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21/12/2018

Hacia la supresión de la calificación del concurso


Aurelio GURREA MARTÍNEZ
Universidad de Harvard

LA LEY 19387/2017

I. Introducción
La sección de calificación es una institución concursal española inexistente en las principales
legislaciones de nuestro entorno que tiene sus orígenes más inmediatos en las Ordenanzas de Bilbao
de 1737 y surge con la finalidad de incorporar al Derecho español la función represiva clásicamente
asociada al deudor insolvente. Como será examinado, este sistema de etiquetado o calificación de
deudores resulta indeseable por varios motivos. En primer lugar, y desde una perspectiva ex ante,
puede perjudicar el emprendimiento, la innovación, la utilización de deuda y la solicitud tempestiva
del concurso. En segundo lugar, y desde una perspectiva ex post, puede perjudicar la rehabilitación
económica y social de determinados deudores que, en ocasiones, incluso han podido devenir
insolventes por causas fortuitas.
En tercer lugar, el actual sistema de calificación del concurso permite que posibles deudores
insolventes por causas fortuitas puedan ser etiquetados como culpables, mientras que posibles
deudores culpables e incluso fraudulentos puedan salir impunes del concurso. En cuarto lugar, la
existencia de la calificación del concurso, tal y como está diseñada, dificulta que pueda lograrse una
solución eficiente de la insolvencia, ya que el sistema incentiva que los deudores (incluso inviables)
eviten o cuando menos pospongan la apertura de liquidación como medida para evitar la sección de
calificación. En quinto lugar, la sección de calificación del concurso tampoco contribuye a las
funciones tradicionalmente asignadas al Derecho concursal. De hecho, incluso puede perjudicar la
función solutoria y reorganizativa del concurso, y ni siquiera resulta una institución necesaria para
castigar a quienes hubieran realizado algún tipo de conducta indeseable. En consecuencia, razones de
justicia y eficiencia parecen justificar la supresión o, en su defecto, reforma del sistema de
calificación del concurso.
En cualquier caso, y como será examinado a lo largo del presente trabajo, esta supresión o, en su
defecto, reforma del sistema de calificación del concurso no debe suponer, ni mucho menos, la
impunidad de conductas indeseables. De hecho, todo lo contrario: nuestra propuesta permitiría
castigar a aquellos deudores que, valiéndose de mejores recursos o estrategias legales, intentaran
«sortear» el sistema y salir indemnes del concurso, aunque hayan generado o agravado la insolvencia
incluso de manera maliciosa. Al mismo tiempo, la implementación de nuestra propuesta de reforma
evitaría el incoherente e injusto castigo de etiquetar como culpables a posibles deudores que
hubieran venido insolventes por causas fortuitas.

II. Los orígenes de la calificación del concurso y su desconocimiento en otros


sistemas concursales
1. Los orígenes de la represión del deudor
La represión del deudor insolvente se remonta al Derecho romano. En concreto, la manus iniectio

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consagrada en la Ley de las XII Tablas regulaba un procedimiento de ejecución personal que, en
esencia, suponía entregar el deudor a sus acreedores, con la finalidad de que éstos pudieran venderlo
o, en su caso, darle muerte y repartirse sus trozos ( 1 ) . Esta institución se abolió con la
promulgación de la Lex Poetelia Papiria del año 326 a.C., que, en este sentido, se centró en los bienes
y derechos del deudor (2) . De esta manera, surgen, en el derecho pretoriano, las instituciones de la
mission in bona y l a bonorum venditio, destinadas a ejecutar los bienes y derechos del deudor
insolvente.
La mission in bona consistía en la sustitución del deudor por parte de sus acreedores, con el objeto
de proceder a la venta de sus bienes (3) . Sólo en el caso de que los bienes del deudor resultaran
insuficientes para la satisfacción de todos los acreedores, se podría proceder a la prisión del deudor y
a su infamia. Por su parte, la bonorumvenditio supuso un paso adelante en la despenalización del
deudor insolvente. Mediante esta institución, consistente en ceder todo el patrimonio del deudor a
sus acreedores para que procedieran a su venta, los deudores se podían liberar de la infamia, e
incluso retener, en ocasiones, algunos de sus bienes (4) .
En cualquier caso, y a pesar de la existencia de estas instituciones dirigidas a la tutela del crédito, no
parece que pueda hablarse de un «Derecho concursal» en Roma (5) . Sin embargo, resulta cuando
menos ilustrativa la represión del deudor insolvente en el Derecho romano, al objeto de valorar la
progresiva despenalización que, como veremos, ha ido experimentando el deudor insolvente a lo
largo de la historia.
Los orígenes más inmediatos de los procedimientos concursales modernos parecen remontarse a los
estatutos italianos de la Baja Edad Media (6) . En este sentido, el Derecho concursal desplegaba su
mayor severidad dentro del ámbito de los comerciantes, como consecuencia de las mayores
exigencias requeridas a los mercaderes como profesionales cualificados del tráfico mercantil. En
concreto, junto a las sanciones civiles y penales que generaba una situación de insolvencia, los
comerciantes que hubieran «quebrado» la confianza del mercado por haber adquirido dinero a crédito
y, por el motivo que fuere, no hubieran podido devolverlo, se veían condenados a diversas prácticas
difamatorias, así como a la ruptura de su banca de comercio, en el conocido acto que dio origen a la
acepción «bancarrota» (del latín, banca rupta), para referirse a la quiebra de los comerciantes (7) .
El Derecho concursal se configuraba, de esta manera, como instrumento de represión social para
aquellos sujetos que hubieran causado un daño directo a la ordenada convivencia de la comunidad,
como se entendía que provocaba la quiebra (8) . Por este motivo, la propia declaración de quiebra
suponía un delito, en tanto que el quebrado era sospechoso de fraude (est decoctor, ergo fraudator).
Sin embargo, a partir del siglo XV (9) comenzó a valorarse la conducta del deudor en torno a la
generación de la insolvencia, al objeto de permitirle probar si, en su caso, la situación de insolvencia
fue originada por hechos fortuitos (10) . Por este motivo, resulta paradójico que, como será
examinado, esta posibilidad otorgada por el Derecho concursal español del siglo XV ni siquiera exista
en una legislación concursal «moderna» como, se supone, es la Ley 22/2003, de 9 de Julio,
Concursal (LA LEY 1181/2003).

2. La creación de una pieza procedimental separada para la calificación de la


quiebra en las Ordenanzas de Bilbao y las Ordenanzas Consulares de Málaga
Este nuevo cambio de tendencia en la represión del deudor insolvente se vio materializado en
España, principalmente, en las Ordenanzas de Bilbao de 1737, que distinguía tres clases de quiebra:
(i) quiebra por atraso; (ii) quiebra fortuita; y (iii) quiebra fraudulenta (11) . La quiebra por atraso se
atribuía a los comerciantes que no pagaban lo que debían a su debido tiempo. No obstante, estos
comerciantes disponían de bienes bastantes para pagar íntegramente sus deudas. La quiebra fortuita,
por su parte, incluía las situaciones de insolvencia derivadas de los infortunios que podían provocar
el mar o la tierra. Por tanto, no eran consecuencia de una conducta dolosa o culposa del deudor.

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Finalmente, la quiebra fraudulenta era aquella situación de insolvencia provocada por quienes
arriesgaban los caudales ajenos con dolo y fraude.
Las sanciones impuestas al deudor quebrado variaban en función del tipo de quiebra. En este sentido,
a los quebrados por atraso se les guardaba el honor de su crédito, buena opinión y fama (capítulo
XVIII, núm. II). Por su parte, a los quebrados por infortunio, además de su atribución de
«inculpables», se les privaba de voz activa y pasiva en el Consulado hasta que hubieran satisfecho la
totalidad de sus deudas (capítulo XVII, núm. III). Finalmente, a los quebrados fraudulentos se les
castigaba con la mayor severidad, hasta el punto de considerarlos como «infames ladrones públicos,
robadores de hacienda ajena» (capítulo XVII, núm. IV).
Las Ordenanzas de Bilbao de 1737 ponen de manifiesto, en cualquier caso, una tendencia hacia la
desestigmatización del deudor insolvente, en tanto que, por el hecho de ser insolvente, no se
presumía, de manera automática, un ánimo defraudatorio. Esta despenalización pareció ser todavía
más latente en el Derecho inglés, donde, en 1705, se reguló por primera vez la figura de la discharge
para el deudor persona física, aunque no fuera —como en la actualidad generalmente se atribuye—
con la finalidad de conceder una «segunda oportunidad» al deudor honesto y desafortunado, sino de
incentivar al deudor para cooperar en el proceso concursal (12) .
Finalmente, y antes de describir la represión del deudor insolvente en la codificación española del
siglo XIX, parece necesario remitirnos a la regulación concursal prevista en las Ordenanzas
Consulares de Málaga, como consecuencia de su notable influencia en el Código de Comercio (13) .
En este sentido, las Ordenanzas Consulares de Málaga distinguían cinco clases de quiebra: (i)
suspensión de pagos; (ii) falencia inculpable; (iii) falencia culpable; (iv) falencia fraudulenta; y (v)
alzamiento (libro IV, art. 1044). La suspensión de pagos se definía como un estado del comerciante
que no podía cumplir con puntualidad sus obligaciones, pero presentaba bienes suficientes para
atender sus deudas en un breve lapso de tiempo (art. 1045). La falencia inculpable era aquella
situación en la que se encontraba el comerciante que, por infortunios imprevistos, no hubiera podido
evitar la generación de pérdidas que le imposibilitaran a pagar sus deudas en todo o en parte (art.
1046). Las falencias culpables, por su parte, podían decretarse en varios supuestos, incluyendo
aquellos en que los libros del deudor estuviesen irregularmente llevados aunque tales irregularidades
no entrañaran fraude ni dañaran a tercero (art. 1047) (14) .
Por su parte, un comerciante era declarado en quiebra fraudulento cuando concurrieran una
heterogeneidad de supuestos que abarcaban desde el incumplimiento del deber de presentar al
tribunal la memoria en que se expusieran cuáles habían sido los motivos inmediatos de la quiebra
hasta, por ejemplo, el no tener todos sus libros en regla o éstos se encontrasen enmendados
maliciosamente (arts. 1048 y 1123).
Finalmente, las Ordenanzas Consulares de Málaga contemplaban el supuesto de alzamiento como
quinta clase de quiebras para aquellas situaciones más graves en las que, por ejemplo, el
comerciante hubiera ocultado dinero de su comercio, hubiera hecho ventas o donaciones supuestas,
hubiera supuesto en los libros o estados de su falencia gastos o pérdidas, o hubiera hecho conciertos
privados con algunos de sus acreedores en perjuicio de los demás (art. 1050).
Al igual que ocurría en las Ordenanzas de Bilbao, los efectos de la insolvencia sobre el deudor en las
Ordenanzas Consulares de Málaga dependían de la tipología de quiebra. En los casos de suspensión
de pagos y falencias inculpables, se levantaba el arresto del fallido y se le habilitaba para continuar
el comercio (art. 1068). Por su parte, en las falencias culpables, aunque tuviera lugar el
levantamiento del arresto del fallido, se le inhabilitaba para obtener empleos honoríficos. Finalmente,
en las quiebras fraudulentas y alzamientos, no sólo se imponían penas multas o se inhabilitaba al
deudor para ejercer el comercio de manera perpetua, sino que también se procedía de inmediato a la
prisión del fallido en la cárcel pública, pasando testimonio al Juzgado Real Ordinario para la

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aplicación de las penas personales aflictivas a las que hubiera lugar por las leyes (art. 1070).
Por último, parece relevante destacar que las Ordenanzas Consultares de Málaga también preveían
una sección específica para la tramitación de la calificación de la quiebra (arts. 1056 a 1080). Por
tanto, también en este aspecto parecen asemejarse a la «sección de calificación» que, como veremos,
se trasladó al Derecho de la codificación, y que, inexplicablemente, todavía existente en el Derecho
concursal español del siglo XXI.

3. La sección de calificación en la legislación concursal española de los siglos XIX y


XX
La legislación concursal española del siglo XIX fue marcada inicialmente por el Código de Comercio
de 1829 (LA LEY 1/1829). En este sentido, y en términos similares a los previstos en las Ordenanzas
Consulares de Málaga, el Código de Comercio de 1829 (LA LEY 1/1829) preveía cinco tipologías de
quiebras: (i) la suspensión de pagos; (ii) la insolvencia fortuita; (iii) la insolvencia culpable; (iv) la
insolvencia fraudulenta; y (v) el alzamiento, que era un supuesto que, aunque no se regulara
expresamente, se incluía expresamente como un tipo de quiebra (art. 1002 (LA LEY 1/1829)). No
obstante, estos supuestos de quiebra se redujeron a tres en el Código de Comercio de 1885 (LA LEY
1/1885): (i) la quiebra fortuita; (ii) la quiebra culpable; y (ii) la quiebra fraudulenta. En este sentido,
la quiebra fortuita se definía legalmente como una situación debida al infortunio del comerciante (15)
. Por su parte, para la determinación de una quiebra como culpable o fraudulenta se establecía un
régimen de presunciones iuris tantum e iuris et de iure, donde, en ocasiones, era irrelevante que estos
hechos hubieran afectado o no a la generación o agravación de la insolvencia, tal y como acontece en
la actualidad con el sistema de calificación del concurso (16) .
Entre los principales supuestos que constituían, en todo caso, la calificación culpable de la quiebra se
encontraba el acaecimiento de pérdidas en cualquier especie de juegos, así como otra serie de
apuestas o comportamientos negligentes en los que el deudor arriesgara o despilfarrara su
patrimonio (art. 888) (LA LEY 1/1885). Por su parte, entre los supuestos que, salvo prueba en
contrario, implicaban la calificación culpable de la quiebra, se encontraban los incumplimientos
generales del deber de llevanza de la contabilidad (v., en este sentido, art. 888 CCom (LA LEY
1/1885) y SSTS de 18 de mayo de 1893 y 18 de noviembre de 1970) (17) .
Asimismo, y siguiendo la línea de los textos concursales anteriores, el Código de Comercio de 1885
(LA LEY 1/1885) también preveía la creación de una sección específica para la calificación de la
quiebra. El fundamento de este «juicio de calificación» era, según la doctrina, la situación de orden
público a la que daba lugar la quiebra (18) . Además, la calificación de la quiebra no resultaba una
cuestión baladí, ya que, junto a los efectos civiles y reputaciones que podía suponer la calificación
(19) , la constatación de una quiebra fraudulenta o, en ocasiones, incluso culpable, permitía iniciar
un proceso penal.
Cuestión similar se establecía en la Ley de Suspensión de Pagos de 1922 (LA LEY 1/1922), donde
también se regulaba un juicio o pieza separada de calificación (20) . No obstante, para la depuración
de responsabilidades civiles, la Ley de Suspensión de Pagos se remitía a los artículos de 886 a 894
del Código de Comercio (LA LEY 1/1885)relativos a la calificación de la quiebra, y establecía, a su
vez, que este juicio de calificación se tramitase conforme a las disposiciones contenidas en la
derogada Ley de Enjuiciamiento Civil para los juicios declarativos ordinarios de mayor cuantía, y que
las resoluciones judiciales que se dictaran en esta pieza separada no prejuzgaban ni impedían el
ejercicio de acciones penales (21) . En consecuencia, en la Ley de Suspensión de pagos se aprecia
una primera separación entre los efectos civiles y penales derivados de las situaciones de insolvencia,
que, como veremos, será la línea que adopte el legislador concursal del siglo XXI.

4. La inexistencia de la sección de calificación en la mayoría de sistemas

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concursales de nuestro entorno


La sección de calificación del concurso resulta una institución desconocida en las principales
legislaciones concursales de nuestro entorno. Baste con observar, a modo de ejemplo, los sistemas
del Reino Unido, Estados Unidos, Francia o Alemania, donde los deudores merecedores de castigo
también resultan sancionados, pero no a través un sistema de «etiquetado previo» (22) . En nuestra
opinión, éste debería ser el camino para acabar por fin con la estigmatización de la insolvencia.
Además, esta supresión del etiquetado de los deudores tiene mayor sentido si se tiene en cuenta que,
mientras que no genera ningún beneficio, puede suponer varios efectos perjudiciales, sobre todo, si
se diseña como se ha hecho en España, donde incluso se permite etiquetar de culpable a un posible
deudor insolvente por causas fortuitas, o se permite que deudores culpables e incluso fraudulentos
puedan salir impunes del concurso.
Sin embargo, el hecho de que no haya etiquetado previo de los deudores no significa, ni mucho
menos, que no haya sanción. Sencillamente, otros países tienden a reprimir, sin más, los actos y
omisiones que tengan por objeto un daño patrimonial a los acreedores como consecuencia del
incumplimiento de los deberes de los administradores en situaciones de insolvencia o pre-insolvencia
(23) ; o prevén un sistema de inhabilitaciones para castigar aquellas conductas cometidas por el
deudor (o, en caso de personas jurídicas, por los administradores sociales) que, a juicio del
legislador, puedan considerarse perjudiciales para los intereses del mercado o, en general, de
terceros (24) ; o, en fin, se procede a la apertura de un juicio penal paralelo si hubiera connotaciones
de fraude de acreedores u otro tipo de actuación delictiva.
Por tanto, sin perjuicio de que el Derecho concursal pueda ser utilizado para sancionar las conductas
indeseables que hubiera cometido el deudor (aunque, como veremos, estas conductas también
podrían ser sancionadas fuera del concurso), la mayoría de jurisdicciones concursales modernas de
nuestro entorno no parecen etiquetar a los deudores, y, ni mucho menos, hacer depender las posibles
sanciones impuestas al deudor de la existencia previa de este etiquetado, o de la solución concreta
de la insolvencia (convenio o liquidación). Y es que, como será examinado, el etiquetado no sólo
resulta innecesario para cumplir las funciones encomendadas al Derecho concursal, sino que,
además, también puede generar diversos efectos perjudiciales. Por tanto, creemos que debería
suprimirse de la Ley Concursal.

III. La función (y disfunción) de la sección de calificación del concurso


1. La función general de la calificación del concurso
Con carácter general, la doctrina suele definir la calificación del concurso como la pieza
procedimental en la que tiene lugar el enjuiciamiento de la conducta del deudor en torno a la
generación o agravación del estado de insolvencia, al objeto de depurar, en su caso, las oportunas
responsabilidades civiles (25) . Sin embargo, existen supuestos en los que, procediendo la apertura
de la sección de calificación (esto es, cuando se hubiere aprobado un convenio que, por voluntad
legislativa, se entiende —o presume— gravoso para los acreedores, o cuando se hubiere producido la
apertura de la fase de liquidación), el concurso puede ser calificado como culpable sin que, en
ningún caso, se hubiere valorado la conducta del deudor en relación a la generación o agravación de
la insolvencia (26) . De hecho, incluso podría producirse la paradoja de declarar como culpable un
concurso en el que quedase probado que la situación de insolvencia se ha generado de manera
fortuita (27) .
Por este motivo, y a diferencia de lo que parece afirmar la mayor parte de la doctrina, no creemos
que la calificación del concurso tenga por objeto el enjuiciamiento de la conducta del deudor en
relación a la generación o agravación del estado de insolvencia. En nuestra opinión, la calificación del
concurso sólo supone un mecanismo para la represión de determinadas conductas que, a juicio del

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legislador, se consideran perjudiciales para los intereses de terceros, y entre las que se encontraría,
sin duda alguna, la generación o agravación dolosa o gravemente culposa de una situación de
insolvencia (28) .
Consecuencia de lo anterior, la legislación concursal española permite que, en determinados
supuestos, pueda determinarse la calificación culpable del concurso, aunque el deudor pudiera probar
incluso que la situación de insolvencia se produjo por causas totalmente fortuitas. Esta paradójica
calificación culpable de un concurso con insolvencia fortuita podría producirse, por ejemplo, en
determinados supuestos de hecho que determinan la calificación culpable del concurso (art. 164.2 LC
(LA LEY 1181/2003)), y entre los que, muy especialmente, destacan determinados incumplimientos
asociados a deberes contables (véase, en este sentido, los supuestos previstos en el art. 164.2-1.º de
la Ley Concursal (LA LEY 1181/2003)y, aunque sean presunciones iuris tantum, pueden verse también
los supuestos previstos en el art. 165-3.º LC, (LA LEY 1181/2003) que también supondrán, salvo
prueba en contrario, el carácter culpable del concurso) (29) . De hecho, es posible que un concurso
pueda declararse como culpable incluso aunque el deudor pruebe que, además de devenir insolvente
por causas fortuitas, realizó de manera involuntaria alguna conducta que incluso hubiera podido
favorecer a los acreedores (30) .
El problema en tales supuestos estriba en que, junto a las sanciones civiles derivadas de la
calificación culpable (31) , el deudor por causas fortuitas también tendría que sufrir la sanción
reputacional que le supondría en el mercado y, en general, en la sociedad, la etiqueta de «deudor
culpable» (32) . Además, habida cuenta de que, desde la promulgación de la Ley 22/2003, de 9 de
julio, Concursal (LA LEY 1181/2003), se ha eliminado la distinción entre quiebra culpable y quiebra
fraudulenta, y, bajo los mismos supuestos de concurso culpable, se incluyen algunos supuestos
tradicionales de quiebra fraudulenta, sería razonable entender que el mercado y la sociedad en su
conjunto etiquetaran como «deudor fraudulento» a un deudor que sólo ha sido «culpable» (en
sentido técnico-concursal) y, en ocasiones, incluso «fortuito», no sólo por una cuestión terminológica
sino también por esta combinación de antiguos supuestos culpables y fraudulentos que en la
actualidad se recogen en el art. 164.2 de la Ley Concursal (LA LEY 1181/2003).
Consecuencia de lo anterior, el sistema de calificación del concurso actualmente existente en el
Derecho español no sólo puede resultar perjudicial para el emprendimiento, la innovación, la
solicitud tempestiva del concurso y la reinserción económica y social de posibles deudores fortuitos,
sino que también presenta una serie de incongruencias estructurales que motivar que, en ocasiones,
se castigue con el calificativo de deudor culpable a quien ha demostrado ser insolvente por causas
fortuitas, y, al mismo tiempo, puedan quedar impunes determinados deudores culpables.

2. La calificación del concurso como instrumento (in)necesario para el cumplimiento


de las funciones asignadas al Derecho concursal
2.1. Las funciones del Derecho concursal
La doctrina ha atribuido tradicionalmente tres funciones al Derecho concursal (33) . En primer lugar,
el Derecho concursal ha cumplido una función solutoria, identificada con la maximización del grado
de satisfacción de los acreedores afectados por la situación de insolvencia de un deudor cuyo
patrimonio resulta insuficiente para la satisfacción de todos. De esta manera, el Derecho concursal
permite fomentar, además, desde una perspectiva ex ante, la concesión de crédito, y, por tanto, la
generación de riqueza, trabajo y bienestar social
En segundo lugar, se dice que el Derecho concursal debe cumplir una función reorganizativa. A través
de esta función, el Derecho de la insolvencia puede —y debe— servir como instrumento jurídico para
ayudar a una empresa viable que se encuentre atravesando problemas financieros (34) . D e l o
contrario, estas empresas que, por definición, tienen un mayor valor en funcionamiento que en
liquidación, podrían verse perturbadas —e incluso destruidas— por las eventuales ejecuciones

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individuales de los acreedores, con el consecuente perjuicio para la actividad económica. No obstante
lo anterior, para que la reorganización de una empresa en crisis resulte socialmente deseable para el
deudor, para los acreedores y, en definitiva, para el sistema, el valor de la empresa en
funcionamiento debe resultar superior a su valor de liquidación. En consecuencia, la decisión de
liquidar o reorganizar una empresa en crisis debería realizarse en función de la forma en que se
consiga extraer un mayor valor de la empresa. Si esta maximización del valor de la empresa se
consigue mediante la venta de los activos de la compañía a terceros, la solución económicamente
más deseable será, en principio, la liquidación. P o r s u p a r t e , s i e l v a l o r d e l a e m p r e s a e n
funcionamiento resulta superior a su valor de liquidación, parecería deseable alcanzar un convenio
con los acreedores, que, como señala la mejor doctrina, no deja de ser una hipotética venta de la
compañía a sus antiguos propietarios (35) .
Cualquier decisión que se desvíe de esta maximización del valor de la empresa supondrá, desde una
perspectiva ex post, un despilfarro de recursos o, si se quiere, una pérdida irrecuperable de
eficiencia. Por otro lado, y desde una perspectiva ex ante, este resultado podría generar nuevos
perjuicios para el bienestar general, ya que los acreedores podrían responder a esta solución
ineficiente de la insolvencia con un incremento generalizado del acceso al crédito.
En tercer lugar, se ha dicho que el Derecho concursal también debe cumplir una función represiva,
destinada a castigar a aquellos deudores que, por lo general, hubieran generado o agravado de
manera dolosa o gravemente culposa la situación de insolvencia. No obstante, y en relación a esta
supuesta función del Derecho concursal, conviene ser prudentes. Si se acaba estigmatizando la
insolvencia, podría perjudicarse el emprendimiento, la innovación, el acceso al crédito y la solicitud
tempestiva del concurso. Por este motivo, el legislador no debe castigar una situación de insolvencia.
Cuestión diferente es que sean sancionadas las posibles conductas indeseables que hubiera cometido
el deudor insolvente (y entre las que, en su caso, podría encontrarse la generación dolosa o
gravemente culposa de una situación de insolvencia), pero esta sanción podría hacerse dentro o fuera
del Derecho concursal, y, desde luego, sin necesidad de «etiquetar» previamente a los deudores.
2.2. La sección de calificación del concurso en el marco de las funciones asignadas al
Derecho concursal
Como se ha examinado, la función solutoria del concurso tiene por objeto maximizar el grado de
satisfacción de los acreedores. En este sentido, no creemos que la sección de calificación del
concurso contribuya, per se, a la consecución de este objetivo. De hecho, tal vez al contrario: la
existencia de la sección de calificación puede provocar que, en perjuicio de la maximización del
grado de satisfacción de los acreedores, el deudor solicite el concurso de manera extemporánea,
cuando el valor de la compañía pueda verse deteriorado tras un largo periodo atravesando problemas
financieros. Asimismo, y en la medida en que el sistema de calificación —tal y como está diseñado en
España— también incentiva el convenio frente a la liquidación, la existencia de la calificación también
puede perjudicar a los acreedores, trabajadores y otros interesados, ya que: (i) si el negocio es
viable pero se encuentra mal gestionado, es posible que, como consecuencia de posponer la apertura
de la liquidación (y venta) de la compañía, el negocio pueda resultar siendo inviable; y (ii) si el
negocio es inviable, no sólo se generará un coste de oportunidad para el sistema (por no asignar
rápidamente los activos a otros usos más eficientes), sino que también disminuirá el grado de
satisfacción de los acreedores, como consecuencia del deterioro que, probablemente, experimentarán
los activos mientras el deudor pospone la apertura de la liquidación para intentar evitar, en la medida
de lo posible, la sección de calificación.
El único argumento potencialmente esgrimido para maximizar la función solutoria del concurso a
través de la sección de calificación del concurso es el de la posible reintegración de bienes a la masa
a través de las acciones de responsabilidad y otras posibles sanciones patrimoniales contra los
administradores y otros interesados. Sin embargo, este argumento resulta fácilmente descartado si,

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tal y como proponemos, lo que se suprime no son las posibles acciones de responsabilidad (o la
posible restitución de bienes y derechos) sino el mero «etiquetado» de los deudores.
Por su parte, la existencia de la sección de calificación del concurso tampoco creemos que tenga un
impacto positivo sobre la denominada función reorganizativa del concurso. De hecho, nuevamente, el
contrario. Por un lado, la existencia de la sección de calificación del concurso puede incentivar, desde
una perspectiva ex ante, que, en perjuicio de la reorganización temprana de la empresa en crisis, los
administradores pospongan la solicitud del concurso de acreedores hasta un momento en el que
quizás no resulte posible la salvación de la empresa, o, si se quiere, visto de otra manera, hasta el
momento en que una empresa inicialmente viable pueda devenir inviable. Por otro lado, la existencia
de la sección de calificación también puede generar incentivos perversos durante la tramitación del
concurso de acreedores que pueden perjudicar la función reorganizativa del concurso. En efecto, en
la medida en que el diseño de la Ley Concursal castiga con menor severidad el convenio que la
liquidación, el deudor tiene incentivos para demorar la apertura de la liquidación, o incluso procurar
la consecución de un convenio con unos administradores/accionistas ineficientes, con la única
finalidad de evitar, en la medida de lo posible, la apertura de la sección de calificación (36) .
Por tanto, la existencia de la calificación del concurso y, más genéricamente, la incomprensible
preferencia del convenio sobre la liquidación por parte del legislador concursal español incentivará
que las probabilidades de salvar un negocio viable (en muchos casos, mediante la rápida
liquidación/venta inmediata de sus unidades productivas) se reduzcan considerablemente durante la
tramitación del procedimiento.
Como consecuencia de lo anterior, la única función que parece cumplir la sección de calificación del
concurso es la denominada función represiva. No obstante, y como se ha enunciado, el Derecho
concursal no debe reprimir una situación de insolvencia. Cuestión distinta es que pueda sancionar los
comportamientos indeseables que hubiera realizado el deudor. Pero esta sanción no tiene por qué ser
realizada necesariamente a través del Derecho concursal, o, en caso de realizarse, tampoco es
necesario que exista una sección procedimental específica, y ni mucho una sección que, para
sancionar el deudor, exija de un etiquetado previo.
Por tanto, el sistema de calificación del concurso perjudica la función solutoria y conservativa del
concurso. Asimismo, si los castigos a las posibles conductas indeseables que hubiera cometido el
deudor pueden ser realizadas sin necesidad de etiquetado, la existencia de este mecanismo sólo
genera perjuicios. Por un lado, sirve para perpetuar el estigma de la insolvencia, con el consecuente
perjuicio para el emprendimiento, la innovación y la mejora del bienestar colectivo. Además, si el
etiquetado de los deudores se diseña como se ha hecho en la Ley Concursal (esto es, favoreciendo
una solución del concurso sobre otra, y sin considerar, en determinados casos, la conducta del
deudor en la generación o agravación de la situación de insolvencia), también se generarán posibles
problemas adicionales, tales como lograr una solución ineficiente del concurso (con las
consecuencias ex ante —para el acceso al crédito— y ex post que se podrían generar para el bienestar
de los ciudadanos), o conseguir que, en ocasiones, se acabe etiquetando de «culpable» a posibles
deudores insolventes por causas fortuitas, o se dejen impunes a posibles deudores culpables o
incluso fraudulentos. Por tanto, razones de justicia y eficiencia parecen justificar una supresión o, en
su efecto, reforma estructural de la sección de calificación del concurso.

IV. La necesaria derogación (o reforma) del sistema de calificación del


concurso
1. Introducción
A diferencia de lo que ocurre en otros sistemas concursales de nuestro entorno, el legislador español
no puede imponer las sanciones previstas en la Ley Concursal (inhabilitaciones, responsabilidad

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patrimonial, etc.) si, con carácter previo, el deudor no ha sido etiquetado como culpable. Además, el
etiquetado como culpable o como fortuito ni siquiera se otorga, necesariamente, teniendo en cuenta
el carácter culpable o fortuito de la insolvencia. De hecho, como se ha comentado, incluso es posible
que se declare como culpable un concurso en el que se pruebe que la situación de insolvencia se ha
originado por causas fortuitas.
Más allá de la injusta y reprochable situación que puede suponer este diseño legal, el sistema de
calificación del concurso también genera graves consecuencias para el crecimiento y competitividad
de la economía española. En primer lugar, el sistema de etiquetado de deudores contribuye a
estigmatizar la insolvencia. Y estigmatizar la insolvencia puede perjudicar, desde una perspectiva ex
ante, la responsable asunción de deuda o riesgos, o la solicitud tempestiva del concurso. En
consecuencia, no sólo puede perjudicar el grado de emprendimiento e innovación en la economía
española, sino también las fuentes de financiación de que disponen las empresas para llevar a cabo
los proyectos de inversión con los que, en última instancia, generarán riqueza, empleo y bienestar
social. Además, mediante el retraso de la solicitud del concurso, también podrá ocurrir que posibles
empresas viables que pudieran ser salvadas en el concurso tengan que verse abocadas a su
desaparición, como consecuencia de la destrucción de valor que puede producirse en situaciones de
insolvencia.
En segundo lugar, y desde una perspectiva ex post, el etiquetado de los deudores puede perjudicar la
rehabilitación económica y social de un deudor que, en ocasiones, incluso puede haber devenido
insolvente por causas fortuitas. Por estos motivos, creemos que el legislador español debería optar
por la derogación o, en su defecto, reforma de la sección de calificación del concurso.

2. La deseable derogación de la sección de calificación del concurso


La solución que, en nuestra opinión, resultaría más deseable para el sistema español consistiría en la
supresión de la sección de calificación del concurso. Con esta medida, no proponemos, como se ha
comentado, que no se castiguen posibles conductas perjudiciales. De hecho, quizás al contrario:
pretendemos que se castiguen posibles conductas culpables o fraudulentas que, en la actualidad,
podrían escapar del sistema de represión del concurso a través de un diseño estratégico del
procedimiento concursal, que probablemente podrían permitirse los deudores con mayores recursos.
Por tanto, nuestra propuesta castigaría a quien mereciera castigo. Si bien, al mismo tiempo, no
tildaría de culpable (razonablemente asociado a fraudulento) a quien no mereciera esta
consideración, sin perjuicio de que, por supuesto, mereciera otro tipo de castigos si se comprobara
que ha realizado cualquier tipo de conducta indeseable.
En nuestra opinión, la supresión de la calificación del concurso podría ir acompañada de dos posibles
vías para la represión de posibles conductas indeseables. En primer lugar, podría optarse por
sancionar estas conductas indeseables fuera del Derecho concursal ( 3 7 ) . E n e s t e c a s o , e l
administrador concursal podría comunicar a la autoridad competente (según proceda, atendiendo al
tipo de infracción, autoridad judicial, ICAC, Registro Mercantil, etc.) la posible comisión de conductas
indeseables. Seguidamente, sería la autoridad competente quien, en su caso, iniciara posibles
acciones o expedientes sancionadores.
Sin embargo, como el sistema anterior podría plantear diversos problemas de aplicación, en nuestra
opinión, sería más deseable optar por una segunda vía, consistente en castigar las conductas
indeseables dentro del Derecho concursal. Bajo este modelo, podría optarse, a su vez, por dos
posibles alternativas: (i) podría mantenerse la sección de calificación (que quizás podría denominarse
simplemente «sección sexta» o, en su defecto, «sección de responsabilidad»), pero eliminando el
etiquetado de los deudores que actualmente existe como requisito previo para la imposición de
sanciones en sede concursal; o (ii) en su caso, podría eliminarse la sección de calificación y,
simplemente, permitir que las conductas indeseables pudieran ser alegadas y sancionadas en

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cualquier fase del procedimiento.


En el primer escenario, se podrían mantener las conductas y sanciones actualmente existentes en la
sección sexta del concurso, pero eliminando la necesidad del etiquetado previo, y, por supuesto, sin
hacer depender la apertura de esta sección a la consecución de una u otra solución del concurso. De
optarse por esta solución, sin embargo, creemos que las sanciones eventualmente impuestas al
deudor insolvente deberían ajustarse al tipo de conductas concretas que hubiera cometido (38) . A
modo de ejemplo, si un deudor hubiera defraudado a sus acreedores o hubiera cometido algún otro
tipo de conducta fraudulenta, debería estar sujeto a sanciones penales (que, en este sentido,
quedarían fuera del Derecho concursal); si un deudor incumpliera con las obligaciones básicas de un
usuario cualificado del tráfico mercantil, debería estar sujeto a un sistema de inhabilitaciones que
pudieran apartarlo temporalmente del mercado; y si un deudor hubiera realizado actos concretos que
hubieran generado un daño a los acreedores y estos actos no estuvieran cubiertos por la business
judgment rule(art. 226 LSC) (LA LEY 14030/2010), sus administradores o representantes legales
debería estar sujetos a un sistema de responsabilidad por daños (39) .
Bajo el segundo escenario, consistente en abolir la sección sexta, la administración concursal
comunicaría en cualquier fase del procedimiento la posible existencia de conductas indeseables, que,
a tal efecto, deberían quedar reguladas —al igual que su sanción— dentro o fuera de la Ley Concursal
(40) . En nuestra opinión, esta solución, probablemente, resultaría la más apropiada, ya que,
mediante la eliminación de una sección específica de responsabilidad, se ayudaría, de manera más
efectiva, a reducir el estigma de la insolvencia y la reticencia a los procedimientos concursales (41) .

3. La subsidiaria reforma del sistema de calificación del concurso


Por su parte, y en el hipotético caso de que el legislador español decidiera mantener el sistema de
etiquetado de los deudores, debería producirse una reforma del actual sistema de calificación del
concurso. En este sentido, entendemos que la atribución del carácter culpable o fortuito del concurso
debería depender exclusivamente del carácter culpable o fortuito de la insolvencia, y, no, como
acontece en la actualidad, de una serie de conductas que el legislador considera indeseables (arts.
164 (LA LEY 1181/2003) y 165 LC (LA LEY 1181/2003)), y entre las que se encuentra, lógicamente,
la generación o agravación dolosa o gravemente culposa del estado de insolvencia (art. 164.1 LC (LA
LEY 1181/2003)).
Cuestión diferente es que, con el objetivo de facilitar la práctica probatoria de la generación o
agravación dolosa o gravemente culposa del estado de insolvencia, pueda preverse un régimen de
presunciones que, en ausencia de prueba en contrario, pueda suponer la calificación culpable. Por
tanto, no creemos que las presunciones iuris et de iure de calificación culpable del concurso se
encuentren justificada, salvo que: (i) impliquen, necesariamente, una intención fraudulenta; y (ii)
tengan, necesariamente, una relación directa con la generación o agravación de la insolvencia (42) .
Y del análisis de los supuestos del art. 164.2 de la Ley Concursal (LA LEY 1181/2003)puede
observarse que no todos los hechos de concurso culpable cumplen con estos requisitos, y la comisión
de irregularidades contables relevantes o el incumplimiento sustancial del deber de llevanza de la
contabilidad puedan ser un buen ejemplo.

V. Conclusiones
El presente trabajo ha pretendido resaltar las debilidades, incongruencias e ineficiencias generadas
por el mantenimiento de la sección de calificación del concurso. En este sentido, y partiendo de un
análisis histórico, comparado y funcional de la sección de calificación del concurso, se ha propuesto
la supresión de esta arcaica y difamatoria institución concursal española inexistente en las principales
legislaciones de nuestro entorno. En nuestra opinión, el mantenimiento de esta institución sólo se
justifica por el «arrastre histórico» y por la tipología de investigación jurídica eminentemente

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descriptiva e interpretativa que, con carácter general, se realiza en España (43) .


En todo caso, y de manera subsidiaria, si el legislador español decidiera mantener el sistema de
etiquetado de los deudores, creemos que la determinación culpable o fortuita del concurso debería
depender, exclusivamente, del carácter culpable o fortuito de la insolvencia, y no de determinadas
conductas que, sin tener necesariamente vinculación con la insolvencia, puedan considerarse
indeseables para los intereses de terceros. A tales efectos, tan sólo consideraríamos razonable la
declaración culpable del concurso con carácter iuris et de iure en aquellos supuestos en los que
concurra la existencia de una conducta fraudulenta que, además, pueda tener relación directa con la
generación o agravación de la insolvencia.
En cualquier caso, la supresión o, en su defecto, reforma de la sección de calificación del concurso
no debe suponer, bajo ningún concepto, la impunidad de quienes hubieran realizado alguna conducta
indeseable. De hecho, todo lo contrario: nuestra propuesta permitiría castigar a aquellos deudores
que, valiéndose de mejores recursos o estrategias legales, intentaran «sortear» el sistema y salir
indemnes del concurso, aunque hayan generado o agravado la insolvencia incluso de manera
maliciosa. Al mismo tiempo, la implementación de nuestra propuesta de reforma evitaría el
incoherente e injusto resultado de etiquetar con el calificativo de culpables a posibles deudores que
hubieran devenido insolventes por causas fortuitas.
Por todo lo anterior, y habida cuenta de que, junto a los problemas anteriores, la existencia de la
sección de calificación —sobre todo, de la manera en que está diseñada en la Ley Concursal— puede
perjudicar el emprendimiento, la innovación, el acceso al crédito, la solicitud tempestiva del concurso
y la solución eficiente de la insolvencia, creemos que existen poderosas razones de justicia y
eficiencia que justifican una inmediata supresión o, en su defecto, reforma de la sección de
calificación del concurso.

(1) PÉREZ DE LA CRUZ, A., «Reflexiones sobre la calificación del concurso y sus consecuencias en la nueva ley concursal», en AAVV,
Estudios sobre la Ley Concursal.Libro homenaje a Manuel Olivencia, Marcial Pons, 2005, págs. 4999-5002. Véase también
MACHADO PLAZAS, J., El concurso de acreedores culpable, Thomson Civitas, Cizur Menor (Navarra), 2006, págs. 19-20, quien
resume el procedimiento ejecutivo que suponía el manus iniectio de la siguiente forma: «El acreedor insatisfecho agarraba al
obligatus y lo arrastraba ante el magistrado por proclamar ante él su insolvencia. El magistrado pronunciaba la addictio del
obligatus al acreedor, quien podía tenerlo encadenado durante sesenta días, llevándolo a tres mercados en busca de quien lo
quisiera rescatar y, finalmente, a falta de rescate, el acreedor podía darle muerte o venderlo como esclavo trans Tiberum. En
caso de pluralidad de acreedores, éstos podían proceder a partir sus cuerpos en tantos pedazos como número fuesen (partes
secanto)», advirtiendo, no obstante, que el «partes secanto» sigue siendo un enigma, y que ni siquiera entre los romanistas
hay consenso sobre su carácter material o espiritual. Sobre este aspecto, véase por todos FRANCIOSI, G., «"Partes secanto",
tra magia e diritto», en Labeo 24, 1978, págs. 263 y ss.

(2) PÉREZ DE LA CRUZ, A., «Reflexiones (…)» op. cit., págs. 5000-5001.

(3) KOHLER, J., Lehrbuch des Konkursrechts, Stuttgart, 1981, pág. 5. Entre nosotros, MACHADO PLAZAS, J., El concurso (…), op.
cit., pág. 20.

(4) Para un estudio de esta institución, véase por todos PÉREZ ÁLVAREZ, M.P., La bonorum venditio: estudio sobre el concurso de
acreedores en derecho romano clásico, Madrid, 2000.

(5) En este sentido, SANTARELLI, U., Per la storia del fallimento nelle legislazioni italiane dell`età intermedia, Padua, 1969, págs.
24 y ss. En contra, identificando los orígenes del Derecho concursal en el Derecho romano, véase ROCCO, A., Il
fallimento(teoría generale e origine storica), Milano, 1962, págs. 172-184.

(6) Concretamente, a los estatutos de las corporaciones de mercaderes de las ciudades italianas en el periodo comprendido entre
los siglos XIII a XIV. Para un análisis general del Derecho concursal italiano en la Baja Edad Media, así como los medios de

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represión del deudor en los estatutos italianos de los siglos XII a XIV, véase SANTARELLI, U., Per la storia del fallimento nelle
legislazioni italiane dell`età intermedia, Padua, 1969; CASSANDRO, G., Le rappresaglie e il fallimento a Veneia nei secoli XIII-
XVI, Torino, 1938.

(7) GALGANO, F., Storia del diritto commeciale, Bologna 1979, págs. 50-51; KOHLER, J., Lechrbuch (…) op. cit., págs. 11 y ss. La
acepción «bancarrota» (en inglés, bankruptcy) deriva, como es sabido, de la práctica medieval consistente en romper el banco
de comercio de aquellos mercaderes que hubieran devenido insolventes, excluyéndolos así como miembros de la comunidad
de mercaderes. En este sentido, GOODE, R., R., Principles of Corporate Insolvency Law, Sweet & Maxwell, 4.ª Edición, 2011,
pág. 10.

(8) SANTARELLI, U., Per la storia (…), op. cit., pág. 126.

(9) El primer texto en el que parece observarse este cambio significativo es en el Decreto de Galeazzo María Sforza de 1473. En
este sentido, MACHADO PLAZAS, J. El concurso (…) op. cit., pág. 24.

(10) MARTÍNEZ FLÓREZ, A., Las interdicciones legales del quebrado, Civitas, 1993, pág. 45.

(11) Para un estudio pormenorizado de estas instituciones, puede verse ALEJANDRE, J.A., La quiebra en el Derecho histórico español
anterior a la Codificación, Sevilla, 1970, págs. 127 y ss.; MARTÍNEZ FLÓREZ, A., Las interdicciones legales (…) op. cit, págs. 52
y ss.; AÑOVEROS TRÍAS DE BES, X., «El Derecho concursal en las Ordenanzas de Bilbao», en AAVV, Estudios sobre la Ley
Concursal. Libro homenaje a Manuel Olivencia, Marcial Pons, 2005, págs. 66 y ss.

(12) ADLER, B., BAIRD, D. y JACKSON, T.H. Bankruptcy: Cases, Problems, and Materials, Foundation Press, 4.ª Edición, págs. 24-25.
Para un interesante análisis sobre los orígenes históricos del Derecho concursal inglés, véase LEVINTHAL, L., «The Early History
of English Bankruptcy», University of Pennsylvania Law Review and American Law Register, Vol. 67, núm. 1, 1919, págs. 1-20.

(13) OLIVENCIA, M., «La suspensión de pagos y la quiebra del Código de comercio», en AAVV, Centenario del Código de Comercio, I,
Madrid, 1986, págs. 347 y ss.; AURIOLES, A. y CORDONES, M., La quiebra en las ordenanzas consulares de Málaga, Málaga
1987, págs. 73 y ss.; CORDONES, M., «Apuntes históricos sobre la evolución del sistema de quiebra de los comerciantes
(especial referencia a las ordenanzas consulares de Málaga: un precedente olvidado en la historia del derecho concursal
español)», en AAVV, Estudios sobre la Ley Concursal. Libro homenaje a Manuel Olivencia, Marcial Pons, 2005, págs. 147 y ss.

(14) Nótese que, nuevamente, nuestro viejo Derecho de quiebras parece menos severo que la legislación concursal vigente, donde,
por ejemplo, la mera existencia de irregularidad contable relevante, con independencia de la intención del deudor, será suficiente
para declarar culpable un concurso al amparo de lo previsto en el art. 164.2-1.º (LA LEY 1181/2003)in fine de la Ley Concursal
(v., en este sentido, STS de 16 de enero de 2012 (LA LEY 6162/2012)).

(15) La doctrina más autorizada, sin embargo, proponía una definición por exclusión, entendiendo como quiebra fortuita toda
quiebra que no fuera expresamente encuadrable como culpable o fraudulenta. En este sentido, GARRIGUES, J., Curso de
Derecho Mercantil, tomo II, Madrid, 1983, pág. 436.

(16) En este sentido, VICENTE Y GELLA, A., Curso de Derecho Mercantil Comparado, 3.ª Edición, Zaragoza, 1951, págs. 368 y ss.;
RAMIREZ, J.A., La quiebra. Derecho concursal español, tomo III, 2.ª Edición, Barcelona, 1998, pág. 2078; BELTRÁN, E., en
URÍA/MÉNENDEZ (dirs.), Curso de Derecho Mercantil, tomo II, Civitas, Madrid, 2001, pág. 917.

(17) En consecuencia, existía una posibilidad de defensa (mediante la posibilidad de prueba en contrario) que, sin embargo, no existe
en la Ley 22/2003, de 9 de julio, Concursal (LA LEY 1181/2003), donde no cabe la posibilidad de probar que el incumplimiento
de los deberes contables no ha generado o agravado la insolvencia como manera de evitar la calificación culpable.

(18) MAMBRILLA, V., «Formación y tramitación de la sección sexta (de calificación) en la nueva Ley Concursal», en AAVV, Estudios
sobre la Ley Concursal. Libro homenaje a Manuel Olivencia, tomo V, Marcial Pons, 2005, págs. 4948-4949. En el mismo
sentido se ampara SANTARELLI, U., Per la storia (…), op. cit., págs. 25 y ss., al justificar la represión penal de la insolvencia en

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los estatutos italianos de la Baja Edad Media. En la jurisprudencia, puede verse las sentencias de Tribunal Supremo de 9 de
noviembre de 1950 y de 27 marzo 1987 (LA LEY 12076-JF/0000).

(19) Entre otros efectos civiles, el deudor responsable de una quiebra fraudulenta no podía presentar propuestas de convenio (arts.
898.1 CCom (LA LEY 1/1885) y 1389 LEC de 1891), no podía solicitar su rehabilitación (art. 920 CCom (LA LEY 1/1885)), o
perdía, de manera automática, el derecho a recibir alimentos.

(20) Para un análisis de la pieza de calificación en la suspensión de pagos, véase por todos SAGRERA, J.M., «La pieza de calificación
y depuración de responsabilidades en los expedientes de suspensión de pagos», Revista General de Derecho, núm. 642, 1998,
págs. 2515-2530.

(21) MAMBRILLA, V., «Formación y tramitación (…)» op. cit., pág. 4950.

(22) Uno de los pocos países que, en la actualidad, mantiene un sistema de etiquetado similar al previsto en el Derecho español es
Uruguay. Véase, en este sentido, los arts. 192 y siguientes de Ley 18.387 de 24 de octubre de 2008, que parecen tener una
clara inspiración española.

(23) Para un análisis de los deberes y responsabilidad de los administradores en situaciones de insolvencia en el Derecho inglés,
puede verse GOODE, R., Principles of Corporate Insolvency Law, Sweet & Maxwell, 4.ª Edición, Londres, 2011, págs. 639-702;
PRENTICE, D., «Creditor’s Interests and Director’s Duties», 10 Oxford Journal of Legal Studies, 1990, págs. 265 y ss.; MOKAL,
R., «An Agency Cost Analysis of the Wrongful Trading Provisions: Redistribution, Perverse Incentives and the Creditors’
Bargain», Cambridge Law Journal, 2000, págs. 335 y ss. Para un análisis específico del régimen de inhabilitaciones previsto en
el Derecho inglés, puede verse WILLIAM, R. Disqualification Undertakings: Law, Policy and Practice, Jordan Publishing, 2011.
Por su parte, para un análisis de los deberes y responsabilidad de administradores en el Derecho alemán, puede verse
KIRCHHOF, H. P., J.G., LWOWSKI y STÜRNER, R. Münchener Comentar zur Insolvenzordnung, I, Múnich, 2001, págs. 1910 y
ss.: HIRTE, H., en UHLENBRUCK (dir.), Insolvenzordnung, Múnich, 2003, págs. 1501 y ss.; POERTZGEN, C., Organhaftung
wegen Insolvenzverschleppung, Bade-Baden, 2006. Comparando el sistema inglés y alemán, véase BACHNER, T., «Wrongful
Trading-A New European Model for Creditor Protection?» European Business Organization Law Review 5, 2004, págs. 293-
319; y DAVIES, P., «Directors’ Creditor-Regarding Duties in Respect of Trading Decisions Taken in the Vicinity of Insolvency»,
European Business Organization Law Review, Vol. 7, 2006, págs. 301-337. Para un análisis del Derecho italiano, véase
BONELLI, F., «Responsabilità degli amministratori di s.p.a.» en AAVV, Contributo alla reforma delle società di capitali, Giur.
Comm., número especial, suplemento al núm. 3/04, Milán, 2004, págs. 620 y ss.; BONFATI, S. y CENSONI, P. Manuale di
Diritto fallimentare, Padova, 2004, págs. 254 y ss.; y DI GIROLAMO, F., «L´azione di responsabilità alla lcue della reforma
organiza della disciplina della crisi d´impresa e dellá insolvenza», en AAVV, Crisi dell´impresa e insolvenza, Milán, 2005. Por su
parte, para un análisis de la responsabilidad por la insolvencia prevista en el Derecho francés, puede verse VEROUGSTRAETE, I.,
«L´action en comblement du passif» en AAVV, Les creánciers et le Droit de la Faillité, ed. Bruylants, Bruselas, 1983, págs. 430
y ss.; SORTAIS, J.P., «Les contours de l´action en comblement de l´insuffisance d´actiff», Le juge et le droit de l´economie.
Mélanges en l´honeur de Pierre Bézard, Montchrestien, París, 2002, págs. 321 y ss. En el Derecho de Estados Unidos, aunque
no exista un régimen específico de deberes y responsabilidad por la insolvencia, parece ineludible la lectura de BAIRD, D., «The
Initiation Problem in Bankruptcy», International Review of Law and Economics, Vol. 11, 1991, págs. 223-232; y WESTBROOK,
J. y HU, H., «Abolition of the corporate duty to creditors», Columbia Law Review, Vol. 107, 2007, núm. 6, págs. 1321-1407,
donde se realiza una crítica a la imposición de los deberes hacia los acreedores en la proximidad de la insolvencia, a partir del
análisis de la jurisprudencia más relevante en los tribunales de Delaware. Para una visión de los deberes y la responsabilidad de
los administradores en varios países, puede verse BELTRÁN, E., PACCHI, S., SPINDLER, G., CARLO, G. y PEROCHÓN, F., «La
responsabilidad de los administradores en el concurso de acreedores», Boletín de Dictum Abogados. II Foro Dictum, 2011,
págs. 1-31. Asimismo, entre otros, también puede verse MACHADO PLAZAS, J., El concurso (…) op. cit., págs. 193-236., y
VERDÚ, M. J., La responsabilidad civil del administrador de sociedad de capital en el concurso de acreedores, LA LEY, 2008,
págs. 46-70.

(24) Sobre este aspecto puede servir de ejemplo el régimen de inhabilitaciones previsto en el Derecho inglés, donde el
incumplimiento de las obligaciones contables constituiría, a modo de ejemplo, uno de los supuestos de inhabilitación. Véase
GOODE, R., Principles of Corporate Insolvency Law, Sweet & Maxwell, 4.ª Edición, 2011, págs. 639-702; GRIFFIN, S., Personal
Liability and Disqualification of Company Directors, págs. 133-223; KEAY, A. y WALTON, P., Insolvency Law: Corporate and
Personal, Jordans, 2.ª Edition, 2008, págs. 629-635; KERSHAW, D., Company Law in Context: Text and Materials, Oxford
University Press, 2009, págs. 739 y ss.; WALTERS, A. y DAVIS-WHITE, M., Directors’ disqualification & bankruptcy restriction,
Sweet & Maxwell, 2.ª Edición, 2005; WILLIAM, R. Disqualification Undertakings: Law, Policy and Practice, Jordan Publishing,

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2011.

(25) Entre los autores que parecen identificar la calificación del concurso como la pieza procedimental en la que tiene lugar el
enjuiciamiento de la conducta del deudor en torno a la generación o agravación del estado de insolvencia, véase GARCÍA-
CRUCES, J.A., La calificación (…) op. cit, págs. 29, opinión que el mismo autor manifiesta igualmente en ROJO/BELTRÁN (dirs.),
op. cit., págs. 2513 y ss. En sentido similar, véase MARTÍNEZ CAÑELLAS, «Los hechos de concurso culpable», en
ROJO/CAMPUZANO (dirs.), A., La calificación del concurso y la responsabilidad por la insolvencia, Thomson Reuters Civitas,
2013, pág. 151; ALCOVER GARAU, G., «Introducción al régimen jurídico de la calificación concursal», en AAVV, Derecho
Concursal. Estudio sistemático de la Ley 22/2003 (LA LEY 1181/2003) y de la Ley 8/2003, para la reforma concursal, Dilex,
Madrid, 2003, págs. 488 y ss.; y GALLEGO, E., «Calificación del concurso» en HERNÁNDEZ MARTÍ (coord.), Concurso e
insolvencia punible, Tirant lo Blanch, 2004, págs. 487 y ss.

(26) Tal sería el caso de los supuestos previstos en el art. 164.2-1.º de la Ley Concursal (LA LEY 1181/2003)(esto es,
incumplimiento sustancial del deber de llevanza de la contabilidad, llevanza de doble contabilidad o irregularidad contable
relevante para la comprensión de la situación financiera o patrimonial del deudor), así como el supuesto previsto en los art.
164.2-2.º (LA LEY 1181/2003) (inexactitud grave en los documentos acompañados a la solicitud de concurso), o incluso el
art. 164.2-6.º de la Ley Concursal, (LA LEY 1181/2003) donde igualmente se impone la calificación culpable por el mero hecho
de que el deudor hubiera realizado actos jurídicos para simular una situación financiera ficticia, con independencia de que su
situación financiera real hubiera sido la misma o incluso mejor a la manifestada al mercado.

(27) Piénsese, por ejemplo, en una empresa acreditadamente solvente que, como consecuencia de una catástrofe natural, perdiese
la totalidad de sus activos y, con ello, la posibilidad de generar los flujos de caja necesarios para hacer frente a sus obligaciones
exigibles. Si la compañía no dispone de otros medios para hacer frente a sus deudas, previsiblemente devendrá insolvente y
acabará en un concurso. Y como no tiene activos con lo que generar nuevos flujos de caja, el concurso probablemente
finalizará en liquidación. Por tanto, se abrirá de manera automática la sección de calificación. Ahora supongamos que la
administración concursal constata una serie de irregularidades contables relevantes con anterioridad a la catástrofe natural.
Conforme a lo previsto en el art. 164.2-1.º (LA LEY 1181/2003)in fine de la Ley Concursal, este concurso sería calificado en
todo caso como culpable, a pesar de que las citadas irregularidades contables relevantes no tengan nada que ver con la
generación de la insolvencia. Ahora piénsese en una empresa que, en lugar de devenir insolvente como consecuencia de una
catástrofe natural, deviniese insolvente por un motivo más común: el simple impago de varios de sus deudores, o la simple
pérdida de uno de sus principales clientes. En este caso, la situación de insolvencia sería nuevamente fortuita. Sin embargo, si la
empresa no hubiera llevado los libros de contabilidad exigidos en el Código de Comercio (lo que resultará frecuente en el caso
de empresarios individuales), o hubiera cometido alguna irregularidad contable relevante, el concurso será calificado en todo
caso como culpable. Analizando estas situaciones, véase GURREA MARTÍNEZ, A., «La paradójica calificación culpable del
concurso con insolvencia fortuita», Legaltoday, 1 1 d e f e b r e r o d e 2 0 1 6 (http://www.legaltoday.com/practica-
juridica/mercantil/concursal/la-paradojica-calificacion-culpable-del-concurso-con-insolvencia-fortuita).

(28) En este sentido, puede verse GURREA MARTÍNEZ, A., «El concepto de irregularidades contables relevantes en la calificación del
concurso de acreedores» en ROJO/CAMPUZANO (dirs.), La calificación del concurso y la responsabilidad por la insolvencia,
Thomson Reuters Civitas, 2013, págs. 218-222, afirmando que ésta sería la ratio común subyacente a todos los supuestos de
calificación culpable del concurso. En sentido similar, puede leerse la interesante obra de MACHADO PLAZAS, J., El concurso (…)
op. cit., pág. 18, quien, a propósito de la función que cumple la calificación del concurso, señala que «(…) no se trata de un
expediente represor del deudor concursal por el mero hecho de la insolvencia, sino de un mecanismo jurídico de valoración de
la conducta del deudor que ha podido, de forma inmediata o mediata, a través de la realización de actos u omisiones, infringir
deberes inherentes a una regular y prudente administración patrimonial, así como vulnerar deberes de naturaleza concursal
(…)».

(29) Para un análisis de los supuestos de errores e incumplimientos contables que, conforme a la normativa española, pueden dar
lugar a la calificación culpable del concurso, véase GURREA MARTÍNEZ, A., La calificación culpable del concurso por errores e
incumplimientos contables, Civitas, 2016.

(30) Imaginemos, por ejemplo, que, por una imprudente contabilización de unas deudas a largo plazo como deudas a corto plazo,
el deudor transmite erróneamente al mercado que se encuentra en una situación de insolvencia a corto plazo. Como
consecuencia de la misma, los acreedores, probablemente, le exigirían unas mayores garantías por la concesión de su crédito,
o, en su caso, un tipo interés mayor. Este hecho (además, imprudente) que incluso podrá suponer un perjuicio para el deudor
en beneficio de sus acreedores podrá suponer la calificación culpable del concurso exart. 164.2-1.º (LA LEY 1181/2003)in fine
de la Ley Concursal, siempre que (i) se hubiere abierto la sección de calificación, (ii) dicho error o irregularidad contable sea

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calificada como relevante y (iii) esta irregularidad contable relevante afecte —como el supuesto enunciado afectaría— a la
adecuada compresión de la situación financiera o patrimonial del deudor. En este sentido, véase GURREA MARTÍNEZ, A., «El
concepto de irregularidades contables relevantes en la calificación del concurso de acreedores» en ROJO/CAMPUZANO (dirs.),
La calificación del concurso y la responsabilidad por la insolvencia, Thomson Reuters Civitas, 2013, págs. 217-236.

(31) Estas sanciones civiles pueden incluir, entre otros aspectos, el resarcimiento de los daños y perjuicios causados por una
situación de insolvencia de la que, en ocasiones, pudieron no ser culpables (art. 172.2-3.º (LA LEY 1181/2003)). Si bien, desde
la afortunada reforma concursal de 2011 (al menos, en lo que se refiere a la responsabilidad concursal), en ningún caso
podrían responder del posible déficit concursal. En efecto, con anterioridad a la reforma concursal 2011, el art. 172.3 de la Ley
Concursal (LA LEY 1181/2003)en el que se encuadraba la responsabilidad concursal establecía lo siguiente: «Si la sección de
calificación hubiera sido formada o reabierta como consecuencia de la apertura de la fase de liquidación, la sentencia podrá,
además, condenar a los administradores o liquidadores, de derecho o de hecho, de la persona jurídica cuyo concurso se
califique como culpable, y a quienes hubieren tenido esta condición dentro de los dos años anteriores a la fecha de la
declaración de concurso, a pagar a los acreedores concursales, total o parcialmente, el importe que de sus créditos no perciban
en la liquidación de la masa activa». Por tanto, al tenor literal de la Ley, resultaba indiferente que los administradores o
liquidadores, de hecho o de derecho, hubieran generado o agravado la insolvencia. La propia calificación culpable del concurso
era suficiente para la imposición de la responsabilidad concursal. Sin embargo, el actual art. 172 bis 1 de la Ley Concursal (LA
LEY 1181/2003)enuncia lo siguiente: «1. Cuando la sección de calificación hubiera sido formada o reabierta como
consecuencia de la apertura de la fase de liquidación, el juez podrá condenar a todos o a algunos de los administradores,
liquidadores, de derecho o de hecho, o apoderados generales, de la persona jurídica concursada, así como los socios que se
hayan negado sin causa razonable a la capitalización de créditos o una emisión de valores o instrumentos convertibles en los
términos previstos en el número 4.º del art. 165, (LA LEY 1181/2003) que hubieran sido declarados personas afectadas por la
calificación a la cobertura, total o parcial, del déficit, en la medida que la conducta que ha determinado la calificación culpable
haya generado o agravado la insolvencia». En consecuencia, si quedara probado que, a pesar de la concurrencia de
incumplimientos sustanciales en el deber de llevanza de la contabilidad, llevanza de doble contabilidad o irregularidades
contables relevantes, la insolvencia ha sido generada fortuitamente, no podrá imponerse, en ningún caso, la responsabilidad
concursal, a pesar de que, conforme a la normativa actual, el concurso deba ser calificado en todo caso como culpable.

(32) La crítica anterior no significa, ni mucho menos, que esta tipología de deudores no deban ser sancionado. Simplemente
creemos que resulta injusto que un deudor pueda ser etiquetado como culpable (razonablemente asociado a fraudulento)
cuando pruebe que su situación de insolvencia se ha originado por causas fortuitas. Pero, por supuesto, cualquier deudor
incumplidor de algunas de las normas impuestas a los operadores del mercado podría (y debería) quedar sometido a
determinadas sanciones, como podría ser su posible inhabilitación.

(33) Para un análisis general de las funciones tradicionalmente atribuidas al Derecho concursal, y, más concretamente, al concurso
de acreedores en España, véase por todos OLIVENCIA, M., «La satisfacción de los acreedores como fin esencial del concurso»,
en ROJO/BELTRÁN (dirs.), Los acreedores concursales: II Congreso Español de Derecho de la insolvencia, 2010, págs. 31-47.
Aunque el profesor Olivencia distingue entre «funciones esenciales» y «funciones subordinadas» del concurso, en nuestra
opinión, y habida cuenta de la confusión doctrinal y jurisprudencial que, en ocasiones, se ha ocasionado precisamente por
atribuir estas funciones (a veces contradictorias) al Derecho concursal, creemos que es más oportuno hablar de dos funciones
del Derecho concursal que, además, son distintas a las que tradicionalmente se ha encomendado. Por un lado, creemos que la
primera función del Derecho concursal debería ser la de minimizar los costes o, si se quiere, la posible destrucción de valor
generada por una situación de insolvencia (incluyendo, a tal efecto, la destrucción de valor que provoca la falta de coordinación
de los acreedores, las ejecuciones individuales de los acreedores, la falta de financiación para llevar a cabo proyectos viables, la
pérdida de suministradores o personal clave en la empresa una vez que se produce la insolvencia, o las conductas oportunistas
de deudores y acreedores). Por otro lado, la segunda función del Derecho concursal debería ser promover la asignación
eficiente de los activos del deudor, ya sea mediante un convenio o reorganización (si el valor de la empresa en funcionamiento
—con los accionistas/administradores actuales— resulta superior al valor de liquidación), mediante una liquidación individual de
los activos (si el valor en funcionamiento de la compañía resulta inferior a su valor de liquidación) o mediante una venta de la
empresas o de sus unidades productivas a terceros (si la empresa o alguna de sus unidades productivas es viable pero, sin
embargo, los administradores/accionistas no gozan de los medios, la capacidad o la credibilidad para gestionar la empresa). En
nuestra opinión, la supuesta «función reorganizativa» que algunos atribuyen al Derecho concursal es confusa y, en ocasiones,
errónea: el Derecho concursal no debe ayudar a reorganizar empresas, sino sólo a aquellas que sean viables. Y el fundamento
de esta ayuda reside en el hecho de que el valor de la empresa en funcionamiento es superior al valor da liquidación. Por tanto,
esta función, debidamente entendida, podría integrarse en la que hemos denominado como «asignación eficiente de los activos
del deudor», o incluso podría entenderse subsumida en la que el profesor Olivencia denomina «función esencial» del concurso
(esto es, en la maximización del grado de satisfacción de los acreedores), ya que el grado de satisfacción de los acreedores
será mayor cuando se ayude a reorganizar a una empresa cuyo valor en funcionamiento sea superior a su valor en liquidación.
Por su parte, y en contra de lo que tradicionalmente se ha alegado, no creemos que el Derecho concursal deba cumplir,

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necesariamente, una función sancionadora. La insolvencia no debería ser sancionada. Y si, debidamente entendida esta función,
tan sólo consistiría en atribuir al Derecho concursal una función de castigo sobre posibles conductas indeseables (tengan o no
que ver con la generación o agravación de la insolvencia), esta sanción puede realizarse dentro o fuera del Derecho concursal.
Por tanto, tampoco debe considerarse, necesariamente, una función del Derecho concursal. Para un análisis de esta crítica a las
«funciones tradicionales» asignadas al Derecho concursal véase GURREA MARTÍNEZ, A., «Cómo hacemos y entendemos el
Derecho concursal en Iberoamérica», Blog del Instituto Iberoamericano de Derecho y Finanzas, 20 de agosto de 2017
(http://derechoyfinanzas.org/blog%20/como-hacemos-y-entendemos-el-derecho-concursal-en-iberoamerica/). Véase
también GARCIMARTÍN, F., «La Propuesta de Directiva Europea sobre reestructuración y segunda oportunidad», Almacén de
Derecho, 29 de noviembre de 2016 (http://almacendederecho.org/la-propuesta-directiva-europea-reestructuracion-segunda-
oportunidad-i/). Por simplicidad para nuestro análisis sobre la calificación del concurso, sin embargo, asumiremos como válidas
las «funciones tradicionales» del Derecho concursal.

(34) ADLER, B., BAIRD, D., y JACKSON, T., Bankruptcy: Cases, Problems and Materials, Foundation Press, 4th Edition, págs. 21-31.

(35) Considerando el convenio como una hipotética venta de los activos del deudor a los antiguos propietarios de la compañía,
véase BAIRD, D., «The Uneasy Case for Corporate Reorganizations», The Journal of Legal Studies, Vol. 15, 1986, pág. 127. En
el mismo sentido, CLARK, R., «The Interdisciplinary Study of Legal Evolution», 90 Yale Law Journal, 1238, 1091, págs. 1250-
54.

(36) Para un análisis más detallado de estos problemas, puede verse GURREA MARTÍNEZ, A., «La incomprensible preferencia del
convenio a la liquidación como solución del concurso de acreedores», en ROJO/QUIJANO/CAMPUZANO (dirs.), La liquidación de
la masa activa: VI Congreso español de Derecho de la Insolvencia: In memoriam Emilio Beltrán, Civitas, 2014, págs. 829-
848.

(37) Existen normas administradores y penales que tienden a sancionar posibles conductas indeseables cometidas por un deudor
insolvente. Por tanto, podría abogarse por una represión de estas conductas fuera del Derecho concursal. De hecho, si se
optara por una postura extrema de esta alternativa, incluso podría abogarse por no distinguir entre deudores solventes e
insolventes, y, simplemente, castigar a quien realice una conducta que merezca reproche. En nuestra opinión, esta solución
sería la más justa, y también generaría varias eficiencias en el sistema, en la medida en que no sometería a los deudores
insolventes a un mayor escrutinio que los deudores solventes. Por tanto, esta solución no desincentivaría la insolvencia que,
per se, no debe considerarse negativa, y su represión puede ser perjudicial para el emprendimiento, la innovación, la
financiación de empresas y la solicitud tempestiva del concurso. El problema de esta solución sería más bien de enforcement,
ya que implicaría asignar autoridades públicas a revisar continuamente operadores del mercado (solventes o insolventes) para
verificar qué sujetos cumplen o no con todas las normas aplicables, o cuál puede generar o agravar situaciones de insolvencia
de manera dolosa o gravemente culposa.

(38) Por ejemplo, y salvo contadas excepciones, cuestiones como la falta de depósito de cuentas anuales o la falta de cooperación
en el concurso no deberían llevar aparejadas sanciones tan graves como la responsabilidad concursal. En cambio, sí podría
quedar justificada la sanción de inhabilitación en estos casos.

(39) Véase, en este sentido, GURREA MARTÍNEZ, A., «El ineficiente diseño de la legislación concursal española: Una propuesta de
reforma a partir de la experiencia comparada y de un análisis económico del Derecho concursal», Instituto Iberoamericano de
Derecho y Finanzas, Working Paper Series, 6/2016, pág. 25. En esta propuesta, el autor identifica los motivos por los
considera que la legislación concursal española resulta «anti-deudora» (y, por tanto, perjudicial para el emprendimiento, la
innovación y la solicitud tempestiva del concurso) y «anti-acreedora» (y, por tanto, perjudicial para el acceso al crédito), y, a
partir de un análisis económico y comparado del Derecho concursal, realiza una serie de propuestas para incrementar la
eficiencia del concurso de acreedores, haciéndolo un instrumento más atractivo tanto para deudores como para acreedores.

(40) En el Derecho inglés, a modo de ejemplo, existe un texto específico para regular la inhabilitación de los administradores
(Company Directors Disqualification Act 1986). Asimismo, las sanciones penales (y sus consecuencias) ya estarían recogidos
en el Código Penal.

(41) Como se ha puesto de manifiesto, el hecho de que España presente una de las tasas de concursos de acreedores más bajas
del mundo no se debe a un problema de falta de cultura concursal, sino a un problema institucional: el diseño de una normativa
concursal muy castigadora tanto para deudores como para acreedores. Por tanto, resultará racional que tanto deudores como

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acreedores quieran evitar a toda costa una situación de insolvencia. Desarrollando este argumento, véase GURREA MARTÍNEZ,
A., «The Low Use of Bankruptcy Procedures in Spain: Reasons and Implications for the Spanish Economy», Instituto
Iberoamericano de Derecho y Finanzas, Working Paper Series, 5 / 2 0 1 6 (https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?
abstract_id=2783666)

(42) Por ejemplo, el ocultamiento o alzamiento de bienes, por definición, normalmente tendrá una relación directa con la generación
o agravación de insolvencia. Además, también implicará una intención fraudulenta. Más complicado resultaría el caso, por
ejemplo, de la llevanza de doble contabilidad. En estos casos, existiría una evidente intención fraudulenta, pero, sin embargo,
aunque previsiblemente exista una relación directa con la generación o agravación con la insolvencia, esta relación no siempre
resultará tan clara como en el del alzamiento de bienes.

(43) En efecto, salvo contadas excepciones, la mayor parte de la producción «científica» que se realiza en España tiene por objeto
el análisis descriptivo e interpretativo del Derecho positivo. Por tanto, este análisis jurídico está centrado principalmente en lo
que el Derecho es, y no tanto en lo que el Derecho debería ser. Y las contribuciones más innovadoras que se realizan no suelen
consistir tanto en proponer nuevas reglas que contribuyan a la mejora del bienestar colectivo sino que, por lo general, se
centran en mejorar la redacción o interpretación de las leyes existentes. Para un análisis de los motivos que podrían explicar
este tipo de investigación jurídica en España, véase por todos DOMÉNECH, G., «Que innoven ellos: Por qué la ciencia jurídica
española es tan poco original, creativa e innovadora», Indret 2/2016. Resaltando las implicaciones económicas que pueden
derivarse del problema de la falta de innovación en la academia jurídica, véase GURREA MARTÍNEZ, A., «Implicaciones
económicas de la falta de innovación de la academia jurídica española», El notario del siglo XXI, núm. 72, 2017, págs. 64-71.
Resulta paradójico en este sentido que, aunque periódicamente salgan publicados numerosos libros y artículos «científicos»
sobre la calificación del concurso, en ninguno que conozcamos se haya analizado la deseabilidad de mantener esta institución.
De hecho, ni siquiera se ha contemplado por aquellos autores que han escrito de manera reiterada sobre la calificación del
concurso.

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