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acompañamiento terapéutico
Lic. Nora Susana Cavagna
Pero, el saber cuándo y cómo realizar ese contacto corporal, respetando los
tiempos del paciente, su espacio corporal, sus ritmos, la distancia óptima,
sus tiempos y el acercamiento apropiados, sin dejar de tener en cuenta el
cuadro psicopatológico y el momento en el que se encuentra el enfermo,
serán cruciales para que el acompañamiento resulte efectivamente
terapéutico.
Al conocer al paciente que deberá ser acompañado terapéuticamente, las
primeras impresiones que se registran son reacciones corporales que se
tiende a pasar por alto con el tiempo al concentrarse en sus palabras y
acciones, sin embargo revisten el valor de lo auténtico y genuino. A pesar
de todo, el saludo inicial deja sus huellas. A su vez, el habla es algo más que
palabras y frases, ya que comprende la inflexión de la voz, el ritmo y el
gesto, el cual añade riqueza al lenguaje y a la expresión. Incluso el silencio
también dice cosas sobre esa persona.
Los ojos tienen una doble función: son un órgano de visión, pero también de
contacto. Precisamente el contacto ocular es una de las formas más
íntimas que pueden establecerse de contacto entre dos personas, y las
miradas suelen resultar más poderosas que las palabras. Cuando se
encuentran las miradas hay una sensación de contacto físico entre ellas. Su
cualidad y valor depende de la expresión de los ojos. Puede ser tan dura y
fuerte como una bofetada o tan dulce como una caricia. Mucha gente evita
todo contacto ocular porque tiene miedo de que sus ojos puedan ser
reveladores. Y otros se turban al permitir que otra persona escudriñe en sus
sentimientos. Es por eso que se debe ser cuidadoso de no clavar los ojos
cierto tiempo en la persona enferma, ya que puede evitar o desalentar el
contacto con ella. Cuando un paciente se aísla, sus ojos no miran ni se
interesan por el mundo que lo rodea. Lo ven, pero sin excitación ni
sentimiento alguno, percibiéndose inmediatamente la falta de contacto. El
procurar establecer contacto ocular con él constantemente, comenzando
por una mirada breve y receptiva, desviando después la vista, ayuda a
averiguar lo que está pasando por él de momento a momento, y a su vez le
proporciona la seguridad de que se está a su lado.
Es posible entablar contacto con las personas que sufren trastornos
mentales si se emplea suficiente paciencia y comprensión. Empezando por
tener en cuenta el espacio personal que necesita cada paciente en
particular. En general los hombres mantienen una cierta distancia entre
ellos mismos y los otros, según sea el tipo de relación y la situación. Una
especie de burbuja invisible rodea a cada individuo, representando su
margen de seguridad. Si alguien la atraviesa, la respuesta puede ser
retroceder, irritarse o tener una vaga sensación de malestar y un intento
automático de restablecer la distancia previa. Los pacientes
esquizofrénicos por ejemplo necesitan de una mayor distancia para sentirse
cómodos. Por eso al aproximarse a un enfermo de este tipo es crucial
dejarle un amplio espacio para que pueda alejarse, ya que su terror es a
fundirse y disolverse en una pérdida de límites. Contrariamente a las
personas que padecen fobias, con las que el espacio deberá ser estrecho
para generarles mayor seguridad. Y en todos los casos se evaluará
cuidadosamente el grado de proximidad que cada paciente pueda tolerar
con comodidad en sus diferentes momentos. La "distancia ideal u óptima"
es el punto en el que el acompañante terapéutico pueda entender, pero no
en el que se pueda quedar.
A veces los tiempos y ritmos de un enfermo resultan sumamente lentos y en
otros imposibles de seguir, como es el caso de los estados maníacos.
De todas maneras, si bien el contacto con otra piel tiene un efecto
tranquilizador y energizante, los acercamientos deberán ser "graduales" y
"cautelosos". Probando y buscando la manera de ser aceptado en un juego
de aceptación-rechazo, en el que el paciente pondrá a prueba a su
acompañante terapéutico, para comprobar si lo va a poder sostener y
soportar. En ese intento el acompañante terapéutico apelará a distintos
tipos de contacto, dejando de lado el tabú de que el contacto físico está
asociado con la genitalidad, y de que vive en una sociedad de "no contacto".
A su vez procurará que el paciente venza el temor a ser rechazado al tocar a
su acompañante terapéutico y se acerque para romper con su sentimiento
de aislamiento y soledad. Se puede acariciar con la mirada o con una
sonrisa que es el puente más corto entre dos personas. Aproximarse de a
poco y probar primero con un leve contacto de la mano, puede ser un buen
comienzo si el enfermo lo admite. De todos modos al acercarse a una
persona que vive al borde de la desintegración, es esencial encontrar un
cierto equilibrio entre dar demasiado o demasiado poco. Ya que cuando la
patología resulta más grave y más regresivo está el paciente, más también
se tiene que poner el cuerpo. Pero cuanto mayor es el acercamiento, mayor
también es el compromiso. Así, algunos necesitarán ser acunados en una
función de maternaje y otros, que se los mantenga a una determinada
distancia con límites precisos, como en el caso de los adictos.
Sin embargo, hay que saber en qué momento acariciar, teniendo en cuenta
el estado del paciente y la parte corporal que se elige. Por ejemplo tocar
una zona próxima a los genitales como el muslo puede provocar erotización
o agresión.
Resulta imprescindible que el acompañante terapéutico mantenga una
"disposición expectante" por la cual se halle dispuesto, alerta y listo para
salir a la arena y atajar en cualquier momento las situaciones que se le
presenten. Si bien los pasos del enfermo pueden ser vacilantes o tímidos,
también es esperable que pueda ocurrir una reacción violenta y agresiva,
cuando no emociones sexuales presentadas de manera sutil o directa. Las
dos situaciones más difíciles de enfrentar por parte de los acompañantes
terapéuticos, sean hombres o mujeres quienes los realicen, son la
agresividad y la sexualidad. Constituye una regla de ética profesional el que
no pueda haber una relación sexual con los pacientes ni agresiones de
ninguna clase. Pero el acompañante terapéutico puede verse enredado y
entrar en el juego por sentimientos personales, entorpeciendo así la
relación, y no pudiendo poner ni ponerse límites. No deberá asustarse por
las fantasías que le surjan al respecto, pero sí estando cercano a la acción.
Estos temas necesitarán ser hablados y trabajados con el equipo
terapéutico, el cual es el indicado junto con quien lo supervisa, de
rescatarlo de su ceguera.
Por último, el abrazo es la forma de contacto humano que contiene más al
otro y produce alivio al compartir. Abrazar es una respuesta natural para
demostrar distintos sentimientos. A veces para calmar miedos, angustias,
dar seguridad y protección.
El acompañante terapéutico tenderá a regularle al enfermo los intercambios
afectivos en una forma más adecuada, a través de un "vínculo" diferente a
los que tuvo anteriormente, con la intención de mejorar las relaciones del
paciente y ayudarlo a reformular el desarrollo de una personalidad más
armónica con su medio.
De todo lo dicho hasta aquí se desprende lo comprometido de la tarea de
ser acompañante terapéutico. Cuando se toca corporalmente a otro con
fines terapéuticos, se levantan emociones, se crean compromisos, se
requiere presencia e inclusión en ese vínculo, entrega, respeto y
consideración por el otro, como alguien valioso a quien se intenta
comprender y ayudar.
Bibliografía