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el contacto corporal en el

acompañamiento terapéutico
Lic. Nora Susana Cavagna

Si bien nos comunicamos todo el tiempo y a menudo sin hablar,


probablemente la comunicación no verbal sea responsable de más de lo que
sucede entre los seres humanos que el hablar mismo.
"El cuerpo no miente", dice un viejo proverbio y con razón. Precisamente
porque representa un código de comunicación privilegiado, el "lenguaje del
cuerpo" resulta más revelador que el verbal. Esta concepción se agiganta
en el caso de los enfermos mentales, ya que muchos han perdido una parte
de la gama total de las expresiones emocionales humanas. Los síntomas
descriptos con palabras por el sujeto perturbado se complementan con sus
aspectos no verbales y con el "lenguaje de los hechos".
Sin embargo, decimos que el lenguaje del cuerpo no engaña, pero sólo si el
observador sabe leerlo y descifrar sus mensajes. ¿De qué manera?
Interactuando y sintiendo cómo siente la otra persona, aunque no lo que
siente, porque las emociones son algo privado y subjetivo. Así, esto
constituye un proceso empático que permite descifrar los estados
emocionales del otro y reaccionar frente a ellos en el intercambio afectivo.
Por lo tanto, para leer el lenguaje corporal se necesita estar en contacto
con el propio cuerpo y ser sensible a su expresión.
Justamente, el acompañante terapéutico es un agente de salud entrenado
para realizar básicamente una tarea de contención a pacientes crónicos y
agudos; en un nivel vivencial, no interpretativo, y para el cual debe poner el
cuerpo y constituir una presencia receptiva, cálida y confiable. Trabaja
insertado en un equipo terapéutico interdisciplinario siguiendo las
consignas del terapeuta de cabecera. Este enfoque de mínima distancia y
gran disponibilidad afectiva favorece una mayor eficiencia terapéutica.
Tocar a un paciente supone mucho más que técnica, ya que al hacerlo la
experiencia es inevitablemente mutua.
Los estímulos corporales se pueden definir tanto en función de las
"sensaciones" que generan como de las "intenciones" de quien los provoca.
Los enfermos mentales suelen tener un grado tal de sensibilidad y
percepción, que aprecian sin dificultad la diferencia entre un contacto firme
y otro acartonado, o entre uno mecánico y otro lleno de sentimiento y
afecto.
Ahora bien, ¿a qué se debe que la estimulación táctil aplicada en forma de
contacto, caricias o abrazos ejerza tan extraordinario influjo en los
trastornos emocionales? La explicación es que justamente resulta esencial
para el crecimiento y desarrollo físico y de la conducta, existiendo una
relación directa entre las experiencias táctiles vividas durante la infancia
(sólo basta recordar las realizadas por Spitz y Harlow al respecto) y el tacto
demostrado en la edad adulta. Por lo tanto el contacto físico es importante
para el bienestar emocional y corporal durante toda la vida. La satisfacción
de las necesidades cutáneas confiere a toda edad la sensación de
seguridad y de que se es apreciado.
Los significados asignados al contacto táctil varían de acuerdo con:
1. La parte del cuerpo tocada (espalda, cabeza, pecho, cara, manos,
hombros);
2. El tiempo que dura ese contacto;
3. La fuerza aplicada, por ejemplo una caricia puede causar consquillas, y si
se la repite puede convertirse en algo doloroso;
4. La frecuencia del toque;
5. El modo de tocar: abrazar, palmear, sostener, besar, guiar, apoyarse,
acariciar y enlazarse.
En el ser humano el tacto se halla repartido por toda la superficie cutánea,
pero está especialmente desarrollado en la yema de los dedos y en los
labios. Así, el lactante aprehende tanto el mundo que lo rodea como los
alimentos que ingiere merced a sus labios, y éstos representan durante los
primeros meses la única vía de conocimiento. En virtud de ello, pronto
adquiere el hábito de aplicar los labios contra los objetos, y más adelante
usa la yema de los dedos y la palma de las manos. Por lo tanto aprende
antes a tocar que a ver.
La palabra tacto podría definirse como la acción de tocar con la mano u otra
parte del cuerpo, es decir como el acto de sentir ciertas cualidades de un
objeto mediante su contacto con la piel. A este respecto conviene hacer
hincapié sobre la importancia que reviste el hecho de sentir, ya que si bien
el tacto no es en sí un afecto, sus elementos sensoriales provocan
alteraciones nerviosas, glandulares, musculares y mentales cuya
combinación denominamos "emoción". Basta con tomarle la mano a una
persona sometida a una situación angustiosa para reducir
considerablemente su ansiedad e instaurar un clima de tranquilidad y mutua
confianza.

Pero, el saber cuándo y cómo realizar ese contacto corporal, respetando los
tiempos del paciente, su espacio corporal, sus ritmos, la distancia óptima,
sus tiempos y el acercamiento apropiados, sin dejar de tener en cuenta el
cuadro psicopatológico y el momento en el que se encuentra el enfermo,
serán cruciales para que el acompañamiento resulte efectivamente
terapéutico.
Al conocer al paciente que deberá ser acompañado terapéuticamente, las
primeras impresiones que se registran son reacciones corporales que se
tiende a pasar por alto con el tiempo al concentrarse en sus palabras y
acciones, sin embargo revisten el valor de lo auténtico y genuino. A pesar
de todo, el saludo inicial deja sus huellas. A su vez, el habla es algo más que
palabras y frases, ya que comprende la inflexión de la voz, el ritmo y el
gesto, el cual añade riqueza al lenguaje y a la expresión. Incluso el silencio
también dice cosas sobre esa persona.
Los ojos tienen una doble función: son un órgano de visión, pero también de
contacto. Precisamente el contacto ocular es una de las formas más
íntimas que pueden establecerse de contacto entre dos personas, y las
miradas suelen resultar más poderosas que las palabras. Cuando se
encuentran las miradas hay una sensación de contacto físico entre ellas. Su
cualidad y valor depende de la expresión de los ojos. Puede ser tan dura y
fuerte como una bofetada o tan dulce como una caricia. Mucha gente evita
todo contacto ocular porque tiene miedo de que sus ojos puedan ser
reveladores. Y otros se turban al permitir que otra persona escudriñe en sus
sentimientos. Es por eso que se debe ser cuidadoso de no clavar los ojos
cierto tiempo en la persona enferma, ya que puede evitar o desalentar el
contacto con ella. Cuando un paciente se aísla, sus ojos no miran ni se
interesan por el mundo que lo rodea. Lo ven, pero sin excitación ni
sentimiento alguno, percibiéndose inmediatamente la falta de contacto. El
procurar establecer contacto ocular con él constantemente, comenzando
por una mirada breve y receptiva, desviando después la vista, ayuda a
averiguar lo que está pasando por él de momento a momento, y a su vez le
proporciona la seguridad de que se está a su lado.
Es posible entablar contacto con las personas que sufren trastornos
mentales si se emplea suficiente paciencia y comprensión. Empezando por
tener en cuenta el espacio personal que necesita cada paciente en
particular. En general los hombres mantienen una cierta distancia entre
ellos mismos y los otros, según sea el tipo de relación y la situación. Una
especie de burbuja invisible rodea a cada individuo, representando su
margen de seguridad. Si alguien la atraviesa, la respuesta puede ser
retroceder, irritarse o tener una vaga sensación de malestar y un intento
automático de restablecer la distancia previa. Los pacientes
esquizofrénicos por ejemplo necesitan de una mayor distancia para sentirse
cómodos. Por eso al aproximarse a un enfermo de este tipo es crucial
dejarle un amplio espacio para que pueda alejarse, ya que su terror es a
fundirse y disolverse en una pérdida de límites. Contrariamente a las
personas que padecen fobias, con las que el espacio deberá ser estrecho
para generarles mayor seguridad. Y en todos los casos se evaluará
cuidadosamente el grado de proximidad que cada paciente pueda tolerar
con comodidad en sus diferentes momentos. La "distancia ideal u óptima"
es el punto en el que el acompañante terapéutico pueda entender, pero no
en el que se pueda quedar.
A veces los tiempos y ritmos de un enfermo resultan sumamente lentos y en
otros imposibles de seguir, como es el caso de los estados maníacos.
De todas maneras, si bien el contacto con otra piel tiene un efecto
tranquilizador y energizante, los acercamientos deberán ser "graduales" y
"cautelosos". Probando y buscando la manera de ser aceptado en un juego
de aceptación-rechazo, en el que el paciente pondrá a prueba a su
acompañante terapéutico, para comprobar si lo va a poder sostener y
soportar. En ese intento el acompañante terapéutico apelará a distintos
tipos de contacto, dejando de lado el tabú de que el contacto físico está
asociado con la genitalidad, y de que vive en una sociedad de "no contacto".
A su vez procurará que el paciente venza el temor a ser rechazado al tocar a
su acompañante terapéutico y se acerque para romper con su sentimiento
de aislamiento y soledad. Se puede acariciar con la mirada o con una
sonrisa que es el puente más corto entre dos personas. Aproximarse de a
poco y probar primero con un leve contacto de la mano, puede ser un buen
comienzo si el enfermo lo admite. De todos modos al acercarse a una
persona que vive al borde de la desintegración, es esencial encontrar un
cierto equilibrio entre dar demasiado o demasiado poco. Ya que cuando la
patología resulta más grave y más regresivo está el paciente, más también
se tiene que poner el cuerpo. Pero cuanto mayor es el acercamiento, mayor
también es el compromiso. Así, algunos necesitarán ser acunados en una
función de maternaje y otros, que se los mantenga a una determinada
distancia con límites precisos, como en el caso de los adictos.

Sin embargo, hay que saber en qué momento acariciar, teniendo en cuenta
el estado del paciente y la parte corporal que se elige. Por ejemplo tocar
una zona próxima a los genitales como el muslo puede provocar erotización
o agresión.
Resulta imprescindible que el acompañante terapéutico mantenga una
"disposición expectante" por la cual se halle dispuesto, alerta y listo para
salir a la arena y atajar en cualquier momento las situaciones que se le
presenten. Si bien los pasos del enfermo pueden ser vacilantes o tímidos,
también es esperable que pueda ocurrir una reacción violenta y agresiva,
cuando no emociones sexuales presentadas de manera sutil o directa. Las
dos situaciones más difíciles de enfrentar por parte de los acompañantes
terapéuticos, sean hombres o mujeres quienes los realicen, son la
agresividad y la sexualidad. Constituye una regla de ética profesional el que
no pueda haber una relación sexual con los pacientes ni agresiones de
ninguna clase. Pero el acompañante terapéutico puede verse enredado y
entrar en el juego por sentimientos personales, entorpeciendo así la
relación, y no pudiendo poner ni ponerse límites. No deberá asustarse por
las fantasías que le surjan al respecto, pero sí estando cercano a la acción.
Estos temas necesitarán ser hablados y trabajados con el equipo
terapéutico, el cual es el indicado junto con quien lo supervisa, de
rescatarlo de su ceguera.
Por último, el abrazo es la forma de contacto humano que contiene más al
otro y produce alivio al compartir. Abrazar es una respuesta natural para
demostrar distintos sentimientos. A veces para calmar miedos, angustias,
dar seguridad y protección.
El acompañante terapéutico tenderá a regularle al enfermo los intercambios
afectivos en una forma más adecuada, a través de un "vínculo" diferente a
los que tuvo anteriormente, con la intención de mejorar las relaciones del
paciente y ayudarlo a reformular el desarrollo de una personalidad más
armónica con su medio.
De todo lo dicho hasta aquí se desprende lo comprometido de la tarea de
ser acompañante terapéutico. Cuando se toca corporalmente a otro con
fines terapéuticos, se levantan emociones, se crean compromisos, se
requiere presencia e inclusión en ese vínculo, entrega, respeto y
consideración por el otro, como alguien valioso a quien se intenta
comprender y ayudar.

Bibliografía

Mark L. Knapp, La comunicación no verbal, Barcelona, Paidós, 1992.


W. Pasini, Intimidad, Buenos Aires, Paidós, 1992.
Ashley Montagu, El sentido del tacto, Aguilar.
Jürgen Ruesch, Comunicación terapéutica, Buenos Aires, Paidós, 1980.
N. Cavagna, "¿Qué es el acompañamiento terapéutico?", Dinámica, año 1,
vol. 1, Nº 1, octubre de 1994.
Michael Argyle, Análisis de la interacción, Buenos Aires, Amorrortu

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