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de pensamiento muy primitiva, según la cual nos dejamos llevar por nuestros deseos
sin tener en cuenta ninguna de las limitaciones que tendríamos que afrontar si
nos excitan y nos dejan indiferentes, y que —en consideración al respeto que nuestros
vecinos sienten por nuestra capacidad para llevar un libro de contabilidad o pulir un
llamamos cerebro.
El segundo tipo de utopía, de igual manera, puede verse animado por deseos y
los seres humanos que lo habitan que el ambiente real; y no meramente mejor adaptado
a su naturaleza real, sino mejor ajustado a sus posibles desarrollos. Si la primera utopía
nos retrotrae al ego del utopista, la segunda conduce hacia el exterior, hacia el mundo.
Me refiero además a nuevos hábitos, a una escala de valores inédita, a una red diferente
reconstruido que todos los utopistas genuinos aspiran a crear es una reconstrucción
tanto del mundo físico como del idolum. En esto, el utopista se distingue del inventor
práctico y del industrial. Todos los intentos llevados a cabo para domesticar animales,
cultivar plantas, dragar ríos, construir canales o, en tiempos más recientes, aplicar la
reconstruir el entorno; y en muchos casos, los beneficios para el ser humano han sido
obvios. No es propio del utopista despreciar a Prometeo, que se hizo con el fuego, o a
Franklin, que apresó el rayo. Como afirma Anatole France, «sin los utopistas del pasado,
los hombres todavía vivirían en cavernas, desnudos y miserables. Fueron los utopistas
los que delinearon la primera ciudad […]. Los sueños generosos producen realidades
afectado sobre todo a la superficie de las cosas. El resultado es que la gente vive en un
reliquias espirituales de casi todas las demás épocas, desde el tiempo del salvaje
primitivo, atormentado por los tabúes, hasta el de los enérgicos discípulos Victorianos
de Gradgrind y Bounderby1. En los sustanciales términos de Hendrik van Loon, «un ser
humano con la mente de un comerciante del siglo XVI que conduzca un Rolls-Royce de
controle el hombre la naturaleza física, más urge que nos preguntemos sobre aquello
que bajo los cielos habrá de mover, guiar y manejar el controlador. El problema del
ideal, del objetivo, de la finalidad —incluso si dicho fin persiste en variar tanto como el
que hay que destacar en nuestros viajes a través de la utopía—, la reconstrucción del
entorno material y la reconstitución del encuadre mental de las criaturas que lo habitan
hombre práctico, y el otro al idealista. El primero era algo cuyos objetivos podían
ambos se han enfrentado a un mismo problema y que los dos han estado tratando las
meramente un mundo completo, sino que al mismo tiempo afronta cada parte de él. Al
comencemos nuestra singladura libres de esa actitud despectiva que embarga a quienes
se han dejado seducir por el sarcasmo de Macaulay, que afirmaba preferir un acre de