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TEMA 13. LA ESCULTURA VASCA. Oteiza, Chillida, Ibarrola.

Los escultores vascos que nos ocupan aúnan un afán de modernidad y


experimentación con una conexión íntima con las tradiciones de su tierra, con el paisaje, con el
clima, con la tierra, con el hierro. Artistas como Jorge Oteiza encuentran el hilo conductor de la
espiritualidad desde el Neolítico hasta nuestro tiempo en el vacío del interior del cromlech. Los
círculos de grandes piedras arquitrabadas delimitan el espacio creando un exterior y un
interior, un vacío con forma, un recinto. Sus esculturas se desarrollarán también alrededor del
vacío. En un principio, trabaja a partir de la figuración, como en la serie del Apostolado del
Monasterio de Aránzazu si bien trata los cuerpos como oquedades, labrando en su interior
concavidades que los convierten en simples contenedores de vacío. Y es que el vacío tiene más
substancia de lo que parece. El vacío del papel en blanco es como una promesa, como una
oportunidad, como el inicio de un camino con millones de senderos, como un futuro cierto,
como un espejo amable. Es la presencia de la ausencia.

Su trabajo del Monasterio de Aránzazu será el último que realice desde la figuración.
Comprenderá que el espacio es el verdadero protagonista de la escultura y que siendo
inconmensurable, su dimensión no se adapta a la escala humana por lo que el único camino
posible es la abstracción. El cubo y la esfera protagonizarán su obra desde entonces. Su
investigación a propósito del espacio le lleva a los constructivistas rusos que a principios del
siglo XX desarrollaron un arte abstracto basado en formas geométricas simples. Kasimir
Malévich, pintor constructivista, le sirvió de inspiración para crear lo que llamó el módulo
Malévich, un trapecio rectángulo que simbolizaba en su ángulo recto lo permanente y en el
agudo lo cambiante. El ángulo recto provoca una sensación de estabilidad mientras que el
otro, siendo más dinámico, sugiere fugacidad.

Pero ¿qué tiene de espiritual el vacío? Todos los recintos religiosos y funerarios que ha
creado el hombre han delimitado un espacio y la mayoría de ellos lo han cubierto. El espacio
de la naturaleza queda fuera, el espacio interior es solo humano. La luz, cuando llega, lo hace
tamizada por rendijas, ventanas, vidrieras. El viento puede oírse pero no azota. Los peligros
quedan al otro lado del muro. Se trata de crear un espacio; crear un espacio, no limitarse a
deambular por el espacio preexistente. Sus cajas metafísicas participan de esta idea; atrapar
algo tan intangible como es el espacio.

Eduardo Chillida es, quizás, la gran figura de la escultura vasca. Comienza su trabajo
bajo las premisas de la figuración como Oteiza, influenciado por el rigor y la simplicidad de la
escultura griega arcaica y por las formas redondeadas de Henry Moore. Sin embargo, pronto
descubre que solo la abstracción le permitirá expresar sus reflexiones sobre el espacio que,
como en el caso de su antecesor, será la base de su trabajo. Sus primeras obras abstractas
están conectadas con las estelas funerarias vascas. Subyace aquí la idea de la existencia de
ciertas formas arquetípicas, formas cargadas de significado que permanecen en el imaginario
de los hombres desde tiempo inmemorial, como los dólmenes o los tótems.

Chillida no busca delimitar un espacio como hacía Oteiza sino que prefiere
estructurarlo, organizarlo de acuerdo con un cierto ritmo que provoca repitiendo formas. Es lo
que podemos apreciar en “El Peine del Viento” en San Sebastián. Formas curvas que se
vuelven sobre sí mismas sin llegar a tocarse, sin cerrarse, sin crear un recinto, interactuando
con el viento, con la bruma y con el mar, formando parte del paisaje. Hay una constante en
Chillida de integración de la obra de arte en la naturaleza. Lo podemos comprobar en su casa
museo de Chillida Leku y llevado a sus últimas consecuencias, en el proyecto de vaciado de la
montaña de Timanfaya en Fuerteventura. A finales de los ochenta tuvo la idea de crear una
escultura inmensa horadando un hueco cúbico de 30 metros de lado en el interior de la
montaña de Timanfaya. Crear un vacío enorme en algo tan macizo, tan lleno como una
montaña. Arte y naturaleza en simbiosis perfecta. A día de hoy sigue siendo solo un proyecto.

En la serie “Elogio de la luz”, ya de los años noventa, podemos ver a pequeña escala la
misma idea. La roca, manteniendo una forma muy orgánica, muy natural, contiene un hueco
cúbico que la atraviesa creando interrelaciones entre interior y exterior y entre luces y
sombras.

Muy influenciado en sus inicios por Jorge Oteiza, Agustín Ibarrola será el tercero de los
escultores vascos que estudiamos. Del maestro heredará sus preocupaciones por el espacio y,
sobre todo, una conciencia social y política muy acusada. Ibarrola se manifestó contra el
régimen de Franco, lo que acabó costándole pena de cárcel y, posteriormente, contra el
régimen de terror que imponía Eta a golpe de bomba y bala. Las amenazas y los ataques que
sufrieron algunas de sus obras le obligaron a llevar escolta durante un período de su vida.

Comienza su trabajo artístico en la pintura pero es en los ochenta cuando crea sus
primeras esculturas. En ellas podemos apreciar sus reflexiones sobre lo positivo y lo negativo
de la forma, sobre lo cóncavo y lo convexo. Son dos aspectos de una misma realidad. Al fin y al
cabo, una curva puede ser cóncava o convexa dependiendo del lugar desde el que se mire. ¿La
realidad es única e inamovible? ¿Alguien puede defender que posee la verdad absoluta?

La conexión de su obra con las tradiciones vascas podemos apreciarla en “Ola a ritmo
de Txalaparta”, escultura realizada con ramas y vigas de raíles de ferrocarril que se basa en la
estructura del Txalaparta, instrumento musical parecido al xilófono que se golpea con palos
cilíndricos.

Quizás una de sus obras más conocidas sea la que llevó a cabo en el Bosque de Osma.
Pintó directamente sobre los troncos de los árboles buscando efectos de trampantojo,
marcando puntos desde donde mirar para componer imágenes completas con los fragmentos
pintados en cada árbol. La polémica ha acompañado a esta obra desde su nacimiento por los
numerosos atentados que ha sufrido.

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