de haber sido para los
dos estar en la isla. Sería difícil no formar un vínculo con alguien bajo esas
circunstancias.
—Es asombrosa.
—Sé que lo es. No la hubiéramos contratado si no pensáramos eso.
—Dejó su taza de café en la mesa—. Cuando el avión se fue abajo, una
parte de mi ser murió, T.J., sentí como si hubiera sido mi culpa. Sabía
cuán enojado estabas sobre pasar ese verano lejos de casa y no me
importó. Le dije a tu papá que necesitábamos ir de vacaciones a un lugar
lejano para que pudieras concentrarte en tu trabajo de la escuela, sin
ninguna distracción. Era en parte cierto. Pero más que todo, era porque
sabía que cuando llegáramos a casa te irías con tus amigos. Finalmente
estabas saludable y no querías nada más que volver al modo en que eran
las cosas antes de que enfermaras. Fui egoísta. Solo quería pasar el verano
con mi hijo. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Ahora eres un adulto,
T.J. Has atravesado por más cosas en tus veinte años que muchas
personas en su vida entera. Tu relación con Anna no es algo a lo que me
voy a oponer. Ahora que te tengo de vuelta sólo quiero que seas feliz.
Noté por primera vez cuán desgastada se veía mi mamá. Tenía
cuarenta y cinco pero un extraño probablemente le pondría diez años más.
—Gracias por no oponerte, mamá. Es importante para mí.
—Sé que lo es. Pero Anna y tú están a niveles muy diferentes en la
vida. No quiero que salgas herido.
—No lo haré. —La besé en la mejilla y me fui a mi habitación. Me tiré
en la cama y pensé en Anna, empujando todo lo que había dicho mi mamá
sobre los niveles fuera de mi mente.
217
53
Anna
Traducido por Nina_ Ariella
Corregido por Panchys
T
.J. y yo subimos en el elevador al apartamento de sus padres
en el doceavo piso.
—No me toques. Ni siquiera me mires inapropiadamente —le
advertí.
—¿Puedo tener pensamientos súper sucios sobre ti?
Negué con mi cabeza. —Eso no está ayudando. Oh, me siento
enferma.
—Mi mamá es genial. Te dije lo que dijo sobre nosotros. Sólo relájate. 218
Tom Callahan había llamado al celular de Sarah el día de año nuevo.
Cuando el número apareció en la pantalla, pensé que era T.J., pero
cuando dije hola, Tom me saludó y me preguntó si me gustaría ir a cenar
la noche siguiente.
—Jane y yo tenemos unas cosas que discutir contigo
Por favor que una de ellas no sea que me acosté con su hijo.
—Claro, Tom. ¿A qué hora?
—T.J. dijo que te recogería a las 6:00.
—Está bien. Te veré mañana en la noche.
Pasé las veinticuatro horas desde la llamada de Tom sintiendo como
que estaba a punto de vomitar. No podía decidir si llevarle a Jane flores o
una vela, así que llevé ambas. Ahora, en el elevador, mis nervios
amenazaban con delatarme. Le entregué la bolsa de regalo y el ramo a T.J.
y sequé mis palmas húmedas en mi falda.
Las puertas del elevador se abrieron. T.J. me besó y dijo—: Va a
estar bien. —Tomé una respiración profunda y lo seguí.
El apartamento de Lake Shore Drive estaba decorado con gusto en
tonos de beige y crema. Un piano de media cola estaba en ángulo en una
esquina de la gran sala y pinturas impresionistas colgaban de las paredes.
El sofá de felpa, el sofá doble y sillas a juego, llenos de cojines con borlas,
rodeaban una gran, adornada mesa de café.
Tom sirvió bebidas antes de la cena en la biblioteca. Me senté en
una silla de cuero tipo club sosteniendo una copa de vino tinto. T.J. se
sentó en la silla junto a mí. Tom y Jane estaba frente a nosotros en un
sofá doble, Jane bebiendo una copa de vino blanco y Tom bebiendo algo
que parecía whisky.
—Gracias por invitarme aquí —dije—. Su casa es hermosa.
—Gracias por venir, Anna —dijo Jane.
Todo el mundo tomó un sorbo. El silencio llenó la habitación.
T.J. —la única persona relajada ahí— tomó un sorbo de la cerveza
que se sirvió él mismo y pasó un brazo por el respaldo de mi silla.
—Los medios han preguntado si tú y T.J. estarían dispuestos a dar
una conferencia de prensa —dijo Tom—. A cambio, dejarán de molestarlos.
—¿Qué opinas, Anna? —preguntó T.J.
La idea me dio miedo pero estaba cansada de pelear para hacerme
camino entre los reporteros. Tal vez si respondíamos sus preguntas, ellos
nos dejarían en paz.
—¿Sería televisada? —pregunté. 219
—No. Ya les he dicho que tendría que ser una conferencia de prensa
cerrada. La harán en el canal de noticias, pero no la emitirán.
—Si los reporteros acuerdan retroceder, lo haré.
—También yo —dijo T.J.
—Lo arreglaré —dijo Tom—. Hay algo más Anna. T.J. ya sabe esto
pero he estado al teléfono con el abogado del hidroplano de alquiler. Ya
que la muerte del piloto causó el accidente pero el proveedor de la balsa
salvavidas no proporcionó la señal de emergencia ordenada por la guardia
costera, hay culpa comparativa. Ambas partes son consideradas
negligentes. Los litigios de aviación son muy complejos y las cortes tendrán
que determinar el porcentaje de responsabilidad. Estos casos pueden
prolongarse por años. Sin embargo, al hidroavión le gustaría llegar a un
acuerdo con ustedes dos y luego subrogar contra la otra parte. A cambio
de esto ustedes no demandarán.
Mi cabeza daba vueltas. No había pensado en negligencia o
demandas.
—No sé qué decir. No habría demandado de todas maneras.
—Entonces sugiero que estés de acuerdo. No habrá ningún juicio.
Tal vez debas dar una declaración, pero puedes hacerlo aquí en Chicago.
Como eras mi empleada cuando el accidente ocurrió, mi abogado puede
manejar las negociaciones por ti.
—Sí. Eso estaría bien.
—Probablemente tomará varios meses, o más, antes de que finalice.
—Está bien, Tom.
Alexis y Grace se nos unieron para la cena. Todo el mundo se había
relajado considerablemente cuando nos sentamos en el comedor, en parte
ayudó la segunda ronda de bebidas que todos dijimos que no queríamos
pero bebimos de todos modos.
Jane sirvió lomo de res, vegetales asados y papas gratinadas. Alexis
y Grace me miraron a hurtadillas y sonrieron. Ayudé a Jane a recoger la
mesa y a servir una tarta de manzanas caliente y helado para el postre.
Cuando estábamos listos para irnos, Tom me pasó un sobre.
—¿Qué es esto?
—Es un cheque. Aún te debemos por la tutoría.
—No me deben nada. No hice mi trabajo. —Intenté devolverle el
sobre.
Suavemente, apartó mi mano. —Jane y yo insistimos. 220
—Tom, por favor.
—Solo tómalo, Anna. Nos hará feliz.
—Está bien. —Deslicé el sobre en mi bolso.
—Gracias por todo —dije a Jane.
La miré a los ojos y ella encontró mi mirada. No muchas madres
recibirían en su casa a la muy mayor novia de su hijo tan gentilmente y
ambas lo sabíamos.
—No hay de qué, Anna. Ven de nuevo alguna vez.
T.J. me tomó en sus brazos tan pronto como las puertas del elevador
se cerraron. Exhalé y descansé mi cabeza en su pecho. —Tus padres son
maravillosos.
—Te dije que eran geniales.
También eran generosos. Porque luego esa noche, cuando abrí el
sobre que me habían dado, saqué un cheque por veinticinco mil dólares.
***
La conferencia de prensa estaba programada para iniciar a las dos
en punto. Tom y Jane Callahan estaban a un lado, Tom sostenía una
pequeña cámara de video en su mano, la única permitida para grabar algo.
—Sé lo que van a preguntar —dije.
—No tienes que responder nada que no quieras —me recordó T.J.
Nos sentamos en una mesa larga frente al mar de reporteros. Yo
movía mi pie derecho hacia arriba y hacia abajo y T.J. se inclinó y presionó
suavemente mi muslo. Él sabía que no debía dejar su mano ahí por mucho
tiempo.
Alguien había grabado en la pared un gran mapa que mostraba una
vista aérea de las veintiséis islas de las Maldivas. Un representante de
relaciones públicas del canal de noticias, asignado para moderar la
conferencia de prensa, comenzó explicando a los reporteros que la isla en
la que T.J. y yo vivimos estaba deshabitada y probablemente había sufrido
daños serios debido al tsunami. Usó un apuntador laser e identificó la isla
de Malé como nuestro punto de inicio.
—Este era su lugar de destino —dijo, señalando otra isla—. Debido a
que el piloto sufrió un ataque cardíaco, el avión se estrelló al aterrizar en
algún lugar en el medio.
La primera pregunta vino de un reportero de pie en la última fila. 221
Tenía que gritar para que lo pudiéramos escuchar.
—¿Qué pasó por sus mentes cuanto se dieron cuenta de que el piloto
estaba teniendo un ataque cardíaco?
Me incliné hacia delante y hablé por el micrófono. —Estábamos
asustados de que muriera y preocupados de que no fuera capaz de
aterrizar el avión.
—¿Intentaron ayudarlo? —preguntó otro reportero.
—Anna sí —dijo T.J.—. El piloto nos pidió que nos pusiéramos
nuestros chalecos salvavidas y volviéramos a nuestros asientos y nos
abrocháramos nuestros cinturones. Cuando se desplomó, Anna se
desabrochó y fue hacia adelante para iniciar RCP.
—¿Cuánto tiempo estuvieron en el mar antes de que lograran llegar
a la isla?
T.J. respondió esa pregunta. —No estoy seguro. El sol se ocultó casi
una hora después de que nos accidentamos y salió después de que
llegamos a la orilla.
Respondimos preguntas por la siguiente hora. Nos preguntaron todo
desde cómo nos alimentamos hasta qué clase de refugio construimos. Les
contamos sobre la clavícula rota de T.J. y la enfermedad que casi lo mató.
Describimos las tormentas y explicamos cómo los delfines salvaron a T.J.
del tiburón. Hablamos sobre el tsunami y nuestra reunión en el hospital.
Parecían realmente preocupados por las dificultades que pasamos, y me
relajé un poco.
Luego una reportera de la fila del frente, una mujer de mediana edad
con un ceño fruncido en su rostro preguntó—: ¿Qué clase de relación física
tuvieron en la isla?
—Eso es irrelevante —respondí.
—¿Está al tanto de la edad de consentimiento25 en el estado de
Illinois? —preguntó.
No indiqué que la isla no estaba en Illinois. —Claro que lo estoy. —
En caso de que no todo el mundo supiera, decidió iluminarlos.
—La edad de consentimiento en Illinois es diecisiete, a menos que la
relación involucre una persona de autoridad como un profesor. Entonces
la edad se eleva a dieciocho.
—Ninguna ley fue violada —dijo T.J.
—Algunas veces las víctimas son obligadas a mentir —respondió la
reportera—. Especialmente si el abuso ocurrió desde el principio.
—No hubo abuso —dijo T.J.
Ella se dirigió a mí directamente con su siguiente pregunta. 222
—¿Cómo cree que los contribuyentes de Chicago se sentirán sobre
pagar el salario de una profesora sospechosa de mala conducta sexual
hacia un estudiante?
—No hubo ninguna mala conducta sexual —gritó T.J.—. ¿Qué parte
de esto no entiende?
Aunque sabía que ellos preguntarían sobre nuestra relación, nunca
consideré la posibilidad de que nos acusarían de mentir sobre ello, o
pensarían que de alguna manera obligué a T.J. La semilla de la duda que
la reportera plantó sin duda se multiplicaría, alimentada por rumores y
especulación. Todo el que lea nuestra historia cuestionaría mis acciones y
mi integridad. Como mínimo, podría ser difícil encontrar un distrito
escolar dispuesto a darme una oportunidad, poniendo fin a mi carrera
como profesora.
Cuando mi cerebro terminó de procesar lo que su interrogatorio
había hecho, apenas tuve suficiente tiempo para arrastrar mi silla atrás y
correr hacia el baño de mujeres. Abrí la puerta de un cubículo y me incliné
sobre el inodoro. Había sido incapaz de comer antes de la conferencia de
25
Se refiere a la edad mínima para contraer matrimonio sin consentimiento de los padres
o la edad mínima para tener relaciones sexuales consensuales; relaciones sexuales a una
edad temprana puede resultar en un cargo de asalto o violación de menores, la edad varía
de un estado a otro.
presa y mi estómago vacío intentaba vomitar pero nada salía. Alguien abrió
la puerta.
—Estoy bien, T.J. saldré en un minuto.
—Anna, soy yo —dijo una voz femenina.
Salí del cubículo. Jane Callahan estaba de pie ahí. Me abrió sus
brazos y fue así como algo que mi propia madre habría hecho que me
lancé a ellos y comencé a llorar. Cuando paré de llorar, Jane me pasó un
pañuelo y dijo, —Los medios de comunicación sensacionalizan todo. Creo
que algunos del público en general verán a través de ello.
Me sequé los ojos. —Eso espero.
T.J. y Tom estaban esperándonos cuando salimos del baño. T.J. me
llevó a una silla y se sentó a mi lado.
—¿Estás bien? —Me rodeo con su brazo, y descansé mi cabeza sobre
su hombro.
—Estoy mejor ahora.
—Todo se arreglará, Anna.
—Tal vez —dije. O tal vez no.
La mañana siguiente, leí el cubrimiento del periódico de la
conferencia de prensa. No fue tan malo como esperaba, pero no fue bueno
223
tampoco. El artículo no cuestionó mi habilidad para enseñar, pero hizo eco
de algunos de los puntos que la reportera hizo sobre la probabilidad de
que un distrito escolar esté de acuerdo en contratarme. Se lo pasé a Sarah
cuando entró en la habitación. Lo leyó e hizo un sonido de disgusto.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Sarah.
—Voy a hablar con Ken.
Ken Tomlinson había sido mi director por seis años. Un veterano del
sistema escolar público de Illinois, su dedicación a los estudiantes y su
apoyo a los profesores lo hicieron uno de los hombres más respetados en el
distrito. No pasaba mucho tiempo preocupándose por cosas que no
importaban, y contaba los mejores chistes subidos de tono que he jamás
había escuchado.
Metí la cabeza en su oficina un poco después de las siete de la
mañana y unos días después de la conferencia de prensa. Él empujó su
silla hacia atrás y se reunión conmigo en la puerta.
—Niña, no sabes lo feliz que estoy de verte. —Me abrazó—.
Bienvenida a casa
—Recibí tu mensaje en la máquina contestadora de Sarah. Gracias
por llamar.
—Quería que supieras que todos pensábamos en ti. Me imaginé que
pasaría un poco de tiempo antes de que vinieras. —Se sentó tras su
escritorio y yo me senté en una silla frente a él—. Creo que sé por qué
estás aquí.
—¿Has recibido algunas llamadas?
Asintió. —Unas cuantas. Algunos padres querían saber si volverías a
la escuela. Quería decirles lo que verdaderamente pensaba sobre sus
supuestas preocupaciones, pero no pude.
—Lo sé, Ken.
—Me encantaría darte tu antiguo trabajo de nuevo, pero contraté a
alguien dos meses después de que tu avión se estrelló, cuando perdimos la
esperanza de que alguna vez te encontraran.
—Lo entiendo. Aún no estoy lista para volver a trabajar de todos
modos.
Ken se inclinó hacia delante en su silla y descansó sus codos en el
escritorio. —Las personas quieren convertir las cosas en algo que no son.
Es la naturaleza humana. Maneja un perfil bajo por un tiempo. Déjalo
pasar.
—Jamás haría algo para herir a un estudiante, Ken.
—Sé eso, Anna. Jamás dudé de tí por un minuto. —Salió de detrás
224
de su escritorio y dijo—: eres una buena profesora. No dejes que nadie te
diga que no lo eres.
Los pasillos se llenarían de profesores y estudiantes pronto, y quería
salir desapercibida. Me paré y dije—: Gracias, Ken. Significa mucho para
mí.
—Vuelve de nuevo, Anna. A todos nos gustaría pasar algo de tiempo
contigo.
—Lo haré.
***
C
argué la última caja por las escaleras hasta la nueva casa de
Anna, un pequeño apartamento de una pieza a quince
minutos de Sarah y David.
—¿Dónde quieres que ponga ésta? —pregunté cuando crucé la
puerta, sacudiendo la lluvia de mi pelo.
—Solo ponla en cualquier lugar —me pasó una toalla y me saqué la
camiseta mojada y a mí mismo.
—Estoy tratando de encontrar las sábanas —me dijo Anna—.
Entregaron la cama un poco después que te fueras. 228
Buscamos hasta que las encontramos y la ayudé a ponerlas.
—Vuelvo en un momento —dijo. Regresó con un pequeño objeto y lo
puso encima de la mesita de noche, conectándolo en un enchufe cercano.
Presionó un botón y el sonido de las olas del mar llenaron la
habitación, casi ahogando el sonido de la lluvia golpeando la ventana.
—Es una máquina de sonidos. La encargué de Bed, Bath &
Beyond26.
Se acercó a mi lado. Cogí su mano y la besé, y luego la presioné
contra mí. Se relajó, su cuerpo derritiéndose en el mío.
—Soy feliz. ¿Lo eres tú Anna?
—Sí —susurró.
La sostuve en mis brazos. Escuchando la lluvia y el romper de las
olas, casi pude pretender que estábamos aún en la isla y que nada había
cambiado.
No me preguntó si quería mudarme; simplemente nunca me fui.
Pasé algunas noches en mi casa, porque hacía a mis padres felices, y Anna
y yo nos deteníamos bastante para pasar el rato o cenar. Anna llevó a
26 Bed, Bath & Beyond: es una cadena especializada en la venta de objetos domésticos.
Grace y Alexis de compras un par de veces, lo cual las emocionaba a
ambas.
No tomaría ningún dinero para la renta así que pagaba por todo lo
demás, lo que ella apenas permitía. Tenía un fondo de mis padres de
cuando era más joven. Hubiera tenido acceso a él cuando cumplí dieciocho
y el dinero era mío ahora. El monto de la cuenta hubiese cubierto
fácilmente los costos de nuestra vida, un auto y el costo de mi universidad.
Mis padres querían saber, y me lo preguntaban todo el tiempo, cuáles eran
mis planes, pero no estaba seguro de qué quería hacer. Anna no había
dicho nada, pero sabía que quería que empezara a estudiar para obtener
mi GED.
La gente a veces nos reconocía, especialmente cuando estábamos
juntos, pero Anna lentamente se sentía más cómoda estando en público.
Siempre salíamos, al parque y a largos paseos, incluso cuando aún
faltaban varias semanas para la primavera. Salíamos al cine y a veces a
almorzar o cenar, pero a Anna le gustaba comer en casa. Me cocinaba lo
que sea que quisiera, y de a poco comencé a ganar peso. Ella también.
Cuando recorría su cuerpo con mis manos, ya no sentía huesos. Sentía
suaves curvas.
En la noche, Anna abrochaba sus zapatillas de deporte y corría
hasta estar exhausta. Volvía al apartamento, se sacaba la ropa sudada y
tomaba una larga ducha caliente, venía a la cama conmigo después de eso.
229
Tenía la energía suficiente para hacer el amor y luego colapsaba,
durmiendo sonoramente. Todavía tenía algunas pesadillas o problemas
para quedarse dormida pero nada como antes.
Me gustaba nuestra rutina. No tenía deseos de cambiarla.
***
S
tefani y yo ordenamos una copa de vino en la barra mientras
esperábamos por una mesa.
—¿Así qué T.J. fue a visitar a su amigo este fin de semana? —
preguntó Stefani.
—Sí. —Le di un vistazo a mi reloj. Ocho y tres—. Mi suposición es
que están recuperando todo el tiempo perdido. Al menos eso espero.
—¿No te importa si se mete en problemas?
—¿Recuerdas lo que hicimos en la universidad? 232
Stefani sonrió —¿Cómo es que nunca fuimos arrestadas?
—Faldas cortas y mucha suerte. —Tomé un trago de vino—. Quiero
que T.J. tenga esas experiencias. No quiero que sienta que se está
perdiendo las cosas.
—¿Estás tratando de convencerte a tí o a mí?
—No estoy tratando de convencer a nadie. Es sólo que no quiero
privarlo de nada.
—Rob y yo queremos conocerlo. Si es importante para tí, nos
gustaría conocerlo.
—Gracias. Eso es muy lindo de tu parte, Stef.
El barman puso dos copas de vino en frente de nosotras. —Estas
son de los chicos sentados en la esquina.
Stefani esperó un minuto y luego agarró su bolso que estaba colgado
en el respaldo de la silla. Rebuscó en él y sacó un pequeño espejo de mano
y un brillo de labios, aprovechando para mirar a los chicos.
—¿Y bien?
—Son apuestos.
—¡Estás casada!
—No me iré a casa con ellos. Además, Rob sabía que era coqueta
cuando se casó conmigo. —Se aplicó brillo de labios y usó una servilleta
para eliminar el exceso—. Y nadie me ha enviado una copa desde que tenía
diecinueve, así que cierra la boca.
—¿Tenemos que agradecerles, o simplemente podemos ignorarlos?
—pregunté.
—¿No quieres hablar con ellos?
—No.
—Demasiado tarde. Aquí vienen.
Miré por encima de mi hombro mientras se acercaban.
—Hola —dijo uno de ellos.
—Hola. Gracias por el vino.
Su amigo empezó a charlar con Stefani. Rodé mis ojos cuando ella
sacudió su cabello y soltó una risita.
—Soy Drew. —Tenía cabello castaño y estaba usando traje y corbata.
Parecía tener unos treinta años. Atractivo, si te gustaba del tipo banquero.
—Anna. —Sacudí su mano.
—Te reconocí por la foto en el papel. Fue todo un calvario. Asumo 233
que estás cansada de hablar de ello.
—Lo estoy.
La conversación se quedó estancada por lo que tomé otro trago de
vino.
—¿Están esperando por una mesa? —preguntó.
—Sí. Debería estar lista pronto.
—¿Tal vez podríamos unirnos a ustedes?
—Lo siento, no esta noche. Solo quiero pasar tiempo con mi amiga.
—Seguro, lo entiendo. ¿Quizás podrías darme tu teléfono?
—No lo creo.
—Oh vamos —dijo, sonriendo y volviéndose encantador—. Soy un
buen tipo.
—Estoy viendo a alguien.
—Eso fue rápido. —Me miró extrañado—. Espera, ¿no estás saliendo
con el niño, cierto?
—No es un niño.
—Sí lo es.
Stefani tocó mi hombro —Nuestra mesa está lista.
—Gracias de nuevo por el vino. Discúlpame. —Agarré mi bolso y mi
abrigo, me deslicé fuera de la barra y seguí a Stefani.
—¿Qué te dijo? —preguntó cuando nos sentamos en la mesa—. No te
ves muy complacida con él.
—Descubrió que no estaba soltera. Luego llamó a T.J. un niño.
—Su ego está probablemente herido.
—T.J. es joven, Stefani. Cuando la gente lo mira, no ven lo que yo
veo. Ven a un niño.
—¿Qué ves tú?
—Sólo veo a T.J.
Vino la noche del domingo, cansado y con resaca. Dejó su maleta en
el suelo y me empujó en sus brazos. Le di un largo beso.
—Guau —dijo. Cogió mi cara entre sus manos y me besó de vuelta.
—Te extrañé.
—También te extrañé.
—¿Qué tal estuvo?
234
—Su habitación es un pozo, una chica casi vomita encima de mí y
alguien orinó en el ascensor.
Arrugué mi nariz. —¿Enserio?
—Tengo que decirte. No estaba muy impresionado.
—Tal vez te sentirías diferente si hubieras ido a la universidad
inmediatamente después de la escuela.
—Pero no lo hice, Anna. Y aún sigo atrás.
56
T.J.
Traducido por Andreani
Corregido por Deeydra Ann’
N
o tengo que llevar corbata, ¿cierto?
Tenía un par de caquis y una camisa de vestir blanca con
botones. Una chaqueta deportiva azul marina sobre la cama.
Nos reuniríamos con Stefani y su marido Rob para cenar, y
estaba más elegante de lo que querría.
—Probablemente deberías —dijo, caminando hacia el dormitorio.
—¿Tengo una corbata?
—Te compré una cuando Stefani me dijo que querían ir a cenar. — 235
Llegó a su armario y lo abrió, la sacó, enroscándola en el cuello de mi
camisa y ajustándomela.
—No puedo recordar la última vez que use una de estas —dije,
tirando del nudo para aflojarlo un poco. Conocí a Stefani y Rob la semana
anterior, cuando nos invitaron a su casa. Me agradaban. Era fácil hablar
con ellos, por lo que cuando Anna dijo que querían que saliéramos a cenar
con ellos dije que sí.
—Voy a estar lista en un minuto. Sólo tengo que decidir qué
ponerme.
Se paró frente a su armario en su sujetador y ropa interior, así que
me recosté en la cama y disfruté la vista.
—Pensé que habías dicho que las tangas eran incómodas.
—Lo son. Pero me temo que esta noche es un mal necesario. —Anna
sacó un vestido de su armario—. ¿Este? —preguntó, sosteniendo un largo
vestido negro sin mangas contra su pecho.
—Es bonito.
—¿Qué tal este? —El otro vestido era azul oscuro, corto, con mangas
largas y un frente de corte bajo.
—Ese es sexy.
—Creo que tenemos un ganador —dijo, poniéndoselo. Se ceñía a ella.
Se calzó un par de zapatos de tacón alto.
Nunca la había visto vestida así antes. Generalmente llevaba jeans,
principalmente de Levi’s, y una camiseta o suéter. A veces usaba faldas,
pero nada como esto. Sus pechos se habían agrandado ahora que estaba
más cerca de su peso normal, y el sostén que llevaba los levantaba. Lo que
pude ver entre ese gran escote en forma de V de su vestido me hizo querer
ver más.
Torciendo su cabello, lo juntó en un nudo en la parte posterior de su
cuello y se puso aretes, los mismos colgantes que había utilizado como
anzuelos en la isla. Llevaba lápiz labial rojo. Me quedé mirando a su boca y
quise besarla.
—Te ves increíble.
Sonrió. —¿Lo crees?
—Sí. —Parecía elegante. Hermosa. Como una mujer que tenía todo
en orden.
—Vamos —dijo.
Yo era más joven que todos en el restaurante por diez o veinte años.
Llegamos unos minutos antes, por lo que Anna y yo seguimos a Stefani y
Rob hacía la barra para esperar por nuestra mesa. Más de una cabeza se 236
volvió cuando Anna entró.
Stefani comenzó a hablar con un chico. Rob y yo estábamos
debatiendo, luchando a nuestra manera, para obtener algunas bebidas
cuando una mujer sosteniendo una pila de menús se acercó a nosotros a
través de la multitud.
—Su mesa está lista —dijo.
Stefani se volvió hacia el chico con el que había estado hablando.
Vestía un traje, pero había aflojado su corbata y desabrochado los dos
botones superiores de su camisa. Sostenía un vaso de algo que parecía
whisky. Estaba allí solo, y me preguntaba si había venido después del
trabajo.
—¿Por qué no te unes a nosotros para cenar? —le dijo Stefani—.
¿Les importa? —nos preguntó.
—Está bien —dijo Anna.
Me encogí de hombros. —Seguro.
Cuando nos sentamos, Stefani lo presentó. —Este es Spence.
Trabajamos en la misma cuenta el año pasado.
Ella y Rob se sentaron junto a él mientras que Anna y yo nos
sentamos frente a ellos. Estreché su mano, notando sus ojos inyectados de
sangre y me di cuenta de que estaba borracho.
Rob ordenó dos botellas de vino y la camarera nos sirvió un vaso a
cada uno después de que le hiciera pasar por la rutina de oler el vino y
eso. Tomé un trago del mío. Era rojo y tan seco que me esforcé para no
hacer una cara.
Spence puso toda su atención sobre Anna inmediatamente. La veía
tomar un sorbo de su vino. Sus ojos se desviaron de su boca a hasta su
pecho.
—Me pareces conocida —dijo.
Sacudió la cabeza. —No nos hemos conocido antes.
Eso era lo que Anna odiaba sobre conocer gente nueva. Tratarían de
ubicarla y, eventualmente, recordaría su rostro de todos los medios de
comunicación. Luego empezarían las preguntas, primero sobre la isla y
luego sobre nosotros.
Afortunadamente, estaba lo suficientemente ebrio como para no
hacer la conexión y Anna pareció relajarse. No podría haberla reconocido,
pero aun no había terminado con ella.
—Tal vez salimos una vez. 237
Anna levantó su vaso y tomó otro trago. —No.
—¿Tal vez podemos salir algún día?
—Hey —dije bruscamente—. Estoy sentado aquí.
Anna puso su mano en mi pierna e hizo presión. —Está bien —
susurró.
—Espera. ¿Ella está contigo? —Spence preguntó—. Pensé que eras
su hermano o algo. —Comenzó a reír—. Tienes que estar bromeando. —La
comprensión apareció en su rostro mientras dirigía su mirada a mí y luego
a Anna—. Ahora sé quién eres. Vi tu foto en el periódico. —Soltó el aire—.
Así que eso explica cómo la conseguiste, pero no por qué está todavía
contigo.
Rob miró a Stefani y luego le dijo a Spence—: Ya déjalo.
—Sí. Estoy con él. —La manera en que Anna lo dijo, con tanta
confianza, y la manera en que lo miró como si fuera un completo idiota,
me hizo sentir mejor que las palabras en sí.
Nuestra camarera se acercó. —Lo siento —me dijo—. Necesito ver tu
identificación.
Me encogí de hombros. —Soy menor de edad. No me gusta el vino de
todos modos. Adelante, lléveselo.
Ella sonrió, dijo lo siento y se llevó mi vaso. Spence no pudo
soportarlo.
—¿Ni siquiera tienes veintiún años? —Su risa apenas contenida
rompió el silencio en la mesa, mientras todo el mundo trató de actuar
como si lo que estaba sucediendo no fuera totalmente humillante para mí.
Bajamos nuestra mirada hacia nuestros menús. Anna y yo todavía
teníamos problemas para elegir algo de comer en un restaurante.
Demasiadas opciones.
—¿Qué pedirás? —le pregunté.
—Filete. ¿Y tú? —Sujetó mi mano, entrelazando sus dedos entre los
míos.
—No lo sé. Tal vez pasta. Te gustan los ravioles, ¿verdad?
—Sí.
—Está bien. Pediré eso y podemos compartir.
Stefani intentó mantener la conversación. Nuestra camarera regresó
y tomó nuestra orden. Spence miró fijamente el pecho de Anna y sonrió
burlonamente, sin siquiera tratar de ocultarlo. Sabía lo que estaba
pensando cuando la miró así, y me tomó todo lo que tenía no golpearlo.
Cuando Spence se levantó para ir al baño, Stefani dijo—: Lo siento. 238
Escuché que su esposa lo dejó y pensé que invitarlo a unirse a nosotros
sería un buen gesto.
—Está bien. Simplemente ignorálo —dijo Anna—. Yo lo hago.
Nadie llenó el vaso de vino de Spence y, para cuando terminamos de
comer, parecía un poco más sobrio.
Nuestra mesera nos ofreció el postre, pero nadie quería nada. Nos
dijo que volvería con la cuenta.
—Stefani y yo vamos al baño —dijo Anna—. Los esperamos por la
puerta.
Rob y yo intentamos recoger el cheque y finalmente accedimos a
dividirlo, cada uno sacando dinero en efectivo. Spence arrojó un puñado
de billetes sobre la mesa. Guardé mi cartera en mi bolsillo y me levanté.
Rob empujó su silla hacia atrás, se despidió de Spence sin estrechar
su mano, y se dirigió a la parte delantera del restaurante.
Spence no se levantó. —Lamento que no seas lo suficientemente
mayor como para beber con los adultos —dijo, balanceándose en su silla.
—Lamento que no puedas tocar a mi caliente novia. Y realmente no
gusta el vino de todas formas.
Me reí de su expresión y me uní a Anna, Stefani y Rob en la puerta
delantera.
—¿Qué le dijiste? —preguntó Anna.
—Le dije que fue agradable conocerlo.
—Lo siento por esta noche —dijo Anna, cuando entramos al taxi.
—No fue tu culpa. —Puse mi brazo alrededor de ella.
No poder beber en un restaurante no me molestó, pero la manera en
que Spence miraba Anna lo hizo. Sabía que no estaba interesada en él,
pero me preocupaba el próximo tipo. Aquel que no era un imbécil
borracho. Que tenía un título universitario, le gustaba el vino y no le
importaba usar una corbata. Me preocupa que algún día, quizás pronto, le
importara a ella que yo no estuviera interesado en alguna de esas cosas.
Y cuando pensé en ella con otro chico, no pude soportarlo.
La besé tan pronto como estuvimos dentro de su apartamento, y no
fui suave, sosteniendo firmemente su rostro en mis manos y presionando
mis labios fuertemente contra los de ella. Ella no era nadie para tener
dueño, lo sabía, pero justo en ese momento era mía.
Cuando llegamos a la habitación, saqué el vestido por encima de su
cabeza. Su sostén fue el siguiente en irse y luego bajé su ropa interior
hasta que cayeron al piso. Desanudé mi corbata y me quité el resto de mi
239
ropa. Recostándola sobre la cama, coloqué mi cabeza en el lugar que
Spence había mirado fijamente durante toda la noche, chupando y
dejando una huella que llevaría días desvanecerse. La toqué y la besé
hasta que estaba lista y, una vez que estuve dentro de ella, lo hice lento,
como le gustaba. Cuando se vino, dijo mi nombre y pensé: yo soy el que le
hace eso. Yo soy el que la hace sentirse de esa manera.
Después, fui a la cocina y agarré una cerveza de la nevera. La llevé
de regreso al dormitorio y encendí el televisor, manteniendo el volumen
bajo. Anna dormía con las sabanas enredadas alrededor de su cintura.
Levanté la cobija y la coloqué suavemente alrededor de sus hombros con
una mano y abrí mi cerveza con la otra.
57
Anna
Traducido por Madeleyn
Corregido por Chio
E
n abril, las lluvias de primavera estancaron a Chicago por dos
días, manteniéndonos dentro.
T.J. cambiaba sin rumbo los canales. Me acosté en el sofá con
los pies en su regazo, leyendo un libro.
—¿Quieres ir al cine? —preguntó, apagando la televisión.
—Claro —le dije. —¿Qué quieres ver?
—No sé. Vamos a caminar hasta el cine y escogemos una.
Me coloqué una chaqueta y salimos del apartamento, caminando a 240
través de la lluvia, mientras que T.J. extendía una sombrilla encima de
nuestras cabezas. Me tomó la mano. Apreté su mano sonriendo y entonces
me devolvió el apretón.
T.J. quería ver Batman Begins. Estábamos parados en la fila para
comprar palomitas de maíz cuando alguien tocó su hombro.
Nos dimos la vuelta. Era un chico con una gorra de beisbol junto a
una chica pequeña que llevaba una sudadera con capucha de color rosa,
su cabello recogido en una coleta.
T.J. sonrió. —Oye, Coop. ¿Qué pasa?
—Tratando de encontrar algo que hacer hasta que pare de llover.
—Dímelo a mí. Ésta es Anna. —dijo T.J. pasando un brazo sobre
mis hombros.
—Hola —dijo Coop. —Ésta es mi novia, Brooke.
—Encantada de conocerlos a ambos —dije.
—Sigo olvidandome que estás en la ciudad —dijo T.J.
—Voy a estar atrapado en la universidad si no recibo mis
calificaciones.
—Vamos a pasar el rato en algún momento —dijo T.J.
—Mis padres se van de la ciudad el próximo mes. Haré una fiesta.
Están invitados. —Coop me sonrió y me di cuenta que la invitación era
verdadera.
—Sí, eso sería genial —dijo T.J.
Eché un vistazo a Brooke, mientras que T.J. y Coop hablaban. Me
miraba con la boca abierta. Para ella, era probable que pareciera una
anciana.
Su cara sin arrugas y la piel color rosa se veía radiante. Ella no tenía
ni idea de la forma en que me veía cuando tenía veinte años, cuan
hermosa era la piel joven. A pesar de que a menudo había usado la gorra
de beisbol de T.J. y mis lentes de sol en la isla, hubo momentos en los que
no lo hice. Pensé en los años que el sol me había arrebatado, esperaba
despertar una mañana y descubrir que mi rostro se había transformado en
cuero mientras dormía. Pasé más tiempo del que me sentía cómoda
admitir tratando de revertir el daño en la piel que el sol de la isla me había
infligido, el mostrador de mi baño repleto de lociones y cremas que el
dermatólogo había recomendado. Mi piel ahora tenía una apariencia
mucho más saludable, pero no había comparación entre los veinte y los
treinta y tres. T.J. pensaba que era hermosa, me lo dijo. Pero ¿qué hay de
cinco años a partir de ahora? ¿Diez?
Entramos en el cine y encontramos asientos. T.J. colocó las 241
palomitas de maíz entre sus piernas y apoyó su mano en mi muslo. No
podía concentrarme en la película. Imágenes de T.J. y yo bebiendo cerveza
de barril en vasos de plástico en la sala de Coop mientras todo el mundo
me miraba boquiabierto llenaban mis pensamientos.
T.J. había hecho un gran trabajo adaptándose con mis amigos.
Había soportado el comportamiento desagradable de Spence, además de
que no tenía ningún deseo de beber en primer lugar. Usar una corbata no
era lo suyo, pero lo hizo de todos modos. Había llevado una conversación
con Rob y Stefani e hizo que se viera sin esfuerzo.
Es más fácil cuando se es menor, si quieres, usas ropa bonita e
imitas el comportamiento de las personas mayores. Si tratara de encajar
con los veinteañeros amigos de T.J. vistiéndome y actuando como ellos me
vería ridícula.
La lluvia había terminado para el momento en el que nos
marchamos del cine.
Seguimos a la multitud y empezamos a caminar. Me detuve en la
acera.
—¿Qué pasa? —preguntó T.J.
—No siempre se verá como esto.
—¿Qué quieres decir?
—Soy trece años mayor que tú, y me estoy haciendo mayor cada día.
No siempre se verá como esto.
T.J. puso sus brazos alrededor de mi cintura y me atrajo.
—Ya lo sé, Anna. Pero si piensas que a mí me importa sólo como te
ves, entonces no me conoces como pensé que lo hacías.
***
Caminaba sola por el pasillo de Trader Joe28, llevaba una útil cesta
llena de lo que sea que llamara mi atención, que hasta ahora eran dos
botellas de cabernet, un poco de pasta orgánica, un frasco de salsa
marinara y un poco de lechuga romana, zanahorias y pimientos para una
ensalada. T.J. estaba cortando su cabello. Usualmente comprábamos la
comida juntos, en parte porque él insistía en pagar por ello y en parte
porque todavía nos asustaban las tiendas de comestibles. La primera vez
que fuimos al supermercado, después de mudarme a mi apartamento, me
quedé paralizada en medio de la tienda mirando la comida.
Me fui por otro pasillo y tomé unas cervezas para T.J. y luego
encontré los ingredientes para hacerle un pastel de chocolate. Estaba
tratando de decidir qué tipo de pan comprar para la cena, cuando sentí un 242
tirón en mis pantalones.
Una niña de unos cuatro años se quedó allí, con enormes lágrimas
que silenciosamente corrían por su rostro.
—¿Eres una mamá? —preguntó.
Me agaché hasta quedar a la altura de sus ojos. —Bueno, no.
¿Dónde está tu mamá?
Se aferraba a una manta harapienta, de color rosa. —No lo sé. No
puedo encontrarla, y mi mamá me dijo que si alguna vez me pierdo debo
tratar de encontrar a otra mamá y ella me ayudaría.
—No te preocupes. Te puedo ayudar. ¿Cuál es tu nombre?
—Claire.
—Está bien, Claire. —Le dije. —Vamos a pedirle a alguien que haga
un anuncio por el altavoz para que tu mamá sepa que estás a salvo. —Me
miró con lágrimas nadando en sus grandes ojos marrones y deslizó su
manita en la mía.
A
nna se encontraba en el mostrador de la cocina haciéndome
un pastel de chocolate. La besé y le di las rosas rosadas que
había comprado en el camino de regreso de mi corte de pelo.
—Son muy hermosas. Gracias —dijo, sonriendo hacia mí. Agarró un
vaso de debajo del fregadero y lo llenó de agua. Llevaba el pelo recogido en
una cola de caballo, y puse mis brazos alrededor de ella por detrás y la
besé en la parte de atrás de su cuello.
—¿Necesitas ayuda? —pregunté.
—No, está casi listo. 244
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
No estaba bien, y yo sabía que había estado llorando en el momento
en que entré por la puerta porque tenía los ojos hinchados y rojos. Pero no
sabría como solucionarlo si ella no me decía que le molestaba, y parte de
mí se preguntaba si era mejor no saber en caso de que tuviera algo que ver
conmigo.
Se dio la vuelta y sonrió un poco demasiado brillante.
—¿Quieres ir al parque tan pronto como acabe con esto? —preguntó.
Un mechón de pelo se le había escapado de su cola de caballo y lo
escondí detrás de su oreja. —Por supuesto. Voy a tomar una manta para
que podamos sentarnos. Apuesto a que hace cerca de setenta grados. —Le
di un beso en la frente—. Me gusta estar al aire libre contigo.
—Me gusta estar al aire libre contigo, también.
Cuando llegamos al parque extendimos la manta y nos sentamos.
Anna se quitó los zapatos.
—Alguien tiene un cumpleaños pronto —dije—. ¿Qué quieres hacer
para celebrarlo?
—No lo sé. Tendré que pensar en ello.
—Sé lo que voy a conseguir, pero no lo he encontrado todavía. He
estado buscando por un tiempo.
—Me intriga.
—Es algo que una vez tú dijiste que querías.
—¿Además de libros y música?
—Sí. —Ya le había comprado un iPod y descargué todas sus
canciones favoritas, porque a ella le gustaba escuchar música cuando iba
a correr. Un par de veces a la semana se fue a la biblioteca y regresó con
pilas de libros. Ella los leyó más rápido que nadie.
—Todavía tienes un par de semanas. Lo encontrarás. —Sonrió y me
besó, y parecía tan feliz que pensé que tal vez todo se encontraba bien,
después de todo.
245
59
Anna
Traducido por Juli_Arg
Corregido por Verito
E
nvié centenares de currículos. Encontrar una posición tan
tarde en el año sería casi imposible, pero todavía tenía
esperanzas de encontrar algo para el otoño, aunque sólo fuera
maestra sustituta.
Sarah me dio la mitad del dinero que recibió de la herencia de
nuestros padres y todavía guardaba un poco de lo que me habían pagado
en Callahan.
El establecimiento de línea aérea añadiría al equilibrio. Tal vez no
tenía que trabajar, pero quería hacerlo. Echaba de menos ganar mi propio 246
dinero, pero sobre todo, enseñar.
Sarah y yo nos reunimos para comer una semana antes de mi
cumpleaños. Los brotes sobre los árboles se habían convertido en hojas
verdes y los jardines que recubren las aceras sostenían flores de
primavera. Hasta el momento, mayo había sido inusualmente cálido. Nos
sentamos en el patio del restaurante y pedimos té helado.
—¿Qué es lo qué harás para tu cumpleaños? —preguntó Sarah,
abriendo el menú.
—No lo sé, T.J. me preguntó lo mismo. Estoy feliz estando aquí. —Le
conté a ella cómo T.J. y yo habíamos celebrado mi cumpleaños en la isla.
Como había pretendido darme libros y música—. Esta vez, me dará algo
que mencioné que quería. No tengo ni idea de lo que podría ser.
La camarera rellenó nuestro té helado y tomó nuestra orden.
—¿Cómo va la búsqueda de empleo? —preguntó Sarah.
—No va bien. O en realidad no hay posibilidades, o simplemente no
quieren contratarme.
—No dejes que eso te desanime, Anna.
—Ojala fuera así de fácil. —Tomé un sorbo de mi té helado—. Ya
sabes, cuando fui a ese avión hace casi cuatro años, tenía una relación
que no iba a ninguna parte y una oportunidad aún más fina de iniciar una
familia propia, pero al menos tenía un trabajo que me encantaba.
—Alguien va a contratarte con el tiempo.
—Quizás.
Sarah me miró a través de la mesa. —¿Es eso todo lo que te
molesta?
—No. —Le conté lo que pasó en Trader Joe—. Todavía quiero las
mismas cosas, Sarah.
—¿Qué es lo que T.J. quiere?
—No estoy segura de que lo sepa. Cuando salimos de Chicago, sólo
quería pasar el rato con sus amigos y volver a la vida que tenía antes del
cáncer. Sus amigos se han movido sin él, sin embargo, y no creo que haya
descubierto que hacer a continuación —le dije a Sarah sobre el fondo de
confianza de T.J. y ella levantó una ceja.
—En su defensa, no está echado a perder por ello. Pero no está
motivado, tampoco.
—Puedo ver tu punto —dijo.
—Estoy esperando una vez más, Sarah. Diferentes razones, chico
diferente, pero cuatro años más tarde todavía estoy esperando. 247
60
T.J.
Traducido por Deeydra Ann’
Corregido por Verito
E
l perro delimitó el apartamento de Anna y estuvo a punto de
derribarla. Ella se agachó y le lamió la cara. Dejé caer la
correa sobre la mesita y dije—: Feliz cumpleaños. No hubiese
podido conseguir esa cosa en una caja si lo intentaba.
Se levantó y me besó. —Olvidé que te había dicho que quería un
perro.
—Golden retriever. Adulto. De un refugio. He estado buscando por
todas partes. Me dijeron que alguien lo encontró vagando por un lado de la
carretera, sin collar o etiquetas. Piel y huesos. —Cuando Anna escuchó 248
eso, cayó de rodillas y abrazó al perro, acariciando su piel suave. La lamió
de nuevo, golpeando la cola y corriendo alrededor en círculos.
—Parece sano ahora —dijo.
—No le vas a llamar Perro, ¿verdad? —bromeé.
—No. Eso sería una tontería. Lo llamaré Bo. He tenido el nombre
elegido por un largo tiempo.
—Entonces es algo bueno, es un chico.
—Es el regalo perfecto, T.J. Gracias.
—De nada. Me alegro de que te guste.
***
249
M
ira lo que ha llegado por correo —dije cuando entré por la
puerta, dejando mis llaves sobre la mesa.
T. J. estaba sentado en el sofá viendo la televisón. Bo
dormía a su lado.
—¿Qué es?
—Es el formulario de inscripción para la clase de preparación para el
GED. Les llamé el otro día y les pedí que mandasen información. Pensé
que podrías apuntarte y podría ayudarte a estudiar.
—Puedo empezar en otoño.
250
—Sin embargo, tienen clases de verano y si empiezas ahora, puedes
terminar para finales de agosto y tal vez matricularte en una universidad
en septiembre. Si me las arreglo para encontrar un trabajo de profesora,
los dos podemos estar en clase todo el día.
T. J. apagó la televisión. Me senté junto a él, rascando a Bo detrás
de las orejas. Ninguno de los dos dijo nada durante un minuto.
—Por lo menos uno de nosotros debería ser capaz de seguir adelante
con su vida —dije.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.
—No puedo encontrar un trabajo. Tú puedes ir a clase.
—No quiero estar encerrado en el interior todo el día.
—Estás en el interior en este momento.
—Solo estaba esperando a que llegases para que pudiésemos sacar a
Bo a dar un paseo. ¿Qué es lo que realmente tratas de decir, Anna?
Mi corazón empezó a palpitar. —No podemos seguir tratando de
recrear la isla en este apartamento.
—Este apartamento no se parece en nada a la isla. Tenemos todo lo
que necesitamos.
—No, tú tienes todo lo que necesitas. Yo no.
—Te quiero, Anna. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. —Sus
palabras llevaban un significado implícito. Me casaré contigo. Tendremos
una familia juntos.
Sacudí la cabeza. —No puedes saber eso, T.J.
—Por supuesto que no —dijo sarcásticamente—. ¿Cómo podría saber
lo que quiero? Sólo tengo veinte años.
—Nunca te he hablado de forma paternalista por tu edad.
Alzó sus manos. —Acabas de hacerlo.
—Hay cosas que necesitas terminar. Y un montón de cosas que no
has tenido oportunidad de empezar. No puedo quitarte eso.
—¿Qué si no quiero esas cosas, Anna? ¿Qué si te prefiero a tí en su
lugar?
—¿Por cuánto tiempo, T.J.?
La comprensión llenó su rostro. —¿Tienes miedo de que no me
quedaré?
—Sí —susurré—. Eso es exactamente lo que me da miedo. —¿Qué
pasa si T. J. se cansa de jugar a las casitas, y decide que esta solución no
es lo que realmente quería?
251
—¿Después de todo lo que hemos pasado juntos no confías en mí lo
suficiente como para creer que seguiré contigo? —El dolor en sus ojos se
volvió ira—. Es mierda, Anna. —Caminó hacia la ventana y miró fuera.
Volviendo a donde estaba dijo—: ¿Por qué no sólo dices lo que realmente
quieres decir? Que quieres buscar a alguien de tu edad.
—¿Qué? —No tenía ni idea de donde se había sacado eso.
—Preferirías a alguien mayor. Alguien a quien no tratar como un
niño.
—Eso no es verdad, T. J.
—Siempre habrá algún imbécil que cree que puede ligar contigo
delante de mí. No me tomarán en serio. Para ellos, eres alguien matando el
tiempo. ¿Alguna vez pensaste en que podría preocuparme de que me
abandonaras?
Un silencio cargado de emociones llenó el apartamento. Los minutos
parecían horas mientras ambos esperábamos que el otro dijese que
nuestros temores no estaban justificados, pero ninguno de nosotros lo
hizo.
Pensé que dolería menos si me arrancase la curita rápidamente.
—Necesitas estar por tu cuenta, T.J., y saber como es eso antes de
que puedas estar seguro de que quieres estar con alguien.
La expresión de su rostro era de pura angustia. Cruzó la habitación
y dudó, estando solo a unos pasos de mí, mirándome a los ojos.
Entonces me dio la espalda y salió por la puerta, cerrándola detrás
de él.
No pude dormir esa noche. Me senté en el sofá en la oscuridad,
llorando sobre la piel de Bo. A la mañana siguiente salí del apartamento
temprano, por haberle prometido a Sarah que cuidaría a los niños
mientras ella y David iban al Brunch de los domingos. Cuando volví
descubrí que T.J. había arrancado la curita por su cuenta, porque sus
cosas habían desaparecido y su llave de mi apartamento estaba en la mesa
de la cocina.
Me dolió como el infierno.
252
62
T.J.
Traducido por Madeleyn
Corregido por Juli_Arg
B
en y yo alquilamos un apartamento de dos habitaciones para
el verano, en el tercer piso de un edificio antiguo a cuatro
cuadras de Wrigley Field. Sus padres se mudaron a Florida
después de que le dijeron que estaban cansados de la nieve y el frío. A Ben
no le importaba, ya que él y su hermano mayor se fueron a estudiar fuera
del estado, pero necesitaban un lugar donde vivir hasta que las clases
comenzaran de nuevo en otoño.
—¿Quieres conseguir un lugar conmigo, Callahan? —me preguntó—.
Podemos hacer una fiesta como nadie.
253
—Porque no —contesté. Si Anna estaba decidida a que no perdiera
nada, compartir un apartamento con mi mejor amigo era probablemente
un paso en la dirección correcta.
Ben estaba especializándose en finanzas y contabilidad, y de alguna
forma en el mundo estaba haciendo pasantías en un banco del centro.
Usaba una corbata todos los días.
Hablé a mi manera para trabajar en una construcción y estaba en
los suburbios cada mañana a las siete de la mañana, enmarcando casas.
Atrapé un paseo con un chico en el equipo, y me enseñó todo lo que
necesitaba saber y me salvó de parecer un idiota completo. No era tan
diferente de la construcción de la casa en la isla, excepto que utilizaba una
pistola de clavos y había mucha más madera por ahí.
La mayoría de los chicos no eran muy habladores, y no tenía que
mantener una conversación con alguien si no me apetecía. A veces, el
único ruido era el sonido de nuestros instrumentos y la música de rock
clásico que venía del equipo de sonido. Yo nunca llevaba una camisa y
muy pronto era casi tan moreno como lo había estado en la isla.
Por la noche, Ben y yo bebíamos cerveza. Extrañaba a Anna y
pensaba en ella constantemente. Sin ella a mi lado, me dormía como una
mierda. Ben sabía que no debía decir nada acerca de ella, pero parecía
preocupado por mí.
Demonios, yo estaba preocupado por mí.
254
63
Anna
Traducido por Vane-1095
Corregido por Juli_Arg
L
a temperatura alcanzó los 29,44°C por las dos de la tarde. El
calor salía de mí en tanto el sudor que corría por mi rostro caía
a mis pies y golpeaba el pavimento.
No me molestó. Podía manejar el calor.
A lo largo de finales de Junio y Julio corrí 9,7 km, luego 12,8 km y
16,09 km cada día, a veces más.
No lloraba cuando corría. No pensaba, y no perdía un segundo
suponiendo nada. Respirando profundamente dentro y fuera, ponía un pie
delante del otro. 255
Tom Callahan llamó a principios de Agosto. Cuando el nombre
apareció en el identificador mi corazón dio un salto, cayendo un segundo
más tarde después de que respondí y me di cuenta de que no era T.J.
—Los asuntos del hidroavión se resolvieron está mañana. T.J. ya ha
firmado los documentos. Una vez que firmes, está hecho.
—Está bien. —Agarré un bolígrafo y garabateé la dirección que me
dio.
—¿Cómo estás, Anna?
—Estoy bien, ¿Cómo está T.J.?
—Se está manteniendo ocupado.
No pregunté qué significaba eso. —Gracias por dejarme saber sobre
el abogado. Me aseguraré de firmar los papeles. —Se hizo el silencio en el
otro extremo de la línea por un segundo y luego dije—: Por favor, saluda a
Jane y a las chicas por mí.
—Lo haré. Cuídate, Anna.
Esa noche, me acurruqué en el sofá con Bo para leer un libro. A las
dos páginas, alguien llamó a la puerta.
La esperanza se apoderó de mí, mi estomago se llenó de mariposas.
Me había preguntado todo el día, después de hablar con su padre, si T.J.
vendría. Bo se volvió loco, ladrando y corriendo en círculos, como si
supiese que era él. Corrí a la puerta y la abrí, pero T.J. no se encontraba
allí.
Era John.
Tenía una expresión reservada. Su cabello rubio era más corto de lo
que solía ser, y tenía unas pocas líneas alrededor de sus ojos, pero por lo
demás parecía el mismo. Llevaba una caja en sus manos. Bo empujó sus
piernas, olfateando y dando vueltas.
—Sarah me dio tu dirección. Encontré algunas de tus cosas y pensé
que podría devolvértelas. —Miró por encima de mi hombro, tratando de ver
si me encontraba sola.
—Adelante. —Cerré la puerta cuando cruzó el umbral—. Lo siento,
nunca llamé. Fue grosero de mi parte.
—Está bien. No te preocupes.
John dejó la caja sobre la mesa de café.
—¿Quieres algo de beber?
—Claro. 256
Fui a la cocina, abrí una botella de vino, y nos serví a cada uno una
copa. Mi elección de bebida reflejaba mi repentina necesidad de alcohol
más que cualquier deseo de hospitalidad.
—Gracias —dijo, cuando le entregué una copa.
—De nada. Siéntate.
Estornudó dos veces. —Tienes un perro. Siempre quisiste uno.
—Su nombre es Bo.
Se sentó en la silla frente al sillón. Puse mi copa sobre la mesa de
café frente a mí y comencé a sacar objetos fuera de la caja.
Era como ver mi ropa colgada en el armario de repuesto de Sarah.
Posesiones de las que casi había olvidado, pero las reconocí
inmediatamente tan pronto como las volví a ver.
Removí la banda de goma de una pila de imágenes. La de arriba
mostraba a John y a mí de pie delante de la rueda de ferris en Navy Pier,
abrazados, él besando mi mejilla. Me incliné sobre la mesa y le entregué la
imagen. —Mira lo joven que era.
—Veinte y dos —dijo.
Había fotos de vacaciones y fotos de grupo con nuestros amigos. Una
foto de mi mamá y John de pie delante del árbol de navidad. Una de él
sosteniendo a Chloe en el hospital, pocas horas después de que Sarah dio
a luz.
Viendo las fotos recordé la historia que tenía con John, y que mucho
de la historia fue buena. Habíamos empezado con tantas promesas pero
nuestra relación se estancó, aplastada bajo el peso de dos personas que
querían cosas diferentes. Chasqueé la cinta de goma otra vez en las fotos y
las puse sobre la mesa.
Saqué un par de zapatos deportivos. —Estos tienen algunas millas
en ellos. —La siguiente cosa, el CD Hootie & the Blowfish, me hizo sonreír.
—Lo ponías constantemente —dijo John.
—No te burles de Hootie.
Había un par de libros de bolsillo. Un cepillo para el pelo y un
pincho para agarrarme el pelo. Una botella medio bacía de Calvin Clain CK
One, mi olor asignado para la mayor parte de los años noventa.
Mis dedos rozaron algo cerca del fondo. Un camisón. Miré el tejido
negro y puro y tuve un vago recuerdo de John quitándomelo en la mitad
de la noche, poco antes de salir de Chicago.
—Lo encontré cuando cambié las sábanas. Nunca lo lavé —dijo en
voz baja.
Al llegar a la última parte, me encontré con una caja de terciopelo
257
azul. Me quedé helada.
—Ábrela —dijo John.
Levanté la tapa. El anillo de diamantes brillaba en el satén.
Sin palabras, tomé una respiración profunda.
—Después de que dejaste en el aeropuerto, fui a una joyería. Sabía
que si no nos casábamos te perdería, y no quería perderte, Anna. Cuando
Sarah me llamó para contarme que el avión había caído, sostuve el anillo
en mi mano y rogué para que te encontraran. Luego me llamó y me dijo de
tu supuesta muerte. La noticia me devastó. Pero estás viva, Anna y aún te
amo. Siempre lo hice y siempre lo haré.
Cerré la caja y se la arrojé a la cabeza de John. Con reflejos
sorprendentemente rápidos, esquivó mi tiro y la caja rebotó en sus
antebrazos cruzados y se deslizó por la dura madera.
—¡Te amaba! ¡Esperé ocho años por ti y tú me encarcelaste todo el
tiempo hasta que mi única opción fue romper mi propio corazón!
John se levantó de su silla. —Jesús, Anna. Pensé que el anillo era lo
que querías.
—Nunca ha sido por el anillo.
Cruzó la habitación y se detuvo en la puerta.
—¿Entonces, es por el chico?
Hice una mueca ante la mención de T.J. Poniéndome de pie, me
dirigí otra vez, levanté el anillo, y se lo entregué. —No. Es porque nunca
me casaría con un hombre que sólo me propuso matrimonio porque sentía
que tenía que hacerlo.
A la mañana siguiente fui a la oficina del abogado, firmé los papeles
que prometían que no demandaría a Hidroavión charter, y recogí el
cheque. Lo deposité en el banco de camino a casa. Sarah llamó a mi
teléfono una hora después.
—¿Firmaste los papeles? —preguntó.
—Sí. Es demasiado dinero, Sarah.
—Si me lo preguntas, 1,5 millones no son ni de cerca lo suficiente.
258
64
T.J.
Traducido por pokprincssbooo
Corregido por Panchys
A
rrastré mi trasero por las escaleras a las 9:30 la noche del
sábado y tan pronto como atravesé la puerta, noté que la
fiesta había empezado sin mí. Había por lo menos quince
personas bebiendo cerveza y tomando cortos de tequila en nuestra cocina
y sala de estar.
Los chicos del equipo y yo estábamos tratando de terminar la
elaboración de un trabajo urgente en Schaumburg y habíamos estado
usando catorce horas diarias, seis días a la semana, durante el último
mes, trabajando hasta el anochecer. Quería que todos en nuestro
apartamento desaparecieran.
259
Ben salió de su dormitorio, una chica arrastraba sus pies detrás de
él.
—Hola, hombre, toma una ducha y vuelve aquí.
—Tal vez. Estoy cansado.
—No seas marica. Iremos pronto al bar. Fiesta hasta entonces, y si
todavía estás cansado, puedes tirarte cuando se vayan.
—Está bien.
Tomé una ducha y me puse un par de jeans y una camiseta, dejando
mis pies descalzos. Serpenteando a través de las personas festejando en mi
cocina, dije “hola” a los que conocía y me preguntaba de dónde demonios
venía el resto. Tomé una Coca y una caja de pizza del refrigerador y me
apoyé en el mostrador comiendo la fría rebanada.
—Hola, T.J. —dijo una chica, llegando a apoyarse en el mostrador
junto a mí.
—Hola. —Me parecía familiar, pero no podía recordar su nombre.
—Alex —dijo.
—Cierto. Ahora me acuerdo. —Era la chica que se sentó junto a mí
en el sofá, en la fiesta de Coop cuando regresé de la isla. La de cabello
rubio largo y demasiado maquillaje. Seguí comiendo mi pizza.
Se alzó alrededor de mí hacia el refrigerador y lo abrió. Cuando se
inclinó para tomar una cerveza, sus senos casi se caen de su camiseta sin
mangas.
—¿Quieres una? —dijo, sosteniendo una lata.
Vacié lo último de mi Coca. —Claro.
Agarró otra cerveza y me la entregó. Cuando terminé de comer, la
abrí, tomé un trago largo, y volví a colocarla en el mostrador.
Ben se acercó y me entregó un porro31. Lo tomé e inhalé,
sosteniendo el humo profundamente en mis pulmones. Después de
exhalar, le pregunté a Alex—: ¿Quieres un toque?
Asintió con la cabeza, dio una larga calada, y me lo entregó de
nuevo. Terminamos con él, por turnos de ida y vuelta. Tal vez si me
drogaba lo suficiente, podría ser que me durmiera toda la noche en vez de
despertarme a cada hora.
Alex me dio otra cerveza. Cuando entré en la sala de estar para
sentarme en el sofá, me siguió. Nunca se fue de mi lado después de eso.
Bebimos cerveza y fumamos hasta que no pude ver bien. La gente se
260
iba hacia el bar con Ben y luego solo fuimos Alex y yo. Estaba a punto de
decirle que se fuera con los demás porque quería ir a recostarme, pero
antes de que pudiera decir algo, se puso de pie, balanceándose, y tiró de
mí hacia mi dormitorio. Cuando puso su mano entre mis piernas, dejé de
pensar con mi cerebro y dejé que otra parte de mi cuerpo se hiciera cargo.
El martilleo de mi cabeza me despertó a la mañana siguiente. Alex
estaba a mi lado, desnuda, con el maquillaje por toda su cara. Aparté las
mantas y me dirigí a la puerta, agarrando algunas ropas en mi camino.
Había algo pegado a la parte inferior de mi pie, me agaché y retiré la
envoltura del condón que había pisado.
Gracias a Dios.
Lo tiré a la basura cuando llegué al cuarto de baño. El agua caliente
llenó la habitación con vapor y me di una ducha, lavando todos los rastros
de Alex. Me vestí, lavé los dientes, después fui a la cocina y bebí tres vasos
de agua helada.
Estaba viendo la televisión cuando ella entró en la sala de estar
media hora más tarde. Encontró su bolso y su chaqueta, me reuní con ella
en la puerta. —Toma un taxi —le dije, empujando un arrugado billete de
diez en su mano.
***
***
B
o y yo caminamos por las calles durante horas. Su correa
llegó a desengancharse un día cálido de septiembre y pasé
unos frenéticos diez minutos tratando de alcanzarlo mientras
galopaba por la acera, zigzagueando a través de la multitud. Finalmente,
me acerqué lo suficiente para agarrar su collar y ajusté la correa de nuevo,
aliviada. Un niño pequeño estaba a unos pasos de distancia, mirando
desde una puerta abierta que daba a la calle. El letrero sobre su cabeza
decía Refugio Familiar.
—¿Ese es tu perro? —preguntó. Llevaba una camiseta a rayas y
necesitaba un corte de cabello. Pecas salpicaban su nariz y mejillas.
264
Me puse de pie y llevé a Bo hacia él. —Si. Su nombre es Bo. ¿Te
gustan los perros?
—Si. Especialmente los amarillos.
—Es un Golden Retriever. Tiene cinco años.
—¡Yo tengo cinco años! —dijo, su rostro iluminándose.
—¿Cuál es tu nombre?
—Leo.
—Bueno, Leo, puedes acariciar a Bo si quieres. Sin embargo, tienes
que ser amable con los animales, ¿de acuerdo?
—Está bien. —Acarició el pelaje de Bo cuidadosamente, mirándome
por el rabillo del ojo para ver si me daba cuenta de que estaba siendo
amable—. Mejor me voy. Henry dijo que no me alejara de la puerta.
Gracias por dejarme acariciar a tu perro. —Abrazó a Bo y antes de que
pudiera decir adiós, corrió hacia el interior. Bo se estiró en su correa,
queriendo seguirlo.
—Vamos, Bo —le dije, jalándolo con firmeza. Llevándolo desde la
puerta, caminamos de regreso a casa.
Volví al día siguiente, sola. Dos mujeres, una de ellas con un bebé
en la cadera, se quedó cerca de la entrada.
—Hey, chica blanca, Bloomie’s32 está por allá. —Señaló mientras su
amiga se reía.
La ignoré y caminé hacia la puerta. Una vez dentro, recorrí la
habitación por Leo. Era lunes, y no había niños alrededor.
Bajo la ley federal, a todos los niños se les garantizaba una
educación si tenían una residencia permanente o no. Afortunadamente, los
padres del refugio parecían estar tomando ventaja de ese derecho.
Un hombre se me acercó, secándose las manos con un trapo de
cocina. Cerca de los cincuenta, supuse. Vestía jeans, una descolorida e
indescriptible camisa polo y tenis.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó.
—Mi nombre es Anna Emerson.
—Henry Elings —dijo, estrechando mi mano extendida.
—Había un niño pequeño ayer. Lo conocí cuando estaba de pie en la
puerta. Le gustó mi perro. —Henry sonrió y esperó pacientemente a que
llegara al punto—. Me estaba preguntando si necesitaba algún voluntario.
—Necesitamos un montón de cosas aquí. Los voluntarios son 265
definitivamente una de ellas. —Sus ojos eran amables y su tono de voz era
suave, pero probablemente había oído este tipo de cosas antes. Las amas
de casa y jugadores de ligas menores de los suburbios, precipitándose de
forma intermitente para que pudieran presumirles a los del club de lectura
acerca de cómo estaban haciendo la diferencia.
—Las necesidades de nuestros residentes son muy básicas —
continuó—. Comida y refugio. No siempre huelen bien. Un baño puede ser
una baja prioridad en comparación a comida caliente y una cama.
Me pregunté si reconoció mi nombre o mi cara de las fotos en el
periódico. Si lo hizo, no lo mencionó. —He estado sucia y realmente no me
importa cómo huela alguien. Sé lo que es estar hambriento, sediento y sin
refugio. Tengo un montón de tiempo y me gustaría pasar algo de eso aquí.
Henry sonrió. —Gracias. Nos gustaría eso.
Comencé a llegar al refugio alrededor de las diez de la mañana todos
los días, uniéndome a los otros voluntarios para preparar y servir la
comida. Henry me animó a llevar a Bo.
—A la mayoría de los niños de aquí les encantan los animales. No
muchos han tenido una mascota alguna vez.
32
Palabra corta para “Bloomingdale’s”, la cual es una exclusiva tienda departamental
estadounidense propiedad de Macy, Inc.
Los niños más pequeños que no estaban en la escuela se pasaban
horas jugando con Bo. Nunca gruñó cuando le acariciaban el pelo un poco
demasiado fuerte o trataban de montarlo como a un caballo. Después del
almuerzo, les leía. Sus exhaustas y estresadas madres se encariñaron
conmigo ya que sostenía a sus bebés y niños pequeños en mi regazo. Por
la tarde, los niños en edad escolar regresaban y los ayudaba con sus
tareas, insistiendo en que la completaran antes de que jugaran con
algunos de los juegos de mesa que compré en Target.
Usualmente, se podía encontrar Leo a mi lado, dispuesto a compartir
todo lo que pasó en la escuela. Su entusiasmo por el jardín de niños no me
sorprendió; la mayoría de los niños amaban el ambiente de un salón de
clase seguro, las personas sin hogar aún más. Muchos no tenían sus
propios libros o materiales de arte y les encantaba aprender canciones en
la clase de música y estar corriendo en el patio durante el recreo.
—¡Estoy aprendiendo a leer, señorita Anna!
—Estoy tan feliz de que estés tan entusiasmado por leer, Leo. —Lo
abracé—. Eso es maravilloso.
Sonrió con tanta intensidad que pensé que iba a reventar, pero luego
su expresión se volvió seria.
—Voy a aprender realmente bien, señorita Anna. Entonces, le voy a
enseñar a mi papá.
266
Dean Lewis, el padre de Leo, tenía veintiocho años, había estado sin
trabajo desde hacía casi un año y era uno de los dos padres solteros que
vivían en el refugio. Me senté a su lado después de cenar. Me miró con
recelo. —Hola, Dean.
Asintió. —Señorita Anna.
—¿Cómo va la búsqueda de trabajo?
—No he encontrado hasta ahora.
—¿Qué tipo de trabajo hacías antes?
—En la línea de la cocina. Estuve en el mismo restaurante durante
siete años. Empecé lavando platos y me abrí camino hacia arriba.
—¿Qué pasó?
—El dueño cayó en tiempos difíciles. Tuvo que vender. El nuevo jefe
nos despidió a todos.
Observamos a Leo jugar un juego animado de etiquetas con otros
dos niños. —¿Dean?
—Sí.
—Creo que podría ser capaz de ayudarte.
Resultó que Dean podía leer un poco. Había memorizado palabras
comunes y todo el menú del restaurante en donde trabajaba, pero luchó
para llenar solicitudes de empleo y nunca se había declarado en desempleo
después de perder su trabajo porque no podía descifrar las formas. Un
amigo le había ayudado a llenar una solicitud en un restaurante italiano,
pero lo despidieron después de tres días porque no podía leer las órdenes.
—¿Eres disléxico? —le pregunté.
—¿Qué significa eso?
—Las letras no parecen como si estuvieran en el orden correcto.
—No. Están bien. Es sólo que no puedo leerlas.
—¿Te graduaste de la secundaria?
Negó. —Noveno grado.
—¿Dónde está la mamá de Leo?
—Ni idea. Tenía veinte años cuando nació y cuando cumplió un año,
dijo que no podía soportar más ser una madre, no es que hubiera actuado
como una. No podíamos permitirnos cable, pero teníamos una vieja
televisión y una videocasetera y veía películas todo el día. Volvía a casa del
restaurante y Leo estaba gritando y llorando, su pañal empapado de
humedad o peor. Se largó un día y nunca regresó. Tenía que encontrar
una guardería y ya vivíamos de cheque a cheque de pago. Una vez que
267
perdí mi trabajo, no tomó mucho tiempo en retrasarme en el alquiler. —
Dean miró hacia sus pies—. Leo merece algo mejor.
—Creo que Leo tiene bastante suerte —dije.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Porque por lo menos a uno de sus padres le importa. Eso es más
de lo que algunos niños tienen.
Durante los siguientes dos meses, trabajé con Dean todos los días, a
partir de que la hora del almuerzo terminaba y hasta el momento en que
Leo y los otros niños venían a casa de la escuela. Utilizando libros de
fonética, le enseñé las distintas combinaciones de letras y pronto estuvo
leyendo Buenas Noches Luna y Oso Marrón, Oso Marrón, ¿qué ves?33 a los
niños pequeños. Se frustraba a menudo, pero lo empujé mucho,
construyendo su confianza elogiándolo cuando llegaba a dominar una
lección difícil.
Cuando volvía a casa del refugio después de servir la cena, iba a dar
una larga caminata. Septiembre se convirtió en octubre y añadía más
capas y seguía mi camino. Un día de noviembre, Bo y yo nos detuvimos a
recoger el correo. Saqué algunas facturas, una revista y ahí estaba. Un
***
***
272
66
T.J.
Traducido por Madeleyn
Corregido por Vericity
M
iré el reloj una mañana, dos semanas más tarde. Todavía
estaba en vacaciones de invierno y Anna y yo estábamos
tomando un desayuno tardío.
—Tengo que salir un rato y entonces hay algo que quiero mostrarte
—le dije—. ¿A qué hora llegarás a casa del refugio?
—Debería estar de vuelta a las tres. ¿Qué es? —preguntó, soltando el
periódico.
Me puse el abrigo y cogí mis guantes. —Ya verás.
Esa misma tarde, me estacioné en frente del edificio de Anna y abrí
273
la puerta del coche para ella. Tenerla en el asiento del copiloto era algo que
había estado esperando.
—¿Eres un buen conductor? —preguntó, cuando me senté al
volante.
Me eché a reír. —Soy un conductor excelente.
Salimos de la ciudad, Anna estaba cada vez más curiosa. Noventa
minutos más tarde dije—: Ya casi estamos allí.
Giré a la izquierda fuera de la carretera y nos conduje por un camino
de grava. Giré de nuevo, contento de tener mi cuatro por cuatro porque
cinco centímetros de nieve cubrían la calzada. Conduciendo hacia arriba
en frente de una casa pequeña, de color azul claro, aparqué delante del
garaje y apagué el motor.
—Vamos —le dije.
—¿Quién vive aquí?
No le respondí. Cuando llegamos a la puerta principal, saqué una
llave de mi bolsillo y la abrí.
—¿Esto es tuyo? —preguntó Anna.
—La compré hace dos meses y terminé hoy. —Entró y yo la seguí,
encendiendo las luces.
—Los dueños anteriores la construyeron de nuevo en los años
ochenta. No creo que alguna vez hayan cambiado nada —le dije, riendo—.
Esto descarta las alfombras azules.
Anna recorrió todas las habitaciones, abriendo armarios y
comentando las cosas que le gustaban.
—Es perfecta T.J. Todo lo que necesita es un poco de renovaciones.
—Entonces espero no decepcionarte demasiado cuando la derribe.
—¿Qué? ¿Por qué derribarla?
—Ven aquí —le dije, llevándola a una ventana de la cocina que daba
al patio trasero—. ¿Qué ves ahí?
—Tierra —dijo.
—En un largo paseo, pasé por este lugar y un día miré lo que me
rodeaba. Entendí en ese momento que quería comprarla, tener tierra
propia. Quiero construir una casa nueva aquí, Anna. Para nosotros. ¿Qué
piensas de eso?
Se dio la vuelta y sonrió. —Me encantaría vivir en una casa que tú
construyas T.J. A Bo le encantaría aquí, también. Es hermoso. Pacifico. 274
—Eso es porque estamos lejos de la ciudad. Será un largo viaje de la
ciudad, al refugio.
—Eso está bien.
Exhalé, aliviado. Alcanzando su mano, me preguntaba si notaba que
la mía estaba temblando un poco. Me miró sorprendida cuando saqué el
anillo de mi bolsillo.
—Quiero que seas mi esposa. No hay nadie más con quien quiera
pasar el resto de mi vida. Podemos vivir aquí, tú, yo, nuestros hijos, y Bo.
Pero ahora lo entiendo, Anna. Mis decisiones te afectan, también. Ahora tú
tienes que tomar una decisión ¿Quieres casarte conmigo?
Contuve la respiración, esperando para deslizar el anillo en su dedo.
Sus ojos azules se iluminaron y una sonrisa se dibujó en su rostro.
Dijo que sí.
67
Anna
Traducido por Vane-1095
Corregido por Vericity
B
en y Sarah nos recibieron en el Palacio de Justicia en el
Condado de Cook, en Marzo. Una tormenta de nieve
primaveral se dirigía hacia el área de Chicago y T.J. y yo —
usando jeans, suéteres, y botas— habíamos elegido el calor por encima de
la moda.
Casarse frente a un juez no podría haber sido la opción más
romántica, pero había vetado una boda en la iglesia. No podía imaginarme
caminando por el pasillo si no era del brazo de mi padre. David se había
ofrecido, pero no habría sido lo mismo. Una boda de destino, en algún 275
lugar tropical —en una isla tal vez— no era una opción.
—Tu mamá no va a estar feliz por perderse esto —dije. Jane
Callahan había sorprendentemente aceptado nuestro compromiso, tal vez
decidió que oponerse a ello no serviría de nada. Ya tenía dos hijas, pero
había hecho un trabajo maravilloso con el tercero, y no tenía ningún deseo
de molestarla.
—Tiene a Alexis y a Grace —dijo T.J. agitando su mano restándole
importancia—. Puede ir a la boda de ellas.
Mientras esperábamos a que se llamasen nuestros nombres, un
hombre, probablemente usando cada prenda de ropa que tenía, circulaba
a través de las parejas esperando y tratando de vender ramos de flores
marchitos, sus botas unidas con cinta adhesiva. Muchos lo rechazaban,
arrugando la nariz a la barba larga y sucia, y su pelo desordenado. T.J.
compró todas las flores que tenía y tomó una foto de mí sosteniéndolas en
mis brazos.
Cuando llegó nuestro turno, Ben y Sarah se pusieron de pie con
nosotros, mientras decíamos nuestros votos. La breve ceremonia duró
menos de cinco minutos. Sarah se disolvió en un charco de lágrimas de
todos modos. Ben se quedó sin habla, y de acuerdo con T.J. eso no
sucedía muy a menudo.
T.J. sacó nuestras alianzas de boda del bolsillo delantero de sus
vaqueros. Deslizó el anillo en mi dedo y me tendió su mano izquierda.
Cuando la banda de oro estuvo en su lugar, me sonrió.
El juez dijo—: Por el poder que me confiere el Condado de Cook, por
la presente se pronuncia Thomas James Callahan y Anna Lynn Emerson
legalmente casados. Felicitaciones.
—¿Es esta la parte en donde la beso? —preguntó T.J.
—Adelante —dijo el juez, garabateando su firma en el acta de
matrimonio.
T.J. se inclinó, y fue un buen beso.
—Te amo, señora Callahan.
—Te amo, también.
T.J. cogió mi mano cuando salimos del Palacio de Justicia. Copos de
nieve grandes y perezosos caían del cielo cuando nosotros cuatro subimos
a un taxi, rumbo a un almuerzo de celebración en el restaurante donde
trabajaba Dean Lewis. Diez minutos después, le pedí al taxi que se
detuviera.
—Es sólo una parada rápida. ¿Puede esperar? —Él accedió,
aparcando frente al salón de belleza—. Estaremos de vuelta —les dije a
Ben y a Sarah.
276
—¿Quieres hacer tus uñas ahora? —preguntó T.J. siguiéndome
fuera del taxi.
—No —dije, abriendo la puerta—. Pero aquí hay alguien que quiero
que conozcas.
Cuando Lucy nos vio, corrió y me abrazó.
—¿Cómo te va, cariño?
—Estoy bien, Lucy. ¿Tú cómo estás?
—Oh, bien, bien.
Puse la mano en el brazo de T.J. y le dije—: Lucy, quiero que
conozcas a mi marido.
—¿Este es John?
—No, no me casé con John. Me casé con T.J.
—¿Anna casada? —Al principio pareció confundida, pero luego su
cara se iluminó y se arrojó a T.J. abrazándolo—. ¡Anna casada!
—Sí —le dije—. Anna está casada.
68
T.J.
Traducido por Vane-1095
Corregido por Deeydra Ann’
T
res meses después, Anna y yo subimos a mi Tahoe34 en un
caluroso día de junio. Ella llevaba gafas de sol y mi gorra de
beisbol de los Chicago Cubs. Bo se sentaba en el asiento
trasero, con la cabeza colgando de la ventana abierta. En la radio, The
Eagles cantaban “Take it easy” y Anna se quitó los zapatos, subió el
volumen, y cantaba mientras nos dirigíamos a las afueras de la ciudad.
Recientemente, habían puesto la base de nuestra nueva casa. Anna
y yo habíamos presionado las manos en el cemento fresco y habíamos
escrito nuestros nombres y la fecha junto a ellos con el dedo. Contraté a
un equipo que había empezado a construir; la casa ya estaba tomando
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forma. Si todo iba según lo programado, seríamos capaces de mudarnos
para Halloween.
Cuando llegamos, me estacioné y agarré la pistola de clavos de la
parte trasera. Anna se rió y dejó caer un sombrero vaquero sobre mi
cabeza. A pesar de que debería estar usando gafas de seguridad, me puse
mis lentes de aviador en su lugar. Nos acercamos a una pila de madera
cortada y tomé un par de vigas de 2x6.
—Lujosa y linda herramienta la que tienes ahí —bromeó Anna—.
Pensé que quizá te gustaría hacerlo a la vieja escuela. Con un martillo.
—Claro que no —le dije, riendo y sosteniendo la pistola de clavos—.
Me encanta esta cosa.
Lo que haríamos ahora era idea de Anna. Quería sostener unas
tablas para mí, al igual que lo hizo cuando construimos nuestra casa en la
isla.
—Compláceme por favor —me había dicho—. Por los viejos tiempos.
Nunca le diría que no.
—¿Estás lista? —le pregunté, colocando la 2x6 en su lugar.
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Epílogo
Anna
Traducido por Priscila(page92)
Corregido por Panchys
35Mick Jagger: es un músico de rock británico conocido sobre todo por ser el vocalista,
compositor y cofundador del grupo The Rolling Stones.
primeros pasos. Dejo a T.J. y a Ben y regreso a la cocina. David se les unió
a Jane y Sarah, y me da un beso en la mejilla.
—Feliz cumpleaños —dice, dándome un ramo de flores. Les corto las
puntas de los tallos, los mojo y después las coloco en un florero y lo pongo
en la barra a un lado de las rosas rosadas que T.J. me dio esta mañana.
—¿Vino? —le pregunto.
—Yo lo tomaré. Tú siéntate y relájate.
Me uno a Sarah y a Jane. Stefani está aquí también. Rob y los niños
tienen infección estomacal así que ha venido sola, porque no quería que
nadie más se enfermara. En momentos como este, cuando todos los que
amo y los que me importan están bajo un solo techo, me siento completa.
Sólo me gustaría que mis padres también estuvieran aquí. Para que
conocieran a mi esposo y sostuvieran a sus nietos.
Todavía iba al refugio tres días a la semana hasta hace poco, y el
viaje a la ciudad por fin surtió efecto. Jane cuida a los gemelos los días que
estoy de voluntaria. Pero ya era tiempo de hacer algo diferente. Eché a
andar una fundación de caridad para ayudar a familias sin hogar y la
superviso desde la oficina en casa, mientras los gemelos juegan a mis pies.
Eso me hace feliz. El refugio de Henry obtiene una gran donación cada año
y así seguirá.
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También pegué un anuncio en la secundaria local y ahora tengo
varios alumnos para tutorías. Vienen a nuestra casa cada tarde y nos
sentamos en la mesa de la cocina, tachando cada tarea asignada ya hecha.
A veces extraño pararme enfrente de un salón de clases, pero pienso que
esto es suficiente, por ahora.
T.J. tiene una pequeña compañía de construcción. Construye una o
dos casas al año, enmarcándolas junto con sus empleados. Nunca regresó
a la escuela después de completar el primer semestre en la escuela
comunitaria, pero eso no me importa. No es algo que yo tenga que elegir.
Afuera es donde T.J. es feliz.
Además dona su tiempo y su dinero al Refugio para la Humanidad36.
Dean Lewis también es voluntario allí, la sexta casa que ayudó a construir
fue la suya. Se casó con Julie, una chica que conoció en el restaurante, y
Leo ama ser el hermano mayor de un bebé a la que sus padres llamaron
Annie.
Hace unos meses le llevé la comida a T.J. a su trabajo. Verlo hacer lo
que ama me hace feliz. Un nuevo subcontratista que trabaja en la
instalación de cañería silbó y gritó “Oye, nena” cuando me iba, sin saber
quién era yo. T.J. lo puso en su lugar inmediatamente. Sé que me debería
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