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Kevin Flannagan
CAPÍTULO 15
Ejercicio No. 1 de Empatía
Carl Rogers y sus colegas llevaron a cabo muchos estudios de investigación sobre cómo
la gente no escucha. Dichos ensayos indican que en muchas de las supuestas conversaciones,
realmente tienen lugar muy pocos intercambios de ideas, y tampoco hay un examen profundo
de los asuntos personales. Lo que normalmente ocurre es lo siguiente:
Digamos que un hombre casado está preocupado por su mujer. Llamémosle Juan. Ha
tenido mucho trabajo y mucha presión, y durante varias semanas ha intentado hacer caso
omiso del problema. Sin embargo, como hemos visto, lograr que el problema pase
desapercibido no ayuda a que éste desaparezca.
Él se educó en una cultura que no alienta a los hombres a hablar de sus problemas
emocionales, así que no tiene ni idea de por dónde empezar o cómo tratar este conflicto tan
estrictamente personal. Queda con su amigo Pedro en tomar algo una noche después del
trabajo y decide que tiene que sacar fuera esta preocupación.
Tal y como hemos visto en el estudio del Focusing y de la Empatía, los síntomas del
problema que todavía no ha resuelto con su mujer se encuentran en su cuerpo. Se sentirá
ansioso, tenso, al límite y muy deprimido. Los síndromes le advierten que hay algo que no va
bien en su vida, por mucho que intente disimularlo. El Observador Silencioso de su interior está
luchando por hablar y decirle que tiene que hacer algo al respecto; su interior desea hablar.
Hemos visto que ahora Juan necesita “focalizar” el problema o que alguien le escuche
empáticamente para poder atender a su espíritu. Si es así, entonces ocurrirían cuatro cosas:
Sin embargo, para que lo anterior ocurra debe, o bien ser escuchado empáticamente o
enfocar de manera precisa su problema. Y, lamentablemente, esto no sucede muy a
menudo, ya que tanto el Focusing como la Empatía siguen siendo secretos bien guardados
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(incluso para algunos psicólogos y consejeros, así que no digamos para la gran mayoría de
la gente).
Necesidades frustradas
Juan se queda con su amigo con la esperanza de poder desahogarse un poco y oír su
consejo. Sin embargo, Pedro, su amigo, ni siquiera tiene idea de cómo tratar sus propios
asuntos emocionales. Nunca le enseñaron ni le alentaron a hablar de ese tipo de cosas. En
consecuencia, su coeficiente de inteligencia emocional es artificialmente bajo o casi
inexistente. Y, como resultado de esta negligencia, le avergüenza muchísimo hablar de algo
que tenga remotamente que ver con lo emocional. Así, la conversación transcurre como
sigue.
Juan empieza a hablar sobre su problema con respecto a su mujer, María, y le comenta
que ni se han hablado ni han hecho ninguna otra cosa juntos, ni siquiera el amor, durante
los últimos dos meses.
Llegados a este punto, Pedro puede responder de una de las siguientes maneras:
Efecto en Juan
Ponte en la piel del pobre Juan y comprueba cómo te sientes en estos momentos. No
sólo no ha sido capaz de explorar su preocupación con respecto a su mujer y aclararlo
interiormente, escuchando a su espíritu interior, sino que encima tiene que enfrentarse a un
montón de consejos y a las historias, expectativas y desestimaciones de otras personas.
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En lugar de sentirse más libre interiormente (lo que habría ocurrido si hubiera focalizado
el problema o si hubiera practicado la Empatía y tomado medidas al respecto), se encuentra
mucho peor. La razón es que ahora tendrá que volver a enterrar y borrar el problema otra vez,
y no sólo durante la tarde que quedó con Pedro mientras éste hablaba de trabajo y deporte.
Seguramente le resultará más difícil cuando tenga que “desahogarse” la próxima vez.
Esa noche fuma y bebe mucho más para deshacerse del problema emocional y del dolor.
Cuando llega a casa no puede comunicar a su mujer ningún avance en la situación. Ella está
enfadada porque él ha estado toda la noche por ahí bebiendo, y como verdaderamente no se
entienden entre ellos, cada uno interpreta que el otro está siendo distante y egoísta, y el
conflicto se agudiza. Ella, por supuesto, no se imagina que Juan ha estado intentando con
valor remediar la situación.
Antes ignoraba por completo cómo se escuchaba de forma efectiva y me pasaba horas
hablando con mis alumnos y amigos de las siguiente manera:
Solucionándoles la vida
“Aconsejándolos” o, más bien, diciéndoles lo que tenían que hacer.
Contándoles cómo me había enfrentado yo a los mismos problemas.
Diciéndoles que eran tontos por preocuparse por un problema como ese.
Ellos me daban las gracias, se despedían, se iban y hacían exactamente lo que hubieran
hecho sin mis consejos. Se ha comprobado que los consejos son en buena parte una
pérdida de tiempo.
La gente vuelve y dice cosas como: “la conversación que tuvimos me sirvió de mucho.
Hice lo que dije que haría: fui a María y ¡dio resultado!” Incluso añaden: “gracias por tus
consejos”.
Ahí es donde tengo que detenerlos y decirles: “Lo hiciste tú, yo sólo escuché lo que me
decías. No te di ningún consejo”. A veces no se creen que ellos mismos hayan dado con la
solución, así que les explico lo que sucede cuando les escucho: “Cuando alguien nos
escucha, empezamos a escuchar la voz de nuestra propia sabiduría interior y a buscar
la vía para solucionar nuestras dificultades”.
Luego, muchas veces hago la misma pregunta: “¿Cómo podría otro ser humano “corto
de vista”, sin tiempo ni espacio, que vive según su propia y muy limitada experiencia,
orientar a otra persona mejor de lo que lo hace esta profunda voz personal que está en
nuestro interior y habla a todo el mundo?
Fernanda Acuña
Mayo de 2003