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Años de postguerra y aislamiento (1939-1952)

Nacimiento del Ministerio del Aire


Gran esfuerzo en la enseñanza
Las escuadrillas espedicionarias a Rusia
El decenio largo del general Gallarza

Nada más terminar la guerra civil española


en 1939, las fuerzas aéreas ya configuraban
una nueva rama de las Fuerzas Armadas,
en plano de igualdad con el Ejército y la
Marina. La Aviación ya había alcanzado su
mayoría de edad, debido a su contundente
eficacia y a su elevado prestigio.
En el orden administrativo, dentro del
Ministerio de Defensa Nacional la
Subsecretaría del Aire, cuyo titular era el
general Lombarte, estaba en el mismo plano
que el Ejército y la Armada y existían los
Consejos Superiores de las tres armas.
El general jefe del Aire dependía
directamente de Franco y extendía su
autoridad sobre las regiones y unidades
aéreas.
Las regiones aéreas eran las siguientes:
región aérea del Norte, de Levante, del Sur y
de Baleares. Las mismas atribuciones que
un Jefe de Región las tenia el jefe de las
Fuerzas Aéreas de África.
Las Fuerzas Aéreas se componían de las
Los generales Franco y Kindelán con el alemán
siguientes unidades: tres Brigadas Aéreas,
Von Richthofen, en un momento de la revista de
varias Unidades autónomas, las Fuerzas
Barajas
Aéreas de África y las Fuerzas Aéreas de
.
Baleares y el Estrecho.

Nacimiento del Ministerio del Aire


Por ley de 8 de agosto de 1939 se modificó la Administración Central del Estado y se fijaron
doce ministerios, aparte de la Presidencia del Gobierno. Se crearon los Ministerios del Ejército,
de Marina y del Aire. Como elemento coordinador de los Estados Mayores de los tres Ejércitos
se creó el Alto Estado Mayor y la Junta de Defensa Nacional.
El nombramiento como primer ministro del Aire recayó en el general del Ejército de Tierra don
Juan Yagüe Blanco de gran prestigio, dinamismo y capacidad, que puso en marcha una gran
actividad legislativa de estructuración del ministerio recién creado.
El 27 de junio de 1940 el general Yagüe fue relevado por el general don Juan Vigón Suerodíaz,
jefe del Alto Estado Mayor. Su trabajo fue al frente del Ministerio del Aire fue duro y arduo pues
la Segunda Guerra Mundial imponía un aislamiento total que impedía renovar el material;
además la escasez de combustible hacía difícil mantener la actividad de vuelo.
El 7 de mayo de 1942 se creó el Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica (actual INTA,
Instituto Nacional de Técnica Aerospacial) en Torrejón de Ardoz
.
El primer ministro del Aire fue el general del Ejército Poco duró el ministerio del general Yagüe,
de Tierra don Juan Yagüe Blanco apaenas un año después de su
nombramiento, el 27 de junio de 1940,
cesa en el cargo y es sustituido por el
también general del Ejército de Tierra
Juan Vigón Suerodíaz.

Gran esfuerzo en enseñanza


En septiembre de 1945 comenzó su actividad la Academia General del Aire (AGA). Su primera
promoción efectuó sus dos primeros cursos en San Javier (Murcia), y los dos últimos en las
Academias específicas de Aviación, Tropas de Aviación e Intendencia.
En julio de 1949 se graduaron en León los tenientes pilotos de la 1ª promoción de la Academia
General del Aire, disolviéndose acto seguido la Academia de León. La 2ª promoción completó
sus estudios en San Javier
En la Academia de Tropas de Aviación, ubicada en León, después de las tres primeras
promociones de transformación, cursaron sus estudios 31 oficiales repescados, que se
escalafonaron detrás de las dos primeras promociones de la Academia General. Luego
estudiaron en ella los dos últimos cursos de su carrera los miembros de la primera promoción
de la General y el último curso de la segunda promoción, antes de que se disolviera en 1950.
En la Academia Militar de Ingenieros Aeronáuticos el ingreso de su 17ª promoción coincidió con
la inauguración de la AGA y sus componentes fueron los primeros en recibir instrucción militar
en este centro, en el que permanecieron desde septiembre a diciembre de 1945. La 20ª
promoción fue la última que cursó sus estudios básicos en la Academia Militar de Ingenieros
Aeronáuticos, pues en lo sucesivo se harían en la Escuela Superior de Ingenieros
Aeronáuticos, que empezó a funcionar en 1950.
Las Escuadrillas
expedicionarias a
Rusia
El 3 de julio de 1941
España acordó colaborar
con Alemania en la invasión
de Rusia, con objeto de
alejar el peligro de
extensión del conflicto
mundial a nuestra
península. Se envió una
escuadrilla de caza en
turnos de seis meses de
duración, sus comandantes
fueron Ángel Salas, José
Muñoz y Julio Salvador.
El 25 de julio de 1941 salen, por ferocarril, para Rusia los Los efectivos de la pequeña
componenetes de la 1ª Escuadrilla expedicionaria unidad aérea fueron doce
pilotos de plantilla y de
cuatro a seis de reserva,
media docena de oficiales
de Tropas, Intendencia,
Sanidad, Eclesiástico y
especialistas y un centenar
de hombres entre
suboficiales y tropa.
La I Escuadrilla salió de
Madrid el día de Santiago
de 1941. Entraron en
combate el 2
de octubre en el ala norte del dispositivo de ataque a Moscú, encuadrados en el 27 Grupo de
Asalto, dependiente del VIII Cuerpo de Aéreo de Von Richthofen, el antiguo jefe de la Legión
Cóndor.
Los resultados de las escuadrillas españolas entre octubre de 1941 y septiembre de 1943
admiten comparación con los logrados por las mejores unidades alemanas de elite, pero
murieron o desaparecieron 20 de sus 88 pilotos.

El decenio largo del general Gallarza


El 20 de julio de 1945 es nombrado ministro del Aire el general de división Eduardo González
Gallarza. En enero de 1946 se crearon los servicios de Automovilismo y Transmisiones; en
mayo de dicho año la primera Bandera de Paracaidistas; en verano de 1947 la Milicia Aérea
Universitaria y la Escuela Militar de Paracaidismo. En 1948 se creó la Escuela de Cartografía y
Fotografía y el servicio de Armamento; en 1950 la Escuela de Transmisiones y en 1951 el
Servicio de Cartografía y Fotografía.
En 1950 se cerró la Academia de Tropas e Intendencia.
El 22 de diciembre de 1953 se dictó una nueva norma de designación de aviones, en la que
todos los aparatos de escuela recibían el indicativo E, los de caza el C, los de bombardeo el B
y los de transporte el T, al que se añadían otras letras de identificación para cada una de las
versiones de un modelo dado.
La aviación civil:
El monopolio del transporte regular de pasajeros se concedió por ley de 7 de junio de 1940 a la
compañía Iberia, cuyo primer director gerente fue el teniente coronel Francisco Arranz, anterior
director general de material en el Ministerio del Aire.
El 1 de noviembre de 1944 se inauguró en Chicago la Asamblea General de la Organización
Internacional de la Aviación Civil (OACI), estando representada España por los directores
generales de Aviación Civil y Protección de Vuelo y por el coronel Martínez Merino, nombrado
delegado permanente de nuestra nación en dicho organismo.
Otra actividad civil de gran auge en España fue el vuelo sin motor y el aeromodelismo, que
fueron normalizados por decreto el 18 de julio de 1942, actividades que quedaron bajo la
dirección e inspección exclusiva del Ministerio del Aire, por medio su dirección general de
Aviación Civil.
El día 10 de diciembre de 1943 se puso la primera piedra del actual Cuartel General del Ejército
del Aire en el solar de la antigua cárcel Modelo, en la plaza de la Moncloa.
En 1947, el profesor superior de vuelo a vela Luis V. Juez batió la marca mundial de altura,
alcanzando sobre Monflorite (Huesca) la altura de 6.263 metros.

Las relaciones hispano-norteamericanas en


perspectiva
Por Manuel Pastor
"Los intelectuales europeos en general... se regocijan con la vieja Europa. El anti-
americanismo es cómico, además de ser estúpido."
Antonio Gramsci, Babbitt (c.1930)
 
Del Pacto de Madrid (1953) a la Cumbre de Las Azores (2003) median cincuenta años que
han cambiado la historia de España: desde el inicio de su inserción económica y estratégica
en el ámbito occidental hasta la plena consolidación del sistema democrático en la dimensión
de una política exterior correspondiente a la nueva situación geoestratégica del siglo XXI. Si
el anti-americanismo, esa enfermedad infantil del "progresismo", no nos cegara la mirada
histórica, los españoles comprenderíamos que el medio siglo de alianza y  amistad con los
Estados Unidos de América (sí, el último y único Imperio, pero de una república
democrática), presenta un balance claramente positivo para los intereses de España.
 
Julián Marías, respondiendo a la pregunta "¿dónde estamos?", ha insistido que los españoles
estamos en Europa y con América, que nos acompaña, queramos o no, y es parte de nuestra
realidad, aunque escasamente visible después de la Independencia. Y habría que añadir
algunas precisiones que hizo el historiador norteamericano Carlton J. H. Hayes, siendo
embajador en España: "Los españoles se limitan a considerar la América latina como tope de
la Hispanidad; pero yo diría que todas las Américas son España y España es toda América."
 
Las relaciones de nuestra nación con la América del Norte, en efecto, se remontan a la fecha
de su descubrimiento, en tomo a 1500, cuando la Corona española iniciaba su propia
trayectoria imperial. Fuera el viaje de Alonso de Ojeda y Américo Vespucio en 1498, desde el
Golfo de Méjico hasta la costa de Delaware y Chesapeake Bay, como sostiene Robert B.
Downs, fuera el "viaje olvidado" de 1499 a La Florida, que refieren David B. Quinn y David J.
Weber, lo cierto es que en el magnífico mapa de Juan de la Cosa (hacia 1500), que
probablemente tenía también noticia del descubrimiento de las costas canadienses por
Cabot, aparece ya dibujada la parte Norte del Nuevo Mundo que corresponde a los Estados
Unidos actuales.
 
Entre 1500 y 1800 España descubrió, exploró y tomó posesión de inmensos territorios, que
abarcarían más de tres quintas partes de lo que hoy son los Estados Unidos de América: La
Florida, California, Arizona, Nuevo Méjico, Colorado, Nevada, Utah, Tejas, Las Luisianas
(Louisiana, Missouri, Arkansas, lowa, Minnesota, Dakota Norte y Sur ...). Fueron tres siglos
de expansión, solamente frenada por la resistencia de las innumerables tribus y naciones
indias y por los establecimientos de los imperios británico y francés. Cuando las colonias
británicas de Nueva Inglaterra y del Sur se declaran independientes y adoptan el nombre de
Estados Unidos de América (1776), la Corona española apoyará su causa, principalmente
como consecuencia de los Pactos de Familia con la Corona francesa frente al Imperio
británico. Los momentos más sobresalientes fueron el período 1777-1783 (pactos Lee-
Grimaldi, Lee-Floridablanca, Jay-Floridablanca, y Jay-Aranda, sobre el apoyo económico y
militar a los norteamericanos, y Tratado de Paris, en el que España recupera Las Floridas) y
1795 (Tratado de El Escorial, o Pinckney-Godoy, de amistad, fronteras y navegación del
Mississippi) en cuyo artículo I se convenía que "Habrá una paz sólida e inviolable y una
amistad sincera entre S. M. Católica, sus sucesores y súbditos, y los Estados Unidos y sus
ciudadanos, sin excepción de personas o lugares."
 
En 1800, sin embargo, con la retrocesión de Las Luisianas comienza la decadencia y las
pérdidas coloniales que desembocan fatalmente en 1898, el momento más crítico de la
historia de las relaciones hispano-norteamericanas, cuando los propios Estados Unidos
descubren su destino. imperial.
 
Sobre el legado histórico-cultural español en Estados Unidos -aparte, naturalmente, del
simple pero impresionante dato estadístico de más de cuarenta y tres millones de
hispanohablantes, incluyendo al Estado Libre Asociado de Puerto Rico (Censo de 2002, USA
Today, June 19,2003) y el número incalculable de ciudadanos y residentes no hispanos que
hablan o estudian español- son absolutamente fundamentales las obras de Carhon J. H.
Hayes, The United States and Spain: An Interpretation (1951), Phi1ip W. Powell, Tree of
Hate. Propaganda and Prejudices Affecting United States Relations with the Hispanic World
(1971), Carlos M. Fernández-Shaw, La presencia española en Estados Unidos (ed. 1987) y
David J. Weber, The Spanish Frontier in North America (1992).
 
Así, después de un cuarto de siglo (1776-1800) de intensas relaciones de colaboración con la
nueva nación, seguirá siglo y medio (1800-1953) de relaciones anodinas o difíciles, jalonadas
de desencuentros, conflictos y hostilidades, solamente compensadas con algunos tratados de
"relaciones generales" y acuerdos comerciales (1902, 1906, 1910). La Guerra Civil española
y la Segunda Guerra Mundial activarán el interés norteamericano por el régimen de Franco.
En realidad, durante la década anterior al Pacto de Madrid se fueron preparando las
condiciones para la alianza, como han demostrado Carlton J. H. Hayes, Willard L. Beaulac,
Arthur P. Whitaker, James W. Cortada y Stanley G. Payne, entre otros. Incluso, quizás, haya
que buscar los precedentes durante la administración F. D. Roosevelt antes de 1939, en las
discretas gestiones del embajador norteamericano en Londres Joseph P. Kennedy y del
"Spanish lobby" (liderado por dirigentes de empresas como Texaco, General Motors, Ford,
etc., y un grupo de senadores católicos como O'Konski, Keogh, Rooney, O'Toole,
McCarran...) en favor de Franco, por su firme posición anti-comunista. El embajador
norteamericano en Paris, William C. Bullitt (que había rescatado a Sigmund Freud de los
nazis), negociará con los agentes de Franco en la capital francesa el reconocimiento oficial
del régimen español en los últimos días de la Guerra Civil. Pero el punto de inflexión se
producirá, sin duda, con la llegada del embajador Carlton J. H. Hayes a Madrid en 1942.
 
La decisiva gestión diplomática de este ilustre historiador de la Universidad de Columbia ha
sido relatada por él mismo en su obra Wartime Mission in Spain: 1942-1945 (1946) y
analizada rigurosamente por John Paul Willson y los mencionados Beaulac y Coverdale.
Aparte de los acuerdos de carácter económico-estratégico (principalmente las exportaciones
de wolframio/tugsteno e importaciones de petróleo españolas), el régimen franquista
abandona la posición de "no beligerancia" y afirma la de estricta neutralidad en el conflicto
mundial (sustitución de Serrano Súñer por Jordana en al Ministerio de Asuntos Exteriores),
que en la práctica se traduce en el inicio de una activa colaboración con los Estados Unidos y
el Reino Unido: pasividad y complacencia respecto a las operaciones aliadas en el
Mediterráneo, retirada de la División Azul, disolución de Falange Exterior, desmantelamiento
de estructuras económicas y de espionaje alemanas, colaboración y soporte de inteligencia a
favor de los refugiados y pilotos aliados que huían de las áreas bajo control nazi en Europa y
Norte de África. En fin, protección y salvamento de un número elevado de judíos (unos
cuarenta mil, según las estimaciones del historiador israelí Haim Avni, o incluso una cifra
superior, según el rabino norteamericano Chaim U. Lipschitz).
 
Aunque la responsabilidad de las decisiones últimas residía, naturalmente, en Franco, los
principales dirigentes y altos funcionarios españoles que protagonizaron el giro pro-aliado
fueron el ministro de Asuntos Exteriores Francisco Gómez Jordana y Sousa, el sub- secretario
José Pan de Soraluce, el director general de política exterior José María Doussinague, el
director de asuntos europeos Germán Baráibar, y el director de asuntos americanos Tomás
Súñer. Es probable que el General Juan Vigón, Jefe del Estado Mayor, y Demetrio Carceller,
ministro de Comercio, también participaran en las decisiones. Aparte de las presiones
británicas, por parte norteamericana llevaron la iniciativa el propio presidente Roosevelt, el
secretario de Estado Cordell Hu1l, el sub-secretario Surnmer Welles, y junto a los
embajadores Alexander Weddell (1939-42) y Carlton J. H. Hayes (1942-45), jugaron un
papel importante el alto funcionario del Departamento de Estado Herbert Feis, el consejero
de la Embajada Willard L. Beaulac, el agregado comercial Ralph Ackerman, el agregado
militar Coronel William Hohenthal, algunos agentes de la OSS (especialmente Walter Smith),
los agregados de información Earl T. Crain y Ernmet Hughes, y los responsables para la
oficina de refugiados Niles Bond y David Blickenstaff.
 
En las últimas décadas del siglo XIX algunos destacados intelectuales y políticos españoles
(F. Pi y Margall, E. Castelar, V. Almirall, G. de Azcárate, R M. de Labra...) habían mostrado
un gran interés y admiración por el sistema político norteamericano. Sin embargo, desde la
crisis del 98, tanto en pensadores y sociólogos como en periodistas españoles, se observará
un cierto "síndrome anti-americano" —las excepciones más notables serán Azorín Los
norteamericanos, 1919), J. F. Yela Utrilla España ante la Independencia de los Estados
Unidos, 1925), Julián Marías Los Estados Unidos en escorzo, 1956) y otras más recientes—
que se prolonga durante el franquismo en autores críticos con una paradójica fascinación por
los Estados Unidos (M. Aznar, J. Camba, A. Assía, M. Blanco Tobío, M. Fraga Iribarne, C. M.
Ydígoras...) y que, curiosamente, se contagia al anti- franquismo y al periodismo de
izquierdas hasta nuestros días (M. Vázquez Montalbán, E. Chamorro, l. Fontes, V. Verdú, J.
Rodríguez Aramberri, C. Elordi, X. Mas...).
 
Incluso no han sido totalmente inmunes al mismo síndrome nacionalista algunos académicos
y analistas de los diferentes aspectos de las relaciones hispano-norteamericanas (Enrique
Fuentes Quintana, Juan Velarde, Ramón Tamames, José Mario Armero, Ángel Viñas, Antonio
Marquina, Fernando Morán).
 
La Guerra Fría y las condiciones estratégicas de la bipolaridad determinarán la conveniencia
de una mayor colaboración entre los dos países. Las negociaciones oficiosas y oficiales
iniciadas durante la administración demócrata de Truman se concluyen durante la
administración republicana de Eisenhower. Aparte de los diversos y rigurosos análisis del
profesor Viñas, los problemas y las circunstancias históricas y políticas que desembocan en
los convenios constitutivos del Pacto de Madrid (26 de Septiembre de 1953) han sido
estudiados por diferentes especialistas norteamericanos en política exterior (A. J. Dorley, L.
Fersworth, R. W. Gilmore, S. S. Kaplan, T. J. Lowi, B. Scowcroft, J. L. Shneidman, S. B.
Weeks, A. P. Whitaker) y sintetizados por el gran historiador e hispanista Stanley G. Payne.
"Además de la ayuda económica y militar —escribirá en su obra Franco. El perfil de la
historia (Madrid: Espasa-Calpe,1992)—, España recibía un sustancioso crédito y la
oportunidad de comprar grandes cantidades de materias primas estadounidenses y
excedentes alimentarios a precios reducidos, y aumentó notablemente el volumen de las
inversiones de capital norteamericano en España. Las cifras oficiales estadounidenses
calculan el valor de todas las modalidades de ayuda económica (incluido los créditos),
durante la década siguiente, en 1.688 millones de dólares, a los que se añadirán 521
millones en ayuda militar. Aunque esto es bastante menos de lo que habían recibido otros
países occidentales a través del Plan Marshall, su impacto fue considerable. El Pacto
incorporaba a España geográficamente a la red militar del Mando Aéreo Estratégico
norteamericano y daba lugar a una significativa presencia militar estadounidense durante los
próximos veinte años o más. No hay duda de que la relación con la mayor potencia del
mundo reforzó al régimen de Franco dentro y fuera de España y aumentó su estabilidad."
 
Junto a los acuerdos y sus derivaciones (inversiones y turismo norteamericanos en España),
el desarrollo económico que experimentó la sociedad española desde finales de los cincuenta
hasta los setenta llevaba incoado un cambio en la cultura política, al que contribuyeron
también los intercambios educativos, culturales y científicos con los Estados Unidos. La
sociedad civil emergente se liberalizó, lo cual hizo posible la transición política y la
consolidación democrática posteriores. El mejor hispanismo norteamericano anterior a
nuestra Guerra Civil, que ya había superado la Leyenda Negra anti-española a partir de
Irving, Ticknor, Longfellow, Lowell, Bolton y Whitaker, tendrá desde los años cincuenta
eminentes representantes en B. Bolloten, P. W. Powell, R. Herr, J. Connelly Ullman, G.
Jackson, S. G. Payne, E. Malefakis, D. J. Weber, etc., que al redescubrir las tradiciones
liberales y democráticas en la España moderna y contemporánea, han contribuido a la
"apertura académica" (expresión del hispanista británico Stephen Jacobson) concomitante a
la liberalización cultural y consiguiente apertura política.
 
El anti-americanismo (analizado desde diferentes puntos de vista por Julián Marías, Paul
Hollander y J. F. Revel, con el interesante precedente de A. Gramsci) resulta demagógico
cuando no tiene en cuenta, además de las razones políticas y morales, la perspectiva y las
categorías de la que Ortega denominó razón histórica. Y, en efecto, existe una razón
histórica para la existencia de los imperios o potencias hegemónicas, al margen de las
voluntades políticas y morales, que sería pueril, cómico y estúpido, —advertía Gramsci—
negar. Para el sutil pensador italiano, la razón histórica de la hegemonía americana habría
que encontrarla en el "excepcionalismo americano" formulado desde Tocqueville: la ausencia
de tradiciones histórico-culturales y ciertas clases o estratos sociales que gravitan en la vieja
Europa, según Gramsci, como "capas de plomo... sedimentaciones viscosamente
parasitarias, residuo de fases históricas pasadas"( Americanismo y fordismo , c.1930).
Parafraseando al profesor Powell, los españoles, que hemos sufrido injustamente una
Leyenda Negra, deberíamos comprender mejor las exigencias y responsabilidades históricas
de las potencias hegemónicas, y aceptando las críticas razonadas y razonables, rechazar las
exageraciones, las descalificaciones generales, y las simples falsedades de la nueva Leyenda
Negra anti-americana.

Alguien ha dicho, también con un poco de exageración, que desde la Cumbre de las Azores
(15 de Marzo de 2003) el presidente Amar ha adquirido un prestigio y una popularidad ante
la opinión pública estadounidense que ningún estadista español había gozado desde Carlos
III con el apoyo a la Independencia de los Estados Unidos. Las razones históricas y
estratégicas que valoran positivamente dicha Cumbre han sido expuestas desde diferentes
ángulos por algunos intelectuales españoles nada sospechosos de ser portavoces del
gobierno (G. Bueno, J. P. Fusi, L. Racionero, E. Lamo de Espinosa, F. Jiménez Losantos, I.
Sánchez Cámara, R. Bardají, etc.). En cualquier caso, sería muy deseable que los políticos
españoles, en el poder y en la oposición, supieran aprovechar responsablemente las
circunstancias en beneficio de los intereses nacionales, a corto y a largo plazo.

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