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(P)FE-157 IPADE

(P)FE-157
Febrero, 2008

EL DESENLACE DE VICENTE

Caso elaborado por el Conocí a Vicente durante su paso por la Universidad y, desde
profesor Alejandro Armenta, entonces, nos hicimos buenos amigos. Es una persona con muy
del Área de Filosofía y buena capacidad intelectual. Proviene de una posición social y
Empresa del Instituto económica de clase media. Logró conseguir una beca de
Panamericano de Alta excelencia en la Universidad. Cursó los estudios de licenciatura
Dirección de Empresa, para de forma brillante. Es versátil profesionalmente, pues sus
servir de base de discusión y habilidades intelectuales le permiten manejarse con soltura, ya
no como ilustración de la sea en las cuestiones científicas, técnicas o directivas. Tiene
gestión adecuada o muy arraigado el hábito de lectura.
inadecuada de una situación
determinada. Al terminar la Universidad trabajó un par de años. Después hizo
una Maestría en Dirección de Empresas (que le exigía una
dedicación de tiempo completo). Se graduó con honores. Al
poco tiempo ocupaba ya un puesto importante en una conocida
empresa trasnacional. Imparte una asignatura en la Universidad
y tiene prestigio como profesor. Hace un año se casó después de
un largo noviazgo.

A finales de marzo de 2004, Vicente llegó a mi casa de forma


inesperada. A penas saludarnos me dijo:

—Vengo, porque los alumnos me aplicaron la ―ley del cuarto‖:


llegué tarde al salón —quince minutos después de la hora de
clase— y abandonaron el aula. Como no esperaba esto, decidí
venir a verte. Necesito una ―consulta de psiquiatra‖.

Derechos Reservados © 2008 por Sociedad Panamericana de Estudios Empresariales, A.C.


(Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa, IPADE).
Impreso en EDAC, S.A. de C.V., Cairo Nº 29, 02080 México, D.F.
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—Estoy agotado. Duermo muy mal. Me despierto a las 4 a.m. (antes de que suene el despertador). Estoy
tomando pastillas para dormir. Tengo gastritis. El domingo devolví el estómago. Estoy engordando.
Como demasiado y lo hago fuera de horas. Estoy así desde diciembre pasado. La cabeza no me para.
Estoy ciclado. Me siento cansado y muy irritable. Ando acelerado y disperso. No me puedo concentrar.

He tratado mal a mis subordinados. He sido duro con ellos, como ellos lo son conmigo. ¡He cambiado!
¡No quiero ―perder el piso‖! ¡No quiero que se ―me suba‖! Pienso que me han descubierto y me han
tomado en cuenta. He subido de puesto y de posición. Mi oficina ocupa el doble de espacio que esta sala.
Veo a mis compañeros de 50 años cansados y como si estuvieran de ―vuelta‖. En la empresa, me
proponen que me vaya a vivir a Singapur dentro de 3 años. Me pidieron que lo platicara con mi esposa.

Después de su desahogo, le pregunté: ¿Cuál es tu horario de trabajo?

—Empiezo a trabajar a las 7:30 de la mañana y salgo de la oficina a las 10:30 de la noche. Hablo inglés y
español todo el día. Mi jefe no entiende el español. Estoy en todos los asuntos. Me parece que soy
―ajonjolí de todos los moles‖. Habitualmente como en el restaurante de la empresa. Muchas comidas se
convierten en reuniones de trabajo. Con frecuencia dedico quince minutos a comer y regreso a mi oficina
a seguir trabajando. Algunos días me pasa por la cabeza volver a mi casa alrededor de las 7 p.m., pero
finalmente me quedo, pues pienso, ¿para qué salgo a una hora en que el tráfico es insoportable? Prefiero
continuar trabajando y salir cuando el tráfico es menos intenso.

Lo interrumpí y le pregunté: ¿por qué no dejas las pastillas para dormir?

—Si no puedo dormir, ¿por qué las voy a dejar? Además, las cosas con mi esposa no van bien. Antes se
enojaba mucho porque llegaba tarde. Ahora ella hace lo mismo. Muchas veces llego y ya está dormida.
Llego cansado, con deseos de ver la televisión y ella comienza a contarme sus cosas. Me parecen
problemas pequeños. Mientras habla, estoy distraído. No pongo atención. Ella se da cuenta. Entonces le
digo cualquier cosa: ―no ves que todo esto lo hago por ti‖. Me doy cuenta de que esto no es cierto. Lo que
hago no es sólo por ella. Por eso vengo a platicar, pues veo que necesito ayuda. De estas cosas no puedo
hablar con ella, pues ella es parte de la situación. Hemos intentado tener un hijo y no lo hemos
conseguido. Estamos viendo a un médico para ver si la causa es de carácter físico.

—Vine a verte porque recordé una sesión sobre ―La actividad profesional‖. Ahí se presentó un caso
práctico sobre un profesionista de 32 años que se llamaba Armando. Tenía un cuadro de estrés muy
agudo. El caso mencionaba que dormía con los brazos cruzados y los puños cerrados. Recuerdo que
cuando leí el caso pensé interiormente: ¿cómo es posible que una persona pueda encontrarse en ese
estado? ¡Ahora yo soy Armando! ¡Yo también tengo 32 años! Me doy cuenta de que soy parte de un
grupo de personas que nos queremos comer el mundo.

—Mi situación actual en el trabajo es lo que yo quería y lo que había soñado en lo profesional. Cuando
conocí a mi jefe, me dije: ¡es por ahí! Él ha sido mi promotor. Recientemente, despidieron a algunos en la
empresa y, como consecuencia, cambió mi posición. Sigo haciendo lo mismo. Mi jefe tiene otro
temperamento. Me parece que es sanguíneo. Dice que yo ―me siento‖ y que así somos los mexicanos. No
se toca el corazón. Regaña mucho y fuerte. He descuidado a mis amigos.

Al final de la conversación le di algunas sugerencias y le pedí que nos volviéramos a ver en quince días.
Al despedirnos le comenté —medio en serio, medio en broma—, no dejes de hablar dentro de dos
semanas. Si no lo haces, lo harás con el psiquiatra y te cobrará…

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