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Capítulo II

Los determinantes constitucionales y la dialéctica


“Natura” “Nurtura”.

I. Nadie niega que el desarrollo individual sea, en parte, función de elementos


constitucionales dados. El único problema consiste en averiguar cuál es su influencia,
hasta qué punto determinan la historia individual y, en consecuencia, cuál es en la
conducta la proporción entre lo dado, por una parte, y las estructuras adquiridas en
contacto con el medio, por la otra. Es la aporía clásica de las relaciones nature-nurture
de la terminología anglosajona; de lo innato y lo adquirido o de la herencia y el medio,
de nuestra terminología. Los términos "natura" y "nurtura" tienen la ventaja de ser muy
generales; en particular, presenta el primero la conveniencia de no limitar
arbitrariamente el contenido de lo dado, y el segundo, de connotar, a la vez, el ambiente
y sus resultados.
La psicología experimental ha intentado resolver el problema planteado de este modo
por medio de observaciones científicas. Se impone un análisis crítico de sus resultados.
Éste mostrará cuán aleatoria resulta la pretensión de esclarecer, por la experimentación
y la estadística, una relación que toma en el marco de la historia individual la forma de
una incesante dialéctica.
El equívoco comienza .en cuanto se intenta determinar el contenido del concepto empírico anglosajón de "natura", que
corresponde a lo que hemos denominado “elementos constitucionales dados”. ¿Significa únicamente las estructuras
psicofisiológicas heredadas? Sin embargo, aquello que al nacer está “dado” rebasa ya los límites de la herencia genética. ¿Significa
entonces identificar los elementos constitucionales con las estructuras innatas? En estas condiciones se desdeñan los procesos de
maduración. Evidentemente, el equívoco está vinculado con la interacción funcional "natura" – "nurtura".
En efecto, si la herencia está determinada por los genes, es hereditario aquello que se debe a los genes; herencia idéntica equivale
a identidad de genes. Ahora bien, el feto tiene una vida fisiológica y psicológica intrauterina. Esta vida prenatal es, en parte, función
del medio “materno”, es decir, del estado físico y fisiológico de la madre, así como de su estado psicológico. Parece probado que el
medio prenatal -definido de este modo-puede ser traumatizante, causa de caracteres constitucionales duraderos que afecten
considerablemente el desarrollo de la personalidad del individuo y toda su vida.
Se sabe también que los accidentes de parto y las reacciones psíquicas del niño al nacer pueden originar estructuras congénitas 1 .
Por esto, lo constitucional desborda lo puramente hereditario; paradójicamente, se puede considerar que ciertos elementos
adquiridos - más precisamente, los elementos adquiridos in utero- forman, parte de la "natura", o sea, que la "nurtura" contribuye a
formar la "natura".
A través de numerosas observaciones sobre el papel que la maduración fisiológica desempeña en el desarrollo de las conductas, se
llega a una conclusión análoga. No todas las estructuras que constituyen la naturaleza “dada” están presentes en el momento del
nacimiento. La existencia de estadios idénticos de desarrollo locomotor y lingüístico en el transcurso de la primera infancia, la
aparición súbita en determinado momento de gestos y actitudes características de la especie muestran suficientemente que ciertas
formas de conducta no aparecen hasta que la organización muscular, neurovegetativa y cerebral hacen posible su aparición.
Experiencias sistemáticas 2 han establecido que es inútil enseñar a caminar a un niño antes del término requerido, porque caminará
aun sin adiestramiento a su debido momento; y se podría generalizar esta observación a la adquisición de todas las conductas
relacionadas con la maduración. Ahora bien, la maduración no brinda, precisamente, más que posibilidades de acción; la
actualización de estas posibilidades es función del ambiente. Retomemos el ejemplo precedente: las experiencias muestran que el
adiestramiento es inútil antes de una madurez orgánica suficiente, pero que en momento se torna necesario. La posición vertical
pertenece, aparentemente, a la "natura" del hombre; sin embargo, el niño no caminaría si no se le enseñara a caminar. El caso de los
niños-lobos, que no caminan, sería una prueba suplementaria de estas consideraciones 3 . Por esto, una vez más, nos enfrentamos aquí
con una aparente contradicción: la maduración está “dada”, pero no tiene influencia, no existe como “dada” sino en función del
medio. No se puede considerar entonces el proceso de maduración como si fuera un factor directo de la personalidad; ésta actúa

1
Trabajos relativos a este tema, presentados por G. S. BLUM, Psychoanalytic Theories of Personality, 1953 [ed. fr., 1955],
cap. I: "Los niños prematuros son, de acuerdo con determinadas observaciones, más emotivos, más tímidos, más inestables
y más ansiosos que los niños nacidos en término. Los niños nacidos por cesárea tienen tendencia a ser menos sensibilizados: lloran
menos, se irritan notablemente menos al ser manipulados", etcétera
2
Cf. GESELL, Infant Behavior: its Genesis and Growth, 1934.
3
Sobre algunos casos de niños-lobos, difíciles de refutar, cf. J. A. SINGH, Wolf child and feral man, 1942.
dentro de un movimiento de interacción complejo y es función tanto del desarrollo precedente como del medio. De este modo se
explica la diversidad de reacciones individuales a las modificaciones universales -somáticas y glandulares- de la pubertad.

II. La dificultad de separar realmente lo adquirido de lo dado -sea al nacer, sea durante
el proceso de maduración-influye ciertamente sobre los resultados de las diversas
experiencias destinadas a establecer por medio de tests la proporción "natura"-"nurtura"
dentro del marco de funciones psicológicas, tales como la emotividad, la inteligencia,
etc.
El principio de experiencias de esta clase consistiría en controlar, sucesivamente, ambas variables. Pero en la práctica resulta muy
difícil controlar el ambiente y realizar tests en condiciones tales que el ambiente permanezca constante y, en consecuencia, se pueda
tener la certeza de que las diferencias individuales observadas se deben únicamente a la constitución. Los trabajos de Leahy sobre
las diferencias entre hijos adoptivos e hijos verdaderos no pueden ser probatorios, porque Leahy estudió niños que habían sido
adoptados meses después de su nacimiento y, además, porque la actitud que los padres observaban frente a ellos no podía ser
rigurosamente idéntica a la que adoptaban frente a sus hijos verdaderos.
Aparentemente, resultaría más fácil controlar la otra variable, y utilizar para ello el caso de los gemelos univitelinos, cuya
herencia es rigurosamente idéntica. Para determinar con precisión lo que se debe al medio y, en consecuencia, lo que
indudablemente es innato, bastaría, pues, con situar a tales gemelos en condiciones ambientales muy diferentes. Numerosos estudios
de este tipo se realizaron en los Estados Unidos 4
Pero, en primer término, estas observaciones sólo permiten controlar la variable herencia, no la variable “constitución dada”, la
"natura" en su sentido estricto. En efecto, ¿cómo asegurar en estas condiciones que una diferencia individual se deba al medio y no a
los factores prenatales o congénitos? A menudo, gemelos verdaderos, criados juntamente, presentan diferencias innatas, aunque no
genéticas: una de las famosas quintillizas canadienses dio muestras de una inferioridad intelectual constante, cuya causa era un
handicap físico que provenía de sus malas condiciones en la vida embrionaria.
En segundo término, las variaciones que se pueden introducir en el ambiente de dichos gemelos durante el período de su
desarrollo físico y mental no son más importantes que las variaciones debidas, por ejemplo, al "azar" de la existencia. Resulta difícil
evitar que los medios respectivos en que se estudian artificialmente, varios gemelos no tengan cierta unidad cultural, unidad que es
causa de una “personalidad básica” común, que podríamos confundir con los rasgos hereditarios. Para proceder correctamente,
tendríamos que educar uno de los gemelos en una tribu del Amazonas, el otro en una familia burguesa de una gran ciudad, etc., y
cotejarlos regularmente por medio de tests durante el transcurso de su infancia y de su adolescencia. Surge inmediatamente la
imposibilidad teórica y técnica de tal experiencia.
Se han propuesto otros métodos, que Piéron recoge. Todos se estrellan, no sólo contra las dificultades prácticas de la
experimentación y la imposibilidad casi total de obtener grupos de control adecuados sino, sobre todo, contra los problemas
vinculados con la esencia misma del objeto que se estudia. Todo sería fácil si pudiésemos reducir el problema a una ecuación tan
simple como ésta: P = ƒ (D) X (A), en la que P simboliza la personalidad, D lo dado y A el ambiente. Desafortunadamente, los
factores D y A dependen esencialmente uno del otro. En efecto, tal como lo demostró Lewin 5 , es imposible separar la
predisposición y el ambiente. Una predisposición sólo puede definirse y revelar su existencia en función del medio, el cual, en cierto
modo, la “precipita”. Recíprocamente, el ambiente no puede definirse de manera objetiva y exterior; es siempre una situación
psicológica general, un “campo” nunca neutro sino provisto siempre de un sentido relativo a los deseos y a las necesidades. Las
predisposiciones “sensibilizan” con respecto al ambiente; éste, a su vez, “precipita” las disposiciones. El error que se comete al
realizar experiencias sobre la herencia consiste en creer que el medio no es función de la herencia y que la herencia no está
vinculada con las provocaciones del medio. Esta interacción hace que de buena fe se pueda atribuir a la "natura" lo que es "nurtura",
y recíprocamente.
Ya tendremos ocasión de indicar en qué sentido la personalidad misma es una variable interviniente en cuanto se intenta
relacionar una conducta y una situación. Ahora bien, las experiencias señaladas realizan siempre cortes transversales, como si fuera
posible delimitar, en un momento dado aquello que, en la conducta, es “natural” y aquello que es adquirido. Para estar seguros de
los resultados, tendríamos que combinar el estudio clínico “longitudinal” con los tests “transversales", ya que lo propio de la
personalidad es evolucionar en un sentido, condicionado por su propia evolución precedente.

III. No es de extrañar, pues, que los resultados obtenidos en este dominio por la
psicología experimental resulten inconsistentes. Sólo aquellos que se refieren al
problema del temperamento tienen algún valor, en la medida justa en que este concepto
es estrictamente biológico, y remite a aquello que está directamente influido por la
estructura endocrina y neurovegetativa más aún que al sistema nervioso central. En
efecto, cada organismo tiene un estilo característico de movilización energética, el cual,
a su vez, es función de datos anatómicos y fisiológicos. En estas condiciones no debe
extrañar que el temperamento aparezca como si estuviera determinado principalmente
por la constitución. Sin embargo, ¿no está condicionado el funcionamiento del sistema
simpático y endocrino por factores de orden psicológico? ¿Y no pueden ser el resultado
de acontecimientos de la vida infantil los rasgos adjudicados frecuentemente al
temperamento, tales como la introversión y la extraversión, la emotividad, las
tendencias ciclotímicas o esquizotímicas, etc.? Una vez más nos encontramos en

4
Estas experiencias están consignadas principalmente en PIÉRON, Psychologie différentielle, 1949, cap. I: "El papel de la
herencia".
5
LEWIN, A dinamyc Theory of Personality, 1953

2
presencia de un complejo evolutivo. Restaría no atribuir al “temperamento” sino las
características suficientemente resistentes a las modificaciones, para dar impresión de
permanencia, lo cual sería una mera petición de principio.
Aun menos confianza inspiran las conclusiones relativas a la herencia de aptitudes
definidas o disposiciones prácticas de logros particulares. Así, según los trabajos
clásicos de Newman, se concluiría que las variaciones del C.I. (cociente intelectual)
están determinadas en un 68 % por la herencia y en un 32 % por el ambiente. Pero los
tests que utilizó Newman correspondían a un marco cultural determinado e introducían,
de todas maneras, cierta homogeneidad al penetrar en el marco de una personalidad
básica análoga. Por otro lado, la fórmula final sólo podría tener valor estadístico, sólo es
válida en promedio y de modo alguno excluye que, en circunstancias determinadas,
todas las características intelectuales de un individuo se deban exclusivamente a la
herencia o exclusivamente al medio. Por último, el C.I. individual evoluciona en
función de la situación que lo estimula: tal el caso, presentado por Stagner 6 , de las
diferencias de nivel mental entre niños criados en sus hogares y huérfanos criados en
instituciones; el C.I. de estos últimos se eleva no bien se los sitúa en condiciones
afectivas favorables.
En cuanto a los desórdenes de la conducta y las perturbaciones mentales, las
investigaciones realizadas llegan a la conclusión incontrovertible de que la herencia
alcohólica o sifilítica influye sobre su etiología, aunque todavía no se sepa bien si, en el
caso del alcoholismo, se trata de factores hereditarios o congénitos. Pero debemos
excluir de las perturbaciones de condicionamiento innato la mayoría de las neurosis, y
aun la esquizofrenia. Lo que aquí está en juego, pues, es la importancia del substrato
orgánico de la conducta: el papel de la "natura" predomina en los casos en que las
perturbaciones son función directa de la estructura anatómica o funcional, pero en
aquellos en que los desórdenes son de origen psíquico, parece predominar el papel de la
“nurtura”.

IV. Plantear el problema “natura" – “nurtura" de la manera como lo plantea la


psicología experimental, es tornarlo insoluble. En cada individuo, lo dado y lo adquirido
interfieren en forma singular, específica de su propia personalidad. Es inútil, pues, tanto
intentar establecer por medio de tests la proporción "natura"-"nurtura" de tal o cual
individuo en un momento determinado, cuanto operar estadísticamente, como lo hace
Newman. La interferencia de aquello que está dado al nacer con las situaciones en que
evoluciona el organismo, la actuación conjunta, en el transcurso de la infancia, de la
maduración y de lo que se percibe del ambiente, forman esa historia compleja que es la
personalidad. Por esto, la psicología experimental ha planteado, en el fondo, un falso
problema. Algo dado existe en todo individuo, pero no debemos suponer que se trata de
una naturaleza ya hecha, que lo social modificaría ejerciendo desde afuera su
causalidad; se trata más bien de un conjunto que excluye de plano ciertas posibilidades -
el sexo no varía e impone una categoría de conductas y excluye otra- al mismo tiempo
que comporta un elevado número de virtualidades. El problema de lo dado tiene
estrecha vinculación con el problema de los mecanismos y el de las leyes longitudinales
y transversales que permiten la evolución de una personalidad. En ese sentido las leyes
de la interacción “natura”-“nurtura” constituyen el objeto mismo de toda psicología de
la personalidad.
Para hacer un inventario de los diversos “tipos” de estructuras dadas, no cabría más
que enumerar, como Allport, las estructuras anatómicas y fisiológicas que están
presentes en el nacimiento o que se forman poco a poco por procesos de maduración
6
R. STAGNER, Psychology of Personality, 1948. Cf. también Psychology, 1952, caps. 13-15.

3
biológica: anatomía, principales funciones vitales, redes cerebro-espinales,
neurovegetativas y endocrinas; a esto tendríamos que agregar las pocas vías de
reacciones instintivas propias de la “naturaleza” humana, algunas de las cuales son
específicas de la primera infancia, así como las aptitudes particulares para el aprendizaje
(por ejemplo, la aptitud para la marcha vertical). Excede los límites del presente trabajo
estudiar en detalle esas estructuras. Por otro lado, Allport mismo destaca el carácter
aproximativo de toda tentativa de definir radicalmente lo “dado”.
Sería preferible plantear el problema en términos de tendencias, como lo hacen los psicoanalistas
freudianos y neo-freudianos, siempre que la existencia de reacciones a las tensiones internas y a los
estímulos externos conduzca a postular la existencia de fuerzas motivacionales. Pero, ¿se reducen estas
“pulsiones” del vocabulario freudiano a la libido y a los instintos de muerte? ¿No tendríamos que
clasificarlas en forma más detallada, como lo hacen Murray o Cattell? En realidad, existe una maduración
de las tendencias mismas y, a medida que éstas aparecen, las vías de satisfacción abiertas dependen a la
vez del medio y de la historia individual. El estudio de las tendencias “elementales” está, pues,
prácticamente ligado al de la elaboración progresiva de las conductas.

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