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Edmundo Morel
Todos los seres humanos, en nuestra vida diaria, experimentamos “en carne propia”, y
observamos en los que nos rodean, una serie de problemas. Desde los aparentemente triviales,
como las dificultades de comunicación y convivencia con los demás, las molestias en el
transporte, las inclemencias del clima, el hacinamiento de la gente, las tensiones del trabajo, las
deudas contraídas, los conflictos de pareja, las presiones de la paternidad, y otros muchos más,
hasta los que entendemos tienen que ver de manera más directa y decisiva con nuestras
posibilidades de existencia y supervivencia humanas, como el no tener un nivel de instrucción
adecuado, no tener acceso a un empleo regular o estar desempleado, percibir muy bajos ingresos
económicos en relación a nuestras necesidades, el bajo nivel de alimentación, una situación de
insalubridad, y algo que definitivamente se nos presenta como el gran problema: la negación de
nuestra propia existencia, la muerte.
Y son problemas porque de alguna manera nos inquietan y preocupan, nos incomodan,
afectando en forma significativa nuestra existencia biológica, síquica, ambiental y social. Se nos
presentan como un conjunto de hechos o de circunstancias que contribuyen en forma destacada a
dificultar el logro de nuestros fines y objetivos de vida. Con su preservación, se producen una
serie de desfases, desajustes o desacuerdos entre lo que entendemos debe ser nuestra realidad
existencial, y lo que es concretamente. La aproximación a un ajuste con ese deber ser implicará
entonces la búsqueda de la solución del problema o, en otras palabras, la superación parcial o
total de la dificultad observada y experimentada.
El no tener disponible agua potable en forma regular y accesible se nos presenta como un
problema no sólo porque nos impide un nivel adecuado de higiene y salud en nuestras
comunidades, sino también porque contribuye a que la gente invierta gran parte de su tiempo y
sus energías físicas en la búsqueda de unas cuantas latas de agua, y no pueda dedicar esas horas
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Centro Poveda, 1988.
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del día a actividades más creativas que tengan que ver con su desarrollo personal y el de su
comunidad.
Por ejemplo, para el propietario de una empresa, el hecho de que sus obreros y empleados
reciban bajos salarios, contrario a ser un problema, se presenta como una “solución” a su
necesidad de obtener grandes ganancias en la producción. Para los obreros y empleados ese
mismo hecho constituirá un problema fundamental en la medida que se constituye en obstáculo
para el logro de sus objetivos de vida.
Para una persona cuyo eje vital esté centrado en sus intereses individuales y familiares,
los problemas de la comunidad serán problemas para él sólo en la medida en que puedan afectar
dichos intereses. De lo contrario, no le preocuparán, o planteará, en el mejor de los casos, la
solución del “sálvese quien pueda”. Para una persona cuyo interés vital esté fundamentado en la
vida de la comunidad, los obstáculos que se le puedan presentar a ésta para su desarrollo, serán al
mismo tiempo sus problemas a los cuales es preciso buscar solución para de esta forma lograr un
bienestar general.
El entender ciertos aspectos de la realidad como problemas, y ubicar éstos en una escala
de prioridades, estará íntimamente relacionado como las condiciones reales en que desenvuelven
sus prácticas cotidianas las diversas personas y grupos, y con la concepción del mundo, valores,
intereses y actitudes que, a la vez de desprenderse de dichas prácticas, orientan su
desenvolvimiento. Las personas conocen su realidad a partir de las posiciones que ocupan en
ella, los estímulos a que están sometidos y en función de sus necesidades dentro del contexto en
que se mueven.
Pero la realidad observada se nos presenta a simple vista como muy caótica,
aparentemente desordenada, compleja, toda al mismo tiempo. Los problemas prácticos
enfrentados se sitúan en el marco de una multiplicidad de factores, entre los cuales no podemos
diferenciar de antemano, y con suficiente claridad, la relativa importancia que podrían asumir
dentro del contexto global.
Por la necesidad misma de operar con relativa eficacia frente a nuestro medio
circundante, y en base al saber transmitido y las experiencias acumuladas e interiorizadas a
través de nuestras prácticas –por imitación, por tanteo, por refuerzos positivos y negativos, por
repetición, etc.- vamos estableciendo progresivamente un cierto ordenamiento de las cosas que
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nos permita entrever posibles asociaciones y causalidades entre hechos y circunstancias, cuyo
conocimiento anticipado nos permita prever (y planificar) posibles soluciones a problemas
similares, y no buscar siempre las soluciones sobre la marcha en una forma improvisada. Ese
saber, transmitido de generación en generación, es enriquecido, transformado, de acuerdo a las
nuevas exigencias presentadas por el accionar diario. Dicho saber es el resultado de todo un
proceso de conocimiento de la realidad que es el que nos permite precisamente su control y
manipulación.
Para buscar soluciones a los problemas enfrentados, hay que comprenderlos. Para
comprenderlos, hay que pensarlos. Y en ese proceso de pensamiento, surgen una serie de
preguntas fundamentales a las cuales es preciso dar respuesta. Aquellas preguntas que tienen
que ver con la definición, caracterización y delimitación del problema así como con su análisis y
explicación:
Qué es el problema, cuáles son sus límites y alcances, sus características o su definición,
cómo se manifiesta, en qué forma y con qué profundidad nos afecta;
Por qué sucede ese problema, de dónde surge, cuáles son sus causas, sus orígenes, cuáles
son o podrían ser aquellos aspectos de la realidad que de alguna manera están relacionados con
su aparición y desarrollo; y aquellas vinculadas con su superación y finalidad:
Para qué nos sirve su solución, qué justificar el desarrollar esfuerzos en ese sentido, qué
relevancia o importancia tiene con relación a otros problemas, en qué medida su solución puede
contribuir o servir de fundamento para el logro de objetivos de mayor alcance, qué impacto
podría tener su solución en el mejoramiento de nuestras condiciones inmediatas y mediatas de
existencia.
vinculados en diferentes grados en el proceso de creación por parte de los seres humanos de
dicha realidad.
Cada forma de conocer representará una perspectiva o punto de partida diferente para la
definición de nuestros problemas y la explicación de sus porqués. Por ejemplo, el entender el
encarecimiento progresivo de la vida como un “signo del fin de los tiempos”, o como una
consecuencia de la aplicación de políticas económicas incorrectas, entre otras muchas
explicaciones, obedecerá a la adopción de diferentes enfoques de un mismo hecho o
circunstancia, y tendrá consecuencias diferentes en cuanto a las acciones a desarrollar frente a él.
La primera explicación podría quizás llevar a la gente a “fortalecer su espíritu”, a prepararse para
el desenlace final, o simplemente no hacer nada, y la segunda explicación podría conducir a la
búsqueda de cambios en la forma de manejar los problemas económicos del país. Cada una de
dichas explicaciones, por encima de su grado de veracidad, irá dirigida, obedeciendo a una lógica
diferente, al conocimiento de los múltiples y diversos aspectos de la realidad. De esta forma, el
pensamiento se ejerce a varios niveles, organizando en cada caso la realidad en función de
determinados fines. A través de una multiplicidad de explicaciones, la gente va conformando un
saber, que se traduce en un lenguaje, y mediante el cual intenta representarse su realidad,
ubicarse en ella, y otorgarle un sentido a las cosas.
Guardando las distancias, podríamos decir que algo similar sucede en los múltiples
aspectos de nuestra vida cotidiana. Todos nosotros nos ubicamos en un punto de nuestra
sociedad. Desarrollamos, de acuerdo a la división social del trabajo, una serie de actividades
diarias a través de las cuales nos conectamos con la realidad, y vamos enfrentando un conjunto
de problemas cotidianos. En otras palabras, tenemos una serie de experiencias ante esa realidad.
Pero la realidad supera, en su complejidad, en la multiplicidad de los aspectos que intervienen en
diferentes formas en ella, a las limitaciones de nuestras experiencias particulares. Nosotros
ordenamos la realidad de acuerdo a nuestras necesidades particulares, a nuestros intereses y
expectativas frente a ella, y al conjunto de conocimientos, ideas y valores que entendemos como
válidos en determinado contexto. En otras palabras, el conocimiento y ordenamiento por
nosotros de la realidad está atrapado en el marco de nuestras prácticas diarias. Nuestro parcial
ángulo de visión no nos permite captar, de una sola vez, la totalidad de las cosas, la complejidad
de la realidad, caracterizada por ser multidimensional.
Por otro lado, de todo el saber existente, de la experiencia acumulada y presente, sólo
adoptamos y apropiamos lo que es o puede ser necesario para mantener y estructurar nuestra vida
en una época y en un ambiente determinados. Validamos el saber sólo en la medida en que nos
sirve de orientación para nuestras acciones cotidianas, encaminadas a la solución de una serie de
problemas prácticos. Y ello, dentro del ámbito específico en que se desarrollan dichas acciones.
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Agnes Heller. Sociología de la vida cotidiana. Barcelona: Ediciones Península, 1977, p. 333.
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meramente de pintura, pañete y adornos. Pero existe en el ser humano una curiosidad
permanente por descubrir el fondo de las cosas. La gente sabe que “las apariencias engañan”,
que detrás de las cosas hay algo más. Así como el niño coge el juguete y lleno de curiosidad lo
va desarmando hasta descubrir el corazón interior, el motorcito que le da vida y sin el cual no
podría funcionar, así esta persona podría comenzar a desmontar con una mandarria la casa para
dejar al descubierto el esqueleto, el armazón, la estructura que le sirve de fundamento. En ese
caso, no habría mucha dificultad. Pero cuando nos situamos en la realidad social no es tan fácil
desmontar la fachada para descubrir el interior de las cosas. Aunque intuitivamente
sospechamos que las cosas no son necesariamente como se nos presentan a simple vista, que es
preciso desmontar la careta, correr la cortina, para descubrir la verdad del asunto, la mayoría de
las veces nos quedamos en el simple conocimiento espontáneo (ingenuo) de la realidad y no
llegamos al conocimiento de la esencia, del fondo de las cosas.
Ante estos dos problemas, se nos hace necesario entonces adoptar, en el desarrollo de
nuestro saber, una perspectiva de conocimiento diferente, que contribuya precisamente a la
superación de dichos obstáculos, y al logro de una mayor aproximación al conocimiento de
nuestra realidad. Y esa perspectiva diferente supone un distanciamiento, realizar una especie de
rodeo, que nos permita observar la realidad desde un ángulo diferente. Así como aquella persona
tenía que subirse a un montículo, o un avión para obtener un ángulo de visión mucho más
amplio, así se hace preciso en el conocimiento de nuestra realidad separarse un tanto de ella para
ampliar nuestro campo visual y captar de esta forma su complejidad. ¿Implica esto salirse de la
realidad, huir de ella? No. Implica pensarla, pasar de la simple representación espontánea al
plano de las explicaciones, trabajar con y sobre ellas, como esfera autónoma de pensamiento. En
otras palabras, nuestro distanciamiento no es físico, ni es salirse de uno mismo, sino un
distanciamiento relativo de la razón, que nos permita elaborar un esquema de explicación que
intente reconstruir en el plano del pensamiento una visión global de las cosas, y que nos permita
entonces regresar de nuevo a nuestras prácticas cotidianas, explicándolas y otorgándole un
sentido dentro de un contexto más amplio.
Con esta perspectiva de conocimiento, se hace posible entonces operar en el plano de los
conceptos, mediante un proceso aproximativo de abstracción de las condiciones reales de
existencia. ¿Qué significa esto? Más que el conocimiento y explicación de simples casos
particulares, aislados entre sí, inconexos, lo que nos interesa es conocer sus conexiones, sus
interrelaciones. Y, paradójicamente, para eso tenemos que ir por partes, descomponiendo,
desmontando las cosas, desagregando las partes, para luego reunirlas, reconstruirlas de nuevo,
pero de forma tal que nos permita entonces descubrir su ligazón, sus interconexiones. Para
ordenar la casa, primero tenemos que desorganizarla. En otras palabras, una labor de análisis y
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Desde esta perspectiva, el conocimiento “no constituye nunca un saber relativo a una sola
cosa, sino que es un saber sobre una cosa en relación con otras cosas (conjuntos)”. El hecho de
la causalidad, que de por sí constituye una de las verdades evidentes del saber en general, se
eleva con esta perspectiva al concepto universal de causalidad (todo tiene una causa). En ese
plano, conocer un fenómeno no se reduce simplemente a poder reaccionar ante él o saberlo
producir, sino “conocer la conexión que lo liga a otros fenómenos, captar el puesto que ocupa en
el sistema de otros fenómenos”. Las verdades en este plano no sólo deben ser válidas en la
práctica diaria, sino también deben ser situables dentro de un determinado sistema de
conocimiento. Mientras en el saber espontáneo “la prueba o refutación de los hechos tiene lugar
desde el punto de vista de un determinado contexto, de una situación” y “su ser o no ser es
afirmado o negado en el interior de una determinada situación”, desde la perspectiva científica,
los hechos son por el contrario de naturaleza universal (hechos que son universalizados a través
de la teoría), teniendo sentido sólo “en un contexto completo”. Se hace preciso entonces explicar
e interpretar su existencia “en el interior de un determinado sistema, contexto, de una teoría”3.
Así, por ejemplo, el aumento en el costo de la vida, que repercute de una forma o de otra
en cada uno de nosotros, no se vería como un hecho aislado o autónomo, explicable por sí
mismo, sino que sería vinculado con una multiplicidad de aspectos de la realidad social que en
diferentes proporciones explicarían su ocurrencia. Las relaciones sociales de organización y de
dominación vigentes en la sociedad dominicana, los modelos de desarrollo económico
adoptados, la estructura de clases sociales predominante en nuestra sociedad, las características
de nuestro sistema socio-económico, el tipo de relaciones internacionales en las cuales estamos
3
Heller, Ibid., p. 344-346. Dicha universalidad debe entenderse en sentido relativo, no absoluto, en la medida que
“una teoría es una estructura conceptual que resulta de aplicar un método a un cierto repertorio de problemas,
experiencias y procesos históricos estrictamente definidos en el tiempo y en el espacio”. Cfr. Antonio García.
“Hacia una teoría latinoamericana de las ciencias sociales del desarrollo” en América Latina: dependencia y
subdesarrollo. San José: EDUCA, 1975, p. 621. La noción absoluta de universalidad se presenta como noción vacía
de sustancia histórica y es reemplazada por el concepto de universalidad relativa y enteramente condicionada a
una cierta formación histórica.
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involucrados, etc., podrían ser algunos de los elementos que, interconectados entre sí, otorgaran
sentido al problema en cuestión. Podríamos entonces ver hasta qué punto dicho fenómeno
presenta una serie de similitudes, de recurrencias o de patrones repetitivos en sociedades
similares a la nuestra, y qué particularidades concretas, qué diferencias significativas, por encima
de lo general, se presentan en cada una de ellas.
Así, podríamos ver que detrás del mercado, ese espacio social donde se vende, se compra,
se intermedia, se ocultan un conjunto de relaciones sociales que son las que sirven de
fundamento a dicha actividad económica. Relaciones de dominación y subordinación, de
consenso y de conflicto, que se expresan en dichas actividades cotidianas, pero que a la vez son
ocultadas por éstas. Buscar su explicación, implicará entonces superar la mera descripción de la
manifestación exterior y, ahondando en los hechos con una visión crítica, descubrir sus causas
originarias.
Si podemos captar el sentido de las cosas, la cara oculta de los fenómenos reales, es
porque tratamos de explicarlas a través de un sistema de conceptos relacionados entre sí. Sólo en
este contexto del pensamiento es posible trascender los límites de la particularidad y la
espontaneidad. Tal y como nos expresa Hinkelammert, “si el sujeto cognoscente no estuviera
limitado a la experiencia como una parcialidad, no recurriría a conceptos universales. Estos son
una muleta del sujeto cognoscente en cuanto aspira a la totalidad, si bien se encuentra limitado a
un número finito parcial de casos observables. O, diciendo lo mismo con palabras de Marx: si
esencia y apariencia coincidieran, no haría falta una ciencia. Es decir, si la totalidad de los
hechos constituyera la experiencia observable, la realidad no trascendería a los hechos
observables y, entonces, no harían falta conceptos universales para aprehenderla. La razón
humana sería una razón intuitiva”4.
mayoría de los casos bajo apariencias que ocultan, de una forma o de otra, la lógica real de los
procesos concretos.
Planteadas así las cosas, integrar una perspectiva científica en el proceso de construcción
de conciencia crítica de nuestra realidad, viene a traducirse fundamentalmente en la
interiorización por parte de nosotros de una actitud eminentemente problematizadora –en el
sentido antes visto- de la realidad en la cual estamos inmersos.
Lejos de ello, se pretende entonces interiorizar una actitud que sirva de fundamento a la
apropiación y desarrollo de una capacidad de análisis y reflexión que permita, desde la lógica de
la perspectiva científica, abordar con originalidad el conocimiento y explicación de nuestras
condiciones reales de existencia.
¿Qué significa esto? Primero, que la realidad no es caótica, como parece a simple vista
(conciencia ingenua) sino que posee su propia estructura; segundo, que dicha realidad no es algo
inmutable y dado de una vez para siempre, sino que se desarrolla, se transforma; y tercero, que
esta realidad no es un todo perfectamente acabado y que sólo varía en sus parte singulares o en
su disposición, sino que se va creando a través de la historia. Y en este proceso de creación, en
este acto transformador, los sujetos históricos que intentan apropiarse de su realidad, realizan un
papel fundamental. Sólo a través de la transformación del mundo, los seres humanos construyen
un mundo más humano y se van haciendo también a sí mismos.
3. La integración de un método
teórico, en la medida que todas sus operaciones desde la formulación de los problemas
hasta el análisis e interpretación de los resultados de conocimiento obtenidos tienen como marco
de referencia un conjunto racional y sistemático de conceptos, que es reformulado, completado o
confirmado a través de todo el proceso;
Pero es preciso decir que dicho método se hace, se construye, en el proceso mismo del
conocimiento de las particularidades concretas de la realidad. No constituye una especie de
“maletín instrumental” que debe ser aplicado como “bolita mágica” e indistintamente al
conocimiento de los diversos procesos reales. El método científico no puede entenderse como
algo sagrado, como un fósil o situado por encima de la historia. De acuerdo a ello, toda
operación, desde una perspectiva crítica, y por más rutinaria y repetida que sea, debe ser
repensada, cuestionada, en función de las exigencias mismas de los diversos procesos concretos
que intentamos explicar.
Pues bien, entender la realidad como un todo dialéctico, supone entonces considerar su
conocimiento como un proceso que, partiendo de ella, vuelve a ésta con la intención de
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Asumir una actitud crítica ante la realidad implica como hemos visto, no sólo explicarla
sistemáticamente –y en ese proceso la perspectiva científica nos ofrece una serie de
posibilidades- sino también transformarla y, en esa misma medida, conocerla, humanizarla,
devolverle su capacidad de construcción humanizadora.
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Cfr. Raúl Olmedo. Metodología de las ciencias sociales vistas en su conjunto. CERESD, (6): 22-24, 1983.
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Toda ciencia implica una elección, y dicha elección está íntimamente ligada a una
perspectiva global determinada. Las visiones del mundo de los diversos sujetos históricos
condicionan no sólo la interpretación de los hechos o la aplicación que puedan darle a los
resultados de conocimiento alcanzados, sino también la elección misma del objeto de estudio, la
definición de lo que es esencial y de lo que es accesorio, las preguntas que se plantean a la
realidad, en fin, la problemática de todo el proceso de interrogación de la realidad.
Pero estas visiones del mundo, estas ideologías, pueden ser analizadas históricamente de
dos maneras: como métodos de mistificación y oscurecimiento de la realidad histórica, en la
medida que persiguen opacar o enmascarar la realidad, sustituyendo el conocimiento racional por
una apariencia, o como afirmaciones subjetivas de determinados sujetos históricos que no se
limitan a ver la realidad, expresando su decisión de transformarla de acuerdo con un sistema de
valores y a una imagen de la realidad que se aspira a crear.
¿A partir de qué criterio podríamos entonces diferenciar un sentido del otro? Se podría
afirmar en primer lugar, como criterio fundamental, la humanización, la defensa de la vida. Y
además, que es a partir del punto de vista de clase, que implica elementos normativos, que se
define en gran parte el campo de visibilidad de un conjunto de explicaciones, de una teoría, “lo
que ella ‘ve’ y lo que no ve, sus ‘aciertos’ y sus ‘desaciertos’, su luz y su ceguera, su miopía y su
hipermetropía”6. El punto de vista de las clases sociales colocadas en una posición subordinada,
el punto de vista de las mayorías, está en mejores condiciones y tiene mayores posibilidades de
reconocer y de proclamar el proceso de cambio de la realidad. Es a partir de dicho punto de vista
que se vuelve más visible el carácter histórico y, por tanto, transitorio del orden real vigente.
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Michel Lowy. “Objetividad y punto de vista de clase en las ciencias sociales”. In: Sobre el método marxista.
México: Grijalbo, 1975, p. 20.
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Las mayorías, cuyos intereses, en la medida que se tornan colectivos, coinciden con las
tendencias del desarrollo de los procesos reales, escapan en mayor medida a la acción de los
frenos síquicos que intervienen en el conocimiento de la realidad. Por el contrario, sus intereses
permiten una percepción más aguda, más incisiva, de los procesos de desarrollo, de los síntomas
de descomposición del orden vigente y de los signos precursores del nuevo orden en elaboración.
En la medida que se asume una conciencia crítica de su papel histórico, su posición se presenta
como un mejor punto de partida y una mejor perspectiva en el proceso de aproximación al
conocimiento y transformación de las condiciones reales de existencia.
Pero ello supondría la superación de una serie de prácticas tradicionales que han estado
presentes en su interior, entre ellas: la utilización de una serie de modelos teóricos acuñados
“desde fuera” que pretenden, desde una perspectiva cientificista, contribuir a su estudio y
caracterización; el diseño y conducción de los diversos procesos investigativos por parte de
instituciones oficiales o privadas externas a la comunidad, preocupadas fundamentalmente por
“diagnosticar” un conjunto de “necesidades sentidas” y en base a ello elaborar desde fuera una
serie de proyectos destinados a su solución; y tercero, la simple transmisión en forma “bancaria”,
a través de las aulas, de una serie de conocimientos acumulados en las diversas ciencias que, en
forma desintegrada, deben ser aprendidos por la gente para así acceder supuestamente a un
conocimiento sistemático de la realidad, a un conocimiento científico.
Bibliografía consultada:
1. Bourdieu, Pierre [et al]. El oficio de sociólogo. México: Siglo XXI, 1980.
2. García, Antonio. “Hacia una teoría latinoamericana de las ciencias sociales y el
desarrollo”. In: América Latina: dependencia y subdesarrollo. San José: EDUCA, 1975.
3. Heller, Agnes. Sociología de la vida cotidiana. Barcelona: Ediciones Península, 1977.
4. Hinkelammert, Franz. Crítica a la razón utópica. San José: Departamento Ecuménico de
Investigaciones, 1984.
5. Kosik, Karel. Dialéctica de lo concreto. México: Grijalbo, 1967.
6. Lowy, Michel. “Objetividad y punto de vista de clase en las ciencias sociales”. In: Lowy,
Michel [et al]. Sobre el método marxista. México: Grijalbo, 1975, p. 9-44.
7. Núñez, Carlos. Educar para transformar, transformar para educar. México: IMDEC,
¿1985?.
8. Olmedo, Raúl. “Metodología de las ciencias sociales vistas en su conjunto”. CERESD,
(6): 22-24, 1983.
9. Sánchez Vásquez, Adolfo. Filosofía de la praxis. México: Grijalbo, 1980.